Capítulo 58 | Aún no
—Ese sillón no parece muy cómodo, deberías irte a casa a descansar.
—Estoy bien, no necesito dormir.
—Qué extraño, tu rostro dice todo lo contrario.
—Ya le he dicho que estoy bien.
—Si lo que te preocupa es...
—Detective Margot, a estas alturas ya debería conocerme lo suficientemente bien para saber que no importa lo mucho que insista, nada ni nadie hará que yo me aparte de su lado. Así que, por favor, deje de perder el tiempo de una maldita vez.
Después de esa pasivo-agresiva respuesta, reinó un silencio de lo más tenso.
—¿Alguna novedad de la que deba ser informada? —preguntó la detective al cabo de unos minutos.
—Despertó hace unas horas.
—¿Qué? —se sorprendió la mujer—. ¿Y por qué razón no se me informó?
—Porque al despertar, se asustó al no reconocer el lugar —explicó—. Entonces, en su desesperación, comenzó a forcejear mientras se protegía el estómago. Decía a gritos que... le dolía. Las enfermeras tuvieron que sedarla para que se tranquilizara.
La segunda pausa fue incluso más tensa que la anterior.
—Lamento mucho que...
—¿Necesita algo más? —la interrumpió Hunter.
La detective Margot dejó escapar un profundo suspiró.
—Cuando ella despierte, voy a necesitar su declaración.
—No se preocupe, la tendrá. Ahora, si eso es todo lo que ha venido a decir, le pido que se retire.
Por alguna razón, sus voces se fueron volviendo cada vez más difíciles de escuchar.
—Vaya, ¿dónde quedó el chiquillo que fue a buscarme a mi oficina para rogarme que le dejara formar parte de mi equipo de investigación? —murmuró la detective, que parecía más entretenida que enfadada.
—Qué extraño —respondió Hunter, imitando el tono que ella había usado antes—. Según recuerdo, lo que hice fue presentarme en su oficina para exigirle tanto a usted como a su incompetente equipo que hicieran bien su trabajo.
La detective Margot se echó a reír.
—Ah, claro, supongo que debo haberme imaginado la parte en la que casi te postraste de rodillas para...
Pero antes de que pudiera oír el resto, una nube de oscuridad se cernió sobre mí.
********
Desperté sentada en una barca, mecida únicamente por una marea pacífica que me mantenía siempre en el mismo lugar. Sobre mí, el cielo estaba nublado mientras el sol se preparaba para ocultarse por el horizonte.
Sentada en el otro extremo de la barca, estaba mi otra «yo».
Me desconcertó que aún llevara puesto el vestido blanco con manchas de sangre, en vez de estar usando la misma bata de hospital que yo. Incluso su rostro, ¿por qué aún tenía todos esos moretones y heridas? ¿No se suponía que ella era mi reflejo? ¿Por qué se veía como si se hubiera quedado atrapada en ese momento?
—¿Qué sucede? —le pregunté, estirando un brazo para tocarle.
Fue un error.
Un segundo después de poner una de mis manos sobre las suyas, el interior de mi mente se llenó de gritos y estática. Me aparté de ella de inmediato y me eché para atrás bruscamente, por poco cayéndome de la barca.
—¿Qué... fue eso? —tartamudeé, espantada y con el corazón latiéndome en la garganta.
—Tus recuerdos.
—¿Mis... recuerdos...?
—Seguiré quedándome con ellos por ahora. Aún no estás lista para enfrentarte a lo que sucedió.
—¿Qué era... —tragué saliva—... qué era eso que estaba en... en...?
—Aún no —repitió, con un tono vacío, sin vida—. Aún no.
Después de eso, volvió la vista hacia el horizonte, donde el sol finalmente terminó de ponerse.
*********
Cuando desperté, me tomó un par de minutos comprender en dónde me encontraba. Mientras mis ojos hacían un esfuerzo por acostumbrarse a la luz de las bombillas, intenté sentarme en la camilla del hospital, pero mis brazos, conectados a un montón de tubos y máquinas, impidieron que llevara a cabo esa sencilla tarea.
