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Capítulo 52 | Vamos a casa

En el momento en el que esas dos palabras salieron de mi boca, deseé que se abriera un hoyo en la tierra y me tragara entera. No porque me aterrara la manera en la que Hunter pudiera reaccionar, sino porque estaba convencida de que lo primero que haría sería echarme la culpa por no haberme tomado la pastilla anticonceptiva.

—¿Embarazada? —repitió, su voz era apenas un susurro incrédulo.

Bajé la mirada mientras las lágrimas que había estado conteniendo se deslizaban por mis mejillas.

—Sí —respondí, sintiéndome demasiado avergonzada para enfrentarlo—. Lo siento —balbuceé de nuevo.

Hunter respiró hondo y me levantó la barbilla con los dedos para que lo mirara a los ojos.

—Annalise, deja ya de disculparte.

—Pero... —insistí, aún esperando que me culpara de todo a mí.

—Está bien —dijo en su lugar.

Parpadeé, presa de la confusión.

—¿No estás... enfadado? —pregunté.

—¿Por qué iba a estarlo?

—Pues... —Me restregué las manos en la falda del uniforme—... porque estoy embarazada.

Sin levantarse del suelo, Hunter tomó mis temblorosas manos entre las suyas.

—Bueno, no es como que te hayas embarazado tú sola, ¿o sí?

—P-pero es mi culpa. Yo... olvidé tomarme la pastilla.

—Si a esas vamos, también es mi culpa entonces —murmuró, encogiéndose de hombros. Lo miré con los ojos entrecerrados, sin terminar de entender a qué se refería exactamente—. Fui yo quien no usó un condón.

—P-pero fui yo quien te dijo que...

—Ya basta —me interrumpió, un poco más brusco de lo que pretendía—. Si lo que quieres es que te culpe, no lo vas a conseguir. —Más y nuevas lágrimas se deslizaron por mis mejillas—. Nena, lo que trato de decir es...

—No voy a tenerlo —solté, casi ahogándome con mis palabras—. No quiero, no estoy lista.

Tragué saliva y esperé... ¿qué? ¿rechazo? ¿aprobación? ¿palabras crudas pero reales en apoyo a mi decisión? ¿alguna propuesta que me hiciera querer cambiar de opinión?

—¿Estás segura? —preguntó, acariciándome el dorso de una mano con el pulgar.

—No, pero es lo mejor. —Hunter, que siempre había sido bueno ocultando sus emociones, se tensó—. ¿Tú qué piensas? —le pregunté, porque necesitaba escuchar su opinión—. ¿Estás... de acuerdo con mi decisión?

—Es tu cuerpo —respondió—. No soy quién para decirte qué debes o no hacer.

Desvié la mirada hacia la ventana. ¿Qué esperaba yo? ¿Qué me pidiera tenerlo? ¿Por qué iba a hacerlo? Ahora que él estaba de nuevo con Zoella, el que yo tuviera un bebé sólo iba a traernos un montón de problemas.

—Sin embargo —continuó, apretando mis manos con suavidad—. Si decides tenerlo, me aseguraré de que jamás les haga falta nada. Independientemente de la decisión que tomes, voy a estar aquí para apoyarte.

Sus palabras me hicieron sentir un hormigueo cálido en el estómago. Algo que, por obvias razones, me incomodó y molestó a partes iguales. Respiré hondo antes de apartar mis manos de las suyas.

—Lexie me consiguió el número de una clínica —le hice saber luego de un largo silencio—. Ayer fui a que me hicieran un par de estudios para asegurarse de que todo estuviera bien. Hoy volveré a ir para...

No dije nada más, no hacía falta que lo hiciera.

—¿Puedo ir contigo?

Me sequé las mejillas húmedas con las mangas de mi camisa del uniforme.

—¿Por qué? —quise saber.

—Quiero estar ahí en caso de que necesites tomar a alguien de la mano.

