Capítulo 26 | Silencio en la biblioteca
—¿Dónde están tus libros? —le pregunté a Hunter cuando nos reunimos en la entrada de la biblioteca del centro de Seattle; un edificio grande y antiguo con enormes vitrales de colores que le daban una apariencia como de catedral, a la que ya no iban muchas personas luego de que se inventaran los libros y las enciclopedias digitales.
Hunter se echó hacia atrás el pelo al tiempo que fruncía ligeramente el ceño.
—¿Tenía que traerlos?
Lo miré con severidad durante un par de segundos, esperando a que fuese una especie de broma o algo, pero no fue así. El idiota de verdad los había olvidado. Suspiré, cerré los ojos y conté hasta diez para mantener la compostura. Recordé entonces que Hunter tenía muy mala memoria. Quizás por esa razón sus notas eran tan malas. Sí, eso tendría muchísimo sentido. De modo que, en vez de enfadarme con él, asentí con la cabeza.
—Está bien, estamos en una biblioteca a fin de cuentas. Aquí encontraremos todo lo necesario para tu primera clase privada. —Lo tomé de la mano para atravesar juntos el gran arco de la entrada—. La biblioteca cierra a las ocho, por lo que tenemos exactamente tres horas para estudiar. ¿Qué asignatura es la que más se te dificulta?
Su rostro adoptó una expresión extraña.
—Mmm...
—No pasa nada, las repasaremos una a una, así que no te preocupes.
Noté que entornaba los ojos, como si quisiera decirme algo, pero no lo hizo.
Una vez dentro del silencioso y elegante vestíbulo, tiré de él hasta detenernos frente al mostrador de madera encerado con forma de U en donde una mujer de cabello negro con anteojos de montura morada nos recibió con una cálida sonrisa. Le mostramos nuestras identificaciones de estudiantes para que nos permitiera la entrada (me sorprendió bastante que Hunter llevara la suya encima, dado a que era un experto en perder sus cosas en cualquier sitio), y subimos las escaleras al tercer piso. En cada pasillo había una mesa cuadrada de caoba oscura con cuatro sillas. Decidí conducirnos a uno de los últimos pasillos para que nadie pudiese molestarnos.
—¿Es tu primera vez en una biblioteca? —le pregunté, reprimiendo una sonrisa, puesto que no dejaba de mirar todo a su alrededor con cierto recelo. Me senté en una silla y señalé la de al lado—. Ven, siéntate conmigo.
—Huele a viejo.
—Es el olor de los libros. —Hizo una mueca—. ¿De verdad nunca habías estado en una biblioteca?
—No me gusta leer.
—Hunter —insistí, dándole palmaditas al asiento junto a mí—. Ven aquí.
Él suspiró, se acercó despacio a la silla y se sentó perezosamente a mi lado. Yo esbocé una sonrisa, coloqué mi mochila sobre la mesa y saqué una carpeta rosa en la cual acostumbraba guardar documentos importantes.
—Mira, este es un cronograma de estudio que hice durante la clase de Español sin que el profesor García se diera cuenta —expliqué, dándole una copia—. Tiene código de colores para que te sea más fácil de entender.
Hunter miró la hoja que le entregué sin decir una sola palabra.
—¿Si lo entiendes?
—Lo entiendo.
—Genial. —Sonreí y extraje los libros de mi mochila—. ¿Te parece bien si comenzamos ahora?
Se limitó a asentir con la cabeza.
Una hora y media más tarde, cerré el libro de Física para continuar con la asignatura que más se me dificultaba: Matemáticas. Me lamí los labios, me coloqué un mechón de cabello detrás de la oreja y comencé a compartir mis conocimientos matemáticos con Hunter, quien durante todo ese tiempo no había dejado de escucharme atentamente desde su lugar en completo silencio. Primero le di un breve resumen sobre lo que habíamos estado viendo esa semana en el instituto: Cálculo diferencial, y luego le mostré un par de ejemplos.
Tuve que morder la tapa de mi lapicero unas cuantas veces ya que estaba teniendo muchísimos problemas para resolver esos estúpidos ejemplos que yo misma había sacado de un libro de cálculo avanzado. «Venga, Ellie, tú puedes. Resuelve este último ejercicio cómo lo hiciste con los demás», intenté dándome ánimos a mí misma.
