Capítulo 46 | Confesión y separación
Al caer la noche ese mismo día, me acurruqué en el sillón reclinable de la sala mientras trataba de concentrarme en la guía de cálculo avanzado que tenía sobre el regazo y que, por más que lo intentaba, no lograba entender. ¿Por qué tenían que ser tan difíciles las matemáticas? Por otro lado, cada vez que empezaba a entender un poco esa extraña regla del hospital o una cosa así, mis pensamientos insistían en extrañar a una sola persona.
Inquieta, miré la hora en el reloj de la pared.
Eran más de las once y Hunter seguía sin aparecer.
¿Qué es lo que le estaría tomando tanto tiempo?
Cuando terminé de beber mi tradicional taza de leche tibia con miel, apagué la lámpara de tulipanes rosas que Hunter había comprado para mí hace ya un par de semanas y me tapé el cuerpo con mi sábana de algodón favorita. Supe que me había quedado dormida enseguida puesto en el momento en que volví a abrir los ojos, me encontré a mí misma de pie en el centro de una habitación blanca que no tenía puertas ni ventanas.
Me tomó un par de minutos notar a la presencia de una persona sentada frente a mí. Se trataba de una mujer a la que le calculé entre treinta o cuarenta años. Tenía el cabello largo y ondulado, de un precioso color castaño. Sus ojos, de un familiar verde aceituna, estaban fijos en mí, aunque no parecían estar viéndome en realidad. La expresión en su rostro era la de alguien que lo había perdido todo, incluyendo las ganas de vivir.
—Isabella —susurré sin poder evitarlo.
Era ella, la madre de Hunter.
A su vez, alguien más pronunció:
—Madre.
Di un giro brusco hacia atrás en busca del dueño de esa misteriosa voz, pero la madre de Hunter y yo éramos las únicas personas en la habitación. Cuando regresé la vista al frente, vi a Isabella Presley mirándome con horror. Intenté acercarme a ella para preguntarle «¿Se encuentra bien?», pero la voz que salió de mi boca no fue la mía.
—Sé que no esperabas volver a verme, pero se trata de un día muy especial.
Isabella trató de moverse, seguramente para escapar o salir huyendo, pero lo único que consiguió fue hacer que sus manos temblaran un poco. Entonces, los frenéticos latidos de un corazón hicieron eco en la habitación.
—Hoy es su cumpleaños —continuó esa voz, adquiriendo un tono más sombrío.
La habitación, que antes había sido blanca, se volvió de color escarlata.
—Y en verdad espero que le guste mi regalo.
Un fuerte golpe en la puerta me despertó de un sobresalto.
—Mierda —se rio alguien entre palabrotas, dándole otro golpe a la puerta. Cuando estiré una mano para encender la lámpara de tulipanes, distinguí a Hunter tambaleándose peligrosamente en la entrada. Al verme, una sonrisa que pretendía ser seductora tiró de sus masculinos labios—. Amor, estoy en casa.
Mi primer y única reacción después de haber tenido un sueño tan extraño fue fruncir el ceño.
—¿Hunter? —Miré la hora en el reloj, eran casi las dos de la mañana—. ¿Por qué estás...?
Cerró la puerta de la entrada de una patada con más fuerza de la necesaria y luego se volvió hacia ella.
—Joder, ¿por qué haces tanto ruido? —le gruñó a la puerta.
Aliviada de verle, me levanté del sillón reclinable y me acerqué a él para evitar que siguiera tambaleándose.
—¿Dónde estabas? —le pregunté, pero Hunter me ignoró y, en su lugar, sujetó mi rostro entre sus manos para besarme. Su boca sabía tanto a cerveza como a tabaco. La mezcla me resultó tan desagradable que experimenté unos indescriptibles deseos de vomitar—. Ya basta, detente —dije, apartando mi boca de la suya.
—¿Por qué? —preguntó, confundido, intentando volver a besarme—. ¿No te gusta que te bese?
—No, sí me gusta. Pero ahora mismo tu boca tiene un sabor espantoso.
Sonrió, me rodeó la cintura con los brazos y me estrechó fuertemente contra sí.