Lo pensé bastante antes de responder:

—Dudo que te dejen pasar conmigo, tendrás que quedarte en la sala de espera.

—Está bien.

Después de eso, nos quedamos en silencio durante varios minutos, mirándonos el uno al otro hasta que la enfermera regresó a la habitación con una compresa fría para mi nariz, que ya había dejado de sangrar.

—¿Te sientes mejor, muñeca?

Asentí con la cabeza.

—Gracias —le dije.

La enfermera me sonrió.

—Por ahora, te recomiendo que te vayas a casa. Necesitas descansar. Yo se lo haré saber a tus profesores, así que no te preocupes. —Miró a Hunter, que se acababa de incorporar—. ¿Cuidarás bien de ella, verdad?

—Siempre —respondió, en un tono muy serio.

Con las mejillas repentinamente enrojecidas, me puse de pie antes de que se ofreciera a ayudarme y, tras darle las gracias una última vez a la enfermera del instituto, salí de ahí con Hunter pisándome los talones.

—Aún falta poco más de una hora para mi cita en la clínica —murmuré, sin detenerme y sin volverme hacia él—. No es necesario que te quedes conmigo hasta entonces, te llamaré cuando llegue el momento.

—Tienes bloqueado mi número.

—Te desbloquearé —dije, y seguí andando hasta llegar a mi casillero.

Hice una mueca al recordar que había dejado mi mochila en el salón de clase.

—Deberías hacer lo que te recomendó la enfermera. —Estaba demasiado cerca. Tanto, que casi podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo contra mi espalda—. Te llevaré a tu casa para que puedas descansar.

—No estoy quedándome en mi casa.

—¿Ah, no? ¿Por qué?

—No es asunto tuyo.

—¿En dónde estás quedándote?

—Eso tampoco es asunto tuyo.

—Nena... —oí que suspiraba. Lo ignoré, cerré el casillero y eché a andar en dirección al salón de clase para recuperar mi mochila. Hunter, por supuesto, no se quedó atrás—. ¿Me dejas llevarte por algo de comer?

—Debo permanecer en ayunas hasta después de la cita —le informé.

Acabábamos de doblar en una esquina cuando casi me di de bruces con Lexie.

—Maldición, ¿eres estúpida o por qué no te fijas por dónde...? ¡Annie! —exclamó al ver que se trataba de mí—. Me dijeron que te sentiste mal y vine tan rápido como pude. ¿Qué pasó? ¿Volviste a tener nauseas por culpa del... —se quedó callada al ver a la persona parada detrás de mí—... um, bocadillo que comiste en mal estado?

—Está bien, Lex. Ya lo sabe.

Lexie me miró con la boca abierta.

—No me jodas, ¿hablas en serio? —Asentí—. Pero... ¿qué tanto sabe exactamente?

—¿Qué tanto se supone que debo saber? —preguntó Hunter a mis espaldas.

Ni Lexie ni yo nos volvimos hacia él.

—Sólo lo justo y necesario —contesté, esperando que no se le ocurriera mencionar lo de mi intento de suicidio frente a él. De ser posible, esperaba que nunca nadie lo supiera—. Quiere acompañarme, así que...

Apreté los labios, sin saber muy bien cómo continuar. A pesar de que mi relación con Lexie ya no era la misma que solíamos tener antes, cuando éramos inseparables, me hacía feliz saber que aún podía contar con ella.

—Ya no necesitas que yo vaya contigo —concluyó Lexie en mi lugar.

—Um, bueno...

En vez de enfadarse, me tomó de las manos con una sonrisa.

—Mejor él que yo, ¿no? Además, es bueno que el dueño del esperma se haga responsable.

—¿Dueño del esperma? —oí que repetía Hunter.

—Me llamarás cuando todo haya terminado, ¿verdad? —Asentí lentamente con la cabeza. Lexie suspiró y me rodeó con los brazos para darme un abrazo—. Si se te olvida llamarme, juro que se lo contaré a todo el mundo.