Nerviosa, miré a Hunter a hurtadillas. Él estaba mirándome con la mejilla apoyada en su puño.
—¿Necesitas ayuda para resolverlo? —preguntó al cabo de unos segundos.
—No —me apresuré a responder, poniéndome a la defensiva—. Sólo estoy... analizando el problema.
Curveó un poco los labios.
—Llevas casi quince minutos «analizando» el problema.
—Silencio, estás desconcentrándome.
—Nena...
—Lo resolveré, sólo necesito más tiempo —gruñí, ignorando su estúpido y sensual «nena».
Una sonrisa se extendió lentamente por su rostro.
—Dame el lapicero.
—¿Qué? ¿Para qué?
En vez de responder, me quitó el lapicero de entre los dedos y deslizó mi cuaderno hasta su lado de la mesa. Fruncí el ceño y me acerqué a él para ver lo que estaba haciendo. Mis cejas se dispararon hacia arriba. En menos de sesenta segundos Hunter acababa de resolver eso que yo no había podido hacer en quince minutos.
—El procedimiento que empleaste para resolver este de aquí está mal —continuó, dibujando un círculo sobre ese ejercicio—. Y aquí debiste haber utilizado la regla de L'Hôpital, te mostraré cómo se hace.
Parpadeé varias veces en su dirección, sintiéndome cada vez más confundida.
—¿La regla de qué...?
Hunter dejó de escribir y me miró directamente a los ojos.
—¿No conoces esa regla?
La vergüenza hizo que me ruborizara hasta alcanzar un nuevo tono de rojo.
—Por supuesto que la conozco —resoplé, apartando la mirada.
—¿Para qué sirve?
Tragué saliva y comencé a jugar con el anillo de plata que le había robado a él la noche de ayer.
—Pues para... ya sabes... para... —Dios, quería morirme ahí mismo—. Para resolver un problema de cálculo. —Se mantuvo callado un buen rato hasta que, finalmente, no pudo contener más la risa—. ¡No te rías! —me quejé, golpeándolo en el brazo izquierdo—. ¡Para tu información, matemáticas es la asignatura que peor se me da!
Dejó de reírse, pero la sonrisa en sus labios persistió. De pronto, me sentí tan avergonzada y humillada que se me llenaron los ojos de lágrimas. Al percatarse de esto, la sonrisa de Hunter se desvaneció por completo.
—No estaba...
—Olvídalo —espeté, levantándome de mi lugar para recoger mis libros—. Me marcho de aquí.
—Ellie... —suspiró él, sujetando delicadamente mi muñeca—. No me estaba riendo de ti.
—Claro que sí.
Lo escuché llamarme de nuevo, pero lo ignoré y continué guardando los libros dentro de mi mochila sin mirar en su dirección. Arrastró la silla para levantarse, me agarró por la cintura y me hizo volverme hacia él.
—No estaba riéndome de ti —insistió, inclinando su enorme cuerpo sobre el mío hasta que nuestros rostros quedaron a pocos centímetros de distancia. Su cálido aliento me acarició la frente—. Es solo que...
—¿Qué? —pregunté, cruzando los brazos y alzando la barbilla con una actitud desafiante.
—Te veías adorable intentando enseñarme algo que ni tú misma entiendes.
De todas las reacciones posibles, me sonrojé.
Sin romper el contacto visual, Hunter se inclinó todavía más hasta que sus labios presionaron los míos. Y aunque se trató sólo de un roce suave, tierno y delicado, básicamente un besito, bastó para acelerar los latidos de mi corazón. Antes de que tuviese la oportunidad de reaccionar, él sonrió como un zorro astuto y se apartó.
—Idiota —gruñí, tirando del cuello de su sudadera para atraer sus labios de nuevo a los míos.
Él envolvió los brazos alrededor de mi cintura y me apretó con fuerza contra su cuerpo, profundizando aún más aquel beso. Suspiré, deslicé las manos por su pecho y le abracé el cuello. Hunter me metió la lengua en mi boca, me sujetó por las caderas y me levantó para sentarme encima de la mesa en la que habíamos estado estudiando. Alzó una mano hasta mi nuca y agarró un puñado de mi cabello rubio para sostenerme la cabeza.
