Capítulo 24 | Compartiendo información
Mientras Hunter conducía la camioneta hacia su departamento, sujetando el volante con una sola mano, yo me dediqué a estudiar su perfil sumida en una especie de trance. No podía dejar de mirarlo. No, mejor dicho, no quería dejar de mirarlo. No sabía por qué, pero necesitaba memorizar hasta el último detalle de su rostro. Si mi teléfono no se hubiese dañado al caer a la piscina, probablemente le habría hecho un montón de fotografías.
—¿Por qué me estás mirando tanto? —preguntó, contemplándome de soslayo con una cara muy seria.
Parpadeé, incliné la cabeza hacia un lado y esbocé una tonta sonrisa.
—Porque eres hermoso —respondí con toda la sinceridad del mundo—. Y porque cada vez que te veo algo se agita dentro de mi estómago. Es una sensación muy agradable, ¿sabes? Aunque no sé muy bien de que se trata.
Su mirada se volvió oscura y sombría.
—Estás diciendo tonterías.
—No, no son tonterías —protesté, frunciendo las cejas—. Mirarte me hace sentir algo que no había sentido nunca, ni siquiera con Christopher. Haces que mi corazón se acelere, haces que se me corte la respiración y me haces sentir cómoda y segura. —Noté que le palpitaba un músculo en la mandíbula—. ¿Tienes helado en casa?
—No.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque no me gusta el helado.
Hice un puchero, crucé los brazos sobre mi pecho y giré la cabeza hacia la ventanilla, dejando escapar un dramático bufido. Después miré a Hunter por el rabillo para ver si estaba prestándome atención, pero él no dijo nada y tampoco se volvió a mirarme. Simplemente continuó mirando el camino que tenía delante, ignorándome.
¡Estaba ignorándome a mí!
—Quiero helado —refunfuñé, observándolo con los ojos entrecerrados—. ¿No me oíste? ¡Quiero helado!
Fastidiado, Hunter suspiró, cerró los ojos durante unos segundos y se pasó una mano por el pelo.
—Está bien —dijo con un tono áspero, cediendo ante mi pequeña rabieta—. Te conseguiré helado.
Una sonrisa se extendió por mi rostro. Me desabroché el cinturón de seguridad, me acerqué a él pasando por encima de la palanca de cambios y le di un beso en la mejilla. Su expresión se suavizó solo un poquito.
—Eres el mejor —le hice saber.
Minutos más tarde, Hunter aparcó su Jeep Wrangler negra en el parking vacío de un 7-Eleven.
—Espera a que te abra la...
No lo escuché. Abrí la puerta y saqué un pie para bajar. No esperaba que, al hacerlo, mis débiles piernas me harían caer de rodillas al suelo. Hice una mueca, pero, en vez de quejarme por el dolor, me eché a reír.
Las llantas de su camioneta eran demasiado grandes al ser todo terreno. Por esa misma razón, la distancia entre la puerta y el suelo era considerablemente alta. Sobre todo para una chica tan pequeña como yo.
Hunter apareció a mi lado en cuestión de segundos.
—¿Te hiciste daño? —preguntó en voz baja, agachándose frente a mí.
Negué con la cabeza sin dejar de reírme como una tonta.
—¿Viste cómo volé? —le pregunté, apoyando las manos en sus hombros para incorporarme.
Sin levantarse del suelo, Hunter me sacudió la suciedad que se me había adherido a las rodillas y, casi enseguida, chasqueó la lengua al notar que se me habían desgarrado las medias que estaba usando ese día.
—Te compraré unas nuevas.
Sonriendo, deslicé mis dedos por su pelo ondulado, ahora demasiado largo.
—Te gusta mucho que use medias, ¿no es así? —Hunter alzó la vista para mirarme desde abajo, arqueando una de sus oscuras cejas. Volví a reírme—. Eres todo un pervertido, Cross. Me gusta —añadí a modo de broma.
