Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 55 | Había una vez, hace mucho, mucho tiempo

Desperté de golpe, desorientada y con el corazón latiéndome en la garganta. Lo último que recordaba antes de desmayarme era el espantoso sonido que había hecho el bate de béisbol al golpear con demasiada fuerza la nuca de Lexie. Desesperada por saber cómo estaba, giré mi cuerpo hacia un lado en un intento por incorporarme, pero un mareo horrible me obligó a dejarme caer una vez más sobre la cama. Respiré hondo, apoyé la cabeza en la almohada y esperé a que el efecto de lo que impedía que me incorporara se disipara.

Cuando recuperé por completo la movilidad de mi cuerpo, me senté poco a poco para inspeccionar la habitación en la que me encontraba. A simple vista, parecía una habitación de lo más ordinaria, de no ser por el hecho de que no tenía ventanas. De las dos únicas puertas que había, una conducía a una sala de baño provista con una ducha y un retrete, mientras que la otra, por más que la zarandeé, se negó obstinadamente a abrirse.

Mi corazón se aceleró al darme cuenta de lo que eso significaba.

Había sido secuestrada.

Ignorando el temblor en mis manos, registré hasta el último rincón de la habitación en busca de algo que pudiera servirme para abrir la puerta, así fuese a la fuerza. Acababa de postrarme sobre mis rodillas para echar un vistazo debajo de la cama cuando una diminuta luz roja que parpadeaba en una de las esquinas llamó mi atención. Un escalofrío se extendió por todo mi cuerpo al descubrir que alguien me observaba a través de una cámara, pero me obligué a mantener la calma. Lo primordial era encontrar una forma de salir de ahí, y rápido.

Tras rebuscar en todas partes, lo único que encontré fue una antigua lámpara de noche sobre la mesita que se situaba a un lado de la cama. La desarmé hasta quedarme sólo con la base de madera y después me acerqué a la puerta, sosteniendo aquella pieza como si se tratase de un martillo. Dando poderosos golpes, hice todo lo posible por romper el pomo como había visto en innumerables películas, pero la puerta permaneció inamovible.

—Vamos, ábrete, por favor... —susurré.

Alrededor de cuarenta minutos más tarde, un dolor punzante en mi muñeca izquierda hizo que la base de madera se me resbalara de las manos. Respirando con dificultad debido al esfuerzo que estaba haciendo, me detuve un minutos para recuperar el aliento y apoyé la espalda en una esquina de la habitación, donde supuse la cámara no podría verme. Para mi sorpresa, la cámara se movió y apuntó con su lente en mi nueva dirección.

Apreté los labios con fuerza.

—¿Dónde está Lexie? —demandé en voz alta, mirando directamente a la cámara—. ¿Está bien? ¿Ya la ha revisado un médico? —insistí, a pesar de saber que nadie me respondería—. Zoella la golpeó muy fuerte, ella...

Eso no es cierto.

Pegué un brinco y miré a mi alrededor, pero yo era la única persona en la habitación.

—¿Zoella? —balbuceé después de varios segundos, incrédula.

Tu amiga aún está con vida, lo que significa que no la golpeé tan fuerte.

—Entonces, ¿está bien? —No hubo respuesta—. ¿Puedo verla?

Como Zoella no parecía tener intenciones de responder a mis preguntas, regresé a la puerta impulsada por la desesperación, decidida a romper el pomo con la pieza de madera a como diera lugar.

No importa cuánto lo intentes, la puerta no se abrirá.

Me volví de nuevo hacia la cámara.

—Retener a alguien en contra de su voluntad es un delito —le hice saber.

Su risa despreocupada me revolvió el estómago.

¿Te crees que no lo sé?

—¿Por qué estás haciendo esto? —le pregunté, tragándome el nudo que tenía en la garganta

¿De verdad eres tan estúpida como para necesitar que yo te lo diga?

Sentí una oleada de vergüenza, impotencia y sobre todo, indignación.

—No puedo creer que hayas sido capaz de llegar a tales extremos por un hombre.

Fue como tirar del gatillo de un arma cargada.

¡Hunter era mío y tú me lo arrebataste! —gritó.

