Capítulo 32 | Pequeños imprevistos
Antes de entrar a la casa, Hunter se agachó para recoger el plato en el que le había servido el estofado de res con verduras hacía unas horas. Se lo quité de las manos, lo dejé descuidadamente sobre la mesa junto a la entrada, a un lado de los tulipanes rosas, y tiré de él hacia adentro, arrastrándolo al baño de mi habitación.
Ya ahí, llené la bañera con agua caliente, agregué un chorrito de aceite esencial de lavanda y encendí unas cuantas velas aromáticas, creando un ambiente íntimo y relajante solo para los dos. Con la mirada de Hunter sobre mí, siguiendo cada uno de mis movimientos, me desnudé delante de él y me senté dentro de la bañera ovalada, cuyo tamaño era lo suficientemente grande para que entráramos los dos sin ningún tipo de problema.
—¿Qué es lo que estás esperando? —inquirí con severidad, encarando una ceja—. Ven aquí.
Hunter parpadeó, recuperándose de su aturdimiento. Cerró la puerta del baño y se comenzó a desvestirse, deshaciéndose de la camiseta, de las botas y de los pantalones. Desde mi lugar en la bañera, dejé que mis ojos vagabundearan por su hermoso cuerpo desnudo, percibiendo el contorno de los músculos de sus brazos, las marcadas líneas de sus abdominales, la prominente anchura de su espalda y la firme tonificación de sus piernas.
Sus peleas en la arena y el ejercicio que hacía a diario sí que estaban dándole buenos resultados.
Siguiendo mi ejemplo, Hunter contempló mi cuerpo desnudo a través del agua cristalina mientras tomaba asiento frente a mí. Estuvimos así durante un rato, mirándonos el uno al otro sin pronunciar una sola palabra.
—Aún estoy enojada contigo —le hice saber luego de varios minutos.
Él asintió despacio con una cautelosa inclinación de cabeza.
—Lo sé. —Enseguida estreché los ojos, anticipando ese «lo siento» que sabía estaba a punto de salir de su boca. Se limitó a comprimir los labios, luchando por contener una tonta sonrisa—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Junté agua entre mis manos para humedecerme la cara y el cabello.
—Adelante.
Noté que dudaba, mostrándose reacio a seguir adelante.
Al final, exhaló el aire de sus pulmones y dijo:
—¿Por qué yo?
—¿Por qué tú, qué? —interrogué, juntando más agua entre mis manos.
Me hizo gracia verlo poner los ojos en blanco, algo que no hacía muy a menudo.
—Existe un gran porcentaje de chicas que sueñan con que su «primera vez» sea un momento especial con el chico del que están enamoradas y todas esas cursilerías. —La mueca en su rostro evidenciaba que a él en verdad le desagradaran esa cosas—. Te conozco, nena. Sé que probablemente formabas parte de ese porcentaje de chicas.
Como él tenía razón, no protesté, pero sí encaré una ceja.
—Entonces, ¿por qué yo? —prosiguió, exhibiendo una expresión de confusión en su atractivo rostro—. No hice nada por que fuera un momento especial para ti y mucho menos soy el chico del que estás enamorada.
Las últimas palabras ocasionaron que mi corazón se disparara en mi pecho.
Quería decirle que se equivocaba. Quería decirle que él sí era el chico del que yo estaba enamorada. Pero un nudo en mi garganta me impidió hacerlo. Tenía miedo. ¿Qué haría Hunter si yo le dijera eso? ¿Aceptaría mis sentimientos y los correspondería como yo quería? ¿Se reiría de mí por haberme tragado esa actuación suya de novio fiel y cariñoso? ¿Y si él sólo seguía a mi lado por todo el dinero que ganaba día tras día estando conmigo?
Ya había perdido a Lexie y a Christopher, no quería perderlo también a él.
—Parece que me tienes en una muy alta estima, Hunter —declaré con una sonrisita mordaz, ladeando la cabeza hacia un lado—. Te equivocas al pensar que yo formaba parte de ese porcentaje de chicas. Si yo aún era virgen, fue porque tuve mis razones para no acostarme con Christopher. Lo que pasó ayer fue... bueno, algo que quería hacer para desquitar esos cincuenta dólares que te pago a diario por fingir que eres un novio fiel y cariñoso.
Tan pronto como esas palabras salieron de mi boca, quise retractarme. Pero ya era demasiado tarde. Hunter me escrutó en silencio unos minutos, luciendo entre sorprendido y decepcionado. Sobre todo decepcionado. Tuve que morderme la lengua para no decir nada más. A veces lo mejor era quedarse callada.
