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Capítulo 28 | Primer día en el campamento

A Christopher y a mí se nos fue asignada la tarea de verificar la asistencia de los estudiantes cuyos padres habían firmado la autorización para el viaje escolar, conforme iban subiendo a los autobuses. A su vez, debíamos asegurarnos de confiscar cualquier tipo de dispositivo electrónico como celulares, computadoras portátiles y consolas de videojuegos, además de marcar las maletas con una etiqueta de identificación para luego entregarlas a los chicos del equipo de fútbol, quienes eran los encargados de colocarlas en los compartimentos de equipaje.

—Por cierto —comentó Christopher, atando una etiqueta con el nombre de una chica en una maleta color mostaza—. Sé que ahora mismo no estoy en posición para pedirte favores, pero... —suspiró al tiempo que lanzaba la maleta a Ethan y a Gilbert—. ¿Crees que puedas fingir que aún estamos juntos en la cena con mis padres?

—¿Aún no les has dicho que ya no estamos juntos? —inquirí de forma distraída, verificando la autorización firmada de un grupo de chicos antes de dejarlos subir al segundo autobús—. ¿Y a qué cena te refieres?

Lo vi ignorar el gesto obsceno que le hizo Gilbert cuando este no logró atrapar la maleta a tiempo.

—A la que organizó tu padre con los míos el lunes, en el West House.

Me llevó alrededor de quince segundos digerir sus palabras.

—¿Mi padre? —repetí con un tono incrédulo, volviéndome hacia él para cerciorarme de que no estuviera tomándome el pelo—. ¿Quieres decir que mi padre va a estar en Seattle el lunes y va a ir a cenar con tus padres?

—Sí, ¿no lo sabías? Creí que ya te lo había dicho, porque él... —se quedó callado al ver la expresión en mi rostro—. Mierda, supongo planeaba darte una sorpresa o algo así y yo acabo de meter la pata, ¿no?

Sonreí y meneé la cabeza.

—No pasa nada, está bien. —Me había olvidado de revisar el teléfono de su oficina. Lo más probable es que me hubiese dejado un mensaje en la contestadora con Francis, su asistente. Dudaba mucho que se tratara de una sorpresa de su parte—. Pero, ¿por qué necesitas que finja que aún estamos juntos frente a tus padres?

Agarró otra maleta del montón y comenzó a atarle una nueva etiqueta de identificación.

—Si descubren que te enga... —tosió y se aclaró la garganta, negándose a pronunciar esa palabra en voz alta—. Si descubren lo que te hice, estoy seguro de que me desheredarán y me eliminarán del árbol familiar.

Me eché a reír.

—Vamos, estás exagerando.

—No, estoy hablando en serio. Mi madre te adora, incluso supe de mi abuela ha estado planeando nuestra boda en secreto, lo cual es aterrador. Y mi padre... bueno, él adora los negocios que tiene con el tuyo.

—Sí, pero el que tú me hayas engañado —enfaticé con una sonrisita, confiscando el celular de una chica—. No quiere decir que yo vaya a hablar con mi padre para pedirle que rompa los negocios que tiene con el tuyo.

—Lo sé, pero...

—¡Joder, Gray, deja de lanzar tantas putas maletas! —exclamó Gilbert, amigo de Christopher y miembro del equipo de fútbol—. ¿No ves que ya no hay más espacio? ¿Dónde quieres que las ponga? ¿En el culo de Ethan?

Ethan, que intentaba cerrar la puertecilla del compartimento de equipaje a la fuerza, dio un respingo.

—¿Por qué en mi culo y no en el tuyo?

Gilbert rodó los ojos y le dio una patada al autobús.

—¡Ven y danos una puta mano! —insistió.

Christopher me miró, esperando mi aprobación.

—Ve, parece que están teniendo muchos problemas con las maletas.

—No tardaré —me aseguró.

Quince minutos más tarde, el número de alumnos que todavía tenían que subir a los autobuses disminuyó muchísimo gracias a mi rápido desenvolvimiento verificando autorizaciones, confiscando celulares y etiquetando las maletas restantes. Por otra parte, Christopher, Gilbert y Ethan se habían visto obligados a hablar con el director Presley para informarle sobre la falta de espacio en los compartimentos de equipaje de los autobuses.

—Autorización —le pedí a la siguiente persona de la fila, estirando mi mano.

