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Capítulo 25 | Primogénito no nacido

Atención, favor de leer antes de comenzar el capítulo: Antes que nada, me gustaría pedirles de favor que dejen de comparar absolutamente todo lo que pasa en la historia con la versión anterior. Recuerden que esta es una versión completamente nueva, la anterior ya no existe, así que plis dejen de poner en los comentarios #R de releyendo o #S de spoilers. Toda persona leyendo esta versión es #N de nueva (jsjs parezco maestra diciendo el abecedario). Btw, si eres de esas personitas que prefieren la versión anterior (aunque ya no existe), ahórrate tus comentarios de hate y mejor deja de leer la historia. Lo mismo para quienes prefieren al anterior Hunter. Esta versión me encanta y es la definitiva, así que no va a cambiar. Dicho esto, disfruten el capítulo<3.

A la mañana siguiente desperté sintiéndome de lo más cómoda y calientita en una cama que no era la mía pero que, sin duda alguna, me resultaba vagamente familiar. Abrí los ojos poco a poco y parpadeé varias veces hasta que la habitación comenzó a tomar forma. Sabía muy bien donde estaba, no tenía nada de qué preocuparme. Consciente de ello, exhalé un gemido, enterré mi rostro en la almohada y me acurruqué de nuevo entre el montón de sábanas limpias que olían deliciosamente a Hunter. Una sonrisita se dibujó en mis labios.

Estiré un brazo, buscándolo, pero su lado de la cama estaba vacío.

—¿Hunter? —lo llamé, levantando la cabeza de la almohada.

Nadie respondió.

Desconcertada, fruncí el ceño y me incorporé, pero casi enseguida hice una mueca. Me sentía exhausta, me dolía el cuello y mi brazo estaba acalambrado. Suspiré, me froté los ojos y decidí echar un vistazo a mi alrededor. Hunter no estaba por ninguna parte. Mientras me preguntaba en dónde podría estar, una corriente de aire frío hizo que se me erizaran los pezones. Me estremecí y apreté las sábanas contra mi pecho. Solo entonces noté que lo único que llevaba puesto eran mis braguitas, nada más. El resto de mi ropa había desaparecido.

«¿Por qué estoy...?»

En ese preciso instante, los recuerdos de la noche anterior regresaron a mí como un torbellino. Mis mejillas se calentaron violentamente, tiñéndose de un rojo brillante. ¡Dios, anoche había tratado de persuadir a Hunter para que me llevara a la cama! Y eso no era lo peor, sino que, cuando él se negó a ponerme una mano encima en mi estado, intenté seducirlo desnudándome frente a él. ¡Prácticamente le había dado un show de striptease!

Ruborizada desde los pies hasta la cabeza, me golpeé varias veces la frente esperando poder deshacerme de esos bochornosos recuerdos. De pronto el hecho de que Hunter no estuviese ahí conmigo me pareció una gran bendición, puesto que no tenía ni idea de cómo iba a mirarlo a la cara después de mi vergonzoso espectáculo.

Varios minutos más tarde, deslicé las piernas fuera de la cama y envolví mi cuerpo medio desnudo en una sábana de color gris para dirigirme al cuarto de baño. Sin embargo, me detuve a mitad de camino al escuchar un objeto metálico caer y golpear el suelo de madera. Bajé la mirada a mis pies, siguiendo aquel sonido, pero no encontré nada. Sea lo que fuera, parecía haber rodado debajo de la cama. Curiosa, me senté sobre mis talones, agaché un poco la cabeza y entonces lo vi. Se trataba de uno de los dos anillos de plata que Hunter usaba siempre en la mano izquierda y que no se quitaba por nada del mundo. ¿Qué es lo que estaba haciendo yo con él?

Estiré una mano para alcanzarlo, solo que, al hacerlo, me di cuenta de que debajo de la cama había también una vieja fotografía instantánea. Recuperé el anillo y levanté la fotografía para darle un vistazo. En esta se podía ver a Hunter parado detrás de una hermosa chica de cabello castaño, abrazándola cariñosamente por la cintura mientras que ambos sonreían felizmente a la cámara. Mi estómago se retorció de manera dolorosa.

¿Quién era ella? ¿Por qué Hunter tenía...?

El retorcijón en mi estómago se intensificó.