—No, no lo harás.

—Cállate.

Al sonar el timbre, los pasillos no tardaron en llenarse de estudiantes que necesitaban prepararse para la siguiente clase. Lexie se despidió para evitar que empezáramos a llamar la atención, no sin antes advertirme de nuevo que no olvidara llamarla una vez que todo hubiese terminado o realmente se lo contaría a todos. Después exhalar un largo y profundo suspiro, reanudé mi camino al salón de clase para poder recuperar mi mochila.

Hunter me siguió, me esperó fuera del salón y luego me acompañó hasta la salida.

—¿No tienes nada mejor que hacer? —pregunté al ver que no se iba.

—Necesito hablar contigo.

—¿Sobre qué?

Intentó tomarme de la mano, pero se detuvo antes de que sus dedos rozaran los míos.

—Mi camioneta está por allá —dijo, al tiempo que hacía un gesto con la cabeza en dirección a la Jeep, que se encontraba estacionada en una zona prohibida para los estudiantes, aunque, al parecer, no para él—. ¿Vamos?

Una parte de mí quería mandarlo a freír espárragos, pero la otra estaba realmente desesperada por pasar más tiempo con él. Al final, suspiré para expresar mi disconformidad antes de echar a andar hacia su camioneta.

—¿Y bien? —demandé, ya sentada en el asiento del copiloto.

Hunter terminó de cerrar la puerta de su lado y se volvió hacia mí.

—¿Dónde estuviste los días que faltaste al instituto?

—¿Qué? ¿Cómo sabes que...?

—Trevor.

—Ah, claro. —Crucé los brazos sobre mi pecho—. Ya ni siquiera me sorprende.

—¿Y bien? —insistió, utilizando las mismas palabras que yo—. ¿Dónde estuviste?

—En Nueva York, visitando a mi madre —mentí de mala gana.

—¿Por qué no estás quedándote en tu casa?

—¿Me trajiste aquí para interrogarme?

—Hay algo que no me estás diciendo —murmuró, no era una pregunta—. ¿Qué es?

—Creo haberte dicho que eso no era asunto tuyo.

—¿Tiene que ver con Zoella?

Me sorprendió que tuviera el descaro de pronunciar su nombre en mi presencia.

—¿Por qué tendría que ver con ella? —quise saber.

Apretó la mandíbula con fuerza antes de volver la vista al frente.

—Sé qué fue lo que pensaste ese día, pero entre nosotros no pasó nada.

Abrí la puerta para bajarme de la camioneta.

—No pienso quedarme aquí a escuchar esto —exclamé. No obstante, él fue más rápido, pues se estiró por encima de mí y la cerró sin ningún tipo de problema—. Hunter, si no me dejas salir ahora mismo, te juro que...

—Está bien si no me crees, pero de verdad necesito que me escuches. —Intenté empujar la puerta con todas mis fuerzas, pero él siguió sosteniéndola—. En ese momento no dije nada porque te necesitaba lejos de ella. Tú no la conoces, no como yo. No sabes lo peligrosa que puede llegar a ser cuando se le mete algo en la cabeza.

—Ya basta, déjame salir.

No quería escucharlo, sólo quería irme de ahí.

—El día que me encontré con ella en el bar, me dijo que iba a ir a por ti. —Dejé de intentar abrir la puerta al tiempo que descartaba la idea de darle una buena mordida en el brazo—. Zoella siempre ha sabido dónde golpearme para lastimarme. Por eso, cuando la vi en mi apartamento, cuando te vi a ti en mi apartamento, yo...

La mano con la que mantenía cerrada la puerta para evitar que me fuera tembló.

—... recordé lo que es estar paralizado por culpa del miedo.

Lo miré por encima del hombro sin volverme completamente hacia él.

—Si lo que dices es cierto, ¿cómo explicas que ella estuviera en tu apartamento ese día?

