Capítulo 5 | Visitas inesperadas
Esa noche, alrededor de las cuatro y media de la madrugada, me despertó el sonido de un cristal haciéndose añicos en el suelo. Desorientada y aturdida por el cansancio, me incorporé muy despacio sobre la cama, tallándome los ojos para conseguir ver algo más allá de la oscuridad en la que estaba sumida mi habitación.
Una brisa de aire helado hizo que mi cuerpo entero se estremeciera.
¿Yo había dejado la ventana abierta?
Temblando de frío, me froté los brazos con las manos intentando entrar en calor y me arrastré fuera de la cama para cerrarla. Sin embargo, solo conseguí dar tres pasos antes de detenerme en seco. La mayoría de las fotografías que tenía enmarcadas sobre una repisa junto a mi armario estaban desparramadas por todas partes.
Olvidándome de cerrar la ventana, me acerqué a la repisa y me agaché en el suelo para levantarlas. La primer fotografía era una instantánea de Christopher y yo tomados de la mano, sonriendo felizmente a la cámara con el enorme castillo de Disney detrás de nosotros. Había sido tomada en mi cumpleaños número diecisiete, cuando Christopher me llevó al Walt Disney Resort en Orlando, Florida como regalo de cumpleaños.
Las comisuras de mi labios se alzaron en una sonrisa.
En la segunda fotografía estábamos Lexie y yo abrazándonos por la cintura, usando el mismo uniforme de animadoras luego de que las dos consiguiéramos entrar al equipo en nuestro primer año de instituto. Mis ojos se calentaron y pronto comenzaron a arder. Arrodillada en el suelo de mi habitación, dejé que las lágrimas fluyeran por mis mejillas mientras miraba todas y cada una de las fotografías que tenía con Christopher y Lexie.
Nos veíamos tan felices... ¿qué diablos fue lo que nos pasó?
Después de recogerlas todas, las junté en una pila y las sostuve firmemente contra mi pecho.
A pesar de lo que me habían hecho, estas fotografías seguían siendo preciosos recuerdos para mí. No podía solo deshacerse de ellas, así que al final, decidí ir por una caja de plástico al garaje para guardar dentro todo lo que me recordaba a ellos; fotografías, cartas, peluches, boletos de conciertos y un montón de cosas más.
No iba a tirarlo. Solo me aseguraría de ponerlo en un lugar en donde no pudiera verlo.
Cuando terminé, ya eran pasadas las seis de la mañana. El sol matutino entraba a raudales por la ventana, por lo que decidí que no tenía sentido regresar a la cama. Sintiéndome mejor, me di una refrescante ducha y comencé a arreglarme para ir al instituto. Después de ponerme el uniforme de tres piezas, recoger mi cabello con una cinta blanca y darle un poco de color a mis pálidas mejillas, bajé a la cocina para preparar el desayuno.
Sonreí al ver que, como todos los días, Hank había dejado el periódico sobre la barra para mí.
Tras darle un par de mordiscos a mi pan tostado con mermelada de ciruela, dejé a un lado el periódico para mirar la pantalla de mi celular. Tenía más de quince llamadas perdidas de Christopher, además de un montón de mensajes de texto en los que me pedía que le dejara explicarme lo sucedido en la noche del viernes.
Apretando los dientes, tecleé una respuesta furiosa: «No hay nada que explicar, yo misma te vi besándola con mucha más pasión de la que alguna vez mostraste conmigo». Sin embargo, no tuve el valor suficiente de presionar el botón de enviar.
Sintiendo un nuevo nudo en el estómago, tiré el resto de mi desayuno en el cubo de basura y dejé el plato en el lavavajillas. Cuando regresé a mi habitación para lavarme los dientes, tomé la chaqueta del uniforme del armario, me colgué la mochila al hombro y salí al jardín para encontrarme con Hank.
Afortunadamente, cuando llegué al instituto a la misma hora de siempre, me sentí más tranquila al ver a Hunter esperándome en el estacionamiento. Estaba de pie junto a su motocicleta, mirando la pantalla de su celular mientras fumaba un cigarro. Tan pronto como me despedí de Hank, bajé del auto para reunirme con él.
