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Prólogo | El origen de todos mis problemas

Si alguien me hubiese dicho alguna vez que mi vida estaba a punto de dar un giro totalmente inesperado, probablemente no le hubiese creído. Sin embargo, a veces es necesario que las cosas buenas se desmoronen para que otras mucho mejores tomen su lugar. Lo que estoy a punto de contarte es algo que me sucedió hace mucho, mucho tiempo. Cuando mi única preocupación era evitar convertirme en el hazmerreír de todo el instituto.

A mí me gusta llamarlo "el origen de todos mis problemas".

Seattle, Washington, Estados Unidos.

9 de Enero del 2015.

Era viernes por la noche y el estadio de fútbol estaba tan lleno que no cabía ni un solo alfiler. Sentados en las gradas de la tribuna, cientos de jóvenes estudiantes esperaban con entusiasmo el marcador final, muchos apoyando a su equipo favorito y otros apoyando al equipo contrario. Quedaban menos de veinte segundos en el cronómetro del tablero para que el árbitro diera por terminado el último partido de la temporada. ¿La mala noticia? Nuestro equipo iba perdiendo. ¿La buena noticia? En teoría, veinte segundos era tiempo suficiente para que los Halcones Bicentenarios le dieran la vuelta al marcador, anotando un touchdown de último segundo.

—¡Todos a sus posiciones! —gritó el árbitro principal, llevándose el silbato a los labios.

Enseguida, los jugadores de ambos equipos se dispersaron rápidamente por el terreno de juego, ocupando cada uno sus respectivos lugares. Christopher Gray, el quarterback, estaba parado detrás de la alineación ofensiva, inclinándose un poco hacia adelante para recibir el balón en cuanto dieran inicio a la última jugada de la noche.

—¿Nerviosa? —me preguntó Lexie Williams, mi mejor amiga, abrazándome por la espalda.

Dejé escapar un profundo suspiro.

—No queda mucho tiempo, Lex. ¿Qué tal si no lo consiguen? —respondí, mordiéndome las uñas.

No es que no confiara en las extraordinarias habilidades de nuestro equipo. Todo lo contrario. Yo misma había presenciado en muchísimas ocasiones todas esas duras pruebas a las que los jugadores eran sometidos día tras día a manos del entrenador John L. Taylor, exjugador profesional de los Halcones Marinos de Seattle por allá de los años ochenta. Sabía que, con un tipo como él respirándoles en la nuca, las posibilidades de que los Halcones Bicentenarios perdieran el último partido de la temporada eran terriblemente bajas, por no decir nulas.

Simplemente, por alguna extraña razón, no podía evitar sentir un nudo de nervios en el estómago.

—Lo conseguirán, ya lo verás. Después de todo, nosotros tenemos algo que ellos no —indicó Lexie, haciendo un gesto con la barbilla en dirección a Christopher, el jugador número siete—. Todos confían en él.

Detrás de nosotras, los aficionados que se encontraban sentados en las gradas portando muy orgullosos el jersey negro con blanco de los Halcones Bicentenarios, se levantaron de sus lugares para agitar los puños.

—¡Vamos, Gray! ¡Enséñales a esos malditos perros quien manda! —gritó uno de ellos, eufórico.

—¡Venga! ¡Envíalos de nuevo a su jodida perrera! —gritó otro, compartiendo su emoción.

La inesperada demostración de apoyo hizo sonreír a Lexie. Chasqueó la lengua y bufó.

—¿Lo ves? Deberías aprender a confiar más en tu novio, Ellie.

Cuando el árbitro principal hizo sonar el silbato, Chad Prescott, el center del equipo, arrojó el balón hacia atrás, directo a las manos de Christopher. De inmediato, los jugadores del equipo defensivo trataron de interceptarlo para arruinar su jugada, pero fueron rápidamente bloqueados por Ethan Young y Gilbert Stewart, los offensive tackle. Con el área despejada, Christopher observó la formación de sus adversarios, pensando en la mejor táctica de ataque. Sin embargo, como los Bulldogs Americanos eran famosos por ser rápidos y por tener una muy buena defensa, la única manera de burlarlos para anotar ese touchdown era realizando un pase largo.

—¡Es ahora o nunca, Gray! —vociferó el entrenador, acercándose demasiado al área de juego.

Decidido a no dejar pasar más tiempo en el cronómetro del tablero, Christopher retrocedió, levantó el brazo derecho y a continuación, lanzó el balón con una determinación que dejó a muchos de los espectadores con la boca bien abierta. El balón de cuero atravesó poco más de la mitad del campo a una velocidad sobrehumana hasta que Josh Crawford, el wide receiver, dio un salto para atraparlo justo en la zona de anotación.

