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Capítulo 27 | Nos vamos de campamento

El viernes me desperté treinta minutos antes de que sonara el despertador. La emoción por el viaje de ese fin de semana me había mantenido con los nervios de punta durante toda la noche. Por supuesto, aquella no era la primera vez que los nervios se apoderaban de mí antes de un viaje escolar. Lo mismo me había sucedido los años anteriores. Sin embargo, ese año todo era distinto. Mis nervios se sentían mucho más intensos debido a que no podía dejar de pensar en lo que planeaba conseguir en ese viaje de fin de semana:

Perder mi virginidad con Hunter.

Tras permanecer tumbada en la cama un par de minutos, mirando el techo blanco de mi habitación, me removí entre las sábanas para mirar la hora en el reloj digital situado sobre la mesita de noche junto a la ventana. Eran casi las seis de la mañana. Los autobuses estaban programados para partir a las diez en punto, por lo que los estudiantes debíamos estar en el estacionamiento del instituto más tardar a las nueve y media.

Con una sonrisita tirando de mis labios, me incorporé, me estiré y salí de la cama para darme una ducha energizante. Me sequé el cabello con la maquinita, apliqué un tratamiento en aceite para que no se maltratara por el calor y me puse la ropa que había preparado con una semana de anticipación. Revisé de nuevo mi maleta para asegurarme de haber guardado todo lo necesario por millonésima vez y, finalmente, bajé a la cocina.

En lo que preparaba un batido de avena, plátano y una cucharadita de miel, le envié un mensaje de texto a Hunter, pero él no respondió. Esto me hizo pensar que: 1) aún estaba enfadado conmigo o, 2) quizás solo estaba dormido. Suspiré, vertí el batido en dos vasos térmicos de acero inoxidable y los guardé cuidadosamente en mi mochila. Tomé también un par de manzanas verdes, barritas de cereal con yogurt y una bolsa de almendras.

Cuando salí de la casa, Hank estaba esperándome afuera. Me ayudó a llevar mi maleta al coche y luego me dejó frente a la puerta del edificio de Hunter.

—Disfrute su fin de semana, señorita Russell —me despidió con una paternal sonrisa.

Estaba tan emocionada que no pude evitar darle un abrazo.

—Gracias —respondí, devolviéndole la sonrisa—. Disfruta de tu fin de semana también, Hank.

Atravesé la entrada del edificio tirando de mi maleta con ruedas, pero me detuve al no ver a Mónica, la chica gótica de la recepción, sentada detrás del mostrador. En su lugar se encontraba un chico asiático más o menos de mi edad, de piel excesivamente pálida, cabello oscuro y diferentes tipos de piercings en el rostro.

—Buenos días —lo saludé con educación, acercándome al mostrador.

—No quiero tus galletas —soltó sin más, haciendo un gesto con la mano para que me marchara.

—¿Cómo dices?

El chico despegó la atención de un video en su celular para echarme un vistazo.

—Eres una niña exploradora, ¿no?

—¿Qué? No, yo...

—Espera, ¿de casualidad tienes de esas galletas de choco menta? —me interrumpió, levantándose de la silla para sacar un billete de cinco dólares de su cartera—. A mi novia le vuelve loca el sabor a pasta de dientes.

Crucé los brazos sobre mi pecho y alcé ligeramente la barbilla.

—No estoy vendiendo galletas —espeté, pronunciando con firmeza cada palabra.

—¿Ah, no? ¿Y por qué estás vestida así?

—¿Así cómo?

—Como una niña exploradora.

Se me calentaron las mejillas.

—Es mi ropa de campamento —expliqué, tensando la mandíbula—. Voy a ir a uno en unas horas.

—Ir de campamento te convierte en una niña exploradora, ¿no?

—No, ya te dije que no lo soy.

Se rascó la nuca, confundido.

—¿Estás vendiendo galletas o no?

—¡Que no!

—Buuu. —Guardó el billete de cinco dólares en su cartera y volvió a sentarse en su lugar detrás del mostrador—. ¿Qué haces aquí entonces? ¿Te perdiste o algo así? ¿Necesitas mi ayuda para llamar a tu madre?

—Estoy aquí para visitar a alguien.

—¿En serio? ¿A quién?

—A Hunter.