Un ardiente deseo se incendió el interior las venas, haciéndome jadear en voz alta.
Nos besamos de manera caótica, salvaje y hambrienta durante varios minutos, perdidos profundamente en la boca del otro. Pronto el rastro de sus besos descendió hacia abajo y yo incliné la cabeza hacia un lado para darle un mejor acceso a mi cuello. No dudó ni un segundo a la hora de morderme, provocando que los músculos de la parte baja de mi estómago se tensaran. Le clavé las uñas en la espalda mientras me estremecía de placer.
No sé cuándo, no sé cómo, pero en un momento dado Hunter me desanudó la corbata, su corbata, y se deshizo de ella lanzándola al suelo. Luego me desabotonó la camisa blanca del uniforme, pero no me la quitó por completo, sólo la bajó lentamente por mis hombros, dejando al descubierto únicamente lo necesario.
—E-espera, estamos en la biblioteca...
—Lo sé —respondió, terminando con el último botón.
Dio un paso hacia atrás para mirar mi sostén de seda rosa y luego, con una infinita tranquilidad, dibujó el contorno de mis pechos con un dedo por encima de la tela. La intensa lujuria que centelleó en sus ojos me hizo apretar los muslos, buscando inútilmente aliviar el dolor que había empezado a crecer entre mis piernas.
Hunter sonrió, me separó las rodillas y se acomodó él en ese espacio.
—P-podría haber cámaras en cualquier sitio —balbuceé una vez más, aferrándome al borde de la mesa.
—No hay ninguna apuntando hacia este lugar.
—¿Cómo lo sabes?
Subió las manos por mis muslos, jugueteando con el dobladillo de mis medias blancas.
—Me cercioré de ello mientras te seguía hasta aquí.
Sólo entonces comprendí el por qué antes había estado mirando los alrededores con tanto recelo. No es que le hubiese impresionado estar en la biblioteca por primera vez, simplemente estaba buscando las cámaras.
—¿Estás seguro? —insistí. No quería que me vetaran.
Él asintió y acercó su boca de nuevo a la mía.
—Cien por ciento.
Superada por mis propios deseos carnales, enredé los dedos en su pelo y lo besé, chupando y mordiendo su labio inferior con los dientes. Hunter respondió emitiendo un gruñido, clavándome los dedos en la piel de mis muslos como si fueran garras afiladas. Jadeé e introduje mi lengua dentro de su boca, frotándola con la suya.
Deslizó las manos por mi cintura hasta alcanzar mis pechos, apretándolos con fuerza. Un minuto después, sentí sus dedos explorando mi espalda, buscando desesperadamente el broche de mi sostén. Intenté apartarme para hacerle saber que el cierre estaba en la parte de enfrente, justo entre mis pechos, pero él lo intuyó por su propia cuenta y, sin darme la oportunidad de decir una palabra, desabrochó mi sostén en cuestión de segundos.
—Anoche, mientras te desnudabas para mí, me pediste que hiciera una cosa —murmuró contra mis labios, acariciando uno de mis pezones con el pulgar—. ¿Recuerdas qué fue lo que me pediste que hiciera?
Los latidos que sentía desde hace un rato entre mis piernas se hicieron más intensos. Asentí torpemente con la cabeza, ganándome una de sus sonrisas. Me pellizcó el pezón con fuerza, provocándome una especie de dolor que me resultó de lo más placentero. Tragué saliva y me eché hacia atrás, apoyando las manos sobre la mesa.
—Repítelo —demandó con un tono autoritario, pellizcando nuevamente mi pezón. Me retorcí al tiempo que exhalaba una silenciosa bocanada de aire por la boca—. Lo que me pediste que hiciera anoche, repítelo.
—Yo...
—Repítelo.
Cerré los ojos y giré la cabeza hacia un lado, sintiéndome demasiado avergonzada para repetir lo que le había pedido la noche de ayer mirándolo a la cara. «Si no piensas ponerme una mano encima, entonces...».
—Haz que me corra usando sólo tu boca.