El estadio entero estalló en gritos y aplausos.

Los Halcones Bicentenarios habían ganado el campeonato.

Al igual que el resto de las animadoras, decidí lanzarme al campo para felicitar al equipo. Y como mi cuerpo era bastante pequeño y delgado, conseguí deslizarme con facilidad entre la multitud de jugadores que rodeaban a mi novio. Christopher, que estaba parado justo en el centro de todo ese gentío, se quitó el casco de la cabeza y se sacó el protector bucal de la boca para dar un breve discurso por la victoria. Su rostro estaba empapado en sudor, por lo que su cabello castaño se veía mucho más oscuro de lo normal, pegándosele un poco en la frente. El uniforme, un jersey negro y unos pantaloncillos blancos, se le ceñían al cuerpo de una manera tan obscena que, durante unos minutos, no pude hacer otra cosa más que mirarlo completamente embobada.

De pronto, como si hubiese sentido que lo miraba, giró la cabeza en mi dirección.

Cuando sus ojos azules se encontraron con los míos, una irresistible sonrisa tiró de sus labios, alborotando las mariposas que hasta ahora yacían dormidas en mi estómago. Dejándome llevar por la emoción del momento, corrí para terminar con la distancia que nos separaba, me colgué su cuello al igual que una chiquilla enamorada y lo besé de la manera más apasionadamente posible. Eso lo sorprendió, porque se quedó paralizado un minuto entero, procesando lo que yo acababa de hacer. Luego, presionó sus labios contra los míos y me devolvió el beso.

Casi podría jurar que en ese momento, el tiempo se detuvo y el mundo que nos rodeaba se esfumó, dejándonos solos en una pequeña burbuja en la que solo existíamos él y yo. Sus brazos me rodearon por la cintura y me sostuvieron firmemente contra su cuerpo, prolongando aquel beso mucho más de lo que yo había esperado. A lo lejos escuché a los jugadores del equipo gritar palabras bastante vulgares, pero no me importó y a Christopher tampoco. Estabamos demasiado perdidos en los labios del otro como para prestarles atención.

—Vaya, ¿así que esta es tu manera de felicitarme por haber ganado el campeonato? —soltó Christopher sin aliento, deslizando las manos por mis muslos. Esbocé una sonrisa, asentí con la cabeza y mordisqueé su labio inferior, provocándolo un poquito más. Su boca dejó salir una silenciosa suplica—. Entonces quiero más de eso...

Volvió a besarme. Esta vez fue un beso largo y hambriento.

—¡Que alguien traiga una cubeta de agua! —exclamó Chad a nuestro lado, simulando estar escandalizado por la acalorada escena que Christopher y yo estábamos protagonizando frente de todo el mundo en el campo.

—¡Joder, iros a una maldita habitación! —coreó Gilbert, compartiendo una sonrisa ladeada con Ethan.

—¡¿Alguien tiene un puto condón?! ¡Aquí necesitamos uno con urgencia! —ese por supuesto, fue Josh.

—No les hagas caso, son unos imbéciles —me dijo Christopher en voz baja, fulminando a su amigos con la mirada.

Me reí, le di un último beso en los labios y me desenredé de su cuerpo para poner mis pies de nuevo en el suelo. Abrí la boca para decir algo más, pero él se giró hacia sus compañeros e inició una conversación sobre fútbol, excluyéndome de la misma forma en la que solía hacer siempre que se convertía en el centro de atención.

Suspiré y me quedé encogida a su lado, admirando su bello perfil.

Christopher era alguien que dada su personalidad, siempre estaba rodeado por un grupo de chicos. Entre ellos, los que más destacaban eran Josh Crawford (el casanova), bastante alto, de cabello negro y ojos grises; Chad Prescott (el escandaloso), de estatura media, tez morena y ojos verdes; Ethan Young (el engreído), delgado, de pelo castaño y ojos increíblemente azules; y Gilbert Stewart (el abusivo), de piel bronceada y ojos casi negros.

Naturalmente, los cinco eran tan atractivos que encabezaban las listas de popularidad en el instituto.

—¿Por qué solo felicitas a Christopher cuando fui yo quien atrapó el balón en el último segundo? —me reprochó Josh Crawford, acercándose a mí para tirar de mis rubias coletas—. Creí que éramos amigos...

La expresión de tristeza que tenía en el rostro me hizo sonreír. Además de ser un todo un rompecorazones, Josh Crawford era el rey del drama. Especialmente con las chicas. De alguna manera, eso le daba cierto encanto.

—Felicidades por el triunfo, Josh. Estuviste maravillosamente increíble esta noche —lo animé.

