Capítulo 57 | Pérdida
Cuando desperté, no habría podido decir si había dormido una hora o más bien una semana entera. Tenía la sensación de haber tenido un sueño extraño, probablemente una pesadilla. Lo raro era que, sin importar cuánto tratara de recordar los detalles, las imágenes no dejaban de entremezclarse las unas con las otras. Al final, me obligué a mí misma a dejar de pensar más en ello. En la mesita de noche, ubicada a un lado de la cama, se encontraba doblado un nuevo juego de ropa limpia, lista para usarse. Más allá, sobre un escritorio de madera oscura, casi pegado a la pared, vi un plato cuya tapa térmica podía mantener la comida caliente durante horas.
En el fondo, me tranquilizó saber que todo seguía igual, nada había cambiado a excepción de... Pateé a un lado las sábanas y miré el sitio donde solía estar la cámara. Ya no estaba; era como si hubiese sido arrancada.
Tragué saliva antes de sacar los pies fuera de la cama. Lo último que esperaba era que las piernas me fallaran. Tras caer sobre mis rodillas al suelo, el impacto dolió tanto que todas y cada una de las fibras de mi cuerpo se sacudieron. Alcé la cabeza en busca de una explicación, pero lo único que encontré fue un rostro idéntico al mío, observándome desde la distancia, con las piernas dobladas y apretadas contra el pecho.
Era la primera vez que veía llorar a mi otra «yo».
—¿Qué ocurre? —le pregunté, desconcertada—. ¿Por qué estás llorando?
—Lo siento.
Me le quedé mirando a los ojos sin saber muy bien por qué se estaba disculpando.
—¿Pasó algo?
—No —respondió, y escondió el rostro entre sus brazos.
—Oye —murmure despacio, con cautela, y avancé gateando hacia ella, ignorando el dolor que ardía en mis rodillas—. Nos sacaré de aquí, ¿de acuerdo? Sólo... tengo que pensar cómo.
Miré detenidamente el rincón donde solía estar la cámara, había varias marcas tanto en el techo como en las paredes, hechas por quien la había arrancado de su lugar. ¿Quién y por qué lo habían hecho? ¿En qué momento? ¿Habrá sido mientras yo estaba durmiendo? ¿Por qué no escuché nada? Pensé en preguntarle a la otra Ellie si ella sabía algo al respecto, pero la miradita con la que me fulminó me decía que lo mejor era no saberlo.
Conforme fueron pasando los días, empecé a notar que algo no andaba bien conmigo. Había momentos en los que sentía como si mi mente se desconectara, como si se hiciera una pausa en el tiempo en el que perdía el control de mis pensamientos. Al despertar, me daba cuenta de que me era imposible recordar qué era lo que había pasado en ese breve lapso de desconexión. No sabía si era algún efecto secundario a causa de todo el estrés y la ansiedad que experimentaba día tras día estando encerrada, o si había algo aún más profundo en juego.
La otra Ellie empezó a quedarse cada vez más tiempo conmigo; pero no hacía más que encogerse en una esquina y llorar durante horas. Hubo días en los que consideré ignorar sus miraditas para preguntarle de una vez por todas qué era lo que la hacía tan miserable, pero siempre había algo que me hacía a cambiar de opinión.
—¿Cuánto tiempo crees que llevemos aquí? —le pregunté a la nada, mirando el rincón donde solía estar la cámara—. ¿La policía todavía estará buscándonos? ¿Qué hay de mis padres? —Cerré los ojos e inspiré hondo—. Deben estar preocupados, ¿no es así? Porque... aunque ellos no me quieran, sigo siendo su hija, ¿no es así?
En una habitación donde todo lo que oía eran sollozos, no obtuve ninguna respuesta.
—¿Cuánto tiempo más crees que estaremos aquí?
Eché un vistazo por encima de mi hombro; mi otra «yo» seguía acurrucada en una esquina, llorando.
—El otro día tuve un sueño de lo más extraño —murmuré, acostándome encima de la cama. Las sábanas y el colchón habían sido remplazados, aunque no sabía exactamente cuándo—. Soñé que... perdía algo.
