Capítulo 31 | Flores favoritas
Después de que Hunter me dejara sola en la cabaña, me levanté de la cama para asearme, ponerme algo de ropa y lavar la sangre de las sábanas en un rincón del cuarto de baño. Lágrimas calientes rodaron por mis mejillas mientras tallaba con fuerza las manchas rojas que, por más que las frotara, se negaban a desaparecer.
Al final me frustré tanto que las eché en una bolsa negra de plástico, me sequé las lágrimas con el dorso de la mano y salí de la cabaña para tirarlas en el enorme contenedor de basura ubicado cerca de la Casa Principal.
El cielo oscuro seguía iluminándose de colores brillantes, pero me sentía tan cansada y triste que no tuve ningún interés por ponerme a mirar los fuegos artificiales. En su lugar, recorrí el sendero de piedra lo más rápido que pude para poder volver a la cabaña, acurrucarme en mi cama y seguir llorando hasta quedarme dormida. No esperaba que, en el camino de regreso, encontraría a una persona merodeando frente al porche de la entrada.
Mi corazón se detuvo un instante creyendo que podría tratarse de Hunter y una parte de mí se emocionó al pensar quizás había regresado para disculparse conmigo por las duras palabras que me había dicho. Sin embargo, la persona en el porche no era tan alta como él y la complexión de su cuerpo también era muy diferente.
—¿Josh? —murmuré, deteniéndome a unos metros de la cabaña—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Josh Crawford se volvió hacia mí con una exagerada sonrisa en los labios. A veces olvidaba lo guapo que era, aunque su personalidad dejaba mucho que desear. Por fuera era todo sonrisas y encanto, pero por dentro era todo lo contrario. Le gustaba jugar con los corazones de las chicas mientras que su pasatiempo favorito consistía en molestar a los chicos que eran más débiles que él.
—Ahí estás, te estaba buscando —respondió, arrastrando juguetonamente las palabras.
Hice una mueca.
—¿Estás borracho?
—Algo, no mucho.
—¿De dónde obtuviste el alcohol? ¿Cómo es que...? —suspiré. No estaba de humor para tratar con borrachos, mucho menos con uno que en algún momento me llamó «pequeña zorra»—. Olvídalo, no me interesa.
Tambaleándose, Josh se acercó a mí.
—No deberías desaparecer así...
—Y tú no deberías estar aquí —repliqué, cruzando los brazos—. Si no te vas ahora, llamaré a alguien.
—... podrías causarme muchos problemas.
—Josh.
—¿Sigues enojada conmigo por lo que pasó la última vez? —preguntó, riéndose con un resoplido entre dientes. No respondí. No hacía falta que lo hiciera—. Oh, vamos. Yo te insulté, pero tú me diste un puñetazo.
—Vete antes de que llame a alguien —repetí, alzando la voz.
Él siguió acercándose hasta detenerse justo frente a mí. Josh era más bajo que Hunter, pero aun así seguía siendo más alto que yo. Se inclinó hacia delante y sonrió despectivamente. Su aliento olía a alcohol barato.
De pronto, una corriente de aire fresco me puso la piel de gallina La villa entera estaba vacía, los demás estaban en la fogata mirando el espectáculo de fuegos artificiales junto al lago. Josh y yo éramos los únicos ahí.
—¿Dónde está tú novio? —inquirió con cierto desdén—. ¿Estabas con él? ¿Por eso no fuiste a la fogata?
Respiré hondo, ignorando sus insinuaciones.
—No es asunto tuyo.
Bajó la mirada por cuerpo, sonriendo de una manera que me hizo sentir realmente incómoda.
—Sabes, yo podría... —comenzó, estirando una mano para intentar tocarme.
En ese momento, recordé un movimiento de autodefensa que Hunter me había enseñado en una de sus clases. Antes de que Josh lograra entrar en contacto con cualquier parte de mi cuerpo, agarré su muñeca con una mano y flexioné sus dedos hacia atrás con la otra. Soltó un gritó y el dolor lo obligó a postrarse en el suelo.
—¡¿Estás loca?! ¡¿Qué diablos te pasa?!
Después de neutralizado, solté su muñeca y lo rodeé para subir las escaleras del porche.
—Vete, esta es mi última advertencia —exclamé, pero Josh siguió quejándose por el dolor con una rodilla en el suelo—. Dejaré pasar esto sólo porque estás ebrio —agregué—. La próxima vez no tendrás tanta suerte.
