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Capítulo 38 | Buenas calificaciones y rodajas de pepinillos

Las calificaciones de Hunter estaban mejorando.

Bueno... algo así.

La buena noticia era que su nombre ya no era el último de la lista. Se estaba esforzando. Y, por esforzarse, me refiero a que intentaba no ausentarse o llegar tarde a clases. Por desgracia, mis calificaciones eran las que no estaban mejorando. Que él estuviera en la mayoría de mis clases era un elemento altamente distractor que jugaba completamente en mi contra. Sobre todo cuando se sentaba junto a mí en los pupitres dobles. Hunter tenía esa maldita costumbre de aferrarse a mi muslo con una mano y dejarla ahí durante el tiempo que durara la clase.

No es que lo hiciera con malas intenciones, él sólo... se aferraba a mi muslo. Un gesto posesivo que, al principio, pensé hacía sólo para molestarme. Sin embargo, con el paso del tiempo me di cuenta de que lo hacía de manera inconsciente. Como si aferrarse a mí lo ayudara a mantenerse concentrado. El problema era que el mero hecho de sentir el calor de su mano sobre mi piel enviaba deliciosos hormigueos a otras áreas de mi cuerpo.

Suspiré en silencio y crucé las piernas, esperando que Hunter retirara la mano. No lo hizo. Deslizó sus dedos dos o tres centímetros más arriba, casi rozando el dobladillo de mi falda gris del uniforme. La profesora Browning hizo una pregunta a la clase. Algo sobre la primera Constitución de los Estados Unidos. Escuché respuestas por parte de algunos de mis compañeros, pero no les presté mucha atención. No podía. Espié a Hunter de reojo. Estaba sentado junto a mí, mirando algo fuera de la ventana con la mejilla apoyada en su puño.

No estaba prestando atención en absoluto, parecía totalmente ajeno al resto del mundo.

Tragué saliva antes de regresar la atención a mi libro abierto sobre el escritorio. Intenté leer el contenido de las páginas en mi cabeza, pero no logré entender ni una sola palabra. Seguía pensando en la mano de Hunter aferrándose a mi muslo; la misma que había comenzado hundir los dedos en mi piel, cada vez más y más fuerte.

Un suave «ah» escapó de mis labios.

—¿Señorita Russell?

Alcé la cabeza para ver a la profesora Browning mirándome con una ceja levantada.

—¿Sí?

—¿No escuchó mi pregunta?

Mis mejillas se tiñeron de un rosa brillante. La clase entera estaba mirándome, esperando verme hacer el ridículo. Contuve la respiración. A mi lado y sin apartar su atención de la ventana, Hunter respondió:

—Delaware fue el primer estado en ratificar la Constitución de los Estados Unidos de América, el día 7 de diciembre de 1787. Por esa razón es conocido como «El Primer Estado».

La profesora Browning lo miró con los ojos entornados.

—¿Conoce el lema de Delaware?

—«Libertad e independencia».

—¿Dónde está ubicado?

—En la región Nordeste del país.

La persona que se sentaba detrás de nosotros tosió. Supe de inmediato que se trataba de Trevor. A parte de él, nadie más esperaba que Hunter respondiera a todo eso sin problemas. Ni siquiera yo.

—Muy bien, señor Cross. Pero esas preguntas no ibas dirigidas a usted.

—Da igual —respondió él, señalándome con la cabeza—. Ella es quien me enseñó.

Le di una patada por debajo del escritorio. Lo que acababa de decir era una completa y vil mentira. No recordaba haberle dado clases privadas sobre la primera Constitución de los Estados Unidos de América.

La profesora Browning suspiró.

—Ponga más atención la próxima vez —me dijo antes de retomar la clase.

Avergonzada, apreté los labios y miré de nuevo mi libro sobre el escritorio. En ese momento me di cuenta de que estaba abierto en una lección diferente. Exhalé el aire por la nariz y cambié a la página correcta.

Hunter se volvió hacia mí.

—¿Qué tienes? —me preguntó.

—Nada.

Mi respuesta hizo que frunciera las cejas.

