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Capítulo 33 | Ataques de ira

El West House era un restaurante de lujo altamente frecuentado por las personas más adineradas de Seattle, dirigido por un reconocido chef de fama internacional que contaba con un gran número de premios y galardones. Para poder conseguir una mesa, primero debías ser un miembro exclusivo, pero dicha membresía solo podía ser adquirida por familias e individuos que gozaran de un estatus socioeconómico privilegiado. Y eso no es todo, el restaurante disponía su propio código vestimenta y conducta que debía seguirse al pie de la letra.

Odiaba ese tipo de lugares, en especial por toda esa soberbia que se respiraba en el aire.

En la recepción, una joven hermosa, elegante y de buen porte nos saludó a mi padre y a mí, dándonos la bienvenida con una sonrisa. Nos guió a través del pulcro establecimiento decorado de forma sofisticada hasta en un área privada en el segundo piso del edificio, donde los Gray nos esperaban. Los padres de Christopher, Mason y Christine Gray, fueron los primeros en levantarse de sus sillas para recibir a mi padre con rebosante alegría.

—¡Will, amigo! ¡Cuánto tiempo sin verte! —pronunció Mason Gray, envolviendo a mi padre en un poderoso abrazo que le hizo crujir los huesos—. ¿Cómo te ha tratado la vida?

William Gregory Russell, un hombre de cuarenta y dos años, apariencia deslumbrante, piel clara y bellos ojos azul grisáceo, además de un cabello tan rubio como el mío, elevó las comisuras de su boca en una sonrisa.

—Por lo visto, no mejor que a ti, Gray —respondió con una voz suave, volviéndose hacia la madre de Christopher para besar el dorso de su mano—. Christine, siempre es un placer verte de nuevo.

El rostro de la señora Gray se encendió y sus regordetas mejillas se tiñeron de rosa.

—Lo mismo digo, William.

—¡Pero mírate nada más, no has cambiado nada desde la última vez! —siguió el padre de Christopher, sin darle la menor importancia al sonrojo de su mujer—. ¿Por qué yo soy el único que se está volviendo más viejo?

—¿Llevas alguna dieta especial, William?

—Qué dietas ni qué nada, es más probable que tenga un retrato que envejece por él escondido por ahí.

Mientras el señor y la señora Grey competían por la atención de mi padre, este extrajo un teléfono celular del interior de su americana y miró la pantalla. A donde sea que él iba, el trabajo lo acompañaba siempre.

Christopher se acercó a mí para saludarme con un beso en la mejilla.

—Te ves preciosa, Ellie.

A diferencia de mi padre, que vestía un traje italiano de tres piezas hecho a la medida en tonos oscuros, yo había decidido ponerme un conjunto diseñado por mi madre, el cual consistía en un blazer gris claro sobre una blusa blanca de cuello alto, una falda tableada negra, zapatos tipo escolar y medias blancas hasta las rodillas.

—Gracias —le dije, dándole una buena ojeada a su apariencia. Se veía impresionante con un traje gris metálico de dos piezas y una corbata azul marino que hacía juego con sus ojos—. ¿Aún necesitas que...?

Asintió con la cara impregnada de pesar y vergüenza mientras sonreía con los labios apretados. No hizo falta que usara palabras para decirme que sus padres aún creían que nosotros estábamos juntos.

—Por favor.

Suspiré, pero no rechisté. Agarré el brazo que él me ofrecía y dejé que me acompañara hasta mi lugar en la gran mesa, a un lado de Scarlett, su hermana de ocho años, quien se levantó de su silla al verme y me abrazó.

—¡Ellie!

Una sonrisa tiró de mis labios.

—Hola, Scar. ¿Qué tal has estado?

—Bien —respondió, alzando la vista hacia mi rostro—. ¿Por qué ya no has ido a verme?

Titubeé un instante, pensando en una respuesta. Si le decía: «Lo siento, he estado muy ocupada», sabría que mentía. Pero no podía solo decirle: «Oh, tu hermano me engañó. Por eso ya no he ido a tu casa, Scar».

—Bueno...

—¡Odio a mi hermano! —rugió en voz alta y volvió a abrazarme—. ¡Lo odio por lo que te hizo!

«De modo que ya lo sabe».

Christopher se sorprendió, le agarró las orejas y se las estiró.

—Prometiste no abrir la boca, pequeña y sucia bestia.

—Yo no te he prometido nada, cara de nabo podrido.

—Claro que sí, aceptaste el dinero que te di.

