Capítulo 35 | Cena familiar
Acurrucada bajo las sábanas de mi cama, abracé con fuerza una de las almohadas mientras un mar de lágrimas tibias me humedecían las mejillas. Me sentía fatal por haberle hablado de aquella manera a mi padre; en especial, por haberle dicho que hubiese deseado que él y mi madre murieran en vez de mi abuela. Extrañaba demasiado a mi abuela, sí. Pero ellos eran mis padres y, pese a su ausencia, seguía amándolos muchísimo.
Mi corazón dio un brinco cuando escuché suaves golpecitos en la puerta de mi habitación. Había visto lo que sucedía después de una discusión entre padres e hijos en un montón de películas para adolescentes. Por lo general, el padre o la madre se presentaba en la habitación del hijo ya sea para tener una larga charla, aclarar cualquier clase de problema o malentendido y luego pedirse disculpas, concluyendo las cosas con un abrazo.
—Señorita Russell, soy yo —anunció la voz de mujer desde el otro lado.
Experimenté una punzada de decepción en el pecho. Se trataba de Francis, no de mi padre.
—¿Qué sucede?
—¿Puedo hablar con usted un minuto?
Desconcertada y sin dejar de abrazar la almohada, me incorporé de un tirón sobre la cama. ¿De qué querría hablar Francis conmigo? ¿La habría mandado mi padre? Pero, ¿por qué enviaría a su asistente en vez de venir él?
—Está abierto, pasa —le dije, secándome las lágrimas con el dorso de la mano.
Francis abrió la puerta y entró. Llevaba el cabello color caramelo recogido en una elegante coleta a la altura de la coronilla, y vestía una camisa de seda blanca junto con unos pantalones de vestir negros. Se veía realmente espectacular. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue no verla con su iPad del trabajo pegada en las manos.
—¿Puedo sentarme? —preguntó, acercándose. Asentí con la cabeza y me hice a un lado para dejarle algo de espacio. Ella se sentó en la orilla de mi cama y me observó con sus ojos oscuros—. Escuche, señorita Russell...
—Por favor, Francis, háblame de tú.
En sus labios floreció suavemente una sonrisa.
—Escucha, Ellie, quizás no me creas, pero yo también sé lo que es crecer con padres ausentes —declaró, su tono me hizo saber que hablaba en serio—. Cuando tenía tu edad, mis padres apenas tenían tiempo para mí. Tenían que pagar muchas facturas, mis estudios y también la renta del pequeño departamento en el que vivíamos. Recuerdo que mi madre llegó a tener hasta cuatro trabajos de medio tiempo mientras que mi padre laboraba por más de doce horas en una fábrica de automóviles. Tuve que aprender a hacer todo yo misma, desde cocinar y lavar la ropa hasta decidir sucesos importantes en mi vida sin la compañía ni la orientación de un adulto.
Hizo una pausa para poner una de sus manos sobre las mías.
—No conozco mucho a tu madre, pero sé que su trabajo requiere que ella esté siempre de viaje por el mundo. Lo mismo pasa con tu padre. Durante los tres años que llevo trabajando para él, me he dado cuenta de que es un hombre que se entrega totalmente a su trabajo. Nunca tiene tiempo para nada más. A pesar de ello, que tus padres no tengan tiempo para ti no significa que no les importes. Ellos te aman, lo sé. Te aman mucho.
Apreté los labios y agaché la cabeza, ocultando mis ojos llorosos detrás de mis espesas pestañas.
—Si lo que dices es cierto, ¿por qué jamás he sentido ni un ápice de ese amor que me tienen? —repuse con un hilo de voz, haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas—. No soy tonta, Francis. Sé que si mis padres quisieran, podrían encontrar tiempo para estar conmigo. —Tragué saliva—. No quiero ser grosera ni mucho menos sonar arrogante, pero nuestras situaciones son muy diferentes. Tus padres trabajaban porque necesitaban hacerlo para pagar sus facturas, tu escuela y la renta; querían darte una mejor vida. Los míos en cambio, utilizan sus trabajos como una excusa para no verme porque no quieren estar bajo el mismo techo. Ellos no... ellos no se soportan...
—Señorita Russell...
—Lo sé porque yo misma los escuché discutir el día después del funeral de mi abuela hace nueve años —la interrumpí, ignorando que estaba hablándome de «usted» otra vez. Respiré hondo y me mordí el labio—. Ese día mis padres discutieron sobre muchas cosas. Discutieron sobre quién iba a quedarse conmigo, sobre lo difícil que iba a ser para ambos hacerse cargo de una niña de mi edad, y discutieron también sobre su matrimonio. Al parecer, la única razón por la que ellos se casaron fue porque sus familias así lo decidieron.