—¿Qué fue todo eso? —preguntó una voz conocida. Alcé la mirada de la lista de alumnos para ver a Lisa, quien, al igual que yo, llevaba puesta su ropa de campamento; camisa de botones y pantaloncillos cortos color caqui—. ¿Hiciste las paces con ese asqueroso sangre sucia o por qué estabas hablando y riéndote con Christopher?

Esbocé una sonrisa burlona al tiempo que revisaba la firma de su autorización.

—Me encanta cuando te comportas como una novia celosa.

Resopló mientras me pasaba su maleta verde, que era el doble de grande que la mía.

—Hablando de celos... —susurró, dando un fugaz vistazo por encima de su hombro izquierdo para mirar la fila detrás de ella—. Hace un momento, cuando estabas hablando y riéndote con Christopher, Hunter...

—¿Teléfono?

—¡Ellie, estoy tratando de decirte algo importante!

—¿Crees que no sé qué es solo una distracción para evitar que confisque tu teléfono?

Puso mala cara, metió la mano en el bolsillo de sus pantaloncillos cortos y me entregó su celular.

—Bien, como te decía —continuó—. Hace un momento, cuando estabas riéndote con...

—Dame también el otro teléfono.

—¡Ellie!

—Sé que sueles llevar dos contigo porque odias quedarte sin batería mientras juegas.

En vez de enfadarse, me miró con una sonrisa de adoración.

—¡Me conoces tan bien! —aplaudió, entregándome el otro celular. Los puse cuidadosamente en una cajita de plástico con su nombre que se le entregaría regresando del viaje—. ¿Puedo terminar lo que iba a decirte ahora?

Hice un gesto de afirmación con la cabeza, tachando su nombre de la lista.

—Te escucho —dije, sin dejar de prestar atención a mi tarea.

Lisa sonrió y se hizo a un lado para dejar pasar al siguiente chico de la fila.

—Pues verás, cuando Hunter te vio reír con Christopher, se enfadó tanto que rompió el asa de tu maleta y luego gruñó como un animal. En serio, tu novio gruñó. Fue el sonido más sexy que he escuchado en mi vida.

—¿Qué? —balbuceé, volviéndome hacia ella—. ¿Hunter rompió el asa de mi maleta?

—Sí, pero solo fue un accidente —añadió, notando mi tono—. Él estaba sosteniéndola cuando de pronto «¡crack!» la rompió. Trevor no se dio cuenta, pero yo sí. La rompió porque se enfadó al verte reír con Christopher.

—Lo que dices no tiene ningún sentido, Hunter no es del tipo celoso.

En realidad, dudaba mucho que Hunter hubiese roto el asa de mi maleta por haberme visto reír con Christopher. Lo más seguro es que la hubiese roto simplemente porque era demasiado brusco con las manos.

—Yo lo vi, yo estuve ahí.

Suspiré y negué con la cabeza.

—Se hace tarde, sube al autobús.

—Si no me crees, pregúntaselo tu misma —insistió mi amiga para luego desaparecer.

Dos chicas y un chico después, finalmente llegó el turno de Hunter. Llevaba consigo su maleta deportiva, mi maleta fucsia y mi mochila de viaje. Solo alguien con su fuerza podría cargar todo eso sin fatigarse.

—Autorización —exclamé, estirando una mano hacia él.

—¿Autorización? —repitió, ladeando la cabeza.

—Sí, el permiso que debieron firmar tus pa... —mi voz se apagó. Lo miré directamente a los ojos—. Oh no...

—No tengo padres.

—¿Qué hay de los Presley?

—No me hablo con ellos.

Suspiré y me froté la frente, mordiéndome el labio. Sin la autorización, Hunter no podía ir al viaje.

—Sube rápido al autobús antes de que alguien note que estoy abusando de mi poder —susurré muy bajito, intentando no llamar la atención de los coordinadores que se encontraban cerca, haciendo diferentes tipos de tareas—. Sube al autobús —insistí, sin levantar la mirada de mi tabla. Hunter no se movió—. ¡Sube! —espeté.

Cuando alcé un poco la cabeza, vi que la razón por la que Hunter aún no había subido al autobús era porque Christopher estaba parado junto a mí. Ambos parecían querer dispararse rayos láser por los ojos.

—Chicos... —titubeé, preparándome para detener una pelea en cualquier momento.

El indicio de una sonrisa se manifestó en los labios de Hunter.

—Jacob —exclamó al cabo de unos segundos, sin apartar la mirada de mi exnovio.

Christopher y yo fruncimos las cejas al mismo tiempo.

—¿Jacob?

—Sí. Ese es el nombre de este chico, ¿no?

