Capítulo 53 | Dame una oportunidad
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté una vez que Hunter apagó el motor de la camioneta.
Nos encontrábamos frente a una residencia de dos plantas pintada de blanco, con contraventanas azules y un garaje espacioso que emanaba una sensación acogedora, complementando así el diseño clásico de una casa estilo americano. El jardín delantero era de un verde brillante y estaba podado con un gran esmero, como si alguien se hubiese dedicado meticulosamente a su mantenimiento. Sin embargo, lo que más llamó mi atención fueron los tulipanes rosas que danzaban mecidos por la suave brisa del viento, adornando la fachada de la casa.
En vez de responder, Hunter se apeó de la Jeep y rodeó el vehículo para abrirme la puerta.
—Te dije que iba a mostrártelo.
—Pero... ¿mostrarme el qué? —pregunté, desabrochándome el cinturón de seguridad.
Vaciló unos segundos antes de tomar mi mano, para luego entrelazar sus dedos con los míos.
—Ven —dijo.
Me guio a través de un camino de piedra que conducía a la casa y me hizo subir los escalones de madera que llevaban al porche. Después, utilizando una llave, abrió la puerta y la mantuvo abierta para dejarme pasar.
—No entiendo, ¿qué se supone que vas a mostra...?
Lo que sea que había estado a punto de preguntar dejó de parecerme importante cuando vi el interior de la casa. Los suelos de madera resplandecían sin una mota de polvo y la luz natural del día se filtraba a través de las ventanas, iluminando hasta el último rincón de la estancia, pero eso era todo. Dentro no había nada más.
—Una vez me dijiste que querías una casa con un jardín bonito y una cocina espaciosa. —Parpadeé varias veces y me volví hacia él para mirarlo, atónita—. Si no te gusta, aún estoy a tiempo de conseguir algo mejor.
—Hunter,..
—¿Hmm?
—¿Te compraste una casa?
—No —respondió, rozándome la mejilla con el pulgar—. Te compré a ti una casa.
—¿Qué? —Di un paso hacia atrás—. ¿Te volviste loco?
Sus labios se curvearon en una media sonrisa.
—Probablemente, pero mi terapeuta dice que se puede tratar.
Saber que ahora hacía bromas sobre sus problemas me hizo soltar un bufido.
—Estoy hablando en serio —espeté.
—Yo también.
Lo miré con el ceño fruncido.
—No, no puedes haberme comprado una casa.
—No es que no pueda —dijo—. Es que ya lo hice.
—E-espera un segundo —balbuceé, arrebujándome más en su cazadora de cuero negra mientras procesaba sus palabras. Era como si mi cerebro estuviese trabajando a un ritmo más lento de lo normal, pero sabía que era debido al medicamento que me habían dado en la clínica—. ¿De dónde sacaste el dinero para comprar una casa?
Hunter se encogió de hombros con una expresión despreocupada.
—Digamos que tenía algo de dinero guardado.
—¿Suficiente para comprar una casa? —pregunté, desconcertada.
—Algo así —admitió—. Para dar el pago inicial, tuve que pedir un préstamo.
—¿Un préstamo? —Hunter asintió—. ¿A quién?
—Al banco.
—¿Y te lo dieron?
Esta vez esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
—Nena, empiezo a sentirme un poco ofendido.
El rubor que se extendió por mis mejillas me llevó a bajar la mirada.
—Lo siento, no pretendía...
—Fue muy difícil —admitió, levantándome la barbilla para que lo mirara a la cara—. Debido a mi edad y falta de historial crediticio, ningún banco quería aprobarme un préstamo, pero Robert y Elizabeth me ayudaron.
—Ya veo —murmuré, porque no sabía qué más decir.
—¿Te gusta?
Eché un segundo vistazo al interior de la casa.
—Me gusta.
Con una sonrisa, Hunter me rozó los dedos de la mano, invitándome a tomar la suya.
—Ven, deja que te muestre la cocina.
Caminamos por un pasillo que conectaba diferentes estancias, entre ellas un baño para invitados, una sala de lavandería y un comedor. La cocina, tal y como Hunter había prometido, era bastante espaciosa. Una barra ocupaba el centro y, pese a estar desprovista de electrodomésticos y mobiliario, destacaba por su belleza y sencillez.