Se me rompió la voz.
—¿Y si mi madre se embarazó por error? ¿Y si por eso los obligaron a casarse? —continué, el calor de las lágrimas me entibió las mejillas—. ¿Y si yo soy la culpable de qué ellos se odien? ¿Y si me odian a mí también?
—Ellos no la odian —se apresuró a decir Francis.
—¿Entonces, por qué actúan como si yo no existiera? ¿Por qué parece que no les importo? —insistí, sintiéndome como una tonta por no poder dejar de llorar—. ¿Por qué tener un bebé si no lo van a cuidar? —Me limpié la nariz con el dorso—. ¿Crees que si hubiese sabido cómo iba a ser mi vida, habría deseado nacer?
Ella me envolvió en un abrazo.
—No diga eso, le aseguro que se equivoca.
Sollocé involuntariamente.
—Odio sentirme así, odio que no le haga falta a nadie...
Francis me dejó llorar desconsoladamente en su regazo hasta que mi padre llamó a la puerta de mi habitación. Tenía que ser él, no había nadie más en la casa además de nosotros tres. Nerviosa, levanté la cabeza para mirarla. Ella sonrió para tranquilizarme y me cepilló el cabello detrás de las orejas con dulzura y cariño.
—Ese debe ser él.
—No quiero verlo.
—Si quieres.
—No, yo...
—¿Princesa? —llamó la voz de mi padre del otro lado de la puerta.
—Dile cómo te sientes —insistió Francis, secándome las lágrimas de las mejillas con los pulgares. Durante un minuto, me pregunté si así es como se suponía que actuaba una madre—. Dile, Ellie. No te lo guardes todo.
Suspiré profundamente, me temblaba la barbilla.
—Bien —le dije, enderezando la espalda.
Francis se levantó de la cama y fue a abrir la puerta. Cuando mi padre entró a mi habitación, lo hizo de forma cautelosa. Se había quitado la americana de su traje, quedándose sólo con el chaleco gris y la camisa blanca.
—Frans, ¿te importaría dejarme a solas con mi hija?
—¡No! —solté yo, no quería que se fuera.
—Sí —exclamó mi padre con un tono autoritario.
Ella me miró como diciendo «lo siento, debo obedecerlo». Sin embargo, antes de que pudiera salir de la habitación, mi padre la agarró del brazo y le susurró algo al oído. A diferencia de otras mujeres, que seguramente se habrían puesto más rojas que una cereza ante un acercamiento como ese de su parte, Francis no se inmutó.
—Me encargaré de ello enseguida —respondió y luego desapareció.
Me quedé a solas con mi padre, sintiendo un nudo en la boca del estómago.
—Princesa...
—Ya te dije que no me llames así —rezongué.
Él exhaló el aire de sus pulmones en silencio.
—Annalise...
—Odio ese estúpido nombre.
«¡Dios mío, deja de actuar como una niña!».
En sus labios bailó una sonrisa que intentó no modular, tal vez para no molestarme.
—Es un nombre muy bonito —continuó mi padre, dando un paso más hacia mí—. Yo lo elegí.
—Pues vaya gusto tan desagradable tienes.
Titubeó un segundo antes de tomar asiento en la orilla de la cama, justo donde hace unos minutos había estado sentada Francis. Reinó un silencio tenso durante varios minutos, tiempo que se me hizo eterno.
—Lo siento mucho, hija.
Parpadeé con incredulidad, más no lo miré. Me sentía bastante apenada para hacerlo.
—¿Qué es lo que sientes? —interrogué, jugueteando con las esquinas de mis sábanas blancas.
—Todo —respondió, pillándome un poco por sorpresa. Alcé las pestañas para mirarlo. Mi padre se inclinó hacia adelante, apoyó los codos en sus rodillas y se agarró la cara—. Siento estar tanto tiempo lejos de casa, siento estar pensando siempre en el trabajo y siento haber permitido que salieras con el hijo de unas sanguijuelas.
—¿Sanguijuelas? —repetí, luchando por reprimir una sonrisita.
Papá se apartó las manos de la cara y se volvió hacia mí.
—Los viste disculpándose conmigo en el restaurante, ¿no? —preguntó, esbozando una bonita sonrisa—. Recuerdo haber pensado «¿Por qué se están disculpando conmigo si no es a mí a quien engañó su hijo?».
