Capítulo 18 | Carne de res y pollo agridulce
Acurrucada en las escaleras frente al pórtico de mi casa, abracé mis rodillas, agaché la cabeza, cerré los ojos con fuerza y conté silenciosamente hasta el cien. Sin embargo, sin importar lo mucho que me esforzara por contener esa horrible sensación de miedo que recorría cada fibra de mi cuerpo, al final, todo resultó ser completamente inútil. Me sentía exhausta y me dolía muchísimo la garganta. Lo extraño era que, tras revisar mi aspecto en el espejo del baño, no había encontrado ni una sola marca de estrangulamiento en la pálida piel de mi cuello.
El recuerdo de la ventana abierta me hizo estremecer.
—Lo de antes fue solo una pesadilla, nada de eso pasó en realidad... —susurré en voz baja, agarrándome la cabeza con las dos manos—. Me he olvidado de cerrarla, eso es todo. Siempre me olvido de cerrar la ventana.
Ciertamente, no era la primera vez que me sentía vigilada por alguien desde las sombras, pero si era la primera vez que una pesadilla se sentía tan real. Mañana por la mañana hablaría con Hank para pedirle que comprobara el funcionamiento del sistema de seguridad, además de revisar las cámaras que había por toda la casa.
Solo así conseguiría sentirme más tranquila.
Quince minutos más tarde, cuando Hunter detuvo la Jeep junto a la gran fuente de la entrada, levanté la cabeza para verlo salir de la camioneta. Mi corazón dio una especie de brinquito. Llevaba puesta una sudadera negra con la capucha puesta y unos pantalones de mezclilla que estaban rotos de las rodillas. Verle ahí, caminando de forma despreocupada hacia mí, me hizo sentir tan aliviada que no pude evitar correr directo a sus brazos. Eso lo tomó por sorpresa. Se quedó quieto un momento antes de poner una mano sobre mi cabeza.
Solo eso bastó para que me tranquilizara.
—¿Te encuentras bien? —susurró contra mi oído, dándome palmaditas en la espalda.
Me las arreglé para asentir con la cabeza sin apartarme de él. No quería soltarlo.
—Sí, fue solo una pesadilla.
Nos quedamos así abrazados durante un buen rato, sin la necesidad de decir nada más. Sus brazos eran cálidos y me sentía sorpresivamente segura en ellos. Consciente de ello, me aferré a su cuerpo con las manos y escondí la cara en su pecho, embriagándome con el olor a menta y especias que irradiaba su ropa.
Hunter me colocó un mechón de cabello detrás de la oreja.
—¿Ya cenaste? —preguntó, irrumpiendo aquel agradable silencio. Sacudí la cabeza—. ¿Te gusta la comida china?
Estiré el cuello para mirarlo.
—Es casi media noche, dudo que haya algún restaurante abierto.
—Conozco un sitio que abre las veinticuatro horas.
Suspiré antes de frotar mi nariz contra su pecho.
—No lo sé... no tengo mucha hambre.
—Tienes que comer —se quejó, acariciando mi mejilla—. Vamos, yo invito.
Hice una mueca con los labios.
—Hace bastante tiempo que no pruebo la comida china —le dije—. ¿Está buena?
—Sí, te va a encantar. Los cocineros son chinos de verdad y la carne es de perro.
Lo miré con horror.
—¿Qué? ¿De perro?
Se echó a reír al ver la expresión en mi rostro.
—Solo estoy bromeando.
Le di un puñetazo en el estómago.
—Eres un idiota.
Con un brazo todavía alrededor de mi cintura, se apartó para recoger el bolso deportivo que yo había dejado antes junto a las escaleras y se lo colgó en el hombro. Después me miró e inclinó la cabeza a un lado.
—Entonces, ¿quieres ir?
—Quiero ir.
Satisfecho con mi respuesta, colocó una mano sobre mi cabeza y me revolvió el cabello. Furiosa, le lancé una miradita asesina que él pretendió no ver y me abrió la puerta del copiloto. Para cuando terminé de abrocharme el cinturón de seguridad, Hunter ya había guardado mi bolso deportivo en la cajuela y se sentó detrás del volante para encender el motor de la camioneta.
—¿Quieres poner algo de música? —me preguntó, señalando el reproductor de música en el tablero.