Me tumbé cerca del borde y dejé caer la cabeza hacia atrás para ver la habitación al revés.
—Qué tiene eso de extraño, estarás preguntándote. —Descansé las manos sobre mi estómago—. Pues, que por más que lo intento... por más que trato de esforzarme, yo... no consigo recordar qué es lo que perdí. Todo lo que sé es que pensar en ese sueño hace que me den ganas de llorar, y tú ya lloras por las dos todo el día.
Reí y me incorporé para secarme las lágrimas que habían empezado a salir sin mi permiso.
—Mientras más lo pienso, menos sentido tiene, porque... ¿qué podría haber perdido estando aquí encerrada, además de la cordura? —Sacudí la cabeza. Había comenzado a llorar sin darme cuenta—. No lo sé —me respondí a mí misma—. No lo sé, no lo sé, no lo sé. Pero tú sí, ¿no es así? Por eso siempre estás llorando.
Esa otra «yo» dejó de llorar para, finalmente, buscar mis ojos con los suyos.
—¿Qué es? —exigí saber—. ¿Por qué insistes en despojarme de todos mis recuerdos?
—Te estoy haciendo un favor.
Parpadeé varias veces para sofocar las lágrimas y sorbí por la nariz hasta que me sobrepuse.
—Un favor que yo no te he pedido.
Resopló antes de poner los ojos en blanco.
—No es justo —insistí, apretando los puños—. No eres quien para decidir sobre mí.
—Te equivocas. Yo soy tú. Y si estoy aquí es porque no pudiste arreglártelas tú sola con toda esta mierda.
—Eso no...
—Así que no me vengas con tus estupideces. Sólo estoy haciendo lo que creo que es mejor para las dos —continuó—. Si te dejara tener los recuerdos de los que he estado «despojándote», lo primero que harías sería tratar de suicidarte, otra vez.
—No pienso morir hasta conseguir que Lexie salga de aquí.
Mis palabras la desconcertaron.
—¿Sólo Lexie? ¿Qué hay de ti?
No respondí.
—Saldremos pronto —suspiró—. Tengo un plan.
En algún lugar en mi mente, recordé haber oído antes esas palabras.
—¿Qué clase de plan? —tuve que preguntar.
—Esta vez todo será diferente.
—¿Está vez? —repetí.
Ella asintió.
—Confía en mí.
****
Supe que la otra Ellie había estado despojándome de muchos más recuerdos de los que yo creía cuando, en una ocasión, después de que Michael dejara mi habitación, noté unos libros que nunca antes había visto sobre el escritorio en el que comía todos los días. Un detalle que mi llamó atención era el hecho de que los títulos en las portadas de los libros estuvieran todos en francés. Dividida entre el terror y la confusión, hice un esfuerzo por recordar para qué me había dejado él esos libros, pero a mi mente le resultó imposible conectar los puntos.
—¿De qué has estado hablando con él? —pregunté al aire. Hacía días que mi otra «yo» no se dignaba a aparecer—. ¿Qué es lo que estás planeando hacer? ¿Por qué sigues dejándome fuera de todo esto?
—Según la información que he podido sonsacarle a nuestro querido hermano —oí decir a mis espaldas. Me di la vuelta para encarar a una chica idéntica a mí. No me gustó que se refiriera a Michael como «nuestro querido hermano». No después de todo lo que nos había hecho—, allá afuera aún hay gente buscándonos, sobre todo él.
Pestañeé en su dirección, sorprendida.
—¿Hunter?
—Por desgracia, son más las personas que creen que tu desaparición no es más que un berrinche. Incluso hay quienes aseguran que no es la primera vez que haces este tipo de «cosas» para llamar la atención. Parece ser que alguien filtró la información de que estuviste varios días en un hospital luego de que trataras de quitarte la vida tomándote un montón de pastillas. ¿Puedes crees que incluso nuestros padres han dejado de mostrar interés en la investigación de nuestra desaparición?
—¿Qué? —susurré, sintiendo escalofríos.