Intenté no reírme, de verdad lo intenté. Pero al final, fracasé. Christopher no solo era el chico que encabezaba las listas de popularidad en la escuela, también era el capitán del equipo de fútbol. Su nombre estaba en todas partes. Además, era mi ex. ¿Cómo es posible que Hunter no lograra recordar nunca su nombre?

—Soy Christopher, imbécil —siseó éste entre dientes, apretando los puños

—Christopher Imbécil, anotado —se burló Hunter, tocándose la frente con un dedo.

Mi risa se hizo más escandalosa, por lo que la sonrisa en los labios de Hunter se ensanchó mientras que la furia dentro de Christopher se volvió más intensa. Luego de unos minutos de tensión en su máxima expresión, me mordí el labio y traté de poner una cara más seria. Tomé aire varias veces antes de situarme entre los dos.

—Hunter, sube al autobús ¿quieres? —No respondió—. Por favor.

Entonces, sin dejar de mirar a Christopher con esa sonrisita de «soy mejor que tú», se inclinó para besarme en los labios. Mis mejillas se tiñeron de un rosa brillante. Seguía sin acostumbrarme a que él hiciera eso.

—Te separaré un asiento junto a mí.

Asentí con la cabeza, cubriéndome la mitad del rostro con mi tabla de tareas. A mi lado, Christopher puso los ojos en blanco, pero no dijo nada. Se limitó a atrapar las maletas que Hunter le lanzó con total descuido.

No cabía duda, el viaje iba a ser toda una odisea.

Nos tomó alrededor de tres horas llegar al campamento «Olympic Lake» a las afueras de Seattle, cuya ubicación se encontraba en lo más profundo del bosque, completamente alejado de la civilización. Era el sitio perfecto para desconectar y relajarse en medio de la naturaleza. El campamento estaba dividido en villas, cada una con un total de doce cabañas en las cuales podían hospedarse hasta cuatro personas. Año tras año, el instituto solía alquilar cuatro villas enteras; veinticuatro cabañas para las chicas y veinticuatro cabañas para los chicos.

Mientras los estudiantes descendían de los autobuses, los coordinadores nos reunimos nuevamente para asignar las siguientes tareas. Éramos seis en total: Marco, Glenda, Guzmán, Luciana, Christopher y yo. Los años pasados, todo el tema de ser coordinadora junto a Christopher me tenía inmensamente feliz y emocionada. Esta vez, sin embargo, no podía dejar de arrepentirme por haber aceptado el trabajo. Lo único que quería en ese momento era escaparme de todas mis responsabilidades para ir con Hunter quien, desde que bajó del autobús se había mantenido cerca de Trevor y Lisa, aunque no parecía estar prestándoles la más mínima atención.

—Oye, te propongo un trato —le dije a Christopher, una vez que terminó la asignación de tareas.

—¿Un trato? —preguntó él, volviéndose hacia mí.

Entre la multitud de estudiantes que esperaban escuchar sus nombres a través del megáfono de Guzmán para pasar a recoger sus maletas, Hunter se alejó de Trevor y Lisa y se dirigió al muelle de madera junto al lago.

—Si me cubres en mis tareas, prometo fingir que aún estamos juntos en la cena con nuestros padres.

Christopher arrugó la nariz.

—¿Quieres que me encargue de tus tareas? —Asentí con la cabeza—. Ellie...

—Vamos, es un trato justo.

Permaneció en silencio unos segundos, pensando.

—¿Sólo las de hoy?

—Sólo las de hoy.

—De acuerdo.

—¿Sí?

—Sí.

—Eres el mejor exnovio del mundo —chillé, entregándole mi tabla de tareas—. Bueno, casi.

Me observó con una sonrisa.

—Vale, me conformo con eso.

Libre de mis responsabilidades, atravesé la multitud de estudiantes hasta llegar al muelle.

—¿En qué estás pensando? —le pregunté a Hunter, deteniéndome junto a él.

Tenía los brazos cruzados sobre su pecho mientras contemplaba fijamente el agua cristalina.

—Hay truchas en el lago.

—¿Truchas?

Entornó los ojos.

—También hay esturiones.

Hice una mueca con los labios.

—Pareces saber mucho sobre peces —comenté, mirando su perfil—. ¿Te gusta pescar?

—No —respondió, estudiando los peces que nadaban en el lago—. Un poco —agregó tras una pequeña pausa—. Cuando era pequeño, los Presley solían llevarnos a Benson y a mí a una cabaña todos los fines de semana.

Me sorprendió escucharlo hablar sobre su pasado sin que yo tuviese que preguntarle.