Su sonrisa se entremezcló con la mía.
—Yo también lo pensé —admití, riéndome un rato con él. Fue agradable sonreír y reír junto con mi padre por primera vez en mucho tiempo. Sin embargo, de un momento a otro, mi pecho se sintió muy pesado y mis ojos se llenaron de lágrimas. Recordé la forma en la que le había hablado en la sala y recordé también las cosas que le había dicho—. No era en serio —murmuré. Mi papá se volvió hacia mí—. Lo que dije sobre ti y mamá, yo...
—Lo sé, está bien —respondió—. No estoy molesto por eso.
Unos lagrimones enormes descendieron por mis mejillas, humedeciéndome las mejillas por enésima vez en la noche. Quería que me abrazara, que me diera palmaditas en la cabeza o que trazara círculos tranquilizadores en mi espalda. Quería que actuara como se supone que debería hacerlo un padre, pero él me miró desconcertado, como si no supiera qué hacer. Lo vi levantar y estirar una mano, titubeante, que detuvo a la mitad de camino.
—Cada día te pareces más a tu madre —suspiró, desviando la mirada y tensando la mandíbula.
Aquello era algo que solía decirme siempre que nos veíamos. Una vez más, tuve que morderme la lengua para no preguntarle: «¿Odias que me parezca tanto a ella?». En el fondo, me daba miedo conocer la respuesta.
—Hablando de tu madre... —añadió al cabo de unos segundos, enderezando su postura para cambiar de tema y relajar el ambiente—. Parece ser que su avión llegará al aeropuerto de Seattle mañana por la noche.
Sólo eso bastó para que yo dejara de llorar.
—¿Su avión? ¿Mañana? —balbuceé, mi corazón se disparó con violencia—. ¿Q-quieres decir que mamá...?
Mi padre asintió con un movimiento de cabeza.
—Llegará a casa mañana.
—¿No estaba ocupada preparando su próxima colección de ropa en Londres o en París?
—Yo le pedí que viniera.
—¿P-por qué? —quise saber.
—Porque quiero que nos presentes oficialmente a tu novio. —Miré a mi padre con una expresión atónita en el rostro—. Dile a ese chico que lo estaremos esperando para cenar mañana, tu madre y yo queremos conocerlo.
Dominada por una fogosa sensación de felicidad y alegría, le rodeé el cuello con los brazos y lo estreché con todas mis fuerzas. Mi padre se sorprendió. Alzó la mano que antes había detenido y me frotó la espalda.
—Gracias, papá —le dije, sintiendo un nudo en la garganta.
Ese «gracias» era más por el hecho de que le hubiese pedido a mi madre que viniera a casa. Tenía tantas ganas de verla que apenas podía si contener mi emoción. Mi corazón latía desbocado. Por fin íbamos a tener esa cena familiar que yo tanto había deseado. Una cena con las personas que yo más quería; mamá, papá y Hunter.
—¿Estás feliz? —preguntó mi padre, dándome palmaditas.
—Sí, muchísimo —respondí, secándome las lágrimas—. ¿Puedo hacer yo la cena?
Me observó como si hubiese dicho algo en japones.
—¿Quieres hacer tú la cena?
Sonriendo de oreja a oreja, asentí energéticamente con la cabeza. Lo que mi padre no sabía y yo no iba a decirle porque me daba vergüenza, era que había estado tomando clases de cocina desde los nueve años. ¿Por qué? Bueno, pues porque quería aprender a cocinar tan bien como mi abuela, quería poder hacerme mi propia comida, y porque deseaba algún día cocinar para ellos. Algo que, por desgracia, jamás se había dado. Hasta ahora.
Finalmente había llegado el momento de mostrarles mis habilidades culinarias.
—¿No es mucho trabajo? Puedo contratar a alguien para que se encargue de eso.
—No es necesario, puedo hacerlo —insistí, mirándolo con ojos de cachorrito—. Por favor, ¿sí?
—¿Prometes no incendiar la casa?
—Lo prometo.
Me dio un beso en la cima de la cabeza para luego levantarse de la cama.
—Ah, una cosa más —añadió desde la puerta—. Pídele al hijo de los Presley que se comporte durante la cena.
Su comentario me hizo reír.
—Lo haré, se comportará. Yo misma me encargaré de eso.
—Bien. —Volvió a sonreírme—. Hasta mañana entonces, hija.