—Eso no puedo explicarlo —respondió.

No pude evitar poner los ojos en blanco.

—Por supuesto que no puedes —resoplé, e intenté abrir de nuevo la puerta.

—Nena, ni siquiera yo lo sé. No sé cómo entró. Jamás le di las llaves de mi apartamento.

—No necesita las llaves para entrar cuando eres tú quien la llama y le abre la puerta.

—Yo no la llamé.

—¿Esperas que me lo crea?

Inspiró profundamente por la nariz antes de agarrar una de mis manos para presionarla contra su pecho.

—Te juro por la memoria de mi madre que no te estoy mintiendo.

A eso se le llama manipulación —se burló una voz desde el asiento trasero—. Mira que usar a su madre para...

La otra Ellie y yo contuvimos la respiración cuando ambas nos percatamos del anillo de plata que Hunter llevaba en el dedo anular de la mano izquierda. Se trataba del anillo que había comprado con la intención de regalárselo el día de su cumpleaños. Ese el cual le había dicho podía tirar o vender porque ya no significaba nada.

Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas.

—Me preguntaste qué estaba haciendo ahí —susurré.

—Esa pregunta no era para ti.

—Mientes.

—Annalise...

—¿Entonces qué? —sollocé, clavándole los dedos en el pecho ya que se negaba a soltar mi mano—. ¿Me dejaste creer que habías estado con Zoella para «mantenerme a salvo» de ella? ¿Eso es lo que tratas de decir?

—Fui un imbécil, lo sé, pero necesitaba que...

—Me rompiste el corazón, Hunter. Tú, que supuestamente ibas a quedarte conmigo para siempre. Tú, que supuestamente nunca ibas a engañarme. No me importa la razón por la que lo hayas hecho. Confiaba en ti, pero al final demostraste ser igual a los demás. Un mentiroso que tarde o temprano iba a terminar por abandonarme.

Vi la forma en la que mis palabras le atravesaban el pecho como cuchillos.

—No te estaba abandonando, sólo...

—Basta, no me interesa seguir escuchándote —espeté mientras tiraba de mi mano con fuerza para hacer que me soltara—. ¿Aún quieres acompañarme a la clínica o tendré que llamar a Lexie para que vaya conmigo?

Tragó saliva sin apartar sus ojos verdes de los míos.

—Quiero ir contigo.

—Bien. —Desbloqueé su número en mi teléfono para enviarle la dirección de la clínica a través de un mensaje de texto—. Esa es la dirección —dije, abrochándome el cinturón de seguridad para luego acurrucarme en el asiento del copiloto—. Despiertamente una vez que hayamos llegado. Hasta entonces, no me dirijas la palabra.

Quizás estaba siendo demasiado dura con él, pero no me importaba.

Lo único que sí me importaba era terminar con aquel asunto de una maldita vez.


Veinticinco minuto más tarde, me encontraba sentada en un sofá color beige esperando que, en algún momento, una de las enfermeras de la clínica me llamara por mi nombre para enfrentar lo que había ido a hacer.

A pesar de mis esfuerzos por fingir que nada de aquello me afectaba, las manos no dejaban de temblarme y me resultaba prácticamente imposible mantener quietos los pies. A mi lado, Hunter no había dicho ni una sola palabra desde nuestra llegada. ¿Se habría molestado por la forma en la que le hablé antes? Seguro que sí.

Apuesto a que sólo está acompañándote por obligación.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal mientras miraba las páginas de una revista que alguien había dejado en la mesa frente a mí. Inconscientemente, me froté los brazos con las manos en un intento por calmarme.

—¿Tienes frío? —me preguntó Hunter, poniendo fin al incómodo silencio.

—No, estoy bien —contesté. Pero él se quitó la cazadora de cuero negra que llevaba puesta y me cubrió los hombros con ella—. Hunter... —suspiré, no queriendo aceptar una prenda que olía deliciosamente a él.

