Capítulo 26: Revisión
Oliver
¿Debía creerle a Trish cuando me había prometido que no había llevado ninguna sustancia ilícita en su equipaje o debía asumir que saldría en "Alerta aeropuerto: Verona" si es que hacían uno?
—Trish, ¿ni siquiera marihuana?
—Te digo que no... sé que es ilegal a menos de que la plantes en tu casa, lo que es una verdadera estupidez, pero bueno, no soy la presidenta de Italia.
—Tú no podrías ser presidenta de nada, solo de un grupo de loquitos de la calle.
Trish frunció su ceño y luego me dio un empujón con la mano.
—No porque estes nervioso te voy a dejar pasar tus estupideces, así que cuidado con lo que dices.
Los dos estábamos con los policías en una habitación esperando a que trajeran nuestras maletas para revisarlas y cuando llegaron, no pude evitar sentirme desvanecido. Si era que Trish me había mentido y realmente llevaba alguna droga, la mataría.
—¿Les dije que él es abogado? —le preguntó Trish a los oficiales.
—Soy abogado en Estados Unidos, Trish, aquí no les interesa y no puedo ejercer... menos ahora.
—Pues yo quiero que me defiendas, aunque tu título no sea válido aquí.
—No puedo si es que voy a prisión contigo.
—¿Cómo Ted Bundy se defendió el mismo en su juicio?
—¡Deja de compararme con Ted Bundy!
Lo único que teníamos en común Bundy y yo era que nos interesaban las leyes y el derecho, pero más allá de eso, no había forma de compararnos. Yo no era un asesino y violador en serie de jóvenes estudiantes.
Entonces comenzaron la revisión de mi maleta. Yo, como abogado, sabía que por temas legales debía estar presente y mirando la revisión para que no pudiera poner en duda el protocolo con una implantación de drogas.
Por supuesto, no había nada raro en mis maletas, lo que, aunque ya sabía, por alguna razón me hizo sentir más aliviado. Ahora, el problema era Trish.
«Sabes que está loca, pero no tan loca. No debe traer nada», me dijo mi conciencia.
Mientras ordenaba mi maleta junto a los policías, la cual estaba sobre una mesa metálica, miré a Trish y le dije:
—Creo en ti, Trish...
Trish pareció sorprendida al principio con mis palabras y luego algo conmovida.
—Así que te juro que, si me decepcionas, nunca más confiaré en ti.
El ceño de Trish se frunció.
—No sabes lo mucho que aprecio tu confianza... —dijo irónica.
Entonces fue el turno de la maleta de Trish y, claramente, los dos nos pusimos algo nerviosos. ¿Y si nos habían implantado cocaína? ¿Y si a Trish se le había caído una bolsa de hierba en la maleta por accidente?... Y tenía muchas suposiciones estúpidas más.
—È pulito —dijo un oficial después de unos minutos eternos.
—¿Qué mierda es eso? —preguntó Trish.
—Está todo limpio —dijo la otra oficial.
Ambos celebramos y comenzamos a saltar de alegría y, entre la emoción, nos dimos un abrazo.
En ese momento se me vino a la cabeza lo que me había dicho Carter días atrás y, además, sentí una extraña sensación recorrerme el cuerpo... no era buena, ni mala, solo era extraña.
Alguien carraspeó en la habitación, provocando que nos separáramos.
—Tendrán que acompañarnos —nos dijo la oficial.
—No, no... tenemos que irnos —dijo Trish—. ¿Qué no han tenido suficientes pruebas de nuestra inocencia? ¿Qué más quieren? ¿Un juramento ante el Papa? Si es eso, que venga rápido que no tenemos todo el día.
Bueno, no era un juramento ante el Papa lo que querían, más bien era revisarnos los intestinos con una máquina de rayos X para asegurarse de que no nos habíamos metido capsulas con droga por la boca o por otros lados (ya saben, como supositorios).
—Jamás me tragaría esas cosas —me dijo Trish mientras esperábamos a que nos soltaran, sentados en unas sillas en un pasillo—. ¿Sabes que algunas las hacen con condones?
—Trish, me la has chupado con condones de todos los sabores que existen, no te vengas a hacer la santa conmigo.
No estaba en una situación en la que esos comentarios salieran de mi boca con facilidad, pero Trish me lo estaba dejando en bandeja y ella hubiera aprovechado la oportunidad, estaba seguro de eso.
—Ah, claro, ve y cuéntales a los oficiales eso también.
—No necesito que me relacionen más contigo, gracias.
Entonces, aparecieron los oficiales que nos estaban registrando.
—Bueno, no han aparecido cuerpos extraños en los rayos X, así que pueden retirarse.
Trish soltó un quejido y luego se puso de pie.
—¡Por fin! ¡Gracias por nada!
Yo me levanté también.
—Gracias, adiós.
Tomamos nuestras maletas y caminamos por el mismo camino que habíamos hecho de ida para poder devolvernos.
—¿Qué hora es? —me preguntó Trish.
Yo miré el reloj que tenía en mi muñeca y me detuve de golpe por la sorpresa.
—Casi las doce.
Habíamos estado unas dos horas haciendo todos esos trámites porque creían que teníamos drogas.
Trish se detuvo también al oírme.
—Voy a matar a esos italianos —dijo, haciendo el ademan de devolverse.
Yo la tomé del brazo y la jalé hacia al frente mío.
—No queremos más problemas, Trish, tenemos que encontrar la salida, encontrar un taxi y llegar al hotel. Por un poco de retraso quizás no pase nada.
—Bien, corramos.
Literalmente comenzamos a correr por el aeropuerto, arrastrando nuestras maletas. De vez en cuando debíamos bajar el ritmo por lo concurrido que estaban los lugares. Era verano y, probablemente Verona estaba recibiendo bastantes turistas.
Ya eran más de las doce cuando llegamos a la salida y nos demoramos unos diez minutos más en encontrar uno de los taxis que trabajaban en el aeropuerto, pero cuando lo abordamos, ambos nos sentimos bastante aliviados.
Todo iba bien e indicaba que llegaríamos en unos quince minutos o menos... al menos hasta que nos topamos con tráfico que avanzaba más que lento.
—¿Qué sucede? —pregunté, más para mí que nadie.
—Sembra che ci sia un funerale avanti —dijo el conductor.
—¿Funeral? —era lo único que creía haber entendido.
Me asomé por la ventana lo más que pude y, efectivamente, pude ver un poco más adelante de nosotros una carroza fúnebre y como varios automóviles llevaban adornos blancos y la iban siguiente.
«Maldición, ¿se tenía que morir en esta fecha y en este lugar?». Italia era bastante grande como para que tuviéramos la mala suerte de toparnos con un funeral en ese preciso momento.
—Estamos casi tan muertos como el de la carroza —dijo Trish—. Si fueras sacerdote, Dios estaría de nuestro lado.
—Sí y tú no podrías disfrutar de mi pene. Todo tiene sus ventajas y desventajas, Trish... —me quedé en silencio un momento—. Y Dios no existe.
—Cuidado con que tu mamita de oiga.
Llegamos un cuarto para la una al hotel y cuando estuvimos en la acera, corrimos nuevamente para entrar y llegar al mesón.
—Hola, disculpe, tenemos unas reservas... —dije yo.
—¿Sus nombres?
—Oliver Harris.
—Trish Cullen.
La chica que estaba detrás del mesón comenzó a buscar algo en el ordenador que tenía enfrente.
—¿Vienen juntos?
—Eh... —yo pensé un momento—. Algo así.
—Es que lamento informarles que se canceló la reserva de sus habitaciones debido a que no se realizó el check in a tiempo y debido a la alta demanda, pero tenemos una habitación Grand Deluxe disponible —nos informó—. Tiene una cama tamaño King, WiFi...
Dejé de escuchar después de la cama y entonces empecé a escuchar la voz de Carter pidiéndome que Trish y yo no destruyéramos su boda, pero me la estaban poniendo más difícil de lo que esperaba.
«Lo siento, amigo, pero tampoco soy de piedra».
Si me mantenía en la misma habitación que Trish durante todos esos días tendríamos un grave problema. No me podría aguantar el no sacar el tema que había conversado con Carter sobre ella, era imposible que una persona normal pudiera mantener la boca cerrada por completo en esa situación.
—Ya, sí, como sea, denos la habitación —le dijo Trish.
Ni siquiera había escuchado el precio de la habitación, pero al menos ahora solo pagaríamos una entre los dos... había que ver lo positivo dentro de todo el desastre.
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