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Capítulo 17 | Un sueño demasiado real

Dos semanas después de haberme enrollado por segunda vez con Hunter en la enfermería del instituto, supe que algo andaba muy mal conmigo. Cada vez que él me besaba o tocaba alguna parte de mi cuerpo, mi corazón se aceleraba; cada vez que salíamos a citas con la intención de ser vistos por los demás, mi corazón se aceleraba; cada vez que él acercaba su boca a mi oreja para susurrarme algo muy bajito al oído, mi corazón se aceleraba. ¿Por qué? No tenía ni la menor idea. O quizás, sí que la tenía, es solo que la idea de decirlo en voz alta me aterraba.

El viernes de la última semana de enero, me encontraba sentada en las gradas del campo de futbol del instituto, tomando tranquilamente mi almuerzo. Hunter estaba acostado perezosamente a mi lado, con los brazos cruzados sobre su pecho y la cabeza apoyada en mis piernas. Llevaba poco más de quince minutos con los ojos cerrados. Y como todo parecía indicar que se había quedado profundamente dormido, dejé a un lado mi ensalada campestre, me limpié las manos con una servilleta y comencé a jugar con su pelo.

—No hagas nada extraño —soltó casi de inmediato, sobresaltándome.

Puse mala cara.

—Creí que estabas dormido —me quejé, tomando tres mechones de su cabello entre mis dedos para hacerle una pequeña trenza—. ¿Por qué últimamente te ves tan cansado? ¿No estás durmiendo bien?

—Algo así.

—¿Algo así? —repetí, deseando obtener una mejor respuesta que esa.

—Ayer tuve cuatro peleas en la arena.

—¿C-cuatro peleas? —balbuceé, sorprendida—. ¿Por qué?

Dejó escapar un ruidoso bostezo antes de encontrar una mejor posición en mi regazo.

—Estoy ayudando a Zoella a pagar una deuda.

—¿Una deuda?

—Ajá.

—Ya veo —murmuré, terminando con la primera trenza. Como él no se quejó ni dijo nada al respecto, decidí hacerle una segunda—. Si necesitas dinero...

—No quiero tu dinero, nena —me interrumpió, abriendo los ojos para mirarme—. Quiero esto.

Estiró una mano, me sujetó de la nuca y tiró de mí hacia abajo para darme un beso en los labios. Los latidos de mi corazón se aceleraron significativamente y mis mejillas no tardaron en teñirse de color rosa.

—Eres un idiota —gruñí tirando de su pelo. Un lado de su boca se arqueó en una media sonrisa—. Pero hablo en serio, mis padres tienen mucho dinero.

—Ya estás dándome cincuenta dólares por día, no pienso pedirte más que eso.

—Aun así...

—Ellie —murmuró él entre dientes, besándome de nuevo para silenciarme—. Estás empezando a cabrearme.

Una sonrisa traviesa tiró de mis labios.

—Tú siempre estás cabreado.

—Cierto.

Me besó de nuevo. Esta vez fue un beso más codicioso que el anterior.

—Por cierto —dije después de besarnos, enderezando la espalda para seguir haciéndole trenzas en el cabello—. ¿Has escuchado hablar sobre el pequeño viaje que realiza el instituto cada vez que los Halcones Bicentenarios ganan un campeonato? —No respondió, de modo que continué hablando—. Lo hacen todos los años en unas cabañas cerca del lago.

—Suena aburrido.

—No, no es aburrido —repliqué—. El año pasado nos la pasamos muy bien, fue muy divertido.

—Mmm...

—Solo es un fin de semana —continué, tratando de convencerlo—. ¿Quieres ir?

Que yo le tocara el cabello parecía darle mucho sueño, por lo que volvió a cerrar los ojos.

—Tengo cosas que hacer.

—Vamos, yo quiero ir.

—Si quieres ir, entonces ve.

—Quiero ir contigo.

—Los campamentos no son lo mío.

—Te pagaré el doble.

