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Capítulo 50 | Algo que sólo yo puedo ver

—¿Necesitas ayuda con la corbata? —preguntó Lexie al ver que tenía problemas con el nudo.

Se me escapó un suspiro de frustración.

—Ya casi lo tengo —respondí, odiándome por no poder hacer algo tan sencillo.

Aunque no había tenido problemas para dormir en casa de Lexie esa noche, seguía sintiendo el peso de mis pensamientos en la cabeza, lo que dificultaba un poco mi concentración. Sin decir una palabra, Lexie se acercó, tomó la corbata y, con destreza, me ayudó a hacer el nudo. Relajé los hombros, sintiendo el alivio.

—A propósito, ¿le has dicho a alguien más lo de, ya sabes... —fingió una tos—... ¿tu embarazo?

—No, de momento tú eres la única que lo sabe. Así que por favor, no vayas por el instituto diciéndole a todo el mundo que estoy embarazada. La última vez me dieron un montón de regalos, tuve que regresarlos.

Las mejillas de Lexie se tiñeron de rosa.

—Sobre esa vez, lo siento. Sabía que no estabas embarazada, sólo quería que te molestaran.

—Pues funcionó —dije, echándole un vistazo a mi reflejo en el espejo para terminar de acomodarme el cuello de la camisa blanca del uniforme—. Pero Hunter y yo nos lo tomamos con humor —continué.

Decir su nombre fue un error. Traté de sonreír para disimular mis emociones, pero era difícil ocultar la verdad que se filtraba a través de mis ojos. Hunter ocupaba un espacio importante en mi vida, y aunque intentaba no pensar en él para protegerme, la simple mención de su nombre me hacía sentir una opresión en el pecho.

—Si te soy honesta, me sorprendió mucho que vinieras a buscarme —murmuró Lexie, en un esfuerzo por distraerme de lo que sea que estuviera pensando—. Lo más lógico habría sido que acudieras a Lisa, ya que ella es... bueno, ahora ella es tu mejor amiga.

—¿Te molestó que viniera a buscarte a ti?

—No, no es eso. Es sólo que... ya sabes, las cosas entre tú y yo están un poco... raras.

Contemplé las palmas de mis manos y apreté ligeramente los labios.

—Lisa está saliendo con el mejor amigo de Hunter —dije, como si eso lo explicara todo.

—Ah —respondió Lexie, sentándose en la cama para ponerse las medias y los zapatos—. ¿Te refieres al chico que usa la botarga de Falcon, la mascota de los Halcones, durante los partidos? ¿Ese rarito de cuatro ojos?

—No le digas así, su nombre es Trevor.

—Como sea —replicó ella con un tono despreocupado mientras hacía un gesto de indiferencia con la mano—. ¿Te preocupa que Lisa se lo diga a su novio y luego su novio, ese rarito de cuatro ojos, se lo diga Hunter?

—Algo así —admití, intentando no hacer una mueca. Cada día me costaba más controlar las expresiones de mi rostro—. Sé que no lo haría a propósito, pero no quiero arriesgarme a que se le escape decírselo y entonces...

—Entiendo —respondió, y luego se dedicó a mirar sus zapatos durante un largo rato. Finalmente, respiró hondo, cerró los ojos y exclamó—: ¿No te preocupa que yo divulgue lo de tu embarazo? Después de lo que pasó con Christopher, de verdad que no entiendo cómo es que puedes confiarme a mí algo tan delicado.

Agarré un peine para cepillarme el cabello.

—Bueno, podrías hacerlo, sí, Pero no lo harás.

Lexie frunció el entrecejo.

—¿Por qué estás tan segura de que no lo haré? —quiso saber.

Una débil sonrisa tiró de mis labios.

—Porque cuando Leslie se embarazó, jamás se lo dijiste a nadie. Al contrario, la apoyaste cuando nadie más en tu familia lo hizo y le aseguraste que, sin importar la decisión que tomara, todo iba a estar bien. Y si mal no recuerdo, según tú odiabas a tu prima. Tengo la pequeña esperanza de que esta vez hagas lo mismo por mí.

