Capítulo 16 | Nido de pájaros y el ataque de un vampiro
El movimiento de sus labios sobre los míos comenzó siendo un roce tierno, dulce y delicado. Se trataba de un beso lento, apasionado y sin ninguna clase de prisa. Un beso muy diferente a todos los que Hunter y yo habíamos compartido con anterioridad. Me besó despacio, con cuidado, como si temiese hacerme daño. Con el corazón latiéndome a un ritmo irregular dentro del pecho, le devolví el beso con la misma pasión e intensidad que él estaba ejerciendo. Acariciándome la cara con devoción, se apartó solo unos centímetros para estudiarme.
Respirando con dificultad, le sostuve la mirada incapaz de apartar mis ojos grises de los suyos. Sin decir ni una sola palabra, Hunter recorrió la línea de mi mandíbula con la punta de los dedos y después presionó el pulgar contra mi labio inferior, obligándome a abrir ligeramente la boca. Dejándome llevar por el momento, saqué la lengua y le lamí la yema del dedo, provocándolo. Funcionó. Dejó salir el aire con fuerza, enterró una mano en el pelo de mi nuca y me atrajo hacia él para besarme con violencia. Un gemido escapó de mi garganta. Dejando de lado toda mi vergüenza, me subí a su regazo, le rodeé el cuello con los dos brazos y lo besé de vuelta.
Mientras tanto, Hunter deslizó las manos por la piel de mis muslos, me sujetó bruscamente de las caderas y presionó con fuerza su dura erección contra mi entrepierna. Sorprendida, inspiré profundamente por la boca y jadeé. Embriagada por el placer que eso me provocó, cerré los ojos, le mordisqueé el labio inferior y comencé a mover las caderas hacia adelante y hacia atrás, frotando mi sexo contra su prominente miembro una y otra vez.
Tras emitir un feroz gruñido desde lo más profundo de su garganta, sus labios abandonaron los míos y se movieron a mi oreja, a mi mandíbula y después a mi cuello. Sin darme cuenta, incliné la cabeza hacia un lado para dejarle un poco más espacio. Hunter hundió la nariz en el hueco de mi cuello, aspiró el dulce aroma de mi caro perfume y me dio una poderosa mordida que me hizo gemir su nombre en voz alta. Eso le gustó, por lo que volvió a morderme una, dos, tres veces. Cada vez con más y más fuerza. Como resultado, mi estómago se apretó, mi pulso se incrementó y el doloroso latido que sentía entre las piernas se volvió aún más intenso que antes.
Inmovilizándome de las caderas con la mano izquierda, usó la derecha para aflojarme un poco la corbata y, posteriormente, desabrocharme los botones del chaleco gris y la blusa blanca del uniforme. Cuando intenté sacarme la corbata por la cabeza para que no nos estorbara, Hunter me sujetó de las muñecas, deteniéndome.
—No, déjatela puesta —murmuró con la voz ronca.
Una vez liberado el último botón de mi blusa blanca del uniforme, me bajó las prendas por los hombros, pero no me las quitó. Lo mismo hizo con mi sostén. Dejó que los tirantes se deslizaran muy despacio por mis brazos hasta que mis pechos estuvieron completamente expuestos para él. Y así, sentada a horcajadas sobre su regazo, medio desnuda de la cintura para arriba, Hunter me miró como un hombre sumamente hambriento.
Después de contemplar mis pechos desnudos en silencio durante más de un minuto, se humedeció los labios con la lengua y luego alzó una de sus manos para acariciar con suavidad uno de mis ya endurecidos pezones. Me estremecí arqueando la espalda. Una lenta y perezosa sonrisa tiró de las comisuras de su boca al ver que un roce tan simple como ese había sido suficiente para hacer que mi cuerpo entero se retorciera de placer.
Mis mejillas se colorearon de rosa y mi respiración se convirtió en un violento jadeo.
—¿Puedo? —preguntó, mirándome a los ojos mientras acercaba la boca a uno de mis pechos.
El calor de su aliento me hizo temblar. En vez de responder, me limité a asentir con la cabeza. Su sonrisa se acentuó. Sin apartar sus ojos de los míos, sacó la lengua y me lamió un pezón, usando la bolita de su piercing.