—No cabe duda de que tenemos a los peores padres del mundo. —Se encogió de hombros y chasqueó la lengua—. En fin, la buena noticia es que Mike me ha dejado ver a Lexie.
Contuve el aliento.
—¿Hablas en serio? —Mi otra «yo» asintió—. ¿Por qué yo no recuerdo nada de eso?
—Le he hecho saber que pronto saldremos de aquí —siguió diciendo—. Ya he terminado de prepararlo todo.
—¿De qué estás hablando? ¿Cómo piensas...?
Estiró los brazos para acunar mi rostro entre sus manos.
—Te prometo que obtendrán su merecido —dijo—. Les haré pagar por todo lo que nosotras hemos perdido.
******
Ser dejada fuera de los planes que, por decirlo de alguna manera, muy en el fondo yo había ayudado a crear, era como estar montada en una barca donde los remos se movían por órdenes de alguien más. Si asomaba la cabeza por encima del borde, podía verme a mí misma proyectada sobre superficie del agua, pero existía una gran diferencia entre mi reflejo y yo. La otra Ellie actuaba como un espejo, mostrando una imagen que a simple vista se veía similar, pero al mirar de cerca se podía apreciar que era ella quién manipulaba los remos en realidad.
Yo sólo tenía que cerrar los ojos y dejar que ella se encargara de todo.
******
—¿Estás lista? —me preguntó después de tres días—. Hoy es el gran día.
Su expresión era la de alguien con demasiada confianza en sí misma.
—¿Qué es lo que harás? —deseé saber.
—No necesitas conocer los detalles, limítate a dejarlo todo en mis manos. Y no se te ocurra hacer algo como lo que has intentado la última vez. Cuando yo tome el control, quédate en las sombras y por nada del mundo te acerques a la luz.
—¿Eso qué significa?
Me puso las manos sobre los hombros.
—Ya lo descubrirás.
En cuanto terminó de hablar, el tiempo se detuvo y todo a mi alrededor se volvió oscuro.
******
Hubo un momento en el que a pesar de estar una especie de limbo, me pareció oír el susurro lejano de unas voces. Intenté dar un paso al frente para seguir los sonidos, pero un mareo nauseabundo me inmovilizó en mi sitio, donde, un segundo más tarde, fui arrastrada por una fuerza poderosa e invisible hasta las profundidades del mar. Ignorando el miedo que ese escenario me provocaba, me ordené a mí misma a nadar hacia arriba.
Después de gastar hasta la última gota de mi energía, luchando contra miles de olas turbulentas, de algún modo me las arreglé para llegar a la superficie. Enseguida, mis ojos buscaron desesperadamente algo que me ayudara a mantenerme a flote para no ser arrastrada de nuevo. Los movimiento de una barca cercana se sintieron como un rayo de esperanza, aunque la furia de los mares hizo que alcanzarla se convirtiera en todo un combate.
Cuando por fin conseguí montarme en la barca, lo primero que hice fue aferrarme a los remos.
No obstante, como si el universo hubiera decidido divertirse un rato conmigo, la escena cambió en un abrir y cerrar de ojos. La transición fue tan abrupta que sentí ganas de vomitar. De pronto ya no estaba en medio del mar, sino en una celda oscura donde lo único que había era un halo de luz brillante. Tardé unos instantes en procesar lo que estaba viendo: en el centro de toda esa luz estaba mi otra «yo» controlando a mi «yo» real.
Sólo entonces entendí lo que ella había tratado de decir.
Al estar demasiado cerca a la luz, vi lo que hacía y las cosas que decía.
Era como verme a mí misma comportándome como una persona distinta.
Tuve que cubrirme la boca con las manos para amortiguar la intensidad con la que grité.
******
Abrí los ojos lentamente.
Hacía un frío tan intenso que me calaba hasta los huesos. Sentada sobre mis rodillas en un suelo cubierto de nieve, estaba yo, rodeada por un paisaje de árboles blancos que se extendía más allá de donde me alcanzaba la vista. Mi mente no tardó en llenarse de preguntas sin respuesta. No tenía idea de cómo había llegado allí. No tenía caso que intentara hacer memoria, no cuando ella era la responsable de todos esos espacios en blanco.