Se quedó callada un momento, procesando lo que yo acababa de decir.

—Maldita sea, Annie, a veces eres tan...

Me volví hacia ella después de atar mi cabello en una media coleta con un listón gris.

—¿Se lo vas a decir a alguien? —pregunté, sólo para estar completamente segura.

Resopló antes de poner los ojos en blanco.

—No, no lo haré —respondió a regañadientes—. Pero aun así, creo que deberías...

—¿Hmm? —inquirí cuando se quedó callada.

Sus labios formaron una mueca.

—No es nada, olvídalo —suspiró y se levantó de la cama para alisar las arrugas que se le habían formado en la falda gris del uniforme—. ¿Ya has terminado de arreglarte? ¿Qué tal te ha quedado mi uniforme?

—Bien —dije sin más, poniéndome la chaqueta del instituto encima de la camisa y el chaleco para que no se diera cuenta de que, en realidad, su uniforme me quedaba un poco más holgado que antes.

Lo último que quería en ese momento era tener una charla relacionada con mi peso.

Cuando salimos de la casa de Lexie, Hank nos estaba esperando en el Mercedes Benz. Mi ex mejor amiga me lanzó una mirada inquisitiva con una ceja alzada, por lo que tuve que contarle que él había sido la persona que me encontró tras sufrir aquella sobredosis de pastillas para dormir y, por lo tanto, estaba más que preocupado por mí. Me había hecho prometerle que, de ahora en adelante, lo mantendría al tanto de cada uno de mis pasos.

Ambas lo saludamos cortésmente mientras nos acomodábamos en el asiento de atrás.

—Señorita Russell, mi esposa me pidió que le entregara esto —exclamó Hank, volviéndose hacia mí con un enorme vaso desechable con tapa, que contenía fresas con crema en su interior.

Por alguna inexplicable razón, mi rostro se calentó.

—Aquí hay otro para usted, señorita Williams —añadió Hank, ofreciéndole un vaso idéntico a Lexie.

Entonces, llegó su turno de ruborizarse.

—Gracias —balbuceamos las dos al mismo tiempo, avergonzadas.

Hank nos sonrió como un padre sonríe a sus hijas después de consentirlas y luego regresó su atención al frente para encender el motor y poner el auto en marcha. Nos llevó al instituto y nos dejó frente a la entrada principal. En lo que Lexie y yo bajábamos del Mercedes, observé a algunos alumnos charlando animadamente fuera del edificio, aprovechando los últimos minutos antes de que sonara la campana.

—Gracias, Hank. Nos vemos luego —le dije mientras cerraba la puerta del coche.

—Sí, gracias por traernos, Hank —añadió Lexie con una sonrisa tímida.

Hank nos sonrió una última y se marchó. Lexie y yo nos dirigimos hacia la entrada, recibiendo miradas curiosas de algunos compañeros que notaron nuestra llegada. Supuse que el vernos juntas de nuevo era sin duda algo que probablemente nadie se habría esperado. Por otro lado, justo antes de entrar al edificio, me paralicé al ver a Hunter en el estacionamiento. Estaba medio apoyado en su Harley Davidson negra, absorto en su teléfono celular con una expresión imperturbable en el rostro. Movió el pulgar derecho por la pantalla y luego se llevó el auricular a la oreja para hacer una llamada. Cuando no recibió respuesta alguna, hizo una mueca de frustración.

De pronto, como si hubiese percibido que alguien lo observaba, Hunter levantó la vista del teléfono y escudriñó lentamente el área. En el momento en que nuestros ojos se encontraron, un cosquilleo recorrió mi piel y mi corazón comenzó a latir con fuerza, desencadenando diversas emociones en el interior de mi pecho.