—¿En serio?

Asintió distraídamente con la cabeza.

—Robert estaba empeñado con enseñarnos a pescar —continuó, hablando sin mostrar ningún tipo de emoción en su rostro—. Nos compró los mejores equipos de pesca, carnada de la mejor calidad y un montón de libros sobre peces. —Su boca se curveó en apenas una sonrisa—. Pasábamos horas intentando llenar cubetas con truchas para la cena, hasta que un día, Elizabeth, la madre de Benson, dijo que estaba cansada de comer pescado.

Sonreí al imaginar a un Hunter pequeño, sosteniendo una caña de pescar junto al lago.

—¿Aún lo hacen? —Estiré una mano para tomar la suya—. Ir a esa cabaña los fines de semana.

—No —respondió, apartando la mirada del agua—. Te lo dije antes, ya no me hablo con ellos.

—¿Por qué? —pregunté, pero él ya había terminado de hablar sobre sí mismo—. En la Casa Principal tienen cañas de pescar —continué, cambiando rápidamente de tema—. Si quieres, podemos alquilar un par de equipos.

—Pescar es muy aburrido —me advirtió, aunque vi cierto brillo de emoción en sus ojos.

—No importa —le aseguré.

Las comisuras de sus labios evidenciaron una sonrisa.

—Quizás otro día —prometió, frotándome los nudillos de la mano con el pulgar.

Me apoyé en su brazo izquierdo y juntos miramos las vistas del lago durante un largo rato, envueltos en un cómodo y agradable silencio. Suaves brisas de aire fresco acariciaron mi rostro, animándome a respirar el inconfundible olor a naturaleza. Cerré los ojos un minuto, permitiendo que en mis labios una se dibujara sonrisa.

Mientras estaba ahí, de pie junto al chico que actuaba como el novio más atento y amable del mundo únicamente porque yo estaba pagándole, una idea se formó lentamente en mi cabeza. Quizás, solo quizás, si me esforzaba lo suficiente, podría conseguir que Hunter desarrollara los mismos sentimientos que yo tenía por él.

Y entonces... entonces...

—¿Sabes nadar? —preguntó de pronto, irrumpiendo en mis pensamientos.

Para cuando me di cuenta, Hunter me había arrastrado a la orilla del muelle, sujetándome sólo de las muñecas para evitar que mi propio peso me hiciera caer al lago. Lo miré sin dar crédito a lo que estaba pasando.

—¿Qué crees que estás haciendo? —balbuceé, intentando aferrarme a él de alguna manera.

El idiota esbozó una sonrisa burlona.

—De pronto recordé algo que me hizo enfadar.

—Hunter... —pronuncié su nombre despacio, titubeando—. No te atrevas a... —Aflojó el agarre en mis muñecas, haciéndome creer que iba a soltarme. Dejé escapar un chillido—. ¡Espera, espera, espera!

—¿Hm?

—¿Qué es eso que te hizo enfadar?

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. No estoy muy seguro.

Resoplé e intenté sujetarlo de la camiseta negra sin mangas para arrastrarlo al lago conmigo si me dejaba caer, pero fue inútil. La sonrisa en sus labios se ensanchó, dejando ver un hoyuelo en la comisura de su boca.

—Hablemos, ¿sí? —dije, cambiando de táctica—. Mi ropa no puede mojarse, se estropeará.

Miró mi ropa de «niña exploradora» y arqueó una ceja.

—¿En serio? —Asentí con la cabeza—. Es una lástima.

¡Splash! El idiota me soltó y mi cuerpo se hundió rápidamente en el lago, envolviéndome en un frío manto de burbujas. Cerré la boca para evitar tragar agua por accidente y comencé a mover brazos y piernas, luchando por salir a la superficie. Saqué la cabeza y aspiré una gran bocanada de aire antes de sumergirme de nuevo.

Hunter me observó desde el muelle, dando por hecho que estaba fingiendo.

—¡No... no sé nadar! —grité como pude, hundiéndome de nuevo.

Al escuchar la desesperación en mi voz, la sonrisa en su rostro se desvaneció y, sin pensarlo, se lanzó al lago para salvarme. El agua salpicó por todas partes, creando mareas que me empujaron lejos del muelle. Hunter me rodeó por la cintura con sus brazos y tiró de mí hacia él, apretándome contra su cálido y sólido cuerpo con una actitud protectora. Me quedé quieta un momento, agarrada a su cuello mientras respiraba con dificultad.

Nadó a la orilla conmigo en brazos y me sacó del agua en un santiamén.