—Hueles tan bien... —susurró al tiempo que hundía la nariz en mi cuello para aspirar con fuerza mi aroma.
—Tú, en cambio, apestas a alcohol y a cigarrillo.
—¿Sí? —se echó a reír. Era la primera vez que escuchaba su risa de borracho—. Vaya, eso no está nada bien.
—¿De dónde vienes? —pregunté de nuevo, pero era como si evitara darme una respuesta.
—Nena, ¿quieres oír un secreto?
Suspiré mientras intentaba no respirar el olor que desprendían sus ropas.
—Claro, ¿por qué no?
Me acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y acercó su boca para decir en voz baja:
—Cross no es mi apellido, en realidad es mi segundo nombre.
Esbocé una boba sonrisa y le di un par de palmaditas en la espalda.
—Bien, lo mejor será que nos vayamos a la cama. Estás borracho y necesitas dormir.
—No. —Se aferró a mí con más fuerza—. Yo sólo te necesito a ti.
Y, dicho eso, sostuvo una vez más mi rostro entre sus manos para tratar de besarme otra vez.
—No, Hunter, no quiero —dije, evitando sus labios justo a tiempo.
Sólo en ese momento me percaté entonces de un aroma que no había notado antes. Mi corazón dejó de latir. Además de oler a alcohol y a humo de cigarrillo, sus ropas olían también a jazmín, ciruela y almizcle.
—¿Por qué hueles a perfume de mujer?
Se quedó momentáneamente quieto.
—¿Hmm?
Me aparté de él para encender la luz de la sala y así poder darle un mejor repaso a su apariencia. Lo que vi fue incluso peor de lo que había imaginado. Su cabello castaño estaba hecho un desastre, el cuello de su camisa blanca tenía marcas de lápiz labial por todas partes y, de algún modo, su corbata había desaparecido.
—¿Estabas con una mujer? —pregunté, incrédula.
Hunter frunció las cejas, como si lo que yo acababa de decir fuese una completa y absoluta estupidez.
—No —respondió, sacudiendo la cabeza—. Por supuesto que no.
Hice un esfuerzo por no ponerme a gritar como una novia celosa e histérica.
—Explica entonces las marcas de labial rojo que llevas en el cuello de la camisa.
Inclinó la cabeza hacia un lado, mostrando una expresión de total desconcierto.
—¿De qué marcas me estás hablando?
Su actitud de no saber a qué me refería me hizo sentir inmensamente furiosa.
—Eres un... ¡Ah! —chillé cuando el idiota se agachó, me agarró por los muslos y me echó por encima de su hombro—. ¿Qué crees que haces? ¡Bájame! —le ordené, pero él no me escuchó—. ¡Hunter, he dicho que me bajes!
—Noup.
Tambaleándose, comenzó a avanzar con dificultad por el pasillo para llevarme a su habitación.
—Te juro que si no me bajas en este mismo instante, gritaré y entonces...
—Espera... —se detuvo un segundo para sostenerse de la pared—... ya casi llego.
Reprimí un gruñido colérico y también las galas de pegarle en la espalda o el trasero.
—¡Te estás comportando como un idiota!
—¿Ah, sí?
—¡Sí!
Hunter se echó a reír.
—Bueno, eso está muy bien.
—¿Eh?
—Ya hemos llegado, cariño.
Encendió la luz del dormitorio y después me dejó a mí sobre la cama.
—¿Y bien? —demandé, esperando una buena explicación.
—¿Hmm? —murmuró él, sentándose junto a mí.
Estaba tan cerca que casi le di una patada.
—¿Vas a decirme por qué el cuello de tu camisa está manchado de lápiz labial?
Mis palabras hicieron que exhalara un profundo y exhausto suspiro.
—Nena, si te soy sincero, no sé de qué diablos estás hablando.
Llegado a ese punto, agarré el cuello de su camisa blanca y tiré de la tela para que viera las marcas.
