Capítulo 37 | No todo es color de rosa
Lo primero que vislumbré al abrir los ojos fue la figura de Hunter postrado sobre sus rodillas, con la cabeza gacha y las manos cubriéndole el rostro. Nos encontrábamos en la sala de estar de su departamento, rodeados de la más pura y espesa oscuridad. La única fuente de iluminación que me permitía ver su silueta era esa que se filtraba a través de las cortinas de una pequeña ventana que había en la cocina, justo encima del fregadero.
Intenté recordar cómo es que habíamos llegado allí, o por qué él estaba de rodillas en el suelo, pero fue inútil. Lo último que recordaba era haberme quedado dormida en sus brazos, sintiéndome inmensamente feliz.
—¿Hunter? —curioseé, dando un inestable paso hacia él. Mi llamado hizo que se apartara las manos del rostro y alzara la cabeza, lo suficiente para poder mirarme a los ojos—. ¿Por qué estás en el...?
—¿Dónde estabas? —preguntó él entre dientes, apretando los puños—. Estabas con tu amante, ¿no es así?
Mi mente se quedó en blanco durante una fracción de segundo.
—¿Mi amante? —repetí y arrugué un poco las cejas—. ¿De qué estás hablando?
En vez de responder, dejó escapar una especie de risa que me erizó los vellos de los brazos.
—¿Crees que soy estúpido? —se burló, levantándose del suelo y acercándose a mí con un músculo crispando en su mandíbula. Desconcertada, di un paso hacia atrás—. ¡¿Crees que puedes verme la cara de imbécil?!
—Hunter... —susurré, temblando y esforzándome por comprender la situación.
La presión de sus dedos alrededor de mi cuello fue algo para lo que no estaba preparada.
El aire escapó de mis pulmones en una violenta exhalación cuando me estampó contra la pared que había a mis espaldas. Estaba tan asustada que no tuve tiempo para sentir el dolor que se extendió por mi nuca.
Mi cuerpo entero se paralizó.
El hombre frente a mí era idéntico a Hunter, pero no era él.
Sus ojos eran marrones, no verdes.
Eso fue lo que lo delató.
—Tendré que darte una lección —siseó el padre de Hunter, ejerciendo más fuerza en torno a mi garganta.
Intenté apartarlo poniendo en práctica algunas de las maniobras que Hunter me había enseñado en sus clases de defensa personal, pero nada de eso funcionó. El hombre era demasiado grande, demasiado fuerte. A su lado, yo no era más que una ramita de hojas secas que él podía romper a su antojo en el momento que quisiera.
Separé los labios para gritar.
Para pedirle que se detuviera.
Pero las palabras no salieron.
No podía respirar.
No podía hacer nada.
—¡Ya basta, suéltala! —exclamó una vocecita—. ¡Le estás haciendo daño!
A la altura de mis pies, atisbé a un pequeño niño de unos cuatro o cinco años, luchando desesperadamente por quitarme al enorme hombre de encima. Su diminuta presencia lo distrajo y su padre me liberó al fin de sus garras. Mareada por la falta de oxígeno y me deslicé por la pared hasta sentarme en el suelo. Arañé mi cuello con las uñas de los dedos, tosí e hice muecas de dolor entre bocanadas, jadeando del mismo modo que un animal.
A través de mi distorsionada visión, vi cómo el hombre le daba un puñetazo al niño.
El desgarrador sonido que emitió el pequeño al ser violentado me proporcionó la fuerza que necesitaba para levantarme del suelo y arremeter contra ese maldito. Pese a tener las mejillas bañadas en lágrimas, el pequeño niño me miró con los ojos verdes bien abiertos. Estaba claro que no esperaba ver a alguien defendiéndolo.
Quizás porque nadie nunca lo había hecho.
El interior de mi estómago se contrajo.
—Hunter —lo llamé, extendiendo mis brazos hacia él.
El niño corrió a mi encuentro, me abrazó y escondió su carita en mi cuello. Sus sollozos me rompieron el corazón. Su cuerpo era tan pequeño y tan frágil que instintivamente lo rodeé con mis brazos para protegerlo.