—¿Maravillosamente increíble? —preguntó él, acercándose un paso más a mí.

—Maravillosamente increíble —repetí.

Con una radiante sonrisa en los labios, Josh me alzó entre sus brazos y comenzó a dar un montón de vueltas conmigo. Chillé por la sorpresa, me aferré a sus hombros para no caerme y luego me eché a reír. Al percatarse de esto, Christopher frunció el ceño y se acercó a nosotros con la mandíbula visiblemente apretada.

—Oye, deja a mi chica en el suelo ¿quieres?

—No quiero —respondió Josh, estrechándome con más fuerza entre sus brazos.

—Hablo en serio, Crawford. Déjala en el suelo —gruñó mi novio, con un tono de voz mucho más serio.

Josh chasqueó la lengua, encontrando su actitud sumamente divertida. Por lo general, Christopher no era una persona celosa, solo era un poco... posesivo conmigo. Le molestaba la idea de que alguien más, a parte de él, me tocara. Josh sabía esto y justamente por esa razón siempre buscaba la manera de hacerlo enfadar.

—Tranquilo galán, no es como que esté planeando robártela en secreto o algo así —se burló, guiñándole un ojo a mi posesivo novio—. Venga, atrápala.

Mi cuerpo se tensó. Conocía demasiado bien el significado de esas dos palabras.

—Espera, no te atrevas a... —comencé, pero Josh hizo oídos sordos y me arrojó a los brazos de Christopher, quien me atrapó en el aire con demasiada facilidad. Dejé escapar un gruñido—. ¡Son unos idiotas! —espeté.

Ambos se echaron a reír como los idiotas que eran.

En ese momento, la mascota del equipo de los Halcones Bicentenarios (algún pobre chico al que le pagaban unos cuantos dólares por estar dentro de la botarga de un Halcón durante todos los partidos), pasó por nuestro lado, ganando de inmediato la atención de Christopher y sus amigos.

Al ver la mirada perversa que compartieron todos ellos, un suspiro escapó de mis labios.

—¡Eh tú! ¿A dónde diablos crees que vas? —exclamó Gilbert, cerrándole el paso.

La mascota del equipo dio un respingo al escucharlo y se detuvo para mirarlo.

—Eh... pues a casa, ¿a dónde más? —balbuceó una voz aguda desde el interior del traje.

Incluso él ya sabía lo que le esperaba, era su pan de cada día.

—¿No piensas quedarte a celebrar con nosotros, Falcon? —le preguntó Ethan, acercándose al chico.

—No puedo, tengo que estar en casa antes de las once.

—Venga, no seas grosero. Eres la mascota del equipo, ¿no? Tu trabajo es animar a tus compañeros.

—En realidad solo me pagan para...

—¿Eh? ¿Qué dices? ¿Qué tienes ganas de volar? —exclamó Christopher, pasándome un brazo alrededor de los hombros con una sonrisa—. Vamos muchachos, Falcon quiere poner a prueba sus alas. Denle una mano.

—Oye no, yo no... —intentó protestar el chico, pero fue inútil.

La mitad de los jugadores de los Halcones Bicentenarios rodearon al chico de la botarga, lo cargaron aun en contra de su voluntad, y luego comenzaron a lanzarlo hacia arriba una y otra vez. Hice una mueca al ver que la escena provocó un coro de risas entre los espectadores y las animadoras del equipo que aún estaban presentes.

—Oye, el otro día me prometiste que ya no iban a molestar más al chico de la botarga —le recordé a Christopher, cruzando los brazos sobre mi pecho.

—Oh, ¿de verdad? —respondió él, sonriéndome.

—Chris...

—Solo estamos jugando, bebé. Nadie está molestando a ese idiota, créeme.

—De todas formas, será mejor que lo bajen antes de que...

—¡Todos a casa de Vicky, sus padres acaban de irse! —gritó de pronto Lexie, levantando los pompones dorados por encima de su rubia cabeza—. ¡Y no piensan volver hasta mañana! ¡Venga, ¿qué esperan?!

Se escuchó un griterío de aprobación en todo el campo. Josh dio otra orden y entonces, los mismos jugadores que habían estado molestando al chico lo dejaron caer al suelo para tirarse encima de él, aplastándolo.

—¡Ah! ¡No puedo respirar!

—¿Quieres ir a esa fiesta? —me preguntó Christopher, volviéndose hacia mí.

—No lo sé —repliqué enfadada, mirando con pena al chico que se retorcía de dolor en el césped.

Christopher deslizó una mano por mi barbilla y me obligó a mirarlo a los ojos.

—¿Estás enojada? —inquirió, pero no respondí—. Bebé, yo no les dije que lo aplastaran. Fue idea de Josh.