—Yo no te arrebaté nada.

Sí, lo hiciste, pero eso ya no importa. Contigo fuera del camino, él no tardará en volver a mí.

A pesar de la situación en la que me encontraba, la seguridad con la que ella pronunció esas palabras me hizo sonreír. Respiré hondo, crucé los brazos sobre mi pecho y alcé la barbilla sin dejar de mirar a la cámara.

—Yo no estaría tan segura si fuera tú —murmuré—. La última vez que hablaste con él, le dijiste que ibas a ir a por mí. Ahora que he «desaparecido», está claro que tú vas a ser la primer persona de quien van a sospechar.

Su silencio fue motivo suficiente para calmar el miedo que se había estado aferrando a cada fibra de mi ser. En el fondo, ambas lo sabíamos. Que me encontraran sólo era cuestión de tiempo. Hunter y la policía no iban a descansar hasta encontrarme. O, mejor dicho, no iban a descansar hasta encontrarnos, pensé, resistiendo el impulso de llevarme una mano al vientre para acariciar mi estómago cuando éste protestó retorciéndose.

«Todo va a estar bien, ma chérie —tranquilicé mentalmente al bebé—. Te prometo que pronto lo volveremos a ver».

***

Atrapada en una habitación sin relojes ni ventanas, resultaba prácticamente imposible llevar la cuenta de los días que pasaban. Después de mi conversación con Zoella, no hubo más intercambios de palabras entre nosotras. Los únicos sonidos constantes eran el de mi respiración y el de los feroces latidos de mi corazón.

Dormía cada vez que el cansancio me vencía y, al despertar, encontraba un cambio de ropa limpia sobre la mesita junto a la cama, además de una bandeja con comida. Al principio me rehusé a comer, pero terminé cediendo más que nada por el bebé. Con el paso del tiempo, la vida en encierro fue poco a poco convirtiéndose en una batalla por mantener la cordura mientras el aislamiento me carcomía lentamente desde adentro.

De vez en cuando, miraba directamente a la cámara y decía:

—Quiero ver a Lexie.

Sin embargo, jamás obtuve una respuesta.

Aferrada a la esperanza de encontrar una salida, me pasaba los días intentando abrir la puerta con la ayuda de la base de madera. No me detuve cuando me clavé varias astillas en los dedos de las manos, y tampoco me detuve cuando el ardor del esfuerzo comenzó a propagarse a lo largo de los músculos de mis brazos.

Un día al despertar, decidí poner a prueba una nueva estrategia.

Miré directamente a la cámara y dije:

—Quiero hablar con Michael.

Horas más tarde, comenzaba a creer que mi petición sería nuevamente ignorada cuando la puerta de la habitación se abrió. Mi corazón se aceleró al ver a Michael entrar e instintivamente di un paso hacia atrás, sosteniendo la base de madera entre nosotros, preparada para atacarlo en caso de que llegara a ser necesario.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí encerrada? —le pregunté, tragando saliva con dificultad.

Estiró un brazo para arrebatarme el arma improvisada de las manos.

—Dos semanas.

Su respuesta me hizo contener la respiración.

Habría jurado que llevaba ahí más que sólo dos semanas.

—¿Dónde está Lexie?

—Tu amiga está bien.

—¿De verdad? —Asintió perezosamente—. ¿Puedo verla? —No respondió—. Por favor, déjame verla —le supliqué, pero Michael se limitó a mirarme durante un minuto entero sin pronunciar ni una sola palabra.

De pronto, una furia desenfrenada estalló dentro de mí

—¡¿Por qué?! —exclamé, empujándolo con todas mis fuerzas—. ¡Te traté bien, fui amable contigo! ¡Entonces, ¿por qué?! —Lo empujé otra vez, pero era como intentar mover una pared—. ¡¿Por qué estás haciéndome esto?!

Mi violenta reacción hizo que la imperturbable expresión en su rostro se viera ligeramente alterada.

—A estas alturas ya deberías haberte hecho una idea.

