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Capítulo 23 | Hunter Cross, tu niñera de confianza

¿Dónde estás? —preguntó, omitiendo por completo el saludo.

Escuchar el sonido de su voz a través del receptor del teléfono hizo que una lenta quemazón comenzara a deslizarse bajo de mi piel, adueñándose de todos y cada uno de mis sentidos. Los latidos de mi corazón se volvieron más rápidos y el calor de mi cara se convirtió en un incendio forestal, extendiéndose hasta mis orejas.

—¿Dónde estoy? —repetí tontamente, con una actitud demasiado alegre por culpa del alcohol.

Reinó un silencio sepulcral durante una fracción de minuto.

¿Estás ebria?

Horrorizada, cubrí el micrófono con una mano y miré a Lisa.

—¡Oh, no!

—¿Qué pasa? —preguntó ella, un tanto alarmada.

—¡Me ha preguntado si estoy ebria!

—¿Y no lo estás?

—¡No lo sé!

Ni siquiera podía recordar la cantidad de chupitos habíamos tomado Lisa y yo durante el juego de cartas con Lexie. ¿Qué tan ebria podía estar? Cuando comencé a hiperventilar, Lisa puso sus manos sobre mis hombros.

—Tranquilizante, solo dile que no estás ebria.

—¿No lo estoy?

—No lo sé, tú dile que no.

—Bien. —Dejé de cubrir el micrófono con la mano y me acerqué el teléfono a la oreja—. No, no estoy ebria.

Nena, puedo escuchar todo lo que dices aun si cubres el micrófono.

La vergüenza hizo que me ruborizara.

—Oh... —susurré muy bajito, mordiéndome el labio inferior.

Lo escuché soltar un profundo suspiro.

¿Dónde estás? —insistió, esta vez con un tono mucho más serio que antes.

—Esto... e-espera un segundo —balbuceé, cubriendo de nuevo el micrófono—. ¡Oh, no!

—¿Qué pasa?

—¡Me ha preguntado dónde estoy!

—¿Y dónde estás?

—¡No lo sé!

Esta vez, las dos nos echamos a reír como unas locas sin ninguna razón.

—Dile que estamos en... en... ¡en el jardín trasero de una casa!

Chasqueé los dedos.

—¡Bien! —Me llevé el teléfono a la oreja—. Estamos en...

Quiero que me des una dirección —me interrumpió en seco, seguramente apretando los dientes. Mi vientre hormigueó de forma placentera al notar que estaba enfadándose. Enfadándose conmigo—. Voy a ir a buscarte.

Avergonzada, me levanté de la banca de piedra en la que Lisa y yo habíamos estado sentadas durante todo ese tiempo y decidí caminar por el césped del jardín trasero, acercándome a una de las dos piscinas climatizadas.

—¿No dijiste que estabas ocupado? —le recordé, jugueteando con un mechón de mi cabello.

Ya no.

Una sonrisa traviesa tiró de mis labios.

—¿Estás enfadado?

No, solo dame ya una maldita dirección.

—Suenas enfadado, muy enfadado.

Ellie... —siseó muy despacio.

Dejé escapar una risita tonta.

—Está bien, espera, solo deja que...

En ese instante, una chica me golpeó el hombro izquierdo al pasar corriendo junto a mí para lanzarse de un clavado a la piscina. Mi teléfono se me deslizó de entre los dedos, rebotó sobre el césped y luego cayó en el interior de la piscina con un sonoro «plop». Me quedé paralizada en mi lugar, observando cómo este se hundía.

—Miércoles.

Me acerqué a la orilla, me senté sobre mis talones y metí una mano al agua en un intento por recuperar mi teléfono celular. Por desgracia, la piscina era muy honda, por lo que, si quería recuperarlo, iba a tener que meterme a nadar. Mientras consideraba seriamente esa única opción, la misma chica que me había chocado el hombro regresó a mí nadando en ropa interior, hundió la cabeza en el agua y rescató mi teléfono.

—Lo lamento, aquí tienes —se disculpó con la cara enrojecida, entregándomelo.

La pantalla se había apagado al caer. Intenté encenderlo de nuevo, pero este se negó a dar alguna señal de vida. Le di golpecitos con la mano, pero nada de eso funcionó. Todo parecía indicar que se había ahogado.

