Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 48 | Punto de quiebre

Cuando por fin concluyó mi última clase del día, llamé a Hank para que pasara por mí y le pedí que me llevara de nuevo al departamento de Hunter. Tenía que recoger las cosas que había dejado atrás esa mañana debido a la falta de espacio en mi maleta y, ya que estábamos, aprovecharía la oportunidad para hablar con él.

Necesitaba decirle que iba a esperarlo, sin importar el tiempo que le tomara terminar su tratamiento.

Después de un: «Espérame aquí, no tardo», bajé del auto y crucé la entrada del edificio para ingresar a la recepción. Pensé en disculparme con Mónica por haber ignorado lo que había tratado de decirme esa mañana, sólo que, por primera vez en mucho tiempo, no vi a nadie sentado del otro lado del mostrador. Un silencio inusual reinaba en todo el lugar; la falta de presencia humana me generó un ligero malestar en el estómago.

Atravesé la solitaria estancia, presioné el botón para llamar al ascensor y esperé pacientemente a que las puertas deslizantes se abrieran con un susurro metálico. Una vez dentro de la pequeña cabina, tuve la extraña sensación de que alguien me observaba a través de la cámara de seguridad situada en una de las esquinas, pero, ¿quién podría estar vigilándome?

El ascensor se detuvo en la quinta planta del edificio. Cuando las puertas se abrieron, avancé por el pasillo hasta llegar a la puerta marcada con el número veintiséis. Miré la llave que había sacado de mi bolsa y me pregunté si debía usarla para abrir o si sería más prudente tocar, esperando que Hunter estuviese en casa. Tras exhalar un largo suspiro, introduje la llave en la cerradura y giré el picaporte para entrar como lo había hecho tantas veces.

Como no vi señales de Hunter en la sala de estar, eché a andar a la habitación, pero me paralicé a mitad del pasillo. Allí, sentada en uno de los taburetes de la cocina, se encontraba sentada una mujer.

Mi corazón latió con fuerza al ver de quién se trataba. Su cabello estaba lleno de nudos, tenía los labios rojos e hinchados, y llevaba puesta una de las camisetas de Hunter, la misma que a mí más me gustaba usar a la hora de dormir. Levantó la cabeza al percibirme en el umbral de la cocina y sonrió ante la expresión en mi rostro.

—Buenos días —me saludó.

—¿Qué estás haciendo aquí? —demandé.

Zoella inclinó la cabeza hacia un lado.

—Eso mismo podría preguntarte yo a ti. —Me sonrió de oreja a oreja—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Tragué saliva y apreté los puños, invadida por una oleada de rabia.

—Vete —espeté, fulminándola con la mirada.

—¿Perdona?

—He dicho que te vayas.

Chasqueó la lengua.

—Lo haré cuando él me diga que lo haga.

Inspiré hondo por la nariz.

—Te lo preguntaré una vez más —exclamé entre dientes—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—¿De verdad necesitas que te lo diga? —se mofó, estirando los brazos por encima de la cabeza mientras se le escapaba un bostezo—. Porque, si eso es lo que quieres, no tengo ningún problema en decírtelo con lujo de detalles. Veamos, ¿qué te parece si empiezo por la llamada que me hizo esta mañana para pedirme que viniera?

—No —susurré, sujetándome el estómago revuelto.

—Dijo que necesitaba sentir el calor de mi cuerpo.

—Mientes, Hunter no...

—Ya casi había olvidado lo bueno que es en la cama, ¿sabes? —continuó—. Especialmente cuando pierde el control de sí mismo al estar tan inmerso en su propio placer. Los gruñidos que surgen desde lo más profundo de su garganta después de cada embestida, y el color que adquieren sus ojos mientras sus dedos se aferran a...

—¡Ya basta! —grité, dando un paso hacia atrás con las manos sobre los oídos.

Zoella se echó a reír.

—Ay, ¿no me crees? —Apoyó los codos en la encimera—. ¿Por qué no se lo preguntas tú misma?

No tuve que darme la vuelta para saber que él estaba detrás de mí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —exclamó, y cielos, cómo me dolió.

—Dime que no es cierto —le rogué, mirándolo a los ojos, ignorando el hecho de que lo único que llevaba puesto en ese momento eran un par de vaqueros—. Dime que miente y te creeré, sólo... dime que no es cierto.

Pero Hunter no respondió, él sólo... me miró.

Y eso fue todo lo que necesitó para romperme el corazón.

Pasé junto a él sin tocarlo y me encaminé a su habitación para terminar de recoger mis cosas. Con las manos temblorosas, rebusqué apresuradamente en los cajones del armario, guardando en la mochila que había llevado conmigo todo lo que había dejado atrás esa mañana: blusones, vestidos, medias, calcetines, etcétera.

