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Capítulo 29 | Segundo día en el campamento

El día siguiente fue mejor y peor.

Mejor porque Lisa y yo pensamos en un nuevo plan para llevar a cabo eso que yo tanto estaba deseando: perder mi virginidad con Hunter. Y peor porque la señorita Ruperta, quien solía acompañarnos al campamento cada año, tuvo la «no-tan-maravillosa-idea» de organizar una actividad de orientación en la que todos los alumnos debíamos participar ya que, de lo contrario, la persona que se opusiera tendría que asistir dos semanas a detención, además de tener que ayudar al personal de cocina durante una semana entera en la hora del almuerzo.

Después de comer en el Gran Comedor, se nos ordenó reunirnos frente a la Casa Principal para comenzar con las preparaciones de dicha actividad. En este caso, la señorita Ruperta solicitó la ayuda de los trabajadores del campamento para que ni siquiera nosotros, los coordinadores, pudiéramos abstenernos de participar.

—Esto realmente apesta —se quejó la chica que se encontraba parada detrás de mí—. ¿Por qué estamos obligados a participar en esta estúpida actividad? Tenía un montón de planes para esta tarde, ¿sabes?

—Lo sé, es tan injusto... —murmuró otra chica, bufando con fastidio.

—Además, ¿la búsqueda del tesoro? —la primer chica chasqueó la lengua—. ¡Dios, eso es tan infantil!

Dejé de prestar atención a las quejas de esas dos chicas para pensar una vez más en mi plan.

Cada vez que visitábamos el campamento, Bicentenary High School alquilaba y encendía la gran fogata frente a la Casa Principal, acompañado también por un increíble espectáculo de fuegos artificiales. Esto, más que nada, con el propósito de dar por terminado nuestro pequeño viaje de escape y descanso de fin de semana.

Mi plan era el siguiente: una vez que encendieran la fogata, llevaría a Hunter a la cabaña que Lisa y yo compartíamos con otras dos chicas del instituto, las cuales, para ese momento de la noche, estarían muy lejos de la villa, emocionadas por presenciar el espectáculo de fuegos artificiales. ¿Corríamos el riesgo de ser nuevamente interrumpidos? Quizás. ¿Qué tan alta era la probabilidad? Bueno, un poco alta. ¿Me importaba? Bufé. Para nada.

Mientras estaba ahí, de pie entre un puñado de estudiantes quejumbrosos, absorta en mis pensamientos, la señorita Ruperta comenzó a explicar la dinámica de la actividad. La búsqueda del tesoro consistía básicamente en seguir una serie de pistas para encontrar unos tótems de madera que estaban escondidos en los terrenos del bosque, con la única ayuda de un mapa y una brújula. Las pistas que debíamos seguir eran diez fotografías instantáneas de sitios que ya habían sido previamente marcados en los mapas. Todo lo que teníamos que hacer era poner en práctica nuestro sentido de la orientación y nuestras habilidades para leer brújulas y mapas.

Nada complicado.

—Para esta actividad deberán formar equipo con otra persona —exclamó la señorita Ruperta con la ayuda de un megáfono—. Cuando escuchen sus nombres, pasen al frente para recoger el material que van a necesitar.

Hunter, quien había estado a mi lado durante todo ese tiempo, exhaló un suspiro antes de moverse entre la multitud de estudiantes para marcharse. Di un respingo y lo seguí, sujetándolo por la muñeca.

—¿A dónde vas? ¿No piensas participar en la actividad?

—No.

A lo lejos, escuché como se iban formando los equipos, pero no puse demasiada atención.

—¿Por qué?

Esbozó una media sonrisa.

—¿De verdad necesitas que te lo diga?

—Si no participas, te enviarán a detención dos semanas.

—Me gusta estar en detención.

—También tendrás que ayudar en la cocina —añadí, esperando que eso lo hiciera quedarse.

Se encogió de hombros.

—No me importa, ya he ayudado antes en la cocina.

Apreté los labios. No quería que se fuera.

—Quédate —insistí—. Podría tocarnos juntos.

Justo cuando me preparaba para poner esa miradita llorosa que siempre funcionaba con él, anunciaron los nombres del siguiente equipo.

—Ellie Russell y Lexie Williams.

—¡¿Qué?! —exclamé al mismo tiempo que la otra persona, Lexie.

Hunter se echó a reír.

—Suerte en tu búsqueda del tesoro —me dijo, levantando una mano para despeinarme el cabello.

Podría haberlo seguido si no fuese porque de verdad no quería volver a poner un pie en detención. Mi última experiencia en ese lugar había sido realmente aburrida. Esperaba no tener que repetirla jamás.