El chico de la fotografía se parecía muchísimo a Hunter. Demasiado, diría yo. Pero no era él. Hunter tenía los ojos verdes. El chico de la fotografía los tenía marrones. Hunter tenía el cabello largo, ondulado y oscuro. El chico de la fotografía lo tenía corto, liso y un poco más claro. Hunter tenía los brazos completamente cubiertos de tatuajes. El chico de la fotografía no tenía ni una sola gota de tinta en ellos. Dios mío, es que era obvio.

El chico de la fotografía era su padre biológico.

Sorprendida por el gran parecido físico que compartían padre e hijo, me senté en la orilla de la cama y observé la fotografía un rato más, examinando hasta el último detalle de la misma. El padre de Hunter estaba usando lo que parecía ser el antiguo uniforme blanco de los Halcones Bicentenarios. Su madre, por otro lado, estaba usando el antiguo uniforme rojo con negro de animadoras. En la parte de atrás distinguí el amplio campo de juego del instituto, además de otros jugadores del equipo que parecían estar celebrando una victoria.

Se veían como una joven pareja feliz y enamorada.

«—Mi verdadero padre está muerto, probablemente pudriéndose en el infierno. —Palidecí en cuanto escuché la voz de Hunter haciendo eco dentro de mi cabeza. Estaba recordando lo que él me había contado sobre su padre en el estacionamiento del 7-Eleven ayer por la noche—. Padecía de algo llamado "trastorno límite de la personalidad". Esto le generaba fuertes cambios de humor y, en ocasiones, también le provocaba ataques de ira muy violentos. Cada vez que esto último sucedía, mi madre y yo éramos quienes sufríamos las consecuencias».

Resultaba difícil imaginar que el chico que sonreía en la fotografía terminaría convirtiéndose en un esposo abusivo con su mujer e hijo. Disgustada, dejé de mirarlo para centrar mi atención en la madre de Hunter: una chica preciosa de tez acaramelada, cabello ondulado y ojos increíblemente verdes. Una sonrisa tiró de mis labios.

Hunter tenía los mismos ojos que su madre.

—¿Pudiste dormir bien anoche? —preguntó una voz masculina, dándome un susto de muerte.

No pude evitar pegar un brinco que me obligó a dejar caer la fotografía al suelo, la cual terminó regresando a su lugar inicial debajo de la cama. Apreté la sábana contra mis pechos y me volví para encontrar a Hunter apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho mientras me contemplaba en silencio.

—Sí —respondí con las mejillas encendidas, levantándome—. ¿Dónde estabas? ¿Por qué estás vestido así?

A diferencia de mí, que estaba usando una sábana de algodón como una especie de vestido improvisado, él traía puesta una cazadora de cuero encima de una camiseta negra y unos pantalones de mezclilla oscuros.

—Fui a conseguirnos el desayuno —explicó, enderezando su postura—. Ven antes de que se enfríe.

Sin más que agregar, se dio la vuelta y abandonó su dormitorio con cierta indiferencia. Avergonzada, atravesé velozmente la habitación y comencé a hurgar entre las cosas que había dentro de mi gran bolso deportivo hasta que encontré unos pantaloncillos cortos de pijama rosas y una blusa de tirantes blanca. Me vestí lo más rápido que pude, me cepillé el cabello con los dedos y luego me dirigí a la cocina para encontrarme con Hunter.

Sobre la mesa del desayuno había platos con huevos fritos, tiras de beicon y tostadas con mantequilla.

—¿Tú preparaste todo esto? —le pregunté un tanto sorprendida, sentándome en mi lugar.

Me sentía tan hambrienta que tuve que tener cuidado de no arrojarme sobre la comida.

—No, yo no sé cocinar —respondió él con despreocupación, quitándose la cazadora de cuero por los hombros para después arrojarla a uno de los sofás de la sala—. Lo preparó la madre de Trevor.

—¿La madre de Trevor? —repetí, engulléndome un trozo de huevo frito y dándole también un mordisco a una tira de beicon crujiente. Mi garganta emitió un sonido de puro placer—. ¡Dios mío, esto está delicioso!

—¿Sí?

—¡Sí!

Una sonrisa casi inexistente elevó ligeramente las comisuras de sus labios.

—Se lo haré saber.

