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Capítulo 54 | Manzanas caramelizadas

—Entonces, ¿Hunter se reunirá con nosotros más tarde? —preguntó Lisa mientras dábamos una vuelta por el parque de diversiones, recorriendo las atracciones, las casetas de entretenimiento y los puestos de comida.

El aire olía a algodón de azúcar, a manzanas bañadas en caramelo y a palomitas de maíz recién hechas.

—Sí —contesté, un tanto distraída, admirando la rueda de la fortuna que se alzaba majestuosamente contra el cielo nocturno, con sus brillantes luces parpadeantes que formaban diferentes tipos de patrones.

—¿Va en serio con eso de convertirse en luchador profesional?

—Así parece.

—¿Qué hay de ti? —Lisa y yo íbamos agarradas de la mano. Una brisa de aire fresco alborotó mi cabello, arrojándome mechones rubios a la cara—. ¿Ya sabes qué es lo que harás una vez que termines el instituto?

Me volví hacia ella con una pequeña sonrisa en los labios.

—Voy a convertirme en chef —le hice saber.

—¿Como tu abuela?

—Sí, como mi abuela.

En su rostro se dibujó una enorme sonrisa.

—Vas a ser la mejor chef del mundo. —Me eché a reír—. No, en serio, tu comida es deliciosa. Especialmente esa pasta con camarones que tanto te gusta. —Apretó mi mano con fuerza —. Oh, Ellie, ¿qué tal si nos casamos?

En ese momento, Trevor fingió que tosía para recordarnos que él también estaba ahí.

—Por favor, Ellie, no escuches a mi novia.

Lisa puso los ojos en blanco mientras dejaba escapar algo parecido a un bufido.

—Trev está tomando clases de cocina —explicó en voz baja, aunque no lo suficiente para que él no la escuchara—. Ayer, un mes después de que comenzara a tomar clases con una tal «Miss Ronnie», se presentó de sorpresa en mi casa porque quería prepararme algo rico de comer. A que no adivinas qué fue lo que pasó.

—Lizzy, por favor, no le vayas a decir que...

—¡Provocó un incendio y tuvimos que llamar a los bomberos!

—Eso no es...

Lisa se detuvo abruptamente y volvió hacia él para enfrentarlo.

—¿Qué es lo que has estado haciendo todo este tiempo con «Miss Ronnie»? ¿Mirarle los pechos?

Trevor hizo una mueca.

—¿Por qué iba a mirarle los pechos a una mujer de más de sesenta años?

—¡No lo sé, tú dime!

—Oigan... —traté de intervenir.

El parque de diversiones estaba más lleno de lo habitual, por lo que había muchísima gente. La discusión entre Lisa y Trevor pronto comenzó a llamar la atención de los demás transeúntes, que nos miraban curiosos.

—¡Admítelo, estás molesta conmigo desde que dije que Harry y Ginny no tienen nada de química!

—¡Sólo lo dices porque no te has leído los libros!

—Oigan...

—¡Harry tenía mucha más química con Hermione y lo sabes!

—¡Cierra la boca, asqueroso sangre sucia!

A Trevor se le desencajó la mandíbula.

—¿Cómo acabas de llamarme...? —empezó a decir.

—No puede ser, ¿ya vieron eso? —exclamé, señalando un colorido establecimiento con letreros de neón que anunciaban los nombres de los videojuegos más populares del momento—. ¡Es un salón de videojuegos!

Lisa y Trevor siguieron la dirección en la que apuntaba mi dedo y, al cabo de unos segundos, cualquiera que haya sido la razón por la que habían estado discutiendo dejó de importarles por completo.

—¡Tenemos que ir! —chillaron al unísono.

Tras cruzar las puertas del bullicioso establecimiento, fuimos recibidos por diferentes tipos de consolas empotradas en las paredes, con sus pantallas gigantes y sus llamativos controles. Desde clásicos como Pac-Man y Súper Mario Bros hasta los últimos lanzamientos. Los jugadores se agrupaban alrededor de las consolas, ya sea para competir entre sí en duelos de habilidad y destreza o para perderse en mundos de guerra y destrucción.