—Acepté el dinero, pero no te hice ninguna promesa.

—Scarlett...

—Te he traído un regalo —intervine, dirigiéndome a la hermana menor de Christopher.

No pude evitar sonreírle de nuevo. Se veía adorable envuelta en un vestido blanco con negro de mangas abullonadas; igual a ese que me había visto puesto una vez. Scarlett me admiraba. Decía que de grande quería ser como yo. Le gustaba mucho mi manera de vestir, por lo que siempre compraba la misma ropa que yo usaba.

—No tenías que traerle nada a este monstruo, Ellie. —Scarlett le propinó un pisotón que lo obligó a doblarse por el dolor. Me mordisqueé el labio inferior para no reírme—. ¡Ah! ¡Bestia sucia y salvaje!

—Está bien, es algo que encargué hace tiempo.

«Lo encargué antes de que tú me engañaras. Antes de saber que no podría volver a poner un pie en tu casa sin sentirme incómoda» quise añadir, pero me contuve. Ya había hecho las paces con él, no quería arruinarlo.

Los ojos de Scarlett examinaron la bolsa blanca que le entregué, pero vaciló al tomarla. Parecía sospechar de qué se trataba. Despacio, echó un vistazo dentro y enseguida un escandaloso grito de alegría surgió de su boca.

—¡No puede ser! ¡A mis padres les fue imposible conseguirlo! ¿Cómo es que...? —Sus ojos se humedecieron por las lágrimas al tomar la parte superior del vestido—. ¡La diseñadora dijo que no hacía ropa para niñas!

—Mi madre es amiga suya —expliqué con una sonrisa—. Solo tuve que hacerle una llamada.

En el fondo, siempre había deseado tener una hermana, o quizás un hermano; alguien que compartiera la misma sangre que yo. De esa manera no me habría sentido tan sola creciendo en una casa donde mis padres estaban siempre ausentes. Scarlett era esa hermana menor que yo nunca tuve. Por eso me gustaba tanto consentirla con regalos costosos como réplicas de mi ropa en tamaños más pequeños y adecuados para ella.

—¡Muchas gracias, Ellie! ¡Eres la mejor! —me agradeció la pequeñita, abrazándome una vez más.

Quince minutos después, nos sentábamos todos en una gran mesa rectangular tras haber ordenado comida y bebidas de la mejor calidad. Miraras por donde miraras, el interior del restaurante poseía una atmosfera pretenciosa, mientras que el servicio que ofrecían los camareros hacía a cualquiera sentirse miembro de la realeza.

Sentada entre Christopher y Scarlett, observé al señor y a la señora Gray conversando animadamente con mi padre. No parecía importarles que él pasara más tiempo mirando la pantalla de su teléfono celular, de vez en cuando respondiendo mensajes y correos importantes, que prestando atención a sus palabras. A veces, los padres de Christopher me recordaban a un par de cachorros hambrientos que meneaban sus colas en espera de un trozo de pan de su amo; en este caso, mi padre, que gozaba de un estatus socioeconómico más alto que el de ellos.

Mantuve una conversación simple con Christopher al tiempo que daba pequeños bocados a mis patatas envueltas en una fina cáscara hecha de arcilla blanca comestible y leche, además de una ensalada de aguacate.

—¿Qué nos cuentan ustedes, chicos? —nos preguntó de pronto la señora Gray, usando cubiertos de plata para cortar sus berenjenas rellenas de queso con movimientos suaves y delicados—. ¿Qué tal va su relación?

La atención de todos en la mesa fue puesta sobre nosotros. Incluso mi padre dejó de escribir respuestas en su teléfono para mirarnos. Nerviosa, dejé de respirar y miré a Christopher, quien esbozó una sonrisa.

—Estamos muy bien, madre. Nuestra relación va viento en popa —respondió sin más, colocando una mano encima de la que yo tenía quieta sobre la mesa con un tenedor de plata entre los dedos—. ¿No es así, Ellie?

Tragué el grueso nudo que sentía atascado en la garganta.

—Sí, sí —asentí.

Mi padre incrustó su mirada concretamente en mí y me estudió con sus ojos azul grisáceo. Quise decirle: «Papá, ¿qué tanto haces en tu teléfono que no puedes dejarlo aunque sea unos minutos? La comida en tu plato se va a enfriar». Pero la expresión que vi reflejada en su rostro me dejó un poco perpleja. ¿Qué era lo que pasaba?