Desayunamos envueltos en un agradable silencio, acompañados únicamente por el sonido que hacían los cubiertos. Cuando estiré una mano para tomar una tostada con mantequilla, Hunter me acercó la mermelada de fresa sin decir una palabra. Habíamos estado desayunando juntos casi todos los días luego de que yo decidiera añadir esa nueva condición a nuestro trato; a veces en su casa, a veces en la mía, o a veces en alguna cafetería. Y claro, por esta misma razón, ambos habíamos aprendido muchísimas cosas el uno del otro. Yo por ejemplo, ahora sabía que a Hunter le gustaba beber agua durante el desayuno. Nada de leche, jugo, y mucho menos, café.

—Por cierto, ¿qué hora es? —curioseé, mordiendo mi tostada con mermelada.

«Delicioso, delicioso, delicioso» tarareé, moviendo alegremente la cabeza de un lado a otro.

—Casi las nueve.

Mi alegría se evaporó en cuestión de segundos.

—¡¿Casi las nueve?! —chillé, escupiendo trocitos de tostada por la boca—. ¡¿Qué hay de la escuela?!

Esta vez, Hunter no se molestó en ocultar su burlona sonrisita. Apreté los dientes, solté un gruñido y le di una patada por debajo de la mesa, pero eso sólo sirvió para agrandar su tonta sonrisa. Enfadada, dejé mi tostada a medio terminar sobre el plato y me levanté de la silla, pero él me detuvo sujetándome de la muñeca.

—Relájate, llegaremos a tiempo para la tercera clase.

Ese era precisamente el problema. Ya había faltado a una clase antes, y una falta suponía una mancha en mi perfecto récord de asistencia. Que hubiese faltado a dos clases más era lo mismo que escupirle y pisotearlo.

—Iré a darme una ducha —dije, tirando de mi brazo para soltarme de su agarre.

—¿Eso es todo lo que vas comer? —preguntó, mirando mi plato.

Puse mala cara, a lo que él respondió liberándome.

Quince minutos después, salí de la ducha sintiéndome como si hubiese vuelto a nacer y empecé a vestirme con el uniforme del instituto. Mientras me lavaba los dientes con un cepillo que Hunter me había dejado poner junto al suyo, rebusqué entre mis cosas intentando encontrar mi corbata gris del uniforme sin ningún éxito.

—¿No has visto mi corbata del uniforme? —le pregunté a Hunter, quien en ese momento entró al dormitorio para cambiarse la desgastada camiseta negra por una sudadera del mismo color.

—No.

Suspiré y me aparté unos mechones mojados de la cara.

—Debí haberla olvidado en casa... —me lamenté en voz baja, haciendo una mueca.

Hunter se acercó a mí con una toalla en las manos y comenzó a secarme el cabello.

—¿Quieres ponerte la mía?

Me volví bruscamente hacia él.

—¿Tienes el uniforme del instituto? —Asintió una vez—. ¿En serio? —Asintió de nuevo—. ¿Dónde está?

Inclinó la cabeza hacia un lado.

—En algún lugar dentro del armario.

Entorné los ojos, me aparté y corrí al armario. Aquello tenía que ser una broma. Ya había rebuscado antes entre la ropa de Hunter, ya sea para tomar prestada una sudadera o una camiseta, pero jamás vi que tuviera el...

—No puedo creerlo... —balbuceé con la boca abierta, encontrando eso que nunca creí ver con mis propios ojos—. ¡No puedo creerlo, no puedo creerlo, no puedo creerlo! ¡De verdad tienes el uniforme del instituto!

Lo escuché soltar una especie de bufido irónico.

—¿Qué no lo tienen todos?

—¿Por qué nunca te lo pones?

—Porque es estúpido.

—No es estúpido —protesté, sacándolo del armario con todo y las perchas de terciopelo. Me volví hacia él para mirarlo agitando las pestañas, dibujando una tierna sonrisa en mis labios—. Te ofrezco cien dólares sí...

—No.

—Ciento cincuenta.

—No.

—Doscientos.

—Ellie —siseó ahora entre dientes, mirándome fijamente—. No voy a ponerme el estúpido uniforme.

—Vamos, no estoy pidiéndote que te lo pongas para ir a la escuela. Sólo quiero vértelo puesto.

—No.

—Por favor.

—No.

—Por favooor —insistí, haciendo adorables pucheritos.