—Siempre metes a Josh, pero esta vez claramente fuiste tú el que comenzó todo esto.

—Bien, bien, lo reconozco. Yo fui el culpable esta vez, ¿de acuerdo? —sonrió, tomando mi rostro entre sus manos—. Ahora que he aceptado mi error, ¿vas a perdonarme?

—No es conmigo con quien deberías disculparte, ¿sabes?

Christopher suspiró y se giró hacia el chico de la botarga, que continuaba tirado en el césped tratando de recuperarse luego de ser aplastado por un grupo de jugadores mucho más grandes y pesados que él.

—¡Eh, tú! ¡El idiota de la botarga! —lo llamó a gritos. El pobre se sobresaltó de nuevo—. Fue mi culpa que los chicos te molestaran, pero solo estábamos jugando, ¿vale? Dicho esto, ¿serías tan amable de perdonarme?

Cuando el chico de la botarga no dijo nada, Ethan se acercó a él para quitarle la cabeza del traje de una forma muy agresiva. Dentro había un chico de lentes excesivamente pálido, de cabello castaño y ojos verdes.

—Christopher acaba de hacerte una pregunta, friki de mierda —exclamó Gilbert entre dientes, mirándolo con una expresión amenazante—. Deberías responderle antes de que se me agote por completo la paciencia.

El chico tragó saliva, sacudió la cabeza y dijo de forma atropellada:

—Ah, está bien, no te preocupes. Tampoco ha sido para tanto.

—¿Dices que no ha sido para tanto? —siseó Ethan, alzando una de sus cejas.

—Q-quiero decir, yo solo...

—Ya basta, déjenlo en paz —intervino Christopher, mirándome de reojo.

—Vale, vale —respondieron ambos bravucones, alejándose del chico.

Un segundo más tarde, Christopher volvió a tomar mi rostro entre sus manos.

—Entonces... ¿quieres ir a la fiesta de Vicky? —me preguntó de nuevo, deslizando las manos por mi estrecha cintura—. Porque siendo sincero, yo tengo algo mucho mejor en mente.

Una pequeña sonrisa tiró de mis labios.

—¿Ah, sí? ¿Y qué es exactamente lo que tienes en mente? —quise saber.

Me dio un suave beso en el cuello antes de susurrar muy despacio en mi oído:

—Tú... yo... una cama... mi departamento... ¿qué dices?

Sentí que se me calentaban las mejillas. Lo miré un tanto sorprendida.

—¿No quieres celebrar el triunfo con tus amigos?

—Quiero celebrarlo estando a solas contigo.

—Pero...

—Vamos Ellie, estoy volviéndome loco —susurró, besándome una vez más el cuello.

Pestañeé varias veces, sintiendo el calor de sus besos descendiendo por la piel de mi hombro izquierdo. Tragué saliva, me mordí el labio y cerré los ojos. Bien, Christopher tenía razón. Después de todo, llevábamos saliendo juntos más de dos años, por lo que era bastante normal que después de todo ese tiempo, él quisiera dar un paso más en nuestra relación. El problema era que yo seguía sin sentirme preparada para dar ese gran paso.

—Quiero que mi primera vez sea muy especial —murmuré en voz baja, avergonzada.

—Y lo será, créeme. Tengo todo preparado —me aseguró, mirándome a los ojos.

Una boba sonrisa tiró de mis labios. Christopher sabía lo mucho que eso significaba para mí, y era exactamente por esa misma razón que siempre había respetado mi decisión de no ir más allá de la tercera base. Aun cuando en muchas ocasiones habíamos estado a punto de anotar un Home Run; ya fuera en su casa, en la mía o en el asiento trasero de su coche, cada vez que yo decía «detente», él se detenía sin protestar. Quizás ya era hora de retribuir esos dos años en los que había estado esperándome; pues al igual que yo, Christopher era virgen.

—¿Prometes que será una noche muy especial? —le pregunté, solo para estar segura.

Él asintió con la cabeza y levantó la mano derecha como si hiciera una promesa.

—Te lo juro por mi vida, bebé.

Sonriendo, deslicé las manos alrededor de su cintura y me acerqué a él, escondiendo mi rostro en su cuello.

—De acuerdo, está bien —acepté al fin, ruborizada. La sonrisa en su rostro se hizo más grande—. Pero primero pasémonos un rato por la fiesta de Vicky, ¿sí? Quiero que celebremos el triunfo con todos los demás.

—Me parece una idea estupenda —exclamó con entusiasmo, besándome de nuevo en los labios—. Te lo juro, Ellie. Haré que esta noche sea la más especial e inolvidable de todas.