—Bien. —Sin despegar sus ojos de los míos, apoyó la espalda en su lado de la bañera, curveando los labios en una media y perezosa sonrisa—. Desquita ese dinero tanto como quieras, yo no tengo ningún problema.
—¿Seguro? —curioseé, agarrándome a los bordes de la bañera para acercarme a él. Hunter clavó sus ojos en mis pezones endurecidos, contemplándolos con una mirada oscura e intensa—. ¿No te importa que sea solo sexo?
Me rodeó de la cintura con sus manos, aceptándome con gusto cuando me coloqué a horcajadas en su regazo, situando las piernas a ambos lados de sus caderas. Cierta parte de su cuerpo estaba dura e hinchada.
—Sin ofender, nena. Pero acabas de hacer la pregunta más estúpida que he oído en mi vida —se mofó con un brilló perverso encendiéndose en sus ojos—. Y mira que Trevor hace muchas preguntas estúpidas al día.
Hice un mohín con los labios.
—Cierra la boca —le ordené, a lo que él obedeció de inmediato.
Junté agua entre mis manos y me dispuse a lavar su rostro, cabello y hombros.
Le acaricié las mejillas con los dedos mojados, explorando y adorando cada diminutos detalle de sus masculinas facciones. Hunter se quedó quieto en todo momento, dejándome hacer lo que me apeteciera con él.
Fascinada, me incliné hacia delante para sellar sus labios con los míos, buscando su boca con una ansia y desesperación que no había sentido nunca. Lo besé como si mi vida entera dependiera de ello; como si en sus labios se encontrara la droga más adictiva nunca antes creada; como si temiera que un día él también me dejara. No era tonta. Sabía que tarde o temprano Hunter también me abandonaría. Lo que nosotros teníamos en ese momento no era real, dependíamos únicamente de un estúpido trato. El fin que se aproximaba era inevitable.
—Nena... —jadeó sin aliento, como una especie de súplica sobre mis labios.
Separé nuestras bocas y tiré de su pelo hacia atrás, obligándolo darme acceso libre a su cuello. Probé su piel con la lengua, lamiendo y mordisqueando su manzana de Adán con los dientes. La dura erección entre sus piernas incrementó aún más de tamaño, hinchándose tanto que deseé preguntarle si eso le provocaba dolor.
Respirando con dificultad, metí una mano en el agua y la rodeé con los dedos, chupando el lóbulo de su oreja en el proceso. Un gemido profundo salió de su garganta al tiempo que hundía sus dedos en mis caderas.
—Joder, vas a volverme loco.
Nuestras bocas volvieron a unirse mientras lo masturbaba, consumiéndonos el uno al otro con un hambre voraz e insaciable. La necesidad de sentirlo moviéndose dentro de mí comenzaba a superarme, pero no dejé de mover mi mano en torno a la longitud de su miembro, tal y como él me había enseñado una vez en la enfermería del instituto.
Noté que se le aceleraba el pulso y se le marcaban las venas del cuello. Cerró los ojos y abrió la boca para exhalar el aire de sus pulmones. Un gruñido bajo y gutural alimentó mi apetito, encendiendo mis sentidos.
—Necesito metértela —pronunció, capturando mi mano—. Quiero estar dentro de ti cuando me corra.
Abrió los ojos para mirarme a la cara. Sus pupilas estaban dilatadas y su rostro revelaba el más puro de los deseos. Me incorporé para guiarlo a mi entrada, notando ese delicioso cosquilleo en mi interior. Bajé despacio y con cuidado, succionando solo la punta grande e hinchada. Seguía sintiendo un poco de escozor en esa delicada zona de mi cuerpo, pero el placer y el anhelo por tenerlo dentro era más fuerte que cualquier clase de dolor.
—No estoy usando un condón.
Parpadeé varias veces, poniendo mi cerebro en funcionamiento para encontrar una rápida solución.
—Está bien, tomaré la píldora —contesté, bajando sobre él.
Hunter me sujetó por las caderas, deteniéndome.
—¿Estás segura? —inquirió, muriendo por la agonía.
Asentí, desesperada por seguir adelante con eso.
—Por favor, solo...
Solté un gimoteo y él besó mi barbilla, dando empujones superficiales sin entrar en mi interior.
—¿Por favor, solo qué? —me presionó, ansioso por escuchar el resto.
Pegué mi frente a la suya, enterrándole las uñas en los hombros.
—Por favor, solo córrete dentro de mí.
