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Capítulo 3

Vega

La hora de matemáticas pasa tan lenta que casi parece una eternidad, al menos hasta que un hombre de pelo blanco y barba vestido con un traje marrón entra de repente en clase, pegando gritos e interrumpiendo la explicación de El Botones sobre no sé qué tipo de ecuaciones. Es él subdirector Adam, un hombre extraño e inglés al que le apasiona él tema de los aliens y la posible existencia de vida en otros planetas; es más, incluso en su despacho tiene un montón de pósteres del Área 51 y un muñeco de un extraterrestre al que se le mueve la cabeza sobre su mesa.

—¡Todos al salón de actos! —exclama desde el umbral de la puerta con su peculiar acento— ¡Ya!

Inmediatamente todos nos levantamos, y en menos de cinco minutos ya estamos bajando las escaleras para ir al lugar indicado. Cuando llegamos, vemos que él resto de alumnos del instituto ya están sentados en las butacas verdes del lugar, y nosotros hacemos los mismo, ocupando nuestros asientos correspondientes en las dos últimas filas. Después de unos minutos, la directora sube al escenario y se acerca al micrófono que hay en él centro para pedir silencio.

—Bueno —dice tras desgañitarse para que todos nos callemos— como veréis, os hemos llamado a todos los alumnos porque a primera hora hemos tenido un problema con unos... Humm... Vándalos —se aclara la garganta y continúa—. Resulta que esta mañana, él subdirector Adam ha salido al aparcamiento de profesores para coger su coche, y se lo ha encontrado lleno de pintadas, papel higiénico y lo que parecían ser... Tripas de pescado.

No me lo puedo creer.

Un gran murmullo se levanta en la sala, y la directora vuelve a gritar para pedir silencio.

—Bien, ahora quiero que salgan los culpables, o todos vosotros seréis castigados tres horas más esta tarde —concluye.

¡Ole! Otro castigo más para la lista.

Esta vez el murmullo que se escucha en la sala es mayor, incluso algunos chicos de los primeros cursos gritan insultos y algunas chicas empizan a exagerar lágrimas. En cualquier caso, todo el mundo no para de gritar que es injusto y que los culpables se delaten, excepto los alumnos de de último curso, que no paran de reírse porque ellos ya se imaginan —ya nos imaginamos— quienes han podido ser los causantes de este revuelo. Me doy la vuelta y veo a Eric, sentado detrás de mí, que, al darse cuenta de que le estoy mirando fijamente, se encoje de hombros; no necesito nada más para confirmar que han sido él y sus amiguitos los que se han divertido decorando él coche del subdirector Adam, y que esa es la razón por la que antes en el pasillo me dijo que no iba a estar sola en el castigo.

—¿Qué decís chicos? —pregunta un chico moreno de ojos verdes que está sentado al lado de Eric— ¿Os apetecen unas horitas de castigo?

Eric y dos chicos más, un rubio y un pelirrojo, se ríen, y él chico moreno toma esa respuesta como un "por qué no". Entonces, se levanta de un salto y grita:

—¡Fui yo!

Y lentamente el resto de alumnos van disminuyendo sus gritos hasta que el salón se queda en completo silencio.

—¿Quién ha dicho eso? —pregunta la directora intentando buscar al propietario de la voz.

—¡He sido yo! —vuelve a exclamar él chico— ¡Yo le hice eso al coche del subdirector!

—¡Suba aquí joven! —le ordena la directora en cuanto descubre quien es el responsable.

El moreno obedece, y sube al escenario colocándose junto a ella.

—Daniel Ferrer —le nombra la directora— ¿Está seguro de que quiere declararse culpable de lo sucedido, y asumir usted solo él castigo?

—Así es Señora Cano, asumo toda la responsabilidad. Lo hice yo solito —responde él, sin dejar de sonreír ni un instante.

Siento que ahora mismo estoy viendo la estupidez hecha persona.

Sin emabrgo, él resto de alumnos comienzan a aplaudir y a silbarle por haberles librado de esas tres horas extra.

No lo puedo creer, es decir, ¿aquel chaval se ha delatado a sí mismo y está dispuesto a tragarse él castigo él solo, y Eric y sus otros dos amigos no piensan hacer nada? Me parece totalmente injusto, con lo que me vuelvo a girar y le exijo con una mirada al que ahora es "mi novio" que haga algo. Y, de repente, él también se pone en pie y grita:

—¡Eso no es verdad, yo le ayudé!

Inmediatamente todo el mundo vuelve a dirigir su mirada a la última fila para averiguar quién ha sido él otro idiota que se ha delatado.

—¡Y yo! —se levanta él rubio.

—¡Si, yo también! —exclama él pelirrojo.

La directora les manda subir, y pregunta:

—¿Alguien más?

Pero, al ver que nadie responde, deja que él resto de los alumnos nos vayamos, y se queda con ellos cuatro en el salón de actos junto al subdirector Adam.

***

Los chicos no aparecen durante las dos horas siguientes. Él timbre que anuncia él final de la tercera clase suena, y él aula se vacía en menos de un minuto, pues es la hora del descanso. Yo salgo al pasillo y camino hasta mi taquilla para dejar los libros, después busco mi cartera y cojo un par de monedas para comprarme él almuerzo en las máquinas de la cafetería.

—¡Vega! —oigo una voz proveniente de entre la multitud de estudiantes.

Miro a mi alrededor para averiguar quién me ha llamado, y diviso a mi mejor amiga pelirroja intentando abrirse paso entre la gente.

—Hola Maica

—¿Qué tal? ¿Has visto a Óliver?

—¡Chicas! —oímos la voz de nuestro amigo moreno que baja por las escaleras.