Sus labios se curvearon en una sonrisa cínica.
—Lo mismo digo, Ellie —repuso con un tono más tranquilo, levantándose despacio del suelo mientras se apretaba la mano herida contra el pecho—. La próxima vez serás tú quien no tendrá tanta suerte.
Me quedé en el porche hasta verle desaparecer por el sendero. El corazón me retumbaba en el pecho, pero hice lo posible por calmar mi respiración. Josh estaba borracho, por esa razón había ido a molestarme. Si lo reportaba con la señorita Ruperta, estaba segura de que me haría preguntas sobre por qué no había asistido al espectáculo de fuegos artificiales. No podía arriesgarme a que descubrieran lo que Hunter y yo habíamos hecho.
Solté el aire, entré a la cabaña y cerré la puerta.
Lisa y las otras dos chicas con las que compartíamos la cabaña regresaron dos horas después. Para entonces, yo ya estaba acostada en mi cama, con sábanas limpias cubriéndome hasta la barbilla, fingiendo estar profundamente dormida. Las escuché charlar en voz baja durante un rato, intentando no despertarme. Luego, cuando apagaron las luces para irse a dormir, sentí la presencia de una persona acercándose a mi cama.
—¿Estás dormida? —susurró alguien, se trataba de Lisa. Emití una especie de gemido para hacerle saber que no estaba del todo dormida todavía—. ¿Puedo dormir contigo esta noche?
Me desplacé hacia un lado para hacerle algo de espacio en la pequeña cama individual.
—Hoy fue la mejor noche de mi vida —murmuró bajito, soltando una risita nerviosa mientras se acostaba cuidadosamente a mi lado—. Me le declaré a Trevor durante el espectáculo de fuegos artificiales.
Abrí los ojos para mirarla.
—¿En serio? ¿Qué respondió?
Se acercó hasta pegar su frente y nariz con la mía.
—Vomitó.
—¿Qué? —Fruncí el ceño—. ¿Por qué?
Lisa volvió a reírse.
—Acababa de comerse su tercer hamburguesa cuando le confesé mis sentimientos —explicó—. Me miró con los ojos muy abiertos, sus mejillas estaban más rojas que nunca. Entonces, abrió la boca y vomitó. Fue tan lindo.
Me eché a reír con ella.
—¿Te pareció lindo que vomitara?
—Sí... todo en él me parece lindo, incluso su vómito. —Suspiró—. Cada vez que lo veo me dan ganas de morder sus mejillas. Una vez soñé que le untaba chocolate por todo el cuerpo y me lo comía con un pan. ¿No crees que es extraño? A veces pienso que quizás me hizo alguna especie de trabajo, ¿sabes? Como brujería o vudú.
—Bueno...
—Jamás había sentido esto por un chico —continuó, enredando sus piernas con las mías por debajo de las sábanas—. Con él puedo hablar de Harry Potter tanto como quiera y jamás me ha dicho que me calle. No como Ethan, ¿recuerdas cuando salí con él el año pasado? Terminó conmigo porque le molestó que siempre hablara de lo mismo. Oh, y cuando salí con Dan, él me dijo que Harry Potter era para niños y que debía madurar.
Puse mala cara.
—Los dos son unos asquerosos sangre sucia.
Mi manera de insultarlos la hizo sonreír de nuevo.
—Sí, lo son. —Se pegó más a mí—. Pero bueno, yo ya hablé demasiado. Ahora te toca a ti.
—Espera, al final no me dijiste que te respondió Trevor.
Esbozó una enorme sonrisa.
—Aceptó llamarse Trevor Blondeau Frost cuando nos casemos.
Volví a soltar una risa silenciosa para no molestar a las otras chicas.
—Muy bien, felicidades —le dije, contagiándome con su sonrisa.
—¿Qué hay de ti? —preguntó curiosa—. ¿Cómo te fue en el «ñiqui ñiqui» con Hunter?
No pude evitar tensarme al escuchar su nombre. Me mordí el interior de la mejilla con fuerza en un intento desesperado por contener las lágrimas que de inmediato comenzaron a nublarme la vista. Lisa frunció el ceño al darse cuenta y levantó una mano para acomodarme un mechón de cabello rubio detrás de la oreja.
—¿Los interrumpieron otra vez? ¿Alguien los vio?