Abrí la boca para protestar, pero Lexie se me adelantó.

—No pienso formar equipo con ella —espetó furiosa, abriéndose camino entre la multitud de estudiantes para poder llegar hasta la mujer regordeta—. Exijo que me cambie de compañero en este mismo instante.

La señorita Ruperta encaró una ceja.

—¿Está usted exigiéndome algo a mí, señorita Williams?

Lexie vaciló y tragó saliva, notándose entre nerviosa y asustada.

—¿Podría por favor cambiarnos de compañero? —intervine, usando un tono más suave y amable.

—Ustedes dos solían ser inseparables, ¿por qué ahora no quieren estar en el mismo equipo? —Ni Lexie ni yo respondimos—. Bien, pues no hay cambios de compañero. Tomen el material que necesitan para la actividad.

Nos entregó una mochila color marrón que dentro contenía un mapa detallado del bosque, una brújula estilo reloj antiguo, dos enormes termos de agua y las dichosas pistas; un paquete con diez fotografías instantáneas de diferentes lugares. Dejé escapar un suspiro y tomé la mochila para revisar el mapa, las fotografías y, lo más importante, comprobar que la brújula funcionara. Luego, una vez formados todos los otros equipos, se nos dijo que teníamos tres horas para seguir las pistas, encontrar los tótems de madera y regresar a la Casa Principal.

De nuevo, nada complicado.

Después de que Lexie y yo nos adentramos en el bosque, yo tuve que cargar la mochila, yo tuve que leer la brújula y yo tuve que ir mirando el mapa para encontrar las pistas. Sabía que estaba dejándome a mí todo el trabajo, pero no me quejé. Decidí mantener la boca cerrada porque no quería ponerme a discutir con ella.

—Esto es tan estúpido —masculló por enésima vez, siguiendo con pereza mis pasos por el bosque—. ¿Esa mujer se piensa que aún somos unos críos? ¿Por qué demonios tuvo que ponernos esta actividad tan infantil?

Me detuve para mirar la brújula y comprobar una vez más el mapa. Apenas habíamos encontrado seis de los diez tótems en poco más de dos horas. Se nos estaba terminando el tiempo. Incluso comencé a sospechar que Lexie estaba caminando así de despacio a propósito, pero no podía simplemente acelerar el paso y dejarla atrás.

—Maldición, estúpidos mosquitos.

—Debiste ponerte repelente —le dije.

—Cierra la boca, no estoy hablando contigo.

Puse los ojos en blanco e hice lo que me pidió, volví a cerrar la boca. Caminamos un poco más hasta llegar a uno de los sitios que estaban marcados en el mapa. Saqué las fotografías instantáneas y las miré una por una.

—Bien, creo que es aquí.

—¿«Crees» o «es» aquí? —bufó—. Porque si no estás segura, no tiene caso que digas «creo que es aquí».

Suspiré con cansancio y me volví hacia ella.

—Dios, ¿podrías dejar de ser tan odiosa por solo cinco minutos?

—¿Y tú podrías dejar de hablar y dedicarte a hacer tu trabajo por solo cinco minutos?

Respiré hondo, esforzándome por sofocar la ira que crecía lentamente en mi interior. Miré de nuevo las fotografías, intentando encontrar el lugar exacto en la que había sido hecha. Después de un par de minutos, vi una puñado de hojas esparcidas detrás de un arbusto gran. Era la misma imagen de una de las fotografías.

—¿Puedes al menos desenterrar el tótem? —le pedí, señalando el montón de hojas.

Ella hizo una mueca.

—¿Y arruinarme las uñas? No, gracias.

Crucé los brazos sobre mi pecho, mirándola con irritación.

—Yo estoy haciendo todo el trabajo.

—¿Ah, sí? ¿Crees que me importa?

Mi autocontrol llegó a su límite, estallé.

—¡Eres insoportable!

—¡Tú eres insoportable!

—¡No haces otra cosa que no sea quejarte y comportante como una...!

—¡¿Cómo una qué?! ¡Venga, dilo!

—¡Como una perra!

Me empujó con fuerza, haciéndome perder el equilibrio. Caí sobre mi trasero, rasguñándome las palmas de las manos con las raíces de un árbol que estaba cerca. Por fortuna, la mochila amortiguó un poco mi caída.

—¡Vamos, levántate y pelea!

—¿Estás loca? ¡No voy a pelear contigo!

—¿Por qué no? ¿Temes que esta vez sea yo quien te rompa la nariz?