—El amor de los jóvenes es tan hermoso —comenzó la señora Gray con una sonrisa en sus rojos y finos labios—. Me recuerdan muchísimo a nosotros cuando teníamos su edad, ¿no es así, cariño? —le dijo a su esposo.

Dejé de prestar atención a la conversación del señor y la señora Gray cuando un grupo de tres hombres atravesaron la estancia, acompañados por la joven de la recepción.

El primero era un hombre adulto de pelo oscuro, rostro afeitado y ojos claros, que me resultaba bastante familiar. Definitivamente había visto su fotografía en algún sitio, solo que no podía recordar dónde. El segundo era un hombre más joven que el primero, ambos muy bien parecidos, vestidos con trajes caros de tres piezas. Por último, detrás de los hombres elegantes los seguía uno aún más joven, portando ropa que era más bien un insulto al estricto código de vestimenta que tenía el restaurante; camiseta negra, pantalones tácticos en color gris oscuro, botas militares y una gorra de beisbol en la cabeza que apenas contenía su espeso y desordenado cabello castaño.

La joven de la recepción guió al grupo de hombros al área privada en la que nos encontrábamos, pasando muy cerca de nuestra mesa. Cuando el chico que iba vestido de negro sintió que alguien lo observaba, miró con desinterés en mi dirección. Justo en ese instante, sus ojos verdes hicieron contacto con los míos. Tanto él como yo nos sorprendimos. Mi ritmo cardiaco se aceleró mientras que mis mejillas se teñían de un rosa muy intenso.

Nos contemplamos el uno al otro durante unos segundos hasta que él bajó la mirada a donde Christopher y yo aún estábamos tomándonos de la mano. Hunter encaró una ceja y retorció la boca en una mueca burlona.

¿Planeando la boda? —expresó moviendo solo los labios.

Me ruboricé con más fuerza.

Después de eso, con un diminuto músculo tensándose en su mandíbula, dirigió sus ojos hacia otra parte y siguió a los hombres de traje a una mesa situada a unas cuantas de la nuestra.

Mi padre, sentado en la cabecera de la gran mesa rectangular, siguió curioso mi mirada para luego también encarar una de sus cejas. Solo entonces entendí por qué había estado viéndome tan raro desde hace ya un rato.

—¿Estás bien, querida? —inquirió la señora Gray, percatándose de mi estado—. Te has puesto pálida.

Pero en vez de responder, aparté mi mano de la de Christopher y miré directamente a mi padre.

—Puedo explicarlo.

Por primera vez en la noche, mi padre dejó su teléfono encima de la mesa.

—Te escucho.

Respiré hondo y me humedecí los labios antes de hablar.

—La verdad es que... nosotros... nosotros ya no...

Me distraje de nuevo al ver a una mujer despampanantemente bella cruzando la estancia, acompañada por la misma joven de la recepción, que la guió a la mesa donde se encontraba Hunter. Los otros dos hombres se pusieron de pie nada más verla, pero él no se movió. La mujer de pelo castaño, envuelta en un precioso vestido negro, despojó a Hunter de su gorra de béisbol y se la arrojó al regazo con una expresión amarga en el rostro.

Mis ojos se abrieron de par en par.

Era idéntica a la chica en la fotografía de los padres de Hunter; debía tratarse de su madre

—Christopher y Ellie terminaron —anunció Scarlett desde su lugar, rompiendo el silencio.

El señor y la señora Gray la miraron estupefactos.

—¿Qué acabas de decir, Scarlett? —le preguntó la señora de Gray, esperando que se tratara de una broma.

—Dije que Christopher y Ellie terminaron —repitió la pequeña, dándole un trago muy largo a su jugo de naranja. Chasqueó la lengua con desaprobación—. Parece ser que mi estúpido hermano se acostó con otra chica.

Se hizo otro silencio repentino en la mesa. La clase de silencio que nadie sabía cómo deshacer.

—Scar... —siseó Christopher, mirando a su hermana como si quisiera asesinarla.

—¿Qué? Solo estoy diciendo la verdad. ¿Cómo pudiste engañar a Ellie con Lexie? Odio a Lexie.

—¿Quién es esa Lexie? —inquirió ahora el señor Gray, arrugando la nariz.

—La ex mejor amiga de Ellie, Lexie Williams.

—¿La hija de Harrison Williams?

—Sip, la misma que suele desnudarse en sus fiestas.

Christopher se masajeó las sienes, anticipando la reacción de su madre. La señora Gray se escandalizó y se cubrió la boca con las manos para ahogar un grito. Bajé la mirada hacia mi plato sin saber qué más hacer.