Meneé la cabeza para decir que no.
—No, no es eso. Nosotros... nosotros lo hicimos, pero...
Mientras tartamudeaba, unos lagrimones enormes fluyeron por mis mejillas.
—¿Pero qué? ¿Qué pasó? ¿No lo disfrutaste? ¿No te gustó? ¿Te hizo daño?
Meneé una vez más cabeza.
—Me gustó —confesé, con apenas un hilo de voz—. Me gustó mucho...
Ella parpadeó, confundida.
—Entonces, ¿por qué lloras? —insistió con suavidad, secándome las lágrimas con los dedos.
Hice una pausa para tragar saliva. Odiaba hablar mientras lloraba.
—Él... él se enfadó conmigo cuando le dije que era virgen... —sollocé, me temblaba mucho la barbilla—. Me dijo que... me dijo que si hubiera sabido que yo era virgen él jamás... jamás se habría acostado conmigo...
—¿Qué? —exclamó Lisa, arrugando las cejas—. ¿Hunter te dijo eso? —Asentí con la cabeza—. Que extraño, por lo general suele ser al revés. —Hizo una mueca—. Mira, sé que lo que voy a decir es una estupidez, pero he oído que hay chicos a los que les gusta que la chica sea virgen porque significa que ellos van a ser los primeros, así como también hay chicos que prefieren que no lo sean para que tengan más experiencia a la hora de hacerlo.
Lisa tenía razón, aquello era una estupidez.
—¿Significa que le molestó que no tuviera suficiente experiencia? —murmuré, enfadándome con él.
—Espera, espera, no saquemos conclusiones apresuradas. —Me cepilló el cabello como a una niña pequeña—. Primero dime una cosa, ¿mientras lo hacías con Hunter, sentiste que él también lo estaba disfrutando?
—Sí —respondí sin ningún tipo de duda.
Quizás ese idiota se había enfadado conmigo, pero de que lo había disfrutado, lo había disfrutado.
—¿Se vino?
Sentí que se me calentaban las mejillas.
—Sí.
—¿Qué me dices de ti? ¿También te corriste?
La facilidad con la que Lisa hablaba de esas cosas me hacía sentir más en confianza.
—Sí —admití en voz baja—. Dos veces.
Mi respuesta la hizo sonreír con picardía.
—Chica afortunada —se rio al notar mi rubor—. ¿Cuándo le dijiste que eras virgen? ¿Al inicio o al final?
Me aclaré la garganta.
—Al final.
Entornó los ojos mientras pensaba en ello un momento.
—No creo que se haya molestado porque no tuvieras suficiente experiencia —dijo al cabo de unos minutos—. Más bien, sospecho que se molestó por otra cosa. —Hizo otra pausa—. Por casualidad... ¿fue muy rudo contigo?
—Sí —me apresuré a responder—. Me gritó y luego me dejó sola en la cabaña.
—No, no me refiero a eso. —Volvió a reírse—. Me refiero a que si fue rudo contigo en la cama.
—Oh. —Se me calentaron aún más las mejillas—. Mmm...
—¿Eso es un sí? —Tiré de la sábana para cubrirme hasta la nariz—. Vale, eso es un sí.
—¿Por qué preguntas eso? —pregunté, esforzándome por ocultar mi propia vergüenza.
Lisa se encogió de hombros.
—Esto es solo una suposición, ¿vale? Pero creo que es posible que en realidad Hunter se haya enfadado consigo mismo por haber sido muy rudo contigo en tu primera vez.
Puse mala cara.
—Pues a mí me gustó —refunfuñé, enfadándome de nuevo—. Me gusta cuando es rudo conmigo.
Ella ahogó una especie de gritito.
—Dime cómo fue dormir con él, Ellie. Necesito todos los detalles.
—No, ya es tarde. Tenemos que dormir. —Cerré los ojos—. Buenas noches.
—¡Ellie!
Me reí silenciosamente.
—Te lo contaré todo mañana, ¿de acuerdo? En el autobús.
—Bien, más te vale no omitir los detalles jugosos —resopló con una actitud resignada
—No lo haré.
Volvió a adherirse a mí como la cría de un oso koala.
—¿Qué harás mañana cuando lo veas? —preguntó, pasados unos minutos.
—Nada —contesté—. Esperaré a que se disculpe conmigo.
—¿Y luego...?
—Terminaré con él.
