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Capítulo 22 | Música, juegos y alcohol

A eso de las nueve y media, Lisa aparcó su Beetle descapotable frente a la mansión de Lexie, entre un Porsche 911 y un Toyota Prius. Había remplazado su pijama de bananas por una blusa negra de manga larga, una falda verde a cuadros, calcetas hasta la mitad de las rodillas y botas estilo militar. Yo, por el contrario, estaba usando un top rosado sin mangas, una falda de flores blanca, medias de seda a juego y botines cafés.

Tomadas de la mano, recorrimos juntas el sendero de piedra que conducía al porche de la casa, en donde divisé varios grupitos de chicos que se juntaban ya sea para charlar o para fumar sin ninguna clase de moderación.

El interior de la casa estaba abarrotado de adolescentes, en su mayoría ebrios, que reían y bailaban al ritmo de Eminem. La música era tan fuerte que casi tuve que cubrirme las orejas para que no me sangraran los oídos. Cuando atravesamos la sala, muchas personas se detuvieron y nos echaron un vistazo rápido. Estaba claro que nadie esperaba vernos ahí, sobre todo después de haber sido nombradas las lideres de «El Club de los Marginados».

—No sé tú, pero yo necesito embriagarme —exclamó Lisa por encima de la música, sirviéndose un poco de ponche de frutas que muy seguramente contenía más alcohol que cualquier otra cosa—. ¿Te sirvo un trago?

—Seguro —respondí, aceptando el vaso de plástico rojo para darle un pequeño sorbo.

Lexie y yo vivíamos en el mismo vecindario de Seattle, por lo que éramos prácticamente vecinas. Su casa era una mansión de tres pisos con dos amplias terrazas, dos piscinas climatizadas y un fabuloso jacuzzi en la parte de atrás. Lisa y yo nos acercamos una enorme pecera en donde supusimos estaba Wasabi.

—Feliz cumpleaños, pequeñín —le dijo Lisa a un pez dorado, dándole suaves golpecitos al cristal. Más tarde, añadió—: No puedo creer que este infeliz siga con vida, el mío murió ese mismo día, después de la feria.

Esbocé una sonrisa y acerqué mi rostro al cristal, buscando a Wasabi entre los otros peces dorados.

—Ningún pez sobreviviría a las agitadas que sufrió contigo cuando te subiste con él a la montaña rusa.

—¡Quería que se divirtiera, no pensé que eso fuese a matarlo!

—¿Es que jamás viste Buscando a Nemo? Darla mataba a sus peces por agitar demasiado la bolsa.

—La vi hace años, ¿cómo iba a recordarlo?

Me reí y volví a mirar a los peces. Un segundo después, recibí un codazo en las costillas justo cuando me encontraba dándole un segundo sorbo a mi bebida que, sin lugar a dudas, era más alcohol que ponche de frutas.

—Auch, ¿qué pasa? —le pregunté a Lisa como pude, limpiándome la barbilla con el dorso de la mano.

—Es Christopher —contestó ella, haciendo un disimulado gesto con la cabeza en dirección al centro de la habitación—. El asqueroso sangre sucia no te ha quitado los ojos de encima desde que pusimos un pie en la fiesta.

Como la iluminación del salón no era muy buena y el lugar estaba lleno de gente que bailaba, me costó bastante trabajo reconocer su rostro entre tantas personas. Cuando por fin lo encontré, noté que Lisa tenía razón. Christopher estaba sentado junto a sus amigos en los sofás de la sala, con sus ojos azules posados en mí.

—No le hagas caso, solo ignóralo —murmuré, entrelazando mi brazo con el suyo para alejarnos de ahí.

—¿Por qué no le pediste a Hunter que viniera contigo esta noche? —inquirió ella, deteniéndose junto a las puertas de cristal que daban al jardín trasero—. Si él estuviera aquí, Christopher estaría pudriéndose de celos.

Suspiré y me apoyé en la pared.

—No podía venir, dijo que tenía un par de peleas programadas en la arena.

