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Capítulo 19 | La dura y cruel realidad

Cuando desperté a la mañana siguiente, lo primero que noté fue el intenso calor que irradiaba un cuerpo esbelto apretado contra el mío. Hunter estaba acostado de lado, al igual que yo, con un brazo alrededor de mi cintura, el pecho pegado a mi espalda y el rostro escondido en mi nuca. No me moví y tampoco me molesté en abrir los ojos. Me sentía tan cómoda y relajada entre sus brazos que todo lo que deseaba en ese momento era quedarme así un poco más de tiempo. La seguridad que su cercanía me provocaba no era normal en lo absoluto.

Alrededor de cinco minutos más tarde, Hunter suspiró, deslizó una mano por mi estómago y me acercó más a su cuerpo, presionando su erección matutina contra mi trasero. De inmediato, una serie de escalofríos placenteros recorrieron mi piel, embriagándome con deliciosos hormigueos. Depositó un tierno beso en mi hombro y luego me mordió el cuello sin ninguna clase de piedad, clavándome los dientes en mi delicada piel.

Dejé escapar un chillido, más de placer que de dolor, y apreté mi trasero contra esa dura parte de su cuerpo.

Con una sonrisita traviesa tirando de sus labios, Hunter deslizó hacia abajo la mano que tenía sobre mi estómago hasta introducirla por debajo de mis braguitas de algodón. Mi cuerpo entero se sacudió cuando acarició mi centro sedoso con los dedos, notando la cremosidad que se había formado entre mis piernas.

—Hunter... —jadeé sin aliento, enterrándole las uñas en los músculos de sus bíceps.

«Vaya manera de despertar», pensé.

Hunter sacó la lengua y lamió la adolorida piel de mi cuello antes de comenzar a dibujar pequeños círculos sobre mi clítoris, alborotando así todos y cada uno de mis sentidos. Alcé los brazos y los enrosqué alrededor de su cuello, arqueando ligeramente la espalda. Una vez que hubo terminado de lubricar sus dedos con mi propia humedad, introdujo uno muy despacio, empujando su grosor hasta estar completamente dentro de mí.

Eché la cabeza hacia atrás, sobre su hombro, y gemí en voz alta.

Los dedos de Hunter eran gruesos y largos, con nudillos gordos y sobresalientes. Por esa razón, cuando sentí que introducía un segundo dedo en mi interior, mi cuerpo entero se tensó e hice una mueca de dolor. Me estiró tanto como pudo y exploró todo de mí hasta encontrar aquello que tanto había estado buscando. Apreté los labios, me estremecí y presioné de nuevo mi trasero contra su erección, escuchando un grito salir de mi boca.

—Nena, estás tan caliente y suave por dentro... —susurró lentamente, con la respiración agitada.

Inconscientemente, comencé a mover la pelvis al mismo ritmo de sus dedos, que no hacían más que entrar y salir de mi interior, frotando ese pequeño y sensible interruptor que se encontraba escondido muy dentro de mí. Que él me tocara en sitios que yo ni siquiera sabía que tenía era extraño, doloroso y sumamente placentero.

Conteniendo el aliento, me mordí el labio con fuerza y tiré de su pelo al alcanzar la liberación.

Mientras me retorcía entre sus brazos, victima de los espasmos que recorrían todo mi cuerpo después de haber tenido un orgasmo, Hunter me clavó su dura erección en el trasero y me mordisqueó el lóbulo de la oreja.

—Mierda, quiero estar dentro de ti —gruñó junto a mi oído, sujetándome por las caderas.

Mi vientre se apretó por la excitación. Dejándome llevar por la lujuria que me poseía en ese momento, abrí la boca para responder que yo también lo quería dentro, pero la puerta de su habitación se abrió de golpe.

—Espero que estés listo para llenarnos el estómago con... —prorrumpió Trevor con voz cantarina, pero cerró la boca al verme en la cama de Hunter—. Oh, no sabía que estabas aquí, Ellie. Buenos días a ti también.

Con el pulso acelerado, me desplomé sobre la almohada y tragué saliva.