—Parece que falleció —murmuré, suspirando con tristeza.

La chica dentro del agua se quitó el cabello mojado de la cara e hizo una mueca.

—Sí, bueno, es una lástima —fue todo lo que dijo antes de huir nadando hacia su grupito de amigos.

Abatida y resignada, regresé a la banca de piedra con mi teléfono estropeado y me senté junto a Lisa.

—Está muerto —le hice saber.

Una vez más, Lisa pegó un brinco en su lugar.

—¡¿Qué?! ¡¿Quién está muerto?!

—Mi teléfono.

—Ah. —Se rascó la mejilla—. Vaya... ¿quieres que le hagamos un funeral vikingo o algo?

¿Funeral vikingo?

—No, está bien —contesté.

Nos quedamos sentadas en silencio durante unos minutos, mirando el cielo nocturno cubierto de nubes sobre nuestras cabezas. En el interior de la casa, la gente seguía bailando y la música hacía retumbar las ventanas.

—¿Qué le estará tomando tanto tiempo a Marisa? —preguntó Lisa, balanceando una pequeña snitch dorada que colgaba de su cuello—. Se fue hace como dos siglos. ¿Será que se perdió en la casa?

—¿Tú crees?

—Sí, yo solía perderme mucho en la mía cuando tenía cinco años.

Preocupada, me toqué la barbilla con un dedo y dije:

—¿Deberíamos ir a buscarla?

—Bueno, ella dijo que no nos moviéramos de aquí. Ya sabes como se pone cuando se enoja.

—Pero... ¿y si le pasó algo? —Apreté los labios y clavé mis ojos en la puerta por la que Marisa había entrado a la casa hacía ya mucho tiempo—. ¡Ya sé! Tú quédate aquí y no te muevas, yo entraré a buscarla.

Lisa me sujetó de la muñeca.

—Espera, ¿y si te pierdes tú también?

—No me voy a perder —le aseguré, pero ella pareció dudar—. Te traeré un bocadillo cuando regrese, ¿vale?

Solo eso bastó para que una enorme sonrisa se extendiera por su rostro.

—¡Eres la mejor!

Una vez dentro de la casa, me vi obligada a luchar por abrirme camino entre la multitud de cuerpos que cantaban canciones de Bon Jovi a todo pulmón. Como habían apagado la luces de la planta de abajo, me resultó bastante difícil ver hacia donde estaba yendo. Por suerte conocía la casa de Lexie como la palma de mi mano.

Cuando entré a la cocina para buscar a Marisa, me golpeó un fuerte olor a perfume, sudor y a humo de cigarrillo. Mi estómago se revolvió y enseguida empecé a sentirme mareada. Sabía lo que venía después de eso: las náuseas. Apreté los dientes, tragué saliva y apoyé las manos en el fregadero para no desplomarme en el suelo.

No quería vomitar, odiaba hacerlo.

—Oye, ¿estás bien? —me preguntó alguien, su voz sonaba distante y distorsionada.

Traté de responder, pero las palabras se quedaron atoradas en mi garganta.

—¿Ellie? —insistió de nuevo ese alguien, se trataba de Marisa—. ¡Chad, ayúdame! ¡No sé qué le pasa!

Cuanto más intentaba respirar, más se cerraba mi garganta. Estaba ahogándome. Presa del pánico, me llevé una mano al pecho y di un paso atrás, tropezando con un cuerpo más grande que el mío. En el momento en el que mi visión se tornó oscura, la misma persona con la que había tropezado me sujetó por la cintura y me levantó del suelo sin ningún tipo de esfuerzo. Escuché cosas cayendo al suelo y luego solo un agradable silencio.

No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Solo sé que, cuando recuperé el conocimiento, me encontraba tendida de espaldas sobre la barra de la cocina, con el corazón acelerado y un dolor martilleándome la cabeza.

—¿Ellie? —exclamó Marisa, acariciándome el brazo izquierdo—. ¿Puedes oírme? Vamos, dime algo.

Conseguí abrir los ojos durante unos segundos, pero las luces del techo eran tan brillantes que me obligaron a cerrarlos de nuevo. Hice una mueca, giré la cabeza hacia un lado y solté algo parecido a un gemido.

