Capítulo 4 | El club de los marginados
Sentada sola en mesa de la esquina, retorcí mis dedos sobre mi regazo, sintiendo un nudo en el estómago. El hecho de que Christopher enfureciera luego de verme besar a Hunter continuaba dándome mucho en que pensar, pero me sentía tan cansada tanto física como mentalmente que decidí dejar de darle tantas vueltas. Al final, dejé escapar un suspiro y cerré los ojos unos segundos para calmar mi dolor de cabeza. Sin embargo, justo en ese momento, el sonido de una bandeja de plástico siendo azotada contra la mesa me hizo dar un respingo.
—¡Dios mío, no sabes cuanto la detesto! —exclamó Lisa enfurecida, sentándose frente a mí—. Solo mírala, sentada en las piernas de Christopher mientras finge ser tú —continuó, señalando a Lexie con la barbilla.
Un lado de mi boca se arqueó en una sonrisa, pero no dije ni una sola palabra. A decir verdad, me sentía un poco dolía con Lisa ya que ella también había estado sentada en la mesa del centro hace unos momentos.
Al darse cuenta de esto, se apartó unos cuantos mechones castaños del rostro y emitió un suave gruñido.
—No me mires así, yo tampoco tenía idea de lo que iban a hacerte cuando llegaras a la cafetería —soltó en su defensa—. Quizás no lo sabes, pero parece ser que Christopher y Lexie amenazaron a todo el mundo. Según escuché, todo aquel que se atreva a sentarse contigo y tu nuevo novio será considerado un marginado. Y bueno, justo ahora acabo de ponerme la soga al cuello pero, ¿qué puedo decir? Siempre he sido un poco masoquista.
Una parte de mí se sintió aliviada. Al menos, todavía tenía a una de mis amigas.
—¿Qué hay de Marisa? —le pregunté, echando un vistazo en su dirección.
Ella estaba sentada en la mesa del centro, mirando la comida en su bandeja con desanimo.
—Intentó venir conmigo, pero Chad no la dejó —explicó Lisa, haciendo una mueca con los labios—. Ya sabes cómo es Marisa, si ese asqueroso sangre sucia le dice que no haga algo, ella obedece como la idiota que es.
—Ya veo... —me limité a responder.
—Es una pena que el director Presley me haya prohibido traer mi varita de saúco a la escuela, todo sería más sencillo si la tuviera conmigo. Podría petrificar a Chad en este instante y así Marisa no tendría por qué seguir complaciéndolo en todo —hizo un raro movimiento con el tenedor de su ensalada y dijo—: ¡Petrificus totalus!
Sonreí ante sus ocurrencias. De alguna manera, siempre se las arreglaba para sacarme una sonrisa.
—Creo recordar que te prohibieron traerla porque el año pasado casi le sacaste un ojo a Gilbert con ella.
—¡El idiota me tocó el trasero! ¡Incluso me dio una nalgada!
—¡Debiste haberle sacado ese ojo!
Lisa y yo nos echamos a reír. Estiré una mano por encima de la mesa para alcanzar las suyas.
—¿Estás segura de que no te arrepentirás de la decisión que tomaste? —le pregunté, muy seria.
—Ellie, te prefiero mil veces a ti antes que a esos estúpidos muggles.
—Pero...
—Pero nada —espetó, dando por zanjado ese asunto. Se inclinó sobre la mesa y me miró con los ojos azules llenos de curiosidad—. Ahora dime, ¿cuándo exactamente pensabas decírmelo?
Arrugué un poco las cejas.
—¿Decirte qué cosa?
—No te hagas la tonta ¿quieres? ¿Cuándo pensabas decirme sobre tu relación con Hunter Cross?
—Oh, eso... —forcé una sonrisa—. Nuestra relación era un secreto, Lisa. No podía decírselo a nadie.
—Pero yo soy una de tus mejores amigas, ¿no? ¿Por qué ocultaste algo tan importante incluso a mí?
Apreté los labios mientras pensaba en una mejor excusa. Odiaba mentir, pero no tenía otra opción.
—Lo siento, Hunter y yo acordamos mantenerlo en secreto —respondí, mirando nuestras manos—. Soy una mala persona, ¿no es así? Después de todo, comencé a salir con Hunter a espaldas de Christopher...