Por suerte, Hunter y yo aun estábamos tapados por la sábana con la que habíamos dormido anoche, de modo que, esta vez, se podría decir que Trevor no nos encontró en una situación tan... comprometedora.

—Joder, ¿conoces algo llamado «timbre»? —se quejó Hunter, retirando los dedos de mi interior sin que su mejor amigo sospechara lo que habíamos estado haciendo antes de que él entrara y nos interrumpiera.

—Tengo tus llaves, ¿por qué diablos necesitaría conocer el timbre? —respondió Trevor, sentándose en la orilla de la cama—. ¿Vendrás con nosotros a llenarnos el estómago con beicon y salchichas, Ellie? —me preguntó.

Con cuidado, me incorporé y me aclaré la garganta, arreglándome un poco el cabello.

—¿Beicon y salchichas?

—¿Hunter no te lo ha dicho? —chasqueó la lengua—. El otro día me regalaron unos cupones de descuento para comer todo lo que tu estómago pueda soportar en «Lord of Breakfast».

—¿«Lord of Breakfast»? —repetí yo, frunciendo las cejas.

Jamás había escuchado de ese lugar.

—¿Nunca has ido a desayunar a «Lord of Breakfast»? —Negué con la cabeza. Trevor miró a Hunter con horror, como si no pudiese creérselo—. Maldición, Cross, tenemos que llevarla con nosotros. Venga, di que sí.

—¿Puedo...? —le pregunté, solo por si las dudas.

Hunter se encogió de hombros.

—¡Te va a encantar! —me aseguró Trevor, bastante emocionado, acomodándose los anteojos—. Es como un «IHOP», pero más barato. Oh, y el cocinero solo tiene un brazo, ¿puedes creerlo? Según escuché, hace diez años, antes de abrir el restaurante, pasó un tiempo en prisión por haber matado a un tipo en una pelea de bar. Ahí fue donde perdió el brazo derecho, si no me equivoco. Como sea, ahora prepara un beicon que está para morirse.

Ni siquiera supe qué responder.

—¿Quieres darte una ducha primero? —me preguntó Hunter, levantándose de la cama.

Asentí con la cabeza y me levanté yo también.

—¡Dense prisa, estoy muriéndome de hambre! —nos gritó Trevor, tumbándose en la cama.

Seguí a Hunter fuera de la habitación y caminé junto él por el pasillo hasta el baño.

—¿De verdad el cocinero solo tiene un brazo? —curioseé, volviéndome hacia él. En vez de responder, una sonrisa risueña tiró de sus labios—. ¿Por qué te ríes? —le pregunté, cruzando los brazos sobre mi pecho.

Hunter se inclinó hacia adelante y me dio un casto beso en los labios.

—No te he dado los buenos días —susurró con voz ronca, frotando su nariz con la mía—. Buenos días.

Mi enfado de hace un momento se esfumó en cuestión de segundos. Así, sin más.

—Mmm... que yo recuerde, si lo hiciste —murmuré, imitando el ronroneo que él solía emitir algunas veces.

—Oh —respondió, presionando otro beso en mis labios—. Vaya, que sucia.

Le di un buen golpe en el estómago, que estaba duro como una pared de concreto.

—Mira quién lo dice.

Sin apartar sus ojos de los míos, me arrinconó contra la pared y me enjauló entre sus brazos.

—¿Puedo darme una ducha contigo?

Un rubor ardiente brotó en mis mejillas.

—Trevor está aquí, no puedes dejarlo solo durante mucho tiempo.

—Si Trevor no estuviera aquí, ¿me dejarías ducharme contigo?

Agarré un mechón de mi cabello rubio entre los dedos y jugueteé con él, encogiéndome de hombros.

—Tal vez...

Hunter enderezó la espalda y se apartó.

—Iré a decirle que se largue.

—¡No puedes! —chillé, sujetándolo del brazo para detenerlo—. Otro día.

—¿Otro día?

—Sí, otro día.

Me miró con una sonrisita de suficiencia.

—De acuerdo, otro día.