Exhausta, alcé la cara hacia arriba. Diminutos copos de nieve se acumularon rápidamente en mis pestañas y mejillas. Un viento frío se burló azotándome la piel. Suspiré, cerré los ojos y respiré hondo, pero el aire que inhalé olía a sangre y cenizas. El desconcierto me llevó a girar la cabeza. A unos metros de distancia, un viejo edificio ardía en llamas. El fuego iluminaba la blancura de mi entorno con destellos rojizos y anaranjados. Las llamas devoraban su estructura, escupiendo columnas de humo negro que se elevaban en el cielo nocturno.
Bajé la vista hacia mi manos, las tenía manchadas de sangre.
—¿Qué hiciste? —me oí decir en voz alta—. ¿De quién es toda esta sangre?
Nadie respondió.
Me obligué a mí misma a calmarme, a disminuir mi ritmo cardiaco. Luego, intenté levantarme, pero una feroz punzada en el tobillo me hizo hacer una mueca. A juzgar por cómo me dolía, debía tratarse de un torcedura.
—¿Por qué no dices nada? —exclamé, mi aliento formó nubes de vaho frente mi rostro.
Un escalofrío me recorrió la espalda mientras la inquietud y la ansiedad aumentaban su tamaño dentro de mí. El viento frío sacudió la delgada tela del vestido blanco que llevaba puesto. ¿Qué hacía yo vestida así?
Apoyé las manos en la nieve en un nuevo intento por levantarme, y esta vez lo conseguí.
—¡Lexie! —grité como pude, necesitaba saber dónde y cómo estaba ella—. ¡Lexie!
—Lexie está bien, escapó hace unas horas.
Me volví hacia un lado para ver a mi otra «yo», cuyo aspecto era un reflejo del mío. Llevaba un vestido blanco manchado de sangre; su cabello rubio estaba sucio y tenía la cara cubierta de heridas, moretones y hollín.
—¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo conseguiste que ella escapara?
Noté que le costaba trabajo responder.
—Es una larga historia. Ahora es tú turno. Debes irte. Ya. Yo ya he hecho todo lo que he podido.
—¿De quién es la sangre? —le pregunté, mostrándole las manos.
Hizo una mueca mientras se tocaba un costado. Un segundo después, yo la imité. Ambas teníamos la misma herida hecha por un arma blanca, probablemente de un cuchillo o una navaja.
—No más preguntas... — Apuntó con un dedo en una dirección—. ¡Vete! ¡Rápido!
Eso hice. Seguí la dirección en la que había señalado su dedo, avanzando con dificultad entre los árboles y tropezando varias veces debido al dolor en mi tobillo. Tenía los dedos de los pies entumecidos y mis dientes no dejaban de castañear por el frío que comenzaba a hacerse cada vez más fuerte en el interior del bosque.
Cada crujido de ramas o susurro del viento me hacía girar bruscamente la cabeza para buscar una silueta moviéndose entre los troncos de los árboles. Mis sentidos estaban en alerta máxima, pero no sabía si era sólo mi imaginación o si realmente había alguien siguiéndome. El presentimiento de que no estaba sola se aferraba a mí como una sombra persistente, aumentando mi sensación de vulnerabilidad en medio de la oscuridad y el silencio.
Intenté acelerar el paso, pero la nieve era profunda y mi tobillo un gran obstáculo. Después de caminar durante un buen rato, mis ojos se posaron en lo que parecía ser un lago congelado y, un poco más adelante, una carretera que se extendía hacia el horizonte. La emoción que sentí en el pecho casi hizo estallar mi corazón.
En ese momento, mi otro «yo» se materializó repentinamente a mi lado.
—Lexie debe haber pasado antes por aquí —murmuró, sonaba exhausta—. Le dije que si seguía esa carretera, encontraría un pueblo a unos diez o quince kilómetros. A estas alturas ya habrá llegado, la ayuda debe estar en camino.
Quise preguntarle cómo sabía que había un pueblo cerca, pero el frío ya había congelado mis labios.