Incapaz de sostenerle la mirada por más tiempo, tomé a Lexie del brazo y tiré de ella hacia la entrada.

—Vamos, entremos rápido —mascullé entre dientes.

Me siguió sin protestar al advertir la urgencia en mi voz. Tras cruzar el umbral, nos unimos a la corriente de estudiantes que se congregaban en el pasillo principal, dejando atrás ese inquietante encuentro visual con Hunter en el estacionamiento. Lexie debió notar que me temblaban las manos, porque se volvió hacia mí.

—¿Te encuentras bien? —preguntó.

—Sí, es sólo que... no esperaba encontrarme con él tan pronto —dije mientras nos dirigíamos a nuestras taquillas, respirando despacio para no tener una especie de ataque de pánico frente a todo el mundo.

Lexie asintió de manera comprensiva.

Un segundo más tarde, vio algo por encima de mi hombro y se tensó.

—Lisa viene para acá, será mejor que me vaya.

Me apresuré a tomarla del brazo antes de que se alejara.

—¿Puedo ir de nuevo a tu casa cuando terminen las clases?

—Por supuesto que sí, ya te dije que puedes quedarte el tiempo que necesites.

—Gracias —suspiré, sintiéndome un poco más tranquila.

Me dedicó una sonrisita fugaz y se marchó. Acababa de abrir la puerta de mi casillero para tomar los libros de mi primera clase del día cuando una mano apareció de la nada y la cerró bruscamente en mis narices.

—Oye, ¿qué pasa contigo? —me quejé, esbozando una ensayada sonrisa. Si había algo que se me daba muy bien, era fingir que todo iba de maravilla—. ¿Acaso quieres dejarme igual que el villano de Harry Potter?

Por mucho que yo sonriera, Lisa estaba que echaba humo por las orejas.

—¿Vas a decirme por qué Lexie y tú llegaron agarraditas de la mano? —demandó, cruzándose de brazos.

—Ay, por favor, Lexie y yo no llegamos agarraditas de la mano —protesté, imitando su postura.

Resopló de la manera más dramática posible.

—Claro que sí, yo las vi. No quieras verme la cara de estúpida.

—Pues lamento informarte que viste mal —repliqué, imitando también su resoplido exageradamente dramático—. Quizás es hora de que te vayas buscando unas buenas gafas que hagan juego con las de Trevor.

—Ellie —siseó Lisa a modo de advertencia, perforándome la cara con sus ojos azules.

Me eché a reír, esperando que mi risa no sonara demasiado falsa.

—Bien, de acuerdo, tú ganas. —Dejé escapar un suspiro mientras buscaba un buen argumento—. Sé que no va a gustarte lo que voy a decir, pero es posible que esté pensando en reconciliarme con ella.

—¡¿Qué?! —exclamó, llamando la atención de quienes se encontraban cerca—. ¡¿Te volviste loca?!

No pude evitar pensar en la otra Ellie, a la que, por cierto, no había visto al despertar esa mañana.

—La verdad es que no lo sé —confesé.

Lisa me miró como si acabara de crecerme una segunda cabeza.

—Tú... ¿de verdad estás pensando en reconciliarte con ella? —preguntó. En vez de responder, le quité la tapa a mis fresas con crema y me llevé un enorme bocado a la boca—. ¿Acaso ya olvidaste lo que te hizo?

—No, no lo he olvidado —murmuré con la boca llena—. Pero creo que ya es hora de darle vuelta a la página.

—Se acostó con Christopher mientras él aún estaba contigo —me recordó.

—Ya lo sé.

—Amenazó a todos en el instituto para que nadie se atreviera a dirigirte la palabra.

—Ya lo sé.

—¡Nos drogó con brownies mágicos en su fiesta para ridiculizarnos frente a todo el mundo!

—Ya lo sé, Lisa, yo sólo... —Hice una mueca cuando empezó a dolerme la cabeza—... es complicado.