—¿Qué me dices ahora, eh? ¿Aún no sabes de qué diablos estoy hablando? —Hunter contempló las marcas de labial rojo en el cuello de su camisa durante varios segundos sin darme ningún tipo de reacción. Tragué saliva, apreté los labios y, finalmente, lo solté—. ¿Vas a darme una respuesta o piensas seguir haciéndote el tonto?
—No estoy haciéndome el tonto —rezongó, sonando igual que un niño pequeño.
Cuando trató de alcanzar una de mis manos, yo me aparté.
—Dime la verdad —insistí, mirándolo directamente a los ojos—. ¿Estuviste con una mujer?
—No —respondió en un tono muy serio.
—Mentiroso.
—No estoy mintiendo. Yo sólo...
Se calló e hizo una especie de mueca con los labios.
—¿Tú sólo, qué? —presioné, aunque sabía que no iba a gustarme escuchar el resto.
—... me encontré con Zoe.
El corazón se me detuvo en el pecho durante varios segundos antes de volver a latir de forma frenética.
—¿Fuiste a verla? —pregunté, ahora en un susurro.
Noté que me temblaba la barbilla.
—No exactamente —suspiró, mirándome con una expresión compungida—. ¿Me dejas tomarte de la mano?
—No —espeté, conteniendo apenas mi rabia—. Y si no me das una mejor explicación ahora mismo, voy a...
—Fui a emborracharme —explicó en voz baja, alargando una mano para rozar la punta de mis dedos—. Quería dejar de pensar en tantas cosas y... de alguna manera, terminé en el bar en donde ella trabaja.
—¿Te acostaste con ella?
Dios mío, ¿acaso él...?
—No,.
Resoplé con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Esperas que te crea después de verte llegar con manchas de labial y apestando al perfume de otra mujer?
—Sí —dijo, mirándome con profunda devoción—. Porque a mí jamás se me ocurriría engañarte.
Respiré hondo sin saber de qué manera enfrentar los sentimientos que se concentraban en mi pecho en ese momento. Una parte de mí quería creerle, pero las marcas de labial en su cuello eran pruebas suficiente de que él estaba mintiendo. Quizás era verdad que no se había acostado con ella, pero sí habían hecho algo más.
—¿Quieres oír otro secreto? —murmuró de nuevo, entrelazando sus dedos con los míos. No contesté. No tenía las fuerzas suficientes para hacerlo—. Mi padre me dijo una vez que las personas que yo más amara en este mundo estarían destinadas a tener una vida llena de dolor y desesperación. Él realmente amaba a mi madre, pero aun así hizo su vida miserable. Yo... no quiero ser como él.
El silencio que siguió después de eso fue tan intenso que tuve que romperlo.
—Hunter... —empecé, sólo que no encontré las palabras adecuadas para continuar.
—Te amo —soltó sin más, tomándome totalmente desprevenida. Contuve la respiración mientras el calor se apoderaba de mis mejillas—. Y porque te amo, no permitiré que tengas una vida llena de dolor y desesperación.
Pestañeé varias veces, confundida.
—Espera, ¿qué estás...?
—Lo mejor es que terminemos.
Lo miré sin dar crédito a lo que acababan de escuchar mis oídos.
—¿Es una broma? —murmuré, con una expresión incrédula, pero Hunter no respondió—. Acabas de decir que me amas, ¿y ahora quieres terminar conmigo? —bufé—. ¿Te das cuenta de lo ridículo que suena eso?
Suspiró, desenlazó nuestros dedos y se recostó en la cama para cerrar los ojos durante unos segundos.
—Ella tiene razón —dijo, masajeándose las sienes como si le doliera la cabeza.
—¿Ella? ¿Te refieres a Zoella?
Pero no hacía falta que respondiera, era obvio que se trataba de ella.
—Si me quedo contigo, vas a terminar igual que mi madre.
—No, eso no...
—Estarás mejor sin mí.
Una amarga y cruda sensación se instaló en el interior de mi estómago.
—No digas eso —jadeé, permitiendo que las lágrimas corrieran libremente por mis mejillas—. No puedes dejarme, tú... dijiste que te quedarías conmigo hasta que ya no te necesitara —le recordé, pero una vez más, no obtuve ninguna respuesta de su parte. Entonces, noté que su pecho había comenzado a subir y bajar a un ritmo que me hizo saber que se había quedado dormido—. Dijiste que te quedarías conmigo para siempre...