—¡¿Qué?! —chilló en voz alta, provocando que las otras dos chicas se quejaran y nos mandaran a callar—. Perdón, perdón —se disculpó con ellas antes de volver a susurrar para que solo yo pudiese escucharla—. ¿Por qué?
Abrí los ojos para mirarle de nuevo.
—Me gritó, Lisa. Y después me dejo sola.
Ella se mordió el labio con una actitud sospechosa, parecía estar ocultando algo.
—P-pero...
—¿Pero qué? —exigí saber, estudiando su rostro—. Tú sabes algo, ¿no es así? Dilo ya.
Soltó un suspiro nervioso.
—Una vez Trevor me dijo que Hunter es una persona bastante voluble —comenzó, jugueteando con el borde de las sábanas—. Dijo que tiene cambios de humor repentinos y que a veces le cuesta mucho controlarse.
Escuchar eso despertó por completo mi interés.
—¿En serio? ¿Qué más te dijo de él?
Movió negativamente la cabeza.
—Eso fue todo —repuso—. Cuando intenté obtener más información, Trevor cambió de tema.
Por alguna razón, sus palabras me hicieron recordar la conversación que tuve con Hunter el día de la fiesta de Lexie, en el estacionamiento del 7-Eleven. Él me había dicho que su padre padecía de algo llamado «trastorno límite de la personalidad» que le generaba fuertes cambios de humor y ataques de ira muy violentos. De pronto, recordé también la expresión que había visto en su rostro el día que lo vi pelear en la arena subterránea hasta casi matar a un chico a golpes. Recordé sus ojos llenos de rabia y la sonrisa que habían exhibido sus labios.
¿Y si Hunter padecía el mismo trastorno que su padre?
—¿Ellie? —murmuró Lisa, arrancándome de mis pensamientos.
Parpadeé varias veces, notando un cosquilleo en el cuero cabelludo.
—Lo siento, Lisa. Estoy un poco cansada —me excusé—. ¿Podemos seguir hablando de esto mañana?
—Seguro —aceptó con una sonrisa—. Buenas noches, Ellie.
—Buenas noches —le dije.
♡
El domingo desperté sintiéndome como si hubiese sido arrollada por un tanque de guerra o algo así. Me dolía todo el cuerpo, sobre todo la cintura, las caderas y las piernas. Además, notaba una especie de escozor en la entrepierna que dolía cuando apretaba los muslos. Era incómodo, pero también agradable. Cada vez que sentía ese dolorcito, recordaba la noche de ayer, ocasionando que el interior de mi vientre se tensara deliciosamente.
Tragué saliva, sacudí la cabeza y me obligué a no pensar más en eso.
A las siete y media de la mañana, me reuní con los otros coordinadores para realizar la asignación de tareas que estaríamos llevando a cabo antes de nuestro viaje de regreso a casa. En seguida tuve la idea de ofrecerme como voluntaria para ayudar a los chicos a subir las maletas al autobús; un trabajo que, sin duda, me mantendría apartada de la multitud de estudiantes. Estaba haciendo hasta lo imposible por evitar encontrarme con Hunter.
Fue después del desayuno que se les ordenó a los alumnos subir a los autobuses.
Le pedí a Lisa que me separara un asiento junto a ella, de ser posible, lo más alejado de Hunter, a lo que ella aceptó sin protestar. No obstante, subir y guardar las maletas resultó ser un trabajo mucho más difícil de lo que había imaginado. Moverme era doloroso, en especial cuando tenía que agacharme para recoger las maletas. Por supuesto, mis muecas de dolor no pasaron desapercibidas para los demás. Christopher no tardó en acercarse.
—¿Estás bien, Ellie? ¿Te duele algo?
Exhalé una bocanada de aire por la boca mientras me limpiaba el sudor de la frente.
—Estoy bien... solo estoy un poco cansada porque ayer tuve que llevar a Lexie en mi espalda después de que ella se torciera el tobillo en el bosque —mentí. Ciertamente, no había mejor excusa que esa.
Christopher asintió con la cabeza, creyéndose mis palabras.
—No hace falta que te esfuerces, siéntate y descansa. Nosotros nos encargaremos del resto.
Ethan y Gilbert estuvieron de acuerdo con él.