—Complicado es tratar de entender por qué George Lucas hizo que Luke y Leia se besaran para luego decir que eran hermanos —espetó, observando mis fresas con crema—. En serio, ¿en qué diablos estaba pensando?

Esta vez, la risa que brotó de mí fue genuina.

—De cualquier forma —continuó, y luego hizo una pequeña pausa para aceptar la fresa que le acerqué a los labios—. No soy quién para decirte qué hacer, así que si realmente estás pensando en reconciliarte con Lexie...

—Aún lo estoy considerando, no es que lo haya hecho ya —le hice saber.

—Si tú lo dices —dejó escapar un profundo suspiro—. En fin, escuché que viajaste a Nueva York para visitar a tu madre, ¿qué tal te lo pasaste?

—Increíble —mentí, preparándome para soltarle aquel discurso que había estado practicado en el auto hasta sonar lo más convincente posible—. Mamá está trabajando en su próxima colección otoño-invierno, y quería que le diera mi opinión sobre los conjuntos que está considerando presentar en la exhibición de septiembre.

Lisa sonrió al escucharme hablar de mi madre, a quien ella sabía no veía mucho.

—Debió ser difícil para ti tener que separarte de ella.

—Sí, yo... no quería volver.

—Intenté llamarte varias veces, pero tu teléfono seguía enviándome al buzón de voz.

—Lo siento —me disculpé mientras abría de nuevo la puerta de mi casillero, jugueteando con los libros para evitar mirarla a la cara—. La emoción por ver a mi madre hizo que me olvidara el cargador en casa.

—Descuida, lo entiendo completamente.

En ese momento, la expresión de Lisa cambió y su mirada se enfocó en alguien detrás de mí. Al darme la vuelta, vi a Hunter atravesando la umbral de la entrada. Mi corazón dio un salto y me tensé de inmediato.

—Vaya, mira quién decidió aparecerse por fin.

Mis ojos se abrieron de par en par cuando Lisa empezó a gritar:

—¡Hunter, por aquí!

Le tapé la boca con una mano, mirándola con desesperación. No quería que Hunter se acercara, no ahora, no así. Lisa intentó liberarse, pero mi expresión finalmente la hizo comprender la gravedad de la situación.

Su mirada osciló entre la confusión y la preocupación mientras yo estaba a nada de tener un ataque de pánico. Antes de que Lisa pudiera preguntar qué pasaba, la tomé del brazo y la arrastré apresuradamente hasta el cuarto de mantenimiento en el primer piso. Una vez dentro, cerré la puerta con cuidado y me giré hacia ella.

—Ellie, ¿qué está pasando? ¿Por qué...? —comenzó a preguntar, pero la interrumpí sacudiendo la cabeza.

—Escúchame bien, Lisa. Hunter y yo... —casi se me quebró la voz al decirlo—... terminamos.

Lisa parpadeó, asimilando mi confesión.

—¿Terminaron? —repitió, incrédula—. ¿Cuándo? ¿Por qué?

—Sucedió antes de irme a Nueva York —expliqué, manteniendo la mentira sobre al tema de mi viaje.

—Pero, ¿por qué terminaron? —insistió ella, acercándose más a mí.

Tragué saliva y apreté un poco los labios.

—En realidad, lo mío con Hunter nunca fue en serio —dije por fin.

Pensé que eso la sorprendería, pero, en vez de reaccionar como yo esperaba, exclamó:

—¡Lo sabía!

—¿Lo sabías? —repetí ahora yo, frunciendo las cejas.

Su rostro enrojeció con violencia.

—Oh, quiero decir... —carraspeó y juntó las yemas de sus dedos índice, intentando parecer lo más inocente posible—. No puede ser, ¿lo tuyo con Hunter nunca fue en serio? —preguntó, esta vez con fingida sorpresa.

Crucé los brazos por encima de mi pecho.

—Déjame adivinar, Trevor —bufé.

Lisa hizo una especie de mueca.