Intenté levantarme del suelo, pero ella presionó su pie contra mi pecho para impedírmelo.

—¿Cuál es tu problema? —exclamé.

—¡Tú! ¡Tú eres mi maldito problema! —rugió, apretando los dientes—. ¡Me rompiste la nariz!

—¡Te dije que lo sentía y tú dijiste que estaba bien! —le recordé—. Incluso me invitaste a tu fiesta, ¿y para qué? ¿Para drogarme, emborracharme y humillarme frente a tus amigos? —Resoplé—. ¡Qué bajo has caído!

—Oh, por favor, deja de hablar como si fueras una blanca e inocente paloma. Siempre he odiado esa maldita parte de ti. —Presionó aún más mi pecho con su pie, obligándome a tumbarme en el suelo—. «Pobre Ellie, su mejor amiga se acostó con su novio. ¿Cómo pudo Lexie hacerle algo como eso?». —La miré como si acabara de perder la cabeza—. Todo siempre es sobre ti, todo. Pero, ¿qué hay de lo que tú me hiciste a mí?

—¿De qué estás hablando?

—¡No finjas que no lo sabes! —Sus ojos se llenaron de lágrimas y su cuerpo empezó a temblar. Se limpió una lágrima, me quitó el pie del pecho y se apartó—. En octavo grado, justo después de que te confesara que Christopher me gustaba, tú repentinamente comenzaste a mostrar demasiado interés en él. Antes de eso, él no era más que un buen amigo para ti. Jamás lo viste de otra manera, no hasta que yo te dije que lo quería.

—Eso no es...

—¡No te atrevas a negarlo! —escupió—. Yo era tu mejor amiga, Ellie. Me conoces desde hace más once de años. Sabías que él me gustaba y sabías que yo le gustaba a él. Así que, ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué de un día para otro comenzaste a esperarlo después de clases? ¿Por qué de un día para otro comenzaste a sentarte siempre junto a él en el almuerzo? ¿Por qué de un día para otro comenzaste a buscar cualquier tipo de excusa para tocarlo?

—Yo no...

—¿Cómo crees que me sentí cuando fuiste a mi casa sólo para decirme que Christopher te había pedido que fueras su novia? —Me incorporé, pero no me levanté. Me sentía tan avergonzada que no me atrevía a mirarla a la cara—. No sabía si te estabas burlando de mí o si solo fingías no darte cuenta de lo mucho que eso me dolía.

Tragué saliva, pero no dije nada.

—¿Quieres saber por qué Christopher te pidió a ti que fueras su novia y no a mí? —continuó con desprecio—. Sus padres lo convencieron de que, en términos de conveniencia, tú eras mucho mejor opción que yo. Tu madre es una reconocida diseñadora de modas y tu padre es un famoso abogado, mi madre, en cambio, está muerta y mi padre no es más que un borracho mediocre que cambia de esposa cada maldito fin de semana.

Cerré los ojos, luchando por contener las lágrimas.

—Todas las personas que se acercan a ti lo hacen porque desean obtener algo a cambio, Ellie. Y Christopher no fue la excepción. Incluso Hunter, ¿estás segura de que ese chico te quiere o solo está contigo porque le conviene?

Sus palabras fueron como recibir cientos de puñaladas hundiéndose en mi pecho. Me mordí el labio con fuerza. Sabía que debía decir algo, lo que fuera, pero tenía que defenderme. Sin embargo, Lexie tenía razón.

Tenía razón en todo.

—Dame la brújula y el mapa —exclamó después de un rato, arrebatándome esos objetos de las manos. Se acercó al montón de hojas que estaban esparcidas detrás del arbusto y desenterró el tótem—. Cuanto más rápido terminemos esta estúpida actividad, mejor. Quiero poder disfrutar de nuestro último día en el campamento.

Me levanté del suelo, me sacudí la tierra de los pantalones cortos de mezclilla y la seguí en silencio.

Localizamos otros dos de los diez tótems que debíamos recolectar, de modo que ya solo nos faltaba encontrar uno más para poder regresar a la Casa Principal. Lexie era más lenta leyendo la brújula y parecía estar pasando por muchísimos problemas para entender el mapa, pero me no pidió ayuda y yo no sé la ofrecí.

Supuse que ambas éramos demasiado orgullosas.

Caminamos durante media hora más, adentrándonos en las profundidades del bosque para encontrar el último tótem. Mientras más avanzábamos, más se escondía el cielo detrás de las copas de los árboles por encima de nuestras cabezas. Gradualmente, la luz comenzó a disiparse. Miré la hora en el reloj de mi muñeca. Pasaban de las cinco y media y no llevábamos linternas. Teníamos que regresar al campamento antes de que oscureciera.