—Aaaah... —jadeé estremeciéndome, enterrando los dedos en su pelo.
Hunter repitió el proceso un par de veces más antes de, finalmente, meterse el pezón a la boca y chupar con toda su fuerza. Mis entrañas fueron víctimas de una extraña sensación de hormigueo quemándome desde adentro. Incapaz de contenerme por más tiempo, cerré los ojos, eché la cabeza hacia atrás y dejé salir un ruidoso gemido. A su vez, Hunter frotó su erección contra mi sexo, haciéndome perder todos y cada uno de mis sentidos.
—¿Te gusta cuando hago esto? —inquirió con un tono sugerente, succionando mi pezón. Ahogué un grito de placer—. Tienes que decirme lo que te gusta, Ellie. De ese modo sabré en qué lugares debo tocarte.
—Yo... yo... —Apreté los labios—. No lo sé...
—¿No lo sabes? —se burló, mordisqueando mi delicada piel sensible. Decidido a obtener la respuesta que quería, me cubrió el pecho izquierdo con la mano, lo masajeó suavemente y me pellizcó—. Yo creo que si lo sabes.
—¡Ah! —solté, sosteniéndome de sus hombros.
Con una sonrisa perversa tirando de sus labios, Hunter acarició la punta de mi pezón con movimientos circulares, hundió uno de sus dedos en mi carne y después me pellizcó nuevamente; está vez con mucho más de fuerza que antes. Al mismo tiempo, su boca lamió, chupó y jugó con mi pezón derecho, torturándome.
—Estás siendo demasiado brusco con las manos... —me quejé, respirando trabajosamente.
—¿No te gusta que lo sea?
Tragué saliva antes de responder.
—No, me gusta —admití, avergonzada—. Solo... sé un poco más gentil, ¿sí?
Hunter exhaló el aire contra mi pecho, erizándome la piel de todo el cuerpo.
—No creo que pueda, nena. No contigo gimiendo de esa manera.
Ignorando mis suplicas, Hunter siguió succionando, mordiendo y tirando de mis adoloridos pezones hasta la hinchazón y el enrojecimiento. Pronto, el dolor se convirtió en placer y ese placer se convirtió en algo todavía más intenso. Desesperada por sentir más de él, separé aún más las piernas y retomé el movimiento de mis caderas sobre su duro miembro que no dejaba de volverse cada vez más grande dentro de sus pantalones.
Desvergonzados gemidos brotaban de mi garganta sin control alguno, elevando mis sentidos a un nivel que nunca antes había conocido. La sangre me hervía bajo la piel, quemando y arrasando hasta los lugares más recónditos de mi cuerpo. Intenté quedarme quieta sobre su regazo, pero me resultó casi imposible dejar de moverme y, antes de darme cuenta, empecé a sentir una intensa sensación de alivio luchando por salir a flote.
—Mierda, eres tan hermosa que me muero por morderte, chuparte y follarte hasta el amanecer —exclamó Hunter de forma casi inaudible, depositando un beso en la curva de mi hombro izquierdo—. Quiero hundirme muy profundo en tu interior y profanar cada parte de tu cuerpo hasta el maldito cansancio...
Mi ritmo cardiaco se intensificó.
—Hunter...
—Quiero hacerte venir de todas las maneras posibles mientras te escucho gritar mi nombre —continuó, clavándome los dientes en la piel de mi cuello—. Quiero poseerte y hacerte mía, solo mía...
—B-basta, voy a correrme —jadeé junto su oreja, enredando los dedos en su pelo.
—Déjame oírte —me incitó, sujetándome con fuerza de las caderas para embestirme con su cuerpo desde abajo. Sus dedos se enterraron en mi piel, obligándome a moverme más rápido—. Córrete para mí.
Tal y como si se tratase de alguna especie de orden, mi cuerpo obedeció y un latido más tarde, alcancé la liberación que tanto había estado anhelando. Mordiéndome el labio, eché la cabeza hacia atrás al experimentar una sensación de satisfacción tan intensa y placentera que me hizo gemir en voz alta. Por su parte, Hunter me sujetó de la corbata gris del uniforme y tiró de mí para besarme, silenciando así los sonidos que continuaban saliendo desde el fondo de mi garganta. Apenas consciente, le rodeé el cuello con los brazos y lo besé de vuelta.