—Seguro —respondí, encogiéndome de hombros.
—Hay un par de discos en la guantera, escoge el que más te guste.
Dentro del compartimento encontré un montón de discos originales de diferentes bandas de rock; entre ellas reconocí a Iron Maiden, AC/DC, Nirvana y Bon Jovi. Mientras miraba el disco de una banda que no logré reconocer, Hunter arqueó una ceja.
—¿Te gusta Aerosmith?
Di un respingo.
—Oh, no. Es solo que la portada me ha parecido bastante curiosa —le expliqué, mostrándole el disco que sostenía aun en mis manos—. ¿Por qué alguien pondría las ubres de una vaca en la portada de un disco?
Una sonrisa tiró de sus labios.
—¿Y por qué no?
Arrugué la nariz y chasqué la lengua.
—¿Qué genero de música es? —quise saber—. ¿Country?
Su sonrisa se extendió.
—¿Por qué no lo averiguas por ti misma?
Sintiéndome bastante curiosa al respecto, saqué el disco de su estuche de plástico y lo introduje en la ranura del reproductor. Cuando los títulos de las canciones aparecieron en la pantalla táctil, escogí al azar una llamada "Amazing". Después de escuchar los primeros segundos de la intro, me di cuenta de mi gravísimo error.
—Vale, definitivamente no es country —dije con una sonrisa, acomodándome en mi asiento.
Tres canciones después, Hunter estacionó la Jeep frente a un restaurante de comida china. El lugar era pequeño, acogedor y muy agradable. La campanilla sonó en cuanto cruzamos la puerta. Después de sentarnos en una mesa junto a la ventana, una chica más o menos de nuestra edad se acercó para entregarnos los menús.
—¿Les puedo traer algo de tomar en lo que miran el menú? —nos preguntó, mirando solo a Hunter.
Él asintió con la cabeza de forma distraída, sin prestarle demasiada atención.
—Para mí una Coca-Cola —respondió, volviéndose hacia mí—. ¿Qué hay de ti?
—Um, a mí me gustaría un té helado, pero sin azúcar y con muy poco hielo.
La chica asintió y se marchó visiblemente decepcionada. Mientras esperábamos nuestras bebidas, apoyé la cabeza en el hombro izquierdo de Hunter y abrí el menú para ver qué clase de platillos vendían. Aquello era un gesto que acostumbraba hacer siempre que salía a comer con Christopher, de modo que lo hice sin pensar.
Al darme cuenta de lo que había hecho, levanté la cabeza con las mejillas teñidas de rosa.
—Lo siento —me disculpé, avergonzándome.
Sin dejar de mirar el menú, Hunter alzó una mano para apoyar mi cabeza de nuevo en su hombro.
—No me molesta.
Un hormigueo nervioso se deslizó por todo mi cuerpo.
—¿Y-ya sabes qué es lo que vas a pedir? —le pregunté, esforzándome por parecer normal.
—El especial con carne de res —contestó, apoyando su cabeza sobre la mía—. ¿Y tú?
Me aclaré la garganta, esperando que el calor abandonara pronto mi rostro.
—Yo, eh... aun no lo sé. ¿Qué tal una sugerencia?
—¿Te gusta la carne de cerdo? —Sacudí la cabeza—. Entonces deberías probar el pollo agridulce.
—Pollo agridulce... —repetí pensativa, mirando la fotografía en el menú—. ¿Y si no me gusta?
—Te gustará.
—¿Y si no?
Dejó escapar un largo suspiro.
—Si no te gusta, te dejaré tomar lo mío.
Sacudí la cabeza otra vez.
—Ni hablar, no quiero comer carne de perro —dije a modo de broma.
Hunter me miró por el rabillo del ojo con una pequeña sonrisa en los labios.
—Muy graciosa.
En ese momento, la chica de antes regresó a la mesa para entregarnos nuestras bebidas.
—¿Están listos para ordenar? —nos preguntó, un tanto sorprendida por verme apoyada en Hunter.
Me incorporé con las mejillas calientes y le di un codazo por debajo de la mesa para que él hablara por mí.
—Sí, va a ser un especial con carne de res y otro con pollo agridulce.
—¿Algo más?
Hunter me miró y yo negué con la cabeza.