—No falta mucho —trató de animarme—. Vamos, tú puedes.
Estaba a punto de asentir, cuando escuché un ruido detrás de mí.
—¡Cuidado! —gritó para advertirme.
Traté de girarme rápidamente, pero antes de que pudiera identificar el origen de los sonidos, fui empujada bruscamente desde atrás. Mi descenso por la ladera fue una experiencia dolorosa. Intenté aferrarme a cualquier cosa para detener mi caída, pero la pendiente cubierta de nieve no ofrecía ningún punto de apoyo. El impacto contra el lago congelado fue tan violento que sentí un dolor agudo al golpearme en la cabeza contra el hielo.
El shock del golpe me dejó momentáneamente aturdida.
—Perra, ¿creíste que podrías engañarme? —escupió una voz masculina.
De entre los árboles, una silueta borrosa comenzó a tomar forma. Al principio pensé que se trataba de un producto de mi imaginación, pero, a medida que se acercaba, vi cómo se iba perfilando la figura de un hombre.
—No tenía ni idea de que fueras tan buena actuando —continuó, bajando por la ladera. Pestañeé varias veces mientras mis ojos se movían en todas direcciones—. Mira que fingir que disfrutabas mi polla...
Rodeé sobre mi costado no herido e intenté incorporarme, pero mi visión seguía desenfocándose mientras trataba de concentrarme en los árboles cubiertos de nieve que rodeaban el lago congelado. Un hilito de sangre se deslizó por un lado de mi rostro; el golpe que me había dado contra el hielo debía haberme abierto la cabeza.
—¿Por qué no me dices la verdad? —Josh se acercó lentamente a la orilla del lago y usó la suela de una de sus botas para verificar que la capa de hielo no fuese a romperse bajo su peso. Tras confirmar que la superficie era lo suficientemente estable, dio un par de pasos hacía mí—. Te gustó hacerlo conmigo, ¿a que sí?
Apoyándome en los codos, empecé a arrastrarme fuera de su alcance.
—¿Qué pasa, preciosa? —Metió una mano en sus pantalones y sacó un cuchillo militar de combate—. ¿Acaso el gato te ha comido la lengua? ¿Por qué no contestas? —Ladeó la cabeza—. Antes no parabas de hablar.
Sin darme tiempo a reaccionar, se abalanzó sobre mí listo para atacar. Por suerte, la nieve bajo sus pies le hizo resbalar. El problema fue que, al caer, la mitad de la hoja del cuchillo que llevaba en la mano derecha se clavó en el hielo, demasiado cerca de mi muslo. Exhalé un gruñido de dolor cuando el filo me cortó la piel. Eso le gustó, porque me miró con el rostro a la altura de mis piernas sonriendo de la manera más retorcida posible.
—Maldición, no sabes lo mucho que me gusta ese sonido.
Asqueada, levanté una pierna y le di un rodillazo en la mandíbula. Después, cuando traté de lanzarme a por el cuchillo, Josh lo desencajó del hielo y me propinó un puñetazo que me desorientó. En mi interior podía sentir a mí otra «yo» tratando de tomar el control de mi «yo» real, de hacerse con los remos de la barca, de sumergirme nuevamente en aguas turbulentas, de ponerse ella bajo halo de luz, pero estaba demasiado cansada.
A lo lejos, oí el aullido de unas sirenas.
Josh se echó a reír.
—De modo que lo tenías todo planeado, ¿no? Me sedujiste para que bajara la guardia, convenciste a Michael de que querías jugar a la familia feliz con él. Joder, incluso trataste de cargarte a Zoe.
Estaba tan exhausta que mi cerebro no lograba retener ninguna de sus palabras. Cerré los ojos con fuerza y, al abrirlos, rodeé nuevamente sobre un costado, esta vez sin importarme que fuese el que me dolía. Mi temperatura corporal había descendido tanto que ya no podía sentir mis heridas. Utilizando mi última reserva de energía, me arrastré penosamente por el lago congelado, avanzando con dificultad sobre mis manos y rodillas.