—¿La hija de Harrison Williams se desnuda en sus fiestas?

—¿Es verdad eso, hijo? —lo interrogó el señor Gray, igual de espantado que su mujer. Noté que miraba a mi padre con disimulo, temiendo la reacción que él pudiera tener—. ¿No es una mentira de tu hermana?

—¡Yo jamás digo mentiras! —se defendió Scarlett.

Su madre apretó los puños sobre la mesa.

—No puedo creer que te relacionaras con esa clase de chica.

Christopher se tensó.

—¿A qué te refieres con «esa clase de chica»?

—¡Christopher Dominic Gray, dime si lo que dice tu hermana es verdad ahora mismo!

—Sí, es verdad —suspiró cansado, desinflándose en su lugar—. Engañé a Ellie y me acosté con Lexie, ¿feliz?

—¡¿Te volviste loco?! —aulló su madre, erizándose como un gato—. ¡¿Cómo pudiste...?! —Sacudió la cabeza de un lado a otro—. ¡Discúlpate con William ahora mismo! —Christopher frunció el ceño—. ¡Mason, haz algo!

El señor Gray se volvió hacia mi padre, tenía el rostro contraído por la vergüenza.

—No sabes cuánto lamento todo esto, Will. Mi hijo...

«¿Quieres saber por qué Christopher te pidió a ti que fueras su novia y no a mí? —escuché la voz de Lexie en mi cabeza, recordando las palabras mordaces que me había dicho durante nuestra estadía en el campamento—. Sus padres lo convencieron de que, en términos de conveniencia, tú eras mucho mejor opción que yo. Tu madre es una reconocida diseñadora de modas y tu padre es un famoso abogado, mi madre, en cambio, está muerta y mi padre no es más que un borracho mediocre que cambia de esposa cada maldito fin de semana».

De modo que ella tenía razón. Los padres de Christopher no estaban enojados con él porque me hubiese engañado, estaban enojados con él porque había arruinado la oportunidad de unir a nuestras familias algún día.

Miré a mi padre, pero él ya había perdido el interés y miraba de nuevo la pantalla de su celular.

«¡Patéticos, patéticos, patéticos! —grité interiormente, apretando los labios—. ¡Todos ellos son patéticos!».

—Debo atender una llamada, Gray. Volveré en un minuto —fue la respuesta que mi padre le dio al padre de Christopher antes levantarse de la mesa y alejarse con el teléfono pegado a la oreja.

Me quedé allí sentada como una idiota, escuchando al señor y a la señora Gray reclamarle un puñado de cosas a Christopher. A mi lado, Scarlett observaba el caos que había provocado mientras devoraba su postre.

Estaba a punto de echarme a reír por lo ridículo que era toda esa situación, cuando el sonido de algo haciéndose añicos me sobresaltó. Los ojos de todos en el restaurante se dirigieron a las personas de la mesa que había provocado tal escándalo. Hunter se levantó de su lugar, pero su madre, la mujer de vestido negro, lo sujetó de la muñeca con el ceño fruncido a la vez que lo miraba con una muda advertencia para que volviera a sentarse.

Hunter escupió una respuesta, se liberó de su agarre y se alejó hecho una furia.

—Parece que no somos los únicos con problemas familiares —susurró Scarlett.

Aproveché esa conmoción para escabullirme yo también.

—Scar, cuando regrese mi padre dile que no me sentía bien, que me fui a casa —le perdí a la pequeña.

La hermana de Christopher se volvió hacia mí con expresión preocupada.

—¿No te sientes bien? ¿Quieres que llamemos a un médico?

Sonriendo, le pellizqué las mejillas.

—Estoy bien, no te preocupes. Solo quiero irme a casa.

Scarlett asintió de forma comprensiva.

—Ve con cuidado.

Sin darle explicaciones a los Gray, que seguían discutiendo con su hijo, agarré mi bolso y me levanté de mi lugar, siguiendo la misma ruta que había tomado Hunter. Si me daba prisa, aún podría alcanzarlo en el estacionamiento. Planeaba pedirle que me llevara a casa, o a la suya, a dónde sea que él quisiera. Lo único que quería estar a su lado; quería estar con alguien que me escuchara, que me mimara, que se preocupara por mí. Ya ni siquiera me importaba que él se comportara de esa manera conmigo solo por el dinero que yo le daba.

No quería estar sola.