A lo lejos, me pareció oír las voces de Hunter y Zoella discutiendo en la cocina, pero me obligué a no prestar atención a nada de lo que decían. Tenía que darme prisa. Era demasiado duro para mí permanecer allí.

Mientras registraba el último cajón de una de las cómodas, asegurándome de no dejar nada, olvidé lo que estaba haciendo y me quedé momentáneamente quieta, mirando un sobre que yacía en el fondo.

Mi corazón dio un vuelco al ver lo que tenía dentro.

—¿Esto es...? —susurré para mí misma, incrédula.

—Es el dinero que solías darme para que fingiera ser tu novio —respondió una voz a mis espaldas. Hunter había entrado a la habitación sin que yo lo escuchara—. Nunca lo gasté —explicó, encogiéndose de hombros. Se acercó al armario para sacar una camiseta y se la puso—. De todas formas, es tuyo, así que tómalo.

No lo hice.

Regresé el sobre con dinero al lugar donde lo había encontrado y me incorporé.

Estaba a punto de irme cuando mis ojos se posaron en una caja de madera que descansaba sobre la mesita de noche junto a la cama. Se trataba de una reliquia que había pertenecido una vez a mi abuela. Su interior contenía un puñado de botones raros y antiguos que ella misma había ido coleccionando a lo largo de su vida.

La apreté cuidadosamente contra mi pecho y salí de la habitación.

—Oh, ¿te vas tan rápido? —preguntó Zoella, cortándome el paso en la sala de estar.

—Muévete —exclamé, tratando de esquivarla, pero ella no me dejó.

De pronto, Zoella estiró un brazo y me arrebató la caja de mi abuela de las manos.

—Vaya, esto parece muy antiguo. ¿Qué se supone que es?

—¡Devuélvemela!

—Zoe —siseó Hunter detrás de mí.

Zoella puso los ojos en blanco y se echó a reír.

—Bien, tú ganas. Aquí tienes —murmuró. Pero antes de «entregármela», la soltó y la dejó caer al suelo intencionalmente. La tapa se abrió y los botones salieron disparados en todas direcciones—. Ups, lo siento tanto.

—Eres una...

—Iré a darme una ducha —dijo, y me golpeó el hombro al pasar junto a mí para desaparecer en el baño.

Respiré hondo y me llevé una mano al estómago, que tenía un buen rato doliéndome.

Sin decir una palabra, Hunter se agachó para ayudarme a recoger los tesoros de mi abuela. Evité mirarlo mientras ambos levantábamos los botones del suelo. La incomodidad entre nosotros casi era palpable en el aire. Entonces, en medio de aquel caos de emociones, su mano encontró algo inesperado. Hunter sostuvo un anillo de plata entre sus dedos y, por un instante, nuestros ojos se encontraron en un silencio cargado de significado.

Era el anillo que había comprado hace tiempo con la intención de regalárselo en su cumpleaños.

—Haz lo que quieras con eso —le dije, mi voz sonó ronca—. Tíralo o véndelo, ya no significa nada para mí.

Una vez hube terminado de recoger hasta el último botón, me puse de pie. Hunter hizo lo mismo.

Durante un segundo, me pareció que quería decir algo, así que esperé, y esperé y esperé.

Nada sucedió. No tenía caso seguir esperando.

Di un paso hacia la puerta, deseando con todas mis fuerzas que me detuviera.

Que me dijera que todo era un malentendido.

No lo hizo.

Cuando me fui de allí, no sólo dejé atrás el anillo, sino también el futuro que una vez imaginé consigo.


Varias horas más tarde, me desperté a causa de un poderoso dolor de cabeza. Había llegado a casa tan cansada que me había dejado caer en la cama con todo y el uniforme. Mareada, me incorporé despacio hasta sentarme. Me froté la frente, intentando ahuyentar el dolor palpitante. No funcionó. Unas nauseas horribles me obligaron a levantarme de la cama para correr al baño. Apenas llegué a tiempo para vomitar en el excusado.

—No —gimoteé, apartándome el pelo de la cara—. No, no...

Odiaba vomitar, sobre todo cuando creía estar mejorando. Lo último que quería en ese momento de mi vida era tener una recaída. Me había costado bastante ganar algo de peso, no quería volver a perderlo.

Después de vaciar mi estómago, me senté temblorosamente en las baldosas del baño e hice uso de todo mi esfuerzo para detener las lágrimas que caían en torrente por mis mejillas. Fue inútil. No podía dejar de llorar.