—¡¿Qué se supone que significa eso?! —grité, arremetiendo una vez más contra él. Quería golpearlo hasta que los puños me dolieran, pero Michael me sujetó por las muñecas, me dobló los brazos detrás de la espalda y me aprisionó bruscamente contra la pared—. ¡¿Qué haces?! —exclamé, presa del pánico—. ¡No, suéltame! —exigí.

Pero no lo hizo.

—¡He dicho que me sueltes! —insistí, retorciéndome como una histérica.

En lo que yo malgastaba inútilmente mis fuerzas, Michael se inclinó hacia adelante y apoyó su frente contra la mía. Horrorizada, cerré los ojos, apreté los párpados y me quedé completamente quieta.

—Por favor, por favor, por favor, no lo hagas... —susurré, temiendo que me besara otra vez.

—¿Que no haga qué? —preguntó él. Los temblores que me sacudían debieron haberle dado una pista de qué era a lo que me refería, porque al poco tiempo añadió—: Descuida, lo que pasó ese día, no lo volveré a hacer.

Abrí los ojos para mirarlo a través de las lágrimas que se habían acumulado en mis pestañas.

—¿Por qué? —insistí, se me quebró la voz—. ¿Por qué me estás haciendo esto?

—Es una larga historia —suspiró.

Un par de lágrimas se deslizaron lentamente por mis mejillas.

—Quiero oírla —murmuré—. Quiero saber por qué me estás haciendo esto.

—De acuerdo —dijo.

Y entonces, comenzó:

—Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, una mujer cuyo marido era excesivamente celoso. Cada mirada, cada palabra, cada interacción que ella tenía con otro individuo, desataba su furia. Sus celos no conocían límites y, lamentablemente, sus manos tampoco. La violencia era su respuesta ante cualquier sospecha o duda de infidelidad, por mínima que fuera. Por fortuna para ella, en medio de esa tormentosa vida, la mujer contaba con la amistad sincera de su mejor amigo de la infancia. Este hombre, secretamente enamorado de ella desde el primer momento en que la vio, le ofrecía seguridad y un gran alivio al miedo y dolor que su esposo le hacía pasar.

»Un día, el peso de todo el cariño y la atención que su mejor amigo le brindaba se volvió demasiado abrumador. Dividida entre el amor que sentía por su esposo y la necesidad de ser amada de la manera que ella necesitaba, la mujer sucumbió ante la tentación y cometió el error de pasar una noche con él. El fruto de dicho error fue un embarazo inesperado. Aun cuando la mujer aseguraba que el bebé era de su esposo, al que ella amaba con sinceridad, en el fondo todos lo sabían; ese niño no era más que una prueba viviente de su infidelidad.

»Consciente del peligro que representaba el descubrimiento de la verdad, la mujer ideó un desesperado plan. Después de fingir un accidente, le pidió al verdadero padre del niño que ocultara a su bebé. Este hombre tomó un avión a Francia, donde se deshizo del recién nacido. Desgraciadamente, hay quienes tienen la absurda creencia de que dar a un bebé en adopción promete una vida mejor a la criatura, cuando la realidad es todo lo contrario. Estos lugares, lejos de ser entornos idílicos y llenos de amor, son sitios oscuros, donde la atención y el cuidado son prácticamente nulos. Los niños son tratados con indiferencia, e incluso suelen ser maltratados por el personal a cargo. El orfanato en Francia al que ese recién nacido fue llevado no fue la excepción.

Tragué saliva, experimentando una sensación de hormigueo en el estómago.

—Creer que un recién nacido tiene más probabilidades de ser adoptado es una idea errónea, ya que, al final, son quienes enfrentan períodos de espera más largos en el sistema de adopción. Algunos incluso pueden pasar toda su infancia en instituciones antes de encontrar una familia que esté dispuesta a hacerse responsable. El problema, claro, es que al no compartir lazos de sangre con una familia adoptiva, estas difícilmente dejarán de verte como lo que eres, un completo extraño. De las doce familias que fueron aprobadas para pasar por el período de prueba de adopción, tres de ellas cambiaron de idea, cuatro devolvieron al niño por falta de compromiso y cinco fueron rechazadas luego de que la trabajadora social encontrara signos de abuso infantil.

Aquella información me dejó sin aliento.

