Capítulo 3 | La nueva reina del instituto
Después de mi estrepitosa caída, Hunter insistió en llevarme a la enfermería para tratar los moretones de mis rodillas. Le dije que estaba bien, que no era necesario. Sin embargo, aun así me obligó a sentarme en una de las camas y se fue a buscar el botiquín de primeros auxilios. Abrió el estuche, sacó un bote de ungüento de árnica y se agachó en el suelo para aplicar una gran cantidad sobre las áreas de mi piel que ya estaban poniéndose azules.
El aroma era tan fuerte que me hizo sentir cosquillas en la nariz.
—Gracias —murmuré en voz baja, avergonzada porque no sabía qué otra cosa decir.
Cuando terminó de aplicar el ungüento, tomó dos parches adhesivos que servían para aliviar el dolor.
—¿Y bien? ¿Qué era eso que querías decirme? —preguntó, abriendo la envoltura de los parches fríos con los dientes para ponérmelos en las rodillas. No respondí. Estaba tan concentrada en los movimientos de sus dedos que no escuché la pregunta—. Antes de que te cayeras —continuó, mirándome desde abajo mientras me subía las medias blancas del uniforme hasta la mitad de los muslos—. Dijiste que necesitabas hablar conmigo de algo.
Tragué saliva con dificultad, ruborizándome debido a las imágenes no aptas para menores de edad que aparecieron repentinamente en mi cabeza. ¡Santo cielo, Ellie, contrólate un poco!
—Ah, sí. Quería hablarte sobre los planes que tengo para cuando llegue la hora del almuerzo —balbuceé, apartando la mirada—. ¿Estará bien que nos encontremos en la cafetería o será mejor que lleguemos juntos?
Tras cerrar el botiquín de primero auxilios y dejarlo de nuevo en su sitio, Hunter se quitó la cazadora de cuero por los hombros y luego se acostó perezosamente en la cama en la que yo estaba sentada.
—No acostumbro almorzar en la cafetería —suspiró.
—¿No? ¿Entonces dónde lo haces?
Una sonrisita tiró de sus labios.
—En la azotea.
—Pero...
—Me gusta hacer novillos después de la tercera hora —explicó, llevándose las manos detrás de la nuca. Los músculos de sus brazos se tensaron, acaparando por completo mi atención. Una vez más, comencé a pensar en un montón de cosas realmente sucias. Sacudí la cabeza para formatear mi disco duro, pero no funcionó. Hunter siguió hablando—. Después acostumbro dormir hasta que terminen las clases o simplemente me voy a casa.
—Ya veo... —conseguí decir—. Así que esa es la razón por la que te desapareces todo el tiempo.
—¿Jamás has hecho novillos? —inquirió, señalando el otro lado de la cama para que yo también me acostara.
Miré hacia la puerta con temor a que alguien entrara y nos descubriera, pero la enfermera no parecía estar por ningún lado. Después de pensarlo un buen rato, decidí hacerle caso y me situé junto a él sin llegar a tocarnos.
—No —respondí, colocando las manos sobre mi estómago—. Nunca he hecho novillos.
—¿Y no te gustaría hacerlo ahora? —preguntó, mirándome con una sonrisa traviesa—. Podemos ir a comer a otro sitio. Conozco un lugar muy bueno en el que venden la mejor comida china de todo Seattle.
La idea me pareció tentadora. Lo último que quería ver eran los rostros de las personas que me habían traicionado. Sin embargo, mi lado disciplinado me dijo a gritos: «¡No! ¡Ni se te ocurra seguirle el juego!»
—No puedo —dije al fin, mirando una diminuta mancha de moho en el techo de la enfermería—. Si no voy a la cafetería para la hora del almuerzo, todos pensaran que me estoy escondiendo de Christopher y Lexie.
Lo escuché soltar un profundo suspiro.
—¿Por qué te importa tanto lo que piensen los demás?
Lo cierto era que no quería responder a esa pregunta, pero lo hice de todas formas.
—Porque no quiero que sepan lo mucho que me dolió —contesté, cerrando los ojos para no echarme a llorar ahí mismo—. No quiero que sepan lo realmente mal que la estoy pasando en este momento.
Sin importar lo mucho que me esforzara por fingir que esa traición no me había afectado, la sensación de dolor y vacío que persistía en el interior de mi pecho se negaba a desaparecer. Me sentía como un pequeño bote a la deriva, flotando sin un rumbo en específico sobre un interminable mar de emociones negativas que nunca antes había experimentado en mi vida; miedo, ira, tristeza, pero sobre todo, mucho resentimiento.