—¿Estás bien? —me preguntó, apartándome el cabello mojado de la cara—. No sabía que...

—Caíste —me burlé, riéndome de él.

Me miró con una expresión complicada en el rostro, frunciendo ligeramente las cejas. Luego, justo cuando pensé que se echaría a reír conmigo, apretó los dientes, se levantó y se fue. No esperaba esa reacción de su parte, por lo que, aún empapada de pies a cabeza, lo seguí a través del muelle de madera, decidida a razonar con él.

—No te enfades —le dije, entrelazando las manos detrás de mi espalda—. Tú me tiraste al lago y yo te hice creer que me ahogaba, estamos a mano. —No respondió—. En todo caso, yo debería ser la enojada porque...

Se detuvo tan abruptamente que no pude evitar chocar contra su espalda.

—Que fingieras ahogarte no fue gracioso —espetó, volviéndose hacia mí.

—Que me tiraras al lago tampoco.

La seriedad en sus ojos me provocó escalofríos, pero no dejé que me afectara. En su lugar, alcé la barbilla para lucir desafiante. Mientras nos mirábamos el uno al otro, respirando con dificultad, una gota de agua chorreó desde mi cabello, deslizándose por mi mejilla como una lágrima hasta detenerse en la comisura de mis labios.

Eso lo distrajo.

Usó la yema del pulgar para esparcir la gota de agua por mi labio inferior, ejerciendo la presión justa y necesaria para obligarme a abrir un poco la boca. Durante un segundo, casi pude oler sus intenciones. Quería meterme el pulgar en la boca. Tragué saliva, deseando que lo hiciera. Quería lamerlo, chuparlo y después...

¡Splash!

El idiota aprovechó mi distracción para empujarme de nuevo al lago.

—Ahora estamos a mano.

—¡Eres un idiota! —exclamé tras sacar la cabeza del agua.

Me miró con una sonrisita engreída mientras se alejaba.

Lo sé —respondió, moviendo únicamente los labios.

Más tarde, Lisa y yo arrastramos nuestro equipaje a través de un sendero de piedra hasta la cabaña número nueve en la Villa Zafiro, situada al norte de la Casa Principal; una monstruosa cabaña que tenía como función ser un punto de reunión del campamento, en la que además se encontraba la recepción y el Gran Comedor.

Todas las cabañas estaban construidas con troncos de madera de pino, por lo que tenían exactamente la misma estructura. No eran demasiado grandes, ni tampoco demasiado pequeñas. En otras palabras, contaban con el tamaño justo para hospedar hasta cuatro personas. Dentro podías encontrar cuatro camas individuales con sábanas de algodón blancas, cuatro baúles de madera para uso personal y una chimenea de piedra moderna.

—Aún no puedo creer que nos tocara dormir en la misma cabaña por tercer año consecutivo —comentó Lisa, arrojando sus cosas con total descuido dentro del baúl frente a la cama que ella había elegido.

—Lo sé, es increíble, ¿verdad?

La sentí clavándome los ojos en la nuca.

—¡Lo sabía! ¡Eres tú quien mueve los hilos para que nos toque siempre en la misma cabaña, ¿no es así?!

Esbocé una pequeña sonrisa.

—Lo único que hice fue pedirle amablemente a Luciana que escribiera mi nombre junto al tuyo durante la asignación de cabañas —admití, agitando las pestañas en su dirección con total inocencia. Me mordí el labio—. Que dejara caer un billete de cien dólares en los bolsillos de su sudadera fue solo una coincidencia.

Ella se echó a reír.

—Salir con Hunter te está convirtiendo en una chica mala, ¿eh? Me encanta. —Empujó su maleta vacía bajo la cama y se acercó a mí para ayudarme desempacar—. Por cierto, ¿estás lista para dejar de ser una virgen?

Le había hablado a Lisa sobre mi plan para perder la virginidad con Hunter durante nuestra breve estancia en el campamento, obteniendo un par de consejos para el «gran acto» o, como a ella le gustaba llamarlo, el «mete y saca». Dentro de mi maleta había dos conjuntos de lencería, uno blanco y otro rosa, además de una caja de preservativos con tres paquetitos. Se me calentaron las mejillas, pero no por vergüenza, sino por los nervios.

—No lo sé, quizás no sea tan buena idea que lo haga con Hunter en ese lugar.

—¿Qué? ¿Por qué no?

—Porque alguien podría vernos.