Una sonrisa burlona tiró de sus labios cuando vio que me tenía que poner puntitas para poder darle un beso en la mejilla. No se podía evitar, Hunter era muchísimo más alto que yo.
—Buenos días —lo saludé, metiendo las manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta del uniforme.
Su sonrisa se desvaneció y en su lugar, hizo una expresión bastante seria.
—¿Cuánto tiempo más piensas llorar por ese imbécil?
Di un respingo ante sus agresivas palabras.
—¿De qué hablas? —le pregunté.
Tiró su cigarrillo al suelo y tomó mi rostro entre sus manos para examinarme más de cerca.
—Has estado llorando —exclamó, acariciando mis parpados.
Aquello no fue una pregunta, sino más bien una afirmación. Pero ¿cómo se dio cuenta? Antes, cuando me había arreglado para el instituto, me había asegurado de usar todo tipo de productos para la cara cuya función era la de reducir la hinchazón alrededor de los ojos. ¿No funcionó? ¿Mis ojos seguían viéndose hinchados?
Avergonzada, escondí mi rostro en su pecho.
—Pensé que no se notaría —suspiré, percibiendo el olor a tabaco que desprendía la sudadera negra que llevaba puesta ese día. Fruncí el ceño y me aparté para mirarlo—. ¿Qué haces fumando a las ocho de la mañana?
—¿Acaso existe un horario para fumar?
—Deberías dejarlo, no es bueno para tus pulmones —le informé, sonando igual que una señora de cuarenta o cincuenta años—. Si sigues así, reducirás tu vida a la mitad y terminarás muriendo muy joven.
—Quizás no me importa morir joven.
Lo miré sorprendida.
—¿Por qué dices eso?
Pero en lugar de responder, cambió bruscamente de tema.
—¿Comiste algo?
Me tomó un par de segundos responder.
—Eeeh... sí, me comí una tostada con mermelada antes de venir. ¿Qué hay de ti?
Sacó una cajetilla de cigarros Marlboro y se llevó uno a los labios.
—No acostumbro desayunar en las mañanas.
Sin pensarlo, le arrebaté la cajetilla de cigarros de las manos y lo señalé con un dedo.
—Quiero establecer una nueva condición —anuncié, partiéndole a la mitad el cigarro que se había llevado a los labios para luego tirarlo al suelo—. Mientras el trato esté vigente, quiero que dejes de fumar.
Hunter arqueó una ceja con desdén.
—Creí que las condiciones habían sido establecidas en el momento en el que cerramos el trato.
—Pues creíste mal.
Me miró con los ojos entrecerrados.
—En ese caso, ¿qué hay de mis condiciones? —preguntó, con una nota de perversión en su voz.
—Aquí la única que pone las condiciones soy yo, ¿entendido?
Levantó ambas manos como diciendo «está bien, está bien, tú ganas».
—¿Algo más?
—Sí —exclamé, guardando la cajetilla de cigarros en mi mochila para tirarlos más tarde en una papelera—. A partir de mañana quiero que nos juntemos para desayunar tres veces a la semana. No importa los días.
—Esto que estás haciendo se llama abuso de poder, ¿lo sabías? —murmuró, intentando no reírse.
Le di una sonrisa de lo más inocente.
—Si no te gusta, puedes hablarlo con mis abogados.
Me froté los brazos, tratando de mantener a raya el frío que se había apoderado de mí.
—Deberíamos entrar —dijo él al percatarse.
Hice una mueca mientras me frotaba las manos.
—No quiero entrar —confesé, mirando el edificio con cierta hostilidad.
—¿Quieres ir a otro lado?
—No, tampoco puedo faltar.
Su sonrisa se acentuó, provocando que el hoyuelo en su mejilla izquierda se profundizara.
—Entonces, ¿cuál es el plan de hoy? —me preguntó, jugando con la cinta blanca de mi coleta.