—Está bien, está bien —le dije, besando su cabeza una y otra vez—. Ahora estoy aquí, yo te voy a proteger.
—No —gimoteó él, empujándome y aferrándose a mí al mismo tiempo—. No, no...
El hombre, que se había quedado paralizado al verme plantarle cara, se volvió hacia nosotros con una expresión aterradora en el rostro. Me alcé del suelo con el pequeño Hunter en mis brazos, decidida a hacer lo que su madre no hizo por él: protegerlo con uñas y dientes para que jamás volviese a ponerle una mano encima.
—Detente, no te acerques más —le advertí a su padre, dando un paso hacia atrás.
—Estás cometiendo un error.
—¡Dije que no te acerques!
—Es mi hijo —insistió el hombre—. Mi sangre corre por sus venas.
—¡No, no! —empezó a gritar el pequeño Hunter, retorciéndose en mis brazos—. ¡No!
Entonces, el hombre se abalanzó sobre nosotros, y mi primer instinto fue girar mi cuerpo y encogerme en el suelo para protegerlo con mi cuerpo. Nada sucedió. Todo se volvió oscuro. Antes de darme cuenta, el pequeño Hunter ya no estaba en mis brazos. Había desaparecido. Sintiéndome devastada, me incorporé para buscarlo.
—Dicen que una mujer asesinó a su marido en esta habitación, justo en el lugar donde tú estás parada.
La voz de Hunter me hizo dar un respingo.
—Escuché que la golpeaba —continuó, sólo que, esta vez, su el sonido de su voz provenía de un sitio diferente—. Un día ella se cansó de sus maltratos, compró un arma y mató al maldito. —Sin importar a donde mirara, no podía encontrarlo—. Fue un tiro bastante limpio, el hombre ni siquiera tuvo tiempo de gritar.
—¿Hunter?
—Siendo honesto, ver su cuerpo inerte en el suelo mientras la sangre brotaba de un agujero en su frente no me provocó ninguna pena o dolor. —Me volví hacia la izquierda, pero la habitación estaba tan oscura que no podía verlo—. Mi mayor miedo era crecer y convertirme en alguien igual a mi padre, ¿pero adivina que más heredé de él, además de su mismo asqueroso aspecto? Sus malditos ataques de ira. Parece que la vida me odia, ¿no crees?
El disparo de un arma me ensordeció.
El padre de Hunter se encontraba de pie frente a mí, contemplándome con la mirada perdida. Tenía un redondo agujero en la frente del que brotaba sangre, demasiada sangre. Horrorizada por la imagen, solté una especie de grito estrangulado y di un paso hacia atrás, dejando caer un revolver plateado a mis pies en el suelo.
Fue ahí cuando entendí que yo le había disparado.
—No —susurré, viéndolo caer de rodillas en el suelo—. Yo no...
El resto de palabras se quedaron atascadas en mi garganta.
Los ojos de la persona frente a mí ya no eran marrones, sino verdes.
—¡Hunter! —grité, y me dejé caer a su lado para sostenerlo contra mi cuerpo.
—Nena...
—No, no. Lo siento, lo siento mucho —sollocé, aferrándome a él. A lo lejos, escuché los pasos de una persona acercándose. No les presté atención, sólo podía pensar en Hunter—. Esto es un sueño, es sólo un sueño.
Alguien se rio.
— Un rêve qui peut devenir réalité.
Me tensé y alcé la vista para ver a un oscuro ser hecho de sombras, sin ojos, nariz, ni boca, de pie a unos metros de nosotros. Supe que se trataba de la misma criatura que acostumbraba verme dormir en mi habitación.
—¿Quién eres? —pregunté con la voz temblorosa.
El ser hecho de sombras dio un paso al frente, dejándome ver un par de botas de leñador.
—Je suis toi.
—¿Qué...? —empecé de nuevo, pero él me apuntó con un arma y disparó.