—Bueno, él también te engañó ¿no es así? —me interrumpió, llevándose un bocado de su ensalada a la boca—. Además, Christopher no solo te engañó con cualquier chica. ¡Sino que se atrevió a engañarte con Lexie, tu "supuesta" amiga del alma! —emitió un gruñido—. Me gustaría poder decir algo como: "no puedo creer que ella haya hecho algo como eso", pero, a decir verdad, era algo que ya me esperaba.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté, mirándola fijamente.
Se limpió las comisuras de la boca con una servilleta.
—Lexie siempre ha estado celosa de ti, todo el mundo lo sabe. Lleva años tratando de ser como tú. La obsesión que tiene contigo me parece algo verdaderamente preocupante, debería ir al psicólogo o algo.
—Eso no...
—De verdad, si tuviera mi varita de saúco conmigo ya te habría dado un buen porrazo con ella por estar tan ciega —soltó Lisa, sacudiendo la cabeza—. ¿Acaso no ves que Lexie es solo una imitación barata de ti?
Eché un vistazo a la mesa del centro para ver a Lexie sentada en las piernas de Christopher, actuando exactamente igual a como yo solía hacerlo hace apenas unos días. Lo más curioso de todo eso, era que llevaba el cabello suelto sobre los hombros, recogido con un par de broches plateados, muy similares a los míos.
Lo cierto era que, en el fondo, yo era completamente consciente del parecido que había entre Lexie y yo. Todo comenzó después de su cumpleaños número quince, cuando se apareció en nuestro primer día de clases del instituto con el cabello teñido de un rubio pálido, casi blanco, que era prácticamente el mismo tono que el mío. En aquel momento me dije a mí misma que no había nada de extraño en eso. Si ella quería teñirse el cabello, estaba en todo su derecho. Sin embargo, días después empezó a peinarse y vestirse como yo.
A todo el mundo le pareció algo muy retorcido, pero como era mi mejor amiga, fingí no darme cuenta.
—Supongo que tienes razón —suspiré en voz baja, apartando la mirada.
Lisa me apretó las manos con suavidad.
—Lo siento, sé que para ti Lexie era como una hermana. Lo que te hizo no tiene perdón.
—Creo que eso es lo que más me duele ¿sabes? —admití con una sonrisa triste en los labios—. Si Christopher me hubiera engañado con cualquier otra chica, quizás... —no conseguí decir el resto en voz alta.
Si Christopher me hubiera engañado con cualquier otra chica, quizás no me dolería tanto el corazón, porque eso significaría que seguiría teniendo a mi mejor amiga.
Pero las cosas no resultaron de ese modo.
—¿A quién maté ahora? —exclamó una voz masculina, sobresaltándonos a Lisa y a mí—. Lo digo por sus caras —se burló Hunter, sentándose a mi lado con una bandeja llena de comida en las manos.
Hice una mueca al ver la cantidad de fruta que había dentro del enorme tazón que colocó delante de mí.
—¿De casualidad no había un tazón más grande? —ironicé, mirándolo mal—. Hunter, es demasiada comida.
—Solo es fruta —respondió él, encogiéndose de hombros—. Come o me enfadaré.
Suspiré, tomé el tenedor entre mis dedos y me llevé un pequeño trozo de durazno a la boca. Sentada frente a mí, Lisa estaba mirando a Hunter con los ojos muy abiertos. Era como si le tuviera muchísimo miedo.
—Oh, es verdad —exclamé, dejando el tenedor a un lado después de masticar y tragar el trozo de durazno que tenía en la boca—. Hunter, ella es mi amiga, Lisa Blondeau. Lisa, él es mi novio, Hunter Cross —los presenté.
—Es un placer conocerte, Lisa —se limitó a decir, sin mostrar mucho interés.
Lisa en cambio, actuó como de costumbre.
—¿Es verdad que enterraste el cuerpo del chico que desapareció por tocar tu motocicleta en los vestidores del gimnasio? —le di una patada por debajo de la mesa y ella hizo una mueca—. ¡Auch, eso dolió!
Cuando el rostro de Hunter se puso rígido, lo primero que pensé fue que la pregunta de Lisa lo había ofendido o molestado. Para mi sorpresa, Hunter sacudió la cabeza y dijo:
—En realidad, su cuerpo está enterrado en la orilla del campo. Justo debajo de las gradas.