—El mismo que el de ayer —respondí, alzando la barbilla—. Fingir que estamos locamente enamorados.
♡
A pesar de haber hecho planes con Hunter sobre lo que haríamos juntos durante la hora del almuerzo, quince minutos antes de que terminara la cuarta clase, recibí un mensaje de texto de un número desconocido:
«Tengo que irme, surgió algo importante».
No tuve que quemarme demasiado la cabeza para saber que se trataba de Hunter.
Escondiendo mi celular debajo de la mesa, lejos de la mirada de la profesora Florence, respondí a su mensaje preguntándole si estaba todo en orden, pero no obtuve ninguna respuesta de su parte. De todas formas, cuando sonó la campana que anunciaba el inicio del almuerzo, lo primero que hice fue aventurarme en el pasillo principal con un solo objetivo en mente: encontrar a Trevor Frost, el mejor amigo de Hunter.
Por fortuna, dar con él fue mucho más sencillo de lo que esperaba. El pálido chico se encontraba parado frente a su casillero, casi llegando a la sala de profesores, leyendo un cómic de superhéroes o algo por el estilo.
—Hola Trevor —lo saludé con una sonrisa, acercándome.
Trevor se sobresaltó al escuchar el sonido de mi voz.
—Ellie, hola, ¿qué tal? —balbuceó con torpeza, acomodándose los anteojos—. E-estás tan guapa como siempre —repitió al igual que la última vez, guardando de forma apresurada el cómic dentro de su casillero.
—¿Qué estabas leyendo? —le pregunté, curiosa.
—N-nada —tartamudeó. Se veía tan nervioso que no pude evitar reírme—. ¿Estás buscando a Hunter? —me preguntó, aunque no me dio tiempo para responder—. Tenía algo importante que hacer, así que se fue a casa.
—¿Se fue a casa? —él asintió—. ¿Así, sin más? —él volvió a asentir—. Pero... ¿pidió permiso antes de irse?
Soltó una escandalosa carcajada, llamando la atención de las personas a nuestro alrededor.
—No, Cross no es de los que piden permiso.
—Oh...
—Es bastante impulsivo, ¿sabes? Por esa razón siempre está metido en problemas —sonrió, rascándose la mejilla—. La semana pasada compré un paquete de pepitas en la máquina expendedora, pero como el paquete es bastante pequeño, se quedaron atascadas en el interior. Traté de mover la máquina yo solo, pero pesaba una tonelada, así que llamé a Cross. Adivina qué hizo, le dio un puñetazo al cristal. De verdad, fue como: "¡Fua!".
Ahora sabía por qué habían remplazado la máquina expendedora hace una semana.
—¿Pepitas? —le pregunté, frunciendo las cejas.
—¿No conoces las pepitas? —negué con la cabeza—. Son semillas de calabaza comestibles —explicó—. Saben muy bien, sobre todo con un poco de sal. Mi madre, que es nutrióloga, dice que ayudan a combatir enfermedades como la diabetes, el cáncer y el hígado graso. Siendo sincero, no tengo ni idea de qué es el hígado graso, pero suena como hígado encebollado y yo odio el hígado encebollado. Aunque bueno, jamás lo he probado, jeje.
—Ya veo... —murmuré, pensando en una sola cosa: Trevor hablaba demasiado.
—¿Sabías que el hígado es el órgano de mayor tamaño dentro del cuerpo?
—Trevor...
—Lo leí el otro día en una página de internet, cuando estaba haciendo una investigación sobre los órganos que no necesito para vivir —dejó salir un largo suspiro—. Hace poco salió un videojuego que quiero comprar, pero no tengo dinero, así que pensé, bueno, quizás podría comenzar a vender los órganos que no necesito.
—Trevor...
—¿Sabías que un pulmón puede llegar a venderse en cien mil dólares? Lo sé, yo también dije: "¡¿QUÉ?!". Además dime, ¿para qué necesitamos dos pulmones? Voy a vender uno de los míos y me volveré rico.