—¿Estás enojada conmigo?

—No —repliqué, pero lo estaba, y él lo notó.

—Nena... —suspiró, presionando los dedos contra la piel de mi muslo.

Ignorando el estremecimiento que se esparció por mi cuerpo, agarré su mano y la aparté de mis piernas.

—Mantén tus manos para ti mismo, ¿quieres? No dejas que me concentre.

Me odié a mí misma por sonar más cortante de lo que pretendía.

—Oh. —Parpadeó, dándome mi espacio—. Está bien.

Pensé que eso lo molestaría, pero no fue así. Se inclinó hacia adelante, apoyó los codos sobre el escritorio y entrelazó los dedos frente a su boca. Me tomó un minuto descubrir que estaba tratando de ocultar una sonrisa.

Rodeé los ojos y resoplé de manera ruidosa.

—Cerebrito.

Su sonrisa titubeó. Antes de que pudiera decirme algo como «no me llames así», sonó la campana. Le saqué la lengua y luego me reí al ver su expresión. Eso hizo que su sonrisa se ampliara. Cerré mi libro de Historia, guarde el resto de mis útiles escolares en la mochila y me levanté de mi lugar para abandonar el salón de clases.

La profesora Browning carraspeó desde su escritorio.

—Señorita Russell, necesito hablar con usted un momento.

Mi estómago se tensó. Di por hecho que iba a llamarme la atención por haber estado distraída durante la clase. Eso o por los resultados que obtuve en la última evaluación. Esperé pacientemente a que el resto de mis compañeros salieran del salón. Hunter fue el único que no se marchó. Se quedó cerca de la puerta, esperándome.

—Me gustaría hablar con ella a solas, señor Cross.

Hunter me miró y yo asentí. Sólo entonces, nos dejó a solas.

—¿Qué sucede? —le pregunté a la profesora.

La mujer de cabello castaño se levantó de su silla, rodeó el escritorio y se detuvo frente a mí. La expresión en su rostro era la de alguien que quería parecer serio, pero noté que había algo que le preocupaba.

—¿Cómo estás?

—Eh... ¿bien? —vacilé, porque no sabía qué más responder.

Ella suspiró y sacudió la cabeza.

—El maquillaje no lo cubre todo, Ellie.

Me llevé una mano al mentón, tocándome el lugar donde Zoella me había dado un puñetazo. Hunter se había encargado de la hinchazón, pero el moretón color purpura estaba tardando demasiado en desaparecer.

—Ah, esto —balbuceé—. No se preocupe, estoy bien. Sólo fue... un accidente.

—Un accidente —repitió, no muy convencida. Suspiró y sacudió una vez más la cabeza, desaprobando totalmente mi respuesta—. Ven, acompáñame. El director Presley también quiere hacerte algunas preguntas.

Mi corazón comenzó a latir un poco más rápido.

—¿Tiene que ver con mis calificaciones? —indagué, pero ella no respondió.

No me quedó de otra más que seguirla. Mientras atravesábamos el pasillo principal, divisé a Hunter de pie frente a su casillero. Trevor y Lisa estaban con él, ambos hablaban al mismo tiempo. Una pequeña sonrisa tiró de mis labios. Era divertido ver la manera en la que se esforzaba por no perder los estribos con esos dos.

Nadie podía culparlo, Trevor y Lisa hablaban demasiado.

Cuando llegamos a la oficina principal, la señorita Ruperta nos saludó distraídamente con un gesto de cabeza antes de hacernos saber que el director nos esperaba dentro. Tragué saliva, respiré hondo y entré. El director Presley se encontraba sentado detrás de su imponente escritorio. Al verme, se quitó las gafas y sonrió.

—Señorita Russell —dijo, con una voz suave y amable.

No pude evitar decir lo mismo que dije la primera vez que me llamaron a su oficina.

—¿Hice algo malo?

Mi pregunta lo hizo reír.

—No, no hizo nada malo —me aseguró—. Por favor, tomen asiento.

La profesora Browning y yo nos sentamos en las sillas frente al escritorio.