Lisa se llevó ambas manos a la boca.
—¡No inventes!
—¿Por qué estamos hablando de cadáveres? —pregunté disgustada. Hunter sonrió, pero yo le di un golpe en el hombro—. Y tú, deja de decir cosas como esas. Si alguien te escucha se correrá un nuevo rumor sobre ti.
Se inclinó para poner su cabeza sobre la mía.
—No te enfades.
Exhalé el aire de mis pulmones muy despacio y levanté una mano para acariciar su cabello.
—No estoy enfadada.
—La próxima vez me aseguraré de enterrar el cuerpo en otro sitio.
Tiré de su cabello, ganándome otra de sus sonrisas traviesas.
—¿Por qué no me dijiste que ibas comer en la cafetería? ¡¿Sabes cuánto tiempo estuve esperándote en la azotea?! ¡Incluso me molesté en calentar tu estúpido burrito! —exclamó un pálido chico, sentándose en la mesa.
¿Quién era él? ¿Por qué sentía que lo conocía?
Ah, es verdad. Era el chico al que Christopher y sus amigos solían molestar todo el tiempo. El chico de la botarga; la mascota del equipo de los Halcones Bicentenarios.
Hunter resopló con fuerza.
—Ahí estás, que rápido me encontraste.
Cuando el castaño vio que Hunter tenía la cabeza apoyada sobre la mía, sus mejillas enrojecieron. Me miró con una sonrisa amigable y dijo:
—Hola Ellie, estás tan guapa como siempre.
No me sorprendió que supiera mi nombre, pero si que me hablara como si ya nos conociéramos.
—Ah, hola y... gracias —respondí, avergonzada por no saber el suyo.
—Trevor —habló Hunter, como si me hubiera leído el pensamiento —. ¿Dónde está mi burrito?
—Ya me lo comí, no podía dejar que se enfiara —contestó. Sus ojos se detuvieron en Lisa, que también estaba mirándolo de forma curiosa—. Eh... ¿no piensas presentarme con esta guapa señorita, Cross?
—No.
Trevor se aclaró la garganta y se presentó a sí mismo.
—Mi nombre es Trevor Frost, tengo dieciocho años y mido uno setenta y nueve. Mi cumpleaños es el doce de junio, así que soy signo géminis. Mi pasatiempo favorito es jugar videojuegos. Soy jugador profesional de League of Legends, incluso en el dos mil trece estuve a punto de ganar el campeonato mundial, pero me ganó un coreano —suspiró dramáticamente—. Tengo una grave obsesión con Star Wars, en serio, mi habitación es prácticamente un museo de colección. Si algún día tengo un hijo, me gustaría llamarlo Anakin, en honor a Darth Vader, o Padme, en caso de que sea una niña. Ah, también soy el mejor amigo de este chico —dijo, señalando a Hunter con un dedo—. Nos conocemos desde hace años, ya ni siquiera me acuerdo cuantos. Prácticamente somos como uña y mugre. Desde entonces, Hunter y yo hemos... —dejó de hablar e hizo una mueca—. ¡Auch, eso dolió!
Supuse que Hunter le había dado una patada por debajo de la mesa para que se callara.
—¿Así que tienes un mejor amigo? —dije medio en broma, de forma que solo Hunter pudiera escucharme.
Él emitió un gruñido antes de poner los ojos en blanco.
—Yo soy Lisa Blondeau, tengo dieciocho años y mido uno setenta y tres —exclamó Lisa, presentándose de la misma manera que Trevor—. Mi cumpleaños es el veintitrés de marzo, por lo que soy signo aries con ascendente géminis. Mi pasatiempo favorito es ir de compras con la tarjeta dorada que me dio mi abuela cuando cumplí quince. También me gustan los videojuegos, soy nivel plata en League of Legends, pero la verdad es que me gustan más los juegos de shooters como Call of Duty. Me gusta mucho Harry Potter, me he leído todos los libros y adoro las películas. Soy una de las mejores amigas de esta chica —dijo, señalándome a mí—. Nos conocemos desde que tenemos ocho años, cuando encontré a Ellie jugando con... —le di una segunda patada desesperada por debajo de la mesa para que no terminara lo que iba a decir—. ¡Auch! ¡Vas a lesionarme el tobillo, Ellie!