—¿Cross? —Asentí y él abrió mucho los ojos—. Mierda, creo que ya sé quién eres. Mon me habló sobre ti.

—¿Mon?

—Mónica, mi novia.

—¿Eres el novio de Mónica?

—Yep. —Me acercó el libro de visitas junto con un bolígrafo—. Escribe tu nombre aquí —indicó, echándome otro vistazo rápido—. Bueno, no sabía que a ese tipo le gustaban las chicas con apariencia de lolita como tú.

¿Apariencia de lolita?

—¿Eres amigo suyo? —inquirí mientras escribía mi nombre en el libro de visitas.

Me miró como si acabara de insultar a su abuela.

—¿De Cross? —Sacudió la cabeza—. Dios, no.

Le devolví el libro con el bolígrafo encima.

—Voy a subir —anuncié, agarrando el asa de mi maleta para dirigirme a las escaleras.

Subir cinco pisos con una maleta que pesaba más que yo iba a ser todo un reto.

—¿Por qué no usas el ascensor? —preguntó el chico desde su lugar.

Me volví para mirarlo.

—No funciona.

—Claro que funciona —respondió, levantándose de su lugar para llamar al ascensor.

Se escuchó una especie de timbre, luego se encendió una lucecita y las puertas del ascensor se abrieron.

—¿Lo han arreglado? Creí que no funcionaba.

—Siempre ha funcionado. ¿Quién te dijo lo contrario? ¿Mónica? —En vez de responder, me limité a mirarlo con los ojos entrecerrados. El chico sonrió divertido—. No te enfades con ella, ¿vale? Mi bebé solo está jugando.

—Bien —gruñí, tirando de mi maleta hasta el ascensor.

—Ah, por cierto —continuó aquel chico, deteniendo las puertas con una mano para evitar que se cerraran—. Dile a tu novio que la próxima vez que nos dé burritos caducados, Mónica le pateará el trasero.

Arqueé una ceja con desdén.

—¿Por qué no se lo pateas tú?

—Es que a mí me da miedo.

Me eché a reír.

—Vale, se lo diré.

Al llegar a la quinta planta y detenerme frente a la puerta número veintiséis, entré al departamento usando la llave que Mónica me había dado la primera vez que visité a Hunter y que, a día de hoy, seguía sin devolver. Dejé mi mochila de viaje sobre la maleta junto a la entrada y me encaminé a la habitación en donde esperaba encontrarlo dormido. Antes de girar el pomo para entrar a su dormitorio, pegué la oreja a la puerta y agucé muy bien el oído. Lo último que quería era encontrarlo en una situación comprometedora con una chica, o peor.

Con Zoella.

Como no escuché ningún ruido extraño, abrí la puerta muy despacio y asomé un poco la cabeza para mirar dentro. Hunter estaba tumbado boca abajo sobre el colchón, con las piernas enredadas entre las sábanas y un brazo medio abrazando una de las almohadas. Me acerqué a él en silencio, admirando cada centímetro de su ancha y musculosa espalda. Mis dedos ardieron por el deseo de tocarlo, pero no lo hice. Me arrodillé junto a la cama, estiré un brazo y le pasé los dedos por su largo y desordenado cabello, apartándole un mechón de la cara.

Verle ahí, durmiendo, me hizo experimentar una agradable sensación de calidez en el pecho.

—Hunter —lo llamé con suavidad, pinchándole una mejilla—. Despierta, hoy es el día del viaje.

Suspiró, emitió un sonido ininteligible y ocultó la cabeza debajo de la almohada.

—Hunter —lo llamé de nuevo, esta vez sacudiéndole el hombro—. Despierta, tengo algo que preguntarte.

Un gruñido fue todo lo que obtuve como respuesta. Cerré los ojos y llené mis pulmones de aire.

—¡Hunter Cross! —grité ahora enfadada, golpeando su espalda—. ¡Despierta o te juro que...!

De pronto, el idiota se dio la vuelta, me sujetó de la muñeca y tiró de mí hacia la cama, sentándome a horcajadas encima de él. Avergonzada, intenté apartarme, pero Hunter deslizó sus manos por mis muslos, me agarró por las caderas y presionó su dura erección en mi entrepierna al tiempo que emitía un tentador: «Mmm...».