Cuando Christopher y yo llegamos a la fiesta de Virginia Jones, (mejor conocida como Vicky), fuimos recibidos por un par de chicos de primer año que estaban junto a la puerta principal, entregando condones de sabores a los recién llegados. «Esto fue idea de Lexie seguro», pensé mientras tomaba un paquetito de color rosa.

—Parece que el destino intenta decirnos algo, ¿no? —bromeó Christopher, tomando uno de color azul.

—Ay, ajá —me burlé yo, dándole un golpecito en el brazo derecho.

Dentro de la casa todo era caos y descontrol en su máximo esplendor. Sin importar a donde decideras dirigir tu mirada, podías ver a adolescentes sacudiéndose al ritmo de la escandalosa música que sonaba a través de los altavoces, adolescentes que se embriagaban con cerveza hasta perder por completo el conocimiento, y adolescentes vomitando hasta vaciar sus estómagos dentro de las pobres macetas de decoración. Las fiestas de Vicky no solo eran famosas por ser de lo más escandalosas, también eran aclamadas por ser de lo más divertidas.

Siempre terminaban con algún tipo de drama.

—Vaya, no creí que fueran a venir —pronunció Josh al vernos, dándole un trago a su lata de cerveza.

—Igual yo, supongo que perdí la apuesta —se quejó Chad, dejando escapar un largo suspiro.

—¿De qué apuesta están hablando? —quise saber.

—Eh...

—Iré a conseguirnos algo de beber —exclamó de pronto Christopher, haciendo una extraña mueca con los labios después de leer un mensaje de texto en su celular—. Quédate aquí, ¿de acuerdo? No tardaré.

—Iré contigo —me apresuré a decir, tomándolo del brazo.

—No es necesario.

—Pero...

—¡Ellie! —chilló Marisa, (otra de mis mejores amigas), abalanzándose sobre mí—. ¡Ahí estás! ¿Por qué tardaste tanto? Por un momento pensé que no ibas a venir... —me abrazó con fuerza—. Ah, te extrañé taaanto.

Sonreí al notar la forma en la que se tambaleaba de un lado para otro.

—Marisa Kingston, ¿estás borracha? —solté un tanto sorprendida.

Normalmente, Marisa era de esas chicas que no bebían alcohol ni aunque les pagaran.

—¿Borracha? ¿Yo? ¡Claro que no!

—¿Ah, no? Entonces dime, ¿cuántos vasos de cerveza llevas?

Marisa abrió la boca para responder, pero casi de inmediato frunció las cejas y ladeó la cabeza. Al verla tan confundida, Chad Prescott, su novio, se rio, la rodeó por la cintura y le dio un montón de besos en la frente.

—Basta ya, capitana. Deja de acribillar a mi chica con preguntas que no tienen respuesta.

Puse mala cara al notar que Chad también iba un poco pasado de copas.

—No dejes que beba un vaso más, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, de acuerdo —me prometió, llevándose una mano al pecho.

—¡Ellie! —chilló ahora Lisa, (otra de mis mejores amigas), corriendo hacia mí para colgarse de mi cuello y llenarme la cara de besos—. ¡¿Dónde estabas?! ¡Te perdiste mi mejor partida de beer pong de toda la historia!

La energía de Lisa era tan fuerte y contagiosa que no pude evitar sonreír.

—Oh, no ¿quién tuvo la mala suerte de jugar contigo? —le pregunté.

—¡Marisa! ¡Por fin logré hacer que probara el alcohol!

Negué con la cabeza y chasqué la lengua.

—Eres el mismísimo diablo.

En ese momento, una misteriosa mano me sujetó del brazo izquierdo haciéndome dar un brinco. Al darme la vuelta encontré a Lexie detrás de mí, con una expresión en el rostro que me hizo saber que algo le molestaba.

—Necesito hablar contigo, Annie. Ahora —susurró, mirando a Lisa de reojo—. A solas, si no te importa.

Lisa puso los ojos en blanco cuando Lexie me arrastró a una de las esquinas del salón.

—¿Qué sucede? —le pregunté, una vez que estuvimos alejadas del resto.

Se giró a mirarme con una mueca en los labios.

—¿Es verdad lo que Christopher anda diciendo? ¿Que esta noche tú y él...?

Sentí que me ruborizaba. ¿Por qué tenía que andar por ahí diciéndoselo a todo el mundo?

—Oh, sobre eso... —balbuceé, poniéndome roja—. Creo que ya lo he hecho esperar demasiado, ¿no crees?

—¿Hablas en serio?

—Bueno, sí.

Su mandíbula se tensó, sacudió la cabeza y dijo:

—Pero, Ellie, no lo hagas solo porque él quiere hacerlo. Si te está presionando...