Después de alcanzar la cumbre de mi excitación, mi visión se tornó borrosa y mi cuerpo empezó a sentirse muy pesado. Sin la energía suficiente para sentirme avergonzada, apoyé mi frente en la suya y cerré los ojos durante unos minutos, esperando también que las pequeñas convulsiones que sacudían mi cuerpo se detuvieran.
Cuando volví a abrir los ojos, encontré a Hunter mirándome con una media sonrisa en los labios.
—Vaya, ese fue todo un espectáculo —se burló, contemplándome con un brillo perverso en la mirada.
Mis mejillas se calentaron.
—Cierra la boca.
—¿Quieres que te diga qué es lo que más me excita? —continuó con suficiencia, deslizando los dedos por encima de la tela de mis bragas—. Saber que he sido yo quién te ha puesto así de húmeda.
—¿Qué hay de ti? —le pregunté, echándole un vistazo al enorme bulto entre sus piernas.
—Yo estoy bien.
Hice un mohín con los labios.
—A mí no me parece que estés bien —me burlé ahora yo, usando la punta de mis dedos para acariciar su dura erección por encima de la tela de sus pantalones oscuros—. ¿Quieres que te ayude con eso?
Me miró con cierta curiosidad.
—¿Ya lo has hecho antes?
Asentí distraídamente con la cabeza mientras le desabrochaba el botón de la bragueta.
—Cuando estaba con Chris... —empecé a explicar, pero Hunter me tapó la boca con la mano.
—No me interesa saberlo.
Una sonrisita se extendió por mi rostro.
—Bien —respondí, encogiéndome de hombros—. Entonces... ¿puedo?
Hunter inclinó su cuerpo hacia atrás para apoyar ambas manos sobre el incómodo colchón de la camilla en la que estábamos sentados los dos. Mirándome fijamente a los ojos, arqueó la ceja derecha, desafiándome.
—Adelante —fue todo lo que dijo.
Actuando con valentía y seguridad, terminé de bajarle la cremallera de los pantalones y después tiré un poco de su ropa interior, solo lo suficiente para liberar esa parte de su cuerpo. No esperaba que, al ver el tamaño que tenía, mis ojos se abrirían de par en par. Satisfecho con mi reacción, Hunter ladeó la cabeza hacia un lado.
—¿Es más grande que la suya? —preguntó, esbozando una sonrisa.
Un rubor ardiente floreció en mi mejillas. Por supuesto, no pretendía empezar una conversación acerca de tamaños con él, pero... si tuviese que decir quién de los dos la tenía más grande, sin duda, ese era Hunter.
—Mn —murmuré y su sonrisa se amplió.
Dejando de lado ese tema, ignoré la tonta sonrisa que había ahora en su cara y me concentré en lo que tenía enfrente. No era la primera vez que hacía algo como aquello. En el pasado, cuando Christopher y yo todavía estábamos juntos, muchas veces me pidió que lo ayudara a masturbarse usando mis manos. Y aunque a mí me parecía algo sumamente asqueroso, Christopher insistía e insistía hasta que al final, conseguía lo que quería.
Lo extraño era que, mientras me encontraba sentada a horcajadas en el regazo de Hunter, todavía medio desnuda de la cintura para arriba, la idea de hacer eso con él no me pareció asquerosa en lo absoluto.
—No tienes que obligarte a hacerlo si no quieres —exclamó al notar que no me movía.
Cuando alcé la cabeza para mirarlo a los ojos, me di cuenta que, a diferencia de Christopher, Hunter no parecía que fuese a molestarse aun si yo decidía echarme para atrás a último segundo. Todo lo contrario, se veía incluso ligeramente preocupado. Por alguna razón, saber eso solo hizo que me dieran ganas de seguir adelante.
—Es probable que no lo haga bien —dije después de un rato, colocándome un mechón de cabello detrás de la oreja—. Si hay algo que no te gusta o si crees que estoy haciéndolo mal, solo dilo y trataré de hacerlo mejor.