Cerré los ojos, respiré hondo y abracé mis piernas mientras escuchaba a alguien llamándome débil.

Lo estás haciendo otra vez.

Pronto empezarás a perder peso.

La ropa no tardará en quedarte grande de nuevo.

¿Qué harás cuando tengas que mirarte al espejo?

¿Quieres volver a sentirte como si fueras un monstruo?

¿Y todo por qué? ¿Por qué él decidió regresar con su ex?

—Detente, no quiero oírte —susurré, presionando las manos contra mis oídos.

Escuché una risa que sonaba exactamente igual a la mía.

¿Ya olvidaste que fuiste tú quien se entrometió en su relación con esa chica?

¿Por qué insistes en hacerte siempre la víctima?

Sucedió lo mismo con Christopher y Lexie.

Te entrometiste en lo que sea que ellos tenían.

—No... yo no...

Sí, sé muy bien por qué actúas como lo haces.

Sin importar cuánto te aferres a las personas...

... al final, éstas siempre te abandonan.

Por eso temes quedarte completamente sola.

Sollocé, sintiéndome al borde de un colapso mental.

Pero está bien. Todo va a estar bien —susurró de nuevo esa voz, que era idéntica a la mía. Parpadeé varias veces para esclarecer mi vista empañada por culpa de las lágrimas—. No tienes nada de qué preocuparte.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Frente a mí, sentada con las piernas cruzadas en las frías baldosas del cuarto de baño, se encontraba una versión de mí misma mirándome con una sonrisa en los labios.

Sin importar lo que pase de ahora en adelante, yo siempre voy a estar a tu lado.

Respirando con dificultad, me agarré del lavabo y me incorporé hasta de ponerme de pie.

«Nada de esto es real —me dije, mojándome la cara con agua fría—. Sólo estás cansada, necesitas descansar».

Cuando miré de nuevo el sitio donde me había visto a mí misma, no vi ninguna señal de esa otra yo. Un suspiro de alivio escapó de mis labios, aunque el malestar en mi estómago persistió. Hice una mueca y salí del cuarto de baño entre tambaleos, intentando no pensar en la extraña alucinación que acababa de tener.

Ya en mi habitación, un poco más tranquila, empecé a deshacerme de mi uniforme para ponerme algo más cómodo, pero un ruido en el piso de abajo me hizo pegar un brinco. Despacio, me volví hacia la puerta. No esperaba a nadie en casa. Afuera el cielo ya estaba oscuro y el reloj en la pared marcaba las ocho de la noche.

Me quedé quieta durante un minuto entero, atenta a cualquier otro indicio de actividad en la planta de abajo. Al final, dejé la corbata del uniforme sobre la cama y bajé las escaleras para echar un vistazo. Sin embargo, en cuanto puse un pie en el vestíbulo, contuve la respiración. Las luces del salón estaban encendidas.

Y yo... no recordaba haberlas encendido.

En lo que trataba de procesar la extraña situación, otro ruido, más sutil esta vez, captó mi atención. Vacilé un breve instante antes de seguir la fuente del sonido. Mi corazón palpitó con fuerza a medida que me acercaba al despacho de mi padre, donde las luces también estaban encendidas, dándome indicios de actividad.

—No, me iré antes de que despierte —estaba diciendo una mujer a través de la puerta entreabierta. Era la voz de mi madre—. No insistas, William, sabes perfectamente bien que no tengo tiempo para esto.

Hubo un pausa en lo que mi madre escuchaba la respuesta de mi padre al otro lado del teléfono.

—Vaya, ¿de verdad acabas de insultarme por ser una mala madre? —se echó a reír mientras repiqueteaba las uñas sobre la superficie del escritorio—. Oh, querido, no tienes vergüenza. ¿Con qué cara te atreves a decirme algo así cuando eres tú quien está más ocupado follándose a su asistente que pasando tiempo con su hija?

Me quedé petrificada en mi lugar detrás de la puerta, sin atreverme a mover un solo músculo.

¿Mi padre y Francis estaban...?

—Por favor, de no ser por la niña, esa estúpida cláusula no existiría —resopló, y algo en mi interior se agrietó al escucharla llamarme niña—. ¿Cuántas veces debo decírtelo para que me creas? Yo no le dije a tu madre que estaba embarazada, alguien más lo hizo. Nada me hubiese hecho más feliz que no haberla tenido. ¿O te piensas que me embaracé a propósito para que te casaras conmigo? ¿Tengo que recordarte que fuiste tú quien insistió en no cuidarnos esa noche porque estabas resentido con esa mujer por haber elegido a otro y no a ti?