Traté de visualizar cómo es que luciría la casa con el transcurso del tiempo, una vez que estuviese llena de vida y actividad. Sin embargo, la imagen en mi mente fue reemplazada por una neblina de incertidumbre que impidió que imaginara un futuro en ese lugar. Algo dentro de mí se resistía a la idea de dejarse llevar por las expectativas, advirtiéndome cautelosamente que construir castillos en el aire sólo podría llevar a la desilusión.
—¿Vas a fingir que todo está bien sólo porque Hunter te compró una casa, o Hunter te compró una casa sólo para fingir que todo está bien? —susurró una vocecita maliciosa a mis espaldas—. Ambas sabemos cuál es la respuesta correcta.
—No te gusta —advirtió Hunter, con la cabeza ladeada, evaluando la expresión en mi rostro.
Tragué saliva antes de apartar una vez más la mirada.
—No es eso, es que yo...
Cuando no dije nada más, él lo entendió.
—Te estoy haciendo sentir abrumada.
Miré el suelo durante medio minuto antes de volver a hablar.
—Estoy un poco cansada, creo que necesito descansar.
Dio un paso vacilante hacia mí y, justo cuando creí que me abrazaría, se detuvo.
—La cama está arriba —dijo, tomándome de la mano.
Tras subir las escaleras hasta la segunda planta, me condujo a lo que parecía ser la habitación principal: una estancia enorme con brillantes suelos de madera y paredes pintadas de gris, en la que destacaba un colchón matrimonial con sábanas de muy buena calidad; un lujo un tanto inesperado en medio de toda esa simplicidad.
—¿Te has estado quedando aquí? —pregunté al ver algunas de sus cosas sobre la cama.
—Sí, no he vuelto a mi apartamento desde que supe que Zoella tiene acceso a él.
Respiré hondo por la nariz.
—¿De verdad no la llamaste ese día?
—No. Y tampoco sé cómo es que entró.
—Lo que dices no tiene ningún sentido.
—Lo sé, exactamente por eso le pregunté a Mónica si existía otro juego de llaves, además del tuyo y del mío, pero ella me aseguró que no había más.
—Entonces, ¿cómo entró?
Hunter se quedó quieto varios segundos.
—No lo sé, pero hay algo más —dijo—. Cuando Mónica y yo revisamos las cámaras de seguridad, éstas no estaban funcionando. Y eso incluye tanto las que están en el interior del edificio como las que están por fuera.
—Bueno, hay que tener en cuenta que a ese edificio no le vendría mal una remodelación.
Sin embargo, Hunter negó con la cabeza.
—No lo entiendes, nena. El edificio podrá parecer un basurero, pero las cámaras de seguridad siempre han funcionado. Sucede lo mismo con el ascensor, es sólo que Mónica nos ha estado engañando todo este tiempo al decir que no servía.
Estuvo a punto de escapárseme un: «¿Nos?».
—Trevor cree que alguien las hackeó —continuó.
Me froté las sienes con los dedos en un intento por aliviar mi dolor de cabeza.
—¿Por qué alguien querría hackear las cámaras de seguridad de ese viejo edificio? —ironicé.
—Ya te lo dije, tú no la conoces. No como yo.
—¿Insinúas que Zoella hizo que alguien hackeara las cámaras de seguridad del edificio para así poder entrar a tu apartamento y crear un malentendido entre nosotros? —resoplé, resultaba ridículo—. ¿Tanto te cuesta admitir que ese día, después de que tú mismo me echaras, la llamaste a ella porque extrañabas sentir el calor de su cuerpo?
—No me crees —dijo, mirándome con una expresión de derrota.
—No, no te creo.
—Annalise...
—¿En serio puedo dormir aquí? —pregunté, echándole un vistazo a la cama que, a pesar de no estar sobre una base (el colchón estaba literalmente en el suelo), se veía bastante cómoda—. Estoy que no doy para más.
—La casa es tuya, la compré para ti.
—Bien —dije, y empecé a desatarme el nudo de la corbata del uniforme.
—¿Quieres que me vaya? —preguntó, todavía desde la puerta.
—No —me apresuré a decir, volviéndome hacia él—. No te vayas.
Apoyó un hombro contra el marco de madera.
—Puedo dormir en el suelo —dijo mientras yo me sentaba el colchón para deshacerme de los zapatos.
