"Ciudad de París"
A realizar el nuevo concilios ecuménico su santidad se dispuso a tomar su vuelo de camino a Francia. Lo acompañaban las fuerzas armadas aéreas de Italia, en el avión también estaba su cardenal secretario Marc Ouellet y su jóven segundo secretario Esteban Monterrey.
—Aún me pregunto que hace un jóven como usted en un lugar como este.—preguntaba el Papa que lo tenía en el asiento izquierdo del otro lado al pasillo de la avión.
—Pues soy consagrado, siempre quise servir a un papa y pues luego llegó usted.
—O sea que es el primer papa al que sirves.
—Sí Santidad, así es.
—Espero que te sientas a gusto entonces.—promulgó el pontífice.
—Gracias, Excelencia.
—Dime una cosa muchacho, ¿Qué piensas de las parejas homosexuales?—interrogaba Clemente.
—¿Y eso a que se debe su santidad?—repreguntaba el jóven.
—Sólo responde..., estoy revisando el temario del Concilio.
—Pues yo soy homosexual y siempre quise tener una pareja, pero jamás tuve suerte, luego sentí el llamado al servicio del prójimo y pues aquí estoy.
—¡Entonces estás de acuerdo!—decía el papa mientras anotaba algunas correcciones en sus escritos.
—¿Con que haya parejas homosexuales?, pues sí santidad.—sentenció el muchacho.
—No me habías dicho Marc que el muchacho era gay.—decía el papá mirando al cardenal.
—Se me habrá olvidado santidad.—afirmaba este que casi se ahogaba con el agua que bebía.
Luego de un gran y agotador viaje de catorce horas de vuelo. El papá arrivaba en el territorio francés.
Allí en el aeropuerto fue recibido por las autoridades gubernamentales. La seguridad civil entonó el himno pontificio y luego el del país de Francia.
El papa saludó a los presentes y subió en la limusina que lo llevaría directamente hacia la catedral de Notre dame. Es cierto que el papá no esperaba ser saludado por nadie de hecho, por eso no usó el papa móvil ya que no era su deseo que el viaje se convirtiera en lo que no quería un viaje pontificio de visita, sino que era con carácter estricto de la iglesia.
Una vez llegado al sitio las campanas resonaban y el coro comenzó a cantar "Tu es Petrus", un himno de la tradición de la iglesia para recibir a los papas en ceremonias importantes.
El papa entró por la puerta principal, estrechó la mano de algunas autoridades de la iglesia y se dirigió a la sacristía se la catedral para colocarse algunos ornamentos propios para la ceremonia de carácter solemne.
Una vez listo, se sentó en la cátedra de la Iglesia, se colocó el micrófono con ayuda de Esteban que estaba siempre a un costado de las grandes columnas del templo para asistirlo, luego habló.
—"Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él", esto lo encontramos en primera carta del apóstol San Juan, capítulo cuarto, versículo dieciséis.—Palabras que uso también Benedictus XVI en su encíclica Deus Caritas Est.
Este encuentro por ejemplo, está colmado del amor de Dios, el problema subyace cuando no nos encontramos con su amor y hoy la Iglesia se encuentra en un grave problema porque carece de verdadero amor, ¿Qué es el amor si solo es apariencia?
Los cardenales escuchaban atentamente las palabras de su santidad que se veía pequeño desde la lejanía de la cátedra donde estaba sentado.
—Nosotros hemos creído en el amor de Dios, hemos conocido el amor que él nos tiene y si hemos creído que es loque ocurre a nuestros alrededores, porque cuando llegué no encontré ni siquiera una gota de amor a Dios.—Me encontré con una Iglesia divorciada del amor a Cristo decía el papa.
El silencio y la penitencia era desgarrador para todos, el papá decía la verdad de una manera tan dura que era difícil digerir.
—Santidad, usted fue prefecto para la doctrina de la fe y sabe correctamente cuáles son las problemáticas de la iglesia, creo que deberíamos abstenernos a diálogar de ello.—pronunció el cardenal Jean Pierre en un tono sacado de lugar.
—Los argumentos son convincentes o no lo son, el tono puede ser molesto o útil, sugiero que nos ayudemos mutuamente a rebajar el tono y ha reforzar los argumentos.—formuló el Papa, en ánimo de calmar el ambiente tenso.
—Es cierto que no es fácil poder hablar de estás cosas, pero es lo que he visto no sólo ahora sino como dice el cardenal desde que era prefecto y el problema está encausado en querer hayar algo que nos llene, porque estamos vacíos.—decía el pontífice.—¿Y por qué estamos vacíos?, porque nos hemos alejado de Dios, dejamos de querer escucharlo, porque a veces la palabra de Dios es dura y nos interpela de tal manera que buscamos refugio en ir todos los días a las cafeterías y tomar un Starbucks.—expresaba en tono gracioso aquello último.
—Excelencia, ¿Cuáles considera que serían las medidas para mejorar esto?—expresaba un cardenal de la arquidiócesis de París.
—La oración sin duda, en la plegaria a Dios escuchamos cual es su voluntad y que es lo que él quiere para nosotros.—Debemos preguntarnos, ¿Es el cristianismo el que ha destruido el amor verdaderamente?, yo creo que necesita disciplina el amor y debemos consolidar los cimientos de ello.—finalizó el pontífice en su primer discurso.
En la segunda ronda de los temas a hablarse tocó el sacerdocio y sacerdotes casados.
—El celibato es un don que el Espíritu Santo concede a quien quiere para edificación de la Iglesia y una profunda unión con Cristo. La Iglesia no puede imponer la obligación del celibato a nadie, pero sí puede exigirlo como requisito para ser llamados a las ordenaciones. —expresaba el pontifice para continuar.