—¿Qué tal en él laboratorio de ciencias? —le pregunta Maica— Veo que no ha saltado la alarma de incendios, así que te felicito por no estallar nada como la última vez —se burla de él.

Yo suelto una sonora carcajada al recordar el viernes anterior, cuando tuvimos que evacuar el instituto porque Óliver había provocado un incendio al no haber mezclado bien dos productos químicos, incluso tuvieron que venir los bomberos. Por suerte, nuestro amigo es parte de una de las familias más ricas de la ciudad, ya que su padre es dueño de una importante marca de ropa y pudo pagar sin ningún problema los desperfectos, porque al parecer el seguro escolar no los cubría todos.

—Muy graciosa —responde el moreno entrecerrando los ojos— Por cierto Vega, te he traído un regalo—me dice levantando una bolsa que tiene en la mano derecha.

La abre y saca de ella un precioso vestido color verde botella hecho de satén, largo y con una abertura en la parte derecha de la falda. Es mejor de lo que parecía en la revista que me enseñó.

—¡Muchas gracias Oli! —le abrazo— ¡Me encanta! Aunque no tenías por qué.

—No es nada —hace un gesto con la mano para restarle importancia— es de la última linea descatalogada de mi padre, y me dijo que podía regalártelo; como recordé que te gustó cuando lo vista en la revista...

—Muchas gracias, de verdad —sonrío.

Una sonrisa que dura muy poco.

—Vaya, con que a la princesa le gustan los vestidos...

Que alguien me recuerde, por favor, por qué he accedido a ayudar a este sujeto en su claramente inútil plan para no se qué cosa que pretenda consegir con ello.

Me giro y le veo, Eric está ahí apoyado sobre las taquillas con su típica pose de chulito.

Total cliché, otra vez. Le falta, no sé, la típica chaqueta de capitán del equipo de los idiotas.

—Pensaba que tú no eras de esas —me dice señalando él vestido con la cabeza—. Por cierto, hola Maica —saluda a la pelirroja, la cual le devuelve el saludo, confusa.

—¿A qué te refieres?

—Creía que no te gustaban los vestidos.

—¿Y quién te ha dicho eso?

—Nadie, simplemente lo supuse nada más verte.

—¿Me estás diciendo que tengo mal gusto para vestir?

—¡No! Solo quería decir que... que es un vestido bastante bonito.

—O sea que mi ropa habitual es fea.

—¡No! Yo solo...

—Gracias —dice de repente Óliver, metiéndose en la conversación.

Salvado por los pelos.

—¿Es de los que hace tu padre? —le pregunta Eric, totalmente dispuesto a cambiar el rumbo de la conversación.

Mi amigo sonríe y asiente.

—Primero, tienes muchos prejuicios— digo yo interrumpiendo su agradable charla— Y segundo, ¿de qué os conocéis? —pregunto, mirando a uno y luego al otro.

—¿Recuerdas que mi padre es dueño de una marca de ropa? —me pregunta de manera retórica mi amigo— Eric modeló para nosotros una vez.

—Para la línea de verano, si no recuerdo mal —concluye él, con una sonrisa.

—O sea que... ¿modelaste en bañador? —pregunta mi amiga Maica, cada vez más interesada en la conversación.

—¡Bueno ya está bien! —interrumpo, alzando la voz más de lo que pretendía.

—Tranquila, princesa, puedo enseñarte la revista si quieres, la tengo en mi casa —me guiña un ojo.

—Uuuhhh —se mete Maica de nuevo— ¿Cómo que princesa?

—Y, ¿a qué ha venido ese guiño? —se mete también Oliver

—Oh, espera, si tú me tenías que contar algo, ¿no Vega? —la pelirroja me mira impaciente, esperando esa historia que le había prometido, aún sabiendo ya por donde van los tiros.

—Ah, sí —agacho la cabeza—. Bueno, te lo resumo: por culpa de este de aquí —señalo a Eric— ahora estoy metida en un lío y tengo que fingir ser su novia.

—¡Su novia! —exclaman mis dos amigos a la vez.

—Sí, mí novia —asiente el Playboy rodeándome con el brazo.

—¡Pero no se lo podéis decir a nadie! —suplico— Por favor.

—No lo entiendo, pero está bien. Guardarmos vuestro secreto. —dice Maica, agarrando a Oliver por el brazo— Bueno, os dejamos solos. Si nos necesitáis o lo que sea estamos en la cafetería.

Y ambos se pierden entre la multitud de estudiantes, sin decir nada más. Demasiado sospechoso para lo curiosa que suele ser mi amiga. Algo tramará. Pero, de nuevo, no quiero saberlo.

—Bueno princesa, ¿qué quieres hacer?

—Pues me gustaría ir a la cafetería a por algo de comer porque me muero de hambre, ¡y deja de llamarme princesa! —le exijo zafándome de su brazo.

—Bueno, ¿y cómo quieres que te llame?

—¿Por mi nombre, tal vez?

—Está bien, tú mandas... Vega.

Yo sonrío al ver que me ha hecho caso.

—Por cierto, ¿dónde te habías metido? No has venido a la calse de inglés ni a la de literatura.

—Nos han castigado limpiando el coche del subdirector, pero ha merecido totalmente la pena.

—Si tu lo dices... —niego con la cabeza—. Anda, vamos —le agarro de la mano y me encamino a la cafetería.

—¿Qué... haces? —pregunta mirando confundido nuestras manos entrelazadas.

—Oh, pensé que si tenemos que fingir ser novios pues... Pero vamos, si quieres te suelto —le digo separando nuestras manos.

—No —sonríe—, es buena idea —vuelve a entrelazar sus dedos con los míos.

Y continuamos nuestro camino a la cafetería, perdiéndonos entre la multitud de estudiantes también.

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