No pude evitar poner los ojos en blanco.
—No voy a dejar que la persona que me compró una casa duerma en el suelo —contesté, dándole palmaditas al lado izquierdo de la cama—. Aunque, pensándolo bien, quizás sí que debería.
En su rostro se dibujó una sonrisa traviesa.
—¿Está segura?
Lo miré con los ojos entrecerrados al tiempo que intentaba acomodarme en la cama.
—Sí, pero tengo una condición —le hice saber.
Hunter comenzó a acercarse.
—Te escucho.
Dibujé una línea imaginaria con el dedo justo en el centro de la cama.
—Si alguna parte de tu cuerpo cruza esta línea, lo lamentarás.
—De acuerdo —aceptó sin refutar.
—Hablo en serio.
—Yo también —me aseguró, riéndose por lo bajo, tumbándose a mi lado.
Luego, me cubrió con las sábanas, me atrajo hacia él y me estrechó entre sus brazos.
—Hunter, te dije que no...
—Si no quieres esto, empújame y te soltaré.
Respiré hondo por la nariz, pero no lo empujé.
—Eres un...
—¿Idiota?
—Imbécil.
Una risa profunda hizo retumbar su pecho.
—Vaya, no tenía idea de que eras tan mal hablada.
Me costó trabajo no echarme a reír. Al cabo de unos minutos, sentí que se me cerraban los párpados. Tener a Hunter cerca resultaba muy reconfortante, y casi me había quedado dormida cuando lo escuché decir:
—Extrañaba esto.
—¿Hmm? —murmuré, somnolienta.
—Dormir contigo en mis brazos.
Quise dejar escapar un bufido.
—Aún estoy enojada.
—Lo sé.
—Y tampoco te creo nada.
—Está bien.
Nos quedamos en silencio un instante, disfrutando de estar juntos, con nuestros corazones latiendo al unísono. Después de un buen rato, presioné la nariz contra su pecho e inhalé su agradable olor masculino.
—Sé que mis malas decisiones te lastimaron —susurró. Los brazos que tenía a mi alrededor me estrecharon con más fuerza—. Pensé que estaba haciendo lo correcto, que estarías mejor sin mí. No quería ser egoísta, pero... —noté que temblaba—... si no estás conmigo, me siento perdido. Tú eres todo lo que quiero y todo lo que necesito.
Sus palabras me llenaron los ojos de lágrimas, pero me obligué a mantenerme firme en esa situación. En especial, porque no podía sólo decirle: «Está bien, lo entiendo. Te perdono. Tú también eres todo lo que quiero y todo lo que necesito», ya que, a decir verdad, las cosas no eran tan simples. Exactamente por eso, en lugar de responder, me guardé esas palabras dentro, muy dentro, para que ni siquiera él pudiese arrebatármelas después.
♡
A la mañana siguiente, Hunter me acompañó a mi casa o, mejor dicho, a la casa que compraron mis padres luego de que falleciera mi abuela para así no tener que hacerse cargo de mí. A pesar de haber dicho que no pensaba volver a poner un pie en ese lugar, al final había tenido que hacerlo. Necesitaba llevarme algunas de mis pertenencias, entre ellas algo de ropa, zapatos y, lo más importante, mis otros juegos del uniforme escolar.
La semana de exámenes finales comenzó como una patada en la espinilla y terminó como un puñetazo en el estómago. En los pasillos del instituto se escuchaban susurros nerviosos mientras el alumnado intercambiaba apuestas sobre quién obtendría las mejores notas. Había quienes se aferraban desesperadamente a sus libros de texto, revisando sus páginas una y otra vez para asegurarse de no haber cometido errores, y había quienes compartían los nombres de sus compañeros de baile en un intento por desviar la atención de las tensiones académicas. A pesar del estrés por los resultados, la anticipación por el baile de graduación era más que palpable.
—Deberíamos hacer algo para celebrar que por fin terminó esta semana infernal.
Miré a Lisa, que acababa de reunirse conmigo luego de que sonara el último timbre del día.
—¿Se te ocurre algo? —le pregunté.
—Por supuesto que sí, ya sabes que a mí siempre se me ocurre algo.
Cerré mi casillero y me volví hacia ella.
—¿Y bien?