Lisa y Trevor se dirigieron rápidamente hacia un juego de zombies. Se acomodaron cada uno en su lugar y agarraron las pistolas láser, listos para enfrentarse a hordas de no muertos en la pantalla gigante. Sentada en un sofá detrás de ellos, contemplé a sus personajes moverse con gracia dentro del videojuego, disparando con precisión a todo zombie que se acercara. Sus movimientos estaban perfectamente sincronizados, como si compartieran un instinto natural para protegerse mutuamente. En cuanto un grupo de zombies rodeaba a Lisa, Trevor intervenía y la cubría mientras ella recargaba su pistola. Del mismo modo, cuando Trevor se encontraba en apuros, Lisa lo respaldaba con disparos certeros en la cabeza que eliminaban instantáneamente a los enemigos.

Quince minutos más tarde, Lisa y Trevor estaban por enfrentarse a un mega zombie de tres metros cuando comenzó a vibrar mi teléfono. Al revisar el nombre en la pantalla, vi que se trataba de una llamada de Hunter.

—Chicos, voy a salir un momento a contestar una llamada —les informé, levantándome del sofá.

—¿Es Hunter? —preguntó Trevor, sin dejar de dispararle en un ojo gigante al zombie de tres metros.

—Dile que se dé prisa o le dispararemos una bala en el trasero —siseó Lisa entre dientes, esquivando por los pelos un ataque de vómito ácido que lanzaba de vez en cuando aquel mega zombie.

Me reí prometiéndoles que lo haría antes de salir del salón de videojuegos.

—¿Ya vienes? —pregunté apenas contesté la llamada.

Del otro lado de la línea, Hunter dejó escapar un profundo suspiro.

Ya casi, nena. Por culpa de un imbécil que no respetó una señal de tráfico estamos todos atacados.

—Tú tampoco sueles respetar las señales de tráfico —le recordé.

De algún modo, casi pude sentir la sonrisa que se extendía por sus labios.

Tienes razón, pero yo jamás he provocado un accidente por ello.

En ese momento me vi repentinamente atraída por un delicioso aroma. Cerca, en uno de los puestos de comida, un joven sumergía manzanas en una olla burbujeante de caramelo caliente, cubriéndolas con una capa dorada antes de ser colocadas en palitos de madera y dejándolas a enfriar para que el caramelo se solidificara a su alrededor, creando una capa crujiente y dulce que contrastaba perfectamente con la frescura de la fruta.

Sin apartarme el teléfono de la oreja, eché a andar hacia esa dirección.

—Date prisa —le dije a Hunter mientras me formaba—. Quiero subirme a la rueda de la fortuna contigo.

Estaré ahí más tardar en quince o veinte minutos.

—¿No puedes llegar antes que eso?

Lo escuché reírse en voz baja.

¿Tanto así quieres verme?

Resoplé de la manera más ruidosa posible.

—Yo no, el bebé —le hice saber.

¿El bebé? —preguntó, desconcertado.

—Sí, la única forma en la que ella deja de provocarme antojos cuando tú estás cerca.

Se quedó callado unos segundos.

¿«Ella»?

Noté que se me calentaban las mejillas.

—Bueno... creo que va a ser una niña —balbuceé, echando miradas fugaces a mi alrededor para asegurarme de que nadie estuviese escuchándome—. Siempre está pidiéndome cosas dulces, ya sea fresas con crema, helado de frambuesa o rollos de canela. Ahora mismo estoy haciendo fila para comprar una manzana con caramelo.

Cuando Hunter no dijo nada, comencé a hablar sin parar, trabándome con mis propias palabras.

—Leí en internet que, según los antojos que tiene la madre durante el embarazo, se puede saber si se está esperando a un niño o una niña. Claro que no es más que un mito, no es como que esté comprobado o algo.

Del otro lado de la línea no hubo más que un prolongado silencio.

—Hunter, ¿sigues ahí? —pregunté, con un nudo atorado en la garganta.

¿Y si la idea de que el bebé fuese niña le había desagradado? ¿Había cometido un error al decirle lo que había leído en internet? ¿Qué iba a hacer si el sexo del bebé lo hacía cambiar de opinión sobre tenerlo conmigo?

Dos Annalise.

Respiré hondo en un desesperado intento por tranquilizarme.

—¿Huh?