—Siempre pensé que Christopher y yo íbamos a estar juntos toda la vida —continué, retorciendo los dedos sobre mi estómago—. Un pensamiento demasiado infantil, lo sé —me reí de mí misma—. También creí que el vínculo que nos unía a Lexie y a mí era tan fuerte y poderoso que nada ni nadie podría destruirlo nunca —respiré hondo y me mordí el labio. Decir todo eso en voz alta era más doloroso de lo que había imaginado—. Pero me equivoqué, nada de eso era real... —sonreí con tristeza, intentando no pensar demasiado en todos los momentos que los tres habíamos pasado juntos—. De forma que no solo estoy triste y enfadada por la infidelidad de Christopher, también estoy triste por haber sido traicionada por la chica a la que consideraba casi una hermana.
Después de desahogarme un poquito, hice una pausa porque pensé que quizás Hunter podría tener algo que decir. Estaba preparada para escucharlo reírse de mí debido a lo patética que era. Sin embargo, no dijo nada.
—Lo siento, debo haberte aburrido con tanta cháchara —murmuré, rodando la cabeza sobre la incómoda almohada de la camilla para mirarlo—. Seguro es un fastidio para ti escucharme hablar de todo esto...
Mis mejillas se calentaron cuando vi que Hunter tenía los ojos cerrados. Probablemente se había quedado dormido mientras me escuchaba hablar sobre un montón de cosas que claramente le importaban un bledo.
—No es ningún fastidio —respondió con un tono de voz bastante tranquilo, abriendo los ojos para mirarme directamente a la cara—. Si de verdad fuera un fastidio, te habría mandado a callar desde un principio.
Por alguna razón, su respuesta me hizo sonreír genuinamente por primera vez en toda la mañana.
Tras mirarnos el uno al otro en silencio durante un par de minutos, algo extraño sucedió. Poderosas descargas de electricidad comenzaron a llenar el aire que nos rodeaba, dejándome un poco aturdida. Después, esa electricidad fue remplazada por una especie de magnetismo, provocando en mí un fuerte deseo por tocarlo. Mi respiración se aceleró. Estábamos muy cerca, lo único que nos separaba era una distancia de tres centímetros.
Mientras luchaba con aquel loco impulso, Hunter alzó la mano izquierda y rozó suavemente mi cara con los dedos. Su pulgar acarició mi pómulo izquierdo y después descendió lentamente por mi mejilla, dejando una sensación de hormigueo a su paso. No me di cuenta de que no respiraba hasta que la cabeza empezó a darme vueltas. A pesar de la confusión que reflejaban sus ojos, se levantó y acercó su rostro al mío para besarme.
No obstante, justo antes de que sus labios se fundieran con los míos, el sonido de la campana me hizo pegar un brinco, rompiendo el hechizo. Avergonzada, me incorporé de golpe en la cama y dejé que mi cabello rubio cayera sobre mi hombro para formar una especie de escudo entre nosotros.
¿Qué diablos había sido eso? ¿Por qué de pronto Hunter había tratado de besarme? Peor aún, ¿por qué casi dejé que me besara? Maldición, la depresión estaba afectándome mucho más de lo que yo pensaba.
—D-deberíamos irnos ya, la cuarta hora de clase está por comenzar —balbuceé, sintiéndome como una tonta por tartamudear. Me levanté de la cama para alisar las arrugas de mi falda gris del uniforme—. ¿No piensas venir? —le pregunté, notando que no hizo ningún esfuerzo por levantarse—. ¿Harás novillos de nuevo?
Una sonrisa traviesa tiró de sus labios.
—¿Quieres quedarte y hacerme compañía? —preguntó, palmeando mi lado de la cama.
Un fuerte calor inundó mis mejillas, poniéndome más colorada de lo que ya estaba. Sacudí la cabeza.
—¿Y arruinar mi perfecto récord de asistencia? —resoplé, arreglándome la corbata—. No, gracias.
Se encogió de hombros y chasqueó la lengua con desaprobación.
—Tú te lo pierdes.
Antes de abandonar la enfermería, me volví para mirarlo una última vez.
—Entonces... ¿te veré en la cafetería? —le pregunté, esperando que aceptara.
Hunter suspiró, cerró los ojos y se preparó para tomar una siesta.