♡
Cuando me desperté de un sobresalto, noté que la habitación aún estaba oscura y que yo me había movido hasta el otro lado de la cama, adueñándome de la mitad de Hunter. Con la frente empapada de sudor frío, me incorporé despacio para mirar la hora en el reloj digital de la mesilla. Eran pasadas las tres de la mañana.
Hunter no estaba en la habitación, me había dejado sola.
—¿Hunter? —lo llamé, pero, al igual que en mi sueño, él no respondió.
Me incorporé sintiéndome un tanto desesperada, me puse un par de bragas limpias, una de sus camisetas y salí en su búsqueda. Lo encontré sentado en el sillón de la sala, mirando fijamente un punto en el suelo.
No pareció advertir mi presencia y tampoco escuchó cuando me acerqué.
—¿Por qué no estás en la cama? —le pregunté. No respondió—. ¿Hunter?
Parpadeó y se volteó para verme de pie en la entrada de la sala.
—No podía dormir —respondió, con un aire adusto—. ¿Qué hay de ti?
—Tuve una pesadilla.
La fría expresión en su rostro se suavizó. Alzó una mano en mi dirección, invitándome a unirme a él en el sillón. Acepté y me senté de lado sobre su regazo, acurrucándome junto a él como una niña pequeña. Hunter me rodeó con sus brazos y presionó la nariz contra mi pelo para inspirar profundamente, adorando mi olor.
—¿Quieres hablarme de ello?
Sacudí la cabeza para decirle que no. Él lo entendió y no insistió. Nos quedamos así un largo rato, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Mantuve la cara escondida en el hueco de su cuello mientras su mano subía y bajaba por mi espalda, induciéndome al sueño. Comenzaba a quedarme dormida en su regazo cuando recordé mi sueño. Tragué saliva y froté mi nariz contra su piel. Hunter siguió mirando algo en el suelo.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —pregunté, reuniendo el valor que necesitaba para continuar. Aun distraído, Hunter emitió una especie de «Hm»—. La historia que me contaste la segunda vez que visité tu departamento, esa sobre la mujer que asesinó a su marido en esta misma habitación... ¿se trataba de tu madre?
La mano con la que acariciaba mi espalda titubeó.
—Así que finalmente lo descifraste.
Me aparté un poco para poder mirarlo.
—¿Por qué? —quise saber.
Inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué vives en el departamento donde tu madre asesinó a tu padre?
El único cambio en su semblante inexpresivo fue el asomo de una sonrisa en sus labios.
—¿Y por qué no?
—Hunter... —suspiré.
—Mirar el sitio donde él murió me ayuda a sentir que fue real —agregó poco después, mirando de nuevo ese punto en el suelo—. Me ayuda a entender que él ya no está aquí para herirme a mí o a mi madre.
Se me formó un nudo en la boca del estómago.
—Aun así, creo que no deberías...
—A veces todavía puedo verlo —continuó con una voz extraña, monótona, carente de emoción—. Lo veo allí, inerte en el suelo, con un redondo agujero en la frente del que sale muchísima sangre. —Temblé al recordarlo a él de esa manera. Hunter lo notó y se apretó más contra mí—. Lo siento, no debería estar contándote esto.
Agarré el anillo de planta que colgaba de mi cuello y empecé a juguetear con él.
—¿Jamás has pensado en mudarte? —pregunté, trazando el borde con los dedos
—No —respondió, descansando la barbilla sobre mi cabeza.
—Podríamos rentar un lugar —comenté, y luego me ruboricé. Mi vergüenza fue tanta que comencé a hablar sin parar, tropezándome con las palabras—. A mí no me gusta estar en mi casa, es demasiado grande para una sola persona, y tú... bueno, no creo que esté bien que vivas en este departamento, no después de lo que... —Bajé las pestañas cuando él me miró, sabía que iba a rechazar mi estúpida propuesta—. Olvídalo, yo sólo... pensé que sería lindo tener un lugar en el que ambos podamos sentirnos cómodos. Uno al que podamos llamar hogar.
