Capítulo 21 | Red Velvet
Sentada en una mesa dentro de la cafetería del instituto, contemplé durante un minuto entero mi gelatina de manzana verde con una pequeña mueca en los labios. La había tomado antes, cuando se me había hecho agua la boca solo con verla. Ahora, sin embargo, la idea de comer ese postre translúcido me hacía sentir nauseas.
Eché un vistazo rápido a mi alrededor para comprobar que Hunter no estuviese cerca y empujé aquel postre hacia un lado, lejos de mi vista. Lisa y Trevor estaban sentados frente a mí, compartiendo estrategias para ganar en un videojuego llamado «League of Legends». Como yo no compartía esa misma pasión por los videojuegos de computadora, me limité a escucharlos de forma distraída sin participar demasiado en la conversación.
Cuando empezaron a discutir sobre qué era mejor, Harry Potter o Star Wars, suspiré y dirigí mi atención el asiento vacío de Hunter. Se había marchado hace casi quince minutos, luego de verme comer hasta el último bocado de mi tortilla francesa con champiñones. Según él, tenía que hacer una llamada importante. Por supuesto, cada vez que Hunter decía: «Tengo que ir a hacer una llamada importante», lo que en realidad quería decir era: «Voy a ir a fumar a la azotea porque, como sé que a ti no te gusta, debo hacerlo a escondidas».
—¿A dónde vas? —preguntó Lisa en cuanto me vio ponerme de pie.
—Al baño —le hice saber.
—¿Quieres que te acompañe?
Hice un gesto de negación con la cabeza.
—No, está bien. Solo quiero ir a lavarme los dientes.
Debido a que ella aún no terminaba de comer su cereal con leche (Lisa era de esas personas que adoraban comer cereal a cualquier hora del día), no tenía ningún sentido que me acompañara. Antes de irme, les ofrecí a ellos mi gelatina de manzana verde y después fui a dejar mi bandeja de plástico a los contenedores de limpieza.
Caminé por el pasillo principal para llegar a mi casillero, tomé un pequeño estuche en el que me gustaba guardar toda clase de artículos para mi higiene personal y me dirigí al baño de las chicas en el segundo piso del edificio. Una vez ahí, me encerré en el último retrete y me dejé caer sobre mis rodillas, agarré la orilla del asiento de porcelana con las dos manos y vomité hasta que me dolió la garganta. Cuando terminé de vaciar por completo mi estómago, me limpié el sudor de la frente con el dorso de la mano, tiré de la cadena y me incorporé.
Sabía que obligarme a mí misma a comer delante de otras personas para después vomitar a escondidas no estaba bien y podía llegar a ser perjudicial para mi salud, pero no podía dejar de hacerlo. Mientras me cepillaba los dientes en uno de los lavabos, empecé a sentir un poco de culpa por lo que acababa de hacer. La razón de mis vómitos no era porque quisiera ser más delgada o algo por el estilo. A decir verdad, odiaba que el uniforme comenzara a quedarme mucho más grande. Es solo que, últimamente, toda la comida me daba nauseas.
Respiré hondo, me incliné sobre el lavabo y me mojé un poco la cara, limpiándome también el rímel de las pestañas. Detrás de mí, alguien salió de uno de los cubículos. Inmediatamente sentí que se me calentaban las mejillas. Había olvidado comprobar que no hubiese nadie más en los baños. Apenas alcé la mirada para ver de quién se trataba, encontré un par de ojos azules observándome a través del espejo del baño con cierta curiosidad.
Lexie se acercó al lavabo que se encontraba junto al mío, arqueó una ceja y dijo:
—¿Estás embarazada?
Su pregunta hizo que me atragantara con mi propia saliva.
—¿Qué? —balbuceé, escupiendo pasta dental por la boca, enrojeciendo de forma violenta al manchar mi suéter del uniforme—. No, por supuesto que no —me apresuré a responder, limpiándome con una toallita.
—¿Estás segura? —insistió con burla mientras se lavaba las manos—. Te escuché vomitar hace un minuto
Inspiré bruscamente por la nariz y casi puse los ojos en blanco.
—No estoy embarazada —siseé entre dientes, agregando interiormente: «Todavía son virgen, idiota».
—Vale, lo que tú digas.
Acercó su cara al espejo para retocarse el maquillaje y se aplicó una nueva capa de brillo en los labios. Al ver la cinta adhesiva que llevaba en la nariz, recordé el incidente del último juego de fútbol e hice una mueca.