—No me está presionando, Lex. Yo también quiero estar con él —le aseguré, tomándola de las manos—. Además, Christopher me prometió que será muy especial, tiene todo preparado. Ya sabes como soy con ese tema.

—¿Qué es lo que tiene preparado? —preguntó ahora con el rostro pálido.

—Bueno, no lo sé todavía. Supongo que va a ser una sorpresa.

Soltó al aire con exasperación.

—No lo hagas, Ellie. Por favor, no te acuestes con él... —insistió, apretando un poco los dientes.

—Escucha, me parece muy lindo de tu parte que te preocupes tanto por mí, pero no creo que sea para tanto. Mañana prometo contarte todos los detalles de nuestra primera vez, ¿de acuerdo?

Para mi sorpresa, Lexie dejó escapar un suspiro con fuerza y me soltó como si mi tacto la quemara.

—Bien, haz lo que quieras.

—Vamos, no te enfades conmigo...

—No estoy enfadada —respondió, pasándose una mano por su rubia cabellera—. Tengo que ir al baño.

—Lex...

—Solo voy al baño, ¿vale? Necesito hacer algo.

—¿Estás con la regla? —inquirí, curiosa—. El otro día dijiste que...

—Cielos, baja la voz. ¿Acaso quieres que todo el mundo lo escuche? —se quejó mirando a su alrededor—. No, no estoy embarazada —dijo de forma casi inaudible—. Me hice la prueba esta tarde, solo fue una falsa alarma.

—¿Lo sabe la otra persona?

—Por supuesto que lo sabe. Se puso tan feliz que volvió a meterme su pene.

Suspiré y me acerqué de nuevo a ella para tomarla de las manos.

—¿Cuándo vas a decirme quién es la persona con la que estás viéndote a escondidas? —le pregunté.

Lexie llevaba un par de semanas saliendo con un chico misterioso, pero nadie conocía su identidad. Ni siquiera yo, su mejor amiga. Aquello me dolía ya que, por lo general, entre ella y yo no existía ningún secreto.

—¿De verdad quieres que te lo diga? —me preguntó al cabo de unos segundos.

—Pues claro, así podré darle una paliza por casi dejarte embarazada.

Un lado de su boca se arqueó en una pequeña sonrisa.

—Te lo diré, pero no ahora. Quizás lo haga más tarde, ¿está bien?

—Bien.

—Ahora si me disculpas... tengo un par de cosas que hacer.

—De acuerdo, ve —dije sonriendo.

Después de que Lexie desapareciera entre todo el gentío de invitados, me acerqué a la barra de bebidas para tomar un vaso rojo. En cuanto sentí el ardor del alcohol quemándome la garganta, hice una mueca.

«Woah, ¿qué tenían esos vasos? ¿vodka?»

—Lindas piernas, Ellie —exclamó Gilbert, mirándome con una sonrisita de borracho.

Ignoré su comentario y comencé a moverme entre la multitud de personas, viéndome obligada a empujar algunos cuerpos para abrirme camino en aquella mansión atestada de adolescentes. Cuando vislumbré a Josh entre un grupo de chicas que bailaban en la sala, me acerqué a él para preguntarle por el paradero de Christopher.

—Oye Josh, ¿has visto a Chris? —le pregunté por encima de la escandalosa música.

—¿Chris? —respondió él, arrastrando un poco las palabras—. Eh... sí. Lo vi hace un momento subir las escaleras al segundo piso... —sonrió mientras deslizaba las manos por mi cintura—. ¿Quieres bailar conmigo?

—No, necesito encontrar a Chris.

—Vamos, baila conmigo. Solo una canción... —insistió.

—No puedo Josh, tengo que hablar de algo con Chris —me negué, intentando soltarme de su agarre.

—¿Cuánto tiempo más piensas seguir rechazándome? —soltó de pronto con un tono un tanto agresivo, sujetándome de la cintura con mucha más fuerza—. Si te dijera las cosas que sé, estoy seguro de que...

Sin prestarle demasiada atención a sus palabras, sujeté a Vicky del brazo para llamar su atención.

—Vic, ¿te importaría bailar un rato con Josh?

Su rostro se iluminó de alegría.

—¡Claro, encantada!

—Pero yo no...

—Diviértanse —exclamé sin más, escapando de la intensidad de Josh con éxito.

Entonces decidí dirigirme a mi siguiente objetivo. La segunda planta de la mansión estaba llena de humo gracias a un grupo de chicos que se escondían en un rincón, fumando algo que olía asquerosamente horrible. Por desgracia, después de buscar a Christopher en todas y cada una de las habitaciones, no pude encontrarlo por ningún lado. Cansada, sacudí una mano frente a mi cara para espantar el mal olor y le envié un mensaje de texto.

