Capítulo 44 | Cita doble
Las palabras de Zoella me atravesaron el pecho como si alguien hubiese lanzado una flecha envenenada. No porque me creyera lo que acababa de insinuar respecto a Hunter y esas supuestas necesidades, sino porque, de alguna manera, se las había arreglado para generarme una nueva inseguridad.
¿Y si Hunter terminaba aburriéndose de mí y me dejaba para regresar corriendo con ella?
Una estridente ronda de vítores y exclamaciones hicieron que me concentrara de nuevo en la pelea. Desde mi lugar, avisté a Hunter de pie en el centro de la jaula octagonal, sonriendo como un bestia que se divierte jugando con su presa. Frente a él, su oponente intentaba ponerse de pie. No lo consiguió.
La pelea ya tenía un ganador.
—Suficiente... —escupió el chico, arrastrándose lejos de Hunter con el rostro cubierto de sangre—. ¡Tú ganas, se acabó! —exclamó por encima del ruido—. ¡Aléjate de mí, maldito psicópata!
Hunter lo ignoró y volvió a atizarle un puñetazo.
—¡P-parece que tenemos un ganador! —se apresuró a anunciar la voz de Trevor a través de los altoparlantes de la arena, desesperado por finalizar la pelea—. ¡El vencedor, la despiadada e inigualable bestia: Hunter Cross!
—¡Acabalo, acabalo, acabalo! —empezó a bramar audiencia, enloquecida.
Di un paso atrás. Tenía que volver a la sala de descanso ya mismo. De lo contrario, Hunter descubriría que había salido a pesar de sus advertencias y estaba cien por ciento segura que se enfadaría muchísimo conmigo.
—No olvides mis palabras, Ellie —insistió Zoella al ver que me marchaba. Su sonrisa se extendió hasta exhibir todos sus dientes—. No importa cuánto trates de ayudarlo, tarde o temprano Hunter volverá a mí.
Resoplé antes de deslizarme con facilidad entre decenas de cuerpos sudorosos y agitados luego del sangriento espectáculo que acababan de presenciar. Casi había llegado a la orilla de la arena cuando un tipo enorme se movió y me empujó sin darse cuenta. Estiré las manos en un intento por amortiguar mi estrepitosa caída, pero una persona me sujetó por la cintura justo antes de que mis rodillas impactaran contra el suelo.
—Muchas gracias —balbuceé, incorporándome con torpeza para mirar a la persona que había evitado que me diera de bruces. Lo último que esperaba era encontrarme con un rostro bellamente familiar—. ¡Michael!
—¿Estás bien? —preguntó, parecía preocupado.
—Sí, yo... —guardé silencio en cuanto las luces del centro se apagaron—. Lo siento, tengo que irme.
Y, sin dar más explicaciones, reanudé mi camino a la sala de descanso donde entré a trompicones. Me senté con un ágil movimiento en la única silla que había y saqué mi teléfono de la bolsa para jugar al Candy Crush. Un minuto y medio más tarde, Hunter entró a la sala con la mandíbula tensa y la respiración agitada.
Me levanté para recibirle, pero la expresión en su rostro me dejó clavada en mi sitio.
—¿Estás...? —empecé, sólo que no me dio tiempo a terminar de formular la pregunta.
Se acercó a mí sin inmutarse y me envolvió en un poderoso abrazo, apretándome entre sus brazos mientras su cuerpo entero temblaba. Hundió la cara en mi cuello e inhaló profundo, buscando mi olor con desesperación.
—¿Estás bien? —susurré, apenas audible contra su pecho.
—Sí —respondió, tenía la voz ronca—. Sólo dame un minuto.
El sonido de su voz disipó todo mi miedo en cuestión de segundos. Dejé caer mi teléfono al suelo y levanté los brazos para rodearle la cintura. Tenía el cuerpo empapado en sudor, pero nada de eso me importó o asqueó.
—¿Mejor? —pregunté, una vez que el ritmo de su corazón se normalizó.
Presionó un beso contra la piel de mi cuello.
—Mejor —confirmó.
Se apartó con una media sonrisa y capturó mi rostro entre sus manos para besarme.
—¡Estás sangrando! —chillé al ver sangre en sus labios.
—Estoy bien, no se compara con lo que yo le hice a él.
Sí, bueno, en eso tienes razón.
Lo obligué a sentarse en la única silla y luego agarré mi bolso del suelo para sacar el paquete de toallitas húmedas que llevaba siempre conmigo. Me acomodé en uno de sus muslos, saqué una toallita húmeda del paquete y empecé a limpiarle la sangre seca de los labios con cuidado de no tocarle la pequeña herida.