—Primero que nada —comenzó ella, mirándome mucho más seria que hace unos minutos—. Queremos que sepas que puedes decirnos cualquier cosa. Lo que sea que estés pasando, estamos aquí para ayudarte.

Parpadeé, todavía sin comprender.

—Está bien —dije—. Gracias.

—Dicho esto, ¿hay algo que quieras decirnos?

—¿Algo cómo qué? —vacilé, y miré al director.

Se señaló el área del mentón con un dedo.

—¿Qué le sucedió en el rostro?

—Nada, fue un accidente.

—¿Qué clase de accidente? —preguntó la profesora Browning.

Tantas preguntas empezaron a ponerme nerviosa.

—Es... una larga historia.

No quería decirles que la exnovia de mi ahora novio de verdad me había dado un puñetazo. Mis mejillas se calentaron. Era agradable pensar en Hunter como mi novio de verdad. Me daban ganas de decirlo en voz alta.

—Tenemos tiempo —respondió ella—. Mucho tiempo, en realidad.

Jugueteé con el dobladillo de mi falda del uniforme.

—Sin ofender, pero no entiendo por qué eso es tan importante.

Ambos me miraron, pero fue el director Presley quien suspiró.

—Algunos de sus compañeros y profesores creen que alguien está haciéndole daño.

Me reí por la ridículo que sonaba eso.

—Nadie está... —Hice una pausa y fruncí el ceño—. Un segundo, ¿creen que Hunter me golpeó?

Sus expresiones me hicieron saber que había dado en el clavo.

—Todo estará bien, Ellie. Si él está lastimándote, siéntete libre de decírnoslo. Nosotros...

La simple idea me horrorizó.

—¡Hunter no está lastimándome!

—Señorita Russell.

—Dios, ¿cómo pueden pensar eso? —continué, poniéndome histérica—. El golpe en mi rostro me lo hizo su exnovia. Nos encontramos con ella el otro día, se molestó al vernos juntos y me golpeó. No fue Hunter. Él jamás... —Sacudí la cabeza—... jamás me haría daño. No es la clase de persona que todos ustedes creen que es.

—Señorita Russell —insistió el director.

—En serio, los demás deberían aprender a...

—Está bien —dijo—. Te creo.

Crucé los brazos sobre mi pecho y me apoyé en el respaldo de mi silla, respirando con dificultad.

—Bien —resoplé, pero tuve que apretar los dientes para no decir nada más.

—Señorita Browning, eso es todo. Puede regresar a sus actividades.

—Pero director...

—No se preocupe, yo me haré cargo a partir de ahora.

La profesora Browning me miró, pero yo no fui capaz de devolverle la mirada. Entendía su preocupación y, en el fondo, realmente lo apreciaba. Pero no podía dejar de sentirme muy enfadada, con ella y con los idiotas de mis compañeros que creían que Hunter era alguien capaz de lastimarme.

—No fue él —espeté, tras quedarme a solas con el director.

El hombre con el mismo color de ojos que Hunter asintió con la cabeza.

—Lo sé, conozco a mi hermano.

—¿Entonces por qué...?

—Necesitaba oírlo de ti, eso es todo.

Quise poner los ojos en blanco, pero el hermano mayor de Hunter seguía siendo el director del instituto, y yo no podía simplemente faltarle al respeto. No como lo habría hecho él si hubiese estado en mi lugar.

—Los estudiantes han estado esparciendo rumores sobre lo que pudo haber originado el moretón en tu rostro —me informó—. Escuché algunos de ellos, no son muy agradables. Pensé que ya lo sabrías.

Exhalé un bufido.

—Quienes esparcen esos rumores son unos imbéciles. —Sus cejas se dispararon hacia arriba—. Oh, lo siento —me disculpé, mis mejillas enrojecieron—. Paso mucho tiempo con una persona que maldice todo el tiempo.

—Sí, me doy cuenta —se rio—. Sus notas están mejorando, supongo que debo darte las gracias.

Esbocé una amplia sonrisa.

—En realidad, Hunter es alguien bastante inteligente. Sólo no le gusta que los demás lo sepan. Dice que no va para nada con su reputación. Yo digo que es un tonto. De cualquier manera, está trabajando en eso.