—Hasta mañana.
Una vez sola en mi habitación, me recosté en la cama, abracé nuevamente la almohada y enterré mi rostro en las sábanas para ahogar un grito de alegría. Algo me decía que mañana iba a ser el mejor día de mi vida.
♡
A la mañana siguiente, le conté a Hank sobre la cena que iba a tener esa noche con mis padres mientras él me llevaba en coche al instituto. Me gustó que me escuchara con una sonrisa en la cara, mirándome de vez en cuando a través del espejo retrovisor. Al llegar a mi destino, me despedí de él con un sonoro beso en la mejilla.
—¡Ten un hermoso día! —le dije.
Irradiando felicidad, atravesé las puertas dobles de la entrada y caminé por el pasillo principal buscando a una sola persona entre las masas. Cuando avisté al único estudiante que no estaba usando el uniforme del instituto, miles de mariposas danzaron alegremente en mi estómago. Hunter estaba parado frente a la máquina expendedora, ayudando a Lisa y a Trevor a sacar un paquete de pepitas que se había quedado atascado dentro.
Medio segundo después, ambos lo agarraron de los brazos para evitar que él le diera un puñetazo al cristal.
—¡Hunter! —lo llamé, ganando la atención de las personas que se encontraban cerca.
No me importó. Sin pensarlo, aceleré el ritmo de mis pasos y, cuando estuve casi frente a él, di un pequeño salto y me lancé a sus brazos. Hunter, que no estaba preparado para nada de eso, se las arregló para girar el cuerpo y atraparme en pleno vuelo. Una risita brotó de mi pecho. Incliné la cabeza, acerqué mi boca a la suya y lo besé.
—A qué no adivinas lo que pasó —solté con una enorme sonrisa.
Al mirarme, sus pupilas se dilataron considerablemente.
—Oye, aún necesitamos que nos ayudes a... —comenzó Trevor, pero Lisa le dio un manotazo—. ¡Auch!
—¿Qué haces? ¿No ves que están ocupados?
—Sí, pero mis pepitas... —Fue víctima de un segundo manotazo—. ¡Auch! ¡Ya entendí, ya entendí!
—¿Qué pasó? —preguntó Hunter, ignorando a Lisa y a Trevor.
Estos dos se volvieron hacia la máquina expendedora para sacar las pepitas atascadas ellos solos.
—Ayer, después de que mi padre te corriera de la casa por encontrarnos como nos encontró, discutí con él, le dije cosas muy, muy feas y luego me fui a esconderme a mi habitación. Sin embargo, parece ser que durante el tiempo que yo estuve llorando en el regazo de Francis, su asistente personal, él llamó a mi madre y le contó todo, porque una hora más tarde subió a mi habitación para hablar conmigo. Me dijo que lo sentía, que lamentaba haber permitido que saliera con el hijo de unas sanguijuelas, y que tanto él como mi madre querían conocerte. Mamá volverá a Seattle está la noche, así que me pidieron que te invitara a cenar. Irás, ¿verdad?
Había hablado tan rápido que me trabé en algunas palabras y casi no se me entendió nada.
—¿Qué veo? ¿Un rival? —murmuró Trevor, refiriéndose a mí. Lisa le propinó un tercer manotazo—. ¡Auch!
Hunter frunció el ceño y me miró de forma inquisitiva.
—Déjame ver si entendí, discutiste con tu padre.
—Sí.
—Luego te fuiste a tu habitación y él llamó a tu madre.
—Sí.
—Se disculpó contigo y comparó a Benjamín con una sanguijuela de mierda.
—¿Qué? ¿Benjamín? —repetí antes de recordar que anoche había llamado así a Christopher—. No, llamó así a sus padres, no a Christopher. Y no dijo nada de «sanguijuela de mierda», sólo los llamó «sanguijuelas».
—Me da igual. —Se encogió de hombros—. ¿Tu madre volverá a Seattle esta noche?
—Sí.
—¿Y quieren que yo vaya a cenar?
—Sí, quieren conocerte —continué, todavía entre sus brazos—. Por favor, di que sí.
—Mmm...
—Te pagaré el doble —insistí, pero cerré la boca de golpe al recordar que Lisa y Trevor seguían ahí, a un lado, escuchándonos. Ambos se quedaron quietos—. T-te pagaré el doble de amor, ya sabes... —intenté arreglarlo.
Los labios de Hunter se curvearon en una sonrisa astuta.
