Capítulo 30 | Bad boys bring heaven to you
Una hora y media más tarde, Hunter, Lexie y yo salimos de entre la oscuridad que reinaba dentro del bosque para ser recibidos por la luminosidad que habitaba en el campamento. La señorita Ruperta suspendió nuestra búsqueda nada más vernos, Lexie fue llevada a la enfermería para que un médico tratara correctamente su tobillo torcido, y yo me vi obligada a contar todo lo que nos había sucedido sin omitir ni un solo detalle.
Después de ser sermoneadas por más de quince minutos, se nos permitió unirnos a la gran fogata.
Cuando abandoné la Casa Principal, Hunter se encontraba apoyado en la barandilla del porche, esperándome. Mi corazón se detuvo un instante antes de volver a latir frenéticamente. Me acerqué a él con una sonrisa en los labios, deslicé los brazos alrededor de su cintura y escondí mi rostro en su pecho, embriagándome con su delicioso olor masculino. Comenzaba a tomarle cierto gusto al olor a cigarro impregnado en su ropa.
—Me dijiste que no estabas herida —murmuró en voz baja, molesto.
Lo miré a la cara sin entender a qué se refería.
—No estoy herida —insistí.
Hunter suspiró, me apartó de él con suavidad y me agarró de las muñecas para mirar las palmas de mis manos. Los cortes no eran tan graves, por lo que las heridas ya habían comenzado a sanar por su propia cuenta.
—Son solo un par de rasguños —respondí sin importancia, introduciéndolas dentro de los bolsillos de su sudadera. Me pegué de nuevo a su pecho, buscando su calidez—. No te preocupes, estarán bien para mañana.
Me rodeó por la cintura con un brazo y apoyó la barbilla en la cima de mi cabeza.
—Ya deben haber encendido la fogata —murmuró perezosamente al cabo de unos minutos—. ¿Quieres...?
—No, no quiero ir a la fogata.
Ladeó la cabeza hacia un lado, desconcertado.
—¿Por qué no? —preguntó.
—A esta hora todo el mundo debe estar ahí. Las villas van a estar vacías y el personal muy ocupado. —Alcé la vista para mirarle, me ardían un poco las mejillas—. Vayamos a mi cabaña, esta vez nadie nos interrumpirá.
—¿No te sientes cansada?
—No —mentí, aunque me dolían las piernas.
Una sonrisa perspicaz elevó las comisuras de su boca. Acarició mi rostro con el pulgar.
—¿Estás segura?
En vez de responder, me paré de puntitas y lo besé profundamente en los labios, decidida a llevar a cabo el «gran acto» esa misma noche. Hunter reaccionó rápido. Tomó mi rostro entre sus manos y se inclinó para besarme, facilitándome la tarea de alcanzarle la boca. Mientras nos besábamos, recordé que esa tarde había estado más de cinco horas perdida en el bosque, recorriendo grandes distancias. Estaba segura de que apestaba a sudor.
Mi rostro enrojeció de manera violenta.
—¡Espera! —exclamé, presionando las manos contra su pecho para apartarlo—. ¡Tú, ve a la fogata!
Hunter frunció el ceño.
—¿Quieres que vaya a la fogata?
—Sí —contesté, ruborizándome todavía más. Me tragué el nudo que sentía en la garganta y pensé «una ducha». Necesitaba darme una ducha—. Necesito... necesito tiempo para... ya sabes, prepararme —balbuceé.
Sus cejas se elevaron un poquito.
—Oh.
—Dame una hora.
—¿Una hora?
—No, espera, una hora es demasiado tiempo... —suspiré y meneé la cabeza con desaprobación—. Dame treinta minutos. Sí. No. Mejor que sean quince. —Asentí para mí misma—. Ve a mi cabaña en quince minutos.
Hunter se apoyó de nuevo en la barandilla, haciendo un esfuerzo por no reírse de mí.
—De acuerdo, iré a tu cabaña en quince.