—No, eso es todo —respondió. Después de que la chica se marchara a la cocina, suspiré antes de volver a apoyarme en su hombro izquierdo—. ¿Estás bien? —me preguntó, recostando su cabeza sobre la mía.
—Sí.
—¿Quieres hablarme sobre tu pesadilla?
—Bueno... —murmuré, rodeándole el brazo con fuerza—. No es la primera vez que tengo esa clase de sueños, ¿sabes? Llevo ya un par de años soñando lo mismo, aunque no suele ser tan seguido. —Me lamí los labios secos—. En mis pesadillas, siempre hay algo que me observa fijamente mientras duermo, parado justo frente a mi cama. Si tuviera que describirlo, creo que no sería una persona, sino más bien... un ser sólido hecho a base de sombras —hice una pausa para tragar saliva—. Cuando trato de correr, me doy cuenta de que no puedo moverme, y cuando trato de gritar, esa cosa se abalanza sobre mí para estrangularme con sus manos hasta la muerte. —Me toqué la garganta con los dedos, estremeciéndome—. A veces se siente tan real que me despierto temblando de miedo...
Colocó una mano sobre mi rodilla para tranquilizarme.
—¿Le has hablado de esto a tus padres?
—No. Los dos son personas muy ocupadas, no quiero molestarlos.
—¿Siguen fuera de la ciudad? —Asentí—. ¿Cuándo fue la última vez que estuvieron en Seattle?
Hice una mueca con los labios.
—No lo sé, creo que... creo que hace seis o siete meses.
Hunter levantó la cabeza para mirarme.
—¿Es una broma?
—No.
—¿Vives sola en una mansión de tres pisos, sin sirvientes y tus padres casi nunca van a verte? —soltó un ruidoso bufido—. Vaya, ahora entiendo por qué tienes esa clase de pesadillas.
—¿Eso que significa? —quise saber.
—Significa que le tienes miedo a la soledad, te da miedo estar sola.
Esta vez fui yo quien frunció las cejas.
—¿Qué? —exclamé, apartándome de él—. No, claro que no.
—No tienes por qué mentirte a ti misma.
—Eso no... —comencé, pero me quedé callada cuando vi que la chica se acercaba con nuestra comida.
—Aquí tienen, un especial con carne de res y otro con pollo agridulce. ¿Se les ofrece algo más?
—Estamos bien —contestó Hunter. La chica asintió y se marchó—. ¿Sabes usar los palillos chinos? —No respondí y tampoco lo miré. Mantuve la vista clavada en mi plato con arroz y pollo agridulce—. Oye, ¿estás enfadada conmigo? —Sabía que estaba comportándome como una niña pequeña, pero no me importó—. Nena...
—No me llames así.
—¿No vas a comer?
—No tengo hambre.
—Has perdido mucho peso últimamente.
—¿Y eso a ti que te importa? —me quejé, encogiéndome de hombros—. Tú y yo solo estamos fingiendo estar en una relación, lo que pase conmigo no debería importarte.
Lo escuché suspirar con fuerza.
—Tienes razón, lo que pase contigo no debería importarme —coincidió, acomodándome un mechón de cabello detrás de la oreja—. Sin embargo, me importa —continuó, tomándome por sorpresa—. Tú me importas.
Confusa, respiré hondo por la nariz mientras trataba de calmar mi corazón desbocado. En silencio, tomé los palillos chinos de la mesa y me llevé un trozo de pollo agridulce a la boca. Lo mastiqué despacio y sin prisas.
—Sabe bien —dije al fin, lamiéndome la salsa agridulce de los labios.
Hunter me acercó su plato con comida.
—Ten, también prueba la carne de perro.
Me atraganté con el té helado, ganándome una de sus sonrisas traviesas.
—Eres un... idiota... —conseguí decir mientras tosía, pegándome en el pecho.
—Me gusta ser un idiota —se burló él, dándome palmaditas en la espalda—. Pero solo contigo.
♡
Después de cenar comida china, Hunter me llevó directamente a su departamento. Al principio pensé que me sentiría un poco cohibida por el hecho de estar a solas con él, pero no fue así. Por alguna razón, cuando se trataba de Hunter me sentía bastante segura a su alrededor. Era como si una parte de mí confiara plenamente en él. Con mi bolso deportivo colgando de su hombro, me llevó hasta su habitación y lo dejó sobre la cama.