—¿El doble de amor? —repitió el idiota, encarando una ceja—. ¿Qué significa eso?
Un rubor ardiente se instaló en mis mejillas.
—Tú sabes lo que significa.
—Oh, ¿en serio?
—Sólo di que sí.
—Mmm...
—Anda, di que sí.
—Bien.
Esbocé una nueva sonrisa.
—¿Irás?
—Iré.
Solté un gritito por la emoción antes de llenarle la cara de besos. Hunter, que comenzaba a acostumbrarse a que yo hiciera eso, cerró los ojos y me dejó hacer lo que quisiera. Junto a nosotros, Trevor y Lisa seguían intentando de todo para sacar el paquete de pepitas que se había quedado atascado en el interior de la máquina.
—Hunteeer —gimoteó Trevor desde su lugar, dándose por vencido—. Por favor, quiero mis pepitaaas.
Pero Hunter lo ignoró épicamente.
—¿Y si trato de meter mi mano por la ranura? —propuso Lisa, recogiéndose la manga de su suéter.
—Espera, ¿qué vamos a hacer si se te queda atascada la mano también?
—Puedo usar mi varita.
—¿No te habían prohibido traerla después de casi sacarle el ojo a alguien?
Lisa emitió un resoplido.
—Me prohibieron traer la de saúco, esta es la de madera de espino.
No pude seguir ignorando a ese par.
—Hunter, ayúdalos a sacar las pepitas atascadas en la máquina.
—Ellos pueden solos.
—Hunter...
Él suspiró y me bajó, dejando que mis pies tocaran de nuevo el suelo. Luego se acercó a la máquina expendedora y la sacudió como si esta no pesara nada. Sin embargo, las pepitas se negaron a caer en la ranura.
—¡Ya casi, ya casi! —lo animaron Trevor y Lisa.
Cuando Hunter se desesperó, retrocedió con la clara intención de darle un puñetazo al cristal. Trevor, Lisa y yo dimos un respingo y nos apresuramos a sujetarlo de los brazos para evitar que cometiera una locura.
—¡No, no, no! —gritamos todos al mismo tiempo.
Justo en ese preciso momento, el paquete de pepitas finalmente se dejó caer en la ranura. Fue como si la propia máquina expendedora hubiese decidido escupirlas por temor a que Hunter siguiera maltratándola.
♡
Me tomó alrededor de dos horas y media preparar la cena para esa noche. Como no conocía los gustos de mis padres, sólo los de Hunter, opté por preparar platillos de todo tipo: filetes de res envueltos en una pasta de champiñones, asado de cerdo con mostaza y papas al horno, spaghetti a la boloñesa, lasaña de carne y otra de verduras, portobellos rellenos de espinaca y queso, burritos de carne picada y frijoles, y unas cuantas ensalada.
La mayoría eran recetas tomadas del libro de cocina de mi abuela.
Durante el tiempo que me llevó preparar la cena, mi padre permaneció encerrado en su despacho adelantando algunos asuntos del trabajo. Francis se había ofrecido a ayudarme en varias ocasiones, pero seguí rechazándola amablemente. Era la primera vez que cocinaría para mis padres, quería encargarme de todo yo sola.
Mientras preparaba la cena, dejé caer un montón de cosas en la cocina. Desde sartenes y utensilios hasta ingredientes y especias. Todo porque los nudos de nervios en mi estómago no dejaban de crecer y crecer. En un momento dado, tuve que hacerme un té de manzanilla para relajarme. Las manos no dejaban de temblarme.
A las seis y media, dejé todo listo en la cocina y subí a mi habitación para volver a ducharme.
Me puse otro conjunto diseñado por mi madre; un vestido ajustado negro junto con un blazer a cuadros en color gris, que acompañé con medias blancas, zapatos de tacón negros y uno que otro accesorio. Me maquillé lo más natural posible y me alacié el cabello con la maquinita, dejándolo suelto sobre mi espalda y hombros.
Al mirarme en el espejo, me dije a mí misma que tenía un aspecto bastante presentable.
Hunter aparcó su camioneta frente a la gran fuente de entrada a las siete en punto, la hora exacta que yo le había dicho. Cuando fui a abrirle la puerta, noté que, como la mayoría de las veces, iba vestido estrictamente de negro. Sin embargo, esa noche, en vez de estar usando una camiseta desgastada, se había puesto una camisa.
—Si viniste —le dije, sonriendo como una tonta.
—¿Ya llegó tu madre? —preguntó él.