Entonces, como cada vez que nuestros ojos se encontraban, sentí que me quedaba sin respiración. Sus iris verdes se veían más oscuros esa noche y su mirada profunda era como recibir una caricia sobre mi piel desnuda.
«Maldición, ¿por qué tiene que ser tan endemoniadamente atractivo?», pensé.
Mientras nos mirábamos, algo extraño sucedió. El aire a nuestro alrededor pareció cargarse de electricidad y, durante un minuto, pensé que saltarían chispas. Supe que él también lo notó, porque frunció el ceño.
—Venga, vayamos por tu helado —pronunció con la voz ronca, levantándose del suelo.
Reprimiendo una nueva sonrisa, lo seguí al interior del establecimiento dando pequeños brinquitos. Una vez dentro del 7-Eleven, fui completamente seducida por la máquina de Slurpee. Sin pensarlo, me llené un vaso con granizado de cereza y le di un gran sorbo, soltando un quejido cuando sentí que se me congelaba el cerebro.
—Ten, sujeta esto por mí —le pedí a Hunter, dándole mi bebida helada.
Recorrí los pasillos en busca de Twinkies, Pringles, Pop-Tarts, Skittles, M&M'S, Chocolate Kinder, Reese's y Cheetos. Tomé varios paquetes de cada producto y se los fui pasando a Hunter, que acababa de convertirse en mi carrito de compras. Divertida, vi como él tomaba las cosas que yo le daba con una mirada glacial en el rostro.
—¿No dijiste que solo querías un helado?
Le pasé dos paquetes de Oreos y le quité el Slurpee de las manos.
—Bien, creo que eso es todo —dije, bebiendo un sorbo de mi granizado—. Oh, ten cuidado con las barras de chocolate. Odio que se derritan. —le sonreí con dulzura y me dirigí al mostrador, dejándolo solo en el pasillo.
Detrás de la caja registradora, un chico de unos dieciocho o diecinueve años deslizó sus ojos sobre mí, demorando más tiempo en mis pechos. Se me habían erizado los pezones debido al frío del Slurpee y, como no estaba usando un sostén, se me marcaban un poco por debajo de mi top rosado. Puse mala cara y abrí la boca para decirle algo como: «Mi cara está aquí arriba, idiota», cuando sentí la presencia de Hunter detrás de mí.
El chico palideció, apartó los ojos de mis pechos y comenzó a pasar mis cosas por el lector de códigos, introduciéndolas a su vez en el interior de dos bolsas de plástico. Satisfecha, le di otro sorbo a mi granizado.
—Veintinueve dólares con setenta centavos —informó el chico, sin apartar la mirada de la pantalla.
Asentí y dejé mi bebida fría sobre el mostrador para sacar la tarjeta dorada de mi bolso.
—Un momento —balbuceé, pasándome las manos por todo el cuerpo—. Oh, no... ¡¿dónde está mi bolso?!
Para entonces, Hunter ya había pagado por mis cosas en efectivo. Agarró las dos bolsas de plástico, me dio mi Slurpee de cereza y presionó una mano en mi espalda baja para guiarme fuera del establecimiento.
—Te pagaré —le hice saber—. Solo necesito encontrar mi bolso. —No dijo nada, se limitó a caminar hacia su Jeep—. ¿A dónde vas? —le pregunté, sentándome sobre el último tope del estacionamiento—. Aquí, ven, ven.
Hunter arqueó una ceja con cierto desdén.
—¿Quieres sentarte ahí a comer? —Asentí energéticamente con la cabeza. Suspiró—. De acuerdo.
Se sentó a mi lado sin protestar y me entregó las bolsas de plástico para que yo pudiera rebuscar dentro de ellas. Saqué un paquete de Twinkies, abrí la envoltura rápidamente con los dedos y me llevé un pastelito relleno de crema a la boca. Un gemido de gusto y placer escapó de mi garganta. Dios, tenía muchísima hambre.