—Siéntete como en tu casa —me dijo.
Estaba tan cansada que lo único que quería hacer era irme a dormir, pero primero necesitaba refrescarme.
—¿Puedo tomar una ducha en tu baño? —le pregunté.
Se limitó a asentir con la cabeza.
—Ya conoces el camino.
Tomé mi bolso de la cama y me encerré en el baño.
Una vez ahí, saqué una toalla, me desvestí y me paré bajo el chorro de agua para asearme. Había traído muchísimas cosas conmigo, pero me había olvidado de traer mi shampoo favorito, por lo que me vi obligada a usar el de Hunter. Cuando terminé de ducharme, me puse un blusón de seda rosado y unas braguitas de algodón blancas para dormir. Ya por último, conecté mi secadora de cabello a la corriente eléctrica y me lavé los dientes.
Quince minutos más tarde, regresé a la habitación sintiéndome fresca y renovada. Hunter estaba en el balcón de espaldas a mí, hablando por teléfono mientras se fumaba un cigarrillo. Tuve que toser con fuerza para que él notara mi presencia. Al ver que se trataba de mí, Hunter apagó el cigarro y lanzó la colilla al patio trasero.
—Tengo que irme —le dijo a la persona del otro lado de la línea y colgó sin esperar una respuesta.
Crucé los brazos sobre mi pecho.
—¿Estabas fumando? —inquirí, arqueando una ceja.
—Mmm, no.
—Hunter...
Se acercó a mí, tomó mi rostro entre sus manos y me besó en los labios.
—Te tomaste tu tiempo, ¿eh? ¿Qué tanto llevas en tu bolso?
—No es de tu incumbencia. —Hunter sonrió y se apartó—. Espera, ¿a dónde vas?
—A lavarme los dientes —respondió, tomando ropa de su armario—. ¿Quieres que duerma en el sofá?
Negué con la cabeza.
—No, duerme conmigo —le pedí.
Me miró con una expresión satisfecha.
—De acuerdo, no tardo —dijo antes de meterse en el baño.
Dejé mi bolso deportivo junto a la cama y me metí bajo de las sábanas, ocupando el lado izquierdo del colchón. Cuando Hunter regresó a la habitación, se había puesto unos pantalones tipo jogger oscuros y una camiseta de licra blanca que se ajustaba perfectamente a su definido y trabajado cuerpo. Por fortuna, apagó las luces justo antes de que yo comenzara a babear y se metió bajo las sábanas, ocupando el lado derecho de la cama.
—Espero que no te moleste que haya usado tu shampoo —murmuré, girándome hacia él para mirarle.
—Está bien, me gusta que huelas a mí.
—Pervertido. —Se echó a reír—. Gracias por dejarme dormir de nuevo en tu casa.
Dejó escapar un bostezo.
—Puedes quedarte las veces que quieras, las puertas están siempre abiertas.
Sonreí y me preparé para dormir. Sin embargo, un par de minutos más tarde abrí los ojos para volver a mirarle. Tenía los ojos cerrados. A decir verdad, Hunter parecía estar muchísimo más cansado que yo.
—Hunter —susurré.
—Mmm...
—¿Puedo usar tu brazo como almohada?
Sin molestarse en abrir los ojos, Hunter estiró un brazo para ofrecérmelo. Con una sonrisa en mi rostro, apoyé la cabeza en su brazo y me acurruqué junto a él, dejando una de mis manos sobre su abdomen.
—Oye —susurré de nuevo, esta vez más bajito.
—Joder, hablas demasiado —se quejó, haciendo una mueca. Suspiró antes de preguntar—: ¿Qué pasó?
—¿Sigue en pie tu propuesta sobre enseñarme defensa personal?
Abrió solo un ojo para mirarme.
—¿Quieres que te enseñe a defenderte? —Asentí con la cabeza—. Bien, ¿qué harás mañana?
—Nada. Los deberes, supongo.
Me rodeó de la cintura con el otro brazo y me pegó a su cuerpo.
—Entonces empezaremos mañana —murmuró, escondiendo la cara en mi cuello—. Ahora déjame dormir.
Me reí.
—Vale, buenas noches.
—Buenas noches.
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