Sentando a un lado de Hunter, Trevor miró a Lisa con los ojos muy abiertos.
—¿Eres nivel plata en League of Legends? —Lisa asintió, orgullosa de sí misma—. ¿Qué línea te gusta jugar?
—No tengo ninguna preferencia en especial, pero disfruto más siendo el jungla.
Trevor exclamó un ruidoso «Por el amor del maestro Yoda», para luego mirar a Hunter con determinación.
—Cross, acabo de conocer a la mujer que se convertirá en mi esposa.
—Ja, ja, que gracioso eres —sonrió Lisa, arrugando la nariz.
—¿Qué otros shooters te gusta jugar?
—Bueno, pues está...
—¿Tú sabes de qué están hablando? —me preguntó Hunter, frunciendo el ceño.
Su cálido aliento me hizo cosquillas en el cuello. Sacudí la cabeza.
—No tengo ni la menor idea —contesté.
—Mmm... ¿eso es todo lo que piensas comer? —señaló mi tazón con fruta.
—Es que no tengo hambre.
—No me obligues a meterte la comida en la boca —siseó él entre dientes, con un tonito de advertencia.
Hice una mohín antes llevarme un trozo de mango a la boca. Tras un par de bocados, noté que Hunter seguía mirándome solo a mí, como si estuviera asegurándose de verme comer. Una sonrisa tiró de mis labios.
—Gracias —murmuré, mirándolo a los ojos.
Hunter ladeó la cabeza hacia un lado.
—¿Por qué?
—Por hacer esto.
Sonriendo, tomó un mechón de mi cabello entre sus dedos y se lo acercó a los labios.
—No hay de que.
♡
Cuando la última clase del día llegó a su fin, estiré los brazos por encima de mi cabeza y bostecé. Después de tener dos exámenes sorpresa para los cuales no estaba preparada, lo único que quería era irme a casa y dormir toda la tarde. Me sentía demasiado cansada, me dolía la cabeza y seguía sintiendo un poco de nauseas.
Pronto el salón de clases comenzó a vaciarse, por lo que me apresuré a meter todos mis libros dentro de la mochila y después me levanté de mi lugar para salir de ahí. Fuera, en el pasillo principal, distinguí una alta figura masculina vestida de negro, apoyada en la pared junto a la puerta con los brazos cruzados sobre su pecho.
Se trataba de Hunter.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté con una sonrisa en los labios, acercándome a él.
Cerca había personas mirándonos, de modo que tenía que mostrarme muy amorosa con mi novio falso para no levantar sospechas de que en realidad, todo aquello no era más que una simple actuación.
—¿Cómo que qué estoy haciendo aquí? Me dijiste que viniera a buscarte cuando terminaran las clases —me recordó, poniendo los ojos en blanco. Oh, es verdad. Yo se lo había pedido—. Dame tu mochila.
—¿Eh?
—Tu mochila —repitió, un poco irritado—. Dámela.
Tras darle mi mochila, Hunter alargó una mano para tomar la mía.
Todo el mundo nos miró mientras caminábamos de la mano por los pasillos del instituto. Traté de no prestarles demasiada atención, la curiosidad era algo que no duraba mucho. Tarde o temprano se cansarían y dejarían de impresionarse cada vez que nos veían juntos. Antes de salir del edificio, le pedí a Hunter que hiciéramos una breve parada en mi taquilla para dejar los libros que no necesitaba. Cuando terminé, estiré mi mano para volver a tomar la suya, pero él me hizo girar la cabeza, acercó su boca a la mía y me besó.
—¿A qué ha venido eso? —le pregunté, apartándome con las mejillas enrojecidas.
—He visto a tu ex.
—¿Huh? —balbuceé, dándome la vuelta para ver a Christopher, pero él no estaba por ninguna parte.
Fruncí el ceño y me volví para mirar de nuevo Hunter, pero el idiota tenía una gran sonrisa en los labios.
—Bueno, creí haberlo visto —agregó poco después—. Supongo que vi mal.
Puse mala cara. ¡Ese idiota solo estaba burlándose de mí!
—Eres un idiota —espeté, fulminándolo con la mirada.
—Dijiste que podía besarte siempre y cuando no te metiera la lengua en la boca, ¿no?