Junto a mí, Hunter tenía los ojos clavados en la carretera sin mirar ningún punto en específico. Se veía distraído, como si estuviera perdido en sus pensamientos. Me acerqué más a él y le di un golpecito con mi rodilla.
—¿No vas a comer? —le pregunté, esperando que se volviera hacia mí.
No lo hizo.
—No tengo hambre.
Comencé a dibujar corazones invisibles sobre su muslo con el dedo índice.
—¿Estás enojado conmigo? —No respondió. Supuse que eso era una respuesta—. Siento que hayas tenido que ir por mí a esa fiesta —le dije, dejando el pastelito a medio terminar dentro de su envoltura—. Y también siento que tengas que estar cuidando de mí ahora. Sé que probablemente tienes mejores cosas que hacer.
Su silencio hizo que una extraña sensación de tristeza se alojara en el interior de mi pecho.
Estaba claro que Hunter no había ido por mí a la fiesta ni estaba ahí cuidándome porque quisiera hacerlo. Yo fui quien lo puso en esa posición. Avergonzada, dejé de acariciarle la pierna y comencé a apartarme.
—No estoy enojado —habló al fin, sujetándome de la muñeca para evitar que me alejara de él.
Lo miré a los ojos durante un minuto entero, intentando leer la expresión que tenía en su rostro para, de alguna manera, darme una pequeña idea de lo que podría estar pensando en ese momento. Por supuesto, no lo conseguí. Hunter era un experto ocultando sus emociones y sus sentimientos, y yo lo odiaba mucho por eso.
—Ten, cómete esto —le dije, ofreciéndole lo que quedaba de mis Twinkies.
—No tengo hambre —repitió. Puse mala cara y él curveó un poco los labios al ver mi comportamiento de niña pequeña—. ¿Ya no quieres? —Sacudí la cabeza a modo de respuesta—. Está bien, dámelo.
Sostuvo el pastelito en una de sus manos, más no se lo comió. Lo estaba guardando para mí. Sonriendo como una idiota, rebusqué nuevamente en las bolsas de plástico hasta sacar una Pop-Tarts de fresa. Le di un par de mordiscos y luego se la entregué a Hunter. Lo mismo hice con las Pringles, los Skittles y los Cheetos.
—No lo entiendo, es la primera vez que me siento tan hambrienta —confesé, bebiendo un sorbo de Slurpee.
—Es uno de los efectos por comer brownies con marihuana —explicó—. Te provoca mucha sed y hambre.
—Ya veo —murmuré, acercándole la pajita de mi granizado a los labios. Llevaba un rato haciéndolo, pero él seguía negando con la cabeza, rechazando mi oferta. Esta vez, sin embargo, se inclinó, abrió la boca y le dio un trago a mi bebida helada de cereza. Me eché a reír cuando lo vi hacer una mueca—. Está delicioso, ¿no crees?
—Está demasiado dulce.
—Sabría mucho mejor si lo bebieras directamente de mis labios —dije, agitando mis pestañas con inocencia.
Me lanzó una mirada que me puso nerviosa.
—Tentador... —Me apartó unos cuantos cabellos de la cara—. Por cierto, hay algo que quiero preguntarte.
Comencé a dibujarle corazones invisibles de nuevo en el muslo.
—¿Sí?
—¿Por qué tu ex me acusó de haberte dejado embarazada? —Me atraganté con mi bebida y comencé a toser sin parar. Hunter sonrió burlonamente—. Si vamos a ser padres, al menos me gustaría ser el primero en saberlo.
El calor inundó mi rostro, calentándome las mejillas. Sobre todo por ese: «Si vamos a ser padres».
—¡N-no estoy...! —tartamudeé aun con mi ataque de tos, pero hice una pequeña pausa para aclararme la garganta. Él pareció apiadarse de mí, porque empezó a darme palmaditas en la espalda—. ¡No estoy embarazada!
—¿Ah, no?