A mi derecha, medio recostado en un sillón, Hunter se incorporó.
—¿Annalise?
Mi primera reacción al verle allí, tan cerca de mí, fue alargar una mano en su dirección para tocarle. No esperaba que, una vez más, los tubos que tenía conectados en los brazos se interpondrían en mi camino.
—Está bien, mi amor, no te levantes.
Parpadeé y volví a acostarme sin apartar la mirada de su rostro.
De alguna manera, Hunter parecía... distinto. Su postura había cambiado, adquiriendo mayor confianza y seguridad en sí mismo mientras su expresión reflejaba una madurez que nunca antes había visto.
—Espera —me dijo cuando intenté hablar y lo único que salió de mí fue un sonido extraño. Presionó un botón que elevó la parte superior de mi cama y después me sirvió un vaso con agua—. Ten, bebe esto despacio.
Con mucho esfuerzo, levanté una mano temblorosa para tomar el vaso que me ofrecía.
—Espera —me dijo de nuevo, colocándole una pajita al agua y acercando el vaso él mismo a mis labios.
Darme cuenta de lo preparado que estaba para enfrentar cualquier inconveniente que pudiera surgir cuando yo despertara me hizo sonreír. Después de beber pequeños sorbos de agua, me aclaré la garganta.
—¿Dónde está Lexie? —pregunté, tenía la voz muy ronca—. ¿Está bien?
Hunter apretó ligeramente la mandíbula.
—Lexie está bien, su habitación está en otro piso.
—¿Puedo verla?
—No —respondió, y después respiró hondo—. Primero tiene que verte un médico, ¿está bien?
Cuando se levantó del sillón en el que estaba sentado, me aferré bruscamente a su brazo.
—¡Espera, no te vayas! —exclamé, ruborizándome por haber alzado la voz.
Hunter se volvió hacia mí al escuchar mi tono desesperado.
—Tranquila, no pensaba irme —me aseguró, presionando un botón junto a la cama para llamar al personal médico. Regresó a su lugar y me besó los nudillos de la mano derecha, uno por uno—. ¿Cómo te encuentras?
—Bien —contesté; parcialmente mentira, parcialmente verdad.
No iba a decirle lo adolorida que me sentía para no preocuparlo más de lo necesario. Sin importar lo mucho que tratara de ocultarlo, las sombras bajo sus ojos y la rigidez en sus hombros evidenciaban su propio cansancio.
—¿Sientes dolor en alguna parte? —preguntó.
—Bueno... me duelen un poco las costillas —mentí. Lo cierto era que el dolor era tan intenso que tenía que obligarme a no hacer muecas de dolor entre cada inhalación y exhalación—. Y también el tobillo.
Una extraña sombra cruzó fugazmente por su rostro, pero desapareció en un parpadeo.
—¿Tienes frío? —preguntó, acariciando el dorso de mi mano con el pulgar.
—No, ¿por qué? —pregunté, confundida. Fue entonces cuando me percaté de lo mucho que temblaba la mano que él seguía sosteniendo entre las suyas. Mi pulso se aceleró—. No sé porque no puedo hacer que...
—Qué alegría verte despierta, Ellie —exclamó una mujer vestida con una bata blanca mientras entraba a la habitación con lo que parecía ser mi expediente clínico—. Soy la doctora Lillian, tú médico a cargo.
Con una sonrisa en los labios, la doctora se acercó a mí para para examinarme minuciosamente; revisó mis signos vitales; tomó mi pulso cardíaco; midió mi presión arterial y verificó mi temperatura corporal. Me hizo preguntas para saber cómo me sentía y si experimentaba algún tipo de dolor o malestar. Hunter aprovechó ese momento para decirle lo que le ocurría a mi mano derecha, que no había dejado de temblar desde que desperté.