—Es por aquí —informó Lexie, acercándose a un sendero desnivelado—. Tenemos que bajar.

—Espera —exclamé—. El camino no se ve muy estable, bajar por aquí podría ser peligroso.

—Rodear nos tomará otros quince minutos, no pienso desperdiciar más tiempo en este estúpido lugar.

—Lex...

—Si te da miedo caerte, sujétate de las ramas. —Con cautela, descendió por el sendero desnivelado, pisando las raíces de los árboles como si fueran escalones—. Eso o espérame aquí mientras yo voy por el último tótem.

Suspiré, me ajusté las correas de la mochila e imité a Lexie en lo que hacía, esperando no resbalar y romperme el cuello en medio del bosque. Acababa de aferrarme a una rama que, por desgracia, resultó tener espinas, cuando escuché la gritar. Una de las raíces que Lexie había pisado se desprendió por completo del suelo, haciéndola caer y rodar por el desnivelado sendero, golpeándose con las rocas que sobresalían de la tierra.

—¡Lexie! —grité.

Bajé lo más rápido que pude para llegar hasta ella y me agaché a su lado. Después de caer, Lexie se sentó en el suelo como pudo, sosteniéndose el tobillo izquierdo con una expresión de dolor en el rostro. Su ropa estaba llena de tierra y se había hecho un par de arañazos poco profundos en las mejillas, en los brazos y en las piernas.

—Maldita sea, ¿por qué todo lo malo me pasa a mí? —se quejó, apretando los dientes.

—¿Te lastimaste? Déjame ver —le pedí. Se apartó las manos del tobillo para que yo pudiera echarle un vistazo. Cuando toqué y presioné el área afectada, Lexie gruñó por el dolor—. Parece que te torciste el tobillo.

—No me digas, Einstein.

Ignoré su sarcasmo.

—Del uno al diez, ¿cuánto dolor sientes?

—Por favor, no hagas preguntas estúpidas.

Saqué los termos con agua de la mochila que, aunque no estaban fríos, servirían para aliviar su dolor.

—Tenemos que volver al campamento para que te vea un médico. —Alcé mis ojos hacia su cara—. ¿Crees poder levantarte? —Lexie asintió, pero en el momento en el que comenzó a ponerse de pie, aun con mi ayuda, su cuerpo entero se estremeció—. Olvídalo, vuelve a sentarte o te lastimarás todavía más el tobillo.

—Puedo caminar —jadeó ella, tragándose su dolor.

—Lex, no hagas las cosas más difíciles, ¿quieres?

Lexie no tuvo más opción que rendirse. La ayudé a sentarse de nuevo en el suelo y coloqué la mochila bajo su pie, intentando elevar un poco la zona afectada. Luego, busqué algo que pudiéramos usar para comprimir su tobillo y evitar que se hinchara, solo que no encontré nada. Me coloqué algunos cabellos sueltos detrás de las orejas y me levanté la camiseta que llevaba puesta, queriendo arrancar un pedazo de tela con los dientes.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó. Metí la mano en el bolsillo trasero de mis pantaloncillos cortos de mezclilla y saqué una pequeña navaja que solía llevar conmigo desde el incidente con esos chicos cerca de la arena subterránea. Lexie abrió los ojos de par en par—. ¿Por qué demonios llevas una navaja contigo?

—Por seguridad.

—¿No es ilegal?

—Si, lo es.

Sus labios evidenciaron una sonrisa.

—Entonces, si en serio te hubiera golpeado hace un rato, ¿me habrías apuñalado?

Resoplé y sacudí la cabeza.

—No digas tonterías.

Usé la navaja para cortar el dobladillo de mi camiseta blanca, vendé su tobillo con ese pedazo de tela y después guardé de nuevo la navaja en el bolsillo trasero de mis pantaloncillos. Lexie no dejó de mirarme.

—¿Por qué llevas una navaja contigo? —volvió a preguntar, esta vez con un tono más serio.

Suspiré y me senté frente a ella, asegurándome de que la venda improvisada no estuviera muy apretada.

—No hace mucho, fui acorralada por un grupo de cuatro chicos en un callejón oscuro —empecé, aflojando un poco la venda—. Incapacité a tres de ellos rociándoles gas pimienta en el rostro, pero el cuarto me arrinconó contra una pared y me... me tocó. —Sus cejas se contrajeron—. Por suerte, Hunter llegó antes de que me hiciera algo peor. —Solté el aire—. Desde entonces, me gusta llevar una navaja conmigo a donde sea que vaya, solo por si acaso. Hunter también ha estado dándome clases de defensa personal, aunque no sabe lo de la navaja.