—Sí, ahí estaré —me prometió.
♡
La cafetería de la escuela era un espacio grande y ordenado, cuyas mesas redondas estaban organizadas por una especie de jerarquía basada en el nivel de popularidad. La mesa del centro era aquella en la que solo los más populares podían sentarse. A estas personas se les llamaba "Noblesse". Yo era la chica más popular, por lo que había estado sentándome en esa mesa desde el primer año. Por esa razón, mi primer instinto fue dirigirme allí sin pensarlo. Para mi sorpresa, justo al momento de mi llegada, todos los que estaban sentados levantaron la vista para mirarme casi con burla.
Se me hizo un nudo en el estómago cuando noté que la mesa ya estaba llena.
No había lugar para mí.
Como siempre, Christopher estaba sentado en el centro, vistiendo su cazadora negra con blanco de los Halcones Bicentenarios, la cual acostumbraba usar casi todo el tiempo al igual que el resto de sus compañeros del equipo. Ahí mismo estaban también Marisa y Chad, Josh y Vicky, Ethan y Olivia, Gilbert, Lisa, Lorrie y Dean. Los chicos formaban parte del equipo de fútbol americano mientras que las chicas eran todas animadoras.
Fue solo hasta que conseguí salir de mi aturdimiento que la vi.
Lexie estaba sentada en las piernas de Christopher, exhibiéndose a sí misma como la nueva reina del instituto. Tenía los brazos alrededor de su cuello y no dejaba de besarle las mejillas, reclamándolo como suyo.
Mi estómago se hundió y por primera vez en mi vida experimenté un dolor agudo en el pecho. Mi visión se tornó borrosa, la bilis se me subió hasta a la garganta y la armadura de acero que tanto me había esforzado en construir para protegerme comenzó a desmoronarse como si siempre hubiese estado hecha de granos de arena.
Tragué saliva con dificultad y di un paso atrás.
Todos en la cafetería estaban mirándome. La mayoría de los presentes parecían sorprendidos, pero había otros que incluso estaban riéndose de mí. Me sentí mareada y mis rodillas comenzaron a debilitarse. Nunca pensé que algún día terminaría siendo humillada de esa manera. Era como estar dentro de una horrible pesadilla.
«Tengo que irme... —pensé, retrocediendo otro paso—. No quiero estar aquí...».
Tras recuperar el control de mi cuerpo, aparté la mirada y comencé a darme la vuelta para marcharme de ese lugar. Por desgracia, al hacerlo choqué contra la persona que se encontraba parada detrás de mí. Cuando vi que se trataba de Hunter, me sentí tan aliviada que inmediatamente se me llenaron los ojos de lágrimas. Al darse cuenta de esto, frunció el ceño, me tomó de la barbilla y alzó mi rostro para hacer contacto visual conmigo.
—¿Por qué no me esperaste en la entrada? —me preguntó, sonaba severamente disgustado.
—Uh... —balbuceé, pero no conseguí decir nada más.
Hunter suspiró y después envolvió un brazo protector alrededor de mi cintura.
—Ven, hay una mesa vacía de ese lado.
Mientras Hunter y yo nos alejábamos de la mesa del centro, los murmullos en la cafetería se hicieron cada vez más fuertes. Sentí que los ojos me ardían por el esfuerzo que estaba haciendo para contener las lágrimas.
—Quiero irme a casa... —susurré con un hilo de voz, aferrándome a él para no venirme abajo.
—Chsss... —chistó, sosteniéndome con más fuerza—. Todo va a estar bien. Ahora estoy aquí.
—Pero...
—¿No te das cuenta? Eso es exactamente lo que quieren conseguir —habló en un tono muy bajo para que solo yo pudiera escucharlo—. Respira hondo y levanta la cabeza —continuó—. Jamás permitas que te vean llorar.
Lo miré con los ojos muy abiertos, sorprendida al escuchar tales palabras salir de su boca. No obstante, lo cierto era que Hunter tenía razón. Sin importar lo mucho que deseara llorar y gritar por la rabia que sentía en ese momento, no podía mostrarme débil ante ellos. No cuando eso era exactamente lo que querían conseguir.
—Está bien... —murmuré, respirando hondo por la nariz. Levanté la cabeza con más seguridad—. Está bien —repetí, sentándome en una mesa vacía que estaba en la parte de atrás de la cafetería, justo en la esquina.
Christopher y Lexie habían organizado aquello para humillarme, pero no les daría el gusto de verme llorar. Así me costara la vida, jamás les mostraría el profundo dolor que había dentro de mi pecho. De ser necesario, construiría una nueva armadura mucho más poderosa que la anterior. No iba a desmoronarme. Nunca lo haría.
Cuando Hunter se sentó a mi lado, noté que me miraba de una manera un tanto extraña.
—¿Qué sucede? —le pregunté, volviéndome hacia él para mirarlo.
—Pensé que ibas a echarte a llorar —respondió, acariciándome la mejilla izquierda.
Fruncí un poco las cejas.
—Me dijiste que no lo hiciera.
—Sí, lo sé. Es solo que no creí que lo conseguirías —admitió. Me preparé para decir algo en mi defensa, pero entonces, él dijo algo que me sorprendió—. Eres mucho más fuerte de lo que esperaba.
Apreté los labios. Yo no pensaba lo mismo, pero me alegró saber que él sí.
—Tomaré eso como un cumplido.
Sonrió levemente, pero la mirada extraña en sus ojos persistió.
—Bueno, ¿qué quieres comer? —inquirió, cambiando de tema.
Solté un largo suspiro.
—No lo sé. A decir verdad, no tengo mucha hambre.
Se inclinó sobre la mesa para apoyar un codo en la superficie y después me miró a través de sus espesas pestañas con la mejilla en su puño. A pesar de lo perezosa y despreocupada que era su actitud, Hunter seguía siendo alguien realmente aterrador. Además, su manera de vestir era lo que terminaba por darle ese pinta de chico malo; tejanos oscuros, una desgastada camiseta negra y una cazadora de cuero de un corte poco común.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste algo? —me preguntó repentinamente.
Hice una mueca con los labios. No quería hablar de comida, me hacía sentir nauseas.
—Umm... —pronuncié, llevándome un dedo a la barbilla con aire pensativo—. Ayer comí yogurt. Ah, y el sábado me engullí una manzana —contesté, aunque no era del todo cierto. Al final lo había vomitado todo.
Su rostro se mantuvo cautelosamente inexpresivo.
—¿Así que ese es tu plan? ¿Morirte de hambre?
—Vamos, tampoco exageres —rodé los ojos—. Si quisiera morir ya me habría suicidado en la bañera.
Por unos instantes, el verde de sus ojos pareció volverse más oscuro.
—La próxima vez que digas una estupidez como esa haré algo que no te va a gustar.
Pestañeé varias veces, confundida.
—¿Algo que no me va a gustar? ¿Eso qué significa?
En sus labios casi vi la sombra de una espeluznante sonrisa.
—Por tu propio bien, será mejor que no lo descubras nunca.
Pero en lugar de sentirme aterrada por esas palabras, mi rostro se calentó.
—Vale, no hablaré más del suicidio —le prometí, apartando la mirada de sus ojos.
Inspiré hondo por la nariz y redirigí mis pensamientos en otra dirección para controlar mis emociones. Hunter era un chico que seguía dándome mucho miedo. Sin embargo, al mismo tiempo sentía cierta atracción por él. No de una manera romántica, por supuesto. Pero sí como algo que llamaba muchísimo mi atención.
¿Será por esa extraña sensación de peligro que irradia su persona, lo mires por donde lo mires?
—Entonces dime, ¿cuál es tu comida favorita? —preguntó después de un prolongado silencio, golpeando la mesa con la punta de los dedos al ritmo de alguna canción que no logré reconocer.
Una pregunta bastante sencilla.
—La pasta con camarones —respondí mirando sus dedos, que continuaban golpeando la mesa—. Es una lástima que no la vendan en la cafetería. De ser así, probablemente comería pasta con camarones todos los días.
—Puedo conseguirte pasta de camarones si eso es lo que quieres.
Me volví para mirarlo de nuevo, sorprendida.
—¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Sobornando a la cocinera? —dije medio en broma.
Un lado de su boca se arqueó en una media sonrisa.
—No quiero presumir, pero la verdad es que me llevo muy bien con ella.
Sonreí antes de negar con la cabeza. Sin importar lo mucho que me gustara la pasta con camarones, seguía sin tener apetito. Además, no quería terminar vomitando algo tan delicioso. Me haría sentir culpable después.
—Estoy bien, no tengo hambre.
—¿Me obligarás a meterte la comida en la boca?
Alcé la barbilla para sostenerle la mirada, desafiándolo.
—¿Así es como acostumbras alimentar a todas tus novias? ¿Metiéndoles la comida en la boca?
Su sonrisa adquirió un brillo lujurioso.
—No solo acostumbro meterles comida, también me gusta meterles otra cosa en la boca.
Entorné los ojos durante varios segundos, intentando comprender a qué se refería. Después de darle un montón de vueltas a esas palabras, una ola de vergüenza corrió por mi rostro y, antes de darme cuenta, levanté una mano para propinarle un puñetazo en el brazo derecho. No esperaba que me doliera más a mí que a él.
—¡Eres un idiota! —me quejé en voz alta, frotándome los nudillos con una mueca de dolor.
Deslicé mi trasero a la derecha sobre la banca que rodeaba la mesa para apartarme de él, pero Hunter me siguió al igual que un depredador merodeando a su presa. Parecía divertirse muchísimo con mis reacciones.
—¿Por qué? ¿Qué fue lo que pensaste? —me preguntó, tomando mi mano adolorida.
—Nada —repuse sin mirarlo.
Maldición, odiaba sonrojarme tan fácilmente.
—Mmm... parece que tienes una mente bastante sucia, nena.
Lo miré boquiabierta.
—¿Nena? —repetí, incrédula.
—¿No te gusta? —preguntó, rozando mis nudillos con los labios—. Porque a mí sí, nena.
Mi corazón se aceleró. Con las mejillas completamente enrojecidas, me levanté abruptamente de mi lugar, llamando una vez más la atención de todos en la cafetería. Estaba tan avergonzada que ni siquiera me importó.
—M-me voy —tartamudeé, antes de mover los pies para marcharme.
Hunter me tomó de la muñeca, obligándome a detenerme.
—No te irás de aquí hasta que yo te vea comer algo.
—¿Te has vuelto loco?
—Siempre lo he estado.
—Suéltame.
—No.
—¡Hunter!
Ignorando mis quejas, Hunter me sujetó por la cintura y me obligó a sentarme de nuevo en mi lugar. Avergonzada por ser tratada al igual que una niña pequeña delante de todo el mundo, abrí la boca para insultarlo, pero él me agarró por la corbata gris del uniforme y tiró de ella para estampar nuestras bocas en un agresivo beso.
Fue tan inesperado que no pude evitar jadear por la sorpresa.
Por otro lado, como sabía que había muchos pares de ojos sobre nosotros, observando todo lo que hacíamos, no traté de apartarme. Aunque incluso si ese no hubiera sido el caso, probablemente no habría hecho ningún esfuerzo por empujarlo. Después de todo, sus besos eran demasiado... placenteros, por decirlo de alguna manera. Hunter deslizó las manos por mi cuello y profundizó aquel beso, metiéndome la lengua en la boca.
Gemí al sentir de nuevo la fría barra de metal que le atravesaba la lengua.
—¿P-por qué hiciste eso? —le pregunté sin aliento, jadeando por aire.
—Tu ex está mirándonos —explicó, sonriendo contra mis labios. Volvió a besarme—. Parece estar realmente furioso, su cara se está poniendo roja —prosiguió, mordiéndome suavemente—. Oh, finalmente se ha levantado y ahora viene hacia acá. —Me besó una vez más, usando una vez más el pircing—. ¿... puedo romperle la cara?
Estaba tan concentrada en sus besos que no escuché absolutamente nada de lo que dijo.
—Sí... —murmuré, porque fue lo primero que se me ocurrió responder.
Mi respuesta lo hizo sonreír aún más contra mis labios. Me dio un último beso antes de levantarse.
Cuando vi que Christopher estaba acercándose, y que Josh y Gilbert estaban haciendo hasta lo imposible por impedir que llegara a nuestra mesa, comprendí la última pregunta que Hunter me había hecho mientras me besaba. Inmediatamente me levanté yo también y lo sujeté por el cuello de su cazadora para detenerlo.
—Espera... ¿qué fue lo que...?
En ese momento, un zumbido de forcejeos y golpes estalló. Christopher perdió por completo los estribos y empujó a Josh con todas sus fuerzas, haciéndolo caer sobre otra de las mesas que rodeaban la del centro. Tras esa violenta escena, Chad, Ethan y Marco no tuvieron más opción que levantarse para intentar controlar la repentina agresividad de mi exnovio. Hunter tenía razón, Christopher se veía realmente furioso.
—¡Hijo de perra! ¡Si vuelves a tocarla de esa manera frente a mí, juro que voy a matarte! —rugió Christopher como un animal salvaje, señalando a Hunter con uno de sus dedos—. ¡¿Me escuchaste bien, imbécil?!
Hunter ladeó la cabeza hacia un lado, dedicándole una sonrisa arrogante.
—¿Dices que no puedo besar a mi novia solo porque tú estás presente? —inquirió él, alzando una ceja.
Esas palabras solo sirvieron para alimentar más la furia de Christopher.
—¡Ella no es tu novia, es la mía!
—¡Christopher! —chilló Lexie detrás de él, con las mejillas rojas por la vergüenza.
En silencio y sin saber qué decir, observé a Christopher con una mirada de confusión. Ahora que estaba más cerca, pude ver con claridad que tenía círculos oscuros bajo los ojos, como si hubiese tenido problemas para conciliar el sueño. Se veía cansado, muy cansado, pero... ¿por qué? ¿Por qué tenía esa pinta tan demacrada? ¿Será que él también estaba pasándola tan mal como yo? ¿Será que me extrañaba tanto como yo lo extrañaba a él?
—Te equivocas —exclamó Hunter, de forma tranquila—. Ella es mía ahora.
Los ojos azules de Christopher se pusieron rojos por la ira.
—Maldito... si vuelves a decir eso te partiré la maldita cara.
—Oh, ¿tú vas a partirme la cara? —se burló Hunter, casi riéndose—. Venga, quiero ver que lo intentes.
—Christopher... —lo llamaron sus amigos, quienes todavía no se atrevían a soltarle los brazos.
La cafetería entera se llenó de nuevos murmullos mientras que todos los presentes alternaban sus miradas de Christopher y a Hunter, esperando ver alguna especie de enfrentamiento entre ellos dos.
«Dios mío, ¿de verdad van a pelear por ella?».
«Pero no lo entiendo, Christopher la engañó ¿no es así?».
«Bueno, yo escuché que ella lo engañó primero con Hunter Cross».
«Yo escuché lo contrario, Christopher fue quien la engañó primero con Lexie».
«Pobre Chris, se nota que todavía la quiere. Ni siquiera teme enfrentarse a ese lunático».
«Si esos dos se enfrentan, Hunter podría matarlo así como mató al chico que tocó su motocicleta ¿no?».
Al final, respiré hondo y tiré de la cazadora de Hunter una vez más para llamar su atención.
—Ya basta, no vale la pena —murmuré, pidiéndole que se sentara de nuevo conmigo.
Christopher me miró como si acabara de darle una bofetada, lo cual no tenía ninguna clase de sentido. Fruncí el ceño y por un breve momento, traté de entender la razón del por qué estaba comportándose de esa manera. Cuando comenzó a dolerme la cabeza, me dije a mí misma que no tenía caso sentir pena por él.
No después de lo que me había hecho.
Los amigos de Christopher aprovecharon que él se había quedado pasmado en su lugar para llevárselo de nuevo a su mesa. Lexie, que aun parecía estar un poco molesta con él, se sentó de nuevo en sus piernas y empezó a acariciarle el rostro para tranquilizarlo. Pero él ni siquiera la miró. Se quedó ahí sentado, mirando a la nada.
¿Qué era lo que le pasaba?
—Entonces, ¿qué quieres comer? —me preguntó Hunter, dándome un golpecito con la rodilla.
Di un respingo que me hizo apartar la mirada de la mesa del centro.
—Umm...
—¿Te apetece una hamburguesa?
Hice una mueca con los labios.
—Las hamburguesas tienen demasiadas calorías.
—¿Qué tal un sándwich de pollo?
—No como pan, solo pollo a la plancha.
—¿Una banderilla?
—No me gustan las salchichas.
Hunter me miró como si quisiera ahorcarme con sus propias manos.
—Tienes que comer algo —gruñó en voz baja.
—No tengo hambre —repetí.
—Ellie...
Esa fue la primera vez que lo escuché llamándome por mi nombre.
—Fruta —exclamé, dado a que su paciencia parecía estar llegando al límite—. Quiero un poco de fruta.
—Iré a conseguirte un tazón —anunció, levantándose de la mesa.
—No es necesario, puedo ir yo a conseguirla —dije, levantándome yo también.
Pero Hunter me obligó a sentarme de nuevo y después me dio un par de palmaditas en la cabeza.
—No tardaré —dijo antes de desaparecer.
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