Lisa dejó su vaso de plástico ya vacío sobre una mesita que estaba cerca y dijo:

—Ah, tienes razón. Trevor me dijo que esta noche él iba a ser el anfitrión en la arena, por lo que tampoco pudo venir. —Me miró con una sonrisita de felicidad—. ¿No te parece genial que nuestros novios trabajen donde mismo? De ese modo sabemos que no están mintiéndonos sobre estar trabajando a altas horas de la noche.

Asentí con la cabeza de forma distraída y le di otro trago a mi ponche de frutas.

Entonces, me atraganté.

—Un momento... ¿acabas de decir: «nuestros novios»?

—Sí —repuso sonriendo, solo que, al darse cuenta de lo que acababa de decir, agregó—: Quiero decir, no.

Me llevé una mano a la boca para contener un chillido.

—¡Oh Dios mío, estás saliendo con Trevor!

Un rubor ardiente cubrió su rostro, coloreando su piel de un rojo brillante.

—¿Qué? ¡No! ¡Por supuesto que no! —Sacudió la cabeza de un lado a otro—. ¿Quién dijo semejante mentira?

—¿Cuándo pensabas decírmelo? —pregunté, dejando mi vaso a un lado del suyo.

Ella frunció el ceño.

—¿Cuándo pensaba decirte qué?

Resoplé y crucé los brazos sobre mi pecho.

—¿Cuándo pensabas decirme que estás saliendo con Trevor?

Se le enrojecieron aún más las mejillas.

—¡No estoy saliendo con él!

—Vamos, ¿por qué te avergüenza decirlo? Trevor es un buen chico.

—¡No me avergüenzo!

—¿Entonces por qué...?

—¡Porque Trevor aún no me lo ha pedido!

Nos quedamos en silencio un momento, mirándonos fijamente a los ojos.

—¿Trevor aún no te ha pedido que seas su novia?

—No.

—¿Por qué? —pregunté, claramente confundida.

—Yo qué sé —respondió con tristeza, inclinando la cabeza hacia adelante. Soltó el aire muy despacio y se apoyó en la pared a mi lado—. Pensé que le gustaba, ¿sabes? Desde que nos conocimos no ha dejado de hacer comentarios como: «Tú eres la mujer que se convertirá en mi esposa algún día» o «Escribí un fanfic de Star Wars sobre nosotros, debes leerlo» o «El día de nuestra boda le pediré al oficiante que use el traje de Darth Vader». Sin embargo, últimamente no ha hecho ningún comentario parecido. —Tragó saliva—. ¿Será que ya no le gusto?

—Bueno... —comencé, sin estar segura de qué decir.

—Es mi culpa, jamás debí haberlo invitado a mi casa el día que mi abuela salió a cenar con sus amigas —continuó, cubriéndose la cara con las manos por la vergüenza—. Supongo que mi comportamiento de ese día fue tan extraño que lo asustó. Los chicos odian que las chicas tomen la iniciativa, ¿no? Prefieren ser ellos quienes...

La miré durante un largo rato, desconcertada.

—Espera un segundo, ¿de qué estás hablando?

Puso los ojos en blanco.

—De fútbol, Ellie, ¿de qué más podría estar hablando? —bufó—. ¡Estoy hablando de Trevor y de mí!

Me cubrí las orejas con las manos. No esperaba que gritara. El ponche tenía que estar haciéndole efecto.

—¿Qué fue lo que hiciste con Trevor en tu casa? —quise saber.

—Pues... lo que hicieron mis padres para traerme a este mundo.

Sentí que se me desencajaba la mandíbula.

—¡¿Trevor es el chico con el que perdiste la virginidad?! —chillé, aunque mi grito fue ahogado por la estruendosa música que sonaba por todo el lugar, amenazando con destrozarnos los tímpanos.

En lugar de responder, dejó de apoyarse en la pared junto a mí y se marchó a la cocina. Cuando la alcancé, vi que estaba sirviéndose más ponche de frutas en un vaso de plástico usado que agarró de la barra de bebidas.

—¿Si te cuento los detalles, prometes no reírte de mí?

—No me voy a reír —le aseguré.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo, ahora dime.

Llenó sus pulmones de aire y enderezó la espalda, preparándose para dar un importante discurso.