Mi rostro entero se calentó.

—¿Q-qué estás...? —tartamudeé, tragando saliva.

Abrió los ojos lentamente, esbozando una perezosa sonrisa al verme encima de él.

—Así da gusto despertar... —se burló con la voz ronca, clavando los dedos en la piel de mis caderas. Bajó la mirada hacia mi ropa y arqueó ligeramente una de sus cejas—. ¿Por qué estás vestida como una niña exploradora?

—¡No estoy...! —cerré la boca y suspiré. No quería volver a gritarle—. Es mi ropa de campamento —siseé.

—¿Ropa de campamento? —Se echó a reír—. Que adorable.

Volvió a tirar de mí, solo que, esta vez, me tumbó a su lado en la cama y me rodeó con los brazos, hundiendo la nariz en mi cuello. Metió la manos debajo de mi camisa color beige mientras inhalaba mi aroma.

—Hunter —protesté, aguantándome las cosquillas—. Son casi las siete, tenemos que estar en el instituto más tardar a las nueve y media o si no... —Me eché a reír cuando me acarició la espalda con la punta de los dedos—. ¡Basta, no hagas eso! —Me retorcí para apartarme, pero él no me soltó—. ¡Ya basta, detente ahora mismo!

—Todavía tenemos tiempo.

—Por favor... —supliqué entre risas, sonriendo como una tonta—. Me voy a hacer pipí.

Solo entonces, se detuvo.

—Una hora.

—¿Eh?

—Durmamos una hora más.

—¿Estás loco?

Volvió a hacerme cosquillas.

—¡Bien, bien! ¡Tú ganas! —chillé, retorciéndome de nuevo—. Dios, eres un idiota...

Sonrió satisfecho contra mi cuello.

—Buenas noches —bostezó.

Sorprendentemente, su respiración se normalizó y a los pocos segundos volvió a quedarse dormido. Exhalé un suspiro, le acaricié la cabeza con los dedos y pegué la nariz a su pelo. Olía a champú de menta, a humo de cigarrillo y a sudor. Una combinación de olores que, por muy extraño que parezca, me resultó agradable. Sin saber qué hacer a continuación, cerré los ojos un minuto con la intención de descansar, pero me quedé dormida.

Cuando desperté, Hunter ya no estaba en la cama.

Aparté las sábanas a un lado y me senté, sintiéndome un poco mareada. Mientras me preguntaba cuánto tiempo había estado dormida, Hunter entró por la puerta de la habitación usando solo una toalla alrededor de la cintura. No pude evitar mirar su pecho desnudo cubierto de músculos, todavía húmedo a causa del baño.

—¿Qué hora es? —pregunté, desviando mi atención al exterior de la ventana.

No quería parecer una pervertida que no podía apartar la mirada de su cuerpo.

—Ocho y media.

Me dio un ataque de tos.

—¡¿Ocho y media?! —repetí horrorizada, saltando fuera de la cama—. ¡¿Por qué no me despertaste?!

—Te veías muy cansada —repuso. Le lancé una miradita asesina, a la que él respondió con una sonrisa torcida—. ¿Tuviste problemas para dormir anoche? —continuó, frotándose la cabeza con una toalla más pequeña.

—Algo así —respondí, acercándome a la cómoda en la que él me había permitido poner algunas de mis cosas. Tomé la secadora de cabello, le indiqué a Hunter que se sentara en la cama y él obedeció sin quejarse en lo absoluto. Después me senté en su regazo, encendí la maquinita y comencé a secarle el pelo cuidadosamente como si se tratara de un niño pequeño—. Los nervios por el viaje me mantuvieron despierta toda la noche.

Lo vi cerrar los ojos, disfrutando de mis caricias.

—Te emociona mucho todo este asunto del viaje, ¿verdad?

Esbocé una sonrisa.

—Bueno, es la primera vez que viajo contigo, así que... sí.

Guardó silencio un minuto.

—¿Qué se hace en este tipo de campamentos? —preguntó, toqueteando el dobladillo de mi falda café.

—El director Presley suele ponernos actividades en grupo como capturar la bandera, carreras de obstáculos y competencias de futbol. —Me encogí de hombros—. Pero por lo general cada quien hace lo que quiere. Después de todo, el propósito de este viaje es para que nos relajemos antes de que inicie la temporada de exámenes.