Si el bebé es una niña, significa que habrá dos Annalise.

—¿Dos Annalise?

Sí, una grande y una pequeña —continuó, y me pareció oír que se reía—. Suena bien.

Una vez llegado mi turno en el puesto de manzanas caramelizadas, el vendedor me entregó una a cambio de dos dólares. Después de pagar, me hice a un lado en la fila y sostuve el teléfono entre la oreja y el hombro para poder quitarle la envoltura a mi manzana. Necesitaba darle una mordida o mi estómago comenzaría a gruñir.

—Por cierto... —empecé a decir, pero me detuve al sentir que se me hacía agua la boca.

¿Hmm?

—Hoy voy a contarle todo a Lisa.

¿Todo?

—Sí, voy a decirle lo del bebé. —Me acerqué a una papelera para tirar la envoltura—. ¿Te parece bien?

Por mí está bien.

Sostuve la manzana caramelizada frente a mí, a unos centímetros de mi rostro, pero no la mordí. Me divertía negarme a darle al pequeño ser que crecía dentro de mí lo que me pedía o, mejor dicho, lo que me exigía.

—¿Y si se los decimos juntos? —Mi estómago protestó retorciéndose—. Trevor aún no lo sabe, ¿verdad?

No, no lo sabe. —Se escucharon las bocinas de varios autos—. Y sí, me parece bien que se los digamos juntos. —Hizo una pausa de varios segundos—. Nena, están empezando a moverse. Estaré contigo pronto, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Oye... —murmuró justo cuando me apartaba el teléfono de la oreja.

—¿Sí?

Ya quiero verte.

Una sonrisa tiró de mis labios.

—Pero si me viste esta mañana.

Lo sé, estoy intentando ser romántico.

Me eché a reír con ganas.

—Pues se te da del asco. —Mi estómago se retorció de nuevo, aunque esta vez parecía estar diciéndome: «¡No le hables así!»—. Parece que tienes una fan —le hice saber a Hunter—. El bebé se enoja cuando te hablo feo.

¿En serio?

—Eso creo, probablemente sea sólo mi imaginación.

Oí que chasqueaba la lengua.

Así que me defiende, ¿eh?

Suspiré de forma dramática, imitando los suspiros de Lisa.

—Ya hablaré con ella más tarde.

En cuanto di por terminada la llamada, guardé el teléfono en mi bolso y me di la vuelta para regresar al salón de videojuegos. Acababa de dar tres pasos cuando una niña de cabello castaño se dio de bruces conmigo.

—¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? —le pregunté, arrodillándome frente a ella para comprobar su estado. Sin embargo, en vez de responder, la pequeña miró la manzana de caramelo que sostenía en mi mano—. ¿Te gustan las manzanas con caramelo? —Al verla asentir con la cabeza, no dudé en ofrecérsela—. Toma, aquí tienes.

Pensé que mi estómago protestaría retorciéndose de nuevo, pero sucedió todo lo contrario. Los músculos de mi vientre se relajaron, como si no le molestara que acabase de regalar su tan deseada manzana caramelizada.

—Se supone que no debes aceptar dulces de extraños, lo sabes ¿verdad? —le comenté a la niña, que estaba demasiado ocupada comiéndose sólo la capa de caramelo de la manzana. Se quedó quieta un instante y me miró con los ojos bien abiertos. Su reacción me hizo reír—. Dime, ¿cómo te llamas? ¿Sabes dónde están tus padres?

Señaló una dirección al azar con un dedo, dándome a entender que sus padres debían estar cerca, probablemente volviéndose locos buscándola. Suspiré y me apoyé en los talones para estar a su misma altura.

—Molly —murmuró de pronto, debía tener entre cuatro o cinco años.

—¿Molly?

—Sí, me llamo Molly.

En mis labios se dibujó una sonrisa.

—Mucho gusto, Molly. Yo soy Ellie.

—Ellie —repitió ella, mirándome fijamente con sus enormes ojos verdes—. Eres muy bonita, Ellie.

—¿Eso crees? —Molly asintió—. Pues yo creo que tú eres muchísimo más bonita.

Sólo entonces, la niña me regaló una gran sonrisa.