«¿Dónde estás?»

Mientras miraba la pantalla de mi teléfono esperando recibir una respuesta, sentí muchísimas ganas de ir al baño. Solté un suspiro. Por esa razón no me gustaba beber cerveza; me hacía querer ir al baño de inmediato.

Dejando de lado la búsqueda de Christopher, opté por ir al baño de la segunda planta ya que, según mis suposiciones, los de abajo probablemente estuviesen todos ocupados. En esta clase de fiestas, los baños solían convertirse en una especie de motel privado para todas esas parejas que deseaban un poco de intimidad.

Por esa misma razón, antes de entrar al baño de la segunda planta, decidí golpear la puerta con los nudillos para asegurarme de que no hubiese nadie dentro. Lo último que quería era pillar a alguien en pleno acto sexual.

—¡Está ocupado! —respondió una voz conocida desde el interior.

Me mordí el labio, apreté un poco los muslos y me acerqué más la puerta para decir algo como «Vamos Lex, déjame usar el baño. Prometo ser muy rápida», cuando la escuché discutiendo con alguien más allá dentro.

—Dijiste que se lo dirías después del partido.

—Pues cambié de parecer, no pienso decirle nada.

—¿Ah, sí? ¿Por qué? ¿Porque aceptó acostarse contigo esta noche?

—No me digas... ¿estás celosa?

—¿Tú qué crees?

—Vamos, Lex. No te pongas así. Lo que pasó entre nosotros fue un error.

—¿Un error?

—Después del susto que me hiciste pasar esta semana, no pienso volver a acostarme contigo.

Ella soltó un ruidoso bufido.

—¿En serio? Que extraño. No parecía ser un error mientras me estabas follando esta tarde en la habitación de tus...

Algo, o mejor dicho, alguien, la hizo callar.

Me quedé plantada en mi lugar detrás de la puerta, mirando la madera con los ojos muy abiertos. Mi estómago se revolvió y un poderoso escalofrío me recorrió la espalda, paralizándome momentáneamente.

«La persona que está con Lexie no es Christopher» me dije, tratando de engañarme. «Solo es alguien que habla igual a él. Hay muchos chicos que tienen una voz muy parecida, pero no es él. No puede ser él...».

Tomando una profunda inhalación, rodeé el pomo de metal con una de mis temblorosas manos y abrí la puerta muy despacio, deseando con todas mis fuerzas que la persona que estaba dentro con Lexie no fuese mi Christopher. No obstante, la escena que vi me rompió el corazón. Christopher había empujado a Lexie contra una de las paredes mientras la besaba con una pasión y una lujuria que jamás había mostrado conmigo.

Tenía las manos sobre sus pechos y había hundido una de sus piernas entre las de ella, haciéndola gemir.

Con un nudo en la garganta, retrocedí en silencio para marcharme de ahí sin ser descubierta, pero, justo en ese momento, un chico detrás de mí gritó: «¡Mierda!». De inmediato, Christopher soltó a Lexie y luego dio un paso atrás, acomodándose la camiseta y pasándose una mano por su alborotado cabello castaño.

Al verme de pie junto a la puerta, su rostro palideció. Lexie en cambio, sonrió y ladeó la cabeza.

—¿Ups?

—Mierda Ellie, esto no es lo que... —comenzó a decir Christopher, pero no me quedé a escucharlo.

Giré sobre mis talones y bajé las escaleras corriendo, atravesando de nuevo aquel mar de personas para salir de ahí a como diera lugar. Christopher corría detrás de mí gritando mi nombre, pero no me detuve. No quería ver su cara. No podía. No sin recordar la manera tan apasionada en la que estaba besándola a ella.

—¿Ellie? ¿Qué sucede? —preguntó Lisa al verme atravesar el salón hecha una furia.

No me detuve a explicarle. No quería hablar con nadie, solo quería irme de ese lugar.

—Ellie, no es lo que estás imaginando —exclamó Christopher, tomándome del brazo para detenerme.

—¡¿En serio piensas seguir mintiéndole?! —se quejó Lexie detrás de él. Nos había seguido—. Nos vio, maldita sea. Solo dile la verdad —continuó. Cuando se dio cuenta de toda la atención que estaba recibiendo, una sonrisa tiró de sus rojos labios—. ¡Así es, gente! ¡Christopher y yo hemos estado follando desde hace más de tres meses!

Una especie de vacío se abrió en mi interior. ¿Tres meses? ¿Llevaban engañándome más de tres meses?