—Está bien, está despertando —indicó la voz de Chad, el novio de Marisa.

Me tomó un par de minutos recobrar la fuerza para hablar.

—¿Por qué... por qué estoy sobre la barra? —pregunté, incorporándome poco a poco.

—Te desmayaste —respondieron Marisa y su novio al mismo tiempo.

La preocupación en sus rostros me hizo sonreír.

—¿A qué vienen esas caras? —Me reí—. Parece que acaban de verme resucitar de los muertos.

Chad frunció las cejas y acercó su cara a la mía para examinar mis ojos de cerca.

—Tiene las pupilas dilatadas —señaló, volviéndose hacia Marisa—. Está drogada.

—¿Drogada? Pero...

—No estoy drogada —me defendí, cruzando los brazos sobre mi pecho—. Yo no consumo esas porquerías.

—¿Comiste algo antes de desmayarte?

—No.

—¿Estás segura? Quizás no lo recuerdas —insistió Chad.

Hice una pausa para pensar y me llevé una mano al mentón.

—Bueno, Lexie me dio un brownie con chispas de chocolate antes del juego de cartas —murmuré. Marisa soltó el aire de manera ruidosa mientras ponía los ojos en blanco—. Pero dijo que eran totalmente inofensivos.

—Oh, claro, ¿y tú le creíste?

—Pues... ¿sí?

Se pellizcó el puente de la nariz.

—¿Dónde está Lisa?

—¿Lisa? —repetí, pasando saliva—. Um... se quedó en el jardín trasero.

Me dio una botella de agua.

—Ten, bébete esto —ordenó, y luego se volvió hacia Chad—. ¿Puedes cuidarla mientras voy a por Lisa?

—No necesito que me cuiden —protesté, pero ambos me ignoraron.

—No tardes —replicó el moreno, dándole un beso en los labios.

Permanecí sentada en mi lugar unos minutos, mirando un reloj antiguo junto a la puerta. Chad suspiró, se pasó una mano por la cabeza rapada y se acercó al refrigerador para echar un vistazo dentro. Lejos, cerca de la entrada, vi una familiar figura moviéndose entre las personas que, al ver de quién se trataba, se hacían a un lado para dejarlo pasar. Un escalofrío me recorrió la espalda. Llevaba el cabello suelto, vestía pantalones tácticos en color negro, una camiseta de licra que se ajustaba deliciosamente a su cuerpo y enormes botas de combate.

En mis labios se dibujó una sonrisa.

—¡No puede ser! —chillé, bajándome de la barra de un brinco para correr hacia Hunter.

—¡Eh! —oí que me llamaba el novio de Marisa, pero no me detuve.

El salón estaba tan lleno que tuve que empujar a un montón de personas para poder llegar hasta el sitio en el que lo vi por última vez. A pesar de mis esfuerzos, la falta de iluminación en toda la casa hizo que, justo a mitad de camino, me desorientara entre la multitud y, antes de darme cuenta, lo perdí por completo de vista.

—¿Hunter? —intenté encontrarlo diciendo su nombre.

De pronto, un brazo me rodeó por la cintura y me arrastró lejos de la entrada, arrinconándome en un pequeño espacio que había cerca de las escaleras. Me reí y pasé mis brazos alrededor del cuello de esa persona.

—¿Cómo es que...?

—¿Es cierto? —exclamó una voz diferente a la que yo esperaba.

Mi sonrisa se desvaneció y retiré los brazos.

—¿Christopher?

Christopher me sujetó por los hombros y me apretó contra la pared.

—Respóndeme, Ellie... ¿es cierto que... es cierto que estás embarazada?

Por la forma en la que arrastraba las palabras supe que había bebido más de la cuenta. Me eché a reír. Al menos ahora sabía por qué había estado mirándome de esa forma tan extraña durante toda la fiesta. ¿Es que Lexie tenía que ir por ahí diciéndole a todo el mundo que me había visto vomitando en los baños?

—¿Quién te dijo eso? —le pregunté, mordiéndome el interior de la mejilla para controlar mi risa.

Me incrustó los dedos en la piel de los brazos, haciéndome daño.

—¿Entonces es cierto? —gruñó—. ¿Estás embarazada de ese imbécil?

Hice una mueca.