—¡No! —Llené mis pulmones con aire—. Lo que pasa es que Lexie me escuchó vomitar esta tarde en los baños del instituto y, como la serpiente venenosa que es, debió esparcir un rumor sobre mí estando embarazada.
Hunter se mantuvo en silencio un momento, mirándome con el ceño fruncido.
—¿Vomitaste en los baños después de que yo me marchara de la cafetería esta tarde?
Sintiéndome demasiado avergonzada por haber admitido ese hecho, deslicé mis ojos lejos de los suyos y me volví hacia la carretera. ¿Por qué el filtro que existía entre mis pensamientos y mi boca no estaba funcionando?
—No me mires así, no es para tanto. Lo hago desde que tengo catorce años.
—¿Por qué?
—Porque... porque... —suspiré, apreté los labios y me pasé una mano por el cabello para despeinármelo un poco—. No lo sé —dije al fin, abrazándome las rodillas—. En aquel entonces estaba realmente obsesionada con mi peso, yo... quería estar delgada para parecerme a las chicas de las revistas, quería... quería ser bonita.
Me acarició la mejilla izquierda con el dorso de la mano.
—Ya eres hermosa, Ellie.
Sonreí de forma presumida.
—Lo sé. —Hunter me devolvió la sonrisa—. Ahora estoy bien —continué—. Ya no vomito con tanta frecuencia, intento no saltarme ninguna comida y procuro no dejar nada en mi plato. El problema es que, bueno, últimamente no he tenido demasiado apetito pero... —La sonrisa en su rostro se desvaneció. Oh no, conocía demasiado bien esa expresión—. ¿Estás enfadado? —le pregunté por enésima vez.
Resopló, arrugando las cejas.
—¿Te obligas a comer cuando estás conmigo porque temes que me enfade contigo?
Maldición, yo y mi gran boca.
—Bueno...
—Jamás hagas algo solo por querer complacer a otra persona —gruñó—. Ni siquiera a mí.
—¿Y si yo quiero complacerte? —pregunté en doble sentido, tratando de aligerar el ambiente.
Funcionó, porque Hunter casi sonrió.
—Cuando estás drogada eres mucho más sincera y atrevida, me gusta. —Me reí, apoyé la cabeza en su hombro y froté mi mejilla contra la tela de su camiseta—. ¿Tus padres saben sobre tus problemas con la comida?
—No, ¿por qué habría de decirles? —contesté, dándole un sorbo a mi granizado—. Mis padres siempre están muy ocupados, no quiero convertirme en una molestia. Además... —Hice una breve pausa—. Además, no creo que les importe demasiado. Ellos nunca están en casa y las veces que he intentado llamarles rara vez contestan el teléfono. A veces pienso que si algo realmente malo llegara a sucederme, ellos serían los últimos en enterarse.
Hunter apoyó su cabeza sobre la mía y me rodeó la cintura con un brazo.
—¿A qué se dedican? —preguntó en voz baja, de modo que nuestra conversación se volvió más íntima.
Cerré los ojos un instante, adorando esa sensación de calidez y seguridad que sentía estando a su lado.
—Mi padre es abogado —empecé, ofreciéndole la pajita de mi Slurpee. A pesar de no ser fan de lo dulce, Hunter le dio un trago—. Tiene un despacho jurídico en Los Ángeles, California. Y, por lo que he investigado en internet, sé que ha representado a muchos actores famosos y problemáticos en la industria de Hollywood. Lo apodan "el defensor de las estrellas". Mi madre, por otra parte, es una reconocida diseñadora de alta costura francesa. La mayoría de las cosas que hay dentro de mi armario son prendas que ella misma diseña y me envía desde Nueva York, que es donde reside porque su trabajo así lo requiere.
Guardé silencio al no saber qué más decir o agregar. Eso era todo lo que sabía sobre mis padres.
—¿Cuándo fue la última vez que los viste?