Lexie me miró con incredulidad.

—¿Por qué no me lo habías dicho?

Me limité a encogerme de hombros.

—Porque ya no somos amigas. —Después de eso, ambas nos quedamos en silencio durante un buen rato, mirando su tobillo perfectamente vendado. Entonces, vi la hora en el reloj de mi muñeca—. ¿Tienes la brújula?

Negó con la cabeza.

—No, la solté en cuanto me resbalé.

Me levanté del suelo, sacudiéndome la tierra de los pantaloncillos.

—Iré a buscarla —anuncié—. No te muevas de aquí y no bajes el pie de la mochila, ¿entendido?

Asintió sin mirarme.

Regresé al sendero desnivelado para buscar la brújula entre los montones de hierba, los helechos, las rocas y las raíces de los árboles, pero no pude encontrarla. Pronto, el bosque comenzó a verse más oscuro. Incluso el aire pareció volverse más frío. Eché otro vistazo al reloj en mi muñeca. Eran más de las seis.

—¿Tuviste éxito? —preguntó Lexie al verme volver.

—No —le hice saber.

Dejó escapar un suspiro.

—Es mi culpa, no debí soltarla...

Me agaché frente a ella para examinar su tobillo.

—¿Todavía te duele mucho?

—No, ya no tanto.

—Mentirosa. —Me di la vuelta—. Sube, te llevaré en mi espalda.

—¡¿Te volviste loca?!

—Está oscureciendo, pronto no seremos capaces de ver nada.

—¿Qué hay de la brújula?

—Creo recordar el camino de regreso al campamento.

Me escudriñó, como si desconfiara de mi sentido de la orientación.

—¿Estás segura?

—Noventa y nueve por ciento segura.

—¿Qué hay del otro uno por ciento?

Bufé de manera ruidosa.

—Solo súbete a mi espalda.

Bajó el pie lastimado de la mochila, se la colgó en los hombros y se subió a mi espalda, rodeándome el cuello con los brazos. Una vez lista, me levanté del suelo entre tambaleos y me obligué a soportar el peso de Lexie en cada uno de mis pasos. Subir el sendero desnivelado ni siquiera era una opción. Nuestra única alternativa era sacarle la vuelta al lugar. Y eso hice. Rodeé por completo la cuesta empinada hasta que el suelo se volvió plano.

Lexie no pesaba mucho en realidad, pero aun así tuve que detenerme más veces de las previstas para descansar, beber sorbos de agua y recuperar un poco el aliento. Las piernas me temblaban por el cansancio y la espalda comenzaba a dolerme. El sol se había ocultado hace un rato, así que carecíamos de luz en el bosque.

—Ya me has llevado bastante, caminaré el resto del camino —exclamó Lexie desde su lugar en el suelo.

Por supuesto, no iba a permitir que ella anduviera por ahí con un tobillo torcido.

—Sube a mi espalda —le dije, posicionándome frente a ella.

—En serio, si continúas esforzándote colapsarás y yo tendré que arrastrarte al campamento.

Inhalé profundamente.

—¿Qué se supone que hagamos entonces? —solté con exasperación, secándome el sudor de la frente con el dorso de la mano. Me urgía darme una ducha—. No puedes caminar, tu tobillo está lastimado.

—¿Quién dice que no puedo caminar? —repuso ella, poniéndose a la defensiva.

Intentó ponerse de pie por su propia cuenta, pero la expresión en su cara relevó lo mucho que le dolía. Suspiré, la forcé a sentarse de nuevo y le quité la venda para comprobar el estado de su tobillo. Apreté los labios.

—Podríamos quedarnos aquí y esperar a que alguien nos encuentre. Son más de las siete, en el campamento ya deben haber notado nuestra ausencia. Lo más probable es que en este momento haya gente buscándonos.

—¿Y si un oso nos encuentra primero?

—No hay osos en este bosque.

—¿Estás segura de eso?

No lo estaba.

Me senté junto a ella en el suelo, flexioné las piernas para abrazarlas y apoyé la barbilla en mis rodillas, sintiéndome terriblemente cansada. Cerré los ojos un minuto, deseando haber seguido a Hunter cuando tuve la oportunidad. ¿Qué estaría haciendo él en ese momento? ¿Estaría preocupado por mí? ¿Estaría buscándome?

A mi lado, escuché a Lexie emitir una especie de lloriqueo.