Sin darme tiempo de hacerle una tercera trenza en el cabello, bufó y se incorporó de golpe.

—¿Por qué siempre quieres solucionar todo con dinero? —soltó un poco molesto

—Por favor, yo quiero ir.

—Ellie...

—Hazlo por mí, ¿sí?

Suspiró con cansancio y negó con la cabeza.

—¿Cuándo es? —quiso saber.

Sonreí al ver que estaba dando el brazo a torcer.

—Dentro de dos semanas.

—Bien, lo pensaré —respondió antes de levantarse para abandonar las gradas del campo de fútbol.

—Quiero que me des una respuesta ahora —refunfuñé, siguiéndole.

—A veces eres muy fastidiosa, ¿lo sabías?

—Solo di que sí.

—Lo pensaré —repitió.

Apreté los puños, exhalé aire con fuerza y me abalancé sobre él, colgándome de su espalda.

—¡Solo di que sí! —insistí, mordiéndole el cuello.

—Nena, haciendo eso solo conseguirás que tenga una erección —se burló, agarrándome de las piernas para que no me cayera—. Lo pensaré —repitió por tercera vez, solo para hacerme enfadar.

—Eres un...

Mientras Hunter atravesaba los pasillos del instituto conmigo en su espalda, nos encontramos de frente con Christopher, quien al vernos, nos miró con una expresión de sorpresa. Mi primer instinto fue liberar a Hunter de mi agarre y bajarme de su espalda, sintiéndome incómoda y avergonzada. Por un momento, me dio la ligera impresión de que Christopher quería decir algo, sin embargo, al final optó por ignorarnos y siguió con su camino.

No pude evitar mirar su espalda mientras se alejaba y tampoco pude evitar pensar en nuestra última conversación. En el fondo, seguía sintiendo muchas cosas por él pero... ya no era lo mismo que solía sentir antes.

—De acuerdo, iré —exclamó Hunter, sorprendiéndome.

Me volví para mirarlo con una gran sonrisa en mi rostro.

—¡¿Hablas en serio?! —solté un gritito de emoción—. ¡Va a ser muy divertido, te lo prometo!

—Pero tengo una condición.

Acercó su boca a mi oreja y susurró algo en mi oído. Al escuchar su condición, el calor recorrió mis mejillas, coloreándolas de rosa. Me aclaré la garganta y aparté la mirada, reprimiendo una pequeña sonrisa.

—Eres un pervertido —me quejé, intentando sonar lo más indignada posible.

Sonrió a modo de respuesta.

—Lo sé.


Ese mismo día después de la escuela, lo primero que hice al llegar a casa fue revisar la contestadora que se encontraba en el despacho de mi padre, justo a un lado del teléfono. Aquella era una rutina que acostumbraba hacer todos los días desde que comencé a vivir en la mansión que ambos compraron para mí, hace casi nueve años.

Mi corazón dolió un poco al comprobar que, una vez más, no había ni un solo mensaje.

Sintiéndome ligeramente decaída, me senté en la silla ejecutiva de piel oscura y apoyé la cabeza sobre el escritorio de madera. Lo cierto era que ese despacho nunca había sido usado por mi padre. Tanto él como mi madre estaban siempre tan ocupados con el trabajo que, por esa misma razón, rara vez pasaban tiempo en casa.

—¿Cuándo fue la última vez que vi sus rostros? —me pregunté a mí misma, jugando con el cordón del teléfono—. ¿Debería llamarlos? Necesito pedirles permiso para el viaje... —seguí divagando, mordiéndome el labio.

Pero incluso yo sabía que lo del permiso para el viaje era más bien una excusa. Mi verdadero objetivo no era otro más que el de escuchar el sonido de sus voces. Mientras me debatía entre llamarlos o no llamarlos, encontré una extraña moneda decorativa en uno de los cajones del escritorio. Sin saber cómo es que eso había llegado ahí, la tomé entre mis dedos para examinarla y, después de unos segundos, tuve una brillante idea.