—¿Recuerdas el día que me pediste que llamara a Trevor para obtener la dirección del sitio en el que iba a pelear Hunter? —Asentí con la cabeza—. Bueno, pues ese día, después de que él terminara de trabajar y llegara a su casa, le envié un mensaje diciéndole: «¿Te apetece echar una partida de LoL?», a lo que él respondió: «Claro». Quería lucirme frente a él, quería que viese lo buena que soy jugando en la posición del jungla, pero nuestros compañeros de equipo resultaron ser unos completos idiotas que no sabían jugar. Al final, la partida duró casi dos horas y lo peor es que ni siquiera ganamos. Estaba tan enojada... necesitaba desquitarme con algo, así que...

La sujeté por los hombros y la volví hacia mí.

—Habla un poco más despacio, ¿quieres? Casi no te entiendo.

Ella le dio un trago a su bebida y asintió, pero volvió a hablar igual de rápido.

—Al terminar la partida, le envié otro mensaje para decirle «¿Quieres venir a mi casa? Mi abuela acaba de irse y no volverá en unas horas», a lo que él respondió: «¿Para qué quieres que vaya?». Ese momento, yo solo pensé: «No parece que este chico sea muy listo». Así que contesté: «Quiero mostrarte mi varita de saúco, esa de la que siempre te estoy hablando», Trevor aceptó y yo le envié mi dirección. Cuando llegó, le di un tour por mi casa y luego lo llevé a mi habitación. Él vio mi varita y dijo: «Así que esta es la varita con la que ese calvo sin nariz intentó matar a Harry Potter?», yo respondí: «Sí», luego lo empujé sobre mi cama, me subí arriba de él y lo besé.

Me tomó unos segundos procesar toda esa información.

—Esto... ¿qué pasó después? —pregunté, quitándole el vaso de las manos para beber un trago de ponche.

—Procreamos sin procrear —confesó, ebria y avergonzada—. Pero creo que no le gustó, después de ese día ya no dijo nada sobre querer casarse conmigo. —Me abrazó y lloró en mi cuello—. ¡Ya no quiere casarse conmigo!

Suspiré y le di suaves palmaditas en la espalda.

—Tranquila, no llores —murmuré, cepillándole el cabello castaño con los dedos—. Dime, ¿ese día no lo obligaste a hacer algo que él no quisiera, verdad? Quiero decir, ¿Trevor también quería procrear sin procrear?

Alzó la cabeza para mirarme.

—Cuando lo besé, al principio pareció sorprendido, pero luego me besó también y cuando comencé a desvestirme, dijo que nunca antes lo había hecho, que era virgen. Le dije que yo también y lo besé otra vez.

—¿Y después...?

—Hicimos el mete y saca. —Se apartó—. Pero no te hagas ideas raras, él también quería hacerlo ¿vale?

—Vale —exclamé, ignorando eso del mete y saca.

—¿Será que soy mala en el sexo? —indagó ella, arrugando las cejas—. O quizás no le gusta ser dominado...

En ese momento, Lexie, Glenda y Virginia entraron a la cocina, todas con una sonrisa en sus rostros.

Después de que Lexie y yo dejáramos de ser amigas, ella comenzó a juntarse con Glenda y Virginia que, aunque en el pasado solían formar parte de mi grupo de amigas, en el fondo, siempre la habían preferido a ella.

—Ahí están, las estábamos buscando —exclamó Lexie, deteniéndose a mi lado—. ¿Ya felicitaron a Wasabi?

—Wasabi... —repitió Lisa, riéndose para sí misma—. Yo le puse ese nombre... ugh, sabe asqueroso.

Lexie arqueó una ceja y me miró.

—¿Ya está ebria?

—Eso creo. —Apunté con un dedo la cacerola sobre la barra de bebidas—. ¿Qué tiene el ponche de frutas?

Glenda y Virginia se echaron a reír. Clavé mis ojos en ellas y fruncí el ceño. ¿Qué les era tan gracioso?

—Eso no es ponche de frutas —confesó Lexie, mordiéndose el labio para no reírse—. Es vodka con Sprite.

—¿Vodka con Sprite? —repetí, dejando el vaso que le había quitado antes a Lisa sobre la barra. Lo mejor era dejar de beber—. Vaya, con razón yo también empezaba a sentirme un poco achispada...