—No, no. Pero ya no debe tardar. —Lo tomé de la mano para llevarlo al interior de la casa—. Estoy muy nerviosa —confesé—, hace mucho tiempo que no la veo. Por cierto, ¿ya viste mi ropa? Es otro de sus diseños.
—Mmm...
—Mi padre está en su despacho terminando unos asuntos del trabajo, estará aquí pronto. No creo que le tome mucho tiempo —seguí balbuceando sin parar—. ¿Quieres beber algo en lo que los esperamos? ¿O prefieres que veamos algo en la televisión? También preparé unos aperitivos, si quieres, también podemos...
—Annalise —me llamó, tomándome por los hombros—. Respira, ¿de acuerdo?
Eso hice, inhalé profundamente por la nariz y luego exhalé el aire despacio.
—Lo siento —me disculpé, avergonzada. Arrugué las cejas—. Espera, ¿acabas de llamarme Annalise?
—Hm.
—No lo hagas, odio ese nombre.
—A mí me gusta —repuso con una sonrisa felina—. Annalise.
Resoplé al tiempo que ponía los ojos en blanco.
—Eres de lo peor.
—Oh, ¿eso crees? —inquirió, estrechando sus ojos verdes. Empezó a acercarse a mí hasta que me arrinconó contra la pared del vestíbulo. Me miró de la misma forma que un cazador miraría a su presa—. ¿De lo peor?
Su proximidad provocó que se me calentaran las mejillas.
—Ya basta, compórtate.
Pero él se arrimó más a mí, deteniendo su rostro a escasos centímetros del mío.
—No quiero —susurró, demasiado cerca de mis labios.
—Hunter...
Deslizó las manos por mi cintura, me atrajo a su cuerpo y me besó. Su boca se movió con sutileza sobre la mía, saboreando lentamente el interior de la mía sin ningún tipo de prisa. Pronto, esa ternura se convirtió en algo más. Algo que me arrancó un suspiro de placer desde lo más profundo de la garganta. Cerré los ojos y lo besé también, dejándome poseer por sus labios, por su lengua. Jadeé por lo salvaje y desenfrenado que se volvió.
Entonces, una persona carraspeó con fuerza, haciendo que me apartara de Hunter de un brinco con la respiración agitada. Mi padre estaba de pie junto a la puerta que conectaba la sala de estar con el vestíbulo.
—Lamento tener que interrumpirlos, otra vez —murmuró sin sonar realmente arrepentido.
Hunter se volvió para mirarlo.
—Se le está haciendo costumbre.
Le propiné una patada en la espinilla que pareció no sentir.
—Joven Presley.
—Cross —lo corrigió Hunter una vez más.
—¿Cross? —repitió mi padre, estrechando sus ojos azul grisáceo—. ¿No debería ser «Kent»?
A mí lado, el cuerpo de Hunter se tensó. Después de ese comentario, hubo un silencio incómodo que fácil podría haber durado una eternidad si no hubiese notado un sutil olor a tostado que provenía de la cocina.
Mi padre frunció el entrecejo.
—¿Qué es ese olor?
Una sensación de pánico creció en el interior de mi pecho. ¡Había dejado el horno encendido! Sin decir una sola palabra, me giré y me marché corriendo a la cocina con la esperanza de salvar las patatas. Cuando llegué, Francis ya había sacado la charola con los guantes. Las patatas no se veían quemadas, al menos, no del todo.
—Gracias, te debo una —le dije, acercándome para examinarlas.
Hice una mueca, pero Francis me dedicó una sonrisa mientras colocaba la charola sobre la barra.
—Tostadas saben incluso mejor —me aseguró—. Les da otro sabor.
—Está bien —murmuré, respirando hondo para mantener la calma.
—¿Quiere que comencemos a llevar todo a la mesa?
Cabeceé débilmente una vez.
—No, mi madre aún no ha llegado. No me gustaría que empezáramos sin ella —respondí. «Pero si seguimos esperándola, la comida se va a enfriar»—. Por otro lado, ella que ya debe venir en camino, ¿no? Además, podría llegar con mucha hambre. —Tragué saliva—. Sí, quizás no es tan mala idea que empecemos a preparar la mesa.
Entre las dos llevamos la comida al comedor, distribuyendo una variedad de diferentes platillos por a lo largo de la gran mesa rectangular. Preparamos sólo cuatro lugares para comer ya que, aunque insistí, Francis se negó a sentarse con nosotros en la mesa. «Es una cena familiar, señorita Russell. No quiero incomodar», me dijo.