—Estás temblando.

Casi puse los ojos en blanco.

—Sí, pero no es porque tenga frío.

El tímido roce de sus dedos acariciando los míos me tomó desprevenida.

—No tienes que hacerlo.

Mi corazón se detuvo un instante, titubeó varios segundos y luego volvió a latir a toda velocidad.

—No puedo tener un bebé.

—Podríamos —dijo, en un tono muy serio—. Si tú quieres.

Parpadeé y lo miré fijamente, desconcertada.

—¿Tú quieres?

—Tenerlo o no es tu decisión.

—Eso no responde a mi pregunta.

Sentados hombro con hombro en un sofá color beige dentro de la solitaria salita de espera, Hunter aprovechó que no había hecho ningún intento por apartarme de él para entrelazar sus dedos con los míos.

—Sólo si tú quieres.

Mis nudillos se pusieron blancos cuando apreté con fuerza su mano.

—Ayer escuché sus latidos —confesé, descansando la cabeza en su hombro izquierdo—. Y también lo vi en una de las pruebas que me hicieron. Es... pequeño, muy pequeño —balbuceé, con un nudo en la garganta.

—¿Qué tan pequeño? —quiso saber él.

—Tiene el tamaño de una ciruela.

—¿En serio? —Asentí—. Pues sí que es pequeño.

—Y creo que ya tiene dedos.

Eso lo hizo dar un respingo.

—¿Dedos?

Esbocé una media sonrisa.

—Bueno... no estoy segura, pero creo que lo que vi durante el ultrasonido eran sus dedos.

—¿Te hicieron un ultrasonido?

Me apreté aún más contra él.

—Era una de las pruebas. Necesitaban medir el tamaño del bebé, confirmar la edad gestacional y detectar posibles anomalías congénitas —le expliqué, justo como me había explicado a mí la doctora.

—¿Salió todo bien? —preguntó, frotándome los nudillos con el pulgar.

—Sí, aunque al parecer es más pequeño de lo que debería.

—¿Y eso es malo?

Me hizo gracia que preguntara exactamente lo mismo que yo había preguntado.

—No, la doctora me aseguró que no había nada de qué preocuparse.

—Entonces...

—Ellie Russell —exclamó la voz de una mujer desde la puerta de la sala de espera. Me enderecé para ver a la misma enfermera que me había atendido el día de ayer durante las pruebas—. La doctora Meredith la espera.

Tragué saliva y miré a Hunter, que también estaba mirándome. Respiré hondo, apreté los labios y me levanté del sofá para deshacerme de la cazadora de cuero que Hunter había dejado sobre mis hombros.

—Te veo en un rato —fue todo lo que fui capaz de decir.

Abrió la boca para decir algo, sin embargo, después de pensarlo mejor, cambió de opinión.

—Estaré aquí esperándote.

Después de eso, me obligué a colocar un pie delante del otro para seguir a la enfermera a través de un extenso y amplio pasillo. Cuando llegamos al consultorio de la doctora Meredith, ella me recibió con una sonrisa y me indicó que tomara asiento frente a su escritorio mientras extendía algunos formularios que requerían mi firma antes del procedimiento.

—Hazme saber si tienes alguna pregunta o inquietud.

Asentí con la cabeza antes de ponerme a leerlos. Luego de varios minutos que parecieron eternos, firmé en el lugar donde se me indicaba y dejé el bolígrafo sobre el escritorio para hacerle saber que había terminado. La doctora Meredith recogió los documentos y la enfermera de antes me guió hacia una pequeña sala contigua, donde me proporcionó una bata típica de hospitales y me pidió que me cambiara para el procedimiento.

Mientras me deshacía de mi ropa y me ajustaba los cordones de la bata, fui golpeada por un torbellino de preguntas. ¿Realmente estaba haciendo lo correcto? ¿Y si en realidad interrumpir el embarazo era un error?