Su falta de respuesta hizo que considerara la idea de cavar un hoyo para hundirme en él.
—No suena tan mal.
Alcé la cabeza para mirarlo, sorprendida.
—¿Te parece bien?
—Me parece bien.
Las mariposas en mi estómago se agitaron en todas direcciones.
—¿Estás seguro?
—Noventa y nueve por ciento seguro.
Puse mala cara.
—¿Qué hay de ese otro uno por ciento?
Sonrió y deslizó un dedo por mis labios.
—Jamás he tenido un hogar, nena. No estoy seguro de saber cómo es.
Durante un momento, me pareció ver al pequeño Hunter que vi en mis sueño.
—Está bien, yo te lo mostraré —aseguré, sonriéndole—. Buscaré un sitio pequeño y bonito, que tenga un precioso jardín y una espaciosa cocina. No me importa si sólo tiene una habitación y un baño, pero la una cocina espaciosa es sin duda indispensable. ¿Estás bien con una casa? ¿O prefieres que sea un piso en un departamento?
Hunter se encogió de hombros mientras me cepillaba el cabello con los dedos.
—Lo que sea que tú quieras está bien para mí.
Su respuesta me hizo sonreír como una tonta.
—Bien, entonces será una casa —dije, tomando notas mentales de todo—. De preferencia en un barrio tranquilo. Oh, ¿y qué me dices de...? —En ese momento, su teléfono celular comenzó a vibrar encima de la mesita del centro. Hunter lo ignoró y siguió mirándome, esperando a que continuara—. ¿No vas a contestar?
—Ahora mismo prefiero verte a ti hablando sobre nuestro futuro hogar.
Le di un beso en la mejilla.
—Me gusta como suena eso: «nuestro futuro hogar».
—A mí también.
—Plantaré un montón de flores en el jardín.
—¿Tulipanes rosas?
—¡Sí! —celebré—. Oh, ¿y podemos tener una mascota? Siempre he querido tener un Golden Retriever.
—Se va a comer tus flores.
—Claro que no, Elvis va a estar muy bien educado.
—¿Ya le has puesto nombre a un perro que aún no tenemos?
—Sí, ¿no te gusta?
—Me gusta.
—Bien, porque si me ca... —dejé esa oración a medias cuando el teléfono celular sobre la mesita comenzó a vibrar por enésima vez. Hunter volvió a ignorarlo, pero ¿quién podría estar llamándole tan insistentemente a las tres de la mañana?—. Deberías contestar —le dije—. Lleva mucho tiempo sonando, podría ser importante.
—Es Zoe.
—¿Zoe? —Asintió—. Oh... ¿y por qué no contestas?
—Porque estoy seguro de que va a pedirme dinero. —Suspiró—. Tenemos que ahorrar si queremos tener un Golden Retriever que se llame Elvis y que sea lo suficientemente educado para que no se coma tus flores.
—Yo tengo mucho dinero —le recordé, trazando la línea de su mandíbula con un dedo.
—¿Cuántas veces debo decírtelo? —gruñó—. No quiero tu dinero.
Resoplé al tiempo que ponía los ojos en blanco.
—¿Y cómo vamos a comprar la casa, genio?
—Yo me encargaré de eso.
Abrí la boca para decir algo, pero el sonido que hacía su teléfono sobre la superficie de cristal de la mesita del centro empezó a volverse imposible de ignorar. Estiré un brazo para alcanzarlo y se lo pasé a Hunter.
—Contesta o me dará dolor de cabeza.
Volvió a suspirar mientras tomaba el celular de mis manos. Presionó un botón y se lo llevó a la oreja.
—¿Qué es? —preguntó, y casi al instante frunció el entrecejo—. Espera, habla más despacio. No te estoy... ¿Qué? ¿Por qué estás...? Joder, Zoe, te dije que no... bien, quédate en la recepción, estaré ahí enseguida.
—¿Qué sucede? —curioseé cuando colgó, apartándome de su regazo para que pudiera levantarse.