Nos tomó menos de tres horas regresar al instituto. Los autobuses se detuvieron en el estacionamiento de enfrente y los alumnos comenzaron a descender de uno en uno. Una vez más, hice de todo por mantenerme apartada del resto. Ayudé a bajar las maletas (o podría decirse que lo intenté), y luego insistí en acompañar a la señorita Ruperta al interior del edificio para ayudarle a organizar todo el papeleo sobre los gastos del viaje.
Cuarenta minutos más tarde, regresé al estacionamiento sintiéndome más adolorida que antes.
Un aleteo nervioso brotó dentro de mi pecho cuando divisé la camioneta negra de Hunter aparcada en el mismo sitio de la última vez. Di por hecho que él aún andaba por ahí, pero no me molesté en buscarlo. En su lugar, tomé el asa rota de mi maleta fucsia, me colgué la mochila de viaje y pedí un taxi desde mi teléfono celular.
No iba a ceder tan fácilmente.
Cuando llegué a casa, dejé mi equipaje junto a la entrada y me dirigí al despacho de mi padre para revisar la contestadora. Pensé que quizás tendría algún mensaje de Francis para informarme sobre la llegada de mi padre a Seattle o sobre la cena que según Christopher tendríamos mañana con los Gray, pero el buzón estaba vacío.
La decepción y la tristeza me hicieron sonreír con melancolía.
—Estoy tan cansada... —suspiré en voz baja, riéndome de mí misma.
Me quedé sentada en el despacho de mi padre hasta que comencé a sentir hambre. Consideré la idea de saltarme la comida, pero no quería perder más peso. La ropa de mi armario comenzaba a quedarme grande, incluso las tallas más pequeñas. Si seguía yendo por ese camino, lo único que iba a conseguir era enfermarme.
Suspiré, fui a la cocina y tomé el libro de recetas de mi abuela para preparar su estofado favorito.
Cocinar era tan relajante que no tardé en olvidar todo lo relacionado con mi padre y su trabajo. Recordar a mi abuela y preparar lo que una vez fueron sus comidas favoritas eran como una especie de terapia para mí.
No había un solo día que no la extrañara.
Antes de que pudiera sentarme a comer, escuché unos golpes sonoros en la puerta de la entrada. Dejé los cubiertos junto a mi plato de estofado con carne y fui a ver de quién se trataba. Cuando miré por la mirilla, me sorprendió ver a Hunter de pie en el porche de mi casa, cubriéndose el rostro con un ramo de tulipanes rosas.
Los tulipanes rosas eran mis flores favoritas.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté de manera cortante en cuanto abrí la puerta.
Hunter bajó las flores para poder mirarme a la cara.
—Vine a disculparme.
Encaré una ceja con desdén.
—¿Por qué? ¿Por comportarte como un imbécil conmigo anoche?
Yo no acostumbraba decir groserías, pero estaba tan enfadada con él que el insulto salió de mí. Hunter también se dio cuenta, de modo que no logró ocultar su media sonrisa cuando me escuchó llamarlo «imbécil».
—Sí, por eso exactamente.
Miré su rostro, después los tulipanes rosas y luego una vez más su rostro.
—Pues no acepto tus disculpas —espeté, cerrándole la puerta en las narices.
Esperaba que eso le diera una lección.
—¿Puedo saber la razón? —preguntó desde afuera.
Solté un resoplido.
—¿En serio necesitas que te lo diga?
—Nena...
—Vete, no quiero verte ni hablar contigo.
—Ya estamos hablando.
—Hunter... —siseé entre dientes, a punto de amenazarlo con llamar a la policía.
—¿Ya comiste? —preguntó de pronto, desconcertándome.
Crucé los brazos sobre mi pecho.
—No, estaba a punto de hacerlo cuando tú llamaste a mi puerta.
—Oh. —Lo escuché golpearse la cabeza con algo—. Ve a comer entonces, yo te esperaré aquí.
—No pienso abrirte, Hunter. Lo mejor será que te vayas.
—No pienso irme hasta que me abras.
Respiré hondo por la nariz, esforzándome por no escupir un nuevo insulto.
—Bien, quédate ahí todo lo que quieras. No me importa.
—Bien.
Regresé a la cocina pisando fuerte, tomé asiento frente a mi lugar en la mesa y me metí una gran cucharada de estofado de res a la boca. La carne y las verduras aún estaban calientes, por lo que terminé quemándome la lengua. Mientras esperaba a que el estofado se enfriara un poco, miré la cazuela humeante sobre la estufa.