Apenas terminé de hablar, su gruesa y dura erección me penetró sin piedad, arrancándome un grito de los labios. Abracé su cuello y apreté los parpados. Hunter palpitó dentro de mi cuerpo, amoldándose en mi interior. La sensación fue tan abrumadoramente intensa que ambos contuvimos el aliento.
Con sus manos en mis caderas, se retiró despacio, centímetro a centímetro, solo para volver a embestirme con la misma violencia. Mis gemidos llenaron el cuarto de baño y el agua caliente de la bañera se desbordó por todo lados.
—Mierda, eres tan jodidamente estrecha —escupió, agarrándome el trasero.
Resoplé, adaptándome a su ritmo.
—No, tú eres demasiado grande.
Una sonrisa jugueteó en la comisura de sus labios.
Buscó nuevamente mi boca, empujando su lengua dentro. Aunque no llevaba puesto el piercing ese día, sus besos seguían siendo igual de ávidos, febriles y tortuosos que siempre. Enredé mis dedos en su pelo ondulado para tirar de él cada vez que sus caderas me clavaban su virilidad, asegurándose de llenar hasta el último rincón de mi cuerpo; hasta llenar el lugar más recóndito de mi ser. La sangre que corría por mis venas se calentó por el goce que elevó todos y cada uno de mis sentidos, conduciéndome a un punto sin retorno, a un callejón sin salida.
Durante mi liberación, los músculos internos de mi cuerpo que envolvían su miembro se contrajeron, estimulando su orgasmo. Hunter soltó un nuevo gruñido, me sujetó de la nuca con rudeza y me sostuvo mientras aceleraba sus embestidas, ansiando alcanzar la culminación de su placer. Después de varios empujes, me penetró una última vez, clavándome su erección con todas sus fuerzas para derramar todo su néctar dentro de mí.
Un suspiro de satisfacción surgió de sus labios.
No supe cuánto tiempo nos tomó recuperarnos de ese feroz tornado de emociones intensas. La relajación que me produjo el sexo después del baño caliente fue tanta que me quedé dormida unos minutos, envuelta en la seguridad de sus brazos. Cuando el agua de la bañera comenzó a enfriarse, Hunter me despertó con suaves besos en el cuello. Intenté abrir los ojos, pero el cansancio terminó ganando la batalla. Escuché una risa baja y gutural junto a mi oído. Alguien me sacó de la bañera, se hizo cargo de mí y me vistió con un camisón de seda.
—No te vayas —gimoteé, una vez que Hunter me dejó sobre la cama.
Suspiró con pesar, como si a él también le costara irse.
—Tengo que irme, nena. Hay un asunto que debo atender.
Estiré los brazos para rodearle el cuello, decidida a no dejarlo ir.
—No, por favor. Quédate conmigo.
—Ellie...
—Por favor —insistí, siendo arrastrada una vez más hacia los confines del sueño—. No me dejes tú también...
Lo último que recuerdo de ese día es haber escuchado a Hunter hablar por teléfono con una persona. La chica que se encontraba al otro lado de la línea no se oía muy feliz, incluso la escuché insultarlo cuando él le dijo que no podría ir a verla esa noche. Discutió con ella un rato antes de terminar la llamada, apagar el teléfono y tumbarse a mi lado, estrechándome entre sus brazos. Di por hecho que todo eso había sido un sueño. Una vez que despertara, descubriría que Hunter se había ido luego de haberme acostado en la cama para ir a ver a Zoella.
A fin de cuentas, las personas que yo más quería jamás se quedaban a mi lado.
♡
Lo bien que dormí esa noche evitó que las pesadillas perturbaran mis horas de sueño, permitiéndome descansar debidamente por primera vez en mucho tiempo. En la mañana me desperté antes de que sonara la alarma, disfrutando unos minutos del armonioso tarareo de los pájaros, la suave brisa de aire fresco que se colaba por mi ventana y los primeros rayos de luz que coloreaban las paredes de mi habitación de un rosa anaranjado.
Rodé sobre mí misma para mirar la hora en el reloj sobre la mesita de noche, pero la presencia de un cuerpo cálido y sólido que se aferraba al mío obstaculizó mi cometido. Mi ritmo cardíaco se incrementó, trayendo consigo emociones de afecto y ternura. Ciertamente, no esperaba que Hunter se quedara conmigo toda la noche. Sin embargo, verle allí, durmiendo plácidamente junto a mí, me produjo una inexplicable sensación de felicidad.
Si pudiera pedir un deseo sabiendo que este se cumpliría, definitivamente desearía poder despertar a su lado todos los días por el resto de mi vida. Su sola presencia bastaba para llenarme de la más dulce dicha.
—No te fuiste —susurré, tocando su rostro con mis dedos.