Vaciló durante un breve instante, haciéndome creer que había logrado convencerle. Por desgracia, en vez de caer ante mis irresistibles encantos, se acercó a mí, tomó la corbata gris de su uniforme y comenzó a ponérmela.

—Lo consideraré si mejoras tu oferta.

La emoción asentó en el interior de mi pecho. Hunter estaba dispuesto a ceder.

—Te ofrezco cuatrocientos dó...

Me hizo callar apretándome las mejillas. Casi gruñí. Odiaba cuando él hacía eso.

—No quiero tu dinero —replicó, poniendo los ojos en blanco.

—¿Entonces qué es lo que quieres? —conseguí decir con algo de dificultad.

Sus labios esbozaron una lenta y seductora sonrisa. Mi pulso se aceleró y las mariposas en mi estómago se precipitaron a volar en todas las direcciones posibles. Tragué saliva, notando que se me había calentado la cara.

—Si me dejas verte con el uniforme puesto, te dejaré hacer conmigo lo que quieras.

Dejó en paz mis mejillas para seguir anudándome la corbata.

—¿Lo que yo quiera?

—Sí, lo que tú quieras.

—¿Estás segura?

Pasé la lengua sobre mis labios secos, consiguiendo que él los mirara.

—Sí.

—Bien —aceptó al fin, acomodando el cuello de mi camisa blanca del uniforme. Le dediqué una radiante y feliz sonrisa—. Pero tendrá que ser otro día, nena. Ahora mismo ya vamos tarde a clase y no creo que quieras seguir arruinando tu «perfecto récord de asistencias» —agregó palmeándome hombros, burlándose de mí.

Mi sonrisa se debilitó hasta perderse por completo.

—¡Al diablo mi perfecto récord de asistencias, un trato es un trato! —espeté.

Arqueó las cejas con una expresión divertida.

—¿Acabas de mandar al diablo tu «perfecto récord de asistencias»?

—Deja de decir «perfecto récord de asistencias» con este tono.

—¿Cuál «tono»?

Le di un puñetazo en el estómago, que estaba duro como una pared de concreto. Mi enfado se incrementó cuando él se echó a reír. Resoplé y comencé a apartarme, pero Hunter sujetó mi rostro, se inclinó y me besó.

—Eres de lo peor —gruñí aferrándome a la tela de su sudadera para responder a su beso.

—Cumpliré mi palabra —prometió, sonriendo contra mis labios—. Algún día, supongo.

Conseguimos llegar al instituto a tiempo para la tercera clase. Como se acercaba la temporada de exámenes, procuré prestar infinita atención a los profesores y anotar hasta la última palabra que saliera de sus bocas en mis cuadernos de apuntes. Lo cierto es que había descuidado bastante mis estudios, por no hablar de mi «perfecto récord de asistencias», pero planeaba redimirme y sacar las mejores notas en los próximos exámenes.

Durante el transcurso del día, doce personas se acercaron a mí para felicitarme por mi embarazo; tres de ellas me dieron un obsequio para el bebé (unos zapatitos, un babero y una sonaja), mientras que dos profesores me miraron con total y rotunda desaprobación. Aun cuando me aseguré de repetir hasta el cansancio que no estaba embarazada, todos en el instituto preferían suponer que estaba mintiendo y, por ende, creer en esos estúpidos rumores que Lexie estaba esparciendo sobre mí luego de haberme encontrado vomitando en los baños.

«Sólo ignóralos, ignóralos, ignóralos», me dije a mí misma una y otra vez.

Cuando terminó la clase de literatura, abandoné el salón para ir a mirar la pizarra en el pasillo principal, muy cerca de la oficina del director, en la que solían anunciar los resultados de los exámenes de prueba que los profesores habían estado haciéndonos con demasiada frecuencia esos últimos días. Tras buscar mi nombre en la larga lista, sonreí al ver que, por lo menos, seguía figurando en el top cinco de las notas más altas del instituto.

Nada mal para no haber estudiado.

Antes de marcharme a mi casillero, quise buscar también el nombre de Hunter. Nunca antes me había interesado en mirar las calificaciones de otra persona, pero ese día mi curiosidad me obligó a hacerlo. No esperaba era que, al encontrar su nombre, mi mandíbula amenazaría con desprenderse por completo de mi cráneo. Sus notas eran tan malas que su nombre, literalmente, figuraba en el último puesto de la lista. ¡El último!