—Ellie, descubrimos ese sitio hace dos años, las únicas que conocemos su ubicación exacta somos Marisa, Lexie, tú y yo. Además, no creo que a alguien más le dé por explorar el bosque en los dos días que vamos aquí.

—Pero...

—Mira, si cuando estén ahí sientes que no es el momento ni el lugar, simplemente cancelas el plan.

Dejé escapar un suspiro.

Hace dos años, Lexie, Marisa, Lisa y yo nos perdimos en el bosque mientras explorábamos los alrededores del campamento con nada más que un mapa, una brújula y un kit de supervivencia. Lo gracioso es que, en vez de entrar en pánico, las cuatro lo sentimos más como el inicio de una increíble aventura. Sobre todo, después de encontrar un manantial de agua pura en el que nos pasamos toda la tarde nadando, jugando y divirtiéndonos hasta el cansancio. Cuando llegó la hora de regresar al campamento, decidimos dejar pequeñas marcas en algunos árboles con la ayuda de una navaja para así poder recordar el camino a ese hermoso y mágico lugar.

Mi plan era llevar a Hunter a ese manantial y tener un picnic con él antes del «gran acto».

—Bien —murmuré distraídamente, terminando de desempacar.

La comida se llevaba a cabo a las dos de la tarde en el área del Gran Comedor, por lo que todas las personas que se hospedaban en el campamento debían presentarse de manera puntual en la Casa Principal ya que, de lo contrario, tendrían que esperar a comer hasta la hora de la cena. Lisa y yo llegamos unos minutos antes para llenar una canasta con emparedados, tartas, frutas, tazones de ensalada y bebidas frescas, entre otras cosas. Luego, en cuanto el Gran Comedor comenzó a llenarse de gente, escondimos esa canasta entre unos arbustos.

—Todo listo —dijo Lisa de pie junto a mí en la entrada, esperando ver llegar a Hunter y a Trevor.

—¿Sabrán llegar a la Casa Principal? —curioseé, jugueteando con un cordón de mi vestido rosa—. Es la primera vez que ambos vienen al campamento, ¿verdad? ¿Será que no saben que la comida es a las tres?

La escuché reírse.

—Estás muy nerviosa.

—Cierra la boca.

—Oh, creo que ahí vienen.

A lo lejos se podían ver dos figuras masculinas, una más alta que la otra, acercándose a la Casa Principal. Una sonrisa tiró de mis labios al ver que, al igual que yo, Hunter también se había cambiado de ropa después de nuestro chapuzón en el lago. Llevaba unos pantalones tácticos con estampado verde militar y una camiseta negra ceñida que resaltaba muchísimo los sus músculos de su pecho. Se había recogido el pelo en un desordenado moño, del que habían escapado unos cuantos mechones algo ondulados, los cuales descansaban sobre su rostro.

—Por el amor del maestro Yoda, mira nada más lo que te vas a comer.

Avergonzada, le di un codazo a Lisa en las costillas.

—¡Silencio! —Arrugué las cejas—. ¿Desde cuándo usas las mismas frases que Trevor?

—Desde que ese bobo me convenció de ver Star Wars. —Suspiró con dramatismo—. ¿Puedes creer que esas tontas películas duran más de dos horas? Verlas sin quedarme dormida fue toda un desafío.

—¿Qué acaso las películas de Harry Potter no duran casi lo mismo?

Me miró con ojos de pistola.

—¡No compares a mi precioso niño que vivió con semejante basura del espacio!

—¿De qué están hablando? —inquirió Trevor, una vez que él y Hunter nos alcanzaron en la entrada.

Lisa le dedicó una dulce sonrisa.

—De nada, mi cielo. —Se colgó de su brazo—. ¿Entramos ya? Me estoy muriendo de hambre.

Cuando me quedé a solas con Hunter en la entrada de la Casa Principal, me puse de puntitas y le di un beso en la mejilla. Había hecho eso tantas veces que prácticamente se había convertido en un hábito para ambos.

—Hola —lo saludé, apartándome un poco.

Sus labios se curvearon en una lenta y seductora sonrisa.

—¿Tienes hambre? —preguntó, tomándome de la mano para seguir a Trevor y a Lisa.

No me moví.

—Espera —le dije, tragando saliva. Inhalé una gran bocanada de aire—. ¿Te gustaría ir de picnic conmigo?

Inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿De picnic?

—Sí.

Se encogió de hombros, un gesto que significaba: «me da totalmente lo mismo».

—Seguro, lo que quieras.

Le brindé una sonrisa de oreja a oreja.

—Ven.