Me dio una última mordida en el cuello antes de bajar la cabeza a mis pechos. Mi cuerpo se estremeció cuando usó la lengua para lamer ligeramente la punta de mis pezones endurecidos. Tras lamer y pellizcar ambos pechos, Hunter se metió un pezón a la boca y lo chupó, enviando deliciosas descargas eléctricas directo a mi entrepierna. Apreté los labios para evitar hacer un escándalo, pero era muy difícil no hacer ni un solo ruido.
Continuó jugando con mis pechos, chupándolos, mordiéndolos y succionándolos con brutalidad, como si intentara arrancarme un grito de los labios a pesar de saber que debíamos ser lo más silenciosos posible ya que estábamos dentro de la biblioteca. Tragué saliva y apreté los parpados. No iba a dejarlo ganar. Mantuve la boca firmemente cerrada, asegurándome de ahogar todos y cada uno de los gemidos que producía mi garganta.
Noté que sonreía contra mi piel.
—Lo estás haciendo bien —habló con severidad, lamiéndose los labios. Tenía las pupilas dilatadas, por lo que sus ojos se veían más oscuros que nunca—. Veamos cuánto tiempo más puedes mantener la boca cerrada.
Eso, sin duda, era un desafío.
Abrí los ojos para mirarle. Sentía la vista nublada por el deseo. Hunter acercó su boca a la mía y me besó, deslizando las manos sobre mis muslos hasta introducirlas por debajo de mi falda gris del uniforme. Contuve el aliento brevemente mientras me bajaba las bragas por las piernas. Temblando, me aferré al borde de la mesa.
—Hunter... —jadeé, invadida por una extraña mezcla de nerviosismo y excitación.
—¿Hm?
Pensé en decirle que esa iba a ser mi primera vez, pero me dio vergüenza. Quiero decir, que él acabara de despojarme de mis bragas significaba que íbamos a hacerlo sobre la mesa, ¿no? De otra forma, ¿por qué razón me habría quitado las...? Mi respiración alcanzó el mismo ritmo que los frenéticos latidos de mi corazón.
Hunter se postró sobre sus rodillas y me subió la falda hasta la cintura, dejando al descubierto la parte inferior de mi cuerpo. Me quedé inmóvil, sonrojándome de forma violenta. Luego, me separó más las rodillas, hundió la cabeza entre mis piernas y tocó ciertas partes de mí con la lengua que nadie más había tocado nunca.
Al menos, no con la lengua.
Me retorcí sobre la mesa y eché la cabeza hacia atrás, llevándome una mano a la boca para evitar soltar un ruidoso gemido. Me dio besos ahí, en la parte más sensible de todo mi cuerpo, y después trazó pequeños círculos con la lengua alrededor de mi hinchado clítoris. La sensación fue tan increíble y maravillosa que estuve a punto de me hizo perder el conocimiento. En mi vida había sentido tanto placer como en ese preciso momento.
Gemí lo más silenciosamente que pude y enredé los dedos en su pelo, mordiéndome el labio.
Se colocó una de mis piernas encima del hombro y me abrió todavía más, besando de nuevo mi lugar especial y saboreando hasta el último rincón de mi ser. Cuando empecé a sentir cansado el brazo con el que me mantenía medio erguida sobre la mesa, me tumbé de espaldas para disfrutar de su boca con mejor comodidad.
El orgasmo llegó más rápido de lo que había esperado, obligando a mi cuerpo a retorcerse debido a los espasmos que se apoderaron de mí. Arqueé la espalda y me aferré al borde de la mesa hasta que mis nudillos se volvieron blancos, gimiendo sin parar. Mientras me estremecía allí, tumbada sobre la mesa de madera de la biblioteca, Hunter siguió lamiéndome, asegurándose de tomar hasta la última gota de la prueba de mi éxtasis.
Después de ver las estrellas y experimentar algo parecido a poner un pie en el más allá, abrí los ojos muy despacio. Hunter se había levantado del suelo y me miraba desde arriba con una expresión cargada de orgullo y deseo. Se le veía demasiado bien. No tenía ni una arruga en la ropa y su cabello estaba sólo un poco desordenado luego de que yo tirara salvajemente de él. En cuanto a mí, yo sí que era un completo y absoluto desastre.