—Suéltame, estás lastimándome... —me quejé.

—¡Responde a mi maldita pregunta!

Alcé la barbilla.

—¿Y qué si lo estoy? —escupí, clavando mis ojos grises en los suyos—. No es asunto tuyo.

—Maldita sea, no lo entiendo —continuó, ejerciendo más fuerza. Traté de empujarlo apoyando mis manos sobre su pecho, pero él ni siquiera se movió—. ¿Qué es lo que ves en un delincuente sin futuro como él?

Se me llenaron los ojos de lágrimas.

—Ya basta, me duele...

—¡¿Qué tiene él que no tenga yo?! —gritó.

—Voy a darte cinco segundos para que la sueltes —irrumpió una voz profunda y tranquila, erizándome los vellos de la nuca—. Si para entonces aún estás lastimándola, lo siguiente que haré será romperte los dientes.

—Vaya, hablando del diablo... —exclamó Christopher, dándose la vuelta para encararlo. Me molestó que me sujetara de la muñeca para que evitar que me escapara—. Siempre es un placer encontrarse contigo, Cross.

Él inclinó la cabeza a un lado.

—¿Te conozco?

Christopher bufó y forzó una sonrisa en sus labios.

—Por supuesto que me conoces, después de todo soy el tipo al que le quitaste la novia para embarazarla.

Hunter deslizó sus ojos verdes por mi rostro, evaluándome en silencio.

—¿Embarazarla? —repitió, arqueando una ceja.

Me humedecí los labios y abrí la boca para decir algo como: «no sé de qué está hablando», pero Christopher apretó su agarré y yo casi chillé por el dolor. Cuando Hunter se dio cuenta, comenzó a acercarse a nosotros.

—Ya pasaron los cinco segundos —dijo a modo de advertencia.

—Oh, vamos, ¿crees que me asustas?

—¿No lo hago?

Christopher titubeó. Incluso él parecía tenerle miedo, como todos los demás.

—Escúchame bien, Cross. Si te atreves a ponerme una mano encima, mi padre... —pero no pudo terminar su patética amenaza porque Hunter estrelló su puño salvajemente contra su mandíbula, enviándolo al suelo.

Jadeé espantada y di un paso atrás, presenciando la escena con los ojos muy abiertos.

—Lo siento, ¿decías algo? —se burló Hunter, sonriendo con astucia.

—Joded —masculló Christopher, agarrándose la boca ensangrentada—. Edes un madito imbédil...

Sin pensarlo, me acerqué a Hunter para evitar que continuara golpeándolo o algo, pero él no parecía tener esa intención. Christopher, en cambio, se levantó del suelo e intentó acercarse, pero alguien lo sujetó por detrás.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo?

—¡Suédtame, voy a rompedle la cada a edte bastado!

—¿Te volviste loco? Este tipo acaba de tirarte un diente de un puñetazo —exclamó Chad, señalando con la barbilla un charco de sangre que se había formado en el suelo, justo a los pies de Christopher.

Al confirmar que las palabras de Chad era ciertas, el rostro de Christopher enrojeció.

—Vas a pagad por esto, Cdoss —expresó sumamente furioso, apretando los puños a sus costados. Casi no entendía lo que decía—. Y tú Ellie, esdás comediendo el edod más gdande de tu vida.

Después de eso, empujó a su mejor amigo fuera del camino y se alejó de nosotros con grandes zancadas. Tras ver a Chad corriendo detrás de él, Hunter me miró con una media sonrisa.

—¿Tú entendiste algo de lo que dijo?

Apreté los labios todo lo que pude, pero ni siquiera así pude contener la risa que brotó de mi garganta.

—Solo espero que sus padres no levanten una denuncia en tu contra —confesé riéndome, acercándome al charco de sangre para ver de cerca el diente que él le había tirado a Christopher—. Uf, creo que es una muela...

Hunter atrapó mi barbilla con la punta de sus dedos esbeltos y volvió mi cabeza hacia él.

—¿Por qué me colgaste? —preguntó en voz baja, acortando la distancia que había entre nosotros.

Puse mala cara.

—Yo no te colgué. Mi teléfono se cayó a la piscina y se estropeó, mira.

Se lo mostré. Este seguía sin encender. De solo pensar que tenía que comprar otro me daba jaqueca.