—Sí y no —dijo, remojándose los labios—. ¿Recuerdas lo que dijiste en la fiesta en la que descubriste a Christopher enrollándose con Lexie en uno de los baños? Pues yo sí que lo recuerdo, y estoy segura de que tus palabras fueron: «La única razón por la que jamás quise acostarme contigo, fue porque Hunter es tan jodidamente bueno en la cama que tú jamás, escúchame bien, jamás, podrías hacerme algo que él no me haya hecho ya».

Por todos los cielos, ¿de verdad yo había dicho algo como eso?

—¿Y? —pregunté con indiferencia, aunque vi que sonreía al notar el ardor en mis mejillas.

—Bueno, pues en aquel entonces, aunque es verdad que me pareció un tanto extraño que admitieras haber estado engañando a Christopher mientras él te engañaba a ti, realmente no sospeché nada. Al contrario, lo único que pensé fue: «¡Esa es mi chica!». Sin embargo... —hizo una pausa para añadir más dramatismo al momento—... durante el viaje escolar, me pediste consejos para llevar a cabo tu operación: «Perder mi virginidad con Hunter».

Jamás había sentido tantas ganas de darme de cabezazos contra la pared.

—¿Así fue como descubriste que lo mío con Hunter no era en serio?

—Noup —dijo, enfatizando su «Noup» con un dedo—. Después de eso, se me ocurrió hacerle un comentario a Trevor sobre lo tuyo con Hunter. No sé si lo sabes, pero Trev no es muy bueno manteniendo secretos. La clave está en insistir e insistir y luego fingir que te has dado por vencida. Sólo entonces, te contará todo lo que sabe.

Suspiré al tiempo que intentaba ocultar mi sonrisa.

—Sí, me di cuenta de eso el otro día.

—Entonces... ¿ustedes realmente nunca salieron en serio? —preguntó Lisa después de unos segundos.

—No —me limité a responder.

—Pero eso no puede ser cierto, recuerdo que hubo un tiempo en el que...

—No quiero hablar más de Hunter.

—Ellie,..

—Por favor —murmuré, luchando contra las lágrimas—. No quiero hablar más de Hunter.

—Está bien —dijo ella, tomándome de la mano para darme un suave apretón—. Hablaremos de él cuando estés lista. Si ahora no es el momento, entonces no es el momento. Pero te prometo que todo va a estar bien, ¿de acuerdo?

Asentí con la cabeza antes de rodearle el cuello con los brazos para abrazarla.

—Gracias —susurré junto a su oreja.

Me habría gustado decirle a Lisa lo de mi embarazo, pero en el fondo sabía que la verdadera razón por la que no lo había hecho era por temor a que su percepción sobre mí cambiara al enterarse de lo que estaba pensando en hacer. Después de todo, siempre habría personas que estarían en contra del aborto.

No podía arriesgarme a que Lisa resultara ser una de ellas.


El resto del día transcurrió como cualquier otro. A pesar de que hice todo lo posible por concentrarme durante las clases, mi mente seguía atrapada en una especie de neblina emocional que retenía cada uno de mis pensamientos. Por suerte, no volví a encontrarme con Hunter en los pasillos. Sin embargo, cada vez que doblaba en una esquina, ya sea para dirigirme a la siguiente clase o al baño, me era imposible no contener la respiración.

Cuando sonó el timbre que anunciaba el comienzo de la última clase del día, una punzada de dolor me retorció el estómago. Historia de Estados Unidos era una de las clases que compartía con Hunter. Nerviosa, me encaminé al salón correspondiente y me senté en mi lugar de siempre. Un gran alivio inundó mi cuerpo cuando el asiento junto a mí permaneció vacío incluso después de que la profesora Browning diera inicio a la clase.

Hunter probablemente iba a saltarse Historia de Estados Unidos.

O eso fue lo que pensé hasta que, un minuto más tarde, escuché a la profesora decir:

—Mejor tarde que nunca, ¿no, señor Cross?