Mientras la pequeña disfrutaba a mordiscos su manzana, yo estiré una mano para apartarle el cabello de la boca en un intento por evitar que se manchara como estaba manchándose toda la cara. Justo en ese momento, la madre de Molly apareció abriéndose paso entre la multitud de personas que rodeaban los puestos de comida.

—¡Molly! —exclamó al ver a su hija, acercándose a nosotras con la respiración agitada—. Por todos los cielos, ¿cuántas veces debo decirte que no salgas corriendo así? Casi me da algo cuando te perdí completamente de vista.

—Molly tiene pies muy rápidos —murmuré, sonriéndole tanto a la madre como a la hija.

—Gracias por no dejar que corriera más lejos —me dijo la madre—. Desde que esta pequeñita aprendió a usar los pies no hace más que correr por todos lados. Un momento, ¿de dónde sacaste eso? —le preguntó a su hija. La pequeña me señaló con un dedo—. No puedo creerlo, ¿le robaste la manzana de caramelo a esta señorita?

—Ellie —respondió la niña, sin dejar de mirarme—. Se llama Ellie, mami.

La madre me miró con las mejillas coloradas.

—Por favor, deja que te pague la manzana.

—Está bien, no se preocupe.

—Insisto.

—No es necesario, de verdad.

Después de asegurarle un par de veces más que no necesitaba pagarme la manzana, puesto que sólo me había costado dos dólares, nos despedimos con una sonrisa antes de continuar cada una nuestro camino. Molly agitó una mano para decirme adiós desde los brazos de su madre. Mis ojos las siguieron hasta que las vi reunirse con un hombre que las esperaba cerca de la rueda de la fortuna. Me quedé allí, en medio del ajetreo, observando a la familia feliz. Una sensación de anhelo se apoderó de mí e instintivamente me llevé una mano al estómago.

—Eres una buena niña —susurré, dándome palmaditas en el vientre al recordar la manera en la que se había comportado cuando le di su manzana de caramelo a Molly—. Creo que nos vamos a llevar muy bien.

En mi camino de regreso al salón de videojuegos para volver con Lisa y Trevor, divisé a Christopher y a Lexie a lo lejos, en una de esas atracciones en los que hay que dar un golpe con un mazo para poner a prueba tu fuerza. Lexie estaba riéndose de algo que él le decía mientras Christopher la miraba como si adorara verla sonreír.

Como sabía que al verme, ambos se incomodarían, decidí tomar un camino diferente para llegar al salón de videojuegos. Lo último que quería era arruinarles la noche, de modo que caminé y caminé, perdida en mis pensamientos, deslizándome sin problemas entre la marea de personas apiñadas en el parque de diversiones.

No mucho después, mi teléfono comenzó a vibrar en el interior de mi bolso. Traté de alcanzarlo sin detener mi andar, pero una mano enguantada se cerró con fuerza en mi muñeca, parándome en seco. Cuando me giré y alcé la vista para ver de quién se trataba, me encontré con unos ojos de un gris tan intenso que me recordaron al color que solían adquirir las nubes justo antes de que se desatara una poderosa tormenta.

—¿Michael? —balbuceé, porque no esperaba encontrarme con él en un lugar como ese, tan lleno de gente.

—Perdona —se disculpó con un tono amable, libreándome de su agarre—. Te vi pasar hace un momento, pero no sabía si realmente eras tú —explicó, mirándome a los ojos con una sonrisa—. ¿Cómo has estado?

Y ahí estaba de nuevo, esa inexplicable sensación de familiaridad y confianza que crecía en el interior de mi pecho cada vez que Michael y yo nos encontrábamos por casualidad en los lugares más inesperados.

—Más o menos —confesé, exhalando un profundo suspiro.

—¿Más o menos? —repitió, su expresión se tornó un poco más seria.

—Es que... tengo un montón de cosas en la cabeza.

Michael me estudió con atención durante varios segundos.

—¿Tiene que ver con que estés a punto de graduarte? —preguntó, interesado.

—¿Cómo sabes que estoy a punto de graduarme?

—Olvidas que yo ya he pasado por esa etapa.

—Es verdad —me reí y sacudí la cabeza—. Olvidé que estoy hablando con un universitario.