—Lo que estás experimentando es algo bastante común —nos explicó—. La hipotermia suele causar este tipo de reacciones, ya sea temblores o rigidez muscular, una vez que se recupera la temperatura normal. Esto ocurre debido a la regulación del sistema nervioso y el gran esfuerzo que está haciendo tu cuerpo por mantener una temperatura adecuada. Pero no debes preocuparte, ya que todo es parte de tu proceso de recuperación.
—Entonces... ¿mi mano dejará de temblar en algún momento? —le pregunté, un poco más tranquila.
—Así es, en algunos casos los temblores desaparecen dentro de varios días. —La mujer esbozó una amplia sonrisa—. De cualquier manera, seguiremos monitoreando de cerca tu progreso para asegurarnos de que no haya complicaciones adicionales en el futuro. Por ahora, trata de descansar. Te veré de nuevo en cuatro horas.
Cuando la doctora se fue, me recosté en la cama sintiendo una mezcla de alivio y cansancio.
—¿Hace cuánto que estoy aquí? —le pregunté a Hunter, que había vuelto a tomar mi mano entre las suyas.
—Tres días —respondió con cierta cautela.
—¿Y... durante cuánto tiempo estuve... desaparecida? —deseé saber, con un nudo en el estómago.
Hubo una larga pausa antes de que Hunter respondiera.
—Veintiséis semanas.
Veintiséis semanas. Seis meses. Casi medio año de mi vida perdida en un abismo del que apenas tenía algunos recuerdos. Mientras inhalaba aire en ráfagas cortas y lo exhalaba con dificultad, mi mente comenzó a llenarse de preguntas sin respuesta que giraban a un ritmo frenético. Mis manos, antes temblorosas, se aferraron desesperadamente a las sábanas de la cama, buscando un poco de estabilidad en medio de ese caos emocional.
Por suerte, Hunter apretó mi mano antes de que sufriera un ataque de pánico.
—Respira, nena. Todo está bien ahora. —Me acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja; el delicado roce de sus dedos hizo que dejara de sobre pensar—. No dejaré que nada ni nadie vuelva a hacerte daño.
Estiré la mano izquierda, que era la que no me temblaba, para poder tocarle la cara. Necesitaba estar segura de que él era real; de que no era un sueño fugaz o una ilusión creada por mi mente debido a la desesperación.
—¿Cuándo podré ver a Lexie?
Hunter suspiró, cerró los ojos y frotó su mejilla contra la palma de mi mano.
—Hoy no, y probablemente mañana tampoco.
—¿Por qué? —empecé a preocuparme—. ¿Le ha pasado algo?
—No, no es eso. Lexie está bien —me tranquilizó—. Pero ya has oído a la doctora, necesitas descansar.
—Ya he descansado demasiado —repliqué—. Tres días, para ser más exactos.
—En cuanto dejes de hacer muecas cada vez que respiras, podrás ver a Lexie.
—No estoy haciendo muecas.
Esbozó algo parecido a una sonrisa.
—Cuando ambas se sientan mejor, yo mismo te llevaré a verla.
—¿Lo prometes?
Asintió antes de darme un beso en la frente.
—Sí, lo prometo.
********
Lexie y yo nos convertimos en el foco de atención de todos los medios de comunicación. Cada noticiero, periódico y programa de entrevistas deseaba tener la primicia, ansiosos por conocer los detalles de nuestro regreso. Hunter me explicó que una de las razones por la que Lexie y yo estábamos en pisos diferentes, era para despistar a los reporteros que, en varias ocasiones, habían intentado colarse en el hospital en busca de información exclusiva.
Mis padres acudieron a verme tan pronto como se les informó que había recuperado la conciencia. No obstante, a pesar de su insistencia, me negué a verlos cuando pidieron encontrarse conmigo para hablar. Más allá de su preocupación por mi desaparición y la de Lexie, sabía que habían estado aprovechado la atención mediática para su propio beneficio; sus constantes apariciones en la televisión fue lo que me hizo darme cuenta de sus verdaderos motivos.