Hunter parpadeó despacio para abrir los ojos al tiempo que me estrechaba más contra su cuerpo.
—Yo tampoco quería irme.
Le dediqué la más brillante de mis sonrisas y me estiré para besarle la punta de la nariz, pero no me detuve ahí. Seguí llenando su cara de besos, agradecida por que hubiese decidido quedarse conmigo. Mis acciones lo sorprendieron, pero no se apartó. Me dejó besarlo tanto como quise con una perezosa sonrisa en los labios.
Pronto, un fuego se encendió en mis entrañas, enviando ráfagas ardientes de deseo como un incendio por todo mi cuerpo. Bajé en busca de sus labios y reclamé el interior de su boca con la lengua, mezclando nuestra saliva. Le oí decir mi nombre mientras enredaba los dedos en mi pelo, respondiendo el beso sin pensarlo. Agarró mis caderas con sus manos y empujó mi espalda sobre el colchón, presionando su enorme cuerpo contra el mío.
Le bajé la cremallera de los pantalones que se había vuelto a poner anoche sin los bóxers, dejando al descubierto su dura y prominente erección. Separé las piernas, respirando con pesadez, invitándolo a poseerme.
Se le escapó un gemido quejumbroso de la garganta.
—Por más que disfrute estar dentro de ti, necesito ponerme un condón esta vez.
—Pero la pastilla...
—Podría no ser del todo efectiva.
Hice un mohín con los labios, enfurruñándome.
—Hay una caja de preservativos en la mochila de viaje que llevé conmigo al campamento, ¿la recuerdas? —Hunter asintió, tensando un poquito la mandíbula—. La dejé en el suelo de la entrada, junto a la puerta.
Me dio un último beso en la boca antes de levantarse de la cama, subirse los pantalones y salir de mi habitación para ir a buscar lo que necesitábamos al piso de abajo. Me incorporé hasta sentarme y miré la hora en el reloj digital sobre la mesita de noche. Por primera vez en mi vida, no me importaba llegar tarde a clases.
Cuando Hunter regresó, abrió la caja de condones con los dientes y se quedó con un paquetito, arrojando el resto sobre la cama. Se bajó los pantalones, más no se los quitó. Abrió el envoltorio y desenroscó el preservativo sobre su erección, que aún no había disminuido. Se me empezó a acelerar de nuevo el pulso y la respiración.
—¿Están bien esos? —pregunté, refiriéndome al tamaño.
Esbozó una media sonrisa.
—Servirán.
Sacarme el camisón de seda por la cabeza fue todo lo que necesité para desnudarme, puesto que no llevaba bragas. Sus ojos verdes se oscurecieron por la lujuria, deleitándose con cada curva de mi cuerpo. Se humedeció los labios, mirándome de arriba a abajo. La tensión sexual era tan intensa que me erizó los vellos de la nuca.
—Nena, ¿harías algo por mí? —Fijé la mirada en su rostro antes de asentir con la cabeza—. Date la vuelta.
Los latidos de mi corazón adquirieron un ritmo frenético. Sabía lo que Hunter quería hacer. Había visto a personas teniendo sexo en diferentes posiciones una vez en un video que Lexie nos mostró a Marisa, Lisa y a mí durante una de sus pijamadas. La idea de hacerlo dándole la espalda me avergonzaba, pero no me desagradó.
Tragué saliva, temblando por la excitación mientras me daba la vuelta.
—Dobla las rodillas, apoya el pecho sobre la cama y coloca las manos detrás de tu espalda.
Hice todo lo que me ordenó, esperando haber hecho un buen trabajo. Hunter se acercó despacio, apretó su erección contra mi trasero y comenzó a atarme las muñecas con algo. Giré la cabeza para ver lo que hacía.
—¿Qué estás...? —balbuceé, al tiempo que un rubor ardiente calentaba mis mejillas.
Me costaba creer que Hunter acabara de inmovilizarme los brazos detrás de la espalda utilizando la corbata de su uniforme. ¿Qué acaso se trataba de una retorcida fantasía suya? ¿Era realmente necesario que me atara las muñecas detrás de la espalda? Peor aún, ¿por qué el no poder moverme me estaba poniendo tan húmeda?
—Tienes un aspecto sumamente apetitoso en este momento, nena —declaró con voz ronca, manoseándome el culo con todo el descaro del mundo—. Quiero metértela como un maldito loco —continuó, frotando la punta de su erección sobre mi entrada. Mi cuerpo se estremeció de forma involuntaria por culpa del placer—. ¿Puedo?