—Tener que regresar al orfanato después de un intento fallido era un infierno, pero el ser elegido por una nueva familia era un infierno aún peor. Conforme fueron pasando los años, el niño creció deseando saber más sobre las personas que lo habían abandonado. Su curiosidad era tan grande que, a sus doce años de edad, hackeó el sistema de la institución para obtener los datos acerca de la persona que lo entregó siendo él apenas un recién nacido. Fue así como descubrió que, del otro lado del mundo, la madre que lo rechazó ya había tenido otro hijo, esta vez sin duda de su amado esposo, al que ya había sido infiel una vez. Por otro lado, el padre que lo abandonó también había tenido una hija con una mujer a la que embarazó por error y con la que fue obligado a casarse.

Pestañeé varias veces, asimilando lo que él acababa de decir.

—Supongo que puedes hacerte una idea de cómo fue que ese niño se sintió. Sus padres no sólo lo habían abandonado, también lo habían remplazado. Todo por un error que él ni siquiera cometió. —Chasqueó la lengua con desdén—. Dime, Ellie, de haber sabido cómo iba a ser su vida, ¿crees que ese niño habría deseado nacer?

No supe qué responder. Sobre todo, porque esa era una pregunta que a menudo yo me solía hacer.

—Finalmente, cuando el chico cumplió la mayoría de edad, decidió que era hora de visitar a sus padres en Seattle. Lo último que esperaba era encontrar a su madre recluida en una institución mental tras haber asesinado a su celoso esposo frente a su otro hijo en un arranque de locura. Después de ese trágico incidente, el bastardo de su medio hermano fue adoptado por la familia de su madre, de modo que, en teoría, no le fue tan mal.

El corazón me latía tan fuerte que podía oír el golpeteo de mi sangre detrás de las orejas.

—A quien no le fue tan bien fue a su media hermana; esa otra hija que el padre del chico tuvo con la mujer con la que fue obligado a casarse —continuó, apartándome un mechón de cabello rubio de la frente—. Después de que su adorada abuela falleciera, sus padres le compraron un castillo para así no tener que hacerse cargo de ella. Rodeada de lujos pero necesitada de atención, la chica creció mendigando pequeñas muestras de amor.

Lo miré sin decir nada, esperando a que continuara.

—Verte a través de las cámaras de seguridad me hacía sentir enfermo. Eras tan... patética —resopló—. Siempre rebajándote ante los demás por un poco de afecto. —Se rio, pero fue un sonido vacío, carente de emoción—. Quería lastimarte, así que me quedé en Seattle durante dos años enteros, esperando a que llegara el momento perfecto para deshacerse de ti. Y para eso, comencé colándome en tu habitación todas las noches.

Cientos de recuerdos surgieron desde las profundidades de mi subconsciente, en los cuales vi a un joven de pie frente a mi cama, al que en su momento confundí con un fantasma que solía verme dormir.

—Eras tú —susurré, con un nuevo nudo formándose en mi garganta.

Michael esbozó algo parecido a una sonrisa.

—Mi plan siempre ha sido matarte —admitió en voz baja, sin soltarme ni apartarse.

No pude evitar pensar en todos esos sueños en los que lo veía a él, como un fantasma hecho de sombras, tratado de estrangularme. Al final, resultó que no habían sido sólo sueños. Todas esas noches en las que él había puesto sus manos alrededor de mi cuello, apretándolo hasta desmayarme, habían sucedido en realidad.

—¿Por qué nunca lo hiciste? —quise saber.

Desvió la mirada un instante antes de volver a mirarme.

—Porque eres demasiado brillante. Matarte sería como tratar de apagar el sol. —Abrí la boca para decir que eso no tenía ningún tipo de sentido, cuando agregó—: Y yo aún quiero seguir mirándote.

—Michael... —comencé, pero a él no pareció gustarle la forma en la que lo miré.

—Sabía que no lo entenderías —dijo.

—¿Qué es lo que se supone que debo entender? —pregunté, sacudiendo la cabeza—. ¿Que tuviste una mala vida por haber sido abandonado cuando eras apenas un recién nacido, y que por eso decidiste desquitarte conmigo? ¿Que en realidad eres mi medio hermano y que me secuestraste sólo porque no puedes matarme?