No lo hagas —me advirtió una voz dentro de mi cabeza—. Te arrepentirás.

La enfermera regresó para acompañarme de nuevo al consultorio. Una vez allí, la doctora Meredith me explicó con mucha paciencia el siguiente paso del proceso y, al terminar, me dieron un medicamento que serviría como método de sedación para ayudarme a estar más relajada durante la intervención. Por último, me pidieron que me acomodara en una de esas camas especiales que se utilizan durante los procedimientos quirúrgicos.

—Estamos listos para comenzar. Recuerda que estaré aquí todo el tiempo, Ellie. Cualquier incomodidad que sientas, házmela saber de inmediato —dijo la doctora en lo que preparaba los instrumentos necesarios.

Cerré los ojos con fuerza, intentando no pensar en lo que estaba a punto de suceder.

En cinco o diez minutos todo habría terminado.

No más antojos de fresas con crema.

No más cambios de humor.

No más nauseas.

No más latidos.

Dos pesadas lágrimas escaparon de mis ojos cerrados, trazando silenciosos senderos por mis mejillas.

—Lo siento, pero no puedo hacerlo —sollocé, cubriéndome la cara con las manos.

La doctora Meredith detuvo todo de inmediato. El silencio se apoderó del consultorio, interrumpido sólo por el eco entrecortado de mi llanto. La enfermera se acercó y me ofreció un pañuelo, dándome tiempo para calmarme. Tomé el pañuelo, agradecida, y me limpié las lágrimas mientras intentaba recuperar la compostura.

—¿Estás segura de no querer seguir adelante con el proceso? —oí que me preguntaba la doctora.

Con manos temblorosas, me acomodé el cabello detrás de las orejas y asentí.

—Lo estoy. —Me limpié la nariz con el dorso de la mano—. Realmente lo siento.

La enfermera me ayudó a bajar de la camilla y luego me acompañó de nuevo a la pequeña sala contigua en donde yo, debilitada debido a la medicación, me cambié la bata de hospital por mi uniforme del instituto.

—La medicación debería empezar a perder efecto después de unos treinta o cuarenta minutos —me hizo saber la agradable mujer mientras atravesábamos de nuevo el amplio y extenso pasillo.

Cuando llegamos a la sala de espera, Hunter, quien seguía sentado en el sofá color beige, esperando pacientemente mi regreso, levantó la cabeza al escuchar nuestros pasos. Se quedó quieto un instante, con la mandíbula tensa, antes de levantarse. En sus ojos había una mezcla de ansiedad y alivio, sobre todo alivio.

Se acercó a mí, despacio al principio, pero después avanzó más rápido y me estrechó entre sus brazos.

—N-no pude hacerlo —tartamudeé, incapaz de controlar el temblor de mis labios.

Me rozó la oreja con los labios.

—Está bien —susurró.

—Lo siento —sollocé contra la tela de su camiseta, aferrándome a ella.

Necesitaba sentir su proximidad ahora más que nunca, especialmente su calidez.

—No lo sientas. —Me limpió las lágrimas con los pulgares—. Todo va a estar bien.

—P-pero...

Se inclinó para darme un beso en la frente.

—Vamos a casa.

Levanté la cara para mirarlo con hostilidad.

—Estás loco si piensas que voy a volver a poner un pie en tu apartamento.

—No estoy hablando de mi apartamento.

—Tampoco pienso volver a poner un pie en mi casa.

—No estoy hablando de tu casa.

Me limité a mirarlo con toda la hostilidad que pude reunir en mi estado debilitado.

—¿Y bien?

—Hay algo que no te he dicho —confesó.

—¿De qué se trata?

Me apartó un mechón de cabello de la cara.

—Será mejor que te lo muestre.

Fruncí el ceño.

—¿Mostrarme qué?

En su rostro se dibujó una sonrisa.

—Ya verás.

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