—Cara, los llamo —murmuré, dándole la vuelta a la moneda—. Cruz, o... lo que sea que esto sea, no los llamo —dicho esto, lancé la moneda al aire, dejé que cayera sobre el escritorio y luego, sonreí al ver el resultado.

Habiendo dejado esa complicada decisión a la suerte, levanté el teléfono de su base y marqué primero el número de mi madre, el cual ya me sabía de memoria. Cuando escuché el primer timbre, cerré los ojos, me acerqué el auricular a la oreja y repetí una y otra vez: «Por favor, contesta, contesta, contesta» como si fuese una especie de mantra. Sin embargo, por más que deseé poder escuchar la voz de mi madre, esta jamás contestó.

Dejé escapar un largo suspiro.

—Debe estar muy ocupada...

Como temía que al volver a llamarle terminara convirtiéndome una molestia para ella, decidí marcar ahora el número de mi padre. Justo cuando pensé que él tampoco contestaría, escuché un suave «bip» en la línea.

—¿Papá? —exclamé con la voz más aguda de lo habitual, emocionada—. Soy yo, Ellie.

Señorita Russell —respondió con frialdad la voz de una mujer.

—Oh, hola, Francis —la saludé, ruborizándome—. Umm... ¿está mi padre por ahí?

Francis era la asistente personal de mi padre cuyo trabajo era hacer todo por él. Lo poco que sabía sobre ella era que tenía alrededor de veinticinco años, que era una mujer hermosa y que no era de muchas palabras.

El señor Russell se encuentra en una reunión.

—¿Crees que tarde mucho en terminar? —le pregunté, cruzando los dedos.

Comenzó hace quince minutos.

—Ya veo... —susurré, haciendo una mueca.

¿Quiere dejarle un mensaje?

—No, yo solo... —me quedé callada al no tener nada que decir.

¿Qué sentido tenía dejarle un mensaje cuando sabía que no iba a responder? ¿Por qué siquiera me había emocionado al pensar que mi padre había respondido al teléfono? Con ellos siempre era lo mismo. No pensaban en mí, solo pensaban en sus trabajos. Sin importar lo que hiciera para llamar su atención, al final todo era inútil.

Señorita Russell, ¿ha estado comiendo bien? —inquirió de pronto la fría voz de Francis.

Me tomó un par de segundos responder.

—Sí —mentí, apretando un poco los labios—. He estado comiendo bien, gracias por preocuparte.

¿No ha tenido problemas en el instituto?

Se me llenaron los ojos de lágrimas.

—No... —mentí de nuevo—. No, ninguno.

¿Sus calificaciones siguen siendo las mejores?

—Sí, yo... sigo siendo la mejor de la clase.

Escuché que suspiraba, parecía incluso aliviada.

Me alegra mucho escuchar eso, su padre se pondrá muy contento cuando se lo diga. —Me reí mientras me limpiaba una lágrima—. Sabe que si necesita cualquier cosa, lo que sea, solo debe decírmelo, ¿verdad?

Asentí con la cabeza, aun sabiendo que ella no podía verme.

—Gracias, Francis. Por favor, continua cuidando de mi padre.

Lo haré, usted también cuide de sí misma. Le diré a su padre que llamó.

Después de terminar la llamada, dejé el teléfono sobre la base sintiéndome mucho más decaía que antes.

—No sé por qué me sorprende, siempre ha sido así —murmuré, levantándome de la silla para salir del despacho—. Está bien, después de todo, son personas muy ocupadas —me repetí lo mismo de todos los días.

Tras haber perdido por completo el apetito, decidí saltarme la comida y subí directo a mi habitación. Una vez ahí, me dejé caer en la cama sin quitarme el uniforme y cerré los ojos un momento. Comenzaba a quedarme dormida cuando una brisa de aire muy fresco me hizo temblar de pies a cabeza. La única ventana que había en mi habitación estaba abierta de nuevo. Frunciendo las cejas, me incorporé y me levanté de la cama para cerrarla.