—Mmm... —ronroneó, recorriendo la línea de mi mandíbula.

Mantuvimos el contacto visual durante un minuto absurdamente largo. Después él entrecerró los ojos y me observó con detenimiento, haciéndome sentir muy nerviosa. Un cosquilleo me recorrió de pies a cabeza.

—¿Estás enfadado conmigo? —curioseé, pestañeando muy rápido.

Él deslizó la mano que tenía libre por mi cintura y me pegó a su cuerpo.

—Nunca dije que estuviera enfadado contigo.

Dios, olía tan increíblemente bien que no pude resistir el impulso de hundir la nariz en la curva de su cuello para tomar una respiración profunda y así embriagarme con ese delicioso aroma que solo él desprendía.

Estar en sus brazos me hacía experimentar una agradable sensación de paz y seguridad.

—¿Cómo te encuentras? —susurró un segundo más tarde.

Su cálido aliento me hizo cosquillas en la oreja izquierda.

—Bien, solo estoy ebria y quizás, solo quizás, también un poco drogada.

—¿Drogada?

Asentí varias veces sin apartar la nariz de su cuello.

—Lexie me dio un brow...

En ese momento y sin darme tiempo de terminar, Hunter enredó los dedos en mi cabello, tiró de mi cabeza hacia atrás y presionó sus labios contra los míos. No sé por qué, pero que él hiciera eso me gustó. Su lengua se abrió paso en mi boca y buscó el contacto de la mía. Solté un gemido y cerré los ojos, dejándome llevar.

Entonces, se apartó demasiado rápido. Dejé escapar un suspiro anhelando más de eso.

—Sí, tu boca sabe a marihuana —confirmó, lamiéndose los labios. Quise rodearle el cuello con ambos brazos, atraerlo hacia mí y besarlo de nuevo. Sin embargo, él preguntó—: ¿Dónde está tu amiga?

Arrugué las cejas, confundida.

—¿Mi amiga? ¿Qué amiga?

Insinuó apenas una sonrisa.

—La de los chistes malos.

—¿La de los...? —Pegué un brinco—. ¡Ah, Lisa!

Retrocedí y medio giré mi cuerpo para buscarla entre la multitud de adolescentes que bailaban en el salón, pero mis rodillas estaban tan débiles que casi me caí al suelo. Hunter envolvió un brazo alrededor de mi cintura y me apretó de nuevo contra su cuerpo. Levanté la cabeza para pedir perdón, pero en el momento en que me encontré con sus ojos verdes, no pude pensar en nada más. Esa noche había algo en él que me tenía fascinada.

—¿Puedes caminar?

Se me calentaron las mejillas de la vergüenza.

—Sí, solo perdí el equilibrio un segundo.

El teléfono de Hunter sonó en el bolsillo de su pantalón y él le dio un vistazo rápido a la pantalla.

—Trevor ya la encontró —me informó, tomándome de la mano para entrelazar nuestros dedos. Fue un gesto tan natural que el calor en mis mejillas se extendió hasta mis orejas—. Los dos están en la cocina.

—¿Trevor vino contigo?

—Sí, fue él quien supo dónde encontrarlas.

—Oh, ya veo. Eso... eso tiene mucho sentido porque... bueno, yo no alcancé a decirte donde estábamos.

Me reí e inmediatamente culpé a ese estúpido brownie por haberme convertido en una persona que se reía por absolutamente todo. Miré a Hunter para decírselo pero, al darme cuenta de que sus ojos verdes estaban totalmente enfocados en mí, mi mente sufrió un corto circuito e incluso olvidé la manera correcta de respirar.

—¿V-vamos a buscarlos? —balbuceé, apretando su mano.

Vi que su boca se curvaba un poco hacia arriba, pero se limitó a asentir con la cabeza.

Atravesar el atestado salón con Hunter de la mano fue la cosa más sencilla del mundo. Las personas se hacían a un lado para dejarlo pasar, evitando a toda costa interponerse su camino. Sonreí y me dije a mí misma que era una de las muchas ventajas que tenía el salir con alguien que infundía un miedo profundo en los demás.