Lexie, Glenda y Virginia compartieron una miradita de complicidad.

—Sí, bueno... —Lexie estiró una mano y Glenda le entregó una bolsa Ziploc—. ¿Quieren un brownie?

Lisa dio un respingo.

—¡Yo sí, yo sí! —canturreó, pero le agarré la muñeca antes de que pudiera hacerse con uno.

Observé a Lexie con los ojos entrecerrados.

—¿Estos brownies son... —hice una mueca—, mágicos?

Las tres chicas frente a mí volvieron a reírse.

—No, tranquila, son totalmente inofensivos —me aseguró, acercándome la bolsa—. Anda, tomen uno.

Sin embargo, por alguna extraña razón, algo me decía que no debía confiar en ella. Las cosas entre nosotras seguían siendo las mismas. Que yo estuviese en la fiesta no significaba que ya nos hubiéramos reconciliado.

—¿Estás completamente segura de que no...?

Lexie puso los ojos en blanco.

—Vicky, cómete un brownie —le ordenó a la morena.

Virginia dio un paso atrás.

—¿Estás loca? —espetó, cruzando los brazos sobre su pecho—. ¡Esas cosas engordan muchísimo!

Por segunda vez en la noche, Lexie puso los ojos en blanco.

—Vicky... —siseó ella entre dientes, dedicándole una mirada de advertencia.

En eso, Glenda dio un paso al frente dispuesta a tomar su lugar.

—Yo lo haré —se ofreció la castaña, tomando el brownie de los dedos de Lexie para metérselo a la boca.

Eso fue más que suficiente para complacer a mi ex mejor amiga, quien sonrió abiertamente.

—¿Lo ves? Son totalmente inofensivos —me dijo, para luego mirar a Glenda—. ¿A qué sí, Glen?

Glenda asintió con la cabeza sin dejar de masticar.

—Ajá.

Suspiré y dejé que Lisa tomara un brownie de la bolsa de Ziploc transparente.

—¿Tú no vas a tomar uno? —preguntó Lexie al ver que yo no hice lo mismo.

—No, estoy bien así, gracias.

Lexie resopló y sacó otro brownie de la bolsa.

—Vamos, Annie. No seas aguafiestas. —Me entregó el brownie—. Al menos dale una pequeña mordida.

No tenía sentido que intentara buscar una salida a esa situación, por lo que acepté.

—Bien, solo una mordida —murmuré.

Me llevé el brownie a la boca y le di un mordisco. Lexie tenía razón, estos brownies no parecían ser de los mágicos. Sabían mucho a chocolate, por lo que no pude resistirme y, antes de darme cuenta, me lo terminé.

—¡Estupendo! —exclamó Lexie, entrelazando su brazo con el mío—. Ahora, ¿qué tal si jugamos a un juego?

—¡Ay, sí! ¡Amo los juegos! —chilló Lisa, intentando acercarse a mí.

—Chicas...

Glenda y Virginia sujetaron a Lisa para mantenerla apartada de nosotras.

—¿Qué clase de juego? —pregunté yo, viendo cómo se llevaban a Lisa al salón.

—Un juego de cartas —respondió Lexie, caminando detrás de ellas, conmigo del brazo—. Con alcohol.

—Umm...

—¡Atención todo el mundo! —gritó en cuanto dejamos atrás la cocina, intentando hacerse oír por encima de la música—. ¡Ha llegado la hora que todos estaban esperando! ¡La hora de los juegos!

Una oleada de aplausos estalló en el salón, acompañado por varios silbidos y gritos de ánimo.

—Oye, no sé si esto sea una buena idea —le dije a Lexie en voz baja, sintiéndome un tanto extraña—. Estoy empezando a marearme, creo que bebí demasiado ponche de frutas. No estoy en condiciones para jugar.

—¿Cuántos vasos te tomaste?

—Uno y medio.

Bufó y se echó a reír.

—No es para tanto, estarás bien. —Me condujo hasta el centro del salón y se detuvo frente a la mesita para café de la sala, en donde se encontraban un par de chicos sentados—. ¡Largo de aquí! —los espantó.

Estos obedecieron rápidamente sin rechistar.