Avergonzada, me incorporé con los brazos temblorosos y tiré de mi falda y mi camisa del uniforme para cubrir mi desnudez. Hunter me apartó el pelo de la cara y me cepilló unos cuantos mechones rebeldes con los dedos, acomodándolos detrás de mis orejas. No sabía qué hacer o decir después de lo que acabábamos de hacer.
—Bueno... —murmuré, evitando mirarlo a los ojos a toda costa—. Eso estuvo... bien
—¿Sólo bien? —preguntó, tomándome de la barbilla para que yo levantara la cabeza y así él pudiera mirarme de forma interrogativa—. ¿No te gustó lo que hice?
La sangre de mi rostro se calentó.
—No es que no me gustara —admití, abrochándome mi sujetador—. Es que... se sintió muy extraño.
—¿Extraño en el buen sentido o en el mal sentido?
—En el buen sentido.
Esbozó una media sonrisa mientras me ayudaba con los botones de mi camisa.
—¿Jamás habías practicado sexo oral?
Se me enrojecieron todavía más las mejillas.
—Pues... no.
—¿Ni siquiera con el idiota de tu ex?
Clavé mis ojos en los suyos.
—No, tú eres el primero —respondí, esperando que entendiera el mensaje oculto en mi palabras.
—Mmm... —ronroneó, apoyando las manos sobre la mesa en la que yo estaba sentada—. ¿Tienes algo que hacer después? —Negué con la cabeza, notando un aleteo en mi pecho—. Estaba pensando que quizás podríamos...
Por desgracia, el timbre de un teléfono arruinó el momento, haciendo que Hunter dejara sin terminar lo que sea que iba a decir. Sacó su celular del bolsillo de sus pantalones y miró la pantalla con una expresión de fastidio. Sin embargo, una vez que leyó lo que parecía ser era un mensaje de texto, su mandíbula se tensó.
—Mierda —exclamó, pellizcándose el puente de la nariz.
—¿Qué sucede? —le pregunté dada su reacción.
—Es Zoe, quiere que vaya a verla ahora.
—Oh.
Me había olvidado por completo de ella.
—Le diré que...
—Está bien —dije yo, sonriendo como si no pasara nada— Puedes ir.
Hunter me miró a los ojos durante un minuto absurdamente, frunciendo un poco las cejas.
—¿Quieres que vaya a verla? —Asentí y la expresión en su rostro se complicó aún más—. ¿Hablas en serio?
—Ella te necesita, ¿no? —Me encogí de hombros y continué con mi tarea de abotonarme la camisa—. Una vez dijiste que no tiene a nadie más, dijiste que tú eres todo lo que tiene. Por eso creo que deberías ir a verla.
Supuse que se alegraría al escuchar que estaba liberándolo de pasar otra tormentosa hora conmigo. Lo cierto es que a veces me sentía un poco culpable por obligarlo a pasar tanto tiempo a mi lado. Después de todo, Hunter sólo actuaba como un novio fiel y cariñoso por los cincuenta dólares que yo le pagaba todos los día sin falta. Además, tenía que acostumbrarme a que él saliera corriendo cada vez que su exnovia lo llamaba, dado a que, tras finalizar los tres meses de nuestro trato, lo más probable era que él terminara regresando con ella.
—Bien —respondió, apartándose de mí con indiferencia.
Me bajé de la mesa de un salto para alisar las arrugas de mi falda.
—Sobre el viaje de mañana... si irás, ¿verdad?
—Te dije que iría, ¿no?
Su fría respuesta me hizo sentir incómoda.
—Bueno...
—Intentaré llamarte más tarde —exclamó antes de pasar junto a mí para salir del pasillo en el que habíamos estado estudiando. Estupefacta, permanecí inmóvil en mi sitio preguntándome que mosco podría haberle picado.
—Espera, ¿acaso estás... —comencé, volviéndome hacia él, pero ya se había marchado—. ...enfadado?
Respiré hondo, intentando no echarme a llorar.
Una vez más tranquila, terminé de meter los libros que había llevado conmigo dentro de la mochila y me la colgué en los hombros. Tras arreglarme el cabello y comprobar el estado de mi ropa, me preparé para marcharme yo también, pero mi rostro enrojeció al ver que mis bragas estaban tiradas debajo de la mesa. Humillada, eché un vistazo rápido a mi alrededor, me agaché para recogerlas y me las puse en un santiamén.