La intensidad y el deseo que vi en sus ojos avivó una llama en mi interior, provocando algo parecido a un incendio forestal. Eché las caderas hacia atrás, instándolo a entrar. La punta de su miembro se deslizó dentro de mí con facilidad gracias a la gran cantidad de fluidos que mi cuerpo estaba produciendo. Hunter dejó escapar una bocanada de aire por la boca y, de un solo empujón, se hundió hasta el fondo, llenándome por completo.
Me agarró por la cintura mientras me penetraba con profundos y poderosos embistes, usando una fuerza verdaderamente descomunal, incluso para una bestia. Comencé a gemir en voz alta, excitándome con esa actitud agresiva que acostumbraba mostrar en la cama. Colocó una mano sobre mi nuca y presionó mi rostro contra la almohada, buscando amortiguar mis gritos los cuales estaba segura podían escucharse por todo el vecindario.
Detrás de mí, Hunter se estremeció y por primera vez, él se corrió primero.
—Joder... —siseó dolorosamente entre dientes, aunque no dejó de moverse.
Siguió arremetiéndome con sus caderas, meciéndose con fuerza una y otra vez hasta que yo también terminé corriéndome en torno a su dura e hinchada erección. Más de una vez intenté deshacerme del nudo que inmovilizaba mis muñecas, pero todos y cada uno de mis intentos fueron totalmente inútiles. El orgasmo se prologó un poco más de lo normal, por lo que no pude evitar tirar una vez más de la corbata, lastimando mi piel.
Respiré hondo contra la almohada, dándome cuenta de lo asombroso y adictivo que podía ser el sexo.
—¿Estás bien? —me preguntó, apartando mechones de cabello rubio de mi cara.
No quería imaginar el desastroso aspecto que seguro tenía en ese momento.
—Sí, yo... estoy bien —conseguí responder en cuanto logré recuperar el aliento.
Jadeé al notar que abandonaba mi cuerpo, dejándome con una extraña sensación de vacío. Después me desató las muñecas, arrojó lejos la corbata del uniforme y se acostó conmigo en la cama, besando mi frente.
—¿Te disgustó que te atara?
Lo abracé, enterré la nariz en su cuello y aspiré su olor a sudor con un sutil rastro de lavanda.
—No, pero...
—¿Pero...? —repitió, tensando los brazos que me rodeaban.
—¿Cómo se supone que voy a explicar esto? —solté, mirando las marcas rojas en la piel de mis muñecas.
Hunter respiró profundamente, presionando sus labios contra mi pelo.
—No tienes por qué darle explicaciones a nadie.
—Lo sé, pero la camisa del uniforme no me cubre las muñecas.
Se incorporó para mirar las marcas. Su expresión cambió al ver el color que habían adquirido.
—No volveré a hacerlo.
—¡No! —grité y luego cerré la boca, roja como una cereza—. Q-quiero decir... no.
—¿No, qué?
—No lo hagas.
—Ya no lo haré.
—¡No! —grité otra vez y me ruboricé más que antes—. No me refería a eso, a mí... a mí me gustó.
—Oh.
—No digas «Oh».
Se echó a reír con una sonrisa tirando de las comisuras de su boca. Su risa era un sonido tan fascinante y encantador qué las pocas veces que Hunter se reía me aseguraba de guardarla claramente en mi memoria.
—¿Puedo pedirte una favor, nena? —preguntó, besando las marcas en mis muñecas. Moví la cabeza para decir que sí, dispuesta a hacerlo en cualquier posición que él me pidiera—. ¿Crees que puedas cortarme el pelo?
Parpadeé varias veces, confundida.
—Bueno... jamás le he cortado el cabello a alguien. ¿Y si lo hago mal?
—No importa.
—¿Seguro?
—Sí,
—¿Y si te dejo calvo?
Vaciló un instante, reconsiderándolo.
—Bien, se lo pediré a Zoe entonces.
Mi sonrisa se esfumó ante la mención de ese nombre.
—Solo bromeaba, lo haré.
—Olvídalo, ya es tarde y tú aún no has comido.
—Dije que lo haré, te cortaré el pelo.
—Nena...
—Hunter, no me hagas repetirlo.
Me deslicé fuera de sus brazos, bajé de la cama y recogí su camiseta del suelo para ponérmela, feliz de que me cubría hasta la mitad de los muslos. Fui al baño para asearme, lavarme los dientes y cepillarme el cabello; tomé un peine y unas filosas tijeras plateadas con las que nunca había cortado otra cosa que no fuera papel.
El rostro de Hunter se contorsionó al verme regresar a la habitación.