—Quizás puedas ayudarme a convencerlo de unirse a los Halcones Bicentenarios.

Mi corazón fue víctima de un poderoso espasmo.

—¿Quiere que Hunter se una al equipo?

El director asintió y yo me quedé sin respiración.

—Creo que su fuerza nos vendría bien, sobre todo en esta última temporada.

Imaginé a Hunter usando toda esa armadura que los jugadores solían llevar puesta debajo del uniforme del equipo a modo de protección. El jersey negro haría destacar su piel pálida, los pantaloncillos blancos se ceñirían a sus tonificadas piernas, y el casco... dios, el casco humedecería su cabello después de cada partido.

—Lo haré —dije—. Convenceré a Hunter de unirse al equipo.

—Perfecto. En ese caso, cuento contigo. —Noté que contenía apenas una sonrisa. Inclinó la cabeza hacia un lado y clavó la mirada en mí—. Por cierto, escuché que conociste a mi madre.

Enderecé los hombros.

—Ah, sí. Nos conocimos hace unos días, en el estacionamiento del West House.

—Parece que le gustaste, nos dijo a mi padre y a mí que Hunter tenía muy buen gusto.

Sentí que me ruborizaba.

—Gracias.

—Cumple años este sábado.

Se me cayó el alma a los pies.

—¿Hunter?

—No, mi madre —explicó, tamborileando los dedos sobre el escritorio de madera—. Cada año, la familia se reúne para celebrar su cumpleaños. Todos menos ese estúpido cascarrabias. Eso la pone muy, muy triste.

Esperé a que continuara, aunque empezaba a darme una idea de a dónde quería llegar.

—Hace dos días, Hunter me pidió prestada la llave de la cabaña a la que nuestros padres solían llevarnos cuando éramos niños. Supongo que está planeando llevarte. —Hizo una mueca mientras se frotaba la frente con un dedo—. En verdad lamento ser yo quien te arruine la sorpresa, pero esperaba que me dejaras pedirte un favor.

—Van a celebrar a la señora Presley en la cabaña y quieren que yo lo convenza de quedarnos.

Sonrió, su sonrisa era muy parecida a la de su hermano.

—Sí, exactamente eso. ¿Qué me dices?

—Bueno... no lo sé —murmuré, retorciendo los dedos sobre mi regazo—. Hunter parece sentir cierto recelo hacia todos ustedes, él no... —suspiré—. No quisiera obligarlo a hacer algo que él no quiera hacer. Además, la última vez que lo escuché hablando con la señora Presley, las cosas no terminaron demasiado bien.

—Cree que lo odiamos por el parecido que tiene con ese hombre, pero no es así. Lo queremos, todos lo queremos. Mi abuela, sobre todo, es quien más ganas tiene de verlo. El problema es que mamá y él tienen el mismo temperamento, por eso siempre están discutiendo. Pero créeme cuando digo que Hunter es amado.

No pude evitar sentir un poco de celos. Si lo que el director Presley, su hermano, decía era cierto, Hunter en realidad tenía toda una familia que lo quería y que se moría de ganas por verlo.

—Está bien, veré qué puedo hacer.

Su sonrisa se suavizó.

—Gracias —dijo, mirándome a los ojos—. Por ser lo mejor para mi hermano.


—¿Te gusta? —preguntó una voz ronca rozándome el oído.

Intenté ahogar un gemido cuando sus caderas me embistieron desde atrás, impulsándome con fuerza hacia adelante. Me mordí el labio inferior, cerré los ojos y enterré las uñas en la piel sintética del asiento trasero de la camioneta. Hunter estaba detrás de mí, agarrándome de la cintura con ambas manos para evitar que me moviera.

—Sí —jadeé—. Me gusta, me gusta mucho...