—¿Qué pasa? —le pregunté, volviéndome hacia ella.

—El bosque está demasiado oscuro, casi no puedo ver nada —susurró—. Tengo miedo.

Sonreí para tranquilizarla, aunque probablemente no podía ver bien mi cara.

—Estaremos bien, no te preocupes. —Estiré una mano para tomar la suya—. Mira, así ya no tendrás miedo.

Resopló con suavidad.

—¿Cuántos años crees que tengo?

Aun así, con todo y su tono sarcástico, no apartó su mano de la mía. Un silencio tenso se interpuso entre nosotras mientras que un escalofrío se extendía por las venas de mi cuerpo. Al parecer, Lexie no era la única que tenía miedo. ¿Y si nadie nos encontraba? ¿Y si en realidad no había nadie buscándonos? ¿Qué íbamos a hacer?

Por suerte, fui arrancada de mis pensamientos cuando escuché a Lexie reír.

—¿Ahora qué pasa? —inquirí.

—Toda esta situación me recuerda a la vez que nos perdimos en la casa embrujada de la feria hace... ¿qué serán? ¿siete años? —volvió a reírse—. Solo dejaban entrar a mayores de quince, pero yo en serio quería entrar, así que me colé por la puerta de atrás. Me dijiste que no lo hiciera, incluso intentaste detenerme, pero no te escuché, por lo que no te quedó de otra más que seguirme. Al final, que nos perdiéramos en ese lugar fue culpa mía.

Un lado de mi boca se elevó en una sonrisa.

—Estuviste a punto de hacerte pipí encima cuando viste al primer monstruo —le recordé.

—¡El tipo no tenía cabeza!

—¡Claro que sí, la llevaba cargando en sus manos! —Nos echamos a reír a carcajadas—. Después de eso, te fuiste corriendo tan rápido que entraste sin querer a la habitación de los espejos —continue, agarrándome el estómago—. Y cuando chocaste contra tu propio reflejo, gritaste tan fuerte que casi me rompiste los tímpanos.

—¡Creí que se trataba del tipo sin cabeza!

Nuestras risas se hicieron todavía más escandalosas.

—Y luego... —proseguí, pero Lexie me empujó juguetonamente.

—¡Tú también te asustaste mucho ese día, recuerdo que casi te hiciste pipí!

—No es así, yo casi me hice pipí pero porque no podía más con la risa —respondí.

Estuvimos riéndonos histéricamente hasta que nos dolieron las mejillas.

—Dios, fue tan divertido... —suspiró, frotándose la comisura de los ojos. Asentí con la cabeza, dándole por primera vez la razón a ella. Entonces, cuando ambas nos tranquilizamos, simplemente dijo—: Iba a decírtelo.

Miré en su dirección sin entender.

—¿Qué cosa?

—Ese día, en la fiesta de Vicky, realmente no era mi intención que nos encontraras a Christopher y a mí besándonos en el baño. —La sonrisa que yo aún tenía en mis labios se desvaneció—. Iba a decirte lo que estaba pasando entre nosotros, de verdad, es solo que... no lo sé, supongo que no quería que te enfadaras conmigo.

—Está bien.

—No, no está bien. Sabía que lo que hacíamos estaba mal, yo... —su voz se quebró—. Dios, estaba tan enfadada. No podía creer que no te importaran en lo absoluto mis sentimientos cuando te decidiste a seducir al chico que me gustaba justo en mis narices —sollozó—. Por eso, cuando Christopher me besó, pensé en lo que me hiciste y respondí a su beso sin importarme que él estuviera saliendo contigo. Fue mi manera de vengarme.

Me aparté porque no quería seguir escuchándola.

—Ya basta, deja de hablar.

Pero Lexie siguió torturándome.

—No voy a decir que siento no haber sido una buena amiga, porque lo cierto es que tú nunca te disculpaste conmigo por no haberlo sido tampoco. —Hizo una pausa para secarse las mejillas—. Ahora ya sabes por qué hice lo que hice, es tu turno de confesar. —No dije nada, no podía—. Solo dime por qué lo hiciste, Ellie. Por favor...

Abracé mi cuerpo para contrarrestar el frío, que era más psicológico que físico. No quería llorar, pero las lágrimas me nublaron la vista. Quise contenerlas mordiéndome el interior de la mejilla. No funcionó.

—Fui egoísta —susurré bajito. Me costó muchísimo pronunciar las siguientes palabras—. Lo siento.

Dejó escapar un bufido.

—¿Eso es todo lo que vas a decir? —preguntó con calma.

Me obligué a despegar los labios una vez más.