—Siento mucho lo de tu nariz —hablé sin atreverme a mirarla, guardando mi cepillo de dientes de nuevo en el estuche—. Jamás pensé que... bueno, tú sabes... jamás pensé que un puñetazo mío te la rompería.
Lexie no respondió. Humillada, levanté la cabeza para comprobar que me hubiese escuchado. Quizás solo estaba ignorándome. Para mi sorpresa, ella estaba observándome a través del espejo con el entrecejo fruncido.
—Está bien, llevaba tiempo buscando una excusa para hacerme la rino —contestó al cabo de unos segundos.
Nos miramos mutuamente sin saber qué más decir a continuación. Lexie se cepilló la coleta rubia con los dedos y después se ató un listón de color púrpura alrededor de sus rizos, haciéndose un moño de cuatro pétalos.
—Bueno, ya me marcho —anuncié después de ese incómodo momento—. Te veo en Biología, supongo.
Justo cuando inicié mi camino hacia la salida, Lexie volvió a hablar.
—Oye, ¿hacemos una tregua?
Me volví para mirarla de forma interrogativa.
—¿Una tregua?
Ella asintió con una sonrisa curiosamente alegre en los labios.
—Sí. Yo me acosté con tu novio y tú me rompiste la nariz. Ahora estamos a mano, ¿no?
Permanecí inmóvil en mi lugar, a excepción de un musculo que me palpitaba en la mandíbula. Quise decirle que ese hecho no cambiaba nada entre nosotras. Quería decirle que la odiaba por haberse acostado con Christopher, por haberme mentido y por haber fingido ser mi mejor amiga durante tanto tiempo mientras se reía de mí a mis espaldas. Había tantas cosas que quería decirle, pero no lo hice. En su lugar, me limité a mirarla con resentimiento. Al darse cuenta de que no pensaba responder, la sonrisa en su rostro se desvaneció.
—Voy a dar una fiesta en mi casa esta noche —cambió de tema, volviéndose de nuevo hacia el espejo para mirar su aspecto—. Así que si no tienes planes para esta noche, quizás podrías pasarte un rato por ahí.
Un momento, ¿de verdad estaba invitándome a su fiesta?
—¿Por qué ibas a invitarme a tu fiesta cuando Christopher y tú amenazaron a todo el mundo para que nadie en el instituto se atreviera a dirigirme la palabra? —inquirí incrédula, cruzando los brazos sobre mi pecho.
—Oh, sobre eso... —se aclaró la garganta, avergonzada—. Chris y yo nos dimos cuenta de lo ridículamente infantil que era eso, por lo que decidimos levantar la orden. —Se encogió de hombros con indiferencia—. Ahora cualquiera puede hablarte o sentarse contigo durante la hora del almuerzo sin ningún tipo de problema.
Dejé escapar un suspiro.
—Bien —dije antes de darme la vuelta.
—Espera —volvió a llamarme, agarrándome del brazo—. ¿Irás a la fiesta esta noche?
—No lo sé.
—Tienes que, es el cumpleaños de Wasabi.
—¿Wasabi?
Resopló y me miró como si yo fuese estúpida.
—El pez dorado que ganaste para mí jugando a los dardos en la feria del año pasado.
Me vi obligada a apretar los labios con fuerza en un intento desesperado por contener mi sonrisa. No quería reírme con ella como lo hacíamos en los viejos tiempos. No después de todo lo que habíamos pasado.
—Lo pensaré.
Lexie sonrió y me soltó.
—Bien.
Después de abandonar del baño de chicas, me dirigí de nuevo a mi casillero para guardar mis cosas. Y como faltaban menos de cinco minutos para que terminara la hora del almuerzo, comencé a tomar los libros que necesitaba para la siguiente clase. En ese momento, alguien se paró detrás de mí y apoyó las manos en las puertas de las taquillas que rodeaban el mío, una a cada lado de mi cuerpo, enjaulándome entre sus brazos.
—¿Dónde estabas? —susurró Hunter con un tono juguetón junto mi oído.
Se me erizaron los vellos de la nuca y las mariposas en mi estómago hicieron acto de presencia.
—¿Dónde estabas tú? —repliqué yo, volviéndome hacia él.
Hunter me miró con una media sonrisa tirando de sus labios.
—Por ahí.
Lo miré de regresó con los ojos entrecerrados desde mi metro cincuenta y siete de altura. Lo sujeté por el cuello de su cazadora de cuero, tiré de él para acercarlo a mí y hundí la cara en su pecho, olfateando su ropa.
—Ugh, apestas a tabaco —me quejé, apoyando las manos en su duro abdomen para empujarlo.