—Lexie... —volví a hablar, pero ella me ignoró.

Me obligó a sentarme en el suelo, en un extremo de la mesa para café. Glenda y Virginia hicieron lo mismo con Lisa, sentándola a mi lado. Solo entonces, Lexie se sentó en el otro extremo de la mesa, aplaudió y sonrió.

—Muy bien, Ellie, tú y Lisa van a ser un equipo, ¿entendido? Y yo formaré equipo con... déjame pensar... Vicky, ven aquí. —Virginia sonrió y se sentó a su lado—. Glen, tú te encargarás de repartir las cartas. Ahora...

—Espera, ¿qué juego vamos a jugar? —le pregunté, llevándome una mano a la frente.

Estaba empezando a dolerme la cabeza por el fuerte sonido de la música.

—Mayor o menor —respondió—. ¿Lo conoces, no? Solíamos jugarlo cuando todavía éramos amigas.

Dejé escapar un suspiro.

—Cierto, lo jugábamos cuando todavía no sabía que te estabas acostando con mi novio —pensé.

La multitud de chicos y chicas que se había reunido para vernos jugar emitió un «¡Uuuuh!». Me llevé una mano a la boca. No pretendía decir eso en voz alta. La mandíbula de Lexie se tensó, pero aun así siguió sonriendo.

—Sí, bueno, ahora es mi novio, que no se te olvide. —Glenda comenzó a barajear un mazo de cartas de póker color doradas—. Y dime, ¿dónde está el tuyo? ¿Vendiendo drogas en las calles? ¿Robando alguna tienda?

No sé por qué, pero imaginar a Hunter robando una tienda me hizo reír.

—No, él está... está trabajando —conseguí decir, a pesar de que sentía la lengua un poco pesada.

—Oh, vaya. Así que tu novio, el famoso delincuente, tiene un trabajo, ¿quién lo diría?

Algunas personas en la sala se rieron. A mi lado, Lisa dijo:

—Sí, así es. Probablemente ahora mismo esté enviando a algún pobre chico al hospital.

—¡Shh! —intenté silenciarla.

—¿Qué? —inquirió Lexie, arqueando una ceja con interés.

—Oh, ¿no lo sabías? El novio de mi mejor amiga Ellie trabaja como luchador en una arena —contestó Lisa, abrazando mi brazo derecho—. Es tan fuerte que puede romperle la cara a cualquiera de ustedes de un puñetazo.

Esta vez nadie tuvo el valor de reírse. Una sonrisita tiró de mis labios.

—Cómo sea —exclamó Lexie, dejando ya ese tema. Cuando Glenda terminó de mezclar las cartas, colocó el mazo sobre la mesa, boca abajo—. Ustedes van primero —nos hizo saber—. ¿Qué prefieren? ¿Mayor o menor?

—¿Mayor? —me preguntó Lisa, y yo asentí—. Vale, mayor —confirmó.

Las cuatro tomamos una carta del mazo y luego les dimos la vuelta sobre la mesa. Para nuestra mala suerte, mi carta y la de Lisa solo sumaban ocho puntos en total. en cambio, las cartas de Lexie y Vicky sumaban diez.

—Muy bien, perdedoras, ya saben qué hacer.

Glenda nos sirvió un shot de vodka a cada una.

—Bueno... no sé si esto sea...

—¡Beban! ¡Beban! ¡Beban! —comenzó a gritar la multitud de nos rodeaba.

—Hasta el fondo —se burló Lexie con una sonrisita.

Lisa y yo compartimos una mirada, tomamos nuestros vasos y bebimos el contenido al mismo tiempo. Ella ya estaba más achispada que yo, por lo que no sintió tanto ese ardor en la garganta que me hizo hacer una mueca.

—¡Eso es! —gritó una conocida voz masculina.

Cuando miré en esa dirección, vi a un Josh bastante ebrio sentado en uno de los sofás, mirándome con una expresión muy extraña. Parecida excitado y emocionado. A su lado, Christopher me observaba muy serio.

—Ahora es nuestro turno —exclamó Lexie, reclamando mi atención—. ¿Vicky? ¿Tú qué dices?

Virginia se mordió el labio y sonrió con un aire de superioridad.