—Es la primera vez que te veo usando pantalones —murmuró, acariciándome las piernas por encima de la mezclilla de mis jeans. Un cosquilleo me recorrió la espalda—. Te quedan bastante bien, me gustan...
—Cállate y quédate quieto —me quejé. Hunter me ignoró y deslizó las manos hasta mis caderas, donde enganchó los dedos en las presillas de mis pantalones—. Hunter...
Me levantó sin ningún esfuerzo y, de alguna manera, terminé sentada a horcajadas sobre él.
—No me has preguntado cómo me fue.
Le agarré las manos cuando intentó introducirlas por debajo de mi suéter azul.
—¿Cómo te fue?
—Bien —dijo—. Yo gané.
—¿Ah, sí?
Asintió con la cabeza.
—Me merezco una recompensa.
—¿Qué clase de recompensa? —pregunté, sonriéndole.
Me dio un beso en la barbilla.
—Sorpréndeme.
—Mmm... —ronroneé, pasándole las manos por el pecho. Arrastré las uñas por sus abdominales para alcanzar la pretina de los pantaloncillos cortos con los que había salido a pelear—. Se me ocurren un par de cosas.
—¿Ah, sí? —dijo ahora él, imitándome.
Me reí mientras le tocaba la erección por encima de la tela.
—Parece que verme por primera vez con pantalones te ha puesto bastante.
—Nena, a mí todo lo que hagas o uses siempre me pone bastante.
—Eso es cierto.
Hurgué dentro de sus pantaloncillos cortos hasta liberarle el miembro. Me llevé una mano a la boca para usar mi saliva como lubricante, le rodeé el pene con los dedos y comencé a mover la mano de arriba abajo, tal y como él me había enseñado una vez. Hunter exhaló hondo, cerró los ojos y me clavó los dedos en los muslos.
—Te estás volviendo buena en esto.
—¿Qué puedo decir? Tuve un buen maestro.
—Alguien debería darle una cerveza a ese hombre.
—Se la conseguiré y le diré que es de tu parte.
Frunció el ceño.
—Espera, ¿quién...?
Me reí y lo besé para silenciarlo. Hunter gruñó, me mordió el labio inferior y frotó su lengua contra la mía, profundizando nuestro beso. Jadeé cuando noté el sabor de su sangre mezclándose en nuestras bocas.
—Cariño, necesito que escupas —murmuré, apartándome para conseguir más lubricante. Hunter abrió los ojos y me miró de hito en hito—. No a mí, pervertido. —Apreté el agarre alrededor de su miembro—. Aquí.
Parpadeó varias veces antes de reunir suficiente saliva y escupir donde yo se lo acababa de pedir.
—Sabes, cuando quieras también podría escupir en otros lugares.
Volví a rodearle el pene con los dedos.
—¿Qué otros lugares? —curioseé.
—Podría... —Hizo una pausa para tragar saliva—... escupirte en la boca.
La idea, quizás un poco asquerosa, no me pareció del todo desagradable.
—¿Y por qué harías eso? —quise saber, rozando su nariz con la mía.
Exhaló una bocanada de aire caliente contra mis labios.
—Pues... —Presioné el pulgar sobre el glande y luego tracé pequeños círculos en la punta. Hunter cerró los ojos de nuevo y echó la cabeza hacia atrás, exponiéndome su cuello—. No sé, podría gustarte...
Me incliné para besarle la manzana de Adán.
—¿Ya lo has hecho antes? —pregunté, sólo por curiosidad. Pero Hunter no respondió. Se me formó un nudo en el estómago e inmediatamente deseé jamás haber hecho una pregunta tan estúpida—. ¿Con quién?
Noté que se tensaba debajo de mí.
—Annalise....
—¿Con Zoella? —insistí—. ¿Lo hiciste con ella y ahora quieres hacerlo conmigo?
—¿De qué estás...? —Me agarró la mano para que me detuviera—. ¿Por qué la estás mencionado?
—Porque es tu ex.
—¿Y?
Apreté los labios.
—No has respondido a mi pregunta.
—No —murmuró, incorporándose—. No lo hice con Zoella.
—¿Entonces, con quién?
Suspiró mientras se acomodaba los pantaloncillos.
—No lo sé, no recuerdo sus nombres.
Vi el momento exacto en el que deseó no haber abierto la boca.
—¿Sus nombres? —Hizo una mueca—. ¿O sea que tuviste otras novias además de Zoella?
—No eran mis novias.
Vaya, otra mueca.
—Tú... ¿la engañaste?
—No, por supuesto que no —replicó. Sabía que aquello no era asunto mío, pero necesitaba escuchar una explicación. Me le quedé mirando hasta que se rindió—. Peleábamos mucho y cada vez que terminábamos, yo...
—¿Buscabas a otras chicas? —terminé por él.
—Bueno, no es como que yo las buscara exactamente.
Respiré hondo y exhalé lentamente para no ponerme histérica.
—¿Con cuantas chicas has estado? —pregunté, y me odié a mí misma por querer saberlo.
Hunter se echó a reír por lo ridículo que era toda esa situación.
—Joder, no voy a hablar de eso contigo.
—¿Por qué no?
—Porque es pasado.
Él tenía razón. Sin embargo, ahora que sabía más sobre ese pasado suyo no podía dejar de pensar en el hecho de que Zoella había sido su única novia oficial antes de que yo apareciera con mis tratos y mis mentiras.
—Tú eres mi presente —continuó, levantándome el mentón para que viera la seriedad que había en su rostro—. Y, si tengo suerte... —añadió mientras me rozaba los labios con el pulgar—... también serás mi futuro.
Mi ritmo cardiaco se incrementó de manera significativa.
—Sólo si tú quieres —se apresuró a decir en voz baja.
—Claro que quiero. —Hunter sonrió, complacido de que toda esa habladuría me hiciera olvidar el tema de las otras chicas. Pero yo no pensaba darme el brazo a torcer—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Puso los ojos en blanco.
—Está bien —aceptó, un tanto fastidiado.
Tragué el nudo que se me había formado en la garganta.
—¿Alguna vez sentiste algo más por Zoella?
—¿Te refieres a...?
—Sí —lo interrumpí, porque no quería oírlo decir esa palabra.
Se tomó varios segundos para pensarlo.
—¿Quieres que te diga la verdad? —Asentí lentamente con la cabeza—. Hubo un tiempo en el que pensé que sí —confesó, y eso me dolió—. Zoella apareció en mi vida cuando me encontraba en mi peor momento. Mis ataques de ira eran mucho más frecuentes en ese entonces y creo que, de algún modo, estar con alguien que era igual a mí me ayudó a ser menos... agresivo. A su lado me di cuenta de que podía ser el agredido en vez de ser yo el agresor, y estaba tan desesperado por ser diferente a mi padre que me quedé con ella justo por esa razón.
Enredó los dedos en las presillas de mis pantalones y dejó las manos quietas en mis caderas.
—El problema fue que, poco a poco, nuestra relación empezó a parecerse cada vez más a la que tenían mis padres y eso no... me gustó —prosiguió. Recogió el paquete de toallitas húmedas del suelo, sacó una del interior y la usó para limpiarme la mano con la que lo había estado masturbando hace apenas unos minutos—. Después de ver la manera en la que ellos terminaron, lo último que quería era lo mismo para Zoe y para mí, así que empecé a hacer cosas que sabía le molestaban como una excusa para que terminara conmigo. Al principio funcionó, pero, eventualmente, el «terminar y volver» se convirtió en una rutina de la que no sabía cómo salir.
Se quedó callado un minuto, quizás evocando viejos recuerdos.
—Entonces, apareciste tú. —Las comisuras de sus labios se curvearon en una media sonrisa—. Acababan de expulsarme de mi anterior instituto por reventarle las ventanas al coche de un profesor. Elizabeth se hartó de mi actitud y decidió inscribirme a Bicentenary High School, donde creyó que al menos podrían tenerme mejor vigilado. La idea me era tan desagradable que empecé a hacer planes para que me expulsaran el mismo día que me transfirieron. Estoy seguro de que lo habría conseguido si cierta chica no se hubiese cruzado en mi camino.
Parpadeé y lo miré fijamente, sin comprender.
—Llevabas puesto el uniforme del equipo de animadoras y tenías el cabello recogido en una coleta con un listón rosa —continuó, alzó una mano para suavizar las arrugas que se dibujaron en mi ceño fruncido—. Nada más verte, me quedé paralizado como un idiota a mitad del pasillo. Una de tus amigas, la misma que está saliendo con Trevor, me vio mirándote y te empujó deliberadamente para hacer que tropezaras conmigo.
—Lo recuerdo —susurré, incrédula—. Me disculpé contigo por no haber estado prestando atención.
Hunter asintió con la cabeza.
—Te agachaste para recoger el horario de clases que yo había dejado caer y luego sólo... sonreíste. —Sin apartar sus ojos verdes de los míos, me colocó un mechón de cabello rubio detrás de la oreja antes de volver a dejar las manos quietas sobre mis caderas—. Supe de inmediato que lo que creía sentir por Zoella no se comparaba con lo que sentí por ti desde el primer momento en el que te vi.
Mi corazón, que ya latía deprisa, adquirió un ritmo frenético.
No sabía qué decirle.
—Siento haberte hecho creer que no me interesabas el día que me propusiste el trato, porque lo cierto es que sí me interesabas. Y mucho. Cuando me besaste ese día en el pasillo, pensé que me había vuelto loco.
Se me escapó una risita tonta mientras le rodeaba el cuello con los brazos.
—¿Por eso me metiste la lengua en la boca?
Hunter esbozó una sonrisa traviesa.
—No pude evitarlo, llevaba todo un año deseándolo.
Acerqué mi boca a la suya, sin tocarle.
—¿Por qué nunca me lo dijiste? —le pregunté.
—¿Decirte qué? —repitió, mirándome los labios—. ¿Qué quería meterte la lengua en la boca?
—No, me refiero a... ¿por qué nunca te acercaste a mí para decirme que te interesaba?
—Porque estabas con Christian —me recordó.
—Christopher —lo corregí.
—Me da igual. —Puso los ojos en blanco—. El imbécil sabía cómo hacerte sonreír.
Me reí y lo besé con suavidad en la comisura de los labios.
—Bueno, ahora eres tú quien me hace sonreír.
—Mmm... —ronroneó, orgulloso de ello.
Presionó su boca contra la mía y apretó las manos que tenía en mis caderas, obligándome a exhalar un suspiro de placer cuando empujó su erección entre mis piernas. Enterré los dedos en su pelo y profundicé aún más los besos, lentos y deliberados. Contoneé las caderas sobre su regazo, arrancándole un gruñido de los labios.
—Hunter... —susurré bajito.
—¿Hmm?
—Necesito que me folles.
Esbozó una sonrisa contra mis labios.
—Lo haré, pero no aquí.
Solté una especie de quejido.
—¿Por qué no aquí? —quise saber.
—Porque presiento que alguien está a punto de...
—¡Maldición, esa sí que fue una gran pelea! —exclamó Trevor, al tiempo que abría la puerta sin ningún tipo de aviso. Pegué un brinco por la sorpresa—. ¡Por las barbas de Merlín! —chilló, dándose la vuelta.
Hunter suspiró de manera ruidosa.
—¿Puedo golpearlo? —me preguntó.
—Por favor —consentí, levantándome de su regazo.
Trevor dio un respingo.
—Oigan, no es mi culpa aparecer siempre en los momentos menos indicados. Les juro por el Maestro Yoda que no lo hago intencionalmente. Es algo así como mi súper poder, no puedo controlarlo —balbuceó, horrorizándose al ver que Hunter se le acercaba—. ¡No puedes golpearme, sabes que tengo huesos de vidrio!
—No tienes huesos de vidrio.
—¡Tengo problemas para respirar!
—Inténtalo una vez más.
—¡Sufro de problemas del corazón!
—Eso tampoco es verdad.
—Ay, por favor, no seas tan duro conmigo —imploró Trevor, preparándose para lo peor.
Hunter levantó un brazo para atizarle un buen golpe por su interrupción, sólo que, en vez de darle un puñetazo, colocó la mano sobre la cabeza de Trevor y le desordenó el cabello al igual que un niño pequeño.
—¿Cómo está Connor? —preguntó.
Trevor sonrió, aliviado.
—Pues aún respira, aunque no quiere volver a saber nada de ti.
—Perfecto. —Se volvió hacia mí—. Hora de irnos, nena.
—¿Nena? —se burló Trevor, arreglándose el pelo con los dedos. Hunter le propinó un codazo en el estómago que lo obligó a doblarse por el dolor—. ¡Ouch! ¡Sabes muy bien que tengo el estómago sensible!
—¿Estás bien? —le pregunté a Trevor cuando pasé junto a él.
Él levantó el pulgar y me guiñó un ojo en un gesto de complicidad. Hunter se puso la sudadera que había estado usando antes de la pelea y me tomó de la mano para guiarme a la salida de la arena.
Nada más salir de la sala de descanso, Zoella se interpuso en nuestro camino.
—Hunter, ¿cómo estás? —le preguntó directamente, ignorándome.
—Mejor que nunca —le respondió él.
—¿Seguro?—insistió ella—. ¿Te desquitaste bien en esa pelea? ¿No necesitas que...?
—Zoe —la interrumpió. Zoella pestañó varias veces—. Trata de no meterte en problemas.
Dicho eso, pasó de ella para continuar con nuestro camino. Lo extraño fue que, al volverme para mirarla, la encontré contemplándonos con una sonrisa en el rostro. Eso fue suficiente para hacerme sentir incómoda.
¿Qué diablos le era tan divertido?
♡
El sábado por la noche, Hunter y yo nos encontramos con Trevor y Lisa en la entrada del boliche ubicado dentro del gran centro comercial; el mismo en el que Lisa y yo pasábamos horas y horas gastando dinero. Como era la primera vez que salíamos los cuatro juntos en una cita doble, me sentía bastante nerviosa. Sin embargo, nada más ver a Lisa y a Trevor, que llevaban sudaderas de Star Wars a juego, todo ese nerviosismo se esfumó.
Dios mío, eran tan adorables.
—¡Ahí están! ¿Por qué tardaron tanto? —nos preguntó Lisa, acercándose a nosotros. Su sudadera era blanca con negro mientras que la de Trevor era negra con rojo—. ¡Trev y yo pensamos que iban a dejarnos tirados!
—Lo siento —me disculpé en nombre de los dos—. Tuvimos un pequeño percance con la gasolina.
Pero eso no era más que una asquerosa mentira. Lo cierto era que, tras verme usando medias negras con ligueros por primera vez, Hunter se había excitado tanto que me había tomado una vez en su departamento y otra más en la camioneta. Realmente esperaba que el rubor que seguía ardiendo en mis mejillas no me delatara. Hunter, por su parte, se veía tan fresco como una lechuga. Nadie habría podido imaginar que hace unos minutos había estado gruñendo y jadeando contra mi oreja mientras me embestía contra el asiento trasero de la Jeep.
—¿Pequeño percance con la gasolina? —repitió Lisa—. ¿Así es como le llaman ahora?
La expresión en mi rostro la hizo reír. Luego, entrelazó sus dedos con los míos y tiró de mí hacia el interior del boliche. Hunter y Trevor nos siguieron, hablando de algo que no alcancé a escuchar por culpa del sonido que hacían los bolos al ser derribados por las bolas. Detrás del mostrador, una chica nos recibió una sonrisa en los labios. Pedimos una pista para cuatro jugadores, además de cuatro pares de zapatos. En lo que terminábamos de anudarnos las agujetas del calzado para bolos, aproveché para echar un vistazo rápido a mi alrededor.
Luces de neón moradas iluminaban la mayor parte del lugar, especialmente el área de las pistas, que eran la atracción principal; el suelo era de madera pulida mientras que las paredes estaban decoradas con murales urbanos pintados a mano. En un rincón a la izquierda había máquinas de arcade y, a la derecha, se hallaba ubicada la barra de bebidas, donde también ofrecían alitas de pollo, hamburguesas, patatas fritas y hot-dogs.
—¿Están listos para perder? —nos preguntó Trevor, con una actitud desafiante.
—¿Perder? —se burló Hunter, cruzándose de brazos.
—Pero si hemos venido a ganar —terminé yo, imitando su postura.
—¡Muy bien, así se habla! —vitoreó Lisa, dando saltitos por la emoción.
Media hora más tarde, Hunter y Lisa no dejaban de marcar strikes verdaderamente increíbles, los cuales no tardaron en llamar la atención de los jugadores de las pistas adyacentes a la nuestra. Por otro lado, mis tiros y los de Trevor eran tan tristes y lamentables que lo único que hacíamos era dar bastantísima pena y vergüenza.
—¿Qué tan probable es que la pista esté mal diseñada? —Trevor suspiró mientras se sentaba a mí lado después de fallar otro tiro—. Porque, siendo sincero, no entiendo cómo es posible que seamos tan malos en esto.
—Creo que el problema es que las bolas no son lo suficientemente redondas —comenté.
—Tienes razón, yo también lo noté.
Ambos nos echamos a reír.
—Ya, en serio, ¿por qué diablos son tan buenos? —dije, observando a Lisa lanzar una bola por debajo de su pierna que, de alguna manera, realizó un par de curvas antes de anotar otro strike.
—Quizás bebieron Felix Felicis.
—¿Quizás bebieron, qué? —pregunté, confundida.
—Oh, es una poción mágica que hace afortunado a la persona que la bebe —explicó Trevor. Hizo una mueca antes de suspirar profundamente—. Lizzy me ha estado obligando a leer los libros de Harry Potter y ahora no puedo sacármelos de la cabeza. La historia es buena, no lo voy a negar, pero no es mejor que la de Star Wars.
Después de celebrar el strike, Lisa se hizo hacia un lado para ver si Hunter lograba superar su tiro.
—Me encanta que empieces a hablar como ella y que ella empiece a hablar como tú.
—¿Te refieres a que ahora usamos las mismas frases?
—Sí, justo eso.
Trevor enrojeció y empezó a rascarse la barbilla.
—Bueno, no somos los únicos. A Hunter y a ti les está pasando exactamente lo mismo —dijo—. Hace un minuto, cuando fallaste tu tiro, te escuché maldecir de la misma manera que él.
Noté que se me calentaban las mejillas.
En ese momento, Hunter realizó un strike, empatando a Lisa en el marcador de la pantalla. Pese a ser adversarios, los dos compartieron una sonrisa de triunfo antes de volverse hacia mí.
—¡Es tu turno, Ellie! —me informó Lisa, haciéndome señas con la mano.
Solté un suave gemido antes de levantarme.
—Deséame suerte —le dije a Trevor.
Trevor me dedicó una enorme sonrisa.
—Que la fuerza te acompañe —dijo en su lugar.
Hunter ladeó la cabeza cuando me acerqué a la pista y luego sonrió al verme elegir una bola de color rosa brillante. Lo miré de manera inquisitiva, sin entender del todo a qué se debía su sonrisita lobuna.
—¿Qué es tan gracioso? —me quejé.
—Tú —respondió él.
—¿Yo?
—Sí. —Se acercó y se colocó detrás de mí para quitarme de las manos la bola de color rosa brillante que acababa de elegir—. Por esto es que tus tiros son una mierda, nena. Tienes que elegir una bola que se adapte a ti.
—Pero me gusta la rosa —protesté, aferrándome a ella.
—Sé que te gusta, pero es demasiado pesada para ti.
Una sonrisa tiró de mis labios cuando me abrazó por la cintura desde atrás.
—Entonces, ¿qué bola debería elegir?
—Mmm... —ronroneó con suavidad junto a mi oreja. Agarró una de mis manos y la pasó por encima de las bolas alineadas en carril de la máquina—. ¿Qué tal esta? —inquirió, deteniéndose sobre una bola de color verde.
—No lo sé —contesté, echando la cabeza hacia un lado para darle un mejor acceso a mi cuello. Hunter sonrió y presionó los labios justo donde sabía que a mí más me gustaba—. No me gusta mucho el color verde.
—¿Qué tal la morada?
—Pues...
—¡Vamos, es para hoy! —nos gritó Lisa desde atrás.
Me eché a reír.
—¿Te parece bien ésta? —Levanté una bola de color azul eléctrico para tantear su peso. No obstante, Hunter no respondió—. Creo que me va bien porque... ¿qué pasa? —le pregunté, siguiendo la dirección de su mirada.
A tres pistas de distancia divisé a un grupo de cuatro chicos cuyos rostros se me hicieron vagamente conocidos. Una parte de mí sabía que los había visto en alguna parte, pero no podía recordar donde...
Mi estómago se retorció de manera nauseabunda.
Eran los mismos cuatro chicos que me habían acorralado en un callejón oscuro la primera vez que fui a ver a Hunter pelear en la arena subterránea. Tragué saliva y me obligué a no pensar en lo que había sucedido.
—Hunter —lo llamé, volviéndome hacia él para tomar su rostro entre mis manos. Pero era como si no me escuchara. Siguió contemplando a los chicos que empezaron a lanzarnos sonrisitas furtivas—. Cariño.
Hunter parpadeó varias veces antes de mirarme.
—¿Hmm?
—Ayúdame a elegir una bola, ¿sí?
Asintió distraídamente, ignorando al grupo de cuatro chicos. Al final, terminó eligiéndome una bola de color amarillo chillón, que no era demasiado pesada ni tampoco demasiado ligera. Satisfecha, me coloqué en posición detrás de la línea de falta, escudriñé los pinos de madera que tenía delante y, por último, realicé mi tiro.
La bola amarilla rodó sobre la pista, se desvió sólo un poquito y derribó ocho de los diez pinos.
—¡Así se hace! —celebraron Lisa y Trevor desde sus lugares, pero casi enseguida fruncieron el ceño al ver que el nombre de su equipo «Imperio de Slytherin» bajaba de puesto el marcador de la pantalla digital.
Cuando llegó su turno, Trevor gimió con resignación mientras se levantaba para elegir una bola.
—Tenías razón —dije, regresando a lado de Hunter dando brinquitos.
—¿Sobre qué? —me preguntó, distraído.
—Sobre el peso de la bola.
—Ah.
Suspiré y le rodeé la cintura con los brazos.
—Hunter.
—¿Hmm?
—¿Qué tienes?
—Nada.
Un estallido de risas me hizo mirar al grupo de cuatro chicos a tres pistas de distancia. Uno de ellos, el que iba vestido de rojo, estaba parado junto al carril de las bolas, introduciendo una y otra vez los dedos en los tres agujeros de una bola rosa, imitando un acto sexual mientras repetía en voz alta: «¿Se siente bien eso, gatita?».
—Ignóralos, son unos idiotas —le dije, pero Hunter tensó la mandíbula.
—Se creen que no puedo tocarlos porque estamos en público.
—¡Tiene una pinta deliciosa! —exclamó otro por encima de la música, mirándome con descaro.
Me di cuenta de que estaban diciendo lo mismo que me había dicho a mí en aquella ocasión.
—Hunter —insistí, en un intento desesperado por distraerlo.
—¡Medias negras, mis favoritas!
Hubo otro estallido de risas.
—¿Puedo ser el primero en probarla? —se burló el último de ellos.
Empecé a temblar por culpa de los recuerdos de esa noche.
—No, por favor, ignóralos —le pedí a Hunter, pero él ya estaba dirigiéndose al grupo de idiotas. Lisa y Trevor, que estaban festejando el primer strike de Trevor, se volvieron hacia mí al oírme gritar—. ¡Hunter!
Mi primer y único instinto fue salir corriendo detrás de él.
—Oye, oye, oye, tranquilo —empezó a reírse el de camiseta negra en cuanto vio a Hunter acercándose a él y a su grupo—. Escucha, Cross, nosotros simplemente estábamos...
Hunter cerró el puño y lo impactó contra su cara con tal fuerza que, durante un minuto, realmente pensé que iba a desprenderle la cabeza del cuerpo. El chico que iba vestido de rojo se acercó, sosteniendo en las manos la bola rosa a la que había estado metiéndole los dedos. Contuve la respiración cuando vi que pretendía usarla para golpear a Hunter en la cabeza. Di un paso al frente, pero Trevor se movió mucho más rápido que yo.
Embistió al chico de rojo por un costado, lo que sirvió para que caer la bola al suelo.
—¡Ellie! —exclamó Lisa, agarrándome del brazo para apartarme del alboroto.
Me mantuve inmóvil en mi lugar, las piernas no me respondían.
—De modo que tú querías ser el primero en probarla, ¿eh? —murmuró Hunter, en un tono que me heló la sangre de todo el cuerpo—. Lo mismo dijiste la última vez. —Se agachó sobre el chico de la camiseta negra que se hallaba tendido en el suelo después de ese puñetazo—. Pero yo te diré qué es lo único que vas a probar...
—Hunter —susurré, aterrorizada por la expresión que vi en su rostro.
—... el sabor de tu propia sangre.
Volvió a pegarle en la cara una, dos, tres veces. Los otros dos chicos del grupo trataron de detenerlo, pero era inútil. Pronto, suelo de madera se llenó de sangre mientras que la cara del chico se volvió irreconocible.
—¡Detente, por favor! —le supliqué, con los ojos llenos de lágrimas.
Trevor se abalanzó sobre Hunter cuando éste se disponía a ir por otro de los chicos del grupo; el mismo que había gritado algo sobre mis medias negras. Lo agarró por el brazo derecho y tiró de él para detenerlo.
—¡Para ya, Hunter! ¡Es suficiente! —exclamó.
Me liberé del agarre de Lisa y me acerqué a Hunter por el costado izquierdo para sujetarlo del otro brazo. Sin embargo, un dolor punzante en la nariz casi hizo que me desmayara. Mareada, me desplomé sobre el suelo, sintiendo que el mundo daba vueltas a mi alrededor. Enseguida, noté que un líquido caliente y espeso brotaba a grandes cantidades de mi nariz, empapándome los labios y la barbilla a una velocidad de miedo.
A pesar de las náuseas, parpadeé varias veces para evitar caer en el desvanecimiento.
—¡Dios mío, Ellie! —gritó Lisa, presa del pánico.
Se dejó caer de rodillas al tiempo que se sacaba la sudadera blanca por la cabeza, quedándose sólo con un top deportivo de tirantes color melocotón. Formó una bola con la prenda y me la puso debajo de la nariz.
—Inclínate un poco hacia adelante —me pidió, la voz le temblaba—. Dime, ¿puedes respirar?
—Sí —me las arreglé para responder con una voz que no parecía la mía.
El dolor me obligó a cerrar los ojos un instante.
—¡Ni siquiera pienses en acercarte a ella! —profirió Lisa pasados unos segundos.
Cuando abrí los ojos de nuevo, vi a Hunter parado frente a mí. Estaba mirándome con una expresión de sorpresa; luego, esa sorpresa se convirtió en horror. Al final, lo único que quedó en su rostro fue miedo.
—Yo no...
—¡Dije que no te acerques!
—Lizzy —intervino Trevor, afligido.
—¡No! —insistió ella, aferrándose a mí—. ¡No me importa los problemas que tengas, a Ellie déjala fuera!
—Estoy bien —dije, haciendo una mueca. Me dolía demasiado la cabeza—. Sólo fue un accidente.
La mirada de Hunter se oscureció.
—¿Un accidente? —repitió, en un tono sumamente bajo.
—Sí, yo tuve la culpa. No debí...
—No —espetó, apartando sus ojos de los míos.
Los trabajadores del boliche terminaron llamado a la policía, que llegó quince minutos después junto con una ambulancia. Aunque se llevaron al chico de la camiseta negra al hospital, uno de los paramédicos se quedó conmigo para tratar mi lesión. Afortunadamente, el codazo que Hunter lanzó hacia atrás no me fracturó la nariz.
Cuando el paramédico terminó de atenderme, me dio una compresa de hielo para ponérmela en la nariz, además de un bote de analgésicos que prometían ayudarme a reducir el dolor intenso y la hinchazón.
—¿Dónde está Hunter? —les pregunté a Lisa y a Trevor tras reunirme con ellos en la salida del boliche.
—¿Tú qué crees? —resopló Lisa, cruzándose de brazos.
Trevor, que le había dado su sudadera negra a Lisa, suspiró exhausto.
—La policía acaba de llevárselo —me informó.
Un pánico horrible se adueñó de mí, dejándome sin respiración.
—¿Qué? Pero él...
—Estará bien, no te preocupes. Ya he llamado a sus padres.
—¿A qué estación lo llevaron? —quise saber—. Quiero ir a verlo.
—No —protestó Lisa con exasperación—. Tú lo que necesitas es descansar.
—Estoy bien —le aseguré, aunque eso no era del todo cierto.
Mi dolor de nariz era insoportable. Esperaba que los analgésicos hicieran efecto rápido.
—¡Pudo haberte roto la nariz!
—Pero no fue así. Además, la culpa no fue suya, sino mía.
—¡Ay, por favor!
—¿Qué hizo que Hunter reaccionara así con esos chicos? —intervino Trevor, muy serio.
Me pasé una mano por la frente, que también empezaba a dolerme.
—Los cuatro chicos eran los mismos que una vez me acorralaron en un callejón oscuro después de que yo saliera de la arena subterránea —expliqué, toqueteándome el vendaje de la nariz porque me causaba comezón.
—¡¿Qué?! —balbucearon los dos—. ¡¿Te acorralaron?!
—Sí, pero Hunter llegó antes de que las cosas se pusieran feas... —suspiré e hice una breve pausa antes de continuar. Hablar hacía que me doliera el interior de la nariz—. El punto es que los reconoció y, bueno... los cuatro empezaron a provocarlo diciendo palabras un tanto... vulgares. Estaban repitiendo las mismas frases que me dijeron a mí mientras me seguían la noche que me acorralaron en el callejón.
Lisa apretó los dientes.
—¡Asquerosos hijos de perra!
—¿Los denunciaste? —me preguntó Trevor.
—No, yo... no lo hice.
—Quizás sí deberíamos ir a la estación —murmuró Lisa, hostil—. Tienes decirle a la policía que esos idiotas no son tan inocentes como parecen. Se merecían que Hunter los golpeara. Aunque el codazo que te dio en la nariz no se lo voy a perdonar nunca. Mira que con su fuerza podría haberte causado una conmoción cerebral.
—Sí, vamos, por favor. Necesito verlo.
Lisa y yo nos volvimos hacia Trevor, dándole a él la última palabra.
—Bueno —vaciló Trevor, rascándose la barbilla con nerviosismo—. Supongo que es una suerte que Hunter me haya dejado las llaves de su Jeep antes de que lo esposaran...
Dios mío, ¿se lo habían llevado esposado?
—¿Puedo manejar yo? —preguntó Lisa, haciéndole ojitos a Trevor.
—No lo creo, Hunter me mataría si...
Pero ella lo ignoró y le arrebató las llaves de las manos.
—¡Muy bien, todos al Huntermóvil!
Me reí, pero incluso algo tan simple como eso hizo que me doliera terriblemente la nariz. Mientras los tres cruzábamos el estacionamiento para dirigirnos a la camioneta de Hunter, un horrible mareo me golpeó. Me detuve en seco y me llevé una mano al estómago, sintiendo como la bilis me subía por la garganta.
—¿Estás bien? —me preguntó Lisa, rodeándome con un brazo, alarmada.
—Creo que voy a vomitar...
—Oh, oh, no me digas que nos vas a hacer tíos —bromeó Trevor.
Lisa le propinó un poderoso empujón.
—Cállate —se quejó—. Si tu mejor amigo no la hubiese golpeado, ella no estaría así.
Tragué saliva, notando un sabor extraño en la boca.
—Ya estoy bien, me mareé porque el dolor de mi nariz es demasiado fuerte.
—¿No prefieres irte a casa a descansar?
Meneé suavemente la cabeza para decir que no.
—No, los analgésicos ya están haciendo efecto.
—¿Estás segura?
—Sí, lo estoy.
Trevor suspiró.
—Bueno, andando.
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