Hizo un gesto con la mano, invitándome a caminar con él para que dejáramos de obstaculizarle el paso a los demás transeúntes. Acepté encantada con la esperanza de que, en cualquier momento, vería llegar a Hunter.

—¿Estás aquí con alguien? —oí que me preguntaba.

—Sí, vine con dos amigos que ahora mismo esperándome en el salón de videojuegos.

—¿Tienes prisa por ir con ellos?

—Pues... la verdad es que no entiendo mucho sobre videojuegos. —Entrelacé los dedos con torpeza por encima de mi estómago—. ¿Está bien si me quedo contigo hasta que llegue la persona a la que estoy esperando?

—¿Te refieres a tu novio?

Una oleada de calor se extendió por mis mejillas.

—¿Qué hay de ti? —pregunté, para no tener que responder—. ¿Estás aquí con alguien?

Me miró de soslayo con una sonrisa que, por alguna razón, me recordaba a alguien, aunque...

—Se podría decir que fui arrastrado por unos compañeros de la universidad.

Michael y yo seguimos caminando hasta llegar a un puesto de bebidas, donde se ofreció a comprarme lo que yo quisiera. Mi estómago dio un brinquito y enseguida «ella» comenzó a exigirme una malteada de fresa.

—Por cierto, ¿está bien para ti estar aquí? —murmuré, dándole un sorbo mi malteada; tuve que reprimir un gemidito de placer ya que sabía deliciosa. Dios mío, ma chérie, contrólate—. Lo digo por lo de tu misofo...

—Una de las recomendaciones que no deja de hacerme mi terapeuta es insistir en que acuda por voluntad propia a lugares donde suele congregarse mucha gente —dijo—. Según dice, es la mejor manera de acostumbrarse a este tipo de situaciones. Aunque lo cierto es que ahora mismo lo único que deseo es arrancarme la piel.

Me llevé una mano a la boca para no escupir mi malteada.

—Sólo bromeaba. —Una risa suave e inesperada brotó de su garganta—. Recuerda que existen diferentes grados de misofobia, Ellie. Y, aunque no lo parezca, mi grado de misofobia no es lo suficientemente grave.

—Si lo que dices es cierto, ¿por qué nunca te quitas los guantes?

Michael me miró mientras inclinaba la cabeza hacia un lado.

—Supongo que es porque me he acostumbrado a llevarlos. —Entonces, se quitó el guante negro de la mano derecha para, a continuación, tocarme la mejilla izquierda con la punta de los dedos—. ¿Lo ves?

Esbocé una sonrisa amigable.

—Bien, tú ganas, siento haber dudado de ti —bromeé.

—¿Quieres oír un secreto?

Parpadeé varias veces ante su repentina pregunta.

—Te escucho.

—La verdad es que aún siento un poco de repulsión cuando toco a otras personas sin los guantes —murmuró—. Lo extraño es que, cuando te toco a ti, no siento repulsión en absoluto.

—¿Crees que sea porque me baño dos veces al día?

Se echó a reír nuevamente

—Tal vez —respondió con una sonrisa—. O quizás sea porque...

De pronto, alguien pasó junto a mí, empujándome con tanta fuerza que terminé tirándome encima toda la malteada. Me volví para decirle unas cuantas palabras al responsable, pero, quien sea que haya sido la persona que me había empujado con malas intenciones, se perdió rápidamente entre la multitud de gente.

—Creo que hoy no es mi día —suspiré, volviéndome hacia Michael.

Él dio un paso al frente para protegerme de las miradas curiosas con su cuerpo.

—Cerca de la entrada me pareció ver un puesto en el que venden camisetas con el logotipo del parque —me informó—. Vamos, te compraré una para que te cambies.

—Estoy bien, no te preocupes —le aseguré.

Sin embargo, el blusón de tirantes blanco que llevaba puesto empezó a adherirse a mi piel, dejando entrever sutilmente el contorno de mi sostén, lo que me hizo ganar la mirada de uno que otro pervertido.

—Por favor, deja que te compre una camiseta —insistió Michael, con la mandíbula apretada.

Al final, dejé que me guiara al puesto de camisetas cerca de la entrada, donde terminó comprándome una camiseta de color rojo escarlata que tenía el logotipo de «Elliot Bay Park» en letras blancas sobre un fondo azul.