Cuando salí del restaurante, vi a Hunter dirigiéndose al estacionamiento, donde su motocicleta estaba aparcada entre un BMW deportivo y un Porsche. Atravesé el jardín de la entrada y abrí la boca para llamarlo.

—¡Hunter Cross Presley, detente ahí ahora mismo! —exigió la voz de una mujer detrás de mí.

Antes de que alguno de los dos pudiera verme, me oculté detrás de unos arbustos.

—¿Qué? ¿Aún no has terminado de insultarme? —replicó él con tono gélido.

—Siempre es lo mismo contigo, ¿por qué no puedes ser más como tu hermano?

—Benson no es mi jodido hermano. Y no quiero ser como ese imbécil pretencioso, yo soy como soy aunque eso no te guste una mierda.

—¿Y que eres, eh? ¿Una bestia? ¿Un asesino? Porque eso es en lo que te están convirtiendo esas estúpidas peleas clandestinas. —Me quedé bien quieta en mi sitio, intentando no hacer ningún ruido—. La familia del último chico con el que peleaste se comunicó con nosotros —continuó su madre—. ¿Adivina qué? Casi lo mataste.

Hunter resopló.

—Tú misma acabas de decirlo: «casi». Sigue respirando, ¿no?

Su madre exhaló un melodioso suspiro.

—Eres igual a...

—No, no te atrevas a compararme con ese hijo de perra —gruñó Hunter con amargura, casi atragantándose con las palabras. Le estaba costando muchísimo contener su ira—. Yo no soy igual a ese maldito monstruo.

—No, no lo eres —repuso la mujer, adoptando una actitud más tranquila—. Pero aunque no lo creas, cada día que pasa te comportas más como él. Eres su hijo, después de todo. Su misma sangre corre por tus venas.

Durante un minuto entero, ninguno de los dos dijo nada más. La madre de Hunter acababa de tocar un tema demasiado sensible, sobre todo para él. Quise salir de entre los arbustos para intervenir, para defenderlo, pero no lo hice. ¿Qué ella no sabía lo mucho que Hunter odiaba a su padre? ¿No sabía lo mucho que Hunter se esforzaba por no parecerse a él? ¿No sabía que incluso algo tan simple como cortarse el pelo lo hacía estremecer?

—Vete a la mierda —le dijo a su madre antes de subirse a su motocicleta y marcharse.

Una brisa de aire fresco acarició mi piel. Temblé, más no me moví. Seguí escondida un rato más, dándole tiempo a la mujer para que entrara de nuevo al restaurante. Cinco minutos más tarde, puse un pie fuera y salí de entre los arbustos, pero el tacón de mis zapatos se hundió en la tierra, mi tobillo se dobló y yo me caí al suelo.

—Maldición —farfullé adolorida.

—Ese fue un buen golpe, linda. ¿Estás bien? —inquirió una voz femenina.

Mi corazón latió a una velocidad de vértigo. Me incorporé despacio, me sacudí la tierra de las medias blancas y alcé mi vista hacia la mujer que me miraba con una expresión adusta en su bonito rostro. Era todavía más bella de cerca, y sus ojos eran exactamente los mismos que los de Hunter; de un precioso verde aceitunado.

—¿Así que te gusta escuchar conversaciones ajenas, jovencita?

Mis mejillas se calentaron por la vergüenza.

—Lo siento, no era mi intención. —Enderecé la espalda—. Soy Ellie Russell, la novia de Hunter.

—¿Novia?

—Sí, sé que él no habla mucho sobre mí...

La fría sombra que cubría su rostro se disipó y en su lugar apareció el atisbo de una sonrisa.

—No, me parece que mi otro hijo, Benson, te ha mencionado en más de una ocasión.

—¿En serio?

«¿Qué le ha dicho de mí?», deseé preguntarle.

Me mordí la lengua.

—¿Cuánto tiempo llevas saliendo con mi hijo? —quiso saber.

—No demasiado, nos conocimos hace poco —dije con sinceridad.

—Así que es eso...

Respiré hondo, preparándome para poner un pie sobre arenas movedizas.

—¿Puedo hacerle una pregunta, señora Presley? —Curiosa, la madre de Hunter asintió con la cabeza—. ¿Por qué le dijo todas esas cosas a su hijo hace un momento? —Noté que se tensaba—. Hunter no es como su padre.

Sabía que estaba siendo una entrometida, pero no me importó. Aún si mi pregunta le resultaba grosera, necesitaba dejarle bien en claro a esa mujer que Hunter no era como su padre. No lo era y nunca no lo sería.