Mis palabras hicieron que Hunter frunciera un poco las cejas, pero no dijo nada. Tomando eso como un "sí" de su parte, le rodeé el miembro con los dedos y comencé a mover mi mano de arriba hacia abajo. Casi de inmediato, Hunter enderezó la espalda, me sujetó de la barbilla y me dio un agresivo beso en los labios.
—Lo estás haciendo mal —soltó, dándome un mordisco—. Ese imbécil realmente apesta enseñándote cosas.
Mi rostro se calentó, pero sabía que tenía razón. Christopher era bastante malo enseñando a los demás.
—Muéstrame como se hace —le pedí, rozando mi nariz con la suya.
—Primero tienes que lubricarlo —murmuró con la voz ronca, agitando los latidos de mi corazón. Me besó una vez más antes de levantar una mano a la altura de mi rostro y tocarme los labios—. Abre la boca.
Siendo alguien muy obediente después de un beso como ese, abrí la boca para dejar que hiciera lo que quisiera. Con una leve sonrisa, Hunter me metió dos de sus dedos dentro, bañándolos con una gran cantidad de mi propia saliva. Una vez realizado este proceso, se llevó esos dedos a su duro miembro para lubricarlo.
—Dame tu mano —ordenó y yo obedecí—. Apriétalo más fuerte, no es necesario que seas tan suave.
—¿No te duele? —le pregunté, curiosa.
—No.
Colocó una mano sobre la mía y comenzó a moverla de arriba abajo, muy despacio, mostrándome como hacerlo. Un momento más tarde, me soltó la mano para dejar que lo hiciera yo sola sin su ayuda. Sin dejar de frotar su miembro, tal y como él me había enseñado, acerqué mi boca a la suya y lo besé.
—¿Te gusta? —inquirí, apretándolo con más fuerza—. ¿Lo estoy haciendo bien?
Hunter cerró los ojos y dejó escapar un gruñido.
—Lo estás haciendo muy bien, nena... no te detengas...
Su respiración fuerte y erótica despertó en mí el extraño deseo por verlo llegar al clímax. Masturbándolo un poco más rápido, llevé mi boca a su cuello para besarlo, lamerlo y darle una que otra mordida. Hunter respondió a mi ataque introduciendo las manos por debajo de mi falda del uniforme, clavándome los dedos en los glúteos hasta hacerme sentir dolor. Sabía que eso iba a dejarme moretones en la piel, pero no me importó.
Estimulado por el toque de mis caricias, Hunter echó la cabeza hacia atrás y gimió de nuevo. Fue un gemido ronco y profundo que sirvió para encender las llamas en mi interior, excitándome de nuevo en cuestión de segundos. Cuando noté que su endurecido miembro estaba goteando liquido preseminal, pasé el pulgar por la punta para recoger la prueba de su éxtasis. Hunter abrió los ojos para ver que es lo que pretendía hacer.
Me lamí los labios, me acerqué el pulgar a la boca y lo chupé.
Lo siguiente que supe fue que Hunter me había empujado contra el colchón de la camilla, alzándose sobre mí como una bestia. Su respiración estaba vuelta un desastre. Desde mi lugar, presionada bajo su poderoso cuerpo, vi cómo se masturbaba con una sola mano mientras me miraba con las pupilas increíblemente dilatadas.
Lo abracé del cuello con los brazos y lo besé de forma desenfrenada, separándole los labios con la lengua para saborear el interior de su boca. Nos besamos sin ningún tipo de control, llevados únicamente por el deseo y lujuria que poseía cada centímetro de nuestros cuerpos. Al final, después de una larga ronda de besos salvajes y agresivos mordiscos, Hunter enterró la cara en el hueco de mi cuello y gruñó, corriéndose sobre mi estómago.
—Mierda... —gruñó él en voz baja, apartándose de mí como si algo le molestara.
Confundida, levanté la cabeza para ver que era lo que pasaba. Hunter se levantó de la cama, se abrochó los pantalones y se pasó una mano por el pelo. Al darme cuenta de que algo andaba mal, traté de incorporarme.