—Será mejor que te cambies ahí —dijo, señalando un conjunto de baños portátiles ubicados en un rincón un tanto apartado, los cuales probablemente eran utilizados por los empleados del parque de diversiones.

A pesar del mal olor que solía haber en los baños portátiles, me encerré en uno de los cubículos y me cambié el blusón por la camiseta en un abrir y cerrar de ojos. Michael estaba esperándome fuera, cerca de una de las orillas del muelle, detrás de las bodegas de los puestos que se alineaban a un lado de la entrada del parque.

—Listo, ya terminé —le hice saber mientras abría mi bolso para meter el blusón dentro.

En ese momento, recordé que mi teléfono había estado vibrando antes. Tenía tres llamadas perdidas de Hunter, además de un mensaje en el que ponía:

«Estoy con Trevor y tu amiga en el salón de videojuegos, ¿tú dónde estás?»

Me encontraba escribiendo una respuesta cuando me arrebataron el teléfono de las manos.

—¿Tu novio? —preguntó Michael, leyendo el nombre de la persona que aparecía en la pantalla.

—Algo así —balbuceé, al tiempo que se me calentaban una vez más las mejillas—. Ahora mismo estamos pasando por una especie de reconciliación, pero... —Me quedé callada al verlo arrojar mi teléfono al agua—. ¿Michael? —murmuré, incrédula, volviéndome hacia él con el ceño fruncido—. ¿Por qué has hecho eso?

Se encogió de hombros desinteresadamente.

—Porque ya no lo vas a necesitar.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

—¿Qué...?

—Vas a venir conmigo —dijo, muy tranquilo.

—¿Contigo? —Michael asintió—. ¿A dónde?

—Lejos.

—P-pero... —tragué saliva y, por un segundo, pensé que se echaría a reír y me diría que era una broma.

Sin embargo, no lo hizo.

—Aún no lo entiendes, ¿verdad? —preguntó, arrastrando las palabras con una voz gélida—. Llevo mucho tiempo observándote. Sé que no tienes nada por lo que vivir. —Sonrió—. Y yo sé exactamente cómo se siente eso.

No dejes que el miedo te controle —susurró una vocecita a mis espaldas—. Recuerda, lo primero que debes hacer en una situación de peligro es mantener la calma y observar todo lo que pueda ser útil para defenderte.

—Sabes, de no ser por mí, tú no estarías aquí.

Me puse rígida cuando vi que se acercaba, obligándome a retroceder hasta la barandilla del muelle. Empecé a mirar a todas partes, buscando algo, lo que sea, que de alguna forma pudiera serme útil para defenderme.

—¿De qué estás...?

—Debiste haber muerto ese día, cuando te tomaste todas esas pastillas.

El ritmo de mi corazón se intensificó hasta alcanzar un nivel alarmante.

—¿Cómo sabes que...?

—Pero decidí salvarte la vida.

Vacilé al percibir que me temblaban las piernas.

—¿Tú...? ¿Fuiste tú quién...?

—¿Sabes qué es lo que pienso? —preguntó, alzando las manos sin guantes para tocarme el rostro con ellas sin dejar de mirarme—. La razón por la que puedo tocarte sin sentir asco es porque tienes un alma pura.

En caso de encontrarte sola en un lugar, debes hacer alusión a que no lo estarás por mucho tiempo, ya sea porque has quedado con amigos o porque alguien irá a buscarte —escuché mi propia voz desde algún rincón de mi mente.

—D-detente, ¿quieres? —tartamudeé, odiándome por ello. Todo lo que deseaba hacer era empujarlo y echar a correr con todas mis fuerzas, pero estaba paralizada—. Hunter debe estar buscándome, estará aquí pronto.

—Ahora que lo pienso, él tiene mucha razón —continuó, acercando su rostro al mío.

—Ya basta...

—Tú eres como el sol.

—Michael...

—Cálida, radiante y hermosa —continuó.

—Por favor, di que es una broma —susurré, con el corazón latiéndome en la garganta.

¡Idiota, no debes suplicar! Ahora él...