Lisa lloró en mi regazo durante más de dos horas luego de que Hunter llamara a Trevor para hacerles saber que había despertado. Se culpó por no haber estado conmigo ese día en el parque de diversiones y me prometió que nunca más volvería a dejarme sola. Más tarde, ese mismo día, Hank me visitó junto con su esposa, Claudia, quien aunque no hablaba inglés, se las arregló para hacerme saber lo preocupados que habían estado.
Una semana después, mi médico a cargo, la doctora Lillian, finalmente dio su autorización para que Lexie y yo nos encontráramos. Aunque trataban de no hacerlo muy obvio, sospechaba que la razón por la que habían tardado tanto en dejar que nos reuniéramos era porque temían la reacción que pudiera tener una de las dos.
—No necesito una silla de ruedas —le hice saber a la enfermera en cuanto la vi entrar a la habitación arrastrando una de ellas.
—Sí la necesitas —exclamó Hunter.
—Puedo caminar —insistí, lanzándole una mirada de reproche mientras me sentaba en el borde de la cama para demostrar mi punto.
—No, tu tobillo aún no ha terminado de sanar.
Resoplé de manera ruidosa.
—¿Por qué eres tan...? —comencé a decir, pero su mirada suplicante y triste, sobre todo triste, acabaron con mis protestas. Un momento, ¿acaso estaba usando mis propios trucos contra mí?—. Está bien —suspiré.
Hunter sonrió como quien acaba de salirse con la suya antes de tomarme entre sus brazos para depositarme cuidadosamente en la silla de ruedas. La enfermera Harper soltó una risita al presenciar tal escena. Juntos, dejamos atrás mi habitación y nos dirigimos hacia el ascensor, donde la enfermera pulsó el botón para descender a otro piso. Cuando las puertas se abrieron de nuevo, Hunter empujó la silla de ruedas con delicadeza hasta detenerse frente a una puerta. Sin embargo, antes de girar el pomo, sus ojos se desviaron hacia mí por un instante.
—¿Estás lista? —me preguntó, como si esperara a que cambiara de opinión.
—Sí —respondí.
Hunter suspiró, tocó dos veces y después abrió lentamente la puerta.
—Ellie...
—Lex... —susurré.
Estaba sentada en la cama del hospital, con Christopher en un sillón a su lado. Nada más verme, Lexie se levantó y se me acercó con los ojos llenos de lágrimas. Se arrodilló en el suelo frente a mí y tomó mis manos entre las suyas. En su rostro había marcas de rasguños y moretones. Su cabello, más largo y castaño que la última vez que la vi, enmarcaba su rostro con una suavidad, contrastando con la preocupación reflejada en sus ojos.
—Cuando supe lo que pasó... cuando no me permitieron verte, yo... pensé lo peor...
—Tranquila, estoy bien —le aseguré, apretándole las manos—. ¿Tú cómo estás?
—No lo sé —respondió, le temblaba la voz—. Aunque ya han pasado varios días, cada vez que cierro los ojos, vuelvo a estar ahí, corriendo por el bosque, preguntándome si estás bien, si estás viva. —Apoyó la frente en mis rodillas—. Lo siento tanto, Ellie. Jamás debí haberme ido sin ti, dejándote atrás. Debí haberte llevado conmigo.
La abracé con cariño, acariciando su cabeza y cepillando su cabello castaño hacia atrás mientras me esforzaba por encontrar las palabras adecuadas.
Finalmente, con un tono suave le dije:
—No te castigues más por eso, Lex, sólo hiciste lo que yo te pedí que hicieras.
—Aun así...
—Si me hubieras llevado contigo, así fuera a rastras, no lo habríamos conseguido.
Lexie sollozó de nuevo antes de alzar la vista hacia mí; tenía los ojos enrojecidos.
—¿Qué sucedió después? —preguntó, secándose las lágrimas con el cuello de su bata del hospital—. ¿Qué fue lo que hiciste para que...?
—No necesitas conocer los detalles, lo importante es que ahora estamos bien, estamos a salvo.
