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Capítulo 45 | Ropa negra y funerales

Para cuando Lisa, Trevor y yo llegamos a la estación de policía, los oficiales que custodiaban la entrada nos informaron que sólo los familiares o tutores legales podían ver a Hunter, quien, de momento, se encontraba detenido en una de las celdas. Lisa, tan intrépida como siempre, intentó sobornar a los agentes para que me dejaran entrar a verlo, pero Trevor y yo la detuvimos antes de que la encerraran en una celda a ella también.

Los Presley arribaron varios minutos después.

Elizabeth se tensó al verme el vendaje en la nariz; la preocupación se manifestó inmediatamente en su rostro mientras se acercaba junto a su esposo para preguntar qué era lo que había sucedido. Les expliqué todo, desde qué fue lo provocó la violenta reacción de Hunter hasta el cómo fue que terminé con la nariz hinchada y amoratada. Los dos me escucharon atentamente antes de entrar a la estación.

Tardaron más de dos horas en salir para volver a reunirse con nosotros.

—Es tarde, lo mejor es que se vayan a descansar —nos dijo Elizabeth, se le veía muy cansada.

—¿Qué hay de Hunter? —pregunté, no quería irme de allí sin saber nada de él.

—Hunter va a permanecer detenido en la estación durante las próximas cuarenta y ocho horas.

—¿Qué? ¿Por qué? —balbuceé—. ¿Es que acaso piensan procesarlo?

—No, tranquila —respondió Robert Presley, padre adoptivo pero también tío de Hunter—. Hunter aún no es mayor de edad, por lo que nuestro abogado consiguió llegar a un acuerdo con los familiares de las víctimas.

—¿Victimas? —resopló Lisa, cruzándose de brazos con una mueca en los labios.

—¿Qué clase de acuerdo? —quise saber.

—Bueno, primero tiene cubrir los gastos médicos y los tratamientos de los jóvenes a los que agredió, luego deberá recibir ayuda profesional una vez a la semana con un terapeuta y después tendrá que cumplir con treinta horas de servicio comunitario en un período de dos meses como parte de su responsabilidad por el incidente.

A mi lado, Trevor emitió una especie de chillido.

—¿Hunter aceptó recibir ayuda profesional? —preguntó, tenía los ojos muy abiertos. Robert Presley se limitó a asentir con la cabeza—. Pero... eso significa que estará a solas con un adulto ¿no? Él... ¿en serio aceptó eso?

—¿Por qué la sorpresa, Trevor? —preguntó Elizabeth, quien parecía bastante interesada en su reacción.

—Ah, no, yo sólo... ya saben... Hunter odia a los terapeutas.

—Pues era eso o ser internado en un centro de detención juvenil.

—¿Puedo verlo? —pregunté, sintiéndome con esperanza.

Si ellos hablaban con los oficiales, quizás yo podría...

—No creo que sea una buena idea, Ellie.

—¿Por qué no?

—Porque ahora mismo él no quiere verte.

Sus palabras hicieron que mis hombros se estremecieran.

—¿Se siente culpable por lo de mi nariz?

—demandé, apretando ligeramente los dientes—. No tiene por qué, lo que me pasó fue mi culpa, no suya. Si yo no hubiese tratado de intervenir en la pelea, entonces él no...

—La culpa no es tuya, cariño. Tú no sabías que él te iba a golpear.

—Pero no me golpeó porque quisiera hacerlo, fue un accidente.

—Lo sé, lo sé —dijo, tranquilizándome con una sonrisa en los labios—. Sin embargo, Hunter sabe que su manera de actuar no fue la correcta. En primer lugar, jamás debió haber reaccionado de la forma en la que lo hizo. Mucho menos estando contigo. Por esa razón es que no quiere verte, digamos que se siente... avergonzado.

—Pero... —insistí, aunque en un tono más débil.

—Démosle tiempo, Ellie. Lo que mi hijo necesita en estos momentos es reflexionar sobre sus actos.

Miré a la estación de policía tratando de imaginar la expresión que tendría Hunter sentado en el interior de una de las celdas. Quería verle para decirle que todo iba a estar bien, pero su madre tenía razón. Lo mejor que podía hacer era darle tiempo para reflexionar, no mostrarme frente a él con la nariz cubierta de vendas.

—Está bien —murmuré finalmente en voz baja.

Escuché a Elizabeth intercambiar un par de palabras con Trevor, pero dejé de prestarles atención cuando el interior de mi estómago se retorció y la cabeza empezó a darme un montón de vueltas.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Lisa al ver que me tocaba la frente.

—Sí, sólo estoy un poco cansada.

Tras asegurarle a mi amiga que mis mareos no eran resultado de una conmoción cerebral o algo por el estilo, le dije adiós a los Presley y me monté en el asiento trasero de la camioneta de Hunter para descansar y evitar vomitar en el suelo. Más tarde, cuando Elizabeth y Trevor terminaron de hablar, ésta sonrió y se despidió de él dándole suaves palmaditas en la cabeza, gesto que muy probablemente Hunter había aprendido de ella.

—Chicos, sé que está lejos, pero... ¿creen que puedan dejarme en el departamento de Hunter? —pregunté una vez que Trevor y Lisa se acomodaron en sus asientos; Trevor en el del copiloto y Lisa en el del conductor.

—No, esta noche te quedarás en mi casa —replicó ella, encendiendo el motor de la camioneta—. Mira, no soy muy inteligente y a veces olvido decir «presente» durante las clases, pero creo haber leído en una revista que una persona que ha recibido un golpe en la cabeza no debe dormir o podría terminar en estado de coma.

—Bueno, eso depende de qué tan fuerte haya sido el golpe —murmuró Trevor. Lisa le lanzó una mirada cargada de furia, pero él se volvió hacia mí—. Ellie, del uno al diez, ¿qué tanto te dolió el golpe de Hunter?

—No lo sé, ¿ocho?

—¡Ocho es mucho! —espetó Lisa, dándole un manotazo al volante.

El sonido del claxon nos hizo saltar a los tres.

—Quise decir, seis.

—Bueno, seis no es mu...

—¡Cállate o te daré a ti un puñetazo de seis! —volvió a espetar ella, manoteando de nuevo el volante.

El sonido del claxon nos volvió a hacer saltar a los tres.

—Pero no fue un puñetazo, fue un codazo —alegó Trevor, imitando el movimiento de Hunter.

Por alguna razón, toda esa situación me hizo reír, pero casi al instante paré e hice una mueca.

—¿Lo ves? ¡Le duele!

—No me duele.

—Dice que no le duele.

—¡Voy a estrellar el estúpido Huntermóvil! —gruñó Lisa, dándole otro manotazo al volante.

El sonido del claxon nos hizo saltar por tercera vez a los tres.

—Basta ya, Lisa, harás que me duela aún más la cabeza.

—¡Já! ¡Acabas de admitir que te duele la cabeza!

—No, eso no es...

—Lizzy tiene razón, Ellie, acabas de admitirlo.

Esta vez fue mi turno de fulminar a Trevor con la mirada.

—Oye tú, ¿de parte de quién estás

—Pues... —empezó, pero titubeó al ver la expresión de su novia—... del suyo, por supuesto.

—Traidor.

—¿Perdona?

—Te ha llamado traidor.

—Gracias, mi luna y estrellas, la escuché la primera vez.

Nos quedamos en silencio unos minutos, esperando a que el semáforo cambiara de color.

—Entonces... —murmuró Lisa, acomodando el espejo retrovisor para tener una mejor visión de los autos de atrás—... para evitar que Ellie se quede dormida, ¿qué tal si nos vemos todas las películas de Harry Potter?

Trevor se echó a reír a carcajadas.

—Debemos evitar que se duerma, no hacerla dormir.

El rostro de Lisa se volvió de color rojo.

—Oh, vamos, ni que estuviéramos hablando de las películas de Star Wars.

—¡Retráctate!

—¡No, tú retráctate!

Suspiré y me acerqué más a una de las puertas de atrás para así poder apoyar la cabeza en el frío cristal de la ventana. Justo en ese momento, noté la rugosidad de la prenda en la que había estado a punto de sentarme. Se trataba de la cazadora de cuero negro de Hunter, misma que se había quitado antes de llegar a la bolera. Sin pensarlo, tomé la prenda entre mis manos y me llevé el cuello de la cazadora a la nariz para inhalar el aroma de Hunter; una agradable mezcla a eucalipto y madera de cedro, además de un toque muy suave a cigarrillo.

—Cuarenta y ocho horas... —susurré en voz baja mientras me ponía la cazadora de cuero. En los asientos de adelante, Lisa y Trevor aún discutían sobre sus sagas de películas favoritas—. Ojalá pasen rápido...

Finalmente, cerré los ojos y dejé que el cansancio me venciera.


Dos semanas después del incidente en la bolera, miré mi reflejo en el espejo del baño para comprobar que, efectivamente, los moretones en mi nariz y área baja de los ojos eran menos visibles que el días anteriores. Sintiéndome un poco más aliviada, dejé escapar un profundo suspiro antes de volver a ponerme un trozo de cinta adhesiva médica en el dorso de la nariz, además de aplicarme una pequeña cantidad de maquillaje líquido.

Una vez terminada mi rutina diaria para empezar un nuevo día, me dirigí a la cocina para hacer aquello que llevaba días planeando. Me lavé las manos, me puse un delantal rosa y coloqué el libro de recetas de mi abuela sobre la mesa. Iba a ser mi primera vez preparando los «muffins del abuelo», quien, pese a que no pude conocerlo porque falleció antes de que yo naciera, mi abuela solía decir que eran sin duda sus favoritos. Y una de las razones por las que había decidido hacerlos para Hunter se debía a que los ingredientes principales eran el chocolate negro, el café y el whisky, tres cosas que estaba segura iban a gustarle ya que no eran dulces.

Me tomó alrededor de cuarenta y cinco minutos tener los muffins listos.

Coloqué tres de ellos en un plato de porcelana blanco, les puse una velita encendida y regresé a la habitación de Hunter, donde lo encontré igual a como lo había dejado, profundamente dormido. Dejé los muffins sobre la mesita de noche, me senté en un lado de la cama y acerqué mi rostro al suyo para despertarle.

—Hunter —lo llamé con cariño, dándole un beso en la mejilla. Él susurró algo incomprensible, me rodeó la cintura con los brazos y me abrazó perezosamente—. Vamos, tienes que despertar.

—Nena, estoy muy cansado —murmuró con la voz ronca, presionando la nariz contra mi cuello.

Tenía un par de días quedándose despierto hasta muy tarde por estar cumpliendo su servicio comunitario en un comedor social donde ayudaba a preparar y servir comida a personas necesitadas que vivían en la calle.

—Lo sé, pero es tu cumpleaños.

Suspiró y abrió un poco los ojos sólo para verme a mí encima de él con una sonrisa en los labios. Pestañeó varias veces como si algo lo deslumbrara. Entonces, un lado de su boca se curveó en una media sonrisa.

—Mmm... —ronroneó, intentando meter una mano en el interior de mis pantaloncillos cortos de pijama.

Le agarré el brazo para que se detuviera.

—Ya tendrás tiempo para manosearme después —me quejé, tirando de él para que se sentara. Se resistió bastante al principio, pero al final no le quedó más opción que obedecerme. Emocionada, tomé el plato con los muffins de la mesita de noche y los sostuve frente a él para que los viera—. Felices dieciocho, Hunter.

Hunter miró los muffins de chocolate con una expresión muy rara, como si no supiera qué cara poner.

—¿Tú los hiciste?

—Sí, los hice para ti. —Le acerqué más el plato—. Vamos, cierra los ojos y pide un deseo.

Hizo una mueca.

—Nena, yo no hago esas mierdas.

—Anda, es tradición.

Suspiró de nuevo, cerró los ojos y probablemente fingió pedir un deseo.

—Bien, ya terminé.

—Ahora tienes que soplar la vela.

Hizo otra mueca.

—Annalise, esto es estúpido.

—Si no lo haces, tu deseo no se hará realidad —insistí, agitando las pestañas para que cediera. Sin embargo, en vez de soplar la vela, se lamió el pulgar y apagó la pequeña llama con los dedos—. No eres nada divertido.

Hunter se echó a reír.

—Gracias. —Me dio un beso en la frente—. Es la primera vez que me despiertan de esta manera.

—No es nada —repliqué, sonriéndole de nuevo. Sin apartar sus ojos de los míos, levantó una mano para acariciarme el rostro. Desafortunadamente, su sonrisa se evaporó al verme la cinta médica en la nariz. Tomé un muffin del plato y se lo acerqué a los labios en un intento por distraerlo—. Ten, pruébalo y dime si te gusta.

—En realidad...

—Los hice con chocolate amargo, café tostado y un chorrito de whisky.

Este último ingrediente pareció llamar su atención. Hunter miró tentadoramente el panquecito que yo aún estaba ofreciéndole y lo devoró de un mordisco, usando la lengua para lamerme el chocolate de los dedos.

—Delicioso —fue todo lo que dijo.

Mi rostro entero se calentó.

—¿De verdad?

—Si no me crees, compruébalo por ti misma.

Entonces, me besó.

El interior de su boca sabía a chocolate amargo, a café tostado y a un chorrito de whisky. Satisfecha por haber conseguido recrear a la perfección los muffins favoritos de mi abuelo, abracé a Hunter por el cuello y lo besé de vuelta. Me obligó a rodar sobre la cama y después presionó mi cuerpo contra el colchón. Deslizó las manos por mi estómago, acariciando mi piel desnuda con los dedos mientras me subía el camisón de mi pijama.

—Sabes... —conseguí decir entre gemidos a pesar de estar ahogándome en un mar de placer gracias a sus dedos expertos—... hice una lista de lugares a los que... podríamos ir para celebrar tu... cumpleaños.

Una sonrisa tiró de sus labios.

—¿Ah, sí?

—Sí... —tragué saliva—... podríamos ir al Space Needle o... al Seattle Waterfront o...

—O podríamos quedarnos todo el día en cama haciendo esto —murmuró, moviendo los labios sobre la piel de mi cuello. Inconscientemente, ladeé la cabeza para darle un mejor acceso—. ¿Qué dices? ¿Te gusta la idea?

Quise decir , pero lo único que salió de mi boca fueron palabras sin ningún tipo de sentido.

—Bueno... es que yo... reservación... cinco y media...

Desde mi visión periférica me pareció ver que la pantalla de mi teléfono celular se iluminaba y se mantenía encendida durante varios segundos. Cuando por fin se apagó, no tardó mucho en volver a encenderse.

—Espera, Hunter, creo que mi teléfono está sonando.

—Debe ser la alarma —dijo sin más, mordisqueándome el lóbulo de la oreja.

Sin embargo, yo no había puesto ninguna alarma.

Estiré una mano en dirección a la mesita de noche que se encontraba ubicada de mi lado de la cama para alcanzar mi teléfono, pero me resultó bastante difícil con Hunter encima de mí, reteniéndome en mi lugar.

—Es tu hermano —le informé, una vez conseguí hacerme con él. Tenía más de quince llamadas perdidas de «Benson Presley». Avergonzada, presioné el botón de contestar y me llevé el teléfono a la oreja—. ¿Diga?

¿Está Hunter contigo?

—Eh... sí —titubeé, tapándole la boca a Hunter con la otra mano—. ¿Quiere hablar con él?

Di por hecho que el motivo de su llamada a esa hora de la mañana era más que nada para felicitarlo por su cumpleaños, pero el tono con el que respondió me dejó una extraña sensación de pesadez en el pecho.

Sí, por favor.

Le entregué el teléfono a Hunter.

—Es para ti.

Puso cara de fastidio antes de apoyar todo su peso en un antebrazo para evitar aplastarme.

—Joder, ¿sabes la hora que es? —le gruñó perezosamente a su hermano. Se quedó callado un momento mientras escuchaba lo que éste le decía—. No lo sé, no he podido cargar mi teléfono desde ayer. ¿Por qué...?

Supe que algo malo debía haber pasado, porque Hunter contuvo la respiración.

—¿Qué...? ¿Cómo...? —tragó saliva y se incorporó. Su cuerpo había comenzado a temblar—. Pero no estaba enferma, ¿no? La última vez que llamé para comprobar su estado, la persona a cargo de ella me dijo que...

Su voz se apagó y su rostro se convirtió en una máscara sin emociones.

—Entiendo —respondió—. Estaré ahí pronto.

Al dar por terminada la llamada, se quedó completamente quieto en su lugar, con los ojos clavados en el anillo de plata que colgaba de mi cuello. Me incorporé con torpeza yo también y tomé su cara entre mis manos.

—¿Hunter? ¿Qué sucede? —le pregunté.

Contempló la cinta médica en mi nariz una última vez para luego evitar mirarme a la cara.

—Es mi madre —dijo, su voz era apenas un susurro—. Está muerta.


Sólo había asistido a dos funerales en toda mi vida.

El primero fue al de mi abuela, cuando yo sólo tenía cinco años. Lo único que lograba recordar de ese día era lo mucho que le había implorado a mi abuela que no me dejara. Sin embargo, ella no me escuchó. El segundo funeral al que asistí fue al de la madre de Lexie, cuando ambas teníamos doce años. Recuerdo haberme quedado varios días en su casa mientras ella se desmoronaba porque se negaba a aceptar que no volvería a verla más.

Supuse que a esas alturas ya debería haberme acostumbrado al lúgubre ambiente que se sentía durante los funerales, pero lo cierto era que poner los pies un cementerio seguía trayéndome muy malos recuerdos.

Durante el velatorio que se llevó a cabo en honor a la memoria de Isabella, la madre biológica de Hunter, me mantuve cerca de los invitados que en su mayoría resultaron ser las mismas personas que había conocido durante el cumpleaños de Elizabeth Presley en la cabaña familiar. Cada vez que un miembro de los Presley se acercaba a mí para darme las gracias por haber asistido, yo aprovechaba para ofrecer mis sinceras condolencias.

Vestido con un traje negro y el pelo cepillado con cera hacia atrás, Hunter se mantuvo a un lado de Elizabeth, Robert y Benson en todo momento. Sin embargo, mientras ellos se encargaban de saludar y agradecer a las personas que se habían tomado el tiempo de asistir al velatorio para despedir a Isabella, él se limitó a permanecer en silencio con una expresión inalterable en el rostro, completamente perdido en sus pensamientos.

Varias horas más tarde, los asistentes comenzaron a informar a los invitados que pronto se estaría dando inicio a la procesión al lugar donde se realizaría la sepultura. Hunter, al ser el único hijo de Isabella, encabezó el pequeño desfile de personas, sosteniendo a su vez un bello cuadro con la fotografía del rostro de su madre.

Y aunque yo no era parte de la familia, Elizabeth y Robert me permitieron ir justo detrás de él.

Mientras que un líder religioso ofrecía una serie de palabras y oraciones para consolar a la familia de la persona fallecida, miré furtivamente a Hunter, cuyo rostro seguía inmutable, sin evidencia de una sola emoción.

—¿Estás viendo lo mismo que yo? —susurró una de las invitadas que se encontraba a mi lado.

—Dios, pensé que era la única que se había percatado —respondió en susurros otra.

—Imposible. Quiero decir, míralo. El chico es idéntico a su padre.

—Sí, es como estar viendo de nuevo a Michael.

Carraspeé suavemente para interrumpir la conversación de las mujeres, quienes por supuesto no dudaron en lanzarme miraditas de disgusto por obligarlas a cerrar la boca. Cuando miré de nuevo a Hunter, esperando que él no las hubiese escuchado, noté que había cerrado los ojos mientras apretaba con fuerza la mandíbula.

Una vez finalizada la ceremonia de sepultura, algunos de los invitados regresaron a la capilla para tratar asuntos con los Presley mientras que otros ofrecieron sus condolencias una última vez antes de retirarse.

Hunter se quedó de pie frente a la tumba de su madre durante un rato muy largo, mirando la lápida que tenía escrito su nombre: «Isabella Kent Presley». Me pareció que lo mejor que podía hacer por él era darle su espacio. Sin embargo, tampoco quería era dejarlo solo, por lo que me quedé cerca él en caso de que me necesitara.

Bajé la mirada a mis pies para contemplar el movimiento del pasto por el suave soplo del viento.

—Una vez me preguntaste si alguna vez había ido a visitar a mi madre al instituto mental en el que fue internada luego de asesinar a mi padre —murmuró, sorprendiéndome—. ¿Recuerdas qué fue lo que te contesté?

Alcé la vista hacia él, sólo podía verle la espalda.

—Sí, lo recuerdo.

Se quedó callado unos minutos.

—No era cierto —confesó, meneando la cabeza—. La verdad es que deseaba tanto ir a verla, pero... tenía miedo. —Hizo otra pausa, esta vez mucho más larga que la anterior—. Soy igual a él, Annalise. Todos los que conocieron a mi padre dicen exactamente lo mismo. ¿Cómo crees que hubiese reaccionado al ver al hombre que más daño le hizo regresar de entre los muertos para perturbar esa paz y tranquilidad que ella tanto deseaba?

Fue como si todas las piezas de un rompecabezas terminaran de encajar.

—Cada vez que me armaba de valor para ir a verla, no podía evitar preguntarme: ¿Qué hará mamá? ¿Me abrazará? ¿Se pondrá a gritar? ¿Sonreirá o me rogará que me vaya luego de confundirme con mi padre?

—Hunter —susurré entre lágrimas, acercándome a él para abrazarlo por la espalda.

—Ahora ya es tarde —continuó, riéndose de sí mismo mientras se llevaba una de mis manos a la boca para darme un cariñoso beso en el dorso—. Jamás podrá perdonarme por no haber podido ser un buen hijo.

Sus mejillas estaban húmedas, había Hunter estado llorando.

Sin saber muy bien qué decir para consolarlo, lo abracé con todas mis fuerzas mientras los minutos pasaban y el anochecer lentamente se acercaba. Tiempo más tarde, una corriente de aire me hizo temblar.

—Está empezando a hacer frío —murmuró Hunter, volviéndose hacia mí con una expresión mucho más tranquila que antes. Me sorprendió no encontrar ni un solo rastro en sus ojos que evidenciara que había estado llorando—. ¿Puedes llamar a tu chofer para que venga a buscarte y te lleve a casa en mi lugar?

—¿Qué hay de ti? —pregunté, dado a que no quería separarme de él.

—Aún tengo cosas que hacer.

—¿Volverás a casa más tarde?

Asintió distraídamente, tratando de no mirarme a la cara.

—Sí, volveré más tarde.

—Está bien —dije, y me aparté un solo poquito de él para mandarle un mensaje a Hank preguntándole si podía ir a buscarme. De inmediato recibí un «por supuesto» de su parte—. ¿Hunter?

—¿Hmm?

Lo abracé de nuevo.

—Te quiero.

Aunque sonrió, no supe cómo interpretar la extraña mirada que vi en sus ojos.

—Vamos, te acompañaré a la salida.

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