—No te muevas —exclamó un tanto brusco, acercándose a uno de los estantes de la enfermería.
A pesar del tono que usó, hice caso omiso a su advertencia y me senté en la cama para acomodarme el uniforme. Al hacerlo, sentí algo espeso, caliente y pegajoso deslizándose lentamente por mi abdomen.
—Te dije que no te movieras —se quejó Hunter, acercándose a mí con un par de toallitas desinfectantes.
Un aleteo nervioso palpitó en mi pechó cuando empezó a limpiarme.
—Vaya, ese fue un gran espectáculo —dije yo, repitiendo las mismas palabras que usó él antes. Hunter me lanzó una miradita furiosa que me hizo sonreír—. Oye, ¿por qué estás tan enfadado?
—No estoy enfadado.
—¿Entonces por qué...?
Me dio un beso que me hizo callar.
—Será mejor que no te veas en el espejo —murmuró, acomodándome el sostén y el uniforme.
—¿Por qué? —quise saber.
Sin embargo, él no respondió. Por fortuna, en la enfermería del instituto había un espejo justo a un lado de la puerta. Al acercarme para ver mi reflejo, supe que era lo que había querido decir. Mi cabello rubio parecía haberse convertido en un nido de pájaros; mis labios tenían la apariencia de haber recibido una inyección de bótox, y la piel de mi cuello estaba tan lastimada que cualquiera pensaría que había sido atacada por un vampiro.
Detrás de mí, Hunter me miró a través del espejo con la mandíbula apretada.
—Está bien —le dije, pasándome los dedos por el pelo—. Tengo un cepillo en mi casillero.
—¿Y qué hay de tu cuello?
—Puedo.... —vacilé un momento—. Puedo ponerme un parche frío para cubrirlo.
Soltó algo parecido a un bufido.
—Es mi culpa, me dejé llevar.
—Está bien, también fue mi culpa. De hecho, fui yo quién... —cerré la boca al ver una gran mancha oscura en el dobladillo de mi falda. No tuve que tocarla para saber lo que era—. Esto si va a ser un problema.
—Te llevaré a tu casa para que te cambies.
—No, ya me salté una clase. No puedo saltarme las demás.
—Ellie...
—Me pondré el uniforme que usamos en clase de gimnasia, ¿de acuerdo? —insistí.
—¿Estás segura?
—Sí.
Hunter suspiró, se pasó una mano por el pelo y volvió a mirarme el cuello.
—Tendré más cuidado la próxima vez —murmuró, casi con pesar—. No sabía que tu piel era tan sensible...
De pronto, como si hubiese recordado algo, dirigió su mirada a mis caderas. En silencio, levanté mi falda de un lado para comprobar que, efectivamente, había marcas de sus dedos dibujadas en mi piel.
—Esas me gustan —soltó con una media sonrisa.
Resoplé por la nariz.
—Olvidaba que eres un pervertido.
Me tendió una de sus manos.
—Ven, te acompañaré a que te cambies el uniforme.
Cuando estiré mi mano para tomarla la suya, el teléfono en su bolsillo empezó a timbrar y sin más, la apartó dejándome con la mano levantada. Después de leer un mensaje de texto en la pantalla, la expresión en su rostro cambió drásticamente.
—Tengo que irme —anunció, dándose la vuelta.
—¿Qué? Pero si acabas de llegar —me quejé, caminando detrás de él—. ¿Vas a saltarte las clases otra vez?
—Tengo algo que hacer.
—¡Hunter!
Se detuvo, se giró a mirarme y me dio un beso en la frente.
—Ve a cambiarte el uniforme y haz algo con tu cabello, te veré mañana.
—Pero...
—También ponte algo en el cuello —continuó, acomodándome mejor la corbata—. Si ya no hay parches fríos en el botiquín de primeros auxilios, hay más en el segundo cajón del tercer armario frente a la puerta.
—¿A dónde vas? —quise saber.
—Hay alguien que me necesita.
—¿Quién?
—Te veré mañana.
Sin darme las respuestas que quería escuchar, Hunter volvió a darse la puerta y se marchó sin mirar atrás.
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