Tuve que agarrarme de la pared cuando las rodillas empezaron a temblarme.

—¡Tenía dieciocho años, William! —exclamó, y la voz se le quebró—. Mi único error fue permitir que me utilizaras como pañuelo de lágrimas cada vez que ella te rechazaba. Dime, ¿por qué iba a querer tener al bebé de un hombre que no me amaba? —guardó silencio para escuchar la respuesta de mi padre—. ¡Lo hice porque no tuve otra opción! —gritó, histérica—. Dorothea me contactó en cuanto supo que estaba embarazada para hacerme todo tipo de amenazas. Me aseguró que, si no le daba a la niña, se encargaría de que jamás pudiese cumplir mi sueño de convertirme en diseñadora. ¿Qué se supone que debía hacer? ¡Fue tu madre quien me obligó a parir!

Conocer las circunstancias que rodeaban mi nacimiento era algo para lo que no estaba preparada. Hace tiempo que me había hecho una idea, pero escucharlo de la propia boca de mi madre resultaba mil veces peor.

—Piensa lo que quieras, no me interesa —suspiró con cansancio—. Si tanto te preocupa la niña, deja ya de perder el tiempo con tu amante y empieza a actuar como un verdadero padre. —Me pareció oír que se acercaba a la puerta, pero no me moví. Tenía las piernas entumecidas—. Yo jamás he pensado en ella como mi hija.

Su reacción al verme detrás de la puerta fue la de alguien que acababa de ver a un fantasma. Se llevó una mano al pecho y me miró con los ojos bien abiertos. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que vi el rostro de mi madre que, verla allí, de pie frente a mí, fue como estar en presencia de una completa desconocida.

—Tengo que irme —murmuró distraídamente para despedirse de mi padre, apartándose el teléfono de la oreja—. Vaya, no esperaba encontrarme contigo —dijo, recuperando la compostura—. Pensé que estabas dormida.

Mi madre, una mujer que irradiaba poder y elegancia, era básicamente una versión adulta de mí misma, sólo que, a diferencia de mí, ella tenía los ojos azules y las facciones mucho más definidas y afiladas.

—¿Es verdad? —pregunté, mi voz era apenas un susurro—. ¿Jamás has pensado en mí como tu hija? —Pero, en vez de responder, dejó escapar un profundo suspiro—. ¿Por qué? —exigí, apenas podía respirar.

—No me hagas repetir lo mismo que ya le he dicho a tu padre.

—Mamá...

Se pasó una mano por el pelo, largo, ondulado y rubio.

—Realmente no tengo tiempo para esto, Ellie. Tengo que tomar un vuelo a las diez.

Pasó junto a mí para meter un puñado de documentos en un maletín de cuero marrón que había dejado en la mesita de la sala. Parpadeé mientras me secaba las mejillas con las mangas de mi camisa blanca del uniforme.

—¿No puedes quedarte un poco más?

—No —contestó, sin siquiera mirarme—. No puedo.

—Quédate, por favor —le pedí, aferrándome al dobladillo de mi camisa como si fuese una niña pequeña que intentaba desesperadamente convencer a su madre de no ir a trabajar para pasar más tiempo con ella.

—No puedo, Ellie, entiéndelo.

Atravesó el vestíbulo mientras se enfundaba un abrigo de lana rojo intenso.

—Está bien si me odias —murmuré con voz temblorosa, siguiéndola hasta la entrada—. No tienes que amarme, sólo... no te vayas. Por favor, mamá, quédate conmigo —sollocé, sintiendo la presión de las lágrimas en mi garganta—. Y si es verdad que no puedes quedarte, entonces llévame contigo. Seré buena, lo prometo. Jamás te meteré en problemas, haré todo lo que tú me pidas. Por favor, por lo que más quieras... no me abandones.

Y, por un instante, dudó.

Sus ojos reflejaban una mezcla de indecisión, tristeza y... algo más. Algo que no supe descifrar.

Al final, mi madre suspiró y se acercó a mí para sostener mi rostro entre sus manos.

—Lo siento mucho, querida, pero cada vez que te veo no puedo evitar pensar en todo lo que pude haber hecho con mi vida sin tan solo no te hubiese tenido —me dio un beso rápido en la frente. Luego, se apartó y se volvió hacia la puerta—. Espero que algún día puedas entenderlo —fue lo último que dijo antes de marcharse.

La puerta se cerró detrás de ella, dejándome sola en el vestíbulo. Mis ojos se llenaron de lágrimas que no tardaron en caer y rodar por mis mejillas. Acababa de ser abandonada por mi propia madre, el dolor en mi pecho era insoportable.