Al levantar la cabeza, vi a Hunter de pie en la entrada del salón. Un nudo se formó en mi garganta luego de que, una vez más, mi mirada se encontrara con la suya. Regresé la vista al frente, concentrándome en cualquier cosa menos en él. A través de mi visión periférica, lo vi dirigirse a su lugar: el asiento vacío junto a mí.

—Lo que voy a entregarles a continuación es un examen de prueba que contiene preguntas muy parecidas a las que vendrán en el examen de la próxima semana —anunció la profesora Browning, haciendo entrega de un cuadernillo de cinco páginas a cada alumno—. Sólo por esta ocasión tienen permitido usar sus libros de texto.

Sabes, estaba pensando...

El brinco que pegué en mi asiento me convirtió en el centro de atención de toda la clase en cuestión de segundos. Avergonzada, miré a la profesora Browning, que me observaba con una ceja levantada.

—¿Está todo bien, señorita Russell?

Dibujé una sonrisa en mis labios.

—Sí, profesora, todo bien.

Volví a concentrarme en la prueba, ignorando el hecho de que Hunter estaba mirándome.

Tras obligarme a centrar toda mi atención en el examen de prueba, una figura borrosa se materializó frente a mi pupitre. Se trataba de esa otra Ellie que, al parecer, había decidido elegir ese momento para hacer acto de presencia. Tragué saliva e intenté no mirarla directamente, puesto que yo era la única que podía verla.

—... ¿de verdad no quieres tener al bebé?

Mi mano derecha se detuvo a mitad de una respuesta.

Fuiste tú quien le dijo a Hunter que no usara un preservativo el día que lo concibieron. Y no sólo eso, también fue a ti a quien se le olvidó tomar el anticonceptivo al día siguiente. ¿No estás siendo un poco injusta con la pobre criatura?

Terminé de escribir la respuesta antes de pasar a la siguiente pregunta.

Yo sí quiero tenerlo.

Apreté con fuerza los labios.

Piénsalo, tu mayor temor es quedarte sola.

Pero, si decides tener al bebé...

Un escalofrío me recorrió la espalda.

... no volverás a estar sola, porque lo tendrás a él.

O a ella.

Cerré los ojos y esperé a que eso bastara para que esa otra versión de mí misma se esfumara.

Aunque, ya que estamos, el bebé bien podría tener otro uso.

Si le dices a Hunter que estás embarazada, o mejor aún, a los Presley...

... quiera o no, ellos lo obligarán a casarse contigo.

Asunto resuelto, ¿no lo crees?

Sin embargo, la idea de tener un bebé para usarlo con un fin como ese me horrorizó a niveles inimaginables. En especial, porque yo jamás...

—Annalise.

La voz de Hunter llamándome por mi segundo nombre fue suficiente para conseguir que yo abriera de nuevo los ojos. Parpadeé varias veces, desconcertada, antes de volverme hacia él. Tardé un minuto en darme cuenta de que el salón estaba vacío. Hunter y yo éramos los únicos que aún no se habían marchado de allí.

—¿Ya terminó la clase? —pregunté, incrédula, con el corazón acelerado.

Hunter asintió mientras me estudiaba detenidamente con la mirada.

—Sí —respondió, para luego añadir—: ¿Te encuentras bien?

En vez de responder, me apresuré a guardar todas mis cosas en el interior de mi mochila lo más rápido que pude. Cuando me levanté de mi lugar, una mano se cerró alrededor mi muñeca, sin ejercer presión ni fuerza.

—Necesito hablar contigo —susurró, en un tono de súplica.

Una descarga de ansiedad recorrió mis entrañas.

—Yo no tengo nada qué hablar contigo —espeté, tirando de mi brazo para que me soltara.

Salí del salón, me dirigí a los baños del segundo piso y me encerré en uno de los cubículos para vaciar mi estómago.

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