Exhalé un suspiro de alivio.
—¿Sabes dónde está mi cabaña?
—No,
Puse mala cara y casi lo golpeé.
—Villa Zafiro, cabaña nueve —le dije—. Repítelo.
—Villa Zafiro, cabaña nueve —repitió obediente.
Le dediqué una sonrisa.
—Bien.
Acababa de bajar las escaleras del porche de la Casa Principal cuando oí a una persona acercándose a toda velocidad. Reconocí a Lisa de inmediato, corriendo por el sendero de piedra como alma que lleva el diablo.
—¡Ellie! —lloriqueó desconsoladamente, envolviéndome en un poderoso y asfixiante abrazo—. ¡Ahí estás, no sabes lo preocupada que me tenías! Intenté ir a buscarte, pero esos estúpidos muggles no me lo permitieron —sollozó en mi pecho—. ¡Pensé que te habían comido los osos! ¡Pensé que te habían abducido los aliens!
Me eché a reír ante sus disparates.
—Ya, ya. Siento haberte preocupado, Lisa. —Acaricié su espalda—. Estoy bien, deja de llorar.
Levantó la cabeza para mirarme, sus mejillas estaban empapadas.
—¿Qué pasó? Dime, ¿cómo fue que se perdieron?
Dejé escapar un suspiro y llevé mis manos a su rostro para secarle las lágrimas.
—Es una larga historia, te lo contaré después.
—¿Después? —protestó, preparándose para hacer un berrinche—. ¿Por qué después y no ahora?
Tosí con disimulo e hice un gesto hacia atrás con la cabeza. Lisa lo entendió de inmediato.
—Ya veo... —murmuró, dándole un vistazo a Hunter, quien seguía apoyado en la barandilla del porche—. Así que finalmente vas a manchar su espada con sangre, ¿eh? Ya era hora —susurró con una sonrisita astuta.
—¡Lisa!
Ella se echó a reír.
—¿Tienes todo preparado? —Asentí—. ¿Necesitas que te ayude con algo?
—No, estaré bien. Tú ve a la fogata y diviértete con Trevor. —Fruncí el ceño—. Por cierto, ¿dónde está él?
Suspiró e hizo un gesto despreocupado con la mano.
—Se tropezó cuando corríamos hacia acá.
—¿Qué? —balbuceé—. ¿Y no te detuviste a ayudarlo?
—¡Necesitaba ver que estuvieras sana y salva! —se quejó—. Bien, ahora iré a ver que él esté sano y salvo.
Me eché a reír de nuevo y la abracé.
—Gracias —susurré bajito, sintiéndome realmente agradecida por contar con su amistad a pesar de todo.
Lisa me devolvió el abrazo.
—Suerte remojando el churro —susurró contra mi oído.
—¡Lisa!
—¡Ya me voy! —Se dio la vuelta para echarse a correr por el sendero—. ¡Trevor, mi cielo, voy en camino!
Detrás de mí, Hunter chasqueó la lengua.
—¿Qué fue todo ese cuchicheo?
—Metete en tus asuntos, Cross. —Levantó ambas manos como diciendo: «Está bien, está bien». Me volví para señalarlo con un dedo—. Quince minutos —le recordé—. No llegues tarde, pero tampoco llegues antes.
Se limitó a hacer el saludo de los boy scouts mientras sacaba un paquete de cigarros Marlboro y un encendedor zippo de los bolsillos de su pantalón. Se llevó uno a los labios, lo encendió y le dio una calada.
—Lávate los dientes una vez que termines de fumar o no te besaré.
Él soltó una risa baja.
—Lo que tú digas, nena. Lo que tú digas.
♡
La palabra «nerviosa» no bastaba para describir todo lo que sentía en ese momento. Notaba un nudo en el estómago, temblaban las manos y el hormigueo en mis piernas no hacía más que ir en aumento. Pensé que darme ducha con agua caliente me ayudaría a tranquilizarme. Pero eso tampoco no funcionó. Con una toalla envuelta alrededor de mi cuerpo, me acerqué al baúl frente a mi cama para seleccionar un conjunto de lencería.