—¡Mayor!

Una vez más, las cuatro tomamos una carta del mazo. Cuando les dimos la vuelta, mi carta y la de Lisa sumaban seis puntos, mientras que las cartas de Lexie y Virginia sumaban doce. Solté el aire con derrota.

—Parece que hoy no es su día de suerte, chicas —se rio Glenda, sirviéndonos otro shot de vodka.

—Están haciendo trampa —me quejé, apretando los dientes.

—Por favor, este juego es cuestión de suerte. Nada más.

Tras beber el segundo shot, dejé el vasito sobre la mesa y cerré los ojos durante unos segundos, notando como ese mareo interior crecía poco a poco. Me toqué la cara con el dorso de la mano y sentí mi piel calentarse.

—Su turno —nos dijo Vicky.

Lisa se volvió para verme, esperando que yo eligiera esta vez.

—Menor. —Volvimos a tomar una carta del mazo y luego las giramos—. Esto tiene que ser una broma...

Nuestras cartas sumaban el mayor numero de puntos, mientras que las de ellas sumaban el menor.

—¡Beban! ¡Beban! ¡Beban! —gritó de nuevo la multitud de adolescentes ebrios a nuestro alrededor.

Bien, al menos no éramos las únicas que estábamos empezando a ver doble.

—Lindo, muy lindo —murmuró Lexie, después de vernos beber el tercer shot de vodka—. Menor.

¿Acaso hace falta que diga el resultado?

—¡Beban! ¡Beban! ¡Beban!

Suspiré antes de bebernos el cuarto shot de la noche. Dejé el vasito sobre la mesa con un ruidoso «Pum», y luego me llevé una mano a la frente para darme un golpecito, pero el golpe fue más fuerte de lo que esperaba.

—Auch —me reí, ahora más achispada que antes.

—Ja, ja, te has dejado una marca, Ellie —se rio Lisa también, quitándome la mano de la frente—. Ven aquí.

Entonces, me dio un beso en el área enrojecida.

—Vaya, no sabía que eras lesbiana —exclamó Lexie, clavándole a Lisa una mirada aterradora.

—¿Lesbiana yo? ¿Por besarle la frente a mi mejor amiga? —Lisa se echó a reír—. ¡Oh, sí! ¡Me declaro culpable!

Yo no quería reírme, de verdad, pero por alguna extraña y desconocida razón, también me eché a reír.

—Parece que eso ya les está haciendo efecto —le susurró Glenda a Virginia, lo supe porque leí sus labios.

Lexie tuvo que darle una patada por debajo de la mesita, poque Glenda hizo una mueca.

—¿Seguimos? —nos preguntó.

—¡Sip! —respondimos las dos al mismo tiempo, y luego nos reímos.

—¿Mayor? —le pregunté a Lisa, pero ella negó rotundamente con la cabeza.

—No, no, mejor mayor.

Fruncí las dos cejas, confundida.

—¿Entonces... mayor? —Lisa asintió, así que miré a Lexie—. Vale, menor.

Al girar las cartas, Lisa y yo obtuvimos dos reyes. ¡En serio, dos malditos reyes!

—¡Estamos arruinadas! —se carcajeó Lisa, golpeando la mesita de café.

—¡Completamente arruinadas! —concordé con ella.

Eché la cabeza hacia atrás y me agarré el estómago por la risa. Hacía mucho tiempo que no me embriagaba de esa manera, por lo que no pude evitar sentirme muy bien. Era como dejarse llevar por la marea sin ningún tipo de preocupación. Incluso la música que retumbaba en toda la casa había dejado de parecerme molesta.

Frente a nosotras, Lexie puso los ojos en blanco.

—¿Van a beber o qué?

Sin dejar de reírnos, Lisa y yo tomamos nuestros vasitos y bebimos el shot de vodka en un parpadeo.

—Bien, ya es suficiente —intervino Marisa, acercándose a nosotras—. Lexie, detén esto ahora mismo.

—¿Por qué? Ellas se están divirtiendo, ¿no es así?

—¡Sip!

—No, ya basta. El juego se acabó.

La multitud soltó un colectivo «Buuu».