—¿Qué te gusta hacer a ti?

Le cepillé el cabello hacia atrás usando los dedos.

—Muchas cosas. —Abrió los ojos para mirarme, esperando más que solo esa respuesta. Me mordí el labio, reprimiendo una sonrisa—. Para que lo sepas, ya he planeado todo lo que vamos a hacer este fin de semana.

Levantó una ceja.

—¿Hiciste un cronograma con código de colores para que me sea más fácil de entender?

—Muy gracioso —me quejé. Luego, hice una pausa—. ¿Cuándo fue la última vez que te cortaste el cabello?

Cuando volví a pasarle los dedos por el pelo, él cerró los ojos de nuevo.

—No lo sé, no me acuerdo —respondió—. Zoe es quien suele cortármelo cuando ya está demasiado largo.

La naturalidad con la que Hunter hablaba de su exnovia me era cada vez más doloroso. Él estaba tan acostumbrado a ella que mencionarla en una conversación le era algo completamente normal.

—¿Por qué no le has pedido que te lo corte?

Dejó escapar un suspiro.

—Las veces que he ido a verla suele molestarse por cualquier cosa. Y la verdad es que la idea de ella acercándose a mí con unas tijeras en la mano mientras está enojada conmigo no me parece tan tentadora que digamos.

—¿Por qué razones suele enfadarse? —curioseé, consciente de que en cualquier momento iba a decirme que dejara de hacer preguntas— ¿Se molesta porque ahora pasas más tiempo conmigo que con ella?

—En parte.

Le toqué un pequeño corte que el día de ayer no tenía cerca de la ceja izquierda.

—¿Esto te lo hizo ella? —No respondió—. ¿Cuántos años tiene Zoella?

Su mandíbula se tensó.

—No hablemos más de Zoella.

Apreté los dientes.

—Tiene un par de años más que nosotros, ¿no? —insistí—. ¿Dieciocho, diecinueve?

—Ellie...

—¿Por qué dejas que te lastime?

—No es de tu incumbencia.

—¿Por qué se lo permites?

Se levantó de la cama, apartándome de él.

—Joder, me estás dando migraña.

—Bien —espeté con brusquedad, apagando la secadora de cabello—. Te dejaré para que te vistas.

No esperé a que respondiera. Me di la vuelta y salí de la habitación echando humo por las orejas. Sabía que estaba comportándome como una idiota. Y sabía también que no tenía ningún derecho a comportarme como una novia celosa, pero no podía evitarlo. ¿Por qué Hunter permitía que Zoella lo golpeara? ¿Por qué no hacía nada al respecto? ¿Y por qué Zoella se comportaba como una adolescente cuando claramente era mayor que nosotros? De pronto me sentí tan enfadada con esa chica que necesité de algo dulce para calmarme.

Fui hasta la entrada, donde había dejado mi maleta y mi mochila de viaje, para extraer los vasos térmicos de acero inoxidable que tenían batido de plátano en su interior. Le quité la tapa a uno de ellos y le di un largo trago, deleitándome con la combinación de sabores. Permanecí sentada en un sofá, bebiendo mi batido hasta que Hunter salió de su dormitorio vistiendo su ropa de siempre; una camiseta negra sin mangas con el logotipo de una banda de rock en el pecho, pantalones de mezclilla rotos de las rodillas y enormes botas militares.

Era como mirar a una estrella de rock de los años noventa.

—Te hice un batido de plátano —dije un tanto recelosa, ofreciéndole el otro vaso térmico a él.

Se acercó a mí con una maleta deportiva colgando de su hombro, tomó el vaso térmico de mi mano y se inclinó para darme un beso. Ese gesto me sorprendió tanto que no pude evitar mirarlo con una expresión atónita.

—Gracias —se limitó a decir con una sonrisa que fácilmente podría haber pasado desapercibida.

Las mariposas en el interior de mi estómago hicieron una especie de baile folclórico.

—S-se hace tarde —tartamudeé, ignorando el rubor de mis mejillas.

Hunter se colgó mi mochila de viaje en el otro hombro y cargó también mi maleta fiusha.

—Andando.