—El Derecho vigente mantiene en todo su vigor esta tradición y hoy sería mucho más correcto, desde el punto de
vista jurídico, hablar de una obligación libremente asumida. Sin escapar a las
limitaciones que impone el lenguaje jurídico, esa expresión manifiesta más limpiamente la naturaleza del vínculo que se ha de dar entre sacerdocio y celibato.
—El canon 277 declara que «los clérigos están obligados a observar una
continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan
sujetos a guardar el celibato (...)». Paralelamente, según el c. 1037, «el candidato al diaconado permanente que no esté casado, y el candidato al presbiterado, no deben ser admitidos al diaconado antes de que hayan asumido públicamente, ante Dios y ante la Iglesia, la obligación del celibato según la ceremonia prescrita (...)».—expresó este esperando intervenciones.
—Santidad, creo que todos mis hermanos cardenales y el clero reunido para tratar de avanzar hacia una Iglesia abierta a las nuevas realidades se ve soslayada ante estás miradas amurralladoras en las que nos vemos envuelto y al parecer sin encontrar una salida.—continuó el cardenal español.—Me temo que hay cada vez menos vocaciones y temo aún más que usted permita solamente por el hecho de querer cumplir este dogma establecido por la misma Iglesia que nos quedemos sin ordenaciones nuevas al sacerdocio.
El clima se ponía tenso, estaba claro que a los cardenales no le agradaba el nuevo pontífice pese a que ellos mismos le habían concedido el voto, el ala progresista o secular de la iglesia lo veía como una amenaza a las reformas logradas hasta el momento.
—Está claro que el celibato no es una exigencia intrínseca del sacramento
del orden. Entre los Apóstoles y los primeros discípulos que fueron hechos partícipes de la potestad del Señor, había gente casada. Esta misma praxis se mantuvo en el tiempo hasta que las posibilidades de formación y de elección y selección se consolidaron, de modo que los casados fueron excluidos poco a poco, con el transcurso del tiempo, de las ordenes sagradas, no así de las órdenes menores.
Un hito decisivo en este aspecto de la selección de los candidatos lo marcó el Concilio de Trento que mandó a crear seminarios para formar y elegir las
futuras vocaciones al sacerdocio. De esta institución salían los candidatos célibes. Con el fin de evitar los abusos relacionados sobre todo con los bienes eclesiásticos que estaban a disposición de todos los clérigos, allí los casados fueron también excluidos de las órdenes menores.—sostuvo un cardenal de México.
—En este sentido, el c. 7 del Concilio Lateranense II 3, en el año 1139, sanciona la nulidad del matrimonio para los clérigos in sacris que atentaban matrimonio, prohibido desde siempre.
Los clérigos menores pueden casarse o seguir haciendo uso del matrimonio ya contraído al mismo tiempo que ejercitan las órdenes recibidas.
La Iglesia, para evitar el acceso al estado clerical por motivos «económicos», fue restringiendo esa posibilidad hasta llegar a la regulación disciplinar del código de 1917.
Según la normativa del código anterior, se entraba a formar parte del ordo clericorum a partir de la tonsura (c. 108 § 1). Para todos los clérigos resultaban incompatibles matrimonio y orden (c. 132).
Si un ordenado «de mayores»
(del subdiaconado en adelante) atentaba contraer matrimonio, éste era inválido (c. 1072). Los «clérigos minoristas» podían contraer matrimonio, pero dejaban entonces de pertenecer al estado clerical (c. 132 § 2).—formulaba un cardenal italiano.
—La identidad del sacerdote es Cristo, este paradigma no está delimitado por unos contornos estáticos, sino profundamente dinámicos. El sacerdote está llamado a una continua e intensa identificación con Cristo, hasta llegar a ser un alter Cristus.
Es cierto que el sacramento del orden opera una cristo conformación, pero el don del celibato da lugar a especiales vínculos entre el sacerdote y Cristo que refuerzan esa identificación.
La continencia perfecta por el reino de los cielos posibilita una entrega
amorosa, con el corazón indiviso, a Cristo. Por esa íntima relación, el sacerdote participa del vigoroso amor del Señor, que lo transforma por dentro y le da la capacidad de engendrar nuevos hijos para la vida nueva de la gracia, «como fuente extraordinaria de fecundidad espiritual en el mundo».—inquiría el pontífice.
Durante los recesos los cardenales hablaban entre sí y discutían por estas cuestiones, pero había un tema sumamente más controversial las parejas LGBT que tanto se habían extendido entre la sociedad que eran consideradas como algo más normal de lo común.
Al regresar del receso se continuó con aquello que debían tratar.
—Sabemos bien que otro de los temas que debemos abordar es la homosexualidad, el catecismo en su artículo 2337 habla sobre la castidad que significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual.
La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.
La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don. También lo dice el artículo 2339. La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (cf Si 1, 22).
"La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados" (GS 17).
Se también que otros pontífices han tomado caminos diferentes a los que pregono, que son los mismos que la Iglesia ha mantenido desde siempre y yo no soy quién para cambiar lo que por obra e inspiración del espíritu Santo se ha establecido, aún cuando personalmente tenga mis propias conclusiones al respecto.
Sólo quiero decir que la iglesia no rechaza a los homosexuales, pero hay personas que desde dentro lo hacen y demos poder cambiarlo.—expresaba Clemente VIII lo que generó una sorpresa el papa moderno no era tan conservador como parecía aunque no quisiera demostrarlo.
—Oremus por pontifice nostro Clemente VIII. Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum eius./ Oremos por nuestro pontífice. El Señor lo conserve, le de vida, lo haga feliz en la tierra, y lo libre de las manos de sus enemigos.—entonaba el coro de la iglesia de Notre Dame.
—¡¡Amén!!—respondieron todos a una sola voz.
CONTINUARÁ...
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