Después de llorar unos minutos, me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, apagué las luces de la casa y regresé para acostarme a su lado. Nos cubrí a ambos con una sábana, cerré los ojos con fuerza y me dije a mí misma que por la mañana Hunter no recordaría ni una palabra de lo que había dicho mientras lo abrazaba.
♡
Desperté sintiéndome mareada y con un intenso dolor de cabeza. Abrí los ojos esperando ver a un Hunter profundamente dormido después de su borrachera de anoche, pero yo era la única persona que ocupaba la cama.
Me incorporé despacio y con cuidado, apoyándome en el cabecero para buscarlo en la habitación, sin embargo, no había señales de él por ninguna parte. Cuando escuché un ruido en la cocina, me levanté de la cama de la manera más silenciosamente posible y atravesé el pasillo para encontrarlo sentado en la barra. Tenía los ojos cerrados, un vaso de agua y dos frascos de pastillas en las manos. Se había cambiado el traje negro con el que había asistido al funeral de su madre por una camiseta blanca y unos cómodos pantalones de chándal.
—¿Dormiste bien? —le pregunté, acercándome sin hacer demasiado ruido.
Hunter abrió los ojos para mirarme, pero en cuanto su mirada cayó en la cinta adhesiva que yo seguía llevando en la nariz, tragó saliva y miró hacia otra parte. Estuve a punto de arrancármela y tirarla a la basura.
—Tienes que irte.
Me quedé petrificada en mi lugar, presa del pánico.
—¿Por qué?,
—Te lo dije ayer.
Exhalé lentamente el aire en mis pulmones, ignorando la tensión que sentía en la garganta.
—¿De verdad estás terminando conmigo? —pregunté. Noté que se ponía rígido, más no se atrevió a mirarme. Desde el día del incidente en la bolera, Hunter parecía tener muchos problemas para mirarme a la cara—. ¿Es por lo de mi nariz, verdad? Maldición, ¿cuánto tiempo más piensas seguir culpándote por eso?
—Annalise... —susurró en un tono peligrosamente bajo.
—Lo que pasó fue un accidente, tú no sabías que yo estaba detrás de ti —dije por enésima vez.
Entonces, sucedió algo que yo no me esperaba.
—¡Deja de decir que fue un jodido accidente! —exclamó a gritos en un arranque de ira, arrojando uno de los frascos de pastillas contra la pared de la cocina; la tapa salió disparada al igual que todo su contenido. Su reacción me sorprendió tanto que, en vez de dar un paso atrás para alejarme de él, me quedé completamente quieta en mi lugar—. Lo siento, no quería gritarte —murmuró al darse cuenta de lo que había hecho. Su respiración también se aceleró—. Los medicamentos me están... yo no... mierda, mierda, mierda...
Suspiró y se pasó las manos por la cara, desesperado.
—¿Puedo...?
—No —espetó cuando traté de acercarme a él—. Escúchame bien, Annalise, yo... —suspiró otra vez antes de colocar las dos manos sobre la superficie de la barra—... yo no estoy bien. Lo estoy intentando, pero... cada día me es más difícil. Mi condición no es algo que mejorará de la noche a la mañana, todo esto... llevará tiempo.
—Lo sé —dije—. Y es exactamente porque lo sé que quiero...
—No —espetó de nuevo, sin darme tiempo de terminar lo que iba a decir—. No pienso arrastrarte conmigo durante todo el proceso.
—Pero...
—Tienes que darme tiempo —continuó, mirándome a los ojos con una expresión de absoluta convicción. En ese momento me di cuenta de que él ya había una decisión y que, sin importar lo que yo dijera para que me dejara quedarme a su lado, Hunter no iba a cambiar de opinión—. ¿Puedes hacer eso por mí?
No quería llorar, pero las lágrimas no tardaron en nublarme la vista.
—Yo...
—Por favor.
Respiré hondo, esperando que no se me quebrara la voz.