Ya en la cocina, divisé a Lisa sentada sobre la barra en la que había estado yo antes, devorando un bote de helado Ben & Jerry's con una cuchara. Trevor estaba frente a ella, contándole algo mientras la cuidaba muy de cerca. La escena de ellos dos juntos me pareció tan tierna y adorable que no pude evitar pronunciar un «Aww».

—¿Qué pasa? ¿Te sientes mal? —me preguntó Hunter, deteniéndose.

—No, no. No es eso. —Hice un gesto con la barbilla en dirección a ellos—. ¿No crees que son adorables?

Él frunció el ceño.

—¿Adorables?

Lisa se percató de mi presencia y me señaló con la cuchara con la que había estado comiendo.

—¡Tú! —gritó por encima de la música, fulminándome con la mirada—. ¡¿Cómo te atreves a dejarme morir allá afuera como un perro! —Dejó de fruncir el ceño y me ofreció su bote de helado—. ¿Quieres? Está delicioso.

Trevor se hizo a un lado para que yo pudiera acercarme a ella.

—¿De dónde sacaste el helado? —le pregunté, tragando saliva al ver que era de cereza.

Lisa me metió una cucharada de helado a la boca.

—Pues de la nevera, tontita. ¿De dónde más?

Ambas nos echamos a reír a carcajadas. Detrás de mí, escuché que Trevor le preguntaba algo a Hunter.

—¿Soy yo o esas dos están...?

—Lo están.

—Ah.

—Por cierto —susurró Lisa, acercando su boca a mi oreja para que nadie más la escuchara—. Hace unos minutos vi al sangre sucia de tu ex corriendo al baño con la boca ensangrentada. ¿Sabes qué fue lo que le pasó?

Asentí, me lamí el helado de los labios y acerqué mi boca a su oreja.

—Hunter le dio un puñetazo en la mandíbula y le tiró un diente.

—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! —chilló, gritándome en el oído. Hice una mueca y ella se sonrojó—. Ups, lo siento...

Suspiré.

—Estaba molestándome. Al parecer, Lexie le dijo que estoy embarazada y entonces él...

—¡¿Estás embarazada?! —chilló de nuevo, llamando la atención de todos los que se encontraban en la cocina. Mi rostro se calentó—. ¡Dementores voladores, muchas felicidades! ¿Puedo ser la madrina de bautizo?

Noté que Trevor miraba a Hunter con la boca muy abierta, además de tener un enorme signo de exclamación dibujado sobre su cabeza. Hunter lo ignoró y se llevó una mano a la frente para masajearse las sienes.

—¡No, yo no...! —Le arrebaté el bote de helado—. ¡No estoy embarazada, idiota! ¡Y deja ya de gritar!

—¿No lo estás?

—¡No!

—Oh, vale, pues qué lástima...

—¿Lástima? ¿Acaso perdiste la...?

Guardé silencio al notar que algo raro estaba sucediendo. Habían apagado la música y también habían encendido las luces de toda la casa, cegando a la mayoría de las personas que, al igual que yo, se encontraban ebrias o drogadas. A continuación, escuché una oleada de gritos y la gente comenzó a correr, huyendo de algo.

—Muy bien, la fiesta se acabó —anunció alguien con un megáfono desde la puerta de la entrada.

Era la voz de un adulto.

—Diablos, es la policía —le dijo Trevor a Hunter, quien respondió pellizcándose el puente de la nariz.

—Yo los llamé —me dijo Lisa en voz baja, recuperando su bote de helado para engullirse un bocado.

—¿No dijiste que habías olvidado tu teléfono?

Lisa sonrió con malicia.

—Los llamé con la mente.

La miré con la boca abierta.

—¿Puedes hacer eso? —Ella asintió—. ¡No puede ser, es asombroso!

—Hora de irnos —exclamó Hunter, acercándose a nosotras.

—¿Sabías que Lisa puede llamar a la policía con su mente? —intenté decirle, pero él apretó mis mejillas con la mano, convirtiendo mi boca en la de un pez.

—¿Cómo vamos a escapar? —le preguntó Trevor, cargando a Lisa entre sus brazos como si fuera una princesa—. Seguro hay coches patrullas aparcados en toda la parte de enfrente. Va a ser imposible evitarlos.

Puse mala cara. Yo también quería que me cargaran como a una princesa.

—Tendremos que buscar otra salida.

Me quedé tonteando un momento, perdida en mis pensamientos. Luego, recordé una cosa.

—Hay una puerta secreta en el jardín de atrás, escondida detrás de unos arbustos —solté, echando la cabeza hacia un lado para que Hunter liberara mis mejillas—. Lexie y yo solíamos escapar por ahí cuando éramos... ¡Ah!

Hunter se agachó, me sujetó por los muslos y me levantó del suelo, echándome sobre su hombro.

—¡¿Qué haces?! ¡No es así como quería que me cargaras! —chillé de cabeza, aferrándome a su cintura.

Él, por supuesto, me ignoró y junto con Trevor, echó a andar hacia el jardín trasero de la casa. Mientras tanto, colocó una mano sobre mi trasero para evitar que se me levantara la falda y exhibiera mi ropa interior.

—¡Bájame! —protesté, dándole de golpes en la espalda—. ¡¿No me has oído?! ¡Dije que me bajes!

Sin dejar de caminar, me dio una nalgada en el trasero con la mano que tenía libre. Mi rostro cambió de color hasta volverse de un rojo brillante. La piel en donde su mano me había golpeado comenzó a hormiguear con fuerza, enviando una corriente de electricidad a mi vientre que, posteriormente, se trasladó a mi entrepierna.

Me quedé quieta un segundo, procesando lo que acababa de pasar.

—Hazlo de nuevo —le pedí, sonriendo contra su espalda.

Hunter casi dio un traspié, pero solo yo lo noté.

—¿Dónde está esa condenada puerta? No la veo por ningún lado —exclamó Trevor, estirando el cuello.

—Creo que es esa de ahí —respondió Lisa, todavía con el bote de helado en sus manos.

Después de escapar de la policía con éxito, Hunter nos llevó hasta su camioneta la cual había aparcado a solo unas calles de distancia. Me acomodó a mí en el asiento del copiloto y luego me ayudó a ponerme el cinturón de seguridad. Trevor subió a Lisa en la parte de atrás y se sentó junto a ella. Me sentía tan cansada que cerré los ojos unos segundos para descansar pero, cuando volví a abrirlos, Hunter y yo estábamos solos en la camioneta.

¡Me había quedado dormida!

—¿Dónde están...? —solté el aire y me agarré la cabeza. Todo me daba vueltas—. ¿Dónde está Lisa?

—La dejé en su casa hace unos minutos.

—¿Y Trevor?

—Se quedó con ella.

—P-pero...

—No te preocupes —añadió sin apartar sus ojos del camino—. Trevor es un buen chico.

Apoyé la cabeza en el respaldo del asiento, sintiéndome más tranquila.

—Sí, lo sé —coincidí, bostezando. Un segundo después, fruncí el ceño—. Espera, ¿a dónde me llevas?

Conocía demasiado bien este camino. Era el camino a mi casa.

—Necesitas dormir.

—No, no quiero ir a casa —contesté, enderezando la espalda—. ¡Quiero ir a la tuya!

—Nena... —suspiró Hunter, dejándome en claro que no estaba de humor para mis berrinches.

—Por favor, llévame a tu casa. La mía es... es demasiado grande y además... además hay fantasmas.

—¿Fantasmas? —repitió incrédulo.

—Sí. —Esbozó una sonrisa a medias—. ¿No me crees, verdad?

—Los fantasmas no existen, Ellie.

—¡Pero lo he visto! —insistí, con los ojos llenos de lágrimas—. Hay uno que suele pararse frente a mi cama para verme dormir. Es el mismo que, cuando se enfada, me estrangula hasta que pierdo el conocimiento.

Hunter, que parecía creer que estaba delirando, detuvo la camioneta a mitad de camino.

—Bien.

—Hablo en serio, no estoy mintiendo.

—Está bien, te creo —aseguró, secándome una lágrima que se me había escapado por la mejilla con el dorso de la mano—. No llores, ¿de acuerdo?

Lo miré fijamente, esperando que no pensara que me había vuelto loca.

—¿Me crees?

—Sí, te creo.

—¿Me llevarás a tu casa entonces?

—Sí, te llevaré a mí casa.

—Bien —murmuré con una sonrisa, feliz por saber que al menos él sí me creía.

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