Sin embargo, en vez de dar un paso atrás, el muy idiota se acercó hasta recudir por completo la distancia entre nosotros. Yo me pegué más a la puerta de mi casillero y eché la cabeza hacia atrás para poder verle el rostro
—No estaba fumando —se atrevió a mentir en mi cara, sonriendo con malicia.
Resoplé de manera involuntaria, provocando que su sonrisa se ensanchara.
—Ya, claro, eres un mentiro...
Hunter se inclinó y presionó sus labios sobre los míos, silenciándome con un beso. Iba a apartarme, pero, al darme cuenta que el interior de su boca no sabía a tabaco, sino a pasta dental, cerré los ojos y apreté los libros contra mi pecho, devolviéndole el beso. Me separó los labios con la lengua y después recorrió mi interior con ella, enlazándola con la mía en una lenta y seductora caricia. Dejé escapar un suspiro de placer contra sus labios cuando él hizo un extraño movimiento con el pircing de su lengua dentro de mi boca, generándome escalofríos.
Estaba tan concentrada memorizando el sabor de sus labios y disfrutando del calor de sus besos que ni siquiera escuché el sonido del timbre. Cuando el pasillo del instituto comenzó a vaciarse, Hunter se apartó.
—¿Qué clase tienes ahora? —me preguntó, estudiando mis enrojecidos e hinchados labios.
Abrí lentamente los ojos para mirarlo y pestañeé varias veces, recuperándome de aquel beso.
—¿Eh?
Me dedicó una sonrisa traviesa que parecía totalmente la de un chico malo.
—¿Qué clase tienes ahora? —repitió, retirándome un mechón de la cara.
—Oh, esto... Biología en el segundo piso.
Me quitó los libros de mi próxima clase para llevarlos él y me tomó de la mano.
—Te acompañaré al salón.
—¿También tienes clase de Biología? —curioseé, todavía con la cabeza en las nubes.
—No.
Arrugué un poco las cejas.
—Entonces, ¿qué clase tienes ahora?
—No lo sé, no recuerdo mi horario —confesó despreocupadamente, rascándose la nuca.
—¿Qué? ¿Cómo es que...?
—Por cierto, nena, el día de hoy no podré llevarte a casa después de la escuela —me interrumpió.
—¿Eh? ¿Por qué? Prometiste comer conmigo hoy, dijiste que probarías mi pasta con camarones.
Hunter soltó un profundo suspiro.
—Lo sé, pero tengo que hacer un par de cosas.
—¿Qué clase de cosas?
Nos detuvimos al llegar al salón de Biología, pero no entré. Quería estar más tiempo con él.
—Tengo que ir a ver a Zoella.
Solo eso bastó para hacerme sentir un pinchazo de dolor alrededor de mis costillas.
—¿Irás a ver a tu ex? —pregunté, sonando como una novia celosa.
Me pasó el pulgar por los labios y luego por la mejilla.
—Ya no tengo ese tipo de relación con Zoe —aseguró, dejando ver una pequeña sonrisa. Supuse que había percibido los celos en mi tono de voz—. Así que no tienes que preocuparte por que alguien me vea con ella.
—¿Aún debe dinero?
Se quedó mirándome unos segundos, pensando si responder o no a esa pregunta.
—Algo así —dijo después de un rato.
—¿Por qué le ayudas a pagar una deuda que no es tuya?
Quizás que estaba metiéndome en asuntos que no me correspondían, pero no me importó. Quería saber más sobre la clase de relación que tenían esos dos. Quería saber si Hunter la consideraba algo más en su vida.
—Porque ella me necesita, no tiene a nadie más en quién apoyarse.
—Eso...
—Probaré tu comida otro día, ¿de acuerdo? Ahora tengo que irme.
—¿Vas a saltarte el resto de las clases? —Asintió—. ¿Ya solicitaste el permiso en la oficina del director?
Soltó un bufido irónico.
—Yo no hago esas cosas.
—Te castigarán.
—Ya estoy acostumbrado.
Hice un puchero y desvié la vista hacia el suelo, evitando sus ojos. Dentro, en el salón de biología, las clases ya habían comenzado. El profesor Weston nos fulminó con la mirada a los dos a modo de advertencia.
—Deberías entrar —murmuró Hunter, entregándome los libros.
Los tomé y los apreté firmemente contra mi pecho.
—¿Estarás ocupado también en la noche?
Ladeó la cabeza hacia un lado, haciendo que un par de mechones castaños se le fueran a la cara.