Horrorizada, crucé los brazos sobre mi pecho y comencé a hacer uso de mi brillante cerebro.

Encontré a Hunter parado frente a su casillero, mirando un volante sobre una invitación a formar parte de los Halcones Bicentenarios con una mueca en el rostro. No era la primera vez que dejaban esos volantes en la puerta de su casillero, así como tampoco era la primera vez que él arrugaba esa hoja plastificada hasta convertirlo en una bola pera luego lanzársela accidentalmente a alguien en la cabeza. A su lado, Trevor estaba hablándole de algo de manera muy animada, acomodándose los anteojos y moviendo muchísimo las manos.

—Hombre, yo solo digo que, en una pelea, Shaggy de Scooby-Do definitivamente le patearía el trasero a Sub-Zero. Piénsalo, ¿por qué crees que los desarrolladores Mortal Combat no han querido agregarlo?

Hunter cerró la puerta de su casillero y lo miró.

—Trev.

—¿Sí?

—Nadie vence a Sub-Zero.

—Venga ya, si consideras que su único poder es... —Trevor dejó de hablar y sonrió al ver que me acercaba—. Oh, qué hay, Ellie —entonces, dijo la misma frase de todos los días—. Estás tan hermosa como siempre.

No pude evitar reírme. Trevor necesitaba ampliar su repertorio de cumplidos con urgencia.

—Qué hay —repetí con una sonrisa, parándome de puntitas para besar a Hunter en la mejilla.

Pero él no se conformó con eso. Me rodeó por la cintura y me arrinconó contra los casilleros para besarme en la boca. Me mordió los labios, a veces con rudeza y otras veces con delicadeza. Traté de apartarme al principio, sobre todo porque Trevor aún estaba ahí, pero pronto la lengua de Hunter hizo que me olvidara de todo.

—Bueno... iré a ver si ya puso la marrana —escuché que decía para luego dejarnos solos.

No estaba preparada para la intensidad del beso, pero no tardé mucho en pillé el ritmo. Su lengua hizo danzar a la mía, acariciándome a su vez con la barra de metal que la atravesaba. Un suspiró escapó de mi garganta.

—Bien, ya se fue —anunció de pronto, apartándose sin más—. No dejaba de decir estupideces.

Parpadeé varias veces, haciendo un esfuerzo recuperarme.

—¿Estupideces?

—Sí. —Retiró su mano de mi cintura, pero continuó manteniéndome enjaulada entre sus brazos y la pared de casilleros—. Créeme, nadie vence a Sub-Zero.

—¿Sub-Zero?

Dejó ver una pequeña y burlona sonrisa.

—¿Qué hay en la bolsa? —preguntó, señalándola con un movimiento de la barbilla.

—Oh, esto... —Avergonzada por estar actuando como una tonta, sacudí la cabeza y le mostré lo que había dentro de la pequeña bolsa de papel—. Es un obsequio —expliqué—. Me lo dio una chica en la clase de literatura.

Agité la sonaja para hacerla sonar. Hunter la miró arqueando una ceja.

—¿Ya estamos aceptando regalos?

Suspiré, guardé la sonaja y le di la bolsa a él.

—He estado diciéndole a todos que no estoy embarazada, pero nadie parece creerme. —Hunter volvió a sacar la sonaja de la bolsa y la agitó para hacerla sonar—. ¿Sabes cuántas personas me han felicitado el día de hoy?

—Mmm... no lo sé. ¿Ocho?

—¡Cuarenta y tres! —solté, pero Hunter siguió haciendo sonar la sonaja, cosa que comenzaba a sacarme de mis casillas—. Y eso no es todo, la profesora Jefferson me hizo quedarme en el salón después de la clase de Historia para decirme que estaba dispuesta a apoyarme y que si lo necesitaba, podía darme consejos sobre maternidad.

—Cuarenta y tres no son tantas personas.

Le arrebaté el estúpido juguete para que dejara de hacerlo sonar.

—¡Hunter, esto es serio!

—Lo sé.

—Entonces...

—¿Qué quieres que haga? ¿Qué le dé una paliza a cada estudiante hasta que olviden ese rumor?