—Está metida en varios problemas. —Se quedó viéndome—. Vístete, está haciendo frío afuera.
Pestañeé sin creer lo que acababa de escuchar.
—¿Me vas a llevar contigo?
—No quiero dejarte aquí con el fantasma de mi padre.
Le propiné un pequeño empujón.
—Cállate, no digas esas cosas.
—¿No me crees?
Me tapé los oídos con las manos y pasé junto a él para dirigirme a su habitación. Era una miedosa, así que no quería saber nada sobre fantasmas. Hunter me alcanzó a la mitad del pasillo, dándome un buen susto.
—Eres un completo idiota —me quejé, envuelta en sus brazos.
Él se rio y me dio un beso en el cuello.
♡
Veinticinco minutos más tarde, Hunter aparcó la camioneta frente a un edificio de muy mal gusto que tenía un pequeño letrero en la parte de arriba en el que ponía la palabra «Motel» con luces neón que se encendían y se apagaban, cambiando de dolor. Sentada en el asiento del copiloto, me arrebujé más en mi abrigo de lana.
—Quédate aquí y no salgas bajo ninguna circunstancia —dijo, desabrochándose el cinturón de seguridad y dejando las llaves insertadas en el contacto para mantener la calefacción encendida—. No tardaré, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza.
Tras verlo desaparecer en el interior del edificio, apoyé la cabeza en la ventana de mi puerta y cerré los ojos con la intención de cabecear durante unos minutos. Debo haberme quedado dormida, porque me desperté al escuchar una acalorada discusión. Junto a la puerta del motel, atisbé la figura de Zoella vestida con la sudadera negra que Hunter había estado usando antes de entrar al edificio. Llevaba el cabello desordenado e iba descalza.
Parpadeé varias veces y me incorporé en mi asiento para poder ver mejor lo que sucedía afuera.
Fue ahí cuando noté que ella estaba llorando. Aun con el maquillaje corrido por toda su cara, seguía siendo una chica realmente hermosa. No pude evitar sentir un poco de celos. Entonces, él dijo algo y ella lo empujó con fuerza. Hunter suspiró, dejó a Zoella cerca de la camioneta y luego volvió a entrar él solo al edificio.
Zoella se limpió las lágrimas de las mejillas con la sudadera de Hunter y se miró brevemente en el reflejo de los vidrios polarizados de la camioneta. Una sonrisita triunfal tiró de sus rojos labios. Se pasó los dedos por el pelo y se arregló el maquillaje lo mejor que pudo. Cuando finalmente estiró una mano para abrir la puerta del copiloto y me vio a mí ocupando el lugar que ella planeaba tomar, sus ojos azules se abrieron de par en par.
—¿Qué estás...? —ni siquiera terminó lo que sea que iba a decir. En su lugar, me agarró del cabello con las dos manos y sacó de la camioneta de un poderoso jalón. Aquello fue tan repentino que tropecé al bajar y me caí al suelo con ella encima de mí. Grité porque me dolió, pero ella no me soltó—. ¡Maldita hija de puta!
—¡Basta! —chillé, protegiéndome la cara con los brazos luego de que sus uñas me rozaran las mejillas.
—¡Lo llamé a él, no a ti!
De alguna manera, se las arregló para darme un puñetazo en la cara. Aturdida por el golpe, intenté seguir protegiéndome en vez de atacar, pero ella me sujetó de ambas muñecas y las presionó a cada lado de mi cabeza.
—Perra —escupió, acercando su rostro al mío—. ¿Vienes a presumir? ¿A restregármelo en la cara?
—No sé de qué estás...
—Pobre Ellie Russell, su mejor amiga se metió con su novio, ¿y qué hizo ella? —Hundió las uñas en mi piel—. Meterse con el maldito novio de otra. Dime, ¿hacer lo mismo que te hicieron te ayudó a sentirte mejor?
Me obligué a mirarla desde mi lugar en el suelo.
—Yo no sabía que él salía contigo en ese entonces, de ser así...