—¡Me estoy muriendo de hambre! —gritó Trevor desde la habitación—. ¡Que alguien se apiade de mí!

Me mordí el labio inferior para reprimir una carcajada.

—Esto... ¿puedes traerme mi bolso? Lo dejé en tu habitación, debajo de la cama.

—Seguro.

Después de que Hunter me trajera el bolso con todas mis cosas dentro, me metí al baño, me sujeté el cabello en un improvisado moño y me lavé solo el cuerpo para no tardar demasiado tiempo. Me puse ropa interior limpia, enfundé mi cuerpo dentro de un vestido amarillo bastante sencillo y me calcé unas deportivas con calcetas blancas. De pronto, deseé haber traído mi rizadora de cabello conmigo, pero, como solo había metido la secadora en el bolso, me conformé con hacerme unas suaves ondas. Me coloqué un poco de colorete en las mejillas, me puse mascara de pestañas, brillo labial y, por último, un broche dorado en el cabello. Mientras calificaba mi propio aspecto en el espejo, hice una mueca al ver la marca de una mordida en mi cuello.

Suspiré y me até un pañuelo para cubrirla.

Veinte minutos más tarde, regresé a la habitación lista para ir a donde sea que esos dos querían a llevarme a desayunar. Hunter ya se había cambiado la ropa con la que había dormido por unos pantalones de mezclilla oscuros y una desgastada camiseta negra con el logotipo de una banda de rock llamada «Blood N' Roses».

Me le quedé mirando un buen rato, fascinada.

—Señoooor, me has mirado a los ojoooos —cantó Trevor, alzando los dos brazos hacia el techo.

Sentí que me ruborizaba.

—Lo siento, ¿los hice esperar demasiado?

—Nah, solo estuve a punto de morir por inanición —respondió Trevor, sonriéndome.

Hunter le dio un poderoso golpe en la nuca.

—¿Lista? —me preguntó, ignorando a Trevor que se quejaba de dolor.

—Sí.

Me tomó de la mano y entrelazó sus dedos con los míos.

—Andando.

«Lord of Breakfast» era un «diner» al estilo americano que por fuera tenía la misma apariencia que un viejo autobús de carretera solo que, por dentro, era muchísimo más grande y agradable. Al cruzar las puertas de dicho lugar, Trevor se acercó al chico que se encontraba parado detrás del mostrador y le enseñó los cupones de descuento. Mientras tanto, Hunter y yo encontramos una mesa desocupada cerca del baño y nos sentamos ahí.

—¿Dormiste bien? —me preguntó, apoyando un brazo en el respaldo de mi asiento.

Me volví hacia él para mirarlo.

—Sí, no tuve ninguna pesadilla —le dije.

Hunter asintió con la cabeza, tomó un mechón de mi cabello entre sus dedos y se lo llevó a los labios.

—Yo tampoco.

Eso llamó mi atención, de forma que no pude evitar preguntar:

—¿Tú también tienes pesadillas?

—Algo así.

—¿Sobre qué? —quise saber.

Sus ojos se oscurecieron, volviéndose de un verde muy profundo.

—Traumas de la infancia.

Sin saber muy bien por qué, me acerqué más a él.

—¿Traumas de la infancia? —insistí, esperando conseguir más que solo eso.

Suspiró con cansancio.

—Cuando era pequeño, mi padre...

—Malas noticias —exclamó Trevor, dejándose caer en el sofá de color rojo frente a nosotros—. Los cupones caducaron la semana pasada, así que estamos en verdaderos problemas. Intenté convencer al cajero de que nos hiciera válida la promoción, pero dijo que si no me iba, llamaría a la policía. Cross, ¿me prestar veinte dólares?

—No.

Trevor hizo un puchero.

—No seas malo, no traje dinero conmigo. ¿Acaso quieres ver morir de hambre a tu mejor amigo?

Hunter se encogió de hombros, dando a entender que le daba exactamente lo mismo.

—Está bien, pidan todo lo que quieran —dije yo, sonriéndoles—. Yo invito.

Trevor abrió los ojos de par en par.

—¿En serio? —Asentí—. Sabes, si no estuviera enamorado de Lisa te propondría matrimonio ahora mismo.

Me reí. En lo que Trevor examinaba el menú preguntándose qué es lo que iba a pedir, miré a Hunter de reojo y le di un golpecito en la rodilla por debajo de la mesa. Él me miró de vuelta con una expresión impasible.

—Hace un momento, ¿qué es lo que ibas a decirme sobre tu padre? —le pregunté en voz baja.

—Nada, olvídalo.

—Pero...

—¿Ya sabes qué es lo que vas a pedir? —me preguntó, evadiendo el tema a propósito.

Suspiré antes de morderme el labio y sacudir la cabeza.

—Todavía no estoy muy segura.

—Si no estás segura, puedes pedir solo beicon y salchichas —murmuró Trevor, guiñándome un ojo.

—No le gustan las salchichas —contestó Hunter mientras que, de manera muy natural, se inclinaba sobre mí para apoyar su cabeza sobre la mía y así mirar el menú que yo sostenía en las manos—. ¿Qué tal un filete?

Sentí una cálida sensación floreciendo en el interior de mi pecho.

—Umm...

—¿Qué? ¿No te gusta el bistec?

—No, si me gusta. Pero no creo poder terminármelo yo sola.

—Te ayudaré.

—¿De verdad?

—También pide unos huevos, necesitas comer más.

Hice una mueca.

—¿Puedo pedirlos sin la yema? No me gusta mucho el sabor. Además, me provoca nauseas.

Hunter asintió con la cabeza, aunque la expresión en su rostro era de desaprobación total. Frunciendo las cejas, Trevor se escondió detrás del menú, como si intentara volverse invisible de forma muy desesperada. Más tarde, cuando los tres decidimos lo que íbamos a pedir, una mujer se acercó a la mesa para tomar nuestra orden.

—Yo... necesito ir al tocador —murmuré, avergonzada por interrumpir a Trevor, quien estaba contándome muy detalladamente toda la historia de Anakin Skywalker y el por qué se había unido al lado oscuro de la fuerza.

Con el corazón acelerado, me levanté de la mesa y me dirigí al pasillo que conducía al servicio de mujeres. Una vez ahí, me acerqué al lavamanos y me mojé la cara con agua muy fría. Cerré los ojos, me llevé una mano al pecho y respiré despacio, intentando tranquilizar los latidos de mi corazón. No sabía qué era lo que me pasaba, pero mi corazón no había dejado de latir con fuerza desde esa mañana, cuando desperté en la cama de Hunter.

En realidad, sí que tenía una idea de qué era lo que me pasaba, es solo que, la idea de decir "eso" en voz alta me parecía demasiado aterradora. ¿Será que... podría ser que yo... estuviera enamorándome de él...?

Resoplé, sacudí la cabeza y aferré mis manos a la orilla del lavamanos.

—No —le dije a mi reflejo, arrugando las cejas—. Por supuesto que no.

En ese momento, una mujer de la tercera edad salió de uno de los cubículos del servicio, mirándome de una forma muy extraña al verme hablando conmigo misma en el espejo. Ruborizándome, la saludé con una sonrisa y fingí lavarme las manos hasta que la mujer se marchó, dejándome sola.

Suspiré y volví a mojarme la cara.

—Vale, quizás sí me gusta —admití, mordiéndome el labio inferior—. Pero solo un poco.

«¿Solo un poco? —susurró una vocecita en mi cabeza, partiéndose de la risa—. ¡Já!».

—Me gusta la manera en la que me trata y también la atención que me da, pero eso es todo —insistí.

«Bien, haré como que te creo».

Después de ese pequeño episodio de locura frente al espejo del baño, salí del servicio para regresar a la mesa con Hunter y Trevor sintiéndome más tranquila.

—Entonces, ¿lo tuyo con Ellie va en serio? —escuché la voz de Trevor, hablando muy bajito. Me detuve a mitad de camino, escondida detrás de la pared del pasillo—. La manera en la que estás actuando con ella es muy extraña. No voy a mentirte, hay veces en las que me dan escalofríos al verte actuar tan... cariñoso. Tú no eres así.

Me quedé helada mientras que mi corazón se aceleraba a un ritmo verdaderamente preocupante. Estaban hablando de mí. Notando un suave temblor en mis piernas, me quedé en mi lugar, esperando su respuesta.

—¿De verdad te has creído toda esa mierda? —se burló Hunter, hablando con una voz tan fría y despiadada que no había escuchado nunca. Dejó escapar un bufido—. No sabía que eran tan ingenuo, Trev.

Se me hizo un nudo en el estómago.

—¿Quieres decir que todo es falso? Pero...

—Mientras ella siga pagándome, yo seguiré actuando como un novio fiel y cariñoso. Ese era el trato.

—¿Qué hay de Zoella? —le preguntó Trevor—. Está que se vuelve loca por volver contigo. El otro día me detuvo al salir de la arena para hacerme toda clase de preguntas sobre ti, dijo que estabas ignorando sus llamadas.

—Zoe puede esperar —respondió perezosamente. Mi corazón se apretó con dolor al escuchar las siguientes palabras—. Ahora estoy ocupado con alguien que me deja hacer todo lo que me plazca, ¿no es eso más divertido?

Apoyé la espalda en la pared y cerré los ojos un momento, sintiéndome como una grandísima idiota.

«¿Vas a llorar? —susurró de nuevo esa vocecita en mi cabeza, riéndose de mí—. ¿Qué es lo que esperabas que dijera? ¿Qué él también se había enamorado de ti? Hunter solo está cumpliendo con su parte del trato. ¿Ya olvidaste que fuiste tú quien puso esa estúpida condición? "A partir de este momento deberás actuar como si estuvieras locamente enamorado de mí", tus palabras, no las mías. Dios, de verdad que eres ingenua, Ellie...».

Escondida detrás de la pared, esperé a que esos dos comenzaran a hablar sobre otra cosa antes de regresar a la mesa con una sonrisa en los labios. Me senté en mi lugar junto a Hunter pretendiendo no haber escuchado nada sobre su conversación pero, casi de inmediato, hice una mueca al ver que ya nos habían traído la comida.

Maldición, acababa de perder por completo el apetito.

—¿No vas a comer? —me preguntó Hunter, colocándome un mechón de cabello detrás de la oreja.

Este no era el Hunter que había escuchado hablar hace unos minutos.

—La verdad es que no tengo hambre —murmuré, negándome a apartar la mirada de mi plato.

Siendo sincera, no quería verle la cara.

—Necesitas comer.

—Comeré después, ustedes coman, no se preocupen por mí.

—¿Te duele el estómago? —me preguntó ahora Trevor, todavía sin tocar su comida.

—Algo así.

Hunter me sujetó de la barbilla y me obligó a mirarlo.

—¿Estás bien?

Asentí, sonriéndole.

—Solo estoy un poco cansada.

—Te llevaré a casa.

Puse mala cara cuando él empezó a levantarse.

—Pero dijiste que me enseñarías a pelear —me quejé, tomándolo del brazo.

—¿Ibas enserio con eso? —Asentí de nuevo—. Entonces come, de otra forma no durarás nada en el ring.

Volví a hacer una mueca.

—Cross tiene razón, deberías comer algo, Ellie —intervino Trevor, acercándome mi plato—. Toma al menos un bocado para que veas lo bien que sabe la comida de aquí. Te juro por el maestro Yoda que te va a encantar.

Después de pensarlo un buen rato, dejé escapar un profundo suspiro.

—Bien, comeré —acepté de mala gana, tomando los cubiertos.

—Terminando te llevaré a tu primera clase de defensa personal —me dijo Hunter con una media sonrisa, colocando una mano sobre mi rodilla izquierda—. Espero que estés lista para que te pateé el trasero.

Odié que mi piel hormigueara bajo su toque, pero más odié que mi corazón hiciera una especie de bailecito estúpido, acelerando mis pulsaciones. Forcé una sonrisa en mis labios y decidí que sería yo quien le pateara el trasero.

—Ya veremos.

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