—Tengo dos peleas programadas en la arena, ¿por qué?
—Oh, por nada.
Había estado quedándome a dormir en su casa más veces de las que podía contar, y aún así, seguía dándome vergüenza preguntarle si podía volver a hacerlo ese noche. Tragué saliva y me mordí el labio.
—¿Puedo...?
—¿Quieres...?
Como hablamos al mismo tiempo, me fue imposible contener una risita.
—¿Qué ibas a decir? —le pregunté.
—¿Qué ibas a decir tú?
Comencé a jugar con la punta de mis zapatos negros del uniforme.
—¿Puedo... puedo dormir en tu casa esta noche?
Vi la sombra de una sonrisa asomándose por la comisura de su boca.
—Seguro.
—No estoy siendo una molestia, ¿verdad?
—No —contestó, y después agregó—. Cuando duermo contigo en mis brazos no tengo pesadillas.
Alcé la cabeza para mirarlo y sonreí.
—Me pasa lo mismo.
El profesor Weston carraspeó, reclamando nuestra atención.
—Señorita Russell, si no entra ahora le pondré una falta y no la dejaré presentar el examen.
Jadeé horrorizada y apreté los libros contra mi pecho con más fuerza.
—¿Hoy teníamos examen?
Hunter se echó a reír en voz baja.
—Señor Cross —siseó el profesor.
Él asintió con la cabeza de mala gana, lo que significaba: «Vale, de acuerdo. Ya me voy». Pero antes de irse, se acercó a mí y me rozó la frente con los labios, presionando un beso contra mi piel. El calor inundó mis mejillas y un aleteo nervioso palpitó dentro de mi pecho. No estaba preparada para que él hiciera algo como eso.
—Te veo más tarde.
Me quedé clavada en mi sitio, viendo cómo se alejaba.
El profesor Weston volvió a aclararse la garganta.
—Señorita Russell...
Di un respingo.
—Lo siento —me disculpé, avergonzada.
Entré al salón de clases y me senté a un lado de Glenda Miller; una de las animadoras del equipo del cuál yo era capitana. Glenda me miró de soslayo con interés, pero no dijo nada. Pronto me di cuenta que ella no era la única que me miraba de esa manera. En realidad, toda la clase estaba haciéndolo. Con la cara completamente enrojecida, abrí mi libro de texto en una página al azar con la única intención de ignorar a los demás.
Dos asientos por delante de mí, Lexie estaba mirándome fijamente con la mandíbula apretada.
♡
Hornear y decorar pasteles de diferentes tamaños y sabores era un pasatiempo que había heredado de mi abuela y que, sin duda alguna, me hacía inmensamente feliz. Cuando era pequeña, ella solía preparar todo tipo de postres para mí; tartas de frutas, galletas de coco y naranja, bizcochos de chocolate y muchas otras cosas más. Fue gracias a ella que desde muy temprana edad, desarrollé un enorme gusto por el arte de la repostería.
Adoraba pasar mi tiempo mezclando diferentes sabores para lograr nuevas recetas.
Esa tarde, después de la escuela, decidí retomar eso que tanto me gustaba hacer pero que había dejado en el olvido luego de descubrir la infidelidad de Christopher y la traición de Lexie. Me dije a mí misma que era hora de avanzar, de dejar eso atrás y seguir adelante con la que solía ser mi vida. Es por eso que, para demostrarme a mí misma que aún después de una caída puedes volver a levantarte, lo primero que hice fue hornear un pastel.
Limpié y desinfecté la cocina, me lavé las manos con esmero y luego preparé todos los ingredientes necesarios: harina, huevos, polvo para hornear, azúcar, cacao, extracto de vainilla, vinagre blanco, bicarbonato de sodio, queso crema y sal. Mientras colocaba el papel encerado en los moldes redondos de quince centímetros, sonreí con nostalgia al recordar la primera vez que hice un pastel junto con mi abuela. En ese entonces yo solo tenía entre cuatro o cinco años y no alcanzaba la mesa, por lo que ella tenía que llevarme siempre en sus brazos.
Bailaba y se paseaba conmigo en la cocina mientras tarareaba canciones de Elvis Presley.
Sin pensarlo, conecté mi celular a los altavoces que había en la cocina para reproducir Burning Love a todo volumen. Se me escapó una risita por la felicidad que sentí en ese momento. Tomé un tazón de gran tamaño y comencé a batir la mantequilla, tarareando la canción como lo hacía mi abuela. Más tarde agregué el azúcar, los huevos y un chorrito de vainilla. En otro tazón mezclé harina, cacao en polvo, bicarbonato de sodio, polvo para hornear, sal y una taza de leche deslactosada. Revolví el vinagre blanco con colorante rojo y lo añadí a la mezcla.
Precalenté el horno, vertí la mezcla en dos moldes para colocarlos dentro con mucho cuidado.
Para entonces, Elvis había comenzado a cantar Devil in Disguise, otra de las canciones favoritas de mi abuela. En un tercer tazón batí más mantequilla, agregué azúcar y queso crema para preparar el glaseado. Cincuenta largos minutos después, luego de haber enfriado los bizcochos en sus moldes dentro del refrigerador durante casi veinte minutos, además de decorarlos a mi placer y gusto, miré con orgullo mi obra maestra.
—Nada mal —murmuré con una gran sonrisa, limpiándome las manos en mi delantal rosa.
Dividí el pastel en dos pedazos y preparé una mitad para obsequiársela a Hank, cuyo turno de trabajo estaba por terminar. Le pedí que lo compartiera con su esposa e hija y él me lo agradeció con una sonrisa. Lo que no pasé por alto fue que, de alguna forma, parecía realmente aliviado al verme actuar como antes.
La otra mitad quería disfrutarla junto con Lisa y, quizás más tarde, también con Hunter.
—¿Estás ocupada? —fue lo primero que pregunté en cuanto Lisa respondió la llamada.
—Pues... no mucho, ¿por qué?
—Hice un pastel y me preguntaba si...
—Estaré ahí en quince minutos. —Escuché que dejaba caer algo sobre su escritorio—. ¿De qué sabor es el pastel?
—Red Velvet.
—Estaré ahí en diez.
Tal y como se esperaba de Lisa, diez minutos más tarde apareció en la entrada de mi casa vestida con una pijama azul cuyo estampado era de bananas. Llevaba el cabello recogido en un moño y estaba usando sus lentes.
—No digas nada, ya sabes que no puedo resistirme a los postres que preparas, mucho menos cuando se trata de un Red Velvet —fue todo lo que dijo al pasar por la puerta, caminando de forma decidida a la cocina.
Me reí y la seguí.
—¿Quieres un vaso de leche?
—Por favor.
Serví leche en dos vasos de cristal, partí dos trozos grandes de pastel y me senté junto a ella para comer. Lisa tomó un bocado con el tenedor y cerró los ojos, masticando con tanto gusto que me hizo sonreír otra vez.
—Por las chanclas de Moisés, ¿así es como sabe un trozo del cielo? —balbuceó con la boca llena de pastel.
Yo también me llevé un bocado a la boca.
—¿Sabe bien? —le pregunté, dado a que tenía tiempo sin practicar.
—Sabe a sudor de Cristo.
—¿Qué? ¿Eso qué significa?
—Significa que sabe a gloria y lágrimas.
Dejé escapar un suspiro.
—Tu manera de expresarte es tan extraña...
Me miró con una enorme sonrisa en los labios.
—Sabe muy bien, Ellie. Demasiado bien. Si pudiera, me casaría ahora mismo con este trozo de pastel.
Su sonrisa me contagió.
—Bien, me alegro.
Cuando Lisa se terminó su rebanada en tiempo récord, le serví otro trozo para que lo disfrutara.
—Por cierto, ¿quieres ir a una fiesta esta noche? —inquirí un poco nerviosa, bebiendo un trago de leche.
—¿Una fiesta? ¿Esta noche? ¿De quién?
Tragué saliva y me preparé para decirlo.
—De Lexie.
—¿Lexie Lexie u otra Lexie?
—¿Cuántas Lexies hay en la escuela?
Se tocó el labio superior con la lengua mientras pensaba.
—No lo sé, ¿tres? —Apreté los labios—. ¿Ella te invitó? ¿No estaban, ya sabes... peleadas?
—Me la encontré hoy en los baños del segundo piso —expliqué—. Cuando fui a lavarme los dientes.
—¿Por qué fuiste hasta los baños del segundo piso para lavarte los dientes? —preguntó ahora más seria.
—Los del primer piso estaban ocupados —mentí—. El punto es que me la encontré y me invitó a su fiesta.
—Ya veo...
—¿No quieres ir?
—No es que no quiera, es solo que... —Suspiró—. No es nada, olvídalo. Si tú quieres ir, entonces yo también.
—¿Estás segura?
—Sip.
—Eres la mejor.
Aún cuando no parecía muy convencida, Lisa me miró con una sonrisa.
—Lo sé, nena, lo sé.
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