Gruñó, me sujetó por la barbilla y me obligó a mirar hacia atrás para besarme. Su lengua buscó la mía y yo dejé que la encontrara. Lo besé de vuelta, dándole una que otra mordida. Al mismo tiempo, alcé un poco el trasero para poder recibir mejor sus embestidas. Hunter soltó una bocanada de aire caliente contra mis labios. Presionó mi rostro contra el asiento y levantó todavía más mis caderas, hundiéndose en mí con todas su fuerzas.

—Déjame oírte, Annalise. Quiero oírte gemir mi nombre.

Deseaba tanto complacerlo que no dudé en hacer lo que me estaba pidiendo. Renuncié sin más a intentar contener mis gemidos, dejando que éstos llenaran el silencio con sonidos entrecortados. La camioneta olía a sexo y las ventanas estaban empañadas. Estaba tan excitada que no me importó ser más ruidosa de lo normal.

—Más —le dije, apenas podía hablar—. Más rápido, más rápido.

Se detuvo un segundo para mirarme y me apartó unos mechones de cabello fuera de la cara.

—Nena, tus deseos son órdenes.

Sus siguientes embestidas llevaron mis ojos hacia atrás. Me aferré al asiento trasero, arañando el material del que estaba hecho. Pronuncié su nombre una y otra vez. Sonaba ronca y sin aliento, y eso le gustó. Lo demostró acelerando el ritmo de sus bruscas arremetidas. Se sentía tan bien que me dejé llevar por el placer que no hacía más que crecer dentro de mi estómago. Estaba cerca, demasiado cerca. El temblor de mis piernas era la señal.

Terminé de la manera más salvaje y violenta posible.

Hunter me penetró un par de veces más antes de tumbarse sobre de mí, dejándome sentir todo el peso de su cuerpo. Grité cuando me mordió el cuello y el hombro, pero el dolor no tardó en ser remplazado por algo diferente. Incluso sentí la alta temperatura de su semen a través del condón cuando se corrió dentro de mí.

—Eres muy pesado —gimoteé en voz baja después de varios minutos, aún víctima de los espasmos posteriores al orgasmo—. Es asfixiante, pero.... me gusta.

Sonrió contra mi oreja, su aliento cálido me hizo cosquillas.

—Joder, ojalá pudiera quedarme para siempre dentro de tu cuerpo.

—Podrías hacerlo, yo no tengo ningún problema —dije, moviendo el trasero de forma juguetona.

Lo escuché reír mientras se levantaba para retirarse.

—Te estás volviendo codiciosa.

—Sí, bueno, adivina de quién es la culpa.

Me incorporé en el asiento trasero de la camioneta y me estiré para sacar un paquete de toallitas húmedas de mi bolsa. Le pasé unas cuantas a Hunter para que se limpiara mientras yo hacía lo mismo. En lo que terminaba de arreglarme el uniforme, eché un vistazo por la ventana para ver que la lluvia seguía siendo igual de fuerte.

—¿Tienes hambre? —me preguntó, rodeándome con sus brazos desde atrás para luego presionar un beso sobre mi hombro. Me apoyé contra su pecho, asintiendo con la cabeza—. ¿De qué tienes ganas?

—Mmm... no lo sé, hamburguesas.

—¿Hamburguesas?

—Con nuggets de pollo y patatas fritas.

Noté que me cepillaba el cabello con los dedos.

—Suena bien.

—Oh, y una malteada de fresa.

Frotó su nariz contra la piel de mi cuello.

—Sabes, puedes pedirme hasta una vaca y yo haré lo que sea por conseguírtela.

Me eché a reír.

—No quiero una vaca, pero sí quiero un poco de helado.

Presionó otro beso sobre mi hombro y me dio una palmadita en el muslo, indicándome que me pasara al asiento del copiloto. Se acomodó detrás del volante, encendió el motor de la camioneta y condujo al Drive-Thru de un McDonald's. Me dejó pedir todo lo que quise y, cuando llegó el turno de pagar, se negó a aceptar mi dinero. Dijo que él tenía un montón gracias a que una linda chica lujuriosa había estado pagándole por fingir ser su novio.

—Idiota —murmuré, pero lo recompensé con un beso en la mejilla.