—¿Qué tal si vamos al parque de diversiones? Montañas rusas, algodón de azúcar, luces brillantes, creo que es la manera perfecta para liberar todo el estrés de esta semana. Además, tengo cuatro entradas para mañana.
La idea sonaba tentadora, pero dudaba que pudiera subirme a una atracción sin vomitar.
—No lo sé, Lisa.
—Vamos, di que sí —insistió ella—. ¿Acaso ya olvidaste lo bien que nos la pasamos el año pasado?
Recordé el sonido de nuestras risas desenfrenadas, el sabor de los churros empapados de azúcar y las fotos ridículas que nos habíamos hecho en la rueda de la fortuna. Una sonrisa tiró de mis labios ante ese recuerdo.
—Sólo si prometes no volver a subirte a la montaña rusa con el pez dorado que pienso ganar para ti.
Lisa soltó un chillido de emoción que casi me dejó sorda.
—¡Eres la mejor! —exclamó, envolviéndome en un asfixiante abrazo. Justo cuando pensé que iba a quedarme sin aire en los pulmones, me soltó—. Por cierto, ¿cómo están las cosas entre Hunter y tú? —preguntó—. Me sorprendió verlos llegar juntos el otro día. Pensé que... bueno, dijiste que habían terminado y luego admitiste que en realidad nunca habían salido en serio. A decir verdad, esto es algo que llevo días queriendo preguntarte, pero no sabía si era el momento adecuado para hacerlo. Ustedes... ¿están saliendo en serio esta vez o...?
—No, no estamos saliendo.
Mi respuesta sin duda la desconcertó.
—Pero estás quedándote con él, ¿no?
La miré con los ojos entrecerrados.
—No me digas, ¿Trevor otra vez?
Lisa esbozó una sonrisita traviesa.
—De alguna parte tengo que rascar información, y él es mi fuente más confiable.
Crucé los brazos sobre mi pecho y alcé la barbilla.
—¿Qué más te ha dicho ese sucio bocazas? —quise saber.
—Pueees... me dijo que Hunter compró una casa con la que se endeudó de por vida y que tú estás quedándote con él. También me dijo que no ha faltado ni una sola vez a terapia, lo cual parece ser una especie de milagro o algo así. Oh, y también me dijo que los tulipanes rosas que están en el jardín son artificiales.
—¿Algo más?
—Noup, eso es todo.
Una vez estuve segura de que Lisa no estaba al tanto de mi embarazo, dejé escapar un suspiro. Había hecho bien en pedirle a Hunter que no le contara nada a Trevor, sobre todo porque sabía que no era bueno guardando secretos. Planeábamos darles la noticia en algún momento, claro, pero quería que esperáramos un poco más.
—Sabía que los tulipanes eran falsos —murmuré, en un intento por desviar la conversación.
—¿De verdad estás quedándote con él?
—Sí —respondí, porque no tenía sentido negarlo.
—Pero no están saliendo.
—No.
Llevaba toda esa semana quedándome con Hunter en la casa que él había comprado para mí, pero entre nosotros no estaba pasando nada. No estábamos saliendo ni habíamos hablado sobre retomar nuestra relación. Nos estábamos tomando las cosas con calma. Lo único que hacíamos era acostarnos a dormir en la misma cama.
—Ellie, ¿qué está pasando entre ustedes? ¿Por qué...?
—Es... complicado —la interrumpí.
Permanecimos en silencio varios segundos antes de que ella finalmente dijera:
—Desearía que confiaras más en mí, lo suficiente para contarme todo lo que no me estás diciendo.
Tuve que tragar saliva para deshacer el nudo que se me había formado en la garganta. No estaba siendo justa con Lisa. Lo sabía y eso hacía que me odiara a mí misma. En vez de acudir a ella, que desde un principio no había hecho más que elegirme a mí por encima de todo, había ido corriendo a pedirle ayuda a Lexie.
—Mañana —anuncié de repente.
—¿Mañana?
—Sí, te lo contaré todo mañana.
Lisa me miró con los ojos abiertos de par en par.
—¿Estás hablando en serio?
—Sí, estoy hablando muy en serio.
—Júramelo.
—Te lo juro.
—No, así no. —Alzó el dedo meñique—. Júralo por la garrita.
Se me escapó una risa, pero aun así entrelacé mi dedo meñique con el suyo.
—Te lo juro por la garrita.