—¿Qué haces ahí? Ven —lo llamé, pero él siguió sin mover un solo musculo. Me dio la impresión de estar en presencia de un niño que se negaba a recibir su castigo—. No voy a dejarte calvo, lo prometo.
—Dejémoslo para otro día.
—Hunter.
—Te daré quinientos dólares si te olvidas de ello.
—No quiero tú... espera, ¿por qué me estás usando mis métodos para convencer a las personas?
—Mil quinientos, en efectivo.
—Ven aquí ahora mismo.
Un suspiro lleno de arrepentimiento emergió desde lo más profundo de su garganta. Apartó las sábanas, se levantó de la cama y volvió a ponerse los pantalones sin los boxers. Me miró con un par de ojos cargados de recelo mientras se acercaba a mí para sentarse en la silla que había colocado dentro del cuarto de baño.
—Hablo en serio, nena. No tienes por qué...
—Quiero hacerlo —le rogué, haciendo un adorable puchero—. Por favor, déjame hacerlo, ¿sí?
Mis pucheros eran su debilidad; su talón de Aquiles.
—De acuerdo —aceptó finalmente, cerrando los ojos con resignación—. Que la fuerza me acompañe.
Me reí a la vez que preparaba su cabello, cepillando y dividiéndolo en varios mechones.
—¿Ahora tú también usas las mismas frases que Trevor? —inquirí para distraerlo.
—Es difícil no hacerlo.
—¿Te obligó a ver las películas de Star Wars?
Se encogió de hombros.
—No son tan malas —admitió—. Solo pretendo que no me gustan para molestarlo.
—¿Entonces si te gustan?
—Solo la última, que viene siendo la tercera en el orden cronológico.
—Jamás las he visto.
—No te pierdes de mucho.
Sus hombros se estremecieron y sus manos me agarraron de la cintura cuando empecé a cortar.
—Relájate, lo haré bien —insistí, confiando en mis habilidades—. ¿Qué tan corto lo vas a querer?
—¿No acabas ya de cortarlo?
—Solo fueron las puntas.
Soltó el aire de forma lenta y profunda.
—No lo sé. —Volví a usar las tijeras—. Solo las puntas, supongo.
Me quedé quieta, mordiéndome el labio.
—¿Y si te dijera que ya corté más de las puntas? —Me lanzó una mirada de advertencia para que me detuviera, pero pretendí no darme cuenta y retomé lo que estaba haciendo con su cabello—. ¿Sabías que el hígado es el órgano de mayor tamaño dentro del cuerpo? —No respondió—. Yo tampoco, me lo dijo Trevor el otro día.
Su silencio no tardó en hacerme sentir escalofríos. Me incliné hacia adelante y le di un beso en la boca.
—No te enfades, sé lo que estoy haciendo.
—Eso espero.
—¿Puedo cortarlo un poquito más?
—Ellie... —suspiró y cerró de nuevo los ojos.
—Se te verá bien, confía en mí.
Volví a utilizar las tijeras, cortando solo lo necesario. Le pasé los dedos por el pelo, acomodándoselo de una manera diferente. Hunter tenía el cabello ligeramente ondulado. Sin embargo, mientras más lo cortaba, más se le rizaba en las puntas. El resultado me gustó tanto que sentí la confianza necesaria para seguir adelante.
—Vas a quedar muy guapo —le hice saber—. Más de lo que ya eres.
Pensé que mis palabras lo animarían, pero fue como si no me escuchara.
—Solo no lo cortes demasiado —habló con un tono áspero, abriendo y cerrando los puños encima de sus muslos. Exhaló el aire despacio, con la mandíbula más tensa que nunca—. No quiero verme igual que mi padre.
Mi corazón se encogió al entender la razón de su preocupación.
—Ya he terminado —anuncié, dando un paso atrás para apreciar el resultado final—. ¿Qué opinas?
Hunter abrió los ojos y se miró al espejo con desinterés, como si no le importara mucho su apariencia. Yo por mi parte, no podía dejar de mirarle. Si antes ya era un chico bastante atractivo, ahora con el cabello más corto parecía sacado de una película de seres sobrenaturales como vampiros u hombres lobo. Era como mirar a ese bello ángel destructor que una vez fue el favorito de dios, el mismo que había sido desterrado de los cielos.
—No está mal. —Se levantó de la silla—. Limpiaré el suelo y después te prepararé algo de comer.
—Pensé que no sabías cocinar.
Resopló ofendido.
—Sé cocinar.
—Lo creeré hasta que lo vea.