Sin embargo, mis palabras no eran del todo sinceras. No es que estuviera tratando de ocultarle los detalles, simplemente no... recordaba lo que había ocurrido después de que ella se fuera. Era como tratar de resolver un rompecabezas cuyas piezas se resistían a encajar en sus sitios. Al principio traté de convencerme a mí misma de que quizás eso era lo mejor, vivir sin esos recuerdos, pero la necesidad de saber qué era exactamente lo que mi otro «yo» había decidido bloquear con el fin de protegerme seguía latiendo de manera persistente en mi interior.
—Siento mucho lo del bebé —susurró al cabo de unos segundos.
Por alguna razón, mi pecho se retorció dolorosamente.
—¿Qué bebé? —pregunté, ladeando la cabeza.
Un silencio tenso se apoderó de la habitación, interrumpido sólo por el sonido de nuestras respiraciones.
—¿Tú no... —Miró a Hunter por encima de mí y después volvió a mirarme—... no recuerdas nada?
—Recuerdo poca cosa —confesé. Más y nuevas lágrimas se deslizaron por sus mejillas—. ¿Qué pasa? —le pregunté, entre alarmada y desconcertada—. ¿No te sientes bien? ¿Te duele algo?
Lexie titubeó, como si no supiera qué responder. Christopher, que hasta ese momento había permanecido detrás de ella sin mover ni un solo músculo, me miró con los ojos abiertos de par en par.
Hunter colocó una mano sobre mi hombro.
—Ambas aún están muy cansadas, necesitan descansar.
Respiré hondo antes de asentir con la cabeza.
—Sí, tienes razón. —Le sequé a Lexie las lágrimas de las mejillas y esbocé una última sonrisa para tranquilizarla—. La próxima vez que nos veamos, será fuera de aquí, ¿de acuerdo?
Lexie asintió mientras se incorporaba con la ayuda de Christopher.
Tras regresar a mi habitación, hice todo lo posible por aparentar que estaba bien frente a Hunter, cuando en realidad, estaba lidiando con una tormenta de emociones. La confusión, el miedo y la incertidumbre por no saber a qué bebé se refería Lexie se enroscaron en mi estómago, añadiendo aún más peso a mi ya agitada mente.
********
Despertar en la cama de un hospital abrazada al cuerpo de Hunter se había convertido en una rutina desde que logré convencerlo de dormir conmigo y no en el incómodo sillón. Aquel día, sin embargo, al momento de abrir los ojos, me encontré sola en la habitación. Desorientada, me incorporé para sentarme, sintiéndome desprotegida; como si la familiaridad de su presencia fuera un ancla que había sido repentinamente levantada.
Mientras me preguntaba a dónde podría haberse ido, escuché voces que provenían del pasillo; voces elevadas y agitadas. De las dos personas que discutían, identifiqué de inmediato la inconfundible voz de Hunter.
—Todavía no es un buen momento —exclamó, su tono era igual de afilado que un cuchillo.
—Ya he esperado demasiado, necesito tomar su declaración ahora mismo.
—No se atreva a...
Con el corazón acelerado, empecé a apartar las sábanas para levantarme de la cama, pero antes de que pudiera poner los pies en el suelo, la puerta de mi habitación se abrió y una mujer entró. Llevaba el cabello oscuro recogido en un moño elegante y vestía un traje negro impecable que irradiaba autoridad por todas partes.
Sin apartar sus ojos de los míos, dio un paso al frente y me mostró su placa de identificación.
—Buenos días, señorita Russell. Soy la detective Margot —se presentó. Hunter entró detrás de ella, con la mandíbula tensa—. ¿Ya se siente mejor? Su doctora a cargo me ha dicho que planean darle el alta esta semana.
Abrí la boca para responder, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. Sabía que tarde o temprano iba a tener que enfrentarme a la policía, pero aún no estaba lista. No cuando carecía de las respuestas a las preguntas que seguramente me harían. ¿Qué se supone que les iba a decir? ¿Que la mayoría de mis recuerdos me habían sido arrebatados por mi otra «yo»? ¿Que ni siquiera yo tenía idea de lo que había pasado?
En vez de responder, miré desesperadamente a Hunter.