Recogimos la canasta que Lisa y yo habíamos escondido entre dos grandes arbustos y luego echamos a andar en dirección al manantial oculto en las profundidades del bosque. Llevaba conmigo una brújula y un mapa, aunque al final no usé ninguno de los dos. Para llegar, lo único que necesitábamos hacer era seguir los árboles que estaban marcados con pequeñas cruces y que solo alguien con muy buena vista podría distinguir.

Caminamos despacio y sin prisas, adentrándonos poco a poco en el corazón del bosque. El día estaba soleado, el clima se sentía muy agradable y a nuestro alrededor se podía escuchar el zumbido de los insectos, el canto de los pájaros y el silbido del viento danzando entre las ramas de los árboles. Durante el trayecto, le hablé a Hunter sobre el sitio al que nos dirigíamos y le conté también la historia de cómo fue que lo descubrimos.

Veinte minutos después, llegamos al manantial de agua pura oculto en lo más profundo bosque, rodeado de robles, maples y decenas de arbustos de bayas y moras. Hunter y yo colocamos una manta blanca sobre el césped cerca de la orilla y pusimos la cesta con comida en el centro, dejando algo de espacio para nosotros.

—¿Y bien? ¿Te gusta el lugar? —pregunté, sentada junto a él.

—Mmm...

Puse mala cara.

—¿Eso qué significa?

Me acercó su sándwich de salami a la boca para que le diera un mordisco.

—Es agradable.

Satisfecha con su respuesta, me incliné para morder su sándwich de salami con queso, cuyo sabor me hizo sonreír. La temperatura a esa hora de la tarde era perfecta para estar al aire libre, disfrutando de nada más que la misma naturaleza. Mientras comíamos, de alguna manera, Hunter se las arregló para hacerme comer la mitad de su sándwich, tres tartas de fresas, cinco trozos de manzana con crema de cacahuate y un ramo entero de uvas.

Una vez que terminamos de llenar nuestros estómagos, o mejor dicho, mi estómago, Hunter se tumbó sobre la manta, apoyó la cabeza en mis piernas y cerró los ojos. Entre tanto, yo le conté un par de anécdotas que tenía con Lexie, Marisa y Lisa en el campamento, usando los dedos para peinarle el cabello ondulado hacia atrás.

—Estaba pensando que, si quieres, yo podría cortarte el cabello cuando regresemos del viaje.

Entreabrió los ojos para observarme con recelo.

—¿Sabes hacerlo?

—No —admití con una sonrisita—. Pero no creo que sea tan complicado.

Mientras hablaba, sus ojos abandonaron mi rostro y descendieron por mi garganta, deteniéndose en el anillo de plata que colgaba de una cadena alrededor de mi cuello. Un rubor ardiente brotó en mis mejillas.

—E-esto... como olvidé devolverte el anillo después de la fiesta, decidí colgármelo en el cuello para no perderlo —balbuceé, enrojeciendo por la vergüenza—. No es que esté planeando quedármelo o algo así, yo solo...

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

—Mi madre también solía colgárselo en el cuello porque decía que le quedaba demasiado grande.

Me quedé inmóvil.

—¿Tu madre? ¿Quieres decir que este anillo era de tu madre?

—Mn.

Mi cara palideció. No es que hubiera olvidado devolverle el anillo después de la fiesta. En realidad, desde que se lo quité en el estacionamiento del 7-Eleven y él no intentó recuperarlo, lo había estado llevando conmigo porque quería que compartiéramos una pequeña conexión. Si hubiese sabido que era de su madre, yo jamás...

Un segundo, si anillo que yo llevaba era de su madre, eso significaba que el otro era de...

—No te lo quites —soltó al verme levantar las manos.

—Pero...

—Consérvalo —insistió, cerrando una vez más los ojos—. Contigo al menos sé que siempre estará a salvo.

Tragué saliva con fuerza, apretando los labios.

—¿Estás seguro?

—Mn.

Nos quedamos así durante unos minutos, disfrutando de la compañía del otro rodeados únicamente por los sonidos de los insectos. Era la primera vez que veía a Hunter tan relajado. Saber que yo había contribuido en el hecho de que él mostrara esa expresión de paz en estos momentos me hizo sentir inmensamente feliz.

Le toqué el rostro con suavidad, recorriendo sus masculinas facciones con la punta de mis dedos como si se tratase de una preciosa escultura. Mis caricias le provocaron placer, pero aun así mantuvo los ojos cerrados mientras yo lo tocaba. Deslicé mis dedos por sus mejillas, por sus pómulos y por sus cejas. Finalmente, cuando ya no pude contener más la tentación, me incliné sobre él, acerqué mi boca a la suya y lo besé en los labios.