Sin darme cuenta, había preparado estofado para dos personas.
—¿Hunter? —exclamé tras volver a la entrada, llamándolo a través de la puerta cerrada.
—¿Hm?
—¿Tú ya comiste?
—No, esperaba comer algo contigo —respondió, sonaba bastante tranquilo—. ¿Quieres ir a...?
Lo dejé hablando solo para regresar una vez más a la cocina. Serví todo lo que quedaba de estofado en un plato hondo, preparé un set de cubiertos en una servilleta de tela y volví a la entrada para abrir la puerta. Hunter, que se había sentado en las escaleras del porche con las flores en mano, se levantó como un rayo al verme salir.
—Ten —le dije, entregándole el estofado de res—. Cómelo mientras aún está caliente.
Su rostro adoptó una expresión extraña.
—Ellie... —comenzó.
Me di la vuelta, entré a mi casa y cerré la puerta.
—Nena, olvidaste algo —murmuró casi enseguida.
—¿Qué cosa? —inquirí, pero él no respondió.
Cuando abrí de nuevo la puerta, Hunter me entregó el ramo de tulipanes rosas.
—Son para ti.
Un hormigueo cálido inundó lentamente el interior de mi pecho. Conocía muy bien esa sensación, estaba a punto de perdonarlo. No era sencillo estar enfadada con él. Me mordí el labio, tomé las flores y cerré la puerta. Sin embargo, en vez de volver a la cocina, fui por mi plato de estofado y me senté en el suelo frente a la puerta.
—¿Cómo supiste que los tulipanes rosas son mis flores favoritas? —pregunté luego de unos cuantos bocados.
Hunter pareció acercarse para sentarse también frente a la puerta.
—Me lo dijo tu amiga, esa que nunca se calla.
—Su nombre es Lisa.
—Lisa —repitió, y casi puse sentir su sonrisa de «ya lo sabía».
—¿Dónde las conseguiste?
—Si te lo digo, ¿prometes no enojarte conmigo?
—Ya estoy enojada contigo —le recordé.
—Buen punto.
—¿Y bien?
Escuché que suspiraba.
—Las tomé prestadas de un jardín.
Dejé una cucharada de estofado suspendida entre mi boca y el plato.
—¡¿Las robaste?!
—No, no las robé. Las tomé prestadas.
—Dios mío, Hunter, eres tan...
—¿Te gustaron?
—... idiota.
—¿No te gustaron? —insistió.
Exhalé una bocanada de aire por la boca de manera ruidosa, esperando que él escuchara.
—No, sí me gustaron —repliqué hoscamente—. Pero no quiero que vuelvas a tomar flores «prestadas» de un jardín que no es tuyo.
—Bien.
—Hablo en serio.
—Sí, está bien. —Nos quedamos en silencio durante un largo rato—. Entonces... ¿me dejas entrar ahora?
—No.
—Nena... está empezando a enfriar y no traje mi chamarra.
Vacilé, pero me mantuve firme. No iba a dar el brazo a torcer.
—Es una lástima. Si tienes frío, tendrás que irte a casa.
—No me iré —espetó con voz clara, enfadándose—. Lo siento, ¿vale? Me comporté como un imbécil.
Se me escapó un bufido.
—Admitirlo no basta.
—¿Qué quieres que haga?
—Quiero que te vayas.
—Puedo hacer cualquier cosa, excepto eso.
—¿Por qué estás siendo tan terco? —rezongué.
No respondió de inmediato, se tomó su tiempo para pensarlo.
—Porque sé que hice mal, sé que lo arruiné todo anoche. —Suspiró, como si le costara decir eso. Una imagen de él pasándose las manos por el pelo se creó en mi mente—. Quiero enmendarlo —continuó—. Déjame enmendarlo.
Dejé caer los hombros, encogiéndome en mi lugar.
—Me gritaste —le recordé, mordiéndome el labio para no llorar.
—Lo sé, lo siento.
—Me dejaste sola en la cabaña.
—Lo sé, lo siento.
—No puedes solo venir a mi casa con unas flores robadas, decir «lo sé, lo siento» y esperar que yo te perdone.
—Lo sé —pronunció despacio, odiándose por volver a usar las mismas palabras—. Lo siento.
Una risa débil brotó de mi garganta.
—Eres un idiota —murmuré, levantándome del suelo—. Vete a casa, Hunter. Hoy quiero estar sola.