Bufé y aparté la mirada, furiosísima. Después de pensarlo un rato, me volví de nuevo hacia él.

—¿Lo harías?

—Sabes que sí.

Tuve que reprimir una sonrisa para no echarme a reír. Hunter me apartó el pelo de la cara y luego apoyó la cabeza contra la puerta de su casillero, mirándome desde su dominante altura de casi un metro noventa.

—También me regalaron unos adorables zapatitos de bebé —le hice saber, jugando con los cordones de su sudadera negra—. Ah, y un babero color azul que dice: «mi papá olvidó usar condón», en letras doradas

Chasqueó la lengua.

—Yo jamás olvido usar condón.

Arrugué un poco la nariz.

—¿Cómo podría saberlo? Me rechazaste incluso cuando me desnudé sólo para a ti —suspiré y me cubrí el rostro con las manos—. ¿Podrías darme una paliza para que pueda olvidarme de la noche de ayer?

—Estabas drogada, Ellie. No iba a acostarme contigo en ese estado.

Sentí que me ruborizaba.

—Lo sé, lo sé, pero eso no hace que sea menos humillante.

Me apartó las manos de la cara.

—Si no hubieses estado drogada, te habría mantenido despierta toda la noche.

—Ya, claro.

Hunter sonrió y me quitó la sonaja de las manos.

—¿Ya sabes que nombre le pondrás a nuestro primogénito no nacido? —se burló, agitándola.

Esta vez decidí seguirle el juego.

—Si es niño, me gustaría ponerle Nemo, como el pez.

Él frunció el ceño.

—¿Cuál pez?

—El de Buscando a Nemo. —No respondió—. No puede ser, ¿nunca has visto Buscando a Nemo?

—¿Es una película?

Le arrebaté la sonaja una vez más porque de nuevo estaba sacándome de quicio.

—Ya sé lo que haremos después del viaje de este fin de semana —le dije, guardando ese juguete del mal en la bolsa de papel—. Veremos Buscando a Nemo, en tu casa. La tengo original en DVD porque es de mis favoritas.

Volvió a fruncir el ceño.

—¿Cuál viaje?

—El viaje del que te hablé el otro día, ¿acaso ya lo olvidaste? Prometiste que iríamos juntos.

—Yo jamás te prometí nada.

—Pero... pero...

Fingí estar a punto de echarme a llorar, algo que siempre funcionaba con él.

—¿Cuándo es?

—Pasado mañana...

—Bien.

—¿Irás conmigo?

—Sí.

Sonreí y me mordí el labio.

—¡Estupendo! —chillé con emoción. Hunter frunció el ceño cuando dejé de fingir estar triste—. Ah, por cierto. Casi lo olvido. ¿Ya viste tus notas en la pizarra de anuncios que está al final de este mismo pasillo?

—¿Qué?

—Estás en el último puesto de la lista, Hunter. Eso es terrible. ¿Por qué no me lo dijiste?

Parecía cada vez más confundido.

—¿Decirte qué?

—Que tienes problemas para estudiar por tu propia cuenta. Mira, lo estuve pensando y se me ocurrió una idea. —Lo tomé de la mano y lo llevé conmigo hasta mi casillero para guardar la bolsa con la sonaja dentro—. ¿Qué te parece si me convierto en tu tutora? De ese modo podría enseñarte todos los temas que tu no entiendas.

—No es que tenga problemas para...

—Está bien, a todo el mundo le pasa. Además, como faltas tanto a clases supongo que esa es la principal razón por la que hay temas que no entiendes. Sin embargo, por suerte para ti, estoy dispuesta a darte clases privadas totalmente gratis. —Se me quedó mirando un rato con una expresión muy seria—. ¿Qué dices? ¿Si quieres?

—De acuerdo.

Mi sonrisa se agrandó.

—Genial, en ese caso, te veo esta tarde a las cinco en la biblioteca del centro.

—¿No puedes darme clases en un sitio menos aburrido?

—No.

Suspiró.

—Bien.

Justo cuando tocó el timbre, yo estaba terminando de sacar los libros que iba a necesitar para la siguiente clase. Me paré de puntitas para darle otro beso en la mejilla antes de darme la vuelta para marcharme.

—Te veré después, entonces. No olvides llevar tus libros.

—No lo haré.

«Esto va a ser muy divertido», pensé.

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