El rosa era lindo, pero el blanco era sexy.
Respiré hondo varias veces, necesitando de unas cuantas inhalaciones profundas para ponerme esos diminutos trozos de encaje fino y transparente. Me enfundé el sostén, las bragas, los ligueros con tirantes elásticos ajustables y las medias blancas hasta la mitad de los muslos. Sequé y cepillé mi cabello para dejarlo caer sobre mi espalda. Hidraté mi piel buscando darle un aspecto más suave y me maquillé de la manera más natural posible.
Tras mirarme en el espejo, una parte de mis nervios disminuyó.
Hunter llamó a la puerta de mi cabaña quince minutos más tarde, haciéndome sonreír como una boba por su puntualidad. Se me aceleró de nuevo la respiración y el corazón comenzó a latirme como un tambor. Me miré una última vez en el espejo, me coloqué algunos cabellos detrás de las orejas y me acerqué a la entrada.
—¿No te vio nadie? —le pregunté, abriendo la puerta solo lo justo para asomar la cabeza.
—No —respondió, sonando bastante desinteresado—. Tenías razón, a esta hora todo el mundo está en...
Sin darle el tiempo suficiente de terminar lo que estaba diciendo, lo agarré de la muñeca y tiré de él bruscamente hacia adentro, obligándolo a entrar a la cabaña. Hunter casi dio un traspié. Se volvió hacia mí para fulminarme con la mirada, pero se quedó completamente quieto al verme. Sus pupilas se dilataron al instante y ojos, ahora negros, me observaron en silencio, recorriendo las tiras elásticas blancas que imitaban la forma de un arnés por todo mi cuerpo. Mis pezones se erizaron bajo su mirada y la sangre se me empezó a subir a la cara.
Me apoyé contra la puerta, sintiéndome de pronto un poco cohibida.
—¿Te gusta?
Necesitó de un par de minutos para salir de su aturdimiento.
—Mmm...
Esa vaga respuesta me hizo poner los ojos en blanco.
—¿Eso qué signifi...?
Esta vez, fue él quien no me dio tiempo de terminar lo que iba a decir. Dio un paso al frente, agarró mi cintura con sus enormes manos y me besó, presionándome mi cuerpo contra la puerta de la cabaña. Dejé escapar un suspiro, le rodeé el cuello con los brazos y separé mis labios para que su lengua encontrara la mía. El beso, que comenzó con cargado de desesperación, se volvió aún más salvaje cuando me escuchó jadear en su boca.
—¿Te pusiste esto a propósito para volverme loco? —gruñó con la voz ronca, hundiendo sus dedos en la piel de mis caderas hasta dejarme sus marcas. Esbocé una sonrisa traviesa—. Bien, tomaré eso como un sí.
Se inclinó para lamerme los labios, saboreando a su vez el interior de mi boca con la lengua. Aun a través de la gruesa tela de sus pantalones, sentí su dura erección clavándose en mi vientre. Saber que Hunter me deseaba tanto como yo lo deseaba a él hizo que toda esa vergüenza y timidez que había sentido antes se desvaneciera.
Tiré de su sudadera negra con impaciencia, pero no conseguí quitársela. Emití un gruñido con impaciencia y él tuvo que interrumpir el beso para deshacerse de ella. Deslicé mis dedos por su pecho, hombros y espalda, deleitándome con la firme y cálida piel de sus músculos. Hunter exhaló con fuerza sobre mis labios cuando llevé mis manos a su bragueta. Desabroché el botón de sus pantalones y toqué su miembro por encima de los boxers, sintiendo el grosor y su gran tamaño. Sin pronunciar una sola palabra, empujé su cuerpo hacia atrás, obligándolo a caminar a ciegas. Después presioné sus hombros con las manos hasta que estuvo sentado en mi cama.