—Detective —se apresuró a intervenir, rodeando a la mujer para situarse frente a mí—. Creo que lo más sensato sería coordinar una reunión cuando Annalise esté lista para hablar. Ahora mismo no es el momento adecuado.
—Han pasado casi dos semanas, cada minuto cuenta en una investigación como esta —respondió la mujer con determinación, sin mostrar signos de ceder ante la petición de posponer la conversación—. La señorita Williams ya ha dado su declaración, lo único que nos falta es la suya para poder seguir avanzando en el caso.
—Creo haberle dicho que tendrá su maldita declaración, pero ahora mismo no.
—Ellie. —La detective me habló directamente a mí—. Tienes boca, ¿por qué no la usas para hablar?
Respiré hondo y apreté los puños sobre las sábanas, obligándome a mantener la calma.
—Si les hablas sobre mí, pensarán que te has vuelto loca —susurró una vocecita desde algún rincón en mi mente.
—Suficiente —siseó Hunter, furioso—. Salga de aquí o la sacaré yo mismo.
La detective Margot chasqueó la lengua, pero no se movió de su lugar.
—¿No piensas hablar? —insistió, con sus ojos aún clavados en los míos—. ¿Qué es lo que te hace dudar?
—Yo...,
—Te encerrarán.
—Yo no...
—¿Realmente eso es lo que quieres?
—Yo sólo...
—¿Terminar igual que la madre de Hunter?
Cuando ya no pude más con la presión, giré mi cuerpo hacia un lado, lo más lejos posible de la cama, y vomité. Escuché a Hunter soltar una palabrota antes de llevarse a la detective fuera de mi habitación. Sabía que eso le iba a traer consecuencias. A fin de cuentas, no podía tratar de ese modo a un representante de la ley.
Después de limpiarme la boca con el dorso de la mano, fijé la mirada en la esquina de la habitación.
—¿Qué voy a hacer? —pregunté, respirando de forma entrecortada—. Necesitan mi declaración.
—No te preocupes, la tendrán.
—¿Cuándo?
—Aún no.
Me llevé las manos a la cabeza.
—Eso es todo lo que dices: «aún no, aún no, aún no».
—¿Ellie? —Alcé la mirada para encontrarme con los ojos marrones de la doctora Lillian, que acababa de verme hablando sola—. ¿Está todo bien? —preguntó, echando un vistazo a la esquina de la habitación.
—No, no lo está —exclamé.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Qué sucede?
Mi corazón adquirió un ritmo frenético.
—Estoy cansada de fingir.
—¿Fingir?
—No lo hagas.
—No estoy loca, se lo juro.
—Cariño...
—¡No te atrevas!
Sollocé, demasiado cansada para seguir conteniendo las lágrimas.
—Por favor, ayúdeme.
*******
Nota de la autora:
Primero que nada, quería decirles que mi intención al reescribir Fingiendo Amor siempre fue para tratar bien los temas que en su momento no traté de la manera correcta. Sin embargo, creo que es necesario decir que, aunque traté encontrar un trastorno que encajara con lo que está pasando Ellie, no encontré ninguno. Por esta misma razón, quería pedirles que a partir de este momento, piensen que el trastorno que tiene Ellie es uno "real" en la historia, pero que no existe en la vida real. ¿Por qué? Porque no quiero mal informar y/o tratar mal de nuevo temas que son sumamente delicados. Sé que, por sentido común, se podría decir que Ellie tiene TID (trastorno de identidad disociativo), pero los síntomas que se han estado viendo en capítulos anteriores no son del todo los de una persona con TID. De modo que, para evitar que se hagan ideas equivocadas sobre lo que es tener TID, les pido que vean el trastorno de Ellie como algo ficticio. No obstante, a pesar de no existir en la vida real, dicho trastorno se va a tratar dentro de la historia como si lo fuera, y en la segunda parte de la historia (Dolorosa Atracción), veremos a Ellie tratando adecuadamente con ello, además de recibir tratamiento. Espero de corazón que esto no les arruine la lectura T-T
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