—Hace seis o siete meses, creo. —Me encogí de hombros—. Dejé de llevar la cuenta hace mucho tiempo.
Noté que inhalaba profundamente.
—¿Los extrañas?
Me tomé un momento para pensarlo.
—No lo sé —respondí, tirando de un hilito de mis medias rotas—. A decir verdad, disfruto mucho estar a solas conmigo misma. Sin mencionar que tener una mansión entera a mi completa disposición es el sueño de todo adolescente, ¿no? —Me mordisqueé una uña—. Aun así, hay ocasiones en las que siento un gran vacío en el interior de mi pecho que no desaparece sin importar lo que haga. Supongo que es por la ausencia de mis padres, pero... —suspiré y sacudí la cabeza. No quería seguir hablando de ellos—. A quien sí que extraño es a mi abuela.
—¿A tu abuela?
Alcé la cabeza para mirarle con una amplia sonrisa en los labios.
—Sí, su nombre era Dorothea Morgan Russell y era la mujer más amable, cariñosa y bondadosa que he conocido en mis diecisiete años de vida. —Sonreí con nostalgia, recordándola—. Mi abuela fue la persona que me crío desde que yo era una bebé, pero falleció hace nueve años. —Respiré hondo, intentando no pensar mucho en eso—. En aquel entonces yo creía que ella era mi madre porque... bueno, siempre estaba conmigo. Me enseñó a andar en bicicleta, me enseñó a tocar el piano y me enseñó todo lo que sé sobre repostería.
Hunter deslizó sus ojos por mi rostro, estudiándome en silencio.
—Ojalá la hubieses conocido —continué, sujetando su mano izquierda entre las mías para juguetear con los anillos de plata que él usaba siempre en los dedos anular e índice—. Estoy segura de que le habrías gustado. —Le quité el anillo del dedo anular y me lo puse yo. Este me quedaba demasiado grande—. Bien, yo ya he hablado mucho sobre mí, ahora es tu turno. —Me miró fijamente con cierto recelo—. Vamos, acabo de decirte cosas que no le he contado a nadie nunca. Es justo que me digas cosas sobre ti para mantener la balanza equilibrada.
No dijo nada, simplemente se quedó callado mirándome con una cara muy seria.
—Por favor, ¿sí? —insistí, haciendo pucheritos—. ¿Sí? ¿Sí? ¿Síííííí?
Vi el atisbo de una sonrisa tirando de la comisura de sus labios.
—¿Qué quieres saber?
Me toqué la barbilla con un dedo, pensativa.
—Veamos... ¿qué tal si me dices qué se siente ser el hijo del director del instituto?
Hunter permaneció inmóvil varios segundos, debatiéndose entre responder o no a mi pregunta. Después de un rato suspiró, se pasó una mano por el pelo y se humedeció los labios para hablar.
—Ese hombre no es mi padre —confesó sin más, clavando sus ojos verdes de nuevo en la carretera. Parpadeé varias veces, confundida—. Fui adoptado por la familia Presley cuando tenía ocho años, casi nueve. —Una sonrisa inquietante tiró de su labios—. Mi verdadero padre está muerto, probablemente pudriéndose en el infierno.
Contuve la respiración un minuto, mirándolo boquiabierta.
—Yo... lo siento mucho, Hunter. No tenía idea... —balbuceé con torpeza.
Se encogió los hombros, dando a entender que le daba exactamente lo mismo.
—No lo sientas —respondió sin mirarme, acariciándome la muñeca con los dedos ya que yo aún estaba sosteniendo su mano izquierda entre las mías—. Porque lo cierto es que mi padre era un maldito hijo de puta.
Arrugué un poco las cejas.
—¿Por qué dices eso?
Hunter suspiró. Era evidente que no le gustaba hablar de su padre.
—Padecía de algo llamado "trastorno límite de la personalidad" —explicó despacio, tensando muchísimo los músculos—. Esto le generaba fuertes cambios de humor y, en ocasiones, también le provocaba ataques de ira muy violentos. Cada vez que esto último sucedía, mi madre y yo éramos quienes sufríamos las consecuencias.