Me senté encima de él respirando agitadamente y me froté contra su dura erección, intentando aliviar las palpitaciones que sentía entre mis piernas. Hunter recorrió mi espalda con sus manos, apretó y manoseó la curva de mi trasero y luego empujó las caderas hacia arriba, dándome el alivio que yo tanto estaba buscando.
Pegué mi frente a la suya, exhalando un lento y satisfactorio suspiro.
—Preciosa —murmuró sin aliento, observando las tiras elásticas que se ceñían a mi cuerpo como un arnés.
Solté algo parecido a una risa.
—Se pone mejor —le dije, desabrochando mi sostén de encaje, lanzándolo a un lado.
Sus ojos se agrandaron al ver mis pechos desnudos que, a pesar de no tener un tamaño tan grande como los de otras chicas, envueltos en esas tiras elásticas blancas sobresalían de una manera espectacular. Tragó saliva, se remojó los labios y se inclinó para lamerme un pezón, utilizando la barra de metal que le atravesaba la lengua para aumentar la estimulación. Se lo metió a la boca, lo mordisqueó duramente con los dientes y alivió el dolor succionándolo. Mi cuerpo se estremeció y la humedad entre mis muslos se acumuló, empapando mis bragas.
Antes de que él intentara acostarme en la cama, me aparté con la respiración hecha un desastre.
—Espera, hay algo que quiero hacer primero.
Me miró confuso unos instantes, con los ojos verdes nublados por la excitación. Yo por mi parte, una vez que la timidez abandonó por completo mi cuerpo, me sentí más valiente que nunca. Por esa misma razón, me levanté de su regazo y me arrodillé en el suelo, situándome entre sus piernas. Hunter se tensó, pero no dijo nada.
Lentamente, le bajé más los pantalones hasta dejar al descubierto eso que me interesaba.
Aunque ya conocía esa parte de su cuerpo, verlo de nuevo desde la posición en la que me encontraba hizo que, de alguna u otra manera, me pareciera aún más grande y grueso que la última vez. Sin dejar de mirarlo, tragué saliva y titubeé un segundo, preguntándome si de verdad podría conseguir meterme todo eso a la boca.
Me acomodé el cabello tras las orejas, sujeté su miembro con las manos y me incliné hacia adelante, lamiendo la hinchada punta con la lengua. Solo eso bastó para que Hunter dejara escapar el aire que había estado conteniendo. Alcé la vista hacia él para estudiar la expresión en su rostro. Debido a que nunca había hecho algo parecido con un chico, mi plan era guiarme con sus reacciones para saber qué era lo que le gustaba y qué no.
Pasé una vez más la lengua por la cabeza su erección, obteniendo otra especie de suspiro a cambio.
—Ellie...
Bien, aquello no parecía ser tan difícil como pensaba.
Realicé el mismo movimiento una y otra vez hasta que me animé a meterme una parte de su miembro a la boca, succionándolo de la misma manera en la que él lo hacía con mis pechos. Me sorprendió darme cuenta que su sabor no era desagradable. No sabía bien, pero tampoco sabía mal. Simplemente era un sabor adictivo.
—Joder —masculló Hunter, con las venas del cuello hinchadas y sobresalientes.
Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un gruñido.
Intenté ir cada vez más profundo, pero él era demasiado grande, por lo que me mantuve a un nivel que me fuera posible soportar. Al menos, así fue hasta que Hunter decidió agarrarme del cabello y comenzó a empujar su miembro dentro de mi boca, introduciéndolo más allá de mis labios. Cerré los ojos y me sostuve de sus muslos, notando punzadas de dolor en mi garganta. En cuanto empecé a tener arcadas, sus movimientos se redujeron.
—Mierda —escupió, sacándolo de mi boca.
Puse mala cara, me limpié la saliva de los labios y sujeté una vez más su miembro, introduciéndomelo a la boca tanto como él lo había hecho. Hunter se estremeció, pero no volvió a agarrarme del cabello. Inclinó su cuerpo hacia atrás, apoyó las manos sobre el colchón y me observó desde su lugar con los ojos muy oscuros.
Justo cuando sentí que se volvía más y más grande en mi boca, me apartó.
—Suficiente, arriba —exclamó sin más, levantándome del suelo para depositarme sobre la cama.
Parparé varias veces, sintiéndome muy desconcertada.
—¿No te gustó?
Me limpió los restos de saliva en mi barbilla y me dedicó una media sonrisa.
—No voy a correrme en tu cara, nena. Y tampoco quiero que te lo tragues.
—Oh...
En silencio, lo vi deshacerse del resto de su ropa, encontrándome fascinada al verle completamente desnudo. Tenía un cuerpo bien esculpido con músculos perfectamente definidos debido al ejercicio, sobre todo el área de los abdominales. A decir verdad, Hunter era un chico bastante hermoso a la vista. Con y sin ropa. Sin embargo, eran todos esos tatuajes que cubrían sus dos brazos lo que le daban esa apariencia de chico malo.
Se subió a la cama, persiguió mis labios y cubrió mi cuerpo con el suyo, separando mis rodillas para hacerse un lugar entre mis piernas. Entrelacé los dedos detrás de su cuello y lo besé, lamiendo y mordisqueando sus labios. Él gruñó y deslizó las manos por mis muslos, acariciando mi piel por encima del material de mis medias.
Lisa tenía razón, sus gruñidos eran los sonidos más sexys que había escuchado en mi vida.
Sin interrumpir el beso, colocó las manos sobre mis caderas, tanteando perezosamente la resistencia de mis bragas. Durante un segundo en serio pensé que iba a bajármelas por las piernas, pero para eso tendría que soltar las tiras elásticas de los ligueros que estaban atadas a mi cintura. La idea no le gustó, de modo que se limitó a hundir los dedos en el delicado encaje blanco de mis bragas, desgarrando la tela con extrema facilidad.
Refunfuñé y le propiné un golpe en el hombro. Hunter sonrió contra mis labios en respuesta. Más tarde, alcé un poco las caderas, buscando con desesperación esa unión entre nuestros cuerpos para convertirnos en un solo ser. Intenté rodearle la cintura con las piernas, pero él se echó para atrás, dejándome con ganas de más.
Un lloroso gemido escapó de mi garganta.
—Espera, hay algo que yo también quiero hacer.
Sus labios abandonaron los míos para besarme el lóbulo de la oreja, el cuello y también los pechos. Pero no se detuvo ahí. Siguió besándome el estómago, el ombligo y después el monte de venus entre mis piernas. Separó aún más mis muslos, bajó la cabeza y me besó ahí con delicadeza, sacando la lengua para hacer uso del piercing de metal. La sensación fue tan placentera y arrebatadora que me resultó imposible quedarme quieta.
Jadeé su nombre, eché la cabeza hacia atrás y arqueé la espalda, aferrándome a las sábanas de la cama.
Acarició mis pliegues sensibles con la lengua, introduciéndola suavemente en mi interior. El dolor y las palpitaciones se incrementaron, obligándome a ahogar un grito que se convirtió en un ruidoso gemido. Traté de cerrar las piernas, pero Hunter no me lo permitió. Me sujetó por la parte interna de los muslos y me presionó contra el colchón, acelerando sus movimientos. Mi cuerpo tembló y se estremeció. No podía dejar de retorcerme.
Un minuto después, empujó un dedo en mi abertura, buscando algo en mi interior.
—Hunter... —suspiré, a punto de echarme a llorar—. Por favor...
Mi orgasmo estaba casi ahí. Podía sentirlo tensándose deliciosamente en mi vientre. Él dobló el dedo que tenía en mi interior, tocando un interruptor que me hizo tener una pequeña convulsión. Sin dejar de frotar y estimular ese punto sensible, acercó su boca a mi clítoris, acariciándome de nuevo con la lengua y el piercing.
Grité su nombre cuando el orgasmo se extendió por todo mi cuerpo, llevando mi consciencia a una especie de paraíso. Dejé caer la cabeza hacia un lado, respirando con dificultad mientras me retorcía debajo de él.
A través de mi nublado y desenfocado panorama, vi como Hunter se incorporaba para posicionarse entre mis piernas. Sus dedos estaban empapados con mis fluidos, pero él se los metió a la boca y los chupó. Mi rostro se calentó e incluso jadeé por la excitación que eso me produjo. Se pasó una mano por el pelo, apartándoselo de la cara y clavó sus ojos en los míos mientras se agarraba la base del miembro para guiar la punta a mi entrada.
Frotó mi apertura de arriba abajo antes de penetrarme un poco.
—¿Tomas algún anticonceptivo?
Dejé escapar un tembloroso gemido.
—No —contesté, tirando de sus caderas para que entrara más profundo.
Se apartó, sacó un preservativo de quien sabe dónde y abrió el envoltorio metálico, desenroscando el condón sobre su dura y gruesa erección. Ya más lúcida, me apoyé en codos para ver lo que hacía, desesperada por sentirlo dentro. Sus labios se curvearon en una media sonrisa al notar mi impaciencia. Tanteó perezosamente mi entrada, empujando poco a poco la hinchada punta de su miembro en mi interior, llenándome y estirándome.
Exhalé una gran bocanada de aire por la boca, buscando algo a lo que pudiera aferrarme.
—Relájate, nena. Estás muy apretada.
Bufé y quise decirle que aquello no era tan fácil.
Una vez que estuvo completamente dentro de mí, se quedó quieto un momento, dándome tiempo para acostumbrarme a su gran tamaño. Sentí la famosa punzada de dolor entre mis piernas, que al final resultó no ser para tanto. Se trataba de un simple dolorcito sin más. Después de unos segundos, Hunter se cernió sobre mí y me besó en los labios, acallando los gemidos que brotaron de mi garganta una vez que comenzó a moverse.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—¡Ah! —grité, pero él no se detuvo.
La cabecera de la cama se estrelló contra la pared cada vez que empujaba sus caderas, introduciéndose en mi interior una y otra vez. Me agarré de su cuello y le abracé con las piernas, aferrándome a él mientras recibía sus poderosas embestidas lo mejor que pude. El dolor y el placer se mezclaron, llenándome los ojos de lágrimas.
Su cuerpo se tensó al notar que lloraba.
—Dime si estoy siendo demasiado rudo contigo y me detendré —murmuró él con la respiración agitada, disminuyendo considerablemente la fuerza con la que empujaba sus caderas mientras me besaba los parpados.
Abrí los ojos para mirarle.
—Me gusta que seas rudo conmigo —confesé, tocando su rostro con la punta de mis dedos. Hunter tragó saliva y yo esbocé una sonrisa. No iba a decir en voz alta que, aún si estaba haciéndome daño, me gustaba mucho sentir esa parte de él, tan dura y caliente, entrando y saliendo de mi cuerpo—. Te haré saber si me lastimas.
Tragó saliva, salió por completo de mi interior y volvió a entrar con violencia, retomando el mismo ritmo de antes. Un grito atravesó mis cuerdas vocales, amenazando con dejarme ronca. Pasé mis manos por su musculosa espalda, arañándole la piel hasta herirlo. Él gimió profundamente en mi oído, agarró mis muñecas con una sola mano y las colocó sobre mi cabeza, hundiéndome los dientes en el cuello a modo de castigo. Luego acercó su boca a la mía y comenzamos a besarnos en repetidas ocasiones de una manera irracional y desesperada.
Pronto, un segundo orgasmo comenzó a formarse en mi vientre. Hunter se incorporó, me liberó las muñecas y sujetó mis caderas, levantándome a una altura que facilitó por mucho la entrada de su miembro en mi interior. Cada vez que su cuerpo me embestía, el mío se sacudía bruscamente. La sensación era increíble.
Quería abrazarlo, pero no podía hacerlo porque él se había enderezado.
—Bésame... —supliqué entre lágrimas, intentando atraerlo hacia mí de nuevo—. Por favor, bésame...
Me miró desde arriba con una expresión indescifrable. Se inclinó para rozar sus labios con los míos y me rodeó el cuello con sus manos. Mi boca se abrió para soltar un gemido. Pronunció un par de palabras que no logré entender en lo absoluto antes de besarme, lamiendo y chupándome los labios. De pronto, su agarre en mi garganta se intensificó, aunque en vez de temer por mi vida, contraje mi interior y él de inmediato se tensó.
El goce y el éxtasis que experimenté después de eso me hicieron alcanzar ese segundo orgasmo.
Mordí su hombro izquierdo mientras me corría, estremeciéndome por el placer. Hunter soltó mi cuello y acarició una vez más mis pechos, jugueteando un rato con mis pezones. Su miembro siguió entrando y saliendo bruscamente de mi interior hasta que, finalmente, me agarró de la cintura con las dos manos y empujó sus caderas contra mi cuerpo, introduciéndome toda su erección para eyacular. Se derrumbó sobre mí, esforzándose por no aplastarme con su peso. Yo lo abracé, escondiendo mi rostro en su cuello en lo que mi pulso se calmaba.
Por la pequeña ventana de la cabaña, vi fuegos artificiales iluminando el cielo a la distancia.
—Bueno, no estuvo tan mal —bromeé después de unos minutos, rompiendo aquel silencio.
Hunter alzó la cabeza para mirarme con una media sonrisa.
—Tienes razón, tendremos que practicar más.
Me reí y el me besó en los labios antes de levantarse. Ahora que ya no estábamos locos de deseo y la lujuria, comencé a sentirme un poco avergonzada por el hecho de estar desnuda frente a él. Disimuladamente, tomé una de las dos almohada de la cama para cubrirme, esperando que ese gesto pasara totalmente desapercibido para él.
—¿Estás con el periodo? —preguntó de repente, mirando la sangre en el condón que acababa de quitarse.
—No —respondí, haciendo una mueca de dolor cuando junté las piernas.
Hunter arrugó un poco la frente, mostrando cierta preocupación.
—¿Te lastimé? ¿Sientes dolor en alguna parte?
Tuve que usar toda la fuerza que me quedaba para poder sentarme en la cama y negar con la cabeza.
—No, tampoco es eso.
Se quedó pensativo durante un largo rato, buscando el origen y una explicación lógica para la sangre en el preservativo. Entonces, de un segundo a otro, su mirada se oscureció y un músculo en su mandíbula se tensó.
—Joder, ¿eras virgen?
Mis mejillas se calentaron.
—Bueno...
—No actúas como una virgen.
—¿Eso qué...?
—¡¿Por qué cojones no me lo dijiste?! —espetó con fuerza.
No pude evitar dar un respingo.
—No pensé que fuera tan importante —mentí. Hunter apretó los dientes y se levantó para empezar a recoger su ropa del suelo—. ¿Qué haces? —pregunté, aunque la respuesta era obvia—. ¿Por qué te enfadas? No es como si...
—No me gusta hacerlo con vírgenes —exclamó entre dientes, vistiéndose con rapidez—. Si hubiese sabido que eras virgen, ten por seguro que jamás me habría acostado contigo. —Hizo una pausa—. ¡Joder!
—Espera, no te vayas —le pedí, pero él ni siquiera me miró. Empecé a entrar en pánico—. ¿Hunter? —lo llamé.
Pero él solo terminó de vestirse, abrió la puerta y se marchó.
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