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Claroscuros en el alma

La mañana posterior a la fiesta, Fiorella se encontró con otra hermosa sorpresa al salir de su apartamento. Con el rostro radiante, el joven Escalante la estaba esperando cerca de la puerta del elevador. La enorme sonrisa que nació en los labios de la chica fue una clara muestra de que estaba encantada de verlo ahí. Entonces, el chico caminó hacia ella para luego envolverla en un cálido abrazo. El apasionado beso que se produjo poco después les aceleró la respiración y el pulso con rapidez. Tras separar sus bocas para recuperar el aliento, se miraron en silencio por unos instantes, cada uno absorto en las pupilas del otro.

—Esta es la manera perfecta de comenzar todas las mañanas, ¿no te parece? —afirmó la artista, embobada.

—Sí, estoy totalmente de acuerdo con vos —respondió él, mientras le acariciaba los fragantes cabellos sueltos.

Un rato después, los jóvenes se tomaron de la mano para dirigirse hacia la puerta principal del edificio. Ese inocente gesto que a simple vista lucía trivial, en realidad significaba mucho para ellos. Aunque en días anteriores se saludaban y charlaban brevemente desde sus respectivos balcones, no solían encontrarse al abandonar sus viviendas, pues cada quien se marchaba por su cuenta.

El acto de caminar juntos con las manos entrelazadas no era solamente una señal de la recién iniciada relación amorosa. Aquello también marcaba el avance emocional que ambos habían conseguido hasta ese momento. A pesar de que todavía les faltaba un largo camino por recorrer, los dos estaban comenzando a vencer los antiguos miedos que atenazaban sus corazones.

—En un rato te escribo para confirmarte la hora de salida del laburo. —El varón la sostuvo de la cintura—. Estoy impaciente por que llegue la noche.

—¡Yo también! Hoy quiero prepararte unas empanadas de carne. —Juntó las manos para dar palmaditas de emoción—. ¡Son riquísimas!

—Como vos...

Dos cortas palabras, aunadas a una mirada seductora, bastaron para provocar un arrebol instantáneo en las mejillas femeninas. Aquella adorable reacción involuntaria de ella provocó una amplia sonrisa cariñosa en él.

—Nos vemos más tarde, Fiore. —Se inclinó para besar la frente de su novia—. ¡Te deseo un lindo día!

—¡Igualmente! Salem y yo vamos a estar esperándote impacientes. —Le dedicó un guiño coqueto, como los que él solía brindarle—. ¡Hasta pronto, Mau!

Mientras agitaban las manos para despedirse a la distancia, sus semblantes eran el vivo retrato de la felicidad que les colmaba el alma. Con la vista vagando entre las blancas nubes y los pies transitando presurosos sobre el asfalto, cada uno partió hacia su destino rebosante de optimismo.

♪ ♫ ♩ ♬

Eran casi las doce del día cuando el estómago de Mauricio comenzó a protestar por comida. Sin tener ningún motivo en especial, de pronto le dieron ganas de ir a comprar sushi para el almuerzo. Los rollos que más le agradaban incluían trocitos de cangrejo, pulpo y camarón. Solía acompañarlos con un vaso de limonada de jengibre, pues el toque picante de la bebida realzaba el sabor de la comida, lo cual le encantaba. De solo recordar la textura y el aroma de aquel platillo, la boca se le hacía agua.

—Pablo, voy al Hatsuhana un momento. ¿Querés que te traiga algo de ahí? —preguntó él, justo antes de marcharse.

—No, gracias. Hoy se me antoja mucho más una buena hamburguesa de tocino y alguna gaseosa. —Un dramático bostezo interrumpió la frase—. Andá tranquilo, nos vemos en un rato.

—Dale, no me tardo.

Unos pocos minutos después, el joven Escalante ya se encontraba sentado sobre una de las sillas en el interior del restaurante, a la espera de que le trajeran el pedido solicitado. Sus ojos estaban concentrados en su teléfono móvil. Toda vez que se enfrentaba a ratos muertos, se dedicaba a leer noticias o revisaba los nuevos mensajes en la bandeja de entrada del correo electrónico.

Mientras analizaba un extenso artículo relacionado con asuntos financieros, los alrededores pasaron a convertirse en una mancha difusa llena de ruidos inconexos. Cuando se sumergía en la lectura de algo interesante, prácticamente nada podía distraerlo. No obstante, fue una de esas pocas excepciones la que lo sacó del ensimismamiento de modo abrupto. Sin importar si hablaba en español, en inglés o en alemán, el chico podría reconocer la voz de ella en cualquier parte. Conforme su mirada viajaba hacia la televisión, el acelerado golpeteo en su pecho le produjo un leve mareo.

—Muchas gracias por haberme invitado al programa, me siento honrada de estar aquí hoy. —La joven inclinó la cabeza hacia delante a manera de reverencia—. Todavía me cuesta mucho creer que haya tantas personas viendo esta entrevista. No soy tan interesante como algunas de ellas piensan, en serio.