Mientras sonreíamos, algo captó la atención de Lisa por encima de mi hombro. De alguna forma u otra, supe que era Hunter quien se acercaba a nosotras. Hace días que podía sentirlo incluso sin verlo. Cada vez que él se encontraba cerca, una oleada de calidez inundaba mis sentidos, asentándose en el interior de mi estómago.
Al bebé debía gustarle mucho su presencia.
—Laura —saludó Hunter a mi amiga, deteniéndose detrás de mí a mí.
—Lisa —lo corregí yo.
—Lisa —repitió él, deslizando una mano por mi cintura—. Trevor está buscándote.
Lisa emitió una especie de bufido.
—Qué manera tan sutil de pedir que me vaya.
—Tú lo has dicho, no yo.
Le propiné un golpe en el costado, lo que provocó que Hunter me mirara con una sonrisa.
—Bien, ya me iba de todas formas. —Ignorando la mano que Hunter tenía alrededor de mi cintura, Lisa estiró los brazos para darme un largo abrazo—. Mañana, no lo olvides. Te llamaré para ponernos de acuerdo.
—Sí —murmuré, devolviéndole el abrazo.
—Ah, y puedes invitarlo —me dijo antes de irse.
Una vez nos quedamos a solas, Hunter me entregó un vaso de fresas con crema. Algo en mi estómago dio un brinco de felicidad, sobre todo al ver que se trataban de las fresas con crema que preparaba la esposa de Hank.
—En la mañana dijiste que tenías antojo de fresas con crema.
—Pero estas son...
—Hank me dio su número —explicó—. Sólo tuve que hacerle una llamada.
Noté que se me calentaban las mejillas, así que me aclaré la garganta.
—Gracias —le dije.
En lo que me encargaba de quitarle la tapa al vaso de platico para llevarme una porción de fresas con crema a la boca, Hunter me guio hacia la salida sin apartar su mano de mi cintura. Ya en el estacionamiento, me abrió la puerta del copiloto y después rodeó rápidamente la Jeep para acomodarse en su lugar detrás del volante.
—¿Tienes algo que hacer mañana por la noche? —pregunté, abrochándome el cinturón de seguridad.
Hunter apoyó un brazo en el respaldo del asiento para mirar hacia atrás mientras daba en reversa.
—Termino de entrenar a las siete —respondió—. ¿Por qué? ¿Piensas invitarme a salir?
Estuve a punto de poner los ojos en blanco.
—Lisa quiere ir al parque de diversiones que está en el Muelle 57 sobre Elliott Bay —continué, haciendo una pausa para saborear otra de mis fresas con crema—. ¿Te gustaría acompañarnos?
—Me toma dos horas volver del club de artes marciales —dijo. A día de hoy, Hunter seguía entrenándose para convertirse en luchador profesional—. Estaría reuniéndome con ustedes a eso de las nueve, ¿te parece bien?
—Sí, está bien. —Después de unos bocados más, dejé las fresas con crema en el portavasos de la camioneta, me limpié las manos y lo miré—. Por cierto, Hunter, hay algo de lo que quería hablar contigo. Es sobre el bebé.
Me miró de reojo, expectante.
—Te escucho.
Crucé las manos sobre mi regazo y apreté los labios.
—Antes me dijiste que, sin importar la decisión que tomara, tú ibas a estar ahí para apoyarme. Yo... lo he estado pensando y creo que... creo que ni tú ni yo estamos mentalmente preparados para tener un bebé.
—¿Cambiaste de opinión en cuanto a...?
—No —me apresuré a responder—. Pienso a tenerlo pero no... no quiero quedarme con él.
Hunter redujo poco a poco la velocidad hasta que finalmente nos detuvimos en un semáforo en rojo. El silencio entre nosotros se prolongó y durante un buen rato ninguno de los dos dijo nada. No tuve el valor para mirarlo a la cara, por lo que mantuve la vista clavada en mis manos para así no tener que ver su expresión.
Cerré los ojos e inspiré hondo por la nariz.
—Me he estado informando en internet sobre cómo es que funcionan los servicios de adopción —continué para romper el silencio—. Resulta que hay varias agencias y programas que son bastante conocidos, pero aún no me he puesto en contacto con ninguno de ellos. Quería saber qué es lo que piensas primero.