—¿Quieres decir que él...?
—Nos golpeaba. —Me estremecí e, inconscientemente, dejé que mis dedos rozaran con suavidad la cicatriz que tenía en la palma de su mano izquierda—. Esa cicatriz me la hizo él cuando tenía cinco años. Me dijo que quería comprobar que fuese su hijo, así que me cortó con una navaja para extraerme "un poco" de sangre.
Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando imaginé a un pequeño y asustado Hunter de cinco años, presenciaba como su propio padre le hacía un corte tan grande y profundo en la mano, lastimándolo.
—Eso no es nada, las peores heridas son las que no se ven —continuó con un tono áspero, penetrando en mis pensamientos—. Además, quien se llevaba la peor parte era mi madre. —Me limité a mirarlo en silencio, deseando poder ver la expresión que ocultaba debajo de todo ese pelo—. Después de tenerme, mi padre se volvió un hombre bastante celoso. Decía que mi madre era una puta que le abría las piernas a todo hombre que se le cruzara en el camino. Tanta era su paranoia que, durante sus ataques de ira, procuraba dejarle grandes y feas marcas en los pechos, brazos y piernas. De esa manera, ella no podría utilizar vestidos, faldas o blusas escotadas.
Se me enfrió la sangre de todo el cuerpo.
—Eso es... horrible.
Hunter asintió, pero tenía la mirada perdida en algún lugar lejos de la carretera.
—Un día, después de uno de sus ataques de ira, mi padre se marchó de la casa durante tres días, dejando a mi madre tan lastimada que ni siquiera podía levantarse de la cama. Recuerdo haber estado muy asustado. No quería verla morir, así que llamé a la policía. —Hizo una pausa—. Cuando estos llegaron, mi madre, de alguna manera, encontró fuerzas para levantarse de la cama y los recibió con una alegre sonrisa. Les dijo que se había quedado dormida solo un minuto y que, durante ese tiempo, yo, su pequeño niño travieso, había tomado el teléfono para hacerles una broma. Todos se echaron a reír. Todos, inclusive ella. —La línea de su mandíbula se endureció—. Tras deshacerse de la policía, mi madre me sujetó por los hombros, me dio una bofetada y me hizo una severa advertencia: «Jamás vuelvas a hacer algo tan estúpido, Hunter» —gritó de forma histérica—. «El hombre al que estuviste a punto de enviar a la cárcel es tu padre. Sé que te ha hecho cosas un poco malas, como a mí, pero eso es algo que él no puede controlar. Nuestro deber como su familia es amarlo y aceptarlo tal y como es».
Un destello de algo que no supe si era ira o irritación brilló brevemente dentro de sus ojos.
—Ese día entendí una sola cosa. —Apartó su mano de la mía—. El amor vuelve débiles a las personas.
—Hunter... —comencé, pero no logré encontrar las palabras adecuadas.
No sabía qué decirle. En ese momento mi cabeza era todo un lío debido a las drogas. Temía decir algo inapropiado. Hunter giró la cabeza para mirarme con una media sonrisa en los labios. No era una sonrisa real.
—¿Qué dices? ¿Con esto que acabo de decirte ya hemos equilibrado la balanza? —Alcé una mano para tocar su rostro, pero él se levantó de su lugar—. Está comenzando a enfriar, es hora de irnos.
Asentí muy despacio, levantándome del tope del estacionamiento.
—Hunter —lo llamé, tirando de la tela de su camiseta.
—¿Mmm?
—Gracias.
Me miró de forma extraña.
—¿Por qué me das las gracias?
—Por... por hablarme de ti.
Chasqueó la lengua y se agachó para recoger las bolsas que yo había dejado en el suelo.
—No volveré a hacerlo —contestó, ahora más serio—. Así que no esperes nada más de mí.
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