—¡Trevor!
Dio un respingo, sorprendido.
—Ah, lo siento, sé que hablo demasiado —balbuceó, poniéndose rojo.
—Está bien, no pasa nada.
—Hunter suele ponerme un pedazo de cinta en la boca porque dice que...
Debido a que yo no tenía cinta en ese momento, le puse mi mano en la boca para hacerlo callar.
—Trevor, ¿de casualidad sabes dónde vive Hunter? —le pregunté. Él negó varias veces con la cabeza y después asintió una vez—. ¿Eso es un sí o un no? —inquirí, quitándole la mano de la boca para dejarlo responder.
—Pues depende, ¿por qué quieres saberlo?
—Estaba pensando en ir a visitarlo después de la escuela.
—¿Estás loca? —sacudió la cabeza—. Hunter vive en un basurero —tras decir eso, hizo una mueca—. Vaya, eso ha sonado muy mal, ¿no? Solo... digamos que vive en un barrio bastante chungo. Da muchísimo miedo. Una vez, saliendo de su edificio, dos chicos me robaron el teléfono. Por suerte me dejaron quitarle el chip, pero...
—Trevor —dije una vez más, sujetándolo de los hombros—. ¿Podrías darme su dirección?
—Lo siento, pero no puedo. Si te la doy, Hunter me partirá el cráneo a la mitad.
¿Qué él qué?
—Vamos, prometo no decirle que has sido tú quien me ha dado su dirección.
—Se dará cuenta. Aunque no lo creas, ese chico es muy listo. Incluso es mucho más listo que yo, es solo que le gusta hacerse el vago... —se llevó ambas manos a la boca—. Miércoles, no le digas que yo te dije eso.
No me quedó de otra más que utilizar mi arma secreta.
—Si me das la dirección de su casa, te organizaré una cita con Lisa.
Sus ojos brillaron como lucecitas de navidad y sus orejas se pusieron realmente rojas.
—¿Una cita con Lisa? —repitió, boquiabierto y sin poder creerlo—. ¿Hablas en serio?
—Sí.
Apretó los dientes durante unos segundos antes de sacudir la cabeza.
—Me estás poniendo en una posición verdaderamente difícil, Ellie. Pero yo jamás, escúchame bien, jamás, ni siquiera por todo el dinero del mundo, me atrevería a traicionar la confianza de Hunter —murmuró con una cara muy seria, sacando un bolígrafo de sus bolsillos para escribirme la dirección en la mano derecha.
Lo miré con una sonrisa en mi cara.
—Eres el mejor.
—Sí, bueno, repite eso en mi funeral.
♡
Antes de que terminara el almuerzo, fui a la oficina principal y le pedí permiso a la señorita Ruperta para retirarme, mintiéndole sobre una enfermedad de mi perro. Después de obtener su firma, me colgué la mochila al hombro y le pedí a Hank que me llevara a la dirección que Trevor me había escrito en la palma de mi mano derecha. Pensé que el chico había exagerado un poco al decir que Hunter vivía en un basurero, sin embargo, cuando Hank detuvo el coche frente a una vieja y deteriorada residencia, mi mandíbula se tensó.
Dios mío, ¿de verdad había personas que pagaban por vivir en esa clase de lugares?
¡El edificio estaba prácticamente en ruinas! Las paredes exteriores necesitan con urgencia una nueva capa de pintura, la mayoría de las ventanas del frente estaban quebradas o tapizadas con trozos de periódico, e incluso el alambrado que rodeaba el lugar parecía no haber recibido ninguna clase de mantenimiento en muchos años.
—Gracias por traerme, Hank. Te llamaré cuando quiera que pases a buscarme —le dije, desabrochándome el cinturón de seguridad para bajar del auto.
—Señorita Russell, ¿está realmente bien que la deje sola en un lugar como este? —me preguntó preocupado, mirando el desastroso edificio con una expresión de lo más seria en el rostro.
Me incliné para sonreírle a través de la ventanilla del conductor.