Usé la llave que no pretendía devolver para cerrar la puerta y después lo seguí a las escaleras para bajar a la recepción.

—¿Por qué no usamos el ascensor? —le pregunté, intentando ayudarle con mi mochila de viaje.

Por supuesto, él se negó a dármela.

—No funciona.

«No puede ser», pensé, mordiéndome el labio. «Hunter tiene bastante tiempo viviendo en este edificio y aún así Mónica consiguió engañarlo sobre el tema del ascensor descompuesto que, en realidad, si funciona».

—¿Qué es tan gracioso? —quiso saber.

Sacudí la cabeza y me reí en voz baja.

—No es nada.

Cuando Hunter encontró un lugar para la Jeep, no muy lejos de la entrada del instituto, lo primero que vi fueron tres enormes autobuses aparcados en el estacionamiento delantero, además de una gran multitud de estudiantes que cargaban maletas y bolsos de diferentes tamaños y colores. Nerviosa, miré la hora en el tablero de la camioneta. Eran poco más de las nueve, lo que, en otras palabras, significaba que estaba llegando tarde.

Los demás coordinadores definitivamente iban a matarme.

Me desabroché el cinturón de seguridad, abrí la puerta de un tirón y salté fuera de la Jeep, esta vez aterrizando en mis dos pies. Después esperé a que Hunter abriera la cajuela para poder bajar mi mochila y maleta.

—¿Por qué te ves tan apurada? —me preguntó, negándose una vez más a dejarme llevar mi propio equipaje.

Suspiré y me recogí el cabello con una liga que llevaba en la muñeca.

—Se supone que soy una de las coordinadoras del viaje, tenía que estar aquí antes de las ocho —expliqué, buscando a los otros coordinadores con la mirada; estos estaban situados en frente de los autobuses—. Eh...

—Ve, yo me encargo de las maletas.

—¿De verdad? —Hunter asintió. Sin pensarlo, me lancé hacia él para abrazarlo—. Gracias, te debo una. —Al darme cuenta de lo que acababa de hacer enfrente de toda una multitud de estudiantes, di un paso atrás, sintiéndome terriblemente avergonzada—. Esto... oh, casi lo olvido. Le dije a Lisa que nos encontraríamos con ella cerca de la entrada, así que búscala, ¿sí? Te veré de nuevo en el autobús cuando termine los preparativos.

Tras despedirme, me abrí camino entre la multitud de alumnos que se encontraban esparcidos por todo el estacionamiento del instituto, luchando por llegar a donde se encontraban los otros coordinadores del viaje.

—Llegas tarde —me reclamó Glenda apenas verme.

—Lo siento, me quedé dormida.

Glenda puso los ojos en blanco y me entregó una tabla con mis tareas de mala gana.

—Sí, claro, dormida.

Exhalé un suspiro al verla marcharse con los demás coordinadores.

—¿Qué tal van las cosas? —le pregunté a la persona que se detuvo a mi lado.

Por desgracia, esa persona resultó ser Christopher.

—Bien, no te preocupes. —Hice un pequeño gesto con la cabeza y luego fingí revisar las tareas que me habían sido asignadas—. Oye... sobre lo que pasó en la fiesta el otro día, yo... mierda, lo siento mucho, Ellie.

Me volví para mirarlo, forzando una sonrisa en mis labios.

—Está bien, lo entiendo. Estabas borracho.

Se pasó una mano por el pelo, visiblemente frustrado.

—Aun así, el que yo haya estado borracho no me da ningún derecho a tratarte como lo hice.

—Sí, bueno, en eso tienes toda la razón.

Me aparté un mechón de pelo de la cara y fingí regresar mi atención a la tabla con mis tareas, dando por terminada la conversación. Pero Christopher, como la mayoría de los hombres, era terrible captando indirectas.

—¿Cómo lo llevas? —inquirió, mirando también su tabla de tareas. Alcé la vista hacia él con una expresión interrogativa—. Lo de tu embarazo.

Durante un breve instante, consideré seriamente la idea de darle un buen golpe en el estómago.

—No estoy embarazada —gruñí, recalcando bien cada palabra.

—¿Ah, no?

—No.

—Pero Lexie me dijo que...

Resoplé y clavé mis ojos grises en los suyos.