—¿Hunter te habló de él? —Asentí y ella abrió mucho los ojos—. Ya veo... me impresiona. Mi hijo no suele hablar de su padre con otras personas, ni siquiera con su propia familia. Es un tema que se guarda para sí mismo por lo... doloroso que es. —Hizo una pausa—. Yo lo crie, señorita Russell. Sé que mi hijo no es como su padre.

—¿Entonces por qué le dijo todas esas cosas?

Desvió la mirada lejos de mi rostro.

—Que mi hijo no sea como su padre no quiere decir que no se le parezca. —Arrugué las cejas. Ella suspiró y continuó—. Ese hombre jamás buscó ayuda y siempre rechazó la ayuda que otros le ofrecían. Las cosas pudieron haber sido distintas si tan solo hubiera decidido tratar ese espantoso trastorno que padecía. —Hubo un temblor en su barbilla—. Hunter se parece a él en eso. Se niega a buscar ayuda y tampoco acepta la ayuda que otros quieren ofrecerle. Cree que su destino es convertirse en alguien como su padre, sin importar qué tanto lo aborrezca.

Lo sabía, Hunter padecía el mismo trastorno límite de la personalidad que su padre.

—¿Por qué cree que su destino es convertirse en alguien como él? —me atreví a preguntar.

—Porque una vez, cuando mi hijo era muy pequeño, una persona le dijo que podía ver el alma de su padre en su interior, esperando el momento para tomar su lugar. —La mujer cerró los ojos tras evocar tan doloroso recuerdo—. Hunter era solo un niño... sin embargo, esas palabras lo hirieron de una forma verdaderamente inimaginable. Mi esposo y yo intentamos hacerle entender que eso no era cierto, que su padre ya estaba muerto y que nada ni nadie podría traerlo de regreso a la vida. Pero él no piensa así. Mi hijo... —sollozó—. Mi pequeño y dulce niño cree que es su padre quien toma posesión de su cuerpo cada vez que él sufre un ataque de ira.

Sus palabras azotaron mi corazón como un viento helado, agrietándolo en mil pedazos.

—Por eso pelea en la arena subterránea... —pensé en voz alta para mí misma.

La madre de Hunter se sorprendió.

—¿Has estado en ese lugar?

—Solo una vez —repuse—. Él me pidió que no fuera, pero no le hice caso.

—Entonces lo has visto, ¿no es así? —Abrió los ojos para mirarme; sus iris habían oscurecido—. Has visto de lo que mi hijo es capaz. —Recordé el día que casi lo vi matar a un chico a puñetazos—. Si él continua descargando su ira en ese lugar, tarde o temprano terminará asesinado a alguien. Y cuando eso suceda...

—No lo permitiré —exclamé, tomando una decisión—. No dejaré que Hunter se convierta en alguien como su padre. Lo convenceré de tratarse, de buscar ayudar —insistí con obstinación—. Y si no quiere, lo obligaré.

—Eso no depende de ti.

«No, pero el hará todo lo que yo le pida siempre y cuando haya dinero de por medio. Le ofreceré una suma que no podrá rechazar, incluso pagaré todo el tratamiento o lo que sea que él vaya a necesitar».

De pronto, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

Hunter se había marchado de ahí hecho una furia después de la discusión que tuvo con su madre. Si mis suposiciones resultaban ser ciertas, él probablemente se encontrara ahora mismo en la arena para desquitarse con algún pobre chico. Se me encogió el estómago mientras que un hilo de sudor se deslizaba por mi espalda.

—Tengo que irme —le dije, alejándome de su madre para escribirle un mensaje a Hank.

—No cometas el mismo error, Ellie —continuó diciéndome desde el jardín de la entrada—. Si mi hijo se sigue negando a buscar ayuda, no habrá nada que puedas hacer por él. Lo mismo que con su padre.

Cerré los ojos, esperando que Hank fuera rápido a recogerme.

—Al menos prométeme una cosa —insistió la señora Presley con un tono de súplica. Me volví hacia ella para mirarla—. Cuando él te pida que te alejes, que te vayas o que huyas de su lado, por favor, hazle caso.

—¿Por qué? —pregunté, desconcertada por el hecho de que su propia madre me pidiera algo así.

«¿Por qué habría de dejarlo solo cuando él más necesita de alguien?».

—Ya ocurrió una terrible tragedia una vez, no quiero que la misma historia vuelva a repetirse.

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