—¡Cierra la jodida boca, Lexie! —le gritó Christopher sin soltarme del brazo, luciendo totalmente desesperado—. Bebé, mírame. Lo que Lex está diciendo no es verdad, nosotros solo estábamos...

—¿A punto de follar? —terminó Lexie en su lugar.

Christopher la miró como si quisiera asesinarla ahí mismo.

—No, eso no...

Entonces, mi boca se abrió y dije algo que absolutamente nadie se esperaba.

Ni siquiera yo.

—Está bien, no pasa nada. A decir verdad, yo también he estado engañándote —exclamé. Mi voz sonaba tan tranquila que incluso yo me sorprendí—. Ahora que he descubierto tu infidelidad no me siento tan mal.

—¡¿Qué?! —escupieron Christopher, Lexie y todos los que estaban mirando el espectáculo.

Mi reacción interna fue muy parecida a la de ellos.

«¡¿Qué diablos?! Ahora sí te volviste loca, Ellie. ¿Qué demonios estás diciendo?».

—Lo que oyeron —continué, alzando un poco la barbilla—. Yo también te estoy engañando.

—¿Ah, sí? ¿Y con quién? —exigió Lexie, cruzando los brazos por debajo de sus grandes y envidiables pechos.

Oh, no. Vamos Ellie, piensa rápido. Solo di el nombre de cualquier chico al azar, pero... ¿quién? ¿Josh? No, primero muerta. ¿Gilbert? Casi bufé. Jamás saldría con un abusivo como él. ¿Qué hay de Marco? Marco está saliendo con Leslie. ¿Qué tal... Ethan? Bueno, siempre he tenido la pequeña impresión de que Ethan es...

Suspiré. No podía solo decir el nombre de alguien y esperar que esa persona me siguiera en mi improvisada mentira. Necesitaba ser el nombre de un chico que preferiblemente no se encontrara en la fiesta esa noche.

Alguien a quien Christopher detestara...

—Hunter, Hunter Cross.

Se escucharon expresiones de sorpresa por toda la casa antes de que los presentes guardaran completo silencio. Incluso el DJ apagó la música, haciendo que el momento fuese todavía más dramático.

Por otro lado, tal y como yo había previsto, Hunter no se encontraba en la fiesta esa noche.

—¿Hunter no es ese chico que se dedica a vender droga? —comentó alguien desde el fondo.

—¿Es ese que estuvo en prisión por romperle los dientes a un policía? —exclamó alguien más.

—¿Es el tipo que casi fue expulsado por acostarse con la profesora Jennie en el salón Ciencias?

—¿Es el imbécil que destrozó mi auto con un bate de beisbol? —gruñó Christopher a mi lado.

Se me disparó el corazón al recordar todos y cada uno de los rumores que había sobre Hunter.

—Sí —respondí, agradecida por no haber tartamudeado.

¿Por qué de todos los nombres posibles, había tenido que mencionar a Hunter Cross? ¡Ese loco había destrozado las ventanas del coche de Christopher con un bate de beisbol mientras que yo aún estaba adentro!

—¿Desde hace cuánto me engañas con ese imbécil? —me preguntó, acercándose a mí para enfrentarme.

—¿De verdad quieres que te lo diga? —sonreí con burla, alzando una de mis cejas.

El atentado a su coche había sido hace exactamente tres meses, por lo que, haciendo cuentas, cualquiera pensaría que yo había comenzado a engañarlo al mismo tiempo en el que él había comenzado a engañarme a mí.

Maravillosa jugada, Ellie.

—¿Estás contenta ahora, Lex? Finalmente tienes lo que tanto has querido. Christopher es tuyo, te lo regalo —me burlé, usando esas palabras a propósito. Su rostro enrojeció. Posiblemente jamás imaginó que yo le diría algo como eso. Antes de marcharme, miré a Christopher una última vez con determinación—. Por cierto, bebé. La única razón por la que jamás quise acostarme contigo, fue porque Hunter es tan jodidamente bueno en la cama que tú jamás, escúchame bien, jamás, podrías hacerme algo que él no me haya hecho ya.

—Ellie...

—Sigan disfrutando de la fiesta —terminé, satisfecha con la reacciones que generaron mis palabras.

Cuando salí de la casa, los invitados aplaudieron y aclamaron mi victoria con demasiada emoción. En ese momento, me sentí bastante bien. Sin embargo, aquel sentimiento de triunfo en mi interior no duró demasiado. Mientras esperaba la llegada del taxi que había pedido por medio de una aplicación en mi celular, miles de lágrimas comenzaron a fluir libremente por mis mejillas, empapado rápidamente mi rostro.

Lo que no sabía en ese entonces, era que Hunter Cross iba a terminar convirtiéndose en el origen de todos mis problemas.

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