Me cambié el uniforme por ropa más cómoda y regresé a la cama para dormir un rato antes de hacer los deberes. No mucho tiempo después, escuché un ruido que me hizo pegar un brinco. Cuando volví a abrí los ojos, lo primero que vi fue la figura de un hombre parado frente a mi cama, mirándome fijamente.  Confundida, me froté los ojos al creer que se trataba de mi imaginación jugándome una mala broma. Pero no fue así.

Realmente había alguien en mi habitación.

Con la mitad de mi cuerpo temblando de miedo, comprobé la distancia que había entre mi cama y la puerta preguntándome si sería capaz de alcanzarla antes de que la persona que me observaba hiciera el primer movimiento. Reteniendo el aire dentro de mis pulmones, apreté los dientes y me preparé para echarme a correr. Sin embargo, al darse cuenta de mis intenciones, la figura del hombre dio un paso al frente para que yo pudiese verlo mejor. Un escalofrío me recorrió la nuca y un extraño hormigueo se adueñó de todo mi cuerpo. La figura de lo que yo creía era un hombre, era más bien una enorme sombra que no tenía ni boca, ni nariz, ni ojos.

Grité, o al menos, se podría decir que lo intenté. Pero ni un solo ruido salió de mi boca.

La sombra se abalanzó sobre mí, cubriéndome con su pesado cuerpo. Mi visión se tornó oscura, mi mente quedó en blanco y el aire a mi alrededor se esfumó. Podía sentir un par de manos cerrándose alrededor de mi cuello, oprimiendo mi garganta con tanta fuerza hasta que me fue imposible respirar. Una vez más, intenté gritar por ayuda, intenté retorcerme y pelear con lo que sea que estaba atacándome, pero nada de eso funcionó.

No podía moverme. No podía respirar. Estaba muriendo. Ese era mi fin.

Durante unos instantes, sentí como si mi cuerpo flotara sobre una corriente de agua que me arrastraba a gran velocidad. Después vi poderosos destellos de luz, los cuales lucían como de fuegos artificiales de diferentes colores estallando en un cielo oscuro sin estrellas. Finalmente, cuando no hubo más que un sonido chirriante pitándome en los oídos, mis ojos se abrieron de golpe. Con la respiración agitada, me incorporé en mi cama y miré a mi alrededor con todos y cada uno de mis sentidos en alerta máxima, esperando ver de nuevo esa figura.

La sombra sin rostro se había ido.

Yo estaba sola en mi habitación.

—Fue una pesadilla —susurré sin aliento, llevándome una mano a la garganta. Me dolía justo en los lugares donde esas manos me habían agarrado, cortándome la respiración—. Fue solo una pesadilla —seguí repitiéndome.

Afuera ya estaba oscuro, el reloj junto a mi cama marcaba las once de la noche. Al parecer, había dormido toda la tarde y parte de la noche. Bañada en sudor, me levanté de la cama y me dirigí al cuarto de baño para lavarme la cara. Ya más tranquila, regresé a mi habitación, tomé mi teléfono celular y llamé a Hunter.

Cross —respondió perezosamente después del tercer tono.

—¿Puedo dormir en tu casa esta noche? —solté sin más, mordiéndome las uñas.

¿Ellie?

—Tuve una pesadilla, soñé que alguien entraba a mi casa y me mataba —mi voz tembló un poco al final, apreté los labios y añadí—. No quiero dormir sola esta noche, por favor, déjame dormir en tu casa.

Se quedó en silencio un segundo antes de decir:

Iré a recogerte.

—No, está bien. Pediré un taxi —murmuré, buscando un bolso en el armario para llevarme algunas cosas.

Soy más rápido que un taxi, estaré ahí en quince minutos.

Cuando colgué, sentí una corriente de aire fresco que me hizo estremecer. Al mirar la ventana, la sangre de todo mi cuerpo se enfrió. Estaba segura de haberla cerrado antes, pero... ¿por qué estaba abierta de nuevo?

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