—¡Pero acabas de hacerlo, la sentí!
Su tonta sonrisa se acentuó.
—No puedo evitarlo, me gustan los sonidos que produce tu garganta cuando lo hago.
Mi rostro se calentó aún más.
—Yo no...
—¿Ya escucharon como nos llaman? —exclamó de pronto una voz, escondiéndose detrás de mí—. El club de los marginados. Suena bien, ¿no? Aunque a mí me hubiera gustado algo como: «el club de lo más increíbles».
Miré a Lisa por encima de mi hombro y alcé una ceja.
—¿Por qué estás escondiéndote detrás de mí? —le pregunté.
¿Tanto miedo le tenía a Hunter?
Ella suspiró.
—Trevor no ha dejado de seguirme desde la hora del almuerzo, creo que quiere invitarme a salir —explicó, mirando a todas partes—. No es que no quiera, pero... ¡Oh, no! ¡Ahí viene! ¡Olviden que estuve aqui!
Dicho eso, salió corriendo en dirección a los sanitaros de las chicas del primer piso.
Segundos más tarde, Trevor se acercó a nosotros respirando con dificultad. Tuvo que apoyar las manos sobre sus rodillas para recuperarse.
—Oigan... ¿de casualidad... de casualidad no han visto a mi futura esposa...? —nos preguntó.
—¿Futura esposa? —repetí yo, reprimiendo una sonrisa.
—Se fue hacia allá —respondió Hunter, señalando las escaleras al segundo piso con la barbilla.
El rostro de Trevor se iluminó.
—Eres el mejor, Cross —dijo, dándole una palmada en la espalda antes de echarse a correr.
—Tu amigo es muy raro —murmuré mientras salíamos juntos al estacionamiento.
—Tu amiga también lo es.
—Eso es... cierto —admití, riéndome.
Antes de darme cuenta, llegamos al sitio en el que Hunter solía dejar aparcada su famosa motocicleta; un lugar cerca de la entrada al que nadie, pero absolutamente nadie, se atrevía a acercarse ni siquiera por accidente.
—¿Quieres que te lleve? —me preguntó él, ofreciéndome el único casco que tenía.
Jadeé horrorizada. La idea de subirme a esa cosa hacía que me temblaran las piernas.
—No, gracias.
—¿Estás segura? —se montó en su motocicleta y señaló el asiento de atrás—. Última oportunidad.
Tragué saliva y eché un vistazo a la acera. Hank estaba esperándome junto al coche, listo para llevarme a casa en el momento en que yo se lo pidiera. Las posibilidades de que me subiera a esa trampa mortal era nulas.
—Quizás otro día —respondí, intentando no sonar demasiado nerviosa.
Hunter me dedicó una sonrisa astuta que claramente parecía decir: «miedosa».
—Entonces, te veo luego, nena —se despidió, guiñándome un ojo.
—¡Espera! —lo llamé, antes de que se pusiera el caso—. ¿Me das tu número de teléfono?
Chasqueó la lengua.
—¿Y si te digo que no quiero? —soltó, poniéndose muy serio.
Mis mejillas se calentaron por la vergüenza.
—Pues...
—Te ves muy guapa cuando algo te hace enojar —dijo, burlándose de mí—. Prefiero que me des el tuyo.
Apreté los labios, tragándome todas las groserías que quería soltarle en la cara.
—¿Tienes dónde anotar?
Se dio un golpecito en la sien.
—Solo dímelo, lo recordaré.
Después de decirle mi número de teléfono, le di un rápido beso en los labios y me marché.
En la acera, Hank, que estaba esperándome con una sonrisa, abrió la puerta del coche para mí. Una vez dentro, me abroché el cinturón de seguridad y dejé escapar un suspiro desde lo más profundo de mi alma.
—¿Está usted bien, señorita Russell? —me preguntó Hank, una vez más, mirándome a través del espejo retrovisor, justo como lo había hecho esa misma mañana.
—No, no estoy bien —confesé en voz baja, dado a que no podía seguir ocultándoselo. En ese momento, el feroz rugido de una motocicleta llamó mi atención. Cuando giré la cabeza hacia la ventana izquierda, vi a Hunter saliendo del estacionamiento su trampa mortal, viéndose endemoniadamente sexy—. Pero lo estaré pronto —le aseguré.
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