—Conoces a Lexie igual o mejor que yo, sabes lo mucho que ella adora esparcir rumores falsos sobre los demás. —Me encogí de hombros—. Lo que pasa es que el otro día me encontró vomitando en los baños y...

—¿Has vuelto a vomitar? —Apreté los labios, deseando no haber dicho nada—. Me prometiste que...

—¿Podemos solo concentrarnos en nuestras tareas? —solté, apartándome de él.

Sus dedos me rodearon la muñeca para detenerme.

—Lo creas o no, todavía me importas.

—Seguro que sí —dije con un tono sarcástico.

Me miró como si fuera un cachorrito al que yo acababa de patear.

—¿Qué puedo hacer para que me perdones?

—Nada.

—Ellie...

—Christopher, yo ya te perdoné.

Tal y como lo había estado esperando, mis palabras lo dejaron estupefacto.

—¿Ya me perdonaste? —repitió al cabo de unos minutos, notándose muy desconcertado.

Me fue imposible no sonreír al ver la cara que puso.

—Escucha, no quiero sonar como la Madre Teresa de Calcuta o algo así, pero... —suspiré—. Siendo sincera, no le encuentro mucho sentido al hecho de, ya sabes, guardarle rencor una persona por toda la eternidad. Sí, me rompiste el corazón, y sí, también me hiciste mucho daño, pero prefiero perdonarte, a ti y a Lexie, para no tener que cargar con eso toda mi vida. Así podré seguir avanzando en vez de quedarme estancada en el pasado.

Se quedó mirándome unos segundos, como si no pudiese creer lo que estaba diciendo.

—Entonces...

—Sin embargo —continué, suavizando mi sonrisa—. El que yo los haya perdonado no significa que deseé que las cosas vuelvan a ser como lo eran antes. No quiero volver a tener relación alguna con ustedes. Y, bueno, de todo corazón, realmente espero que ambos encuentren esa felicidad que no encontraron estando conmigo.

—Ellie —insistió él, luciendo todavía un poco incrédulo—. De verdad lo siento mucho.

—Está bien.

—Jamás quise hacerte daño, es solo que...

—Lo sé.

Sonreí, recordando con dolor todas esas veces en las que fingí no darme cuenta de que mi relación con Christopher no era lo que quería aparentar delante de todo el mundo. Incluso antes de que él me engañara con Lexie, sabía que las cosas entre nosotros no estaban bien. Nos queríamos, sí, pero jamás existió esa chispa que tienen las parejas cuando se aman de verdad. Christopher aceptó salir conmigo porque yo era lo que sus padres querían para él, y yo acepté salir con él porque deseaba desesperadamente sentirme amada por alguien.

—¿Lo sabes? —preguntó Christopher, dando un paso hacia mí, como si quisiera tomarme de la mano.

—Sí, creo que en el fondo siempre lo supe —admití, dejando que lo hiciera—. Antes de ser novios, tú y yo éramos mejores amigos, ¿lo recuerdas? —Sonrió—. Así que yo también siento haber fingido no darme cuenta de la manera en la que la mirabas a ella. Tenía miedo de perderlos, y al final... al final eso fue lo que sucedió.

Nos miramos a los ojos durante varios segundos, ignorando todo lo que pasaba a nuestro alrededor.

—Aún te quiero —susurró muy bajito.

—Lo sé.

—Siempre vas a poder contar conmigo, para lo que sea.

—Lo sé.

Apretó mi mano.

—No sabes cómo desearía...

—Shhh... —lo acallé, devolviéndole el apretón—. Ya no pienses más en el pasado, ¿sí? Además, aún estás a tiempo de hacer las cosas bien con Lex. No lo arruines esta vez, ¿entendido? De lo contrario, te patearé el trasero.

Christopher sonrió.

—¿Ahora pateas traseros?

—Sí, algo así.

Volvió a ponerse serio.

—¿Vas a estar bien?

—Sí, deja ya de preocuparte por mí.

—¿Lo prometes?

Mis ojos encontraron a Hunter, quien estaba junto a Lisa y Trevor entre la multitud de personas en el estacionamiento. El interior de mi pecho se sintió más cálido.

Me volví hacia Christopher con una sonrisa.

—Lo prometo.

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