—¡Por supuesto que no lo sabías! ¡Ni siquiera lo conocías! —Hice una mueca de dolor—. Y no seas hipócrita, porque incluso después de saber que Hunter estaba conmigo, te importó una mierda y seguiste saliendo con él.
—Eso no...
—¿Y ahora qué, eh? ¿Te dio sus llaves? ¿Te quedas con él? ¿Duermes en la que una vez fue nuestra cama? —Soltó mis muñecas para tomarme de la cara y me clavó los dedos en las mejillas—. Dime, ¿qué se siente...? —se quedó callada al reconocer el anillo de plata que colgaba de mi cuello—. No puede ser, ¿Hunter te dio su...?
Aproveché su distracción para agarrarla de los muslos, después giré mi cuerpo hacia un lado y me la quité de encima con un rápido empujón. Cuando su hombro golpeó contra el suelo, me arrastré lejos de ella.
—No vuelvas a tocarme —le advertí.
Zoella se echó a reír como una lunática.
—Sabes, te mereces todo lo malo que va a pasarte —siguió riéndose ella. Se incorporó para sentarse en el suelo con una sonrisa—. Antes tenía mis dudas, pero ahora en serio quiero verte pasar por un verdadero...
—¿Qué cojones? —exclamó otra voz.
Hunter, que acababa de salir del edificio con los nudillos enrojecidos, no dudo en acercarse a mí al verme medio sentada en el suelo. Sus ojos se oscurecieron al advertir los rasguños que me ardían en las mejillas.
—¿Qué mierda está mal contigo? —le preguntó a Zoella, fulminándola con la mirada.
—Es tu culpa por traerla.
Hunter se volvió hacia mí.
—¿Estás bien? ¿Puedes levantarte?
Que él la ignorara sólo la hizo enfurecer más.
—¡¿Por qué demonios la trajiste contigo?!
—No podía dejarla sola.
—Claro, ¿y a mí sí? —se burló, apretando los dientes—. Porque eso fue lo que hiciste, me dejaste sola.
—Ya hemos hablado de esto.
—No, tú hablaste, yo sólo escuché.
—Zoe...
—¿De verdad ella es más importante que yo? —Hunter no respondió—. Mierda, apenas la conoces.
—Estoy cansado de esto —dijo todavía sin mirarla. Me ayudó a levantarme del suelo y me llevó hasta su camioneta—. Escucha, si quieres que te lleve a tu casa, compórtate y móntate en la parte atrás.
—Vete a la mierda.
—Como quieras —replicó, encogiéndose de hombros.
Los ojos de Zoella se llenaron de lágrimas.
—No lo entiendo, ¿qué tiene esa perra que yo no? Tú... le diste tu anillo.
La mirada de Hunter se encontró con la mía. Avergonzada, miré rápidamente hacia otra parte.
—Ella me da paz y tranquilidad, Zoe, algo que jamás pude encontrar contigo.
Zoella resopló por la nariz.
—¿Y sólo por eso vas a irte a jugar a la casita con esa chiquilla mimada?
—Es mejor que jugar a ser violentado por ti.
—Eres un imbécil.
—Me han llamado cosas peores.
—Te vas a arrepentir de esto, Cross. Lo juro. Tú y esa maldita perra...
Hunter cerró la puerta mientras yo todavía estaba abrochándome el cinturón de seguridad. Lo vi rodear la camioneta para ocupar su lugar detrás del volante. Fuera, Zoella seguía mascullando un montón de groserías.
—¿Vas a dejarla en este lugar? —pregunté, puesto que habíamos viajado hasta ahí por ella.
—No puedo obligarla a subir.
—Pero...
Encendió el motor.
—Estará bien, ya me he encargado de sus problemas.
No pude evitar mirarle los nudillos enrojecidos.
—¿Qué es lo que fuiste a hacer allá adentro?
—Nada importante.
—Hunter... —insistí.
—Nada importante —repitió.
Suspiré y me volteé hacia la ventana.
Sea lo que sea que había ido a hacer, no parecía ser «nada importante».
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