Una vez que lo tuvimos todo preparado, regresé al vestíbulo con mi padre y Hunter.
—No he venido con malas intenciones.
Me detuve abruptamente a mitad del pasillo cuando escuché la voz de Hunter.
—¿Esperas que me crea eso?
—Me crea o no, es la verdad.
Mi padre exhaló un profundo suspiro.
—Eres su viva imagen... es como si estuviera hablando con él.
—Yo no soy mi padre.
—Eso lo sé —le dijo en un tono extraño, casi melancólico—. Lo sé porque tienes los mismos ojos que Bella.
Contuve el aliento mientras el corazón se me aceleraba por la sorpresa. ¿Mi padre conocía a los padres de Hunter? ¿Por qué yo no lo sabía? ¿Eso significa que él ya sabía quién era mi padre? ¿Por qué nunca me lo dijo?
De repente, el tono de llamada del teléfono de mi padre hizo eco en el vestíbulo.
—Es Victoria, la madre de Annalise —mencionó mi padre, con un tono más frío. Volvió a exhalar un profundo suspiro—. Debo responder. Cuando regrese mi hija dile que pueden empezar a cenar sin mí, no me tomará mucho tiempo.
Después de escuchar los pasos de mi padre alejándose, esperé uno minutos antes de ir con Hunter.
—La cena está lista —pronuncié, fingiendo no haber oído nada—. ¿Eh? ¿Dónde está mi padre?
—Fue a responder una llamada.
—Oh... —Hice una pausa—. ¿Qué sucede? ¿Pasó algo? ¿Por qué tienes esa cara?
Su actitud ya no era la misma con la que había llegado. Incluso la expresión en su rostro se veía ahora más seria. Por alguna razón, empecé a tener un mal presentimiento. Cuando Hunter notó que lo miraba, sonrió.
—Estoy hambriento, ¿por qué no empezamos a cenar sin tus padres?
No pude evitar sentirme un poco ansiosa, sabía que algo andaba mal.
—Seguro —repuse, agarrando su mano—. Ven.
Lo guie al salón del comedor en donde la comida ya había sido previamente distribuida sobre la mesa por Francis y por mí. Hunter y yo nos sentamos en una lateral, dejando los lugares de enfrente para mis padres.
—¿Tú preparaste todo esto? —preguntó Hunter, incrédulo.
—Sí —respondí con orgullo—. Prueba algo y dime qué te parece.
Su mirada recorrió la variedad de platillos que había sobre la mesa, deteniéndose en los burritos. Estiró una mano para servirse unos cuantos en su plato, se llevó uno de carne picada a la boca y le dio una enorme mordida. Lo vi masticar el burrito despacio, disfrutando del sabor con una expresión de placer en el rostro
—Mierda, es lo mejor que he probado en mi vida —murmuró, llevándose otro bocado a la boca.
En mis labios floreció una gigantesca sonrisa.
—¿Sí te gustó?
—Mucho.
Emocionada, comencé a hablarle sin parar sobre la elaboración de cada platillo, mencionando incluso los ingredientes que había utilizado y la manera en la que había tratado de imitar el sazón de mi abuela. Le conté también de su libro de recetas, además de confesarle que había estado tomado clases de cocina desde los nueve años. Hunter me escuchó atentamente, degustando de cada cosa que yo le servía en el plato para que lo probara.
Alrededor de quince minutos más tarde, mi padre por fin apareció.
—Malas noticias —anunció secamente, atravesando el salón del comedor—. Tú madre no vendrá.
Me quedé inmóvil en mi sitio y lo miré a los ojos, esperando haber escuchado mal.
—¿Por qué? —quise saber.
Mi padre se sentó en uno de los lugares vacíos con una mueca de fastidio; era más que evidente que había estado discutiendo con ella, y cuando eso sucedía, el comportamiento de mi padre cambiaba muchísimo.
—Es una larga historia —dijo sin más, pasándose una mano por el pelo—. ¿Qué es todo esto?
Ignorado la punzada de tristeza y decepción que acababa de formarse en mi pecho, me obligué a sonreír mientras le explicaba brevemente qué era cada platillo. Mi padre se sirvió asado de cerdo y patatas al horno.
—¿Qué te parece? ¿Te gusta? —le pregunté, muriéndome por escuchar su opinión.
El corazón me latía desbocado, era la primera vez que mi padre probaba mi comida.
—¿Ya probaste tú el asado? —preguntó él, tomándome completamente desprevenida.