—Está bien —conseguí decir al fin.
Hunter pareció relajarse, así fuese sólo un poco. Abrió la boca para decir algo más, pero se arrepintió en el último momento y guardó silencio. Incómoda, cambié el peso de mi cuerpo de una de mis piernas a la otra.
—Entonces... iré a empacar mis cosas —anuncié, haciendo un gesto con la mano en dirección al dormitorio.
Él asintió con la cabeza.
—Avísame cuando termines, te llevaré a tu casa.
—No es necesario, llamaré a Hank para que venga a recogerme. —Esperé a que él dijera algo como «No, al menos déjame llevarte» o «No, yo quiero llevarte», pero nada de eso sucedió. No me quedó más remedio que ponerme en marcha—. Hunter, sobre lo que dijiste anoche... —empecé, pero me di cuenta de que no tenía caso mencionar su «te amo» en ese preciso momento. No era justo para ninguno de los dos—. No es nada, olvídalo.
Me obligué a contener las lágrimas hasta llegar al dormitorio, donde finalmente dejé me abandonaran en silencio.
♡
De alguna manera, la cantidad de cosas que había estado dejando en casa de Hunter durante los días que estuve quedándome con él resultaron no caber en una sola maleta. Por más que traté de empacar todo lo más apretado posible, supe que tendría que hacer una segunda vuelta para volver por el resto de mis pertenencias.
Cuando terminé de cambiarme la ropa que usaba para dormir por el uniforme gris del instituto, arrastré mi maleta fucsia junto con mi mochila de viaje a la sala de estar para dar las buenas y las malas noticias.
—Volveré por el resto de mis cosas una vez que terminen las clases, si te parece bien.
Hunter, que tras levantar todas las pastillas desparramadas por el suelo, se había vuelto a sentar detrás de la barra de la cocina, se limitó a asentir con la cabeza sin atreverse a mirarme a la cara aunque fuese una última vez. Suspiré, agarré el asa rota de mi maleta y me di la vuelta para irme de ese lugar de una buena vez por todas.
—¿Puedo llevarte a tu casa? —preguntó a mis espaldas, en un tono que por poco me hizo volverme para ver si su rostro tendría la misma expresión de dolor y tristeza que el sonido de su voz—. ¿Por favor?
Apreté los labios antes de rechazar su oferta con un leve movimiento cabeza.
Esta vez fui yo quien no lo miró.
—No te molestes, estaré bien.
—No es...
—Adiós, Hunter. Vendré por el resto de mis cosas más tarde.
Dicho eso, crucé el umbral de la entrada y cerré la puerta sin hacer una salida dramática de telenovela.
Por extraño que fuera, el descenso en el ascensor se sintió verdaderamente eterno. Las lágrimas me ardían detrás de los párpados, pero no dejé que me sometieran. Ya había llorado demasiado y no quería llegar al instituto con los ojos hinchados. Me costó un esfuerzo sobrehumano no derrumbarme tan pronto llegué a la recepción.
—¿Día de lavandería? —bostezó Mónica al verme atravesar el vestíbulo con mi enorme maleta fucsia y mi mochila de viaje en la mano—. Sé que les dije a ti y a Hunter que las máquinas de lavado que hay en el sótano están fuera de servicio, pero ¿por qué aun sabiendo lo del ascensor, siguen creyendo en todo lo que digo? Oye...
—Que tengas un buen día —me despedí de ella con una sonrisa para luego abandonar el edificio.
Mantuve esa sonrisa en mi rostro mientras me acercaba a Hank, que había estacionado el Mercedes Benz frente a la entrada. Apenas me vio, bajó del auto para ayudarme a llevar las maletas además de abrirme la puerta de atrás. Le di las gracias, me acomodé en el asiento trasero del coche y me abroché el cinturón de seguridad.
—¿Está todo bien, señorita Russell? —preguntó, mirándome a través del espejo retrovisor.
Apoyé la cabeza en el cristal de la ventana.
—No lo sé, yo... creo que sólo estoy cansada.
Pero incluso esa mentira se sintió amarga.
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