Comimos cómodamente dentro de la camioneta, estacionados junto a precioso parque lleno de flores de diferentes colores, justo debajo de un gran y viejo roble. El barrio era uno de mis favoritos, sobre todo porque se trataba un sitio bastante tranquilo. Las casas ahí no eran muy grandes, pero tampoco demasiado pequeñas.

Tenían el tamaño perfecto para ser el hogar que estábamos buscando.

—¿Harás algo el sábado? —preguntó, dándole una mordida a su hamburguesa.

Por poco escupí el sorbo de malteada que acababa de llevarme a la boca.

—N-no —dije, tosiendo y golpeándome el pecho—. ¿Por qué?

—Quiero llevarte a un lugar.

Me limpié los dedos con una servilleta.

—¿A dónde?

—¿Recuerdas la cabaña de la que te hable durante el viaje escolar? Esa a la que los Presley solían llevarnos a Benson y a mí todos los fines de semana. —Asentí con la cabeza—. Quiero llevarte ahí.

Sintiéndome demasiado avergonzada como para mirarlo, agarré un nugget de pollo y lo sumergí en la mezcla de cátsup, mostaza, mayonesa, salsa barbecue y salsa chipotle que había creado con algunos de los sobres.

—Suena bien.

—¿Sí?

—Sip.

—Bien —dijo, agarrándome el cabello para que no me manchara.

—¿Me enseñarás a pescar?

Chasqueó la lengua e hizo una mueca.

—Te vas a aburrir.

—Lo dudo. —Le quité la tapa de pan a mi hamburguesa para comerme primero las rodajas de pepinillo—. Deberías ver la manera en la que brillan tus ojos cuando alguien dice algo relacionado con la pesca.

—Mis ojos no brillan.

—No, tienes razón. Se iluminan.

Resopló mientras ponía los ojos en blanco.

—Lo que digas.

—Es lindo —dije, devorándome el último nugget de pollo. Coloqué de nuevo la tapa de pan sobre mi hamburguesa—. La razón por la que te gusta tanto la pesca es porque te recuerda a esos días con tu familia, ¿no?

—No —gruñó.

—Lo que digas.

Lanzó sus rodajas de pepinillo a mis patatas fritas. Lo miré ceñuda, luego sonreí y me llevé una rodaja a la boca. Sabía que me gustaban, sobre todo bañados en mi (según él) asquerosa mezcla de aderezos. Hunter dijo algo más, pero no pude escucharlo. Justo acababa de darle una mordida a mi hamburguesa cuando la textura y el sabor de la carne me provocó nauseas. Asqueada, la dejé encima del tablero y me llevé una mano a la boca.

—¿Qué sucede? —me preguntó.

En vez de responder, abrí la puerta del copiloto y me bajé de la camioneta para vomitar todo lo que acababa de comer en la acera. La lluvia me mojó el cabello y la espalda, pero me mantuve encorvada en mi lugar, presionando una mano contra mi estómago. Vomité una, dos, tres veces. Y antes de darme cuenta, Hunter ya estaba junto a mí, sujetándome el cabello. Me sentí terrible. Lo último que quería era que me viera vomitando, pero eso a él no pareció importarle en lo más mínimo. En realidad, se veía más preocupado que asqueado.

—No mires, es asqueroso —logré decir, cubriéndome la boca con una mano y empujándolo con la otra.

Quería llorar por lo avergonzada que me sentía.

—¿Qué es lo que no te cayó bien? ¿La hamburguesa?

—No lo sé, yo sólo...

Vomité otra vez.

—Nena...,

—Estoy bien. No estoy acostumbrada a comer tanto, eso es todo.

Me acarició la espalda de arriba a abajo.

—No me gusta que te obligues a comer cuando estás conmigo.

—No lo estaba haciendo, de verdad estaba disfrutando de la comida.

—¿Terminaste?

—Eso creo.

—Bien, ahora entra o te vas a enfermar.

Para entonces, ambos estábamos completamente empapados.

—¿Y si vomito en tu camioneta?

Me acercó a él y me besó la frente.

—No importa, lo limpiaré.

—Lo siento...

—Está bien —me aseguró—. Venga, vamos a casa.

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