—Esto... no, aún no. ¿Por qué?
—Pruébalo.
Una gota de sudor descendió por mi espalda. Con el corazón todavía acelerado, me serví una porción de asado de cerdo con mostaza en mi plato y lo probé. Inmediatamente supe qué era lo que había tratado de decir.
—Oh —murmuré, sintiéndome más avergonzada que nunca—. Creo que me he pasado un poco con la sal...
Mi padre asintió, dejando los cubiertos sobre su plato.
—Las patatas también están bastante tostadas —agregó—. ¿Fue eso lo que olió hace un rato?
La sangre de mi rostro alcanzó una temperatura tan alta que me vi obligada agachar la cabeza.
—Sí, yo... olvidé apagar el horno.
Volvió a suspirar, esta vez acompañado de un ademán que detonaba cansancio.
—Por eso te dije que contratáramos a alguien.
—Lo siento.
—Pues a mí me ha gustado todo —soltó Hunter, sirviéndose asado de cerdo y patatas—. Cocinas muy bien.
Mi padre se rio por lo bajo al tiempo que sacaba su teléfono celular del bolsillo interior de la americana de su traje. Intenté no darle demasiada importancia. Después de todo, lo había visto hacer lo mismo durante nuestra cena con los Gray en el West House. Lo único que hice fue rezar por que a Hunter no le incomodara.
—Francis —exclamó repentinamente mi padre, frunciéndole el ceño a la pantalla—. ¡Francis!
Francis hizo acto de presencia en el salón en cuestión de segundos.
—¿Me llamó, señor?
—¿Qué diablos se supone que significa el último correo?
Ella revisó su tablet para buscar el correo que él decía.
—Parece ser que el detective Johnson no logró conseguir la declaración firmada del señor Ramírez.
—¿Es una jodida broma?
—Me temo que no, señor.
—Ponme en contacto con ese imbécil ahora mismo.
—Papá, estamos cenando —murmuré, aferrándome al tenedor que sostenía entre mis dedos.
—Yo me haré cargo, señor Russell. Usted disfrute su cena.
—¿Cómo podría disfrutar algo que no sabe bien? —espetó furioso, levantándose de su lugar la mesa.
—Señor...
—Ponme en contacto con el imbécil de Johnson ya mismo —insistió mi padre, atravesando el salón para marcharse—. Sin la declaración de Ramírez el juez podría dar por anulado todo el maldito caso.
Un nudo enfermizo se formó en la boca de mi estómago. Cuando Hunter y yo nos quedamos solos en el comedor, ninguno de los dos dijo una palabra. Me dieron ganas de llorar por la vergüenza, por la humillación, pero me obligué a no hacerlo. Aguardé hasta que el corazón dejó de latirme con violencia para romper el silencio.
—No siempre se comporta así —comenté, pinchando el asado de cerdo con el tenedor—. Suele tomar esa actitud cuando discute con mi madre, aunque sea por teléfono. Por eso no soportan estar bajo el mismo techo.
—Es un imbécil.
Forcé una sonrisa en mis labios. Ya ni siquiera tenía apetito.
—Siento que las cosas hayan resultado de esta manera, si lo hubiese sabido...
—Está bien —dijo él, llevándose otro bocado de asado a la boca—. La comida está deliciosa.
Las lágrimas que me ardían detrás de los ojos amenazaron con salir.
—No tienes por qué decir mentiras.
—No estoy diciendo mentiras.
No quería llorar. Al menos, no quería llorar frente a él. Sin embargo, no pude evitarlo. Me sentía como una estúpida por haber pensado que por fin íbamos a tener una cena en familia; por haber pensado que ese día iba a ser el más feliz de mi vida. ¿Por qué seguía ilusionándome a pesar de saber cómo eran mis padres? ¿Por qué seguía imaginando que algún día íbamos a ser una familia de verdad? Un fuerte sollozo escapó de mi garganta.
Hunter dejó todo para estrecharme protectoramente entre sus brazos.
—Sácame de aquí —le pedí, llorando en su cuello.
—Nena...
—Por favor, no quiero estar más aquí.
—¿Estás segura?
Asentí.
—Sí.
*
✶
*
╔════════════════╗
Sígueme en mis redes sociales
Twitter: @ KarenMataGzzx
Instagram: @ karenmatagzz
Página de Facebook: Karen Mata Gzz
¡Gracias por leer!
♡
Karen Mata Gzz
╚══════════════════╝
*
✶
*
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro