Capítulo 34 | Más y nuevos imprevistos
La arena subterránea seguía conservando el mismo aspecto que yo recordaba. Mala iluminación, hedores nauseabundos danzando en el aire, un ambiente colmado por humo de tabaco y cientos de personas apretujadas lo más cerca del centro, esperando con ansia y entusiasmo a que comenzara el espectáculo principal de la noche.
Hank se mostró reacio a dejarme de nuevo en aquel lugar, incluso se ofreció a bajar y acompañarme. Al final, me las arreglé para convencerlo de que estaría bien, de que no necesitaba preocuparse. Ahora tenía una mejor idea de lo que me esperaba ahí dentro. Me sentía lo suficientemente capacitada para defenderme yo misma en cualquier momento; tenía mi gas pimienta y una navaja en mi bolso, y conocía movimientos de autodefensa.
Me abrí camino entre la multitud de cuerpos sudorosos, buscando la manera de llegar al centro de la arena mientras esquivaba codazos y pisotones. No pude evitar sentir pena por el chico que se enfrentaría a Hunter esa noche. Me pregunté por qué siquiera aceptaban pelear con él en primer lugar. ¿El dinero que generaban las apuestas los hacía perder el miedo? ¿Ser molidos a golpes por él les provocaba alguna clase de placer? ¿No sabían que enfrentarse a Hunter era como que comprar un boleto de ida y vuelta a la sala de urgencias de un hospital?
«¡Bienvenidos sean, mis queridos psicópatas con grandes deseos por ver sangre! —vociferó una persona a través de los altavoces que se encontraban esparcidos ingeniosamente por toda la arena—. ¡Ha llegado la hora que todos ustedes han estado esperando! ¡¿Están preparados para presenciar el primer encuentro de la noche?!».
Un coro de gritos retumbó en aquel recinto subterráneo, dañándome los tímpanos. La multitud de personas que me rodeaban se desplazó bruscamente hacia el centro, provocando horribles sacudidas, empujones y una que otra caída. Yo misma me vi empujada y apretujada entre una docena de cuerpos. Miré a mi alrededor de forma desesperada, intentando encontrar una salida, pero era como ser arrastrada por una corriente de masa humana. De pronto, un miedo profundo se instaló en mi interior, acelerando al máximo mi ritmo cardíaco.
En medio de todo ese caos, un brazo me envolvió por la cintura desde atrás y me arrastró fuera de la estampida. En lo que esa persona me cargaba a un lugar más seguro, giré la cabeza para ver de quién se trataba.
—Eres tú... —susurré sin aliento, brindándole una sonrisa a mi rescatista. Mi corazón aún latía a un ritmo frenético—. Parece que el destino insiste en unir nuestros caminos, ¿por qué será? —agregué a modo de broma.
«Solo Michael», el chico que conocí la primera vez que puse un pie en la arena subterránea, el mismo con el que había charlado brevemente en la biblioteca no hace mucho tiempo, me miró con los ojos ensombrecidos.
—¿Qué es lo que estabas tratando de hacer? ¿Suicidarte entre toda esa gentuza?
El calor golpeó mis mejillas.
—No, por supuesto que no —repuse, un tanto ofendida—. Solo trataba de acercarme más al centro. No sabía que se produciría una estampida.
—La próxima vez no hagas algo tan estúpido —soltó, y se dio la vuelta para marcharse.
—¡Espera! —lo llamé, aferrándome a él—. Estoy buscando a Hunter, ¿sabes dónde puedo encontrarlo?
El cuerpo de Michael se estremeció. Se volvió hacia mí con la mandíbula tensa y escrutó los dedos de mis manos que lo sujetaban del antebrazo, justo donde las mangas enrolladas de su sudadera negra no cubrían su piel. Sus ojos eran ahora más oscuros pero, tras una pequeña pausa, los tensos músculos de su rostro se relajaron.
—Interesante —comentó para sí mismo.
Su reacción me hizo recordar su misofobia.
—Lo lamento —balbuceé, soltándolo y dando un paso atrás.
Pero él enseguida volvió a rodearme protectoramente con un brazo, fulminando a dos chicos que se habían situado detrás de mí con quien sabe qué intenciones. Pestañeé varias veces, desconcertada. Los brazos de Michael eran fuertes y su cuerpo sólido. No llevaba colonia, pero olía como hierba recién cortada y a tierra mojada.
—Te llevaré con él.
—¿Sabes dónde está?
—En la sala de descanso, sus peleas siempre son las últimas de la noche.
Me condujo por un extremo del recinto subterráneo, donde el alboroto era mucho más fácil de atravesar que abriéndose camino por el centro. Mientras avanzábamos, mantuvo un brazo a mi alrededor, aunque en ningún momento su proximidad me hizo sentir incómoda. Era muy extraño, pero cada vez que me encontraba con él, que veía su rostro, una inexplicable sensación de familiaridad nacía en el interior de mi pecho. Había algo en Michael que me hacía sentir como si lo conociera, como si existiera algún lazo invisible que nos uniera.
Cuando nos detuvimos frente a una gran puerta roja que parecía ser la entrada a la sala de descanso, ubicada en uno de los laberinticos pasillos de la arena, Michael se volvió hacia mí. Su mirada se veía más fría.
—No es recomendable que entres ahí ahora mismo.
—¿Por qué no?
—Lo he visto llegar, no parecía estar de muy buen humor.
Meneé la cabeza y le dediqué una sonrisa.
—Estaré bien, no te preocupes.
Michael me agarró del brazo con una mano enguantada cuando quise acercarme a la puerta.
—No lo conoces. —Sus ojos grises se fundieron con los míos, y ahí estaba de nuevo esa rara sensación de familiaridad—. Crees conocerlo, pero no es así. De lo contrario, no estarías pensando en ir a verle en este momento. —Apretó los labios—. Ya has visto lo que les hace a los tipos con los que se enfrenta, es... peligroso.
—Hunter no me hará daño.
Noté que tensaba la mandíbula.
—¿Por qué estás tan segura de que no lo hará? —inquirió, la irritación ardía en su mirada.
En realidad, no estaba segura. Pero aun así quería verlo, quería... estar a su lado.
—Confío en él.
Se le escapó una risa dura y sin humor.
—Ese es exactamente el problema, Ellie. Confías demasiado en quienes no deberías. —Me soltó el brazo y se hizo a un lado. Su voz tranquila e inexpresiva carecía de emoción—. No digas que no te lo advertí.
El interior de la sala de descanso era un espacio amplio, sin ventanas, con iluminación escasa y muy mala ventilación; como si antes de ser una «sala de descanso» hubiese sido un viejo almacén. Dentro había una pequeña salita, mancuernas de diferentes pesos y tamaños, y una hilera de sacos de boxeo con formas cilíndricas.
Hunter se encontraba de pie frente a uno de estos sacos, atestándole puñetazo tras puñetazo con una fuerza brutal, feroz e inhumana. No estaba usando guantes acojinados ni tampoco vendas de algodón, por lo que no había nada que protegiera la piel de sus nudillos; estos estaban al rojo vivo, punzantes y cubiertos de sangre.
—Hunter...
—Lárgate.
La piel sintética del costal que había estado golpeando se rasgó y todo el relleno que había dentro se esparció por el suelo. Exhaló, se dirigió al siguiente costal y continuó impartiendo la misma rutina de puñetazos.
—Escuché la conversación que tuviste con tu madre en el estacionamiento del West House —le hice saber con un tono cauteloso, dando un paso hacia él—. Después de que te marcharas, charlé un poco con ella.
—Esa mujer no es mi madre —escupió él con brusquedad, sin dejar de arremeter contra el cuero del costal de boxeo en ningún momento. «Pero si es idéntica a la chica en la fotografía de tus padres», pensé—. Mi verdadera madre está internada en una institución mental desde hace nueve años. Elizabeth Presley es su hermana melliza.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Yo... lo siento mucho, Hunter. No lo sabía.
Así que eran eran mellizas, por esa razón se parecían.
—Para esa familia no soy más que un maldito bastardo —continuó, respirando trabajosamente. El sonido de los golpes hacían eco en la sala de descanso—. ¿Por qué razón iban a quererme cuando soy la viva imagen de ese monstruo? Si me adoptaron, fue sólo porque querían quedar bien ante los ojos de todo el mundo. —Hizo una pausa—. Cuando me miran, lo único que ven es a un niño de ocho años que no debería haber sobrevivido.
Contuve la respiración al oír tan grave acusación.
—¿Por qué tu madre está en una institución mental? —pregunté.
Las venas de su cuello se hincharon a tal punto que durante un breve instante realmente temí que fueran a estallar. Supe que tenía que elegir con más cuidado mis palabras. Hunter sonrió y resopló entre dientes.
—Es verdad, aún no he terminado de contarte toda la historia. —Volvió a aporrear el costal de cuero, agravando el daño en la piel desgarrada de sus nudillos. En ningún momento me miró—. Mi madre amaba mucho a mi padre —empezó, su voz estaba áspera y llena de amargura. Tragué saliva y me acerqué otro poco más a él. Quería que dejara de golpear el costal, me dolía verlo lastimándose de esa manera—. Pero ese «amor» fue lo que la llevó a justificar todos y cada uno de sus abusos. Vivía sólo para satisfacer sus necesidades y agradecía cualquier muestra de afecto que él le mostraba. A pesar de ello, sin importar lo mucho que ella se esforzara por complacerlo, mi padre seguía encontrando motivos para poder enfadarse. Si no le gustaba el sabor de la comida, se la tiraba a mi madre encima, aun estando caliente. Si ella usaba ropa que enseñara demasiada piel, él la golpeaba con un cinturón, dejándole marcas y moretones horribles en todo el cuerpo. Si tardaba más tiempo de lo normal en sus idas al supermercado, se encerraba con ella en el dormitorio y la dejaba postrada en la cama durante una semana.
Escuchar eso era tan doloroso que no podía siquiera imaginármelo.
—Al principio yo no era más que un espectador —siguió Hunter, deteniendo sus golpes contra el duro costal—. Cuando tuve edad suficiente para pensar por mí mismo, hice algo extremadamente estúpido. —Su boca torció en una mueca que intentaba ser una sonrisa—. Quería proteger a mi madre, así que enfrenté a mi padre. Sin embargo, lo único que conseguí con eso fue convertirme en otra de sus víctimas. Ya no sólo la aporreaba a ella, también empezó a golpearme a mí. —Cerró los ojos y presionó la frente contra el cuero del costal—. Me dije a mí mismo que estaba bien. Si mi padre comenzaba a mostrarse violento conmigo, un niño de cinco años, quizás mi madre por fin vería el monstruo que él era. Pero, ¿qué crees que hizo ella? —Soltó una risa vacía—. Minimizó el asunto. Me dijo que mi padre estaba muy enfermo, que en realidad él no quería hacernos daño. Dijo que esa «enfermedad» era algo que él no podía controlar y que, como su familia, nuestro deber era quererlo y aceptarlo.
Respiró hondo e hizo una larga pausa. Su cuerpo aún temblada por culpa de toda esa ira que bullía en su interior, pero al menos había dejado de darle puñetazos al saco de boxeo. Volví a dar otro paso hacia él.
—Mi padre no era un monstruo todo el tiempo —confesó, y eso me sorprendió. Lo miré con los ojos muy abiertos—. A veces, después de golpearme, se arrodillaba en el suelo, lloraba y me pedía perdón. «Lo siento, Hunter» —repetía una y otra vez—, en serio lo siento». También había días en los que realmente se comportaba como un buen padre. Me llevaba a pasear al parque, jugaba conmigo y hacía sonreír mucho a mi madre. Por desgracia, esa felicidad nunca duraba demasiado. —Sonrió con tristeza—. Siempre había algo que lo hacía enojar.
Hubo otra pausa, esta vez más extensa que la anterior.
—Tenía siete años cuando mi padre me dio una paliza que estuvo a punto de matarme. Ese día, la mujer que me dio la vida y que jamás intentó protegerme de él mientras me golpeaba, decidió que era hora de actuar como una madre. ¿Qué crees que hizo esta vez? —No supe qué responder—. Compró un arma y mató al maldito.
Me quedé petrificada, invadida por una sensación de pánico y horror.
—Siendo honesto, ver su cuerpo inerte en el suelo mientras la sangre brotaba de un agujero en su frente no me provocó ninguna pena o dolor. Estaba más bien aliviado. Pensé: «el monstruo está muerto, mamá por fin me protegió». —Volvió a aporrear el costal—. Después de asesinarlo, mi madre se postró en el suelo y se aferró a su cuerpo sin vida. Lloró y le suplicó entre lágrimas que despertara, que no nos dejara, pero él ya estaba muerto. —Mi cuerpo entero se estremeció—. Yo apenas podía moverme, tenía un golpe en la nuca y el dolor era tan fuerte que me desmayé. Desperté solo en la cama de un hospital, mi madre no estaba por ninguna parte. Las enfermeras me dijeron que la policía había tenido que llevarla a un lugar especial, dijeron que ella no estaba bien, pero que una vez se sintiera mejor, iría a verme. —Su pecho se hinchó al respirar profundamente—. Jamás lo hizo. Cuando por fin me recuperé, un hombre de servicios infantiles me llevó a una casa hogar. Ahí fue donde lo entendí todo.
La ira nubló su rostro, oscureciendo de nuevo sus ojos.
—Esa mujer no asesinó a mi padre para protegerme, lo hizo para protegerse a sí misma. —Sus golpes contra el costal adquirieron mucha más fuerza—. Se quedó en esa mierda de hospital mientras que yo me pudría en un maldito orfanato. Huyó de sus responsabilidades como madre. Me dejó solo como un sucio y jodido bastardo.
—Hunter... —susurré, deteniéndome junto a él.
—Mi mayor miedo era crecer y convertirme en alguien igual a mi padre, ¿pero adivina que más heredé de él, además de su mismo asqueroso aspecto? —Curveó las comisuras de su boca en una sonrisa frígida que envió escalofríos por todo mi cuerpo—. Sus malditos ataques de ira —se burló—. Parece que la vida me odia, ¿no crees?
Respirando con dificultad, Hunter siguió atestándole puñetazos a la piel del costal hasta que sus nudillos estuvieron empapados en sangre. La escena era tan grotesca y atroz que, sin darme cuenta, comencé a llorar.
—Detente, por favor —le supliqué, rodeándolo desde atrás con los brazos. Su cuerpo se estremeció, mas no se detuvo. Apoyé la mejilla en su espalda, sintiendo los latidos frenéticos de su corazón—. Te estás haciendo daño.
El calor abrasante que irradiaba su cuerpo traspasó la tela de su camiseta humedecida por el sudor, y la irá contenida le tensó los músculos. Me aferré a él con más fuerza, apreté los parpados y lloré sin saber qué hacer.
—Para —sollocé—. Por favor, para...
Entonces, tras una ronda seguida de poderosos puñetazos, sus golpes finalmente se detuvieron.
—Tienes que irte —exclamó, sujetándome de las muñecas para liberarse de mí.
—No quiero,.
—Ellie...
—Quiero quedarme contigo.
Se dio la vuelta, me agarró por la parte superior de los brazos y me arrinconó contra la pared.
—¡¿Es que todavía no lo entiendes?! —Sus ojos estaban inyectados en sangre—. No soy el chico que tú crees que soy. Soy un bastardo que en tarde o temprano terminará convirtiéndose en un monstruo como mi padre.
—No, no es cierto —dije con convicción—. Déjame ayudarte.
Su mirada hizo que se me congelara la sangre.
—No necesito la ayuda de nadie.
—Todos necesitamos ayuda alguna vez, Hunter. Incluso las personas más fuertes. —Alcé las manos para sostener su rostro entre ellas—. Pedir ayuda no es sinónimo de debilidad o vulnerabilidad, es un acto de valentía.
Permaneció completamente inmóvil, a excepción de un suave temblor que le recorría la piel.
—Cierra los ojos —le pedí, como le había pedido esa mañana cuando estábamos en la bañera. Hunter me observó furioso desde su descomunal altura, con las cejas todavía contraídas—. Hazme caso, confía en mí.
Se mostró reacio al principio, titubeante incluso. Sin embargo, después de unos segundos, al fin cedió.
—Ahora respira conmigo.
—Esto es una estupidez.
—Sólo hazlo —insistí, cerrando también los ojos—. Vamos, respira conmigo.
Respiramos juntos durante varios minutos, lenta y profundamente. Su agarre en mis brazos se aflojó poco a poco, contrario a los músculos de su cuerpo que se mantuvieron tensos un rato, resistiéndose. Luego de varias inhalaciones y exhalaciones, noté que se relajaba al tiempo que su respiración adoptaba un ritmo más tranquilo.
Hunter tragó saliva, agachó la cabeza y hundió su rostro en mi cuello.
—¿Mejor? —susurré, dándole palmaditas en la espalda.
—Mmm...
Esbocé una sonrisa y esperé hasta que él dejó de temblar.
—¿Alguna vez has ido a ver a un especialista en la salud mental? —interrogué, pero él no respondió. Le rodeé la cintura con los brazos—. Mis padres tienen muchos contactos. Encontraremos al mejor, te lo prometo.
No pretendía ser como su madre, una mujer que aceptó, justificó y minimizó todos y cada uno de los abusos del hombre que amaba sólo porque pensaba que algún día su amor lo haría cambiar. Yo quería hacerle entender que no está mal en buscar ayuda. Quería ser un apoyo para él, así como él era un apoyo para mí.
—¡Maldición Hunter, Connor se sigue negando a pelear con...! —Pegué un brinco cuando la puerta de la sala de descanso se abrió de golpe. Al verme, Trevor se quedó muy quieto—. Oh... lo siento. Hola, Ellie.
—Hola —balbuceé con las mejillas encendidas.
Empezaba a acostumbrarme a que Trevor apareciera en los momentos más inesperados posibles.
—¿Está todo bien? —preguntó, notándose inseguro. Hunter no respondió ni se movió—. ¿Hunter?
Este soltó un profundo suspiro.
—Cancela mi pelea de esta noche con Connor —ordenó, apartándose de mí para mirarlo.
Trevor vaciló durante medio instante.
—¿Estás seguro? Dereck podría molestarse si...
—Cancélala.
—Menos mal —exhaló aliviado—. Connor estaba que se cagaba encima. Dijo que prefería cometer suicidio antes que enfrentarse a ti en una... —Su rostro palideció—. ¡Por el amor de Han Solo, tengo que ir a detenerlo!
Salió corriendo velozmente como en las caricaturas infantiles, dejando una nube de tierra detrás.
—¿Estás bien? —le pregunté a Hunter cuando nos quedamos solos otra vez.
Él asintió lentamente con la cabeza.
—Estoy bien.
Estiré una mano para tomar la suya y entrelacé nuestros dedos.
—Ven, vayamos a casa.
♡
Hunter no emitió ni un solo sonido mientras le trataba las horrorosas heridas que se había hecho a sí mismo en los nudillos de las manos. Su piel estaba desgarrada y su carne al rojo vivo, pero él no parecía sentir nada en absoluto. Pese a que ya no había rastros de ira centellando en sus ojos, él seguía actuando muy extraño.
Nos encontrábamos sentados frente a frente en la sala de mi casa cuando empecé a sentirme nerviosa.
—¿No te duele? —le pregunté, aplicándole un poco de ungüento con dedos temblorosos.
Hunter tardó un rato en reaccionar, sabía que tenía la cabeza en otro lugar.
—No —respondió al cabo unos segundos.
—Está bien si te duele, no tienes por qué soportarlo todo.
—No me duele.
—Hunter...
—Estoy acostumbrado al dolor, esto no es nada.
Con lágrimas escociéndome en los ojos, agaché la cabeza y me concentré en tratar sus heridas.
—No pongas esa cara —me dijo—. En serio no me duele.
—No es eso —repuse con un nudo en la garganta, vendando cuidadosamente sus nudillos. A él podía no dolerle, pero a mí sí—. Es que... siento que hayas tenido que pasar por tanto dolor cuando solo eras un niño.
—No pienses más en lo que te dije, sucedió hace mucho tiempo.
—Aun así...
—Nena —susurró, inclinándose hacia delante, tan cerca que su nariz casi rozó la mía. Sostuvo mi rostro entre sus manos y me pasó los pulgares por las mejillas, secando las lágrimas que había derramado—. No llores.
Que me pidiera que no llorara sólo me hizo llorar más.
—Lo siento —tartamudeé.
—No lo sientas. —Besó mis parpados y luego mis mejillas—. No me gusta verte llorar.
—Lo siento —repetí, avergonzada por no poder detenerme.
Hunter tragó saliva, se humedeció labios y se acercó más a mí
—Miento, la verdad es que me excita verte llorar —confesó, apartándome el cabello de la cara.
Pestañeé varias veces, mirándolo confundida mientras se me escapaba una risita.
—¿Qué? —balbuceé, arrugando las cejas—. ¿Eres una especie de pervertido o algo así?
—Si lo fuera, ¿te importaría? —preguntó con una sonrisa maliciosa. Negué con la cabeza, riéndome—. Eso es bueno —susurró, acercando su boca a la mía—. Porque hay un sinfín de cosas que quiero hacer contigo.
Me cubrió los labios con los suyos, besándome con vehemencia.
—Espera... —me quejé, echándome para atrás—. No he terminado de vendarte las heridas...
Pero a él no le importó. Volvió a atraerme hacia sus labios y me besó de un modo que me hizo olvidar hasta la última de mis preocupaciones. Ya le vendaría las manos después, ahora mismo no tenía ningún sentido que me resistiera. Llevé mis manos a su cuello y entrelacé los dedos en su nuca, dejándome llevar. Hunter ladeó la cabeza para profundizar el beso y me metió la lengua dentro de la boca, la cual acepté con gusto y entusiasmo.
En un momento dado, me agarró por las caderas y me subió a su regazo, colocando mis piernas a cada lado de su cuerpo, permitiendo que su creciente y dura erección presionara mi palpitante centro. Deslizó sus enormes manos por mis pantorrillas, siguió subiendo por mis muslos y jugueteó un poco con el dobladillo de mis medias antes de introducirlas por debajo de mi falda negra tableada. Jadeé su nombre contra sus labios al sentir sus dedos clavándose en mi piel y empecé a mover las caderas haciendo que su cuerpo entero se sacudiera.
Su boca dejó la mía un segundo para volver a besarme los párpados y las mejillas, bebiendo mis últimas lágrimas como si se trataran de un delicioso elixir. Recordar lo que había dicho sobre verme llorar me hizo reír otra vez. Hunter echó la cabeza hacia atrás y me miró mientras su pecho subía y bajaba debido a su respiración.
—Pervertido —me burlé, sujetando su rostro entre mis manos para meterle la lengua en la boca.
Hunter suspiró de placer, retiró las manos de mis caderas y comenzó a deshacerse de la parte superior de mi ropa. Desabrochó uno a uno los botones de mi blazer y luego me sacó la blusa de cuello alto por la cabeza.
—Joder, ¿qué tanto traes puesto? —gruñó, lanzando las prendas de ropa al otro lado de la habitación.
—Es un conjunto diseñado por mi madre... de su última colección —expliqué, mordisqueándole el labio.
Sin prestar atención a mis palabras, me despojó también del sostén de encaje blanco, liberando el complicado broche con una sola mano. Mis pezones se erizaron aún más ante su intensa y hambrienta mirada.
—Tienes unos pechos preciosos —murmuró sin dejar de contemplarlos con fascinación, atrapando uno de mis rosados pezones entre sus dedos. Solté un gemido cuando ejerció presión—. Pienso en ellos todo el día.
—Hunter...
En la posición en la que nos encontrábamos, mis pechos quedaban a la altura de su rostro, por lo que sólo tuvo que inclinarse hacia adelante para hacer con ellos lo que quisiera. Dibujó pequeños círculos sobre la aréola con la punta de la lengua, usando a su vez la bolita del piercing que llevaba puesto ese día. Atrapó un pezón con los dientes y tiró de él con fuerza, enviando una descarga eléctrica muy placentera a mi entrepierna.
Dominada por la lujuria que parecía haberme poseído, empujé sus hombros hacia atrás, obligándolo a apoyarse en el respaldo del sillón. Agarré el dobladillo de su camiseta y se la saqué por la cabeza y la tiré al suelo. Pasé los dedos por la piel cálida de sus abdominales, memorizando las líneas de sus músculos. La sangre me ardía en el interior de las venas, quemándome como el fuego mismo. Necesitaba su ayuda para extinguir las llamas.
—Dime que has traído preservativos —jadeé muy excitada, lamiendo su cuello.
Su manzana de Adán se movió trabajosamente de arriba hacia abajo. Sin apartarme, sacó un paquetito plateado del interior de su cartera y me lo puso en las manos. Alcé la cabeza para mirarlo de forma interrogativa.
—Pónmelo tú.
Llamas abrasadoras encendieron mis mejillas.
—No sé hacerlo...
—Yo te guiaré —me animó, rozándome la barbilla con el pulgar—. Primero desabróchame los pantalones.
Siguiendo sus instrucciones, llevé mis manos a su bragueta y liberé su erección, dura y hermosa, con un tamaño que jamás dejaría de impresionarme. Me parecía realmente increíble que todo eso entrara tan fácilmente en mi cuerpo. Saber que pronto iba a tener ese hinchado miembro moviéndose dentro de mí casi me hizo salivar.
Hunter puso un dedo bajo mi barbilla y me levantó la cabeza para que lo mirara a los ojos.
—Sé que te gusta, nena. Pero ahora mismo necesito estar muy dentro de ti.
Con una sonrisita astuta en los labios, rasgué la orilla del envoltorio y extraje el condón.
—¿Qué hago ahora?
—Pellizca la punta gomosa para que no quede aire adentro, pero deja un pequeño espacio. Sí, eso es. Ahora coloca el lado lubricado sobre el glande. Bien, justo así. Por último, desenróllalo despacio. —Mientras hacía lo que me pedía, me esforcé por concentrarme para no cometer ni un solo error—. Ellie... a ese paso vas a matarme.
—¿Lo estoy haciendo mal?
—No —respondió, tragando saliva—. Continua.
Una vez terminé de ponerle el preservativo, miré mi trabajo en espera de su veredicto final.
—¿Y bien?
Sus labios se curvaron, escondiendo una sonrisa.
—Ven aquí —me llamó, sosteniéndose la base del pene.
—Espera —dije yo, levantándome para quitarme muy rápido las bragas—. La última vez me las rompiste.
—Te compraré todas las bragas que quieras.
Hice un mohín.
—Yo puedo comprármelas.
Echó la cabeza hacia atrás, como si le doliera no estar dentro de mí. Me reí con suavidad y me volví a subir a su regazo sin quitarme la falda ni las medias. Hunter seguía sosteniendo la base de su miembro para mí, de modo que yo solo tuve que alzarme para que él guiara la punta a mí entrada. La inserción fue difícil y dolorosa, pero la lubricación que mi cuerpo había estado produciendo en todo eso rato facilitó su por mucho su entrada.
Enrosqué las manos en su cuello, presioné mi frente contra la suya y separé los labios para dejar escapar lentamente el aire de mis pulmones al tiempo que él se clavaba poco a poco en mi interior. Hunter tenía las manos sobre mi cintura, pero en ningún momento intentó empujarme hacia abajo. Me estaba dejando ir a mi propio paso, sin prisas ni presión de por medio. Eso me gustó. Significaba que yo era quien tenía el control.
—¿Siempre estás así de mojada? —interrogó mientras apretaba los dientes.
—Cállate, es culpa tuya.
Noté que sonreía.
—¿Es culpa mía que estés siempre así de mojada? —Rozó su nariz con la mía—. Bien, eso me gusta.
—Hunter... —siseé, tirando de su cabello.
Seguí bajando despacio, muy despacio, disfrutando cada centímetro de él.
—¿Se siente bien?
Me mordí el labio inferior.
—Me duele...
—Podemos parar si no te gusta —propuso, aunque su cuerpo, al igual que el mío, temblaba de placer.
—No dije que no me gustara, sólo dije que me duele —gruñí, bajando más y más—. Me gusta...
Un gemido escapó desde el fondo de mi garganta cuando él estuvo completamente enterrado en mi interior. La sensación era asombrosa, placentera y muy satisfactoria. Mis paredes vaginales parecían haberse dilatado conforme su miembro me invadía, adaptándose a su longitud y tamaño. De alguna manera, fue como si nuestros cuerpos hubiesen sido creados para encajar juntos y permanecer así durante toda la eternidad.
—Ellie —susurró Hunter con una voz gutural, besándome el cuello—. Quiero moverme.
—Sí...
—¿Sí, qué?
—Empieza a moverte —le pedí.
No hizo falta que dijera nada más. Hunter emitió una mezcla de gruñido y gemido, me sujetó por la cintura con sus manos y empezó a embestirme ferozmente con sus caderas, entrando y saliendo de mi interior a una velocidad que me obligó a experimentar todo tipo de sensaciones. Desde un dolor desgarrador en lo más profundo de mi ser hasta el más exquisito de los placeres. Tuve que aferrarme a sus hombros para resistir.
—¿Qué estabas haciendo en ese restaurante con él? —preguntó de pronto sin dejar de penetrarme.
Los gemidos que brotaban de mi garganta eran tan escandalosos que no me dejaron oír bien su pregunta.
—Y-yo... ¿qué...?
—En el restaurante —insistió, embistiéndome con más fuerza—. ¿Qué estabas haciendo con él?
Mis entrañas se contrajeron y se me tensaron los músculos del vientre.
—¿Con...? ¿Con quién...? ¡Ah!
—Con Benjamín.
—¿Benja... Benja... qué?
—El imbécil de tu ex.
Cansado de mis incoherencias, me penetró profundamente una última vez para luego no volver a moverse.
—¿Qué estás...? ¿Por qué... por qué te detienes?
—Respóndeme.
—Sólo fuimos a cenar... —murmuré sin aliento—. Nuestros padres son socios y amigos...
Intenté mover las caderas, pero él no me lo permitió.
—¿Por qué dejaste que te tomara de la mano?
—Hunter, por favor muévete...
—Primero responde a mi pregunta.
El orgasmo que se había estado formando en mi interior, preparándose para estallar como un millón de fuegos artificiales, poco a poco comenzó a disiparse. O al menos, eso fue lo que pensé hasta que él volvió a embestirme sólo una vez, sacudiendo mi cuerpo por la fuerza que utilizó. Mi entrepierna reaccionó al instante.
—Más... —insistí entre gimoteos.
—Responde.
Me molestó que no cediera a mis suplicas.
—No tengo... no tengo por qué darte explicaciones.
Tensó la mandíbula y volvió a penetrarme con vigor.
—¿Vas a volver con él?
De pronto, tuve una idea.