Los posteriores comentarios y las risas del anfitrión parecían zumbidos extraños a oídos de Mauricio. Él solo podía prestarle atención a la invitada. "¡Maia, esa es Maia! ¡Oh, por Dios! ¡Qué lejos ha llegado!" La respiración de repente se le hizo dificultosa. De no haber estado sentado, quizá se habría tambaleado. Ni siquiera logró escuchar cuando uno de los empleados del local le dio el aviso de que el pedido estaba empacado.

—Señor, su orden ya está lista. —El hombre tuvo que tocar el hombro del muchacho para atraer su atención—. ¿Pagará en efectivo o con tarjeta?

El joven Escalante sacudió la cabeza para así reacomodar los pensamientos. Le ofreció una rápida disculpa al dependiente mientras sacaba la billetera. Con movimientos torpes, tomó la tarjeta de crédito y se la entregó. Su vista regresó de inmediato a la pantalla, como si esta fuese un imán.

—El camino para llegar hasta aquí no fue nada fácil. Es una larga historia —declaró la violinista, con un gesto facial melancólico.

—Estamos deseosos de escuchar todo lo que el hada de Berlín quiera contarnos. —El conductor sonrió de forma cordial—. Adelante, querida.

Las palabras de Maia acerca del pasado fueron pronunciadas con un dejo de tristeza. Sin entrar en demasiados detalles dolorosos, la muchacha relató lo complicado que había sido para ella seguir adelante con sus estudios de violín. Haciendo un esfuerzo considerable para mantenerse serena, habló de los años en que se enfrentó a la indiferencia de muchos y a la crueldad recurrente de otros. Ninguno de sus compañeros le tendió jamás una mano amiga, ni siquiera cuando se enfrentó a la trágica muerte de su madre. A medida que la narración avanzaba, un par de lágrimas se escaparon de sus grandes ojos azules.

—Hubo algunos momentos en que me planteé seriamente dejar de tocar. Quería huir muy lejos y olvidarme de todo. Me había quedado sin familia, sentía que a nadie le importaba lo que me pasara. Por suerte me equivocaba. —Se quitó la humedad de las mejillas con el dorso de la mano izquierda—. Gracias a la costumbre de tocar por las noches frente a la tumba de mi mamá, conocí a varias personas maravillosas que me ayudaron a encontrar nuevas fuerzas para continuar luchando. Una de esas personas está conmigo hoy, aquí mismo...

Tras mencionar aquello, la violinista desvió la vista hacia un lado del plató. En ese instante, las cámaras enfocaron la figura de un joven esbelto de cabellos ondulados que miraba a la chica con infinita ternura. La bonita sonrisa en sus labios se ensanchó cuando Maia se puso de pie para ir a su encuentro. En cuanto estuvieron frente a frente, se unieron en un fuerte abrazo. Pocos segundos después, el varón se inclinó para besar a la chica en los labios. Para cuando eso sucedió, los ruidosos aplausos de la audiencia y del presentador del programa ya se escuchaban por todo el estudio.

—Bienvenido, Darren Pellegrini. —El hombre extendió la mano derecha para saludarlo y luego señaló el asiento vacío al lado de la artista—. Ponte cómodo, muchacho. Estamos ansiosos por escuchar tu parte de la historia.

El flujo de clientes que ingresaban y abandonaban el restaurante se mantuvo constante. La entrevista en curso no suscitaba interés en los parroquianos, excepto en el caso del chico taciturno que parecía hipnotizado por el televisor. El tiempo se había congelado para Mauricio. Sus dedos tensos sujetaban la bolsa de plástico en donde su almuerzo continuaba intacto. La película vidriosa que empañaba sus ojos estaba a punto de convertirse en largos hilos acuosos.

El hijo de Rocío recordaba a la perfección cada uno de los infernales días que le había hecho pasar a Maia, pero nunca antes la había escuchado expresar sus sentimientos acerca de ello. El semblante consternado y las desgarradoras palabras de la violinista tuvieron un efecto devastador sobre él. La vergüenza, la culpa y el remordimiento le carcomieron el alma tal como la primera vez, cuando apenas comenzaba a entender la magnitud del sufrimiento que le había causado.

"¿¡Por qué, maldita sea, por qué la lastimé tanto!? Ella siempre ha sido una buena persona. ¡Hasta a mí me trataba bien! ¿¡Cómo pude ser así de enfermo!?" No era necesario que la jovencita pronunciara su nombre para saber que se refería a él cuando habló acerca del cabecilla de los acosadores. Y por si aquel testimonio no hubiese sido suficiente para atormentarlo, las declaraciones que escuchó unos minutos después por boca del joven Pellegrini lo hicieron sentirse aún más miserable.

—Gracias a Dios, el golpe en la cabeza no le causó daños permanentes. Con los tratamientos adecuados, la salud de Maia ha mejorado muchísimo. —La mano cariñosa de Darren se posó sobre la de la chica, al tiempo que sus miradas se encontraban—. Mi prometida se merece lo mejor del mundo. Es una mujer increíble en todos los sentidos imaginables.

Un nuevo aplauso del público resonó en el estudio, pero Mauricio no se contagió de ese entusiasmo. Oscuros pensamientos comenzaron a germinar en su mente. "¿Y si Maia no se hubiera recuperado? ¡Pude haberla matado! ¿¡Qué clase de mierda tenía en la cabeza!? ¡Qué cobarde de porquería!" La alegría de la mañana se había desvanecido por completo. Sus aciertos ahora le parecían insignificantes al lado del sinfín de errores y defectos con los que cargaba.

"¿Y si un día pierdo el control otra vez y lastimo también a Fiorella? ¡No, no, no!" Tembló de espanto al imaginar semejante escenario funesto. Un extraño ardor le horadaba el pecho, como si de repente le estuviesen arrancando el corazón. La cabeza le dolía cuando decidió ponerse de pie para retirarse del local. No creía tener fuerzas suficientes para ver lo que restaba del programa.

El chico estaba por cruzar la puerta del restaurante cuando la voz la violinista volvió a escucharse. En tono dulce, pidió permiso para dar un mensaje breve antes de que se acabara el tiempo de la transmisión. El presentador le cedió el espacio sin problema alguno. Entonces, la muchacha dejó de hablar en inglés y recurrió a su idioma natal, a fin de transmitir mejor lo que deseaba.

—No sé si la persona a la que quiero darle este mensaje lo vaya a recibir, ojalá que sí. —Mantuvo la vista fija en la cámara, como si estuviese hablándole directamente a cada uno de los televidentes—. No dejés que el dolor te ahogue de nuevo. Sos fuerte y valiente. Tu mamá y yo estamos muy orgullosas de vos.

Acto seguido, Maia levantó la mano derecha con los dedos juntos, se tocó la sien y luego movió la palma unos pocos centímetros hacia delante, de manera muy similar al saludo militar. Tras observar el ademán, a Mauricio no le cupo ni la menor duda con respecto a quién era el destinatario de ese mensaje. Cuando estudiaban juntos en la academia, la chica a menudo respondía de esa forma ante los insultos y las provocaciones provenientes de él. Jamás pensó que ella usaría esa seña de nuevo para algo así.

"¿¡Cómo es posible que Maia esté orgullosa de mí!?" El chico esbozó una sonrisa lánguida. "En serio es una persona increíble..." Se le formó un nudo a mitad de la garganta que lo obligó a inclinar la cabeza para disimular el desborde de sentimientos. La endeble barrera que impedía el nacimiento de las lágrimas se rompió justo en ese instante. Con mucha prisa y bastante torpeza, el joven Escalante deslizó el puño de la manga derecha de la camisa sobre sus mejillas, para así deshacer el rastro transparente de la sobrecarga emocional.

Mauricio tuvo que inhalar y exhalar profundo varias veces para calmar la conmoción en su interior. No le resultó sencillo poner en orden la maraña de pensamientos contrapuestos que batallaban entre sí por ganar el control de su conciencia. Cuando la fuerte opresión en el pecho empezó a disminuir, decidió echarle un vistazo al reloj de pulsera que traía puesto.

Para su mala suerte, restaban muy pocos minutos para el final de la hora del almuerzo. Apenas tenía tiempo para tomar un aperitivo ligero y luego regresar a la oficina. Sin pensárselo mucho, se sentó en una las sillas desocupadas del lugar y devoró algunos rollitos tan rápido como pudo. Aunque en ese momento no sentía apetito, sabía que no era una buena idea quedarse sin comer. El hambre siempre lo ponía de mal humor. La limonada se la bebería en el camino.

Mientras marchaba de vuelta a la oficina, en su mente repasaba vez tras vez las significativas palabras de Maia. El hecho de que la chica le hubiera preguntado por él a doña Rocío algunos días atrás resultó asombroso. Sin embargo, oírla hablándole a través de un programa emitido en vivo representó mucho más que una linda sorpresa. El mensaje final de ella, aunque había sido breve, le ayudó a mitigar la sensación de que era un monstruo sin remedio.

Aunque no fuera posible borrar su tormentoso pasado, el poder para romper el ciclo destructivo se encontraba en sus manos. En lugar de vivir en constante temor ante la posibilidad de herir a Fiorella, se esforzaría por fortalecer las cualidades que la habían impulsado a quererlo. No obstante, sin importar cuánto luchara por ella, la posibilidad de perderla no dejaba de ser muy real.

¿Permanecería la joven Portela junto a él tras enterarse de toda la verdad? Si le permitía ver su lado sombrío, corría el gran riesgo de alejarla para siempre. Sin embargo, no por eso iba a mentirle. Tarde o temprano, la chica debía conocer ese pasado que él tanto se había esmerado por sepultar en el olvido. Solo esperaba que Fiorella fuera capaz de hacer a un lado las espinas, pues detrás de estas había un cálido corazón dispuesto a darlo todo por ella.

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