Mientras me dirigía a la salida de la biblioteca, una persona llamó mi atención. Entre las estanterías de libros del primer piso, en una de las secciones del centro, se encontraba un chico alto, delgado y rubio leyendo un libro. Lo miré fijamente hasta dar un respingo. Se trataba del chico que me había ayudado a entrar a la arena subterránea el día que fui a ver a Hunter pelear por primera vez. Ese al que todavía le debía cincuenta dólares.
Sin pensarlo demasiado, me acerqué a él para saludarle.
—Hola. —Sonreí, deteniéndome a su lado. El chico me miró sin mucho interés, arqueando una de sus rubias cejas con hostilidad—. ¿Te acuerdas de mí? Soy la chica a la que ayudaste a entrar a la arena subterránea hace unas semanas. —No respondió. Se limitó a mirarme como si realmente no tuviera el más mínimo interés por reconocerme—. La de los cincuenta dólares —insistí, cerrando aferrándome a las correas de mi mochila.
Vi el atisbo de reconocimiento en su rostro.
—Cierto.
Dejé escapar un suspiro de alivio.
—Pensé que no volvería a verte, ¿qué estás haciendo aquí?
Señaló el libro que sostenía en las manos como diciendo: «¿Qué no es obvio?».
—Trataba de estudiar —respondió un tanto brusco, regresando la mirada a su libro.
Sentí que me ruborizaba.
—Oh, yo... lo siento, no quería interrumpirte.
Me di la vuelta para marcharme.
—¿Querías decirme algo? —inquirió, animándome a detenerme.
Tragué saliva.
—Bueno, sí y no —repuse, volviéndome de nuevo hacia él. El chico había cerrado el libro y ahora me miraba con mucha atención—. Quería devolverte los cincuenta dólares que gastaste por mi entrada ese día.
—No es necesario.
—Quizás no, pero quiero hacerlo.
Extraje un billete de cincuenta dólares de los bolsillos de mi mochila y se lo tendí, pero él retrocedió involuntariamente cuando me vio acercarme demasiado, dejando caer su libro al suelo. Volví a disculparme y me agaché para recoger el libro cuya portada decía: Anatomía Humana. Después me incorporé e intenté dárselo junto con el dinero, pero el chico, en vez de tomarlo, hizo un gesto con la barbilla en dirección a las estantería.
—Sólo ponlo ahí.
—Pero...
—Me dan asco los gérmenes.
—Oh. —Dejé el libro sobre el estante—. Lo siento.
Arqueó la boca en una media sonrisa.
—No, yo lo siento. Estoy un poco estresado por la universidad, eso es todo.
Sacudí la cabeza mientras le sonreía de regreso.
—Está bien, lo entiendo. No te preocupes.
—¿Eres alumna de preparatoria? —preguntó, ladeando la cabeza—. Tú uniforme se me hace conocido.
—Sí, estoy cursando el último año en el Bicentenary High School. ¿Qué hay de ti? —le pregunté, aprovechando que parecía menos molesto que hace unos minutos—. ¿En qué universidad estás estudiando?
—En la universidad de Washington.
—¿En serio? He oído que es de las mejores universidades de Seattle. Incluso estoy pensando en inscribirme una vez que graduarme del instituto —dije, mirando sus manos enguantadas con muchísima curiosidad.
El chico lo notó y las ocultó detrás de su espalda.
—¿Ibas de salida?
Alcé la vista hacia su rostro.
—Esto... sí.
—Yo también pensaba irme pronto, ¿te acompaño a la salida?
Asentí con la cabeza y caminé junto a él, manteniendo mi distancia para no incomodarle.
—Misofobia —explicó cuando cruzamos el vestíbulo de la biblioteca—. Por eso los guantes. —La curiosidad que sentía por ese chico no hizo más que crecer—. Y sobre los cincuenta dólares, realmente no los necesito.
—No me gusta deberle dinero a las personas —insistí.
—En ese caso, dámelos la próxima vez que te vea, ¿te parece bien?
—De acuerdo. —Esbocé una sonrisa—. Por cierto, ¿cómo te llamas?
La próxima vez quería llamarlo por su nombre.
—Michael, sólo Michael.
—Es un placer conocerte, sólo Michael. Yo soy Ellie.
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