No dijo nada, y yo no me quedé a esperar una respuesta. Dejé mi plato ya vacío sobre el fregadero, subí las escaleras al segundo piso y me encerré en mi habitación, acurrucándome entre las sábanas. Me sentía tan cansada tanto física como mentalmente que, de ser posible, me habría gustado dormir para no despertar jamás.
♡
Desperté cinco horas más tarde, jadeando en busca de oxígeno, con el corazón acelerado por culpa de una pesadilla. Temblando de manera violenta, me aferré a las sábanas de mi cama y me cubrí el rostro con ellas.
En mi sueño, un ser extraño hecho de sombras se encontraba de pie frente a mi cama, viéndome dormir como ya era costumbre. Sin embargo, a diferencia de mis otras pesadillas, esta vez no trató de estrangularme en cuanto me di cuenta de su presencia. Solo se quedó ahí parado, murmurando algo en un idioma que no conocía.
—¿Qué es lo que quieres? —logré preguntarle, con los ojos llenos de lágrimas.
El extraño ser se acercó, dejándome ver por primera vez unas botas de leñador cafés.
—A ti —respondió en inglés.
El sonido de su voz fue tan aterrador y escalofriante que me hizo despertar de golpe.
Me levanté de la cama, caminé al baño y me mojé la cara con agua fría, esperando que eso sirviera para espantar las náuseas que se apoderaban de mí cada vez que tenía uno de esos sueños. Una vez más tranquila, alcé el rostro para mirarme en el espejo. Tenía los parpados un poco hinchados, además de unas grandes ojeras. Aún me sentía cansada, pero no quería volver a dormir. No quería soñar de nuevo con ese ser hecho de sombras.
Regresé a mi habitación y me acerqué a la ventana para abrirla, pero cuando eché un vistazo fuera, me congelé. La camioneta de Hunter seguía estacionada junto a la fuente de la entrada, pero él no estaba dentro.
Con el pulso latiéndome detrás de las orejas, salí corriendo de mi habitación, bajé las escaleras lo más rápido que pude y abrí la puerta de la entrada. Hunter se encontraba sentado en las escaleras del porche, fumando un cigarrillo. La temperatura había bajado considerablemente, y él no llevaba más que una sencilla y desgastada camiseta negra sin tirantes en la parte superior de su cuerpo. Mis ojos se abrieron de par en par.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? ¿Por qué no te has ido?
El idiota exhaló el humo del cigarro por la boca antes de volverse hacia mí con una media sonrisa.
—Te estaba esperando.
Verle esperándome en el frío fue todo lo que necesitaron mis defensar para desmoronarse. Sollocé involuntariamente, me llevé ambas manos al rostro y empecé a llorar. Hunter tiró su cigarrillo a medio terminar al suelo, junto a un montón de colillas más. Se levantó de su lugar y se acercó a mí para rodearme con sus brazos.
—Lo siento, nena. Nunca quise hablarte de esa manera —susurró contra mi pelo. Sus brazos estaban helados, se sentían como si estuvieran hechos de hielo—. Suelo decir muchas estupideces cuando estoy enojado.
—El aire está muy frío, por eso te dije que te fueras —sollocé, aferrando mis puños a la delgada tela de su camiseta negra—. Eres un idiota, te vas a enfermar...
—Yo nunca me enfermo.
Levanté la cabeza para fulminarlo con la mirada, tenía que estar bromeando. Hunter sonrió con arrogancia y me dio un beso la frente. Incluso sus labios estaban fríos. Darme cuenta de ese detalle me hizo llorar aún más.
—Oye, si sigues llorando serás tú quien se va a enfermar.
—Las personas no se enferman por llorar, idiota —me quejé, empujándolo.
—¿Cuántas veces más vas a llamarme idiota? —se burló.
Le di un débil golpe en el estómago.
—Cierra la boca, idiota.
—Nena...
Tomé su mano para tirar de él dentro de la casa.
—Ven —le dije, limpiándome la nariz con el dorso de la mano—. Tomemos un baño caliente.
El idiota sonrió al tiempo que actuaba como alguien muy obediente.
—Solo por eso ya ha valido la pena.
Me volví hacia él, tensándola mandíbula.
—¿Qué acabas de decir, idiota?
—Nada. —Me besó—. Venga, tomemos ese baño.
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