La luz del semáforo cambió a verde, pero la camioneta no se movió.
—¿Es eso realmente lo que quieres?
Se me llenaron de lágrimas.
—Quiero ir a la universidad —susurré, mordiéndome el labio inferior para no empezar a llorar—. Quiero viajar a diferentes partes del mundo, quiero tomar clases de pintura, quiero abrir una cafetería y quiero llegar a ser una chef reconocida como lo fue mi abuela. Hay muchas cosas que quiero hacer, demasiadas. Pero también sé que tener un bebé lo complicaría todo. No quiero renunciar a mis sueño. No ahora, al menos. Además, no creo que sea justo para el bebé ni para nosotros criar a un niño cuando no estamos mentalmente preparados.
Los autos que se encontraban detrás comenzaron a hacer sonar sus bocinas mientras nos adelantaban soltando palabrotas. Miré a Hunter de forma furtiva, esperando ver algún indicio de su reacción. Tenía las manos aferradas al volante, pero eso era todo. La inalterable expresión en su rostro no revelaba ni una sola emoción.
—¿Qué piensas? —le pregunté.
—¿Es egoísta de mi parte pedirte que lo intentemos?
Parpadeé varias veces, sorprendida por su pregunta.
—¿Tú sí quieres quedarte con el bebé? —balbuceé, incrédula—. ¿Por qué?
Tenía muchas preguntas, muchas dudas.
—Porque es tuyo y mío —respondió, volviéndose hacia mí para mirarme—. Porque es nuestro.
No pude evitar sentirme abrumada por un montón de emociones.
—Hunter... —suspiré.
—Dame una oportunidad, podemos hacerlo.
—Es fácil para ti decirlo, pero...
—Yo me haré cargo de todo —insistió—. De ese modo no tendrás que renunciar a ninguno de tus sueños. Podrás ir a la universidad, podrás viajar por el mundo, podrás tomar clases de pintura, podrás abrir tu propia cafetería, podrás convertirte en una chef tan buena como lo fue tu abuela, podrás hacer todo lo que tú quieras.
—¿Y qué hay de ti? —sollocé, notando cómo las lágrimas empezaban a deslizarse por mis mejillas—. ¿No tienes sueños que quieras cumplir? ¿No hay nada en el mundo que desees hacer con todas tus fuerzas?
Me acarició las mejillas con suavidad para luego sostener mi rostro entre sus manos.
—En este momento tú eres mi sueño —confesó—. Y mi único deseo es convertirte algún día en mi mujer.
De pronto, el único sonido que podía oír eran los erráticos latidos de mi corazón. Abrí la boca para decir algo, lo que sea, pero entonces Hunter esbozó una amplia sonrisa y se inclinó para besarme en los labios.
—Ellie Annalise Morgan Russell, por favor, cásate conmigo.
—¿Qué? —balbuceé, todavía sin palabras—. ¿De qué estás...? ¿Te has vuelto...?
—No ahora, por supuesto —añadió al advertir mi reacción. Aprovechó que yo aún estaba tratando de recuperarme de su repentina propuesta para darme otro beso en los labios—. Casémonos dentro de cinco años.
—P-pero...
—¿Hmm?
Me obligué a mí misma a calmarme, sobre todo a bajar mi ritmo cardíaco.
—Cinco años es mucho tiempo —conseguí decir.
—¿Prefieres que sean tres?
—No, eso no es lo que... —suspiré e intenté apartarme de él.
La sonrisa en su rostro se desvaneció.
—¿Te estoy haciendo sentir abrumada?
Tragué saliva y, tras pensarlo unos instantes, negué con la cabeza.
—No, no es eso.
—Entonces, ¿qué es?
—¿Tú... —vacilé—... realmente crees que seguiremos juntos dentro de cinco años?
—Sí —respondió—. Fui un cobarde al tratar de alejarte. Quería que estuvieras a salvo, ya fuera de mí o de otras personas. Esta vez será diferente. Mientras yo viva, no dejaré que nada ni nadie se atreva a lastimarte.
—Me parece que estás siendo un poquito exagerado.
Sus dedos rozaron de nuevo mis mejillas, esta vez húmedas.
—¿Eso es un sí a casarte conmigo?
Resoplé, pero no pude reprimir del todo una sonrisa.
—No, pero es un: «Voy a pensarlo».
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