Marisa los ignoró, nos sujetó a cada una de un brazo y nos obligó a levantarnos del el suelo. Mientras tiraba de nuestros brazos para atravesar el salón abarrotado de personas, algunos chicos palmearon mi cabeza diciendo cosas como: «Lo hiciste muy bien» o «Estuvieron increíbles» o «Vaya suerte de mierda tienen, jaja».

Cuando salimos al jardín trasero de la mansión y el aire fresco golpeó mi rostro, empecé sentir nauseas.

—Creo que voy a vomitar —anuncié, deteniéndome un segundo.

Marisa se volvió hacia mí, alarmándose al ver que me encorvaba.

—¿Estás bien?

Giré la cabeza para mirar a Lisa, pero el solo ver su cara me hizo reír otra vez. ¿Por qué? No lo sé.

—Bien, parece que no es nada. Siéntense aquí —nos pidió, sentándonos en una banca de piedra—. Voy a conseguirles un vaso de agua, ¿de acuerdo? No se vayan a mover. —Lisa se echó a reír—. Hablo en serio, Blondeau.

Después de que Marisa nos dejara para regresar a la mansión y conseguirnos un vaso de agua, Lisa apoyó su cabeza sobre mi hombro izquierdo y suspiró. Por fin habíamos dejado de reírnos como un par de locas.

—Oye, ¿me prestas tu teléfono?

—¿Por qué quieres mi teléfono?

—Porque olvidé el mío en mi casa.

Me eché a reír de nuevo, y mi risa hizo que ella se riera también.

—Vale, ten —murmuré, entregándole mi teléfono.

—¿No tienes juegos?

—No.

—¿Por qué?

—No lo sé.

Un minuto después, Lisa fingió hacer una llamada y se llevó mi teléfono a la oreja.

—¿Por qué un huevo fue al banco a pedir un préstamo? —exclamó de pronto, apretando los labios.

—Esto... no lo sé.

—¡Porque estaba quebrado!

Cuando ella se echó a reír, su risa me hizo reír a mí también.

—¿Qué fue eso? —pregunté entre risas, sin entender por qué de pronto comenzó a hacer bromas.

—Espera, tengo uno mejor. ¿Qué se necesita para encender una vela?

—¿Fuego?

—¡Que esté apagada!

—Lisa...

—Oh, ya sé, ya sé. ¿Qué le dijo una taza a...? ¿Qué?

—No entendí, ¿así va el chiste?

Dejó de reírse y me miró con una expresión muy seria. Incluso su rostro se puso completamente pálido.

—Por las barbas de Merlín, ten, es todo tuyo —balbuceó histérica, lanzándome el teléfono.

Apenas y conseguí atraparlo antes de que cayera al césped.

—¿Qué pasa contigo?

—Te hablan.

—¿Qué? ¿Quién?

—Tu novio.

—¿Cuál novio?

—¿Cómo que cuál? ¡Hunter!

—¿Hunter?

Cuando miré la pantalla teléfono, vi que había una llamada de «Cross» iniciada. Sentí algo muy extraño danzando en mi estómago. Tapé el micrófono con la mano y miré a Lisa en busca de una explicación.

—¡¿Llamaste a Hunter?! ¡¿Para eso querías mi teléfono?!

—¡Yo no lo llamé! ¡Yo solo contesté!

Empezaron a sudarme las manos.

—Oh, no, por las barbas de Merlín —balbuceé yo también, poniéndome histérica—. ¿Qué le voy a decir?

—¡Eso que importa! ¡Me escuchó hacer chistes malos! ¡Lo peor es que ninguno le hizo gracia!

Me eché a reír como una tonta.

—Por cierto, no entendí el último...

—¡Ellie!

—¿Qué?

—¿No vas a contestar?

Estaba tan nerviosa que mejor le regresé el teléfono.

—¡Fuiste tú quien lo llamó, contesta tú!

—¡Ya te dije que yo solo contesté, él te estaba llamando a ti! —replicó sin tomarlo.

Temblando de pies a cabeza mientras hacía un esfuerzo por no tener un nuevo ataque de risa, llené mis pulmones de aire, acerqué el teléfono a la oreja y finalmente dije:

—¿Hola?

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