Me senté en las escaleras y me abracé a mí misma en un intento por deshacerme del sentimiento de vacío que me helaba desde dentro hacia fuera mientras mi corazón se hundía en un abismo de desesperación y tristeza.

¿Realmente pensaste que se quedaría contigo? —susurró la misma voz de antes, surgiendo desde las profundidades de mi mente. Al principio no era más que un murmullo, pero pronto se intensificó hasta convertirse en un eco burlón que resonó en toda la casa—. Cielos, eres tan ingenua...

Inspiré hondo y me agarré la cabeza.

¿Qué te hace pensar que alguien querría quedarse contigo?

Una imagen distorsionada de mí misma se materializó frente a mí, esbozando una sonrisa.

Conozco una manera en la que puedes liberarte de todo ese dolor —dijo, tomándome de la mano para guiarme escaleras arriba, hacia mi habitación. Noté cómo su presencia invadía mi mente y su pensamiento eclipsaba el mío, al igual que un virus o bacteria—. Todo lo que tienes que hacer es irte a dormir. Bastante sencillo, ¿no lo crees?

Sin comprender lo que sucedía, mi cuerpo, inexplicablemente, la siguió. Cuando llegué a mi habitación, mi otra yo señaló la mesita de noche en donde guardaba las pastillas para dormir. Respondiendo a una orden que no provenía de mí, me senté en el borde de la cama, luchando contra la confusión que me nublaba la mente.

Una no va a ser suficiente.

—Pero yo...

Vamos, confía en mí —insistió.

Con manos temblorosas, tomé nuevamente el frasco y, sin pensar demasiado en las consecuencias, vacié el contenido sobre la cama. Era como si alguien más me estuviera controlando, obligándome a hacer cosas que no quería.

A un lado de la cama, junto a la ventana, mi otro yo me observaba con una especie de complacencia perversa.

Tragarme varias pastillas a la vez fue más difícil de lo que había imaginado. Mi garganta protestó ante el intento de forzarlas, pero no desistí. Y luego, a pesar de mi desconcierto, una extraña calma se apoderó de mí.

Cuando terminé de ingerir todas y cada una de las pastillas, me acosté en la cama y me cubrí con las sábanas, escondiéndome del mundo que se desmoronaba a mi alrededor. La figura distorsionada de mí misma se sentó junto a mí, acariciándome el pelo con una sonrisa mientras yo me dejaba llevar por el cansancio.

No sé cuánto tiempo estuve dormida, cuando noté un fuerte dolor en el estómago.

Intenté incorporarme, pero el efecto de las pastillas impedía que me despertara.

Está bien, pronto dejarás de sentir dolor.

Un gruñido agonizante brotó de mi garganta. Grité cuando el dolor punzante de mis entrañas hizo que me encogiera sobre la cama y me retorciera de un lado a otro entre las sábanas.

Dolía, y dolía mucho.

—¿Qué... rda...? ¿En qué... nios... esta... ando...?

Una voz masculina resonó entre la neblina que me mantenía atrapada. Oía sus palabras borrosas y lejanas, como si se filtraran a través de un sueño del que me resultaba imposible despertar. Mientras trataba de entender lo que decía la voz furiosa de esa persona, varios dedos me fueron introducidos en la garganta. Un escalofrío me recorrió la espalda. Luché por apartarme, pero una mano me sujetó de la nuca para evitar que me moviera.

Entre jadeos y retorcijones, me escuché vomitar y toser, una y otra vez. Cientos de lágrimas empezaron a bajarme a mares por las mejillas. Intenté levantar la cabeza, pero me mareé y me quedé sin respiración.

Alguien me puso una mano delicadamente en la espalda y me dio palmaditas para tranquilizarme.

A través de mi distorsionada visión, conseguí a ver un rostro joven y hermoso, cuya apariencia brillaba intensamente en la oscuridad. Un par de ojos grises me devolvieron la mirada. Con un último esfuerzo, estiré un brazo para tocar a quienquiera que fuera aquella persona, pero no alcancé a hacerlo. Ya había empezado a perder la consciencia, por mucho que intentara mantenerme despierta.

Lo último que recuerdo es haber sido estrechada entre los brazos de un cuerpo cálido, antes de ser arrastrada por pesadas cadenas hasta la más profunda oscuridad.

*

*

╔════════════════╗

Sígueme en mis redes sociales

Twitter: @ KarenMataGzz

Instagram: @ karenmatagzz

Página de Facebook: Karen Mata Gzz

¡Gracias por leer!

Karen Mata Gzz

╚══════════════════╝

*

*

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro