Capítulo 40 | Reunión familiar
En el momento en que Hunter inició la marcha atrás para volver por el camino de tierra por el que habíamos llegado hace unos minutos, una persona salió disparada del interior de la cabaña. A través del vidrio frontal, divisé a un chico joven, alto, cuya apariencia era sumamente similar al de la persona sentada a mi lado.
—¡Ni siquiera lo pienses! —exclamó el misterioso individuo, bajando los escalones del pórtico de dos en dos mientras nos señalaba con un dedo acusador—. ¡Quita tus asquerosas manos del volante ahora mismo!
Miré a Hunter, quien, para mi sorpresa, hizo lo que el chico le ordenó. Apartó las manos del volante, se desabrochó el cinturón de seguridad y abrió la puerta del conductor para salir a su encuentro. Una vez frente al misterioso individuo, lo sujetó por el cuello de su camisa de mezclilla y lo sacudió como a un muñeco de trapo.
—¿Qué demonios significa esto? —exigió saber con un tono furioso.
El chico sonrió en respuesta.
—¿Así es como saludas a tu hermano?
La palabra «hermano» hizo que me enderezara en mi lugar.
—¿Qué están haciendo todos aquí? —insistió Hunter.
—Hoy es el cumpleaños de mamá —respondió el otro, como si fuera obvio.
—Esa mujer no es mi madre —arguyó Hunter, alzándose sobre el misterioso chico—. ¿Por qué no mencionaste que la celebrarían en este lugar? Dijiste que la cabaña iba a estar vacía.
—Vaya, ¿yo te dije eso? —el chico se echó a reír. No parecía tenerle miedo a la muerte—. Lo único que mamá desea es verte hoy, pero, como eres un amargado de mierda, supuse que no te aparecerías en la celebración.
—Supusiste bien.
—Fue entonces cuando recordé que hace unos días me pediste prestadas las llaves de la cabaña —continuó, encogiéndose de hombros—. Dime, ¿para qué querías que te dejara las llaves de este lugar si la última vez que estuvimos aquí prometiste no volver jamás? —Su sonrisa se ensanchó—. No hay que ser un puto genio para saber la respuesta, ¿no lo crees? Querías traer a cierta chica a la cabaña para hacer tus cochinadas, ¿me equivoco?
Mi rostro entero se calentó.
—¿Cochinadas? —repetí para mí misma en voz baja.
El agarre que Hunter mantenía en la camiseta de su cuello se intensificó.
—¿Así que llamaste a toda la familia y organizaste la maldita fiesta en este lugar?
—Sip.
Esa simple respuesta fue como un detonante. Hunter emitió un gruñido, cerró uno de sus puños con fuerza y le atizó un poderoso golpe en toda la mandíbula. Sin pensarlo, me desabroché el cinturón de seguridad y bajé de un salto de la camioneta.
—¡Basta! —exclamé, agarrándole el brazo para que no volviera a usarlo.
Por suerte, el golpe en la mandíbula de su hermano no fue lo suficientemente fuerte como para tirarle un diente (como sucedió con Christopher), pero si lo suficientemente fuerte como para partirle el labio a la mitad.
El chico dio un paso atrás, se relamió la sangre con la lengua y miró a Hunter con otra sonrisa. Sólo entonces, lo reconocí. Benson Presley, el director temporal de Bicentenary High School, parecía otra persona sin sus elegantes trajes de dos pieza y sus anteojos rectangulares. Justo ahora, se veía más como un joven universitario.
—Señorita Russell —dijo, con cierto tono de complicidad.
—Director Presley —dije yo, esperando que nada de eso me delatara.
Hunter me rodeó la muñeca con los dedos.
—Nos vamos —espetó, tirando de mí hacia la camioneta.
Su hermano fue más rápido y me agarró de la otra muñeca.
—Suéltala —le advirtió Hunter con rabia.
Benson lo ignoró y centró toda su atención en mí.
—Supe que conociste a nuestra madre, Ellie.
Confundida, miré a uno y luego al otro.
—Esto... sí, nos conocimos hace unas semanas en el West House.
—Hoy es su cumpleaños —explicó, ignorando los tirones que Hunter me daba—. Toda la familia está aquí reunida para celebrarla, todos excepto Don Gruñón quien se niega a felicitarla. ¿No crees que el mejor regalo para una madre es ver a su hijo el asocial de mierda que odia a todo el mundo por el simple hecho de existir?
Escucharlo hablar con groserías era extraño y divertido al mismo tiempo.
—Oh, sin duda lo es —repuse, poniéndome de su parte.
—Pues yo no pienso lo mismo —exclamó Hunter a mis espaldas.
—Joder, lo único que te estoy pidiendo que vayas a desearle un maldito feliz cumpleaños.
—No.
—Bien, entonces lárgate. Huye como siempre lo haces. —Después de casi escupirle a su hermano, el director Presley volvió a centrar toda su atención en mí—. ¿Qué hay de ti, Ellie? Tú si quieres felicitar a mi madre, ¿verdad?
—¿Yo?
—Sí —dijo—. Estoy seguro de que le encantará verte, la última vez habló maravillas de ti.
No puede ser, ¿le caí bien a mi suegra?
—¿En serio ese es tu plan? —Hunter dejó escapar un bufido—. Maldito infeliz, estás jugando sucio.
—¿Plan? ¿Qué plan? Tú ya puedes irte. Sin embargo, Ellie parece interesada en quedarse, ¿no es así?
Así que ese era su plan, pensé. Si yo decidía quedarme para felicitar a su madre, Hunter también tendría que hacerlo. Bien pensado, Benson. Bien pensado.
—¿Puedo? —le pregunté a Hunter, agitando las pestañas.
—No —respondió hoscamente, tirando de mí.
Puse mala cara antes de liberarme de su agarre.
—Tú no me dices qué hacer.
—Annalise...
—Vamos, felicitémosla y...
—No quiero.
—¿Por qué?
—Porque no —replicó—. No quiero tener nada que ver con esa familia.
—Auch, eso dolió —se burló Benson.
—Por favor —insistí, haciendo un puchero; el mismo que siempre funcionaba con él. Hunter me miró con una expresión ensombrecida. Supe que estaba a nada de ceder por la forma en la que tensó la mandíbula—. ¿Sí?
Tragó saliva, se pasó una mano por el pelo y luego soltó un ruidoso suspiro.
—Joder, está bien —aceptó de mala gana—. Pero solo entrarás para felicitarla y después nos largaremos.
Asentí con la cabeza, lo agarré de la mano y miré a su hermano con una sonrisa.
—Increíble —susurró Benson—. Creo que acabo de presenciar un milagro.
—No exageres —se quejó Hunter, pegándole en el hombro cuando pasamos por su lado.
Avanzamos juntos hacia la cabaña. Ya en el pórtico, Hunter entrelazó sus dedos con los míos y me dio un suave apretón. Me volví hacia él, Hunter también estaba mirándome. Apreté sus dedos de vuelta.
Benson abrió la puerta.
—No tuve tiempo de envolver el regalo, pero aquí lo tienen —soltó, palmeando la espalda de su hermano.
Me sorprendió que en el interior de la cabaña estuviera abarrotada de personas. Dios, nunca había visto una familia con tantos miembros. Desde bebés, niños pequeños y adolescentes, hasta adultos y personas mayores.
Todos y cada uno de ellos guardaron silencio y dejaron de hacer lo que estaban haciendo cuando vieron a Hunter de pie en el umbral. Apretó nuevamente mis dedos, esta vez con más fuerza que hace unos segundos.
—Santo cielo, ¿de verdad es él? —exclamó un hombre mayor, acomodándose unos gigantescos anteojos mientras se acercaba a nosotros para mirar a Hunter más de cerca—. ¡Por todos los dioses, es él!
De un momento a otro, todos los presentes comenzaron a acercarse para saludar y abrazar a Hunter como si se tratara de alguna especie de dios que acababa de descender de los cielos. Tuve que soltarle la mano para que pudieran hacerlo con más comodidad y luego me hice a un lado para darles más espacio. Cuando llegó el turno de una linda ancianita, agarró a Hunter por el cuello de su camiseta y lo obligó a encorvarse para quedar a su altura. Le besó ambas mejillas, dejándole marcas de labial rojo carmín, y después continuó besando toda su cara.
Los demás integrantes de la familia se echaron a reír.
Incluso a mí se me escapó una que otra risita.
—Abuela... —murmuró Hunter, incómodo.
—Cierra la boca, jovencito. La última vez que te vi eras un renacuajo. —Deslizó sus arrugadas manos por los brazos de él—. Pero mírate nada más. —Chasqueó la lengua—. ¿Qué son todos estos feos garabatos?
—Son tatuajes, abue —respondió un pequeño niño con una gran emoción, aferrándose a una de las piernas de Hunter al igual que un oso koala—. Cuando sea grande, me haré los mismos tatuajes que mi primo Hunter.
—¡Sobre mi cadáver! —exclamó la madre del pequeño.
Otra ronda de risas sacudió el interior de la cabaña.
De pie junto a la entrada, observé tímidamente la manera en la que los miembros de la familia Presley recibían a Hunter entre besos, abrazos y muchos apapachos. Sentí ternura y felicidad, pero también muchísimos celos. Hunter me había dicho que los Presley lo consideraban un bastardo por ser el hijo de un hombre como su padre, pero eso no parecía ser verdad. Todas esas personas lo querían y estaban realmente felices de verlo.
No había forma de que estuvieran fingiendo.
Durante un instante, me pregunté qué se sentiría ser parte de una familia tan numerosa. La única familia que conocía era mi abuela, y eso fue hace bastantísimo tiempo, durante los años en que ella me crío. Recordé su sonrisa, su amor, su cariño, y su manera de llamarme «ma chérie». Recordé lo feliz que era cuando creía que ella era mi madre, y la también la terrible decepción que me llevé al enterarme de que no era así. Recordé el color de su rostro esos últimos días, cuando me prometió que todo iba a estar bien, que nunca me dejaría. Y luego...
—Annalise.
Parpadeé varias veces antes de alzar la cabeza para seguir el sonido de esa voz. Hunter aún estaba rodeado por los miembros de su familia, pero tenía una mano extendida en mi dirección. La tensión de mi cuerpo desapareció y, sin pensarlo, estiré un brazo para tomar su mano. Hunter me agarró, tiró de mí y me acercó a él.
—Ella es mi novia —anunció en voz alta, presentándome ante su familia. La atención de todos los Presley me fue concedida a mí. Hunter sonrió y acercó su boca a mi oído—. Muy bien, nena, son todos tuyos.
Entonces, dio un paso atrás y me dejó a mí en su lugar. Antes de que pudiera abrir la boca para preguntarle a qué se refería, los miembros de la familia Presley me llenaron de besos, abrazos y todo tipo de apapachos.
—¡Qué jovencita tan bonita!
—¡Parece una muñequita!
—¡Cielos, es muy linda!
Cuando llegó el turno de la abuelita de Hunter, esta hizo lo mismo que con él. Me cogió el rostro con las manos y me besó la frente, la nariz, los ojos y las mejillas, dejándome marcas de su labial rojo carmín en la cara.
—Así que tú eres la famosa novia de mi nieto —exclamó, pellizcándome cariñosamente las mejillas. Sonrió y se volvió hacia el ancianito de anteojos gigantes—. ¿Has visto, Harold? Nuestro chico tiene un gusto exquisito.
El abuelito de Hunter se acercó para verme mejor, se ajustó los anteojos y asintió con aprobación.
—Pues claro que sí, querida, lo heredó de mí.
Los demás miembros de la familia Presley siguieron turnándose para saludarme, abrazarme y llenarme de besos las mejillas. Algunos de ellos hicieron comentarios sobre lo bonito que era el color de mi cabello, elogiaron la forma de mis ojos e incluso mencionaron lo bien que me sentaba mi vestido floreado de verano.
Las mejillas empezaron a dolerme de tanto sonreír.
—Hunter —exclamó la voz de una mujer que se abría camino entre los Presley—. ¿De verdad eres tú?
A mis espaldas, Hunter emitió un gruñido bajo.
—Sí, ya sé que... —empezó a decir, pero su madre lo silenció envolviéndolo entre sus brazos. Él se quedó muy quiero, con los hombros en completa tensión—. Elizabeth... —murmuró, ahora incómodo.
—Cuando Ben dijo que vendrías, no podía creerlo.
Elizabeth Presley abrazó a su hijo durante un largo rato, pero él en ningún momento le devolvió el abrazo. No obstante, pese a la hostilidad que Hunter decía sentir por toda esa familia, tampoco trató de apartarla. Después de unos minutos, Elizabeth dio un paso hacia atrás, se me acercó y ahora fue a mí a quien abrazó.
—Feliz cumpleaños, señora Presley —balbuceé con torpeza.
—Oh, por favor, llámame Elizabeth —dijo, cepillando mi cabello con los dedos. Me colocó un mechón rubio detrás de la oreja mientras sonreía con los ojos húmedos—. Gracias por hacer esto posible, querida.
Me ruboricé y ella sonrió cuando lo notó el color en mis mejillas.
—Bueno, ahora que toda la familia está reunida, ¿empezamos ya con la celebración? —preguntó Benson.
Todos los Presley estuvieron de acuerdo. Uno a uno, dejaron atrás el salón principal para hacer su camino hacia la parte de atrás, rumbo al jardín trasero de la cabaña. Una parte de mí deseaba poder ir con ellos.
—Es hora de irnos —murmuró Hunter, acercándose a mí por detrás.
—¿No quieres quedarte? —le pregunté, viendo a los abuelitos de Hunter salir por la puerta trasera.
—No —contestó, sin siquiera tomarse el tiempo de pensarlo.
—Pero...
Suspiré y cerré la boca.
La idea de pasar el día entero en el bosque, comiendo y charlando al aire libre mientras toda la familia se reunía para pasar un rato agradable debía ser verdaderamente maravilloso. Ojalá yo pudiera... No. Aquella no era mi familia. Sin importar lo mucho que eso doliera, no tenía derecho a desear algo que no me pertenecía.
—¿Te quieres quedar? —preguntó Hunter al ver mi expresión.
Me apresuré a negar con la cabeza.
—No, está bien —le dije—. Sé muy bien que no te sientes cómodo rodeado de estas personas.
Hunter levantó las manos para acariciarme los hombros desnudos.
—Podemos quedarnos un rato —dijo, siguiendo las líneas de mi clavícula con los pulgares. Su tacto envió una deliciosa descarga eléctrica a través de mi columna vertebral—. Nos iremos en cuanto enciendan la fogata.
Mi rostro se iluminó y me volví hacia él para mirarlo.
—¿Van a encender una fogata?
Sus pupilas se dilataron mientras me observaba y un músculo se tensó en su mandíbula.
—No hagas eso —se quejó, intensificando el agarre de sus manos sobre mis hombros.
—¿Qué cosa? —pregunté, confundida.
Deslizó la punta de sus dedos por mis brazos, erizándome la piel.
—Sonreír de esa manera. Haces que...
—¿Hago que qué? —insistí, ladeando la cabeza.
En vez de responder, Hunter agarró una de mis manos y presionó la palma contra su pecho. Su corazón estaba latiendo más rápido. Saber que yo era la causante de su aceleración me hizo sonreír todavía más.
—Joder, lo estás haciendo de nuevo.
No pude evitarlo, me eché a reír.
—Eres adorable —le hice saber.
Hizo una mueca.
—Jamás vuelvas a utilizar esa palabra para describirme.
Me acerqué más a él.
—¿O si no, qué —dije con sorna.
Hunter sonrió, enredó los dedos en mi cabello y se inclinó para besarme.
—Primo Hunter, ¿te gustaría ir a pescar conmigo? —nos interrumpió la voz de un niño.
Avergonzada, me aparté de él con todo el rostro enrojecido. Junto a nosotros se encontraba el primo más pequeño de Hunter, mirándolo con muchísima fascinación. Ese en especial parecía ser su más grande admirador.
—No sé pescar —respondió Hunter, pasando de él.
El niño parpadeó.
—Pero el primo Ben dijo que eras el mejor pescador de la familia.
—Pues ese idiota te mintió. —Le di una patada en la espinilla—. ¿Qué?
—Ve a pescar con él.
—Pescar es aburrido.
—Te lo está pidiendo amablemente, ve a pescar con él —repetí.
Hunter puso los ojos en blanco, pero aceptó. El pequeño dio brinquitos de la emoción.
—¿Quieres venir con nosotros? —me preguntó, dejando que el niño se aferrara a una de sus manos.
—En realidad —intervino Elizabeth Presley, de pie junto a las escaleras—. Me gustaría hablar un momento con Ellie. —Clavó sus ojos verdes en mí—. ¿Te importaría ayudarme a preparar algunos aperitivos?
Miré a Hunter, quien volvió a poner los ojos en blanco. Tomé eso como un: «Haz lo que quieras».
—Seguro —contesté.
Desesperado por irse a pescar, el niño arrastró a Hunter con él hasta el jardín trasero. Al mismo tiempo, Elizabeth me condujo a mí a la cocina. Me quedé pasmada en la entrada un segundo, admirando lo elegante y rustico que era todo. No se parecía nada a la cocina de mi casa. De alguna manera, se sentía más como un hogar.
—Parece que tienes un fuerte poder sobre él —exclamó Elizabeth Presley, acercándose a la isla del centro.
Di un respingo.
—Señora Pres... Elizabeth... —balbuceé, enrojeciendo violentamente—. Yo sólo...
—Me recuerdas mucho a ella —continuó—. A Isabella, la madre biológica de Hunter.
Me acerqué a ella para ayudarla a cortar un poco de queso mozzarella en cuadritos.
—¿Cómo era ella antes de lo que sucedió? —pregunté, esperando no causar ninguna molestia.
Elizabeth Presley sonrió levemente.
—Bueno, Isabella siempre fue una chica muy amable y carismática. Las personas que la conocían la amaban por tener un corazón puramente bondadoso. Le gustaba ayudar a los demás y jamás esperaba recibir nada a cambio. Las dos éramos inseparables. Nos contábamos todo, siempre estábamos juntas. Ella era mi mejor amiga.
Hizo una pausa para colocar rebanadas de jamón serrano en una bandeja de plata.
—Un día Isabella, se enamoró perdidamente del lanzador estrella del equipo de fútbol del instituto, su nombre era Michael Kent. Él, a diferencia de Hunter, era un chico alegre, encantador y quizás un poco egocéntrico. A pesar de su comportamiento altivo, jamás noté nada raro en él. Michael era un chico bastante normal. Él adoraba a Isabella, cualquiera podía darse cuenta de lo enamorados que estaban con tan solo verlos.
Tragó saliva, sus ojos relucían por las lágrimas contenidas.
—Los problemas comenzaron cuando decidieron casarse siendo aún demasiado jóvenes. Nuestro padre se negó a aprobar su relación, por lo que no les quedó de otra más que escaparse a las vegas y casarse en una boda secreta. —Cerró los ojos y suspiró mientras dejaba el cuchillo sobre la tabla de cortar—. Ya imaginarás el escándalo que esa boda provocó. Papá se enfadó tanto con Bella que la despojó de su apellido y la desheredó por completo.
Me estiré para colocar los cuadros de queso junto al jamón serrano en la bandeja.
—Sin embargo, aun con todo el mundo en contra, ellos eran felices. Al menos, eso es lo que todos solíamos pensar. En algún momento, Michael comenzó a tomar ciertas... actitudes muy extrañas. Le decía con quién podía o no salir, le decía que podía o no vestir, y sus celos muchas veces me asustaron. Con el tiempo, Bella dejó de salir, dejó llamarme y, cuando intenté ir a verla, Michael no me lo permitió. Decía que Isabella no quería ver a nadie, ni siquiera a su familia. Tiempo más tarde, se mudaron a otro lugar y yo no volví a saber nada de ellos.
Elizabeth colocó aceitunas rellenas en un tazón pequeño, su voz era ahora más aguda.
—Años después, recibimos una llamada de la policía. Nos información que Isabella le había disparado a su marido, asesinándolo en su propia casa, frente a su hijo de siete años. Todo parecía indicar que Bella sufría de maltrato físico por parte de Michael, pero nadie nunca se dio cuenta. Ni siquiera yo, que era su mejor amiga.
Coloqué una mano sobre su temblorosa espalda como una muestra de apoyo.
—Después de ese incidente, Isabella fue ingresada a un hospital psiquiátrico mientras que su hijo de siete años fue enviado a un orfanato. A mi esposo y a mí se nos fue cedida la custodia de Hunter, pero al final decidimos adoptarlo. Queríamos darle todo el amor y cariño posible. Él era sólo un niño y ya había vivido un infierno...
—Dios mío... —murmuré en voz baja.
—Sí tan solo me hubiera dado cuenta de lo que ella estaba pasando... si tan solo Bella le hubiera hecho caso a papá cuando él le ordenó divorciarse de ese hombre la primera vez que quedó embarazada...
Esas últimas palabras me hicieron fruncir el ceño.
—¿Primera vez?
Elizabeth dio un respingo mientras me miraba mí como si acabara de cometer un gravísimo error. Se secó las lágrimas que habían comenzado a rodar por sus mejillas con un pañuelo de tela y sonrió con tristeza.
Entonces, dijo:
—Antes de tener a Hunter, Isabella dio a luz otro bebé.
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