Minutos más, me senté en un taburete frente la barra de la cocina mientras veía a Hunter preparar una famosa «tortilla española». Cortó cebolla y patatas en feos trozos sin sufrir ningún tipo de accidente mientras usaba el cuchillo más afilado que encontró, y después arrojó todo en una sartén para que se cocinara a fuego lento. Quebró los huevos con una sola mano y los batió perezosamente antes de agregar la mezcla a la sartén.
Era la primera vez que alguien además de mí usaba la cocina. La felicidad que sentía en ese momento no podía compararse con nada. Si alguien me hubiese dicho que un día el chico que hacía temblar de miedo a todos en el instituto terminaría preparándome el desayuno medio desnudo a las siete y media de la mañana, me habría reído en su cara. Pero ahí estaba él, con un nuevo corte de cabello, intentando voltear lo que había en la sartén.
—No me hago responsable de lo que pueda suceder.
—¿Eh?
Brinqué del taburete en el que estaba sentada cuando vi a Hunter sostener la sartén por el mango para darle la vuelta a la tortilla española en la que había estado trabajando. Mi boca se abrió para exclamar un: «¡Oh, no!». Parte de la tortilla se esparció por el suelo, desperdiciándose. Lo miré a la cara con los ojos filosísimos.
—Bueno, lo intenté —dijo él sin más, conformándose con lo que sobrevivió en la sartén.
—¿Por qué hiciste eso?
—Aún se puede comer, recuerda la regla de los cinco segundos.
—¡No vamos a comer algo que ha estado en el suelo!
—Está limpio, ¿no?
—Hunter...
—Estoy bromeando. —Se acercó para darme a probar su creación culinaria—. Abre la boca.
—Tú te encargarás de limpiar el desastre que hiciste.
—Sí, sí, abre la boca.
—No puedes desperdiciar así la comida.
—Abre la boca.
—¿Por qué tenías que...?
Lanzó el tenedor a la sartén, me agarró bruscamente por la nuca y me besó con desesperación, metiéndome la lengua dentro de la boca. Suspiré, más no me aparté. Dejé que mis labios se movieran en perfecta sintonía con los suyos y deslicé mis dedos por su nuevo corte de cabello, tirando de él con suavidad, arrancándole un gemido.
—Me gusta verte con mi camiseta puesta —siseó sin aliento, mordiendo el labio inferior. Posó las manos en mis muslos, acariciando mi piel hasta alcanzar el dobladillo de la prenda—. Pero me gusta más verte sin ella.
—Se va a enfriar el desayuno...
—A la mierda la tortilla, te llevaré a comer a otro sitio. —Me levantó y me sentó sobre la barra de la cocina, separando mis rodillas para hacerse un espacio entre ellas—. Necesito follarte encima de la mesa, seré rápido.
—Pero... —susurré, quedándome sin excusas.
Hunter enterró la nariz en mi cuello, mordiendo mi piel justo donde mí más me gustaba. Noté un latido delicioso en el interior de mi zona intima que se encargó de humedecer las bragas limpias que me había puesto antes de bajar. Respiré hondo al sentir sus dedos sobre mi clítoris. Mi mente se nubló y la comida desperdiciada en el suelo dejó de importarme. Lo único en lo que podía pensar era en nosotros haciéndolo encima de la mesa.
Jadeé su nombre en voz alta. Hunter gruñó en respuesta. Ninguno de los dos escuchó el sonido que emitía el sistema de seguridad de la casa al ser desactivado. Simplemente percibimos el suave eco de unas voces que provenían de la entrada, cerca del pasillo. Me dije a mi misma que debía tratarse de mi propia imaginación jugándonos una mala broma. Nadie más excepto yo vivía en esa casa. Tanto mi madre como mi padre estaban...
Horrorizada, empujé a Hunter por el pecho.
—¿Qué demo...?
—¡Es mi padre!
—¿Tu padre?
—¡Sí!
—¿Y?
—¡Si te ve aquí va a matarme!
La situación era terrible, sobre todo porque Hunter no estaba usando nada más que los pantalones. No es que me quejara. Me gustaba tener una vista completa de su cuerpo compuesto por líneas de músculos.
—¿Y? —repitió, esta vez con una sonrisita maliciosa dibujándose en sus labios.
—¡No estás usando una camiseta!
—Tú la traes puesta.
Mi rostro enrojeció con violencia.
—Tienes que irte ahora mismo —balbuceé de forma histérica, saltando fuera de la barra. Mis nervios se incrementaron al escuchar pasos acercándose a la cocina—. ¡La ventana! ¡Sal por la ventana!
—¿Estás hablando en serio?
—¡Sí! ¡Sal ahora mismo por la ventana!