—Estaré bien, no te preocupes —le aseguré—. Solo voy a ver a un amigo.
Después de una larga pausa, Hank asintió con la cabeza y encendió el motor del auto, pero no se marchó enseguida. Se quedó hasta asegurarse de verme entrar a salvo al edificio.
Una vez dentro de la recepción, vi a una chica más o menos de mi edad, sentada detrás de un pintarrajeado mostrador de madera, leyendo un libro. Llevaba el cabello liso y corto hasta la barbilla, con un flequillo asimétrico por encima de las cejas, teñido de un verde fantasía que, a decir verdad, le quedaba bastante bien. Tenía varias perforaciones en el rostro, un par de tatuajes en los brazos, y vestía ropa en tonos oscuros que le daba ese aspecto de vampiresa gótica.
Me acerqué al mostrador y me aclaré la garganta para llamar su atención.
—Hola —la saludé, dándole una de mis mejores sonrisas.
La chica alzó la cabeza para mirarme.
—¿Te perdiste? —me preguntó, arqueando una ceja con desdén.
—Eeeh... no. Estoy aquí para visitar a alguien.
Infló un globo con la goma de mascar que tenía en la boca y arrugó la nariz.
—¿Ah, sí? ¿A quién?
—Su nombre es Hunter, Hunter Cross.
Una enorme sonrisa tiró de sus verdes labios.
—Así que tú eres la famosa chica por la que Hunter y Zoe terminaron, ¿eh? —no supe qué responder. Ella se echó a reír—. Vaya, no sabía que Hunter tenía interés por chicas como tú. Dime, ¿te pintas el cabello?
—No.
—Venga, ¿acaso quieres verme la cara? —sonrió con ironía—. Nadie tiene el cabello de ese color.
—Mis padres tienen sangre albina —expliqué, acostumbrada a que nadie me creyera—. Lo heredé de ellos.
—Está bien, está bien. Si no quieres decirme que tinte de cabello usas, no me lo digas.
—Pero yo no... —suspiré, no tenía sentido discutir con ella—. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo?
—Quinta planta, puerta veintiséis —dijo de mala gana, regresando la atención a su libro.
—Gracias.
Me di la vuelta para dirigirme al ascensor.
—¡Espera, espera, espera! —me llamó, buscando algo en los cajones del mostrador—. Ten, toma esto.
La miré con el ceño fruncido.
—¿Y esto es...?
—Son las llaves del departamento de Hunter —explicó, sonriendo de forma misteriosa—. Ya sabes, para que no tengas que esperar a que él te abra la puerta. Podría estar... no lo sé, ¿dormido?
—De acuerdo, gracias otra vez —le agradecí con una gran sonrisa, tomando las llaves que me ofrecía.
A pesar de tener una apariencia muy extraña, la chica era alguien muy amable.
—Ah, por cierto. El elevador tiene medio año sin funcionar, tendrás que usar las escaleras.
Hice una mueca pero asentí con la cabeza.
—Vale.
Después de subir casi cincuenta escalones, me pregunté qué sería mejor, ¿tocar y esperar a que Hunter me abriera o usar la llave que me había dado la chica de la recepción para darle un buen susto? Tras meditarlo unos minutos, tomé una decisión. Metí la llave en la cerradura de la puerta y entré a su apartamento sin hacer ruido.
El interior resultó ser todo lo contrario a lo que yo había imaginado. La sala estaba ordenada y limpia, la mayoría de los muebles parecían haber sido comprados hace muy poco, y las paredes estaban pintadas de un gris muy oscuro ¿Quién iba a pensar que Hunter tendría tan buen gusto? ¿Será que era un adicto a la limpieza?
Mientras miraba con asombro el interior su hogar, un fuerte ruido me hizo dar un respingo. De manera cautelosa, atravesé la sala de estar para seguir aquel ruido pensando que se trataban de ronquidos. Por desgracia, cuando abrí la puerta de la que supuse, era su habitación, casi solté un grito.
En serio, ¿quién me manda a ser tan curiosa?
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