—Descuida, todo va a estar bien. —Estabamos tan cerca que, de algún modo, logré ver lo que se ocultaba detrás de sus ojos: curiosidad y deseos por comprobar una cosa—. Quédate quieta —murmuró—. No te muevas.

Entonces, lentamente, presionó sus labios contra los míos.

Me quedé helada, invadida por un hormigueo de pánico mientras el interior de mi estómago se retorcía de manera nauseabunda. Parpadeé varias veces antes de plantar las manos sobre su pecho para tratar de apartarlo, pero Michael frunció el ceño, enredó los dedos en mi pelo y siguió besándome, desesperado por sentir algo.

—¿Ellie? —exclamó una voz que me cortó la respiración—. ¿Por qué estás...? ¿Qué significa...?

—Haz que se vaya o lo lamentarás —susurró Michael, sin volverse hacia ella para que no le viera la cara.

Temblando, respiré hondo varias veces antes de estirar el cuello para asomarme por encima de su hombro.

—E-estoy bien —le dije a Lexie, que me miraba como si no pudiera creer que estuviera ahí, besándome con otro hombre. Tragué saliva para humedecer mi garganta, la sentía seca—. Sólo... finge que no has visto nada.

—¿Por qué? —preguntó ella, sin entender lo que sucedía—. Pensé que Hunter y tú...

—Lex —exhalé esta vez, apretando un poco los dientes—. Vete y deja de meter las narices en mis asuntos.

Vi el momento exacto en el que mis palabras la hirieron.

—Vale, como quieras. No me interesa.

Pero el asunto no terminó ahí.

Lexie estaba por volverse para dejarnos a solas cuando notó que algo no andaba bien. Tragué saliva y me aferré a la parte delantera de la sudadera de Michael, esperando poder detenerlo en caso de que intentara hacer algo en su contra. Cuando él vio la expresión en mi rostro, sonrió.

—Suéltala o te juro que... —comenzó a decir Lexie, pero un fuerte sonido se tragó el resto de su amenaza.

Michael se hizo a un lado para que yo la viera caer sobre sus rodillas en el suelo, con un hilito de sangre bajándole por la nariz. Me tomó varios segundos comprender que alguien la había golpeado con un bate en la cabeza. Horrorizada, intenté acercarme a ella mientras gritaba su nombre, pero Michael me atrapó y presionó un paño húmedo contra la mitad del rostro.

El olor me hizo arder la nariz, quemándome la garganta por dentro.

—¿Qué hacemos con esta? —preguntó la persona que sostenía el bate de béisbol.

Traté de contener la respiración, pero Michael apretó el brazo con el que me rodeaba, sacándome el aire.

—Ahora es un testigo, no podemos dejarla —respondió con calma a mis espaldas. Sin importar lo mucho que forcejeara, ya sea retorciéndome, pateándolo o clavándole las uñas en las muñecas, él no me soltó—. Dile a Crawford que la suba a la camioneta.

—¿Nos la vamos a llevar también?

—Sospecharán menos si desaparecen juntas.

Mi visión comenzó a tornarse borrosa, pero me obligué a aguantar un poco más. Lexie gimió algo desde el suelo, agarrándose la cabeza mientras su cuerpo medio erguido se balanceaba de lado a lado como una hoja.

«Es mi culpa —sollocé, con los ojos llenos de lágrimas—. Es mi culpa, es mi culpa. No debí confiar tanto en él».

—¿Crees que otro golpe la mate?

—Me parece que ya le has causado una contusión.

—Por favor, apenas si la toqué.

Aun en contra de mi voluntad, mis párpados amenazaron con cerrarse, pero ni siquiera así dejé de luchar.

«¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? —quise preguntarle mientras me retorcía desesperadamente. No podía creer que necesitara sólo un brazo para sostenerme—. ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué a mí? ¿Qué te hice? ¿Qué te hice? ¿Qué te hice?»

—Llámalo, ya casi es hora —ordenó Michael—. Pronto empezarán a buscarlas.

La persona del bate dio un paso al frente, exhibiendo ante mí una enorme y cruel sonrisa.

—Se lo dije —murmuró, alzando el bate para golpear nuevamente a Lexie—. Le dije que iba a ir a por ti.

Y, con esa horrible imagen en mi mente, me dejé engullir por un abismo de oscuridad.

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