Pero ya era muy tarde. Mi padre y Francis, su asistente personal, hicieron acto de presencia, mirándonos a Hunter y a mí con las cejas muy levantadas. Tenía mucho sin ver mi padre, tenía ganas de correr y abrazarle.
—¿Puedes explicarme qué está sucediendo aquí, Ellie? —interrogó muy serio.
—Yo...
Hunter dio un paso al frente y le ofreció una mano a mi padre.
—Mi nombre es Hunter Cross Presley, soy el novio de Ellie.
Mi padre encaró una de sus rubias cejas con desdén.
—¿Qué pasó con Christopher?
—Ya es historia antigua.
Mi padre frunció el entrecejo.
—Tienes un rostro que me resulta bastante familiar.
—Soy el hijo menor de Robert Presley, el director de Bicentenary High School.
—Ya veo. Dime, ¿por qué no estás usando una camiseta?
—Hace calor.
—¿Así que decidiste no usar una?
—Es correcto.
—Veo que tienes muchos tatuajes.
—Me los hice en prisión.
—¡Está bromeando! —interviene de inmediato, situándome entre ambos—. Papá, él es Hunter.
—Lo sé, acaba de decírmelo.
El rubor de mis mejillas se intensificó.
—Sí, bueno, verás... esto no es lo que parece. —Mi padre e incluso Frances encararon una ceja al mismo tiempo—. Bueno... no es que no sea lo que parece, es solo que... yo... no sabía que volverías a Seattle justo hoy...
—Me doy cuenta.
—Papá...
—¿Le importaría dejarme a solas con mi hija, joven Presley?
—Cross —lo corrigió Hunter—. No me gusta «Presley».
—Hunter —dije yo entre dientes.
Nos brindó una sonrisa entre educada y arrogante.
—Bien, ya me iba de todas formas —anunció el idiota, dirigiéndose a la salida sin camiseta. No esperaba que, al pasar junto a mi padre, le daría una palmadita en el hombro—. No se preocupe, viejo. Usamos protección.
A punto de sufrir un ataque de nervios, me vi obligada a empujar a Hunter con todas mis fuerzas para sacarlo fuera de la cocina. Lo último que vi fue su tonta sonrisa. Mi padre, por otro lado, no parecía feliz.
—Él siempre hace ese tipo de bromas, nosotros no...
—¿Al menos dijo la verdad? —preguntó mi padre—. ¿Usaron protección?
—Papá...
—¿Es hijo del director de tu escuela?
—Sí,
—¿Es cierto que ha estado en prisión?
—No, fue una broma de mal gusto.
Se acarició la barbilla, mostrándose confundido.
—Supongo que ya estás en edad para estar con chicos.
—No era mi intención que...
—Francis, ¿a qué edad comenzaste a ser sexualmente activa?
—¡Papá! —pronuncié avergonzada.
—A los dieciséis —respondió Francis, sin levantar la vista de su tablet.
Mi padre volvió a fijar sus ojos en mí.
—¿Cuántos años tienes, princesa?
—Diecisiete, este año cumplo dieciocho.
—Vaya, ¿en serio? Que rápido pasa el tiempo.
Esbocé una sonrisa, me acerqué a él y lo rodeé con mis brazos.
—Te extrañé.
Me devolvió el gesto con ternura y cariño.
—Y yo a ti —respondió—. ¿Qué tal han estado las cosas por acá?
—Extrañas —admití, alzando la cabeza—. Tengo muchas cosas que contarte, ¿qué te parece si...?
—Señor Russell, tengo al señor Gray en la línea —irrumpió Francis, tendiéndole un celular.
—¿Gray? —repitió y luego sonrió, llevándose el teléfono a la oreja—. ¡Amigo!
Miré a Francis, la hermosa asistente personal de mi padre, y me acerqué a ella para darle un abrazo.
—Señorita Russell, el chico sin camiseta de hace un momento le dejó un mensaje —me informó mientras me abrazaba de vuelta, por poco dejando caer la tablet que llevaba consigo a todos lados.
—¿Un mensaje?
—Sí, dijo que le devolviera su camiseta esta noche.
El calor regresó a mis mejillas.
—Francis, ¿tengo tiempo libre hoy a las ocho? —exclamó mi padre desde el refrigerador.
—Ocho y media.
—¿Te parece bien a las ocho y media? —le preguntó al padre de Christopher, con quien estaba hablando por teléfono—. Estupendo, a mi hija y a mí nos encantará cenar con todos ustedes.
—En realidad, pensé que quizás podríamos...
—Perfecto, nos vemos en el West House a esa hora.
Suspiré, las cosas no podía ir de mal en peor.
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