—Sabía lo que Christopher y tú sentían el uno por el otro. Cualquiera podía darse cuenta —confesé—. Sin embargo, cuando me dijiste que estabas enamorada de él, entré en pánico. —Miré hacia otro lado, sintiéndome muy avergonzada—. Si Christopher y tú comenzaban a salir, tarde o temprano iban a hacerme a un lado. Yo no... —balbuceé, temblando por la vergüenza. Me clavé las uñas en las palmas de las manos, usando ese dolor para continuar—. No quería quedarme sola, eso es todo. Después de tu confesión, se me ocurrió una idea. Si yo me convertía en la novia de Christopher, la posibilidad de que ustedes dos me dejaran desaparecería porque estaba segura de que ni tú ni él se atreverían a traicionarme —suspiré—. O al menos, eso fue lo que pensé.

Lexie se quedó en silencio unos instantes, procesando lo que yo acababa de decir.

—Ellie... —murmuró, inspirando profundamente por la nariz. Conocía bien ese tono—. ¡Maldición, quiero golpearte! —gritó con todas sus fuerzas, quizás atrayendo la atención de todos los osos que había en el bosque.

—Adelante, hazlo. No pienso detenerte.

Mi respuesta la dejó estupefacta.

—¿Estás loca? No voy a golpearte.

—Pero acabas de decir que...

Exhaló un profundo suspiro.

—No estaba hablando en serio, idiota.

—Mmm... —imité a Hunter, sentándome de nuevo junto a Lexie en la oscuridad.

Permanecimos en silencio varios minutos, cada una perdida en sus propios pensamientos.

—¿De verdad crees que haya alguien buscándonos? —preguntó.

—No lo sé.

—Quizás deberíamos volver a movernos, tal vez ya no estamos tan lejos del campamento.

Asentí con la cabeza y me acerqué a ella.

—De acuerdo, súbete a mi espalda.

—No lo hare, prefiero caminar.

—No puedes caminar con el tobillo así.

—Claro que puedo.

—Lexie...

—Quiero caminar.

Apreté los dientes.

—¡Deja de ser tan terca!

—¡No me digas qué hacer!

De pronto, un ruido sordo hizo que las dos pegáramos un brinco. Inconscientemente, nos abrazamos una a la otra mientras intentábamos ver más allá de la oscuridad, entre las ramas de los árboles y los arbustos que a esa hora de la noche parecían siluetas escalofriantes sacadas de una película de terror de muy mala calidad.

—¿Tú también escuchaste eso? —le pregunté en voz baja, notando un temblor en mis manos.

—¿C-crees que haya sido un oso?

—Aquí no hay osos.

—¡Eso dices tú!

El ruido volvió a escucharse, solo que está vez sonó mucho más cerca. Los brazos de Lexie se aferraron a mí con fuerza, aplastándome los pulmones y las costillas. Hice una mueca al tener dificultades para respirar.

—Lex, no me estás dejando respirar —le hice saber.

Pero ella estaba tan asustada que ni siquiera me escuchó.

—¡Vamos a morir, este es nuestro fin!

—No digas tonterías, no vamos a...

En ese momento, una gran figura negra salió con calma de entre los arbustos, haciendo que Lexie gritara de una manera realmente escandalosa. No lo pensé. Me coloqué frente a ella como un escudo humano, agarré la roca más grande del suelo y se la arrojé al oso con todas mis fuerzas, esperando que eso lograra espantarlo. El oso maldijo en voz baja al tiempo que alzaba un brazo para cubrirse la cara, evitando que la roca lo golpeara.

Un segundo, ¿desde cuándo los osos maldecían en voz baja?

—¡¿Quién...?!

Un haz de luz iluminó directamente mi rostro, deslumbrándome por un momento. Entorné los ojos y eché la cabeza hacia un lado, pestañeando varias veces para recuperar mi sentido de la vista. Los pasos de la persona con la linterna se acercaron, por lo que me incorporé lo más rápido que pude, lista para lo que sea.

Fue entonces cuando lo vi.

Hunter se quedó de pie, inmóvil como una estatua de marfil, a escasos centímetros de mí. Llevaba una sudadera negra con la capucha puesta y unos pantalones oscuros, razón por la cual se había camuflajeado tan bien con la oscuridad dentro del bosque. Sus ojos se detuvieron en mi cara unos segundos y luego descendieron hacia abajo, sobre mi cuerpo, recorriéndolo detenidamente. Parecía estar asegurándose de que estuviera bien.

—¿Hunter? —lo llamé, con un nota de alivio en mi voz.

No dijo nada. En vez de eso, dio un paso al frente para terminar con la distancia que nos separaba y me estrechó fuertemente contra su cuerpo, envolviéndome entre sus brazos con una actitud protectora. Me quedé quieta un segundo, invadida por un sentimiento que, por más que lo intentara, jamás sería capaz de describir con palabras. Mi corazón latió de forma errática en mi pecho y mi aliento se quedó atascado en mi garganta.

Era la primera vez que alguien me sostenía de esa forma. Como si la idea de soltarme le resultara en verdad aterradora. No solo eso. También fue la primera vez que sentí que una persona se preocupaba genuinamente por mí. Podía sentirlo. Cada poro de su cuerpo parecía exhalar alivio tras comprobar que me encontraba bien.

—¡¿Por qué cojones se alejaron tanto del campamento?! —rugió con una voz áspera y profunda, apartándose sólo lo justo para poder mirarme a la cara. Jamás lo había visto tan enfadado—. ¡¿Sabes qué puta hora es?!

La ira endureció las facciones de su rostro, dándole una apariencia de lo más salvaje y atractiva.

Abrí la boca para responder, pero los ojos se me llenaron de lágrimas. Al ver esto, su expresión se suavizó y su mirada de inmediato se llenó de preocupación. Sujetó mi cara entre sus manos y acercó su rostro al mío.

—¿Qué pasa? ¿Estás herida?

Pensé en ello un segundo antes de sacudir la cabeza para decir que no.

—No, yo no, pero Lexie sí —contesté, me temblaba suavemente la barbilla—. Se lastimó el tobillo.

Hunter deslizó sus pulgares por mis pómulos, del mismo modo que una lenta y delicada caricia.

—¿Tú estás bien?

—Sí, estoy bien.

—¿No te duele nada?

—No, no. Lexie es quien...

—¿Estás segura?

Detrás de mí, Lexie tosió para hacerse notar.

—Yo estoy de maravilla, gracias por preguntar.

Hunter le dedicó una breve y desinteresada mirada.

—¿Por qué se apartaron tanto del campamento? —me preguntó a mí, ignorándola a ella por completo.

No sabía si reír o llorar.

—Perdimos la brújula, así que tuvimos que guiarnos por mi sentido de la orientación —expliqué—. ¿Y de qué estás hablando? No nos estábamos apartando del campamento, intentábamos llegar hasta él.

Sus labios se curvearon un poco, pero su mirada siguió siendo severa.

—Lamento ser yo quien te lo diga, nena, pero tu sentido de la orientación está realmente oxidado. —Me acomodó un mechón de cabello rubio detrás de la oreja—. No se estaban acercando al campamento, se estaban alejando. Por eso tardé tanto tiempo en encontrarlas. Tronchatoro tiene a todo el mundo buscándolas.

La sangre de mi rostro se calentó considerablemente, por lo que tuve que apuntar la luz de la linterna de Hunter hacia otro lado. No quería que viera el rubor que había coloreado mis mejillas de un rojo brillante.

—¡Maldición, lo sabía! —exclamó Lexie desde su lugar en el suelo. Bajé la mirada a mis pies, sintiéndome muy avergonzada—. ¡Sabía que era mala idea confiar nuestras vidas en tu estúpido sentido de la orientación!

Sus palabras me enrojecieron aún más las mejillas.

—Está bien —me dijo Hunter, tomándome de la barbilla para que lo mirara a los ojos. Una vez más, estaba ignorando a Lexie por completo—. Yo estoy aquí ahora, las llevaré de regreso al campamento.

—¿Has traído una brújula?

Sacó una de los bolsillos de su sudadera para mostrármela.

—¡Aleluya! —chilló Lexie, intentando ponerse de pie.

Di un respingo.

—Espera, te vas a lastimar.

—Descuida, ahora que tu novio está aquí, él me cargará, ¿no es así?

Hunter fingió no escucharla.

—Andando, llegaremos a tiempo para ver cómo encienden la fogata.

—Hunter.

—¿Hm?

—Lexie no puede caminar, tiene el tobillo lastimado —le informé por segunda vez—. ¿Podrías...?

Suspiró con fastidio.

—De acuerdo.

—Vaya, no tienes por qué emocionarte tanto —se quejó Lexie, subiéndose a la espalda de Hunter.

Éste chasqueó la lengua con desdén.

—Guarda silencio, clon malvado.

Lexie puso una cara muy fea.

—¡¿A quién crees que llamas clon malvado?! —Me eché a reír—. ¡¿Y tú de qué te ríes?!

Cerré la boca.

—Muy bien, andando.

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