Las sirenas oyeron más cerca.
—Sólo un poco más... —susurró una vocecita—. Ya casi... tú puedes...
Sin embargo, supe que no iba a conseguirlo cuando una mano me agarró del tobillo que me había torcido y me arrastró de vuelta. Josh me giró, se colocó encima de mí y me aplastó con tanta fuerza que dejé de luchar.
—¿A dónde crees que vas? —se burló. Volvió a clavar el cuchillo en el hielo, esta vez a escasos centímetros de mi rostro—. ¿Realmente creíste que te dejaría escapar?
A pesar del estado de somnolencia en el que me encontraba, escuché varias voces que pronunciaban a gritos mi nombre. Entre ellas, sólo había una que me llamaba «Annalise». Josh esbozó una sonrisa gigantesca.
—¿No es esa la forma en la que te llama tu novio? —Desencajó el cuchillo del hielo y acercó el filo a mi rostro—. ¿Debería matarte cuando lo veamos salir de entre esos árboles? ¿Qué cara crees que...?
En ese instante, la capa de hielo sobre la que estábamos emitió un estruendoso crujido. Josh se puso rígido y yo, aprovechándome de su distracción, lo obligué a soltar el cuchillo hincándole los dientes en la mano.
Antes de que cualquiera de los dos pudiera hacerse con él, se abrió un agujero en el hielo.
—¡No! —oí que gritaba alguien a una distancia considerable.
La ferocidad con la que fui tragada por el lago de agua helada me hizo darme cuenta de que ese era mi fin. Así es como iba a morir. Mis pulmones se contrajeron dolorosamente en busca de oxígeno mientras cientos de burbujas de aire se escapaban de entre mis labios. Intenté mover los brazos para nadar hacia la superficie, pero mis músculos estaban tan agarrotados que se negaron a obedecer. No había nada que hacer excepto...
No.
No iba a morir.
No así.
Ignorando el frío que me envolvía del mismo modo que miles de alfileres atravesándome la piel, me obligué a bracear con todas mis fuerzas hacia arriba. Finalmente, cuando mis dedos rozaron el borde del hielo que no se había quebrado, hice un último esfuerzo por sacar la mitad del cuerpo fuera del agua. A través de mi distorsionada visión, distinguí varias figuras vestidas de negro junto a la orilla del lago. Entre ellas, reconocí a Hunter, que era el único que avanzaba hacia mí, evitando hacer movimientos que debilitaran la capa de hielo.
Detrás de él, los policías rodearon el lago mientras una mujer lo llamaba «imprudente».
Temblando incontrolablemente de pies a cabeza, empecé a arrastrarme en su dirección, pero Hunter se quedó completamente inmóvil cuando el hielo crujió bajo sus pies. La expresión en su rostro me decía que a él no le habría importado caerse al agua, pero no estaba dispuesto a dejar que yo me sumergiera otra vez. Sin apartar sus ojos de los míos, me tendió una mano. Y yo estaba a punto de tomarla cuando un fuerte sonido me sobresaltó.
Me giré para ver a Josh clavar su cuchillo en el hielo, muy cerca de mi pie izquierdo, desesperado por salir de aquel frío infierno; pero lo único que consiguió haciendo eso fue la gruesa capa se agrietara una vez más. En ese momento, Hunter me agarró de la mano y tiró de mí hacia sí mismo, apartándome del trozo de hielo en el que me encontraba justo antes de que se éste desprendiera, sumergiendo a Josh de nuevo en aguas heladas.
Hunter se dejó caer de espaldas en un área del hielo que no se había agrietado conmigo en su pecho. Sin soltarme, se incorporó como pudo y se quitó la chamarra para cubrirme con ella. El calor me hizo cerrar los ojos.
—No, no, no —oí que decía, desesperado, mientras me estrechaba con fuerza entre sus brazos—. Por favor, Annalise. Por favor, mi amor. No te quedes dormida. Quédate conmigo, ¿sí? Quédate conmigo. Te lo suplico.
Lo último que recuerdo es haber murmurado algo antes de quedarme profundamente dormida.
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