—Y si así fuera, ¿qué? —dije únicamente para molestarlo.
Funcionó. Hunter me hundió los dedos en la piel de mis glúteos comenzó a embestirme una y otra vez, dándome incluso más de lo que yo esperaba. Eché la cabeza hacia atrás y abracé su cabeza, gimiendo debido a la satisfacción que sentí cuando su boca atacó de nuevo uno de mis pechos. El orgasmo que creí haber perdido volvió a reavivarse, encendiéndose con más llamas que antes, invitándome a caer al vacío desde un precipicio.
—¿Estás celoso?
—Sí —replicó, mordiendo y succionándome un pezón.
—¡Ellie Annalise Russell! —exclamó la voz furiosa de mi padre.
Horrorizada, levanté la cabeza para encontrar a mi padre mirándonos desde la entrada. Abrí la boca para decir algo al respecto, pero Hunter dejó salir mi pezón de su boca con un «pop» que hizo eco en toda la sala.
—P-papá, esto no es lo que...
—Ni se te ocurra terminar esa frase Annalise, porque esto es exactamente lo que parece.
Hunter alzó la vista hacia mi rostro con una sonrisa burlona en los labios.
—¿Tu segundo nombre es Annalise?
—Cierra la boca.
—¿Les importaría? —se quejó mi padre, disgustado—. Esta situación me es muy desagradable.
Miré a Hunter y luego miré nuestros cuerpos. ¡Dios mío, mis pechos estaban desnudos! Inmediatamente me los cubrí con las manos. ¿Cómo se supone que íbamos a separarnos con mi padre ahí mirándonos?
—¿Podrías darte la vuelta? —le pedí con las mejillas ardiendo por la vergüenza.
Mi padre casi exhaló fuego por la boca de lo furioso que estaba, pero al final nos dio un poco de privacidad.
—¿Deberíamos terminar ahora que no están mirando? —preguntó Hunter en voz baja.
—¿Estás loco?
Traté de levantarme, pero él me sujetó por las caderas.
—Seré rápido.
—Hunter... —comencé, pero tuve que llevarme una mano a la boca cuando él volvió a embestirme.
Mi padre se aclaró la garganta.
Sólo entonces, ese idiota me dejó levantarme para así poder separar nuestros cuerpos. En lo que yo me volvía a poner las bragas debajo de la falda, Hunter se arregló los pantalones y se puso la camiseta. Atravesó la sala de estar para recoger mi ropa y luego incluso me ayudó a ponérmela. ¿Existía algo más vergonzoso que eso?
—Y-ya puedes... darte la vuelta —balbuceé.
—Lárgate de mi casa, ahora —le exigió mi padre a Hunter, señalando la puerta.
—Papá...
—Annalise, no hables. Joven Presley, lárguese de mi casa ahora mismo.
—Cross —lo corrigió Hunter, que asintió y se dirigió a la puerta—. Te llamaré cuando...
Mi padre le cerró la puerta en las narices.
—No estábamos haciendo nada malo —intenté defenderme.
Mi padre exhaló un largo y profundo suspiro.
—¿Sabes? Cuando te marchaste del restaurante, Mason y Christine Gray se encargaron de contarme todo sobre tu nuevo «novio». —La mención de los padres de Christopher no podía significar nada bueno, ¿qué podían decir ellos de Hunter?—. ¿Cómo crees que me sentí al descubrir que mi hija está saliendo con un delincuente? Peor aún, ¿cómo crees que me sentí al llegar a casa y encontrarla fornicando con ese delincuente en el sofá?
—Hunter no es ningún delincuente.
—Eso no es lo que me dijeron los Mason y Christine.
—¿Así que vas a creer en las palabras de esas sanguijuelas?
—¿Debería creer en las tuyas?
—¡Pues claro, yo soy tu hija!
—Exacto, eres mi hija. Tu madre y yo no te educamos para que te comportes de esta manera.
No pude evitar reírme ante lo ridículas que eran sus palabras.
—¿Qué dices? Pero si mamá y tú nunca están en casa —le recordé—. No saben una mierda sobre mí, jamás les he interesado. Lo único en lo que piensan y lo único que les importa a ambos son sus estúpidos trabajos.
—Princesa...
—No me llames así, ya no soy una niña —le dije, con los ojos llenos de lágrimas—. No sabes cómo desearía que tú y mamá hubiesen muerto en vez de la abuela —escupí rabiosa—. Ella al menos sí me quería.
—¡Annalise!
No lo escuché, di media vuelta y me marché corriendo a mi habitación.
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