—Gracias por aceptar venir al campamento conmigo —le dije.

Abrió los ojos para mirarme, dejándome distinguir una mezcla de deseo y lujuria centellando dentro de ellos. Se humedeció los labios perezosamente, lamiéndose los restos del beso que yo acababa de darle. Mi vientre se contrajo y mi pulso cardiaco se aceleró. Alzó una mano para sujetarme del cuello y tiró de mí hacia abajo para poder besarme de nuevo. Me mordió los labios con fuerza y luego los lamió, aliviando el dolor que él mismo había provocado. Un gemido escapó de mi garganta cuando su lengua entró en mi boca, encontrándose con la mía.

Temblé y suspiré de placer al sentir la barra de metal que le atravesaba la lengua. Un segundo después, se incorporó despacio y, sin romper el beso, enredó los dedos en mi pelo. Intenté apartarme para tomar aire, pero él no me lo permitió. Persiguió mis labios como un cazador, profundizando aún más la unión de nuestras bocas.

—Hunter... —jadeé contra sus labios, recostándome sobre la manta a la vez que tiraba de él.

Volvió a morderme los labios, accediendo a mis oscuros deseos.

—¿Quieres hacerlo en este lugar? —Asentí con la cabeza. Se echó a reír—. Y dices que yo soy el pervertido.

Hice un mohín con los labios, ganándome una de sus sonrisas.

—¿No quieres?

Su manzana de Adán subió y bajó.

—No es que no quiera, nena —respondió con la voz ronca, mordisqueando la piel de mi cuello. Cerré los ojos un momento, ahogándome en el placer—. Pero si lo hacemos aquí, corremos el riesgo de ser descubiertos.

—No te preocupes por eso, nadie más conoce este lugar —le aseguré, tratando de convencerlo.

Levantándome un poco el vestido, se acomodó entre mis piernas y presionó su erección contra mi cuerpo, apretándome justo en el lugar donde yo más lo necesitaba. Arqueé la espalda y solté un gemido debajo de él.

—¿Estás segura? —preguntó, y yo dije que sí con un movimiento de cabeza—. Bien.

Me besó de nuevo en los labios, empujando suavemente sus caderas contra las mías. Deslizó las manos por mis muslos, subiéndome el dobladillo del vestido hasta la cintura. Me había puesto unas bragas de encaje blanco, las cuales inmediatamente capturaron su atención. Se incorporó nuevamente para admirarme desde lo alto, recorriendo cada centímetro de mi cuerpo con su oscura y verde mirada. Al notar que no llevaba puesto un sujetador, clavó sus ojos en el escote de mi vestido. Abrí la boca para decirle como debía desanudar la parte de enfrente, pero él fue más rápido al tirar de un cordón, liberando mis redondos pechos en cuestión de segundos.

Ni siquiera tuve tiempo de ruborizarme. Hunter colocó las manos sobre mis pechos y me frotó duramente los pezones, pellizcándolos con esa brutalidad que tanto me gustaba. Más tarde, me vi obligada a ahogar un gemido cuando se inclinó para meterse un pezón a la boca, lamiéndolo, chupándolo y mordisqueándolo hasta casi volverme loca. Eché la cabeza hacia atrás y tiré de su pelo, jadeando nuevamente su nombre. Sin dejar de torturar mis pezones, deslizó una mano por mi vientre plano hasta introducirla en el interior de mis bragas.

—Estás muy mojada —exhaló contra mis pechos, lamiéndolos—. ¿Te pone caliente hacerlo en la intemperie?

Por desgracia, el sonido de unas voces acercándose estallaron nuestra mágica burbuja de intimidad. Me quedé paralizada un segundo, invadida por un sentimiento de pánico. A diferencia de mí, Hunter reaccionó acomodándome el vestido antes de que alguien pudiera verme. Después se incorporó y me ayudó a sentarme.

Segundos más tarde, un grupo de estudiantes, entre ellos chicos y chicas, salieron del bosque haciendo muchísimo escándalo, cargando toallas, pelotas y una hielera con bebidas para divertirse en aquel lugar.

—Bueno, eso estuvo cerca —se burló Hunter, apartándome el cabello enmarañado de la cara.

Resoplé con las mejillas encendidas, sintiéndome como una virgen reprimida. Al parecer, perder mi virginidad con Hunter durante nuestra estancia en aquel campamento iba a ser más difícil de lo que pensaba.

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