—No se trata de eso.

—¿Ah, no? Entonces, ¿de qué demonios se trata?

—¡Piénsalo! —exclamó a voz en grito—. Tú y yo siempre hemos querido lo mismo: Una familia. Podemos serlo. Podemos tenerlo. No necesitamos a nadie más. Sólo tú y yo. Seremos una familia. Una verdadera familia.

—No —exclamé, con más fuerza de la que pretendía—. Tú y yo jamás vamos a ser una familia.

Sus labios se curvearon en una retorcida sonrisa.

—Es una lástima, pero esa decisión no depende de ti. —Finalmente, me soltó los brazos y se dirigió hacia la puerta—. Te quedarás aquí hasta que termine con los preparativos para nuestra nueva vida en Francia.

Lo miré con el ceño fruncido.

—¿Estás loco? No pienso ir a ningún lado contigo.

—Lo harás si no quieres que tu amiga sea quien sufra las consecuencias.

Me quedé petrificada mientras la sangre se me helaba en las venas.

—Te juro que si le haces daño... —Michael se rio, se dio la vuelta y echó a andar hacia la puerta—. ¡No, espera! ¡No te vayas! —exclamé con desesperación, pero él no me escuchó. Salió de la habitación antes de que yo pudiera acercarme y cerró la puerta con llave, encerrándome—. ¡No le hagas daño, por favor! —Agarré el pomo y lo giré, lo giré con todas y cada una de mis fuerzas—. ¡Lexie no tiene nada que ver en esto, ¿me oyes?!

Estampé las manos contra la puerta una y otra vez hasta que éstas me empezaron a doler.

—¡Haré lo que sea, iré contigo a donde quieras, así que por favor, por favor, por favor, no le hagas daño a Lexie! —supliqué entre lágrimas—. ¡Si tanto quieres desquitarte con alguien, desquítate conmigo maldición! —La puerta se estremeció, pero no se abrió. Volví a golpearla y a golpearla y a golpearla hasta que dejé de sentir los huesos de mis dedos—. ¡Te odio! ¡Eres un maldito! ¡No sabes cuánto me arrepiento de haberte conocido!

Todo esto es culpa tuya.

Pegué un brinco cuando la otra Ellie se materializó repentinamente junto a mí. Se le veía bien. Tenía buen aspecto. A diferencia de mí, que estaba hecha un desastre, ella parecía la chica más saludable del universo.

—Tú... —susurré, dando un tembloroso paso hacia atrás—... no eres real.

Que estemos aquí es gracias a ti.

—Ya basta.

¡Eso te pasa por confiar demasiado en las personas!

—¡He dicho que ya basta!

De pronto, las luces se apagaron, dejándome completamente a oscuras.

—No... —balbuceé, estirando los brazos hasta dar de nuevo con la puerta. Giré el pomo. No se abrió. Estaba cerrada. Cerrada desde afuera. Y yo estaba... encerrada. Encerrada en ese lugar—. Por favor, no...

Subyugada por el miedo, me hundí en el suelo con los brazos protegiéndome la cabeza.

—Por favor, no...

No podía ver nada. Estaba a oscuras. Completamente a oscuras. Y ella estaba ahí. En algún lugar. Podía oírla. Podía sentirla. Estaba furiosa. Furiosa conmigo. «Es tu culpa» no dejaba de repetir «Todo esto es tu culpa».

—Lo siento —susurré, casi no podía respirar.

Me dolía mucho la garganta.

—... realmente lo siento... —sollocé.

Me tapé la cara con las manos para contener las lágrimas.

—Mamá, papá, grand-mére...

Y entonces, pensé en Hunter.

Él definitivamente...

No vendrá —exclamó una voz idéntica a la mía—. No sabe dónde estás.

Me encogí aún más en mi lugar.

Ni siquiera tú sabes dónde estás.

Hice un esfuerzo por respirar.

—Eso no... él... él...

Así que deja ya de soñar.

—Yo... yo... —tragué saliva. Me dolía mucho el pecho—... tengo miedo...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro