Capítulo 14 | Cita clandestina
Sin darme cuenta, los domingos se convirtieron en los días que más odiaba de toda la semana. Antes, cuando todavía era la novia de Christopher, acostumbrábamos pasar todo el día juntos, ya sea cenando en restaurantes caros, divirtiéndonos con nuestros amigos en los bolos o simplemente mirando películas en la sala de estar mientras nos besábamos en el sofá. Ahora que todo eso había terminado, me pasaba el día entero haciendo los quehaceres domésticos y, ya en la tarde, me dedicaba a estudiar todo lo que no había estudiado en un mes.
Ese domingo al caer la noche, me senté en el alféizar de la ventana de mi habitación y comencé a escribir distraídamente en mi diario. Después de mirar fijamente la última línea que había escrito desde hace más de quince minutos, dejé escapar un suspiro y cerré el cuaderno para irme a dormir. «¿Qué sentido tiene escribir un diario en el que lo único que hago era hablar sobre Christopher?», me dije a mí misma, metiéndome bajo las sábanas. Comenzaba a quedarme dormida cuando, para mi mala suerte, mi celular empezó a timbrar sobre la cómoda junto a mi cama.
Abriendo solo un ojo, eché un vistazo a la pantalla para ver que se trataba de una llamada de Hunter.
—¿Qué estás haciendo? —me preguntó incluso antes de que consiguiera abrir la boca para decir algo.
Emití un gruñido muy bajito.
—Trataba de dormir —me quejé con la voz ronca, escondiendo la cara de nuevo en la almohada.
—¿En serio? Apenas son las diez.
—Sí, bueno, mañana tenemos clases a primera hora, ¿recuerdas?
Chasqueó la lengua con desdén.
—Vístete, pasaré por ti en quince minutos.
—¿Qué? ¿Para qué?
—Quiero llevarte a un lugar.
—¿A dónde? —quise saber.
—Es una sorpresa.
—Hunter...
—Ya estoy cerca, llegaré en diez.
Esas palabras fueron todo lo que necesité para incorporarme de golpe.
—Espera, espera, espera —balbuceé con torpeza, saliendo disparada de la cama para ir corriendo a mi armario—. No puedes solo decir que pasarás por mí y esperar que yo esté lista en diez minutos.
—No hay mucho tráfico, probablemente llegue en cinco.
—¡Hunter!
Escuché su risa baja y profunda.
—Tranquila, tómate tu tiempo. Estaré esperándote afuera.
—¡Espera, espera, espera! —volví a chillar, temiendo que terminara la llamada—. ¿Qué debería ponerme?
—¿Por qué me preguntas eso a mí?
—Porque la última vez mi ropa no fue la adecuada —dije, colocándome el celular entre la oreja y el hombro para rebuscar entre toda mi ropa—. Si me dices a dónde vas a llevarme, podría ponerme algo más apropiado.
—Solo ponte lo que sueles usar normalmente.
—Eso no ayuda —refunfuñé, considerando la idea de ponerme unos pantalones de mezclilla por primera vez en mucho, mucho tiempo—. Vamos, al menos dame una pequeña pista. Así podré darme una idea.
—El rosa te queda bien —soltó, tomándome por sorpresa—. Y la falda del otro día era muy agradable a la vista.
—¿Entonces no habrá ningún problema si decido ponerme una falda?
Suspiró con pesar, como si mi pregunta le molestara.
—Solo ponte lo que tú quieras ponerte, nena.
—Pero...
—Ya estoy afuera, sal cuando estés lista.
Colgó.
Dios mío, odiaba muchísimo que hiciera eso.
Por suerte, después de registrar todo mi armario en busca de mi mejor ropa, formé dos posibles atuendos. El primero consistía en unos jeans claros a juego con una blusa en color lila, mientras que el segundo era una falda de cuadros rosa con un top de seda blanco. Al final, me dije a mí misma que no tenía por qué sentir miedo de volver a usar una falda en las calles, por lo que terminé eligiendo aquel con el que me sentía más cómoda.
Ya vestida, me paré frente al espejo del baño y me maquillé un poco la cara. Me puse un par de accesorios, me enfundé unas medias blancas hasta la mitad de los muslos y me calcé unos zapatos de plataforma oscuros para verme más alta. Por último, tomé mi bolso de peluche y un suéter rosa.
Cuando abrí la puerta de la entrada para encontrarme con Hunter, vi que estaba apoyado perezosamente en la barandilla del porche, esperándome. A diferencia de mí, que iba vestida con colores claros, Hunter iba todo de negro; desde la cazadora de cuero que llevaba encima de una camiseta, hasta los pantalones y las botas.
Una sonrisa tiró de sus labios tras escudriñarme de pies a cabeza.
—Preciosa —se limitó a decir, satisfecho.
Por alguna extraña y desconocida razón, mis mejillas se calentaron.
—¿A dónde piensas llevarme? —le pregunté, cerrando la puerta detrás de mí.
—Es una sorpresa.
Puse mala cara. Hunter me dio un golpecito en la barbilla y luego me tomó de la mano para llevarme hasta su camioneta. Abrió la puerta para mí, se sentó en su lugar detrás del volante y encendió el motor.
Mientras él conducía por las calles de Seattle, empecé a preguntarme a qué lugar pensaba llevarme.
¿Quizás a algún restaurante? No, ya era demasiado tarde para ir a cenar. ¿A lo mejor a una discoteca? Esperaba que no, puesto que no podía evitar pensar en él y en Zoella besándose en una de ellas. ¿Podría ser que tuviera planeado llevarme a la feria que habían puesto hace unas semanas cerca del puerto? O tal vez...
Intenté no hacer una mueca cuando Hunter aparcó la camioneta en el estacionamiento trasero de un viejo edificio de ladrillos rojos. En la parte de arriba se veía un letrero luminoso decía "Dark Heaven" en cursiva, mientras que en la parte de adelante, justo frente a la entrada, había una hilera de lustrosas motocicletas Harley Davidson negras y plateadas, estacionadas una a lado de la otra. Fuera, sobre todo lo largo y ancho de la banqueta del local, distinguí a un grupo de personas, hombres y mujeres, que en su mayoría vestían de colores oscuros.
Una vez más, me sentí totalmente fuera de lugar.
—¿Por qué no me dijiste que...? —comencé, pero Hunter se bajó de la Jeep sin dejarme terminar.
Rodeó el vehículo y me abrió la puerta.
—¿Qué decías?
Suspiré antes de tomar la mano que me ofrecía para bajar de la camioneta.
—Si me hubieras dicho que ibas a traerme a un bar, me habría vestido de otra manera —rezongué, alisando las arrugas que se habían formado en mi falda luego de estar sentada por un largo rato.
—Me gusta lo que traes puesto ahora.
—Eso no fue lo que... —hice una pausa y sonreí como una tonta—. ¿Te gusta?
—Sí —respondió, haciendo un gesto con la barbilla en dirección al viejo edificio—. Andando.
Sin embargo, en vez de seguirlo a ese lugar, me quedé clavada en mi sitio.
—¿Qué pasa? —me preguntó, volviéndose hacia mí para mirarme a los ojos.
—¿Es... es seguro ir ahí?
—Sí —respondió.
Sabía que estaba mintiendo, pero aun así fingí creer en su palabra y caminé junto a él para rodear el viejo edificio. Cuando ambos cruzamos la hilera de motocicletas exhibidas frente a la entrada para ingresar al local, un chico alto y fornido con la cabeza completamente rapada nos bloqueó la puerta para saludar a Hunter.
—¿Dónde dejaste a tu preciosidad esta noche, Cross?
Sentí que me ruborizaba por la vergüenza. Era obvio que se refería a Zoella.
—En casa —contestó Hunter con aire desinteresado, encogiéndose de hombros—. A mi novia no le gustan las motocicletas —añadió, haciendo un gesto hacia mí.
Oh, ¿así que hablaban de su motocicleta y no de Zoella? Menos mal...
—Una lástima, aunque muy linda. ¿De dónde fue que la sacaste? —se burló el chico, guiñándome un ojo. Sin saber qué responder a eso, me acerqué más a Hunter—. ¿Te apetece echar una partida conmigo y los chicos?
—Esta noche no.
—Vamos, las apuestas superan los quinientos dólares —insistió, decidido a no dejarnos pasar.
Hunter, que era mucho más alto que el chico de la cabeza rapada, lo miró fijamente desde arriba.
—Esta noche no —repitió con un tono de voz frío y amenazante.
Con una sonrisa algo tensa en los labios, el chico levantó ambas manos y se hizo a un lado.
—Vale, esta noche no —fue todo lo que dijo antes de desaparecer.
El interior del lugar no eran tan grande como parecía desde afuera y estaba saturado por nubes de humo de tabaco. Las paredes estaban tapizadas con carteles de diferentes bandas de rock ochenteras, además de fotografías de coches antiguos. En el área del centro había una barra de bebidas bastante desgastada y en la parte de atrás divisé algunas mesas de póker en las que había chicos muy parecidos al de la cabeza rapada reunidos en cada una de ellas.
—¿Te gusta? —me preguntó Hunter, mirándome de forma divertida.
Me mordí el labio inferior y lo miré de soslayo.
—¿De verdad tengo que responder a esa pregunta?
Sonrió, me rodeó con un brazo protector de la cintura y me llevó al piso de abajo, que era donde se encontraban las mesas de billar. Una vez ahí, me guió hasta la mesa más apartada del salón, lejos de las miradas de todo el mundo.
—¿Sabes jugar? —curioseó, deshaciéndose de su cazadora de cuero.
—Por supuesto —respondí de forma distraída, mirando los tatuajes que le cubrían los brazos.
—Elige un taco.
—¿Vamos a apostar algo? —inquirí mientras dejaba mi bolso de peluche sobre una rocola descompuesta y tomaba un taco de la pared—. Escuché a tu amigo decir que las apuestas superaban los quinientos dólares, ¿crees tener suficiente dinero para pagarme? —lo desafié, dándole una de mis sonrisa angelicales.
—No quiero tu dinero, nena.
—¿Ah, no? ¿Entonces qué quieres?
En vez de responder a mi pregunta, me miró los labios como solía hacer con mucha frecuencia.
—Lo decidiremos más tarde —exclamó, haciéndose a un lado en la mesa—. Las damas primero.
Quitándome el suéter rosa para tener una mejor movilidad, froté un poco de tiza en la punta del taco y soplé suavemente para eliminar el exceso. Desde su lugar, Hunter observó cada uno de mis movimientos en silencio con una media sonrisa en los labios. Haciendo hasta lo imposible por ignorar lo nerviosa que me ponía su penetrante mirada verde, me coloqué frente a la bola blanca, me incliné sobre la mesa e hice el primer tiro.
Las bolas de colores se dispersaron por toda la mesa, pero solo una rayada entró en una de las torneras.
Miré a Hunter como diciéndole: «¿Viste eso? Sí sé jugar».
—Elijo las rayadas —dije, preparándome para mi siguiente tiro.
Parado frente a mí, escuché que chasqueaba desaprobadoramente la lengua.
—Lo estás haciendo mal —murmuró, apoyándose en su taco—. Si lo haces así meterás también la blanca.
—Silencio, me desconcentras.
La sonrisa en sus labios se extendió. Sin darle demasiada importancia a su advertencia previa, golpeé la bola que tenía enfrente, consiguiendo que esta entrara a la tornera. Por desgracia, la blanca también entró.
—Te lo dije —se jactó, negando con la cabeza—. ¿Estás segura que sabes jugar?
—Esa no cuenta, me has distraído —me quejé, arrugando las cejas.
Cuando traté de sacar la bola blanca que había metido por error, Hunter me sujetó de la muñeca.
—No seas una mala perdedora, nena.
Puse los ojos en blanco.
—Bien, tu turno entonces.
A diferencia de mí, que solo conseguí meter una bola durante el saque, Hunter metió tres bolas seguidas, una después de otra, pero falló al intentar meter la cuarta de una forma tan obvia que me hizo enfadar.
—Has fallado a propósito —señalé, cruzando los brazos sobre mi pecho.
—Me sabe mal ganarle a alguien que no sabe jugar.
—¿Qué es lo que acabas de decir?
—Tu turno —se burló él, haciéndose a un lado.
Decidida a darle una buena y merecida lección a ese idiota, busqué la mejor posición entre todas las bolas y después me incliné sobre la mesa para hacer mi siguiente tiro. Esta vez no solo conseguí meter la bola blanca en una de las torneras, sino que también metí la bola ocho por accidente, perdiendo el juego automáticamente.
Hunter casi se atragantó por la risa que eso le provocó.
—De acuerdo, creo que soy muy mala en esto —acepté, haciendo un puchero con los labios.
—Joder, ¿quién demonios te enseñó a jugar? —me preguntó, todavía partiéndose de la risa.
—Chris... —comencé, pero cerré la boca de golpe.
—Vaya, ahora todo tiene más sentido. —Dejó su taco sobre la mesa—. ¿Quieres ir por algo de beber?
—Seguro.
Me di la vuelta para tomar de nuevo mi bolso y mi suéter, pero Hunter me detuvo.
—Déjalo.
—¿Y si alguna persona lo toma? —susurré, mirando a los chicos de las otras mesas.
—A no ser que esa persona quiera perder un brazo o una pierna, nadie tomará tus cosas, créeme.
—¿Estás seguro? —insistí, puesto que no me parecía una muy buena idea.
Hunter asintió con la cabeza y me tomó de la mano para llevarme al piso de arriba. Ya en la barra de bebidas, un chico no mucho más grande que nosotros se acercó a nosotros para tomar nuestros pedidos.
—Lo de siempre, Joe —le dijo Hunter, dejando un billete de diez dólares sobre la barra.
Joe se agachó para sacar un tarro de vidrio de algún lado y lo llenó con cerveza de barril hasta el tope.
—¿No es ilegal vender alcohol a menores de veintiún? —solté yo en voz alta, en vez de solo pensarlo. Tanto Hunter como Joe me miraron de forma muy seria—. Oh, pero no es como que me importe —me apresuré a decir con una sonrisa, riéndome con nerviosismo.
—¿También quieres una? —me preguntó Hunter, señalando su cerveza.
Negué con la cabeza.
—No, mañana tenemos escuela —le recordé.
—¿Y?
Suspiré.
—¿Tienes refresco de cereza? —le pregunté a Joe con educación, mostrándole mi lado más amable.
Este miró a Hunter como si yo acabara de decir algo en un idioma que él no entendía para nada. Pasándose un dedo por los labios para ocultar su sonrisa, Hunter dejó otro billete de diez dólares sobre la barra.
—Consíguele un refresco de cereza.
—¿Y de dónde diablos se supone que voy a conseguir yo esa mierda? —espetó el moreno, enfadadísimo. A mi lado, Hunter alzó una ceja a modo de advertencia—. V-vale, déjamelo a mí. Veré que puedo hacer.
—Estupendo.
Sin pensárselo, Joe dejó su gorra con el logo de "Dark Heaven" encima de la barra y salió corriendo del lugar, seguramente en busca de alguna tienda de autoservicio en la que vendieran refresco de cereza.
—Quizás debí pedir otra cosa... —dije en voz baja, sintiéndome mal por el chico.
Hunter me dio una palmadita en la cabeza.
—Venga, volvamos abajo. Joe te llevará tu refresco cuando regrese.
♡
Quince minutos más tarde, Joe, el chico de la barra, bajó las escaleras con una lata de cherry coke en las manos. Cuando le di las gracias por haberse molestado en conseguirla, él asintió de mala gana y regresó a su lugar.
Hunter y yo jugamos un par de partidas más en la que demostré ser bastante mala jugando. Sin importar lo mucho que me esforzara por hacer las cosas bien, al final, siempre terminaba metiendo la bola ocho en una de las torneras por accidente.
—Me rindo, el billar no es lo mío —expresé al fallar otro tiro, dejando escapar un largo suspiro.
Una sonrisa torcida curveó momentáneamente sus labios.
—¿Te rindes? ¿Así, sin más?
—Oye, no es mi culpa que la persona que me enseñó a jugar apestara haciéndolo.
Dejó su segundo tarro de cerveza en la orilla de la mesa y chasqueó la lengua.
—Intenta meter la bola roja que tienes enfrente —exclamó, señalándola con la barbilla.
—Pero ya he metido la bola ocho, no tiene sentido que sigamos jugando.
—Solo hazlo, hay una cosa que quiero probar.
Suspiré.
—Vale, lo intentaré —fue todo lo que dije.
Froté un poco de tiza en la punta de mi taco, soplé de nuevo para quitar el exceso y después me incliné sobre la mesa para intentar meter la bola roja que tenía justo en mis narices. Mientras me preparaba para realizar aquel tiro, Hunter se instaló detrás de mí, me rodeó con sus brazos y colocó sus manos encima de las mías.
—¿Qué estás...?
—Para empezar, estas sujetando mal el taco —susurró junto a mi oreja, rozándome el lóbulo con los labios. Me estremecí cuando su cálido aliento me hizo cosquillas en la nuca—. Así —continuó, corrigiendo mi agarre—. Ahora concéntrate solo en lo que tienes en frente, no pienses en nada más que no sea meter la bola.
Mi pulso se aceleró y un rubor ardiente se extendió por mis mejillas.
—E-entiendo...
—¿Lista? —preguntó, tirando el taco hacia atrás.
—Eso creo.
Sin apartarse ni un solo centímetro, Hunter impulsó el taco hacia adelante para realizar el disparo. La bola blanca golpeó la roja, produciendo un ruidoso chasquido, y después entró de lleno a la tornera superior derecha.
—Nada mal —dije yo, riéndome por los nervios.
Casi sentí su sonrisa.
—El truco está en la muñeca —alardeó retrocediendo—. Ahora trata de meter la naranja tú sola.
Con el rostro todavía enrojecido, rodeé la mesa en busca de una mejor posición y luego me incliné sobre el tapete para hacer mi siguiente tirada. Sujeté el taco tal y como él me había dicho y me concentré solo en la bola que tenía delante. Sin embargo, justo antes de realizar el disparo, enderecé mi cuerpo y fruncí el ceño.
Del otro lado de la mesa, Hunter me miró como si no entendiera por qué no había realizado mi tirada.
—Creo que no he terminado de entender lo de la muñeca —mentí descaradamente, un poco tímida.
Una sonrisa traviesa afiló los rasgos de su atractivo rostro.
—No es muy difícil de entender —exclamó de forma divertida, acercándose a mí para ponerse a mis espaldas y rodearme con sus brazos—. Tienes suerte de que esté totalmente dispuesto a ayudarte.
—Tampoco te creas tanto —farfullé, reprimiendo una sonrisa.
Apoyó una mano en mi cadera y con la otra me agarró de la nuca.
—Primero tienes que inclinarte —murmuró contra mi oreja, presionando mi pecho sobre el tapete verde de la mesa. Mi corazón se aceleró—. Bien, ahora sujeta el taco como te enseñé —ordenó, erguido detrás de mí.
—Hunter...
—¿Sí?
—Esta posición es muy extraña.
Me pareció escuchar que se reía.
—¿Eso crees? —inquirió con una sonrisa, sin moverse —. Adelante, intenta meter la bola naranja.
Apreté los labios con fuerza.
—No puedo —me quejé, mordiéndome el labio.
—Si que puedes, inténtalo.
—Ayúdame.
Lo único que quería era volver a sentir el peso de su pecho encima de mi espalda, además de la agradable calidez de su aliento rozándome el lóbulo de la oreja. Hunter lo sabía y por eso se estaba haciendo del rogar.
—Si te ayudo, ¿me darás algo a cambio?
—Te daré diez dólares.
Hunter empujó sus caderas contra mi trasero, dejándome sentir algo grande y duro dentro de sus pantalones. A mi cerebro le dio una especie de corto circuito. Dios mío, ¿acaso él estaba...?
—Por enésima vez, no quiero tu dinero.
Me aclaré la garganta y pestañeé varias veces, esperando no verme demasiado nerviosa.
—Te daré lo que tú quieras.
Eso pareció llamar su atención.
—¿Lo que yo quiera?
—Sí.
Solo entonces, Hunter se inclinó sobre mí y colocó las manos sobre las mías. Su cercanía hizo que mi estómago diera una voltereta. Tragué saliva y respiré hondo, intentando calmar los latidos de mi corazón.
—Mirada al frente —soltó cuando me encontró mirándolo de reojo—. No olvides lo que acabas de decir.
Y sin más, metió la bola naranja en una de las tornera con demasiada facilidad. Me pareció un poco injusto que él hiciera que el billar pareciera algo sencillo cuando a mí me parecía todo lo contrario.
—Vale, si que pude —dije yo con una sonrisita.
Hunter me soltó y se apartó.
—Me debes algo.
—Lo sé —acepté, ruborizándome. Enderecé la espalda y me di la vuelta para mirarlo—. ¿Qué es lo que quieres de mí entonces?
Esbozó una sonrisa astuta.
—Estoy seguro de que ya sabes qué es lo que quiero —murmuró, dirigiendo su mirada a mis labios—. A no ser que quieras...
No le di la oportunidad de terminar lo que sea que iba a decir. Hundí los dedos en su largo cabello para atraerlo hacia mí y lo besé profundamente en los labios, percibiendo el sabor amargo de la cerveza dentro de su boca.
Ni siquiera sé qué fue lo que me impulsó a hacerlo.
Hunter deslizó las manos por mi cintura y me apretó conta él, respondiendo a mi beso con la misma agresividad que yo estaba empleando. Dejé que me metiera la lengua en la boca y después gemí cuando hizo aquel extraño pero al mismo tiempo exquisito movimiento con la barra de metal que le atravesaba la lengua.
Mientras nos besábamos, el vacío emocional que llevaba sintiendo desde que descubrí que Christopher me engañaba con Lexie, mi exmejor amiga, se evaporó al igual que una nube de humo en el cielo. La idea de perderme en otra persona para así no tener que pensar en nada más me gustó tanto decidí aferrarme a él con todas mis fuerzas, dejándome llevar solo por la excitación y el placer que sus besos me provocaban.
Sumida en una especie de embriaguez, a pesar de que solo había bebido refresco de cereza, mordisqueé su labio inferior con los dientes y tiré un poco de él, provocándolo. Hunter respondió a ese gesto emitiendo un gruñido desde el fondo de su garganta. A continuación, me levantó del suelo y me sentó sobre la mesa de billar. Me acarició los muslos con las manos y después las subió lentamente hasta el dobladillo de mi falda rosa.
Muy a mi pesar, tuve que echarme para atrás.
—Espera... —conseguí decir entre jadeos, con la respiración agitada—. No estamos solos...
Deslizó un dedo por mi cara para acariciar mis mejillas enrojecidas.
—Me conformo solo con esto —dijo con la voz áspera mientras un brillo oscuro cruzaba por sus ojos.
«Pues yo no», pensé, lamiéndome los labios.
Desesperada por olvidarme una vez más de todo lo que llevaba días atormentándome, dije:
—Continuemos en tu camioneta.
Me miró a los ojos con una mezcla de sorpresa, curiosidad y algo más.
—¿Estás segura?
¿Por qué parecía tan sorprendido?
—Sí —afirmé, bajándome de la mesa de billar de un salto.
Cuando me acerqué a la rocola descompuesta para tomar mis cosas, Hunter me tomó del brazo.
—¿Bebiste cerveza en lugar de refresco de cereza? —me preguntó, frunciendo las cejas.
—No que yo sepa —respondí con una sonrisa irónica. Hice una pausa—. ¿Por qué? ¿No quieres?
No respondió. En lugar de eso, recogió nuestras pertenencias, pagó por todo el tiempo que habíamos estado ahí jugando en las mesas de billar y me llevó hasta el estacionamiento trasero en tiempo récord.
Como Hunter no parecía tener ningún inconveniente en aceptar mi descabellada propuesta sobre continuar lo que estábamos haciendo en su camioneta, al llegar al sitio en el que estaba aparcada la Jeep, tiré del cuello de su camiseta y lo besé de nuevo, uniendo nuestras bocas en un delicioso baile de roces y mordidas.
—Dime por qué quieres hacer eso —exclamó sobre mis labios, arrinconándome contra el vehículo.
—Porque eres muy bueno con la lengua...
—Te sorprendería saber con qué más soy bueno —dijo con superioridad.
—Muéstrame —le pedí.
Inspiró el aire bruscamente por la nariz.
—Te estás poniendo en peligro, ¿lo sabías?
—Muéstrame —insistí, tirando de él hacia una de las puertas traseras de la camioneta.
—No sabes lo que dices...
—Muéstrame —repetí por tercera vez, mordiéndome el labio.
Con una mirada ardiente y oscura bullendo en sus ojos, Hunter desbloqueó el seguro de la puerta y la abrió, dejándome subir en la parte de atrás. Él se montó después de mí y volvió a cerrarla antes de presionar mi espalda contra el asiento y cubrir mi boca con la suya. Dejé escapar un gemido que llenó el interior de la Jeep.
—Todavía estás a tiempo de retractarte —soltó, subiéndome la falda por los muslos.
¿Por qué iba a querer retractarme cuando lo que estábamos haciendo en ese momento era lo único que me ayudaba a no pensar en ninguna otra cosa? Mirándolo a los ojos, enterré las manos en su pelo y lo besé una vez más, esperando que de esa manera dejara de hacer tantas pausas. Al entender que no tenía planeado echarme para atrás, Hunter me bajó los tirantes de mi top de seda blanco y comenzó a lamer y chupar mis endurecidos pezones. Un escandaloso gemido escapó de mi garganta involuntariamente, haciéndome sentir muy avergonzada.
Me tapé la boca con las dos manos para no ser tan ruidosa.
—No, déjame oírte —susurró Hunter, inmovilizando mis muñecas por encima de mi cabeza—. Quiero oírte.
Una especie de llama se encendió en mis entrañas.
Jugando con uno de mis pechos en su boca, frotando una y otra vez la bolita de metal de su piercing contra mi hipersensible pezón, Hunter deslizó una de sus manos por mi todo mi estómago hasta mi entrepierna, pero se detuvo justo antes de introducir los dedos en el interior de mis braguitas rosadas. Contuve la respiración.
Quería sentirlo.
Quería saber hasta dónde podíamos llegar.
Quería despejar mi mente de todos y cada uno de mis pensamientos.
Al final, separé un poco las piernas, invitándolo a hacer lo que quisiera conmigo. Él por supuesto, no lo pensó dos veces. Acarició mi centro con uno de sus dedos, trazando pequeños círculos mientras usaba mi propia cremosidad como un lubricante. Mi vientre se apretó por la excitación y pronto comencé a jadear por más y más aire.
—Mierda... —gruñó Hunter en voz baja, enterrando la cara en el hueco de mi cuello—. Joder, no tienes ni idea de todas las cosas que me gustaría hacer contigo...
De mi boca escapó un grito de sorpresa cuando Hunter introdujo lentamente un dedo en mi interior.
—Por favor... —comencé a gemir, moviendo las caderas.
—Estás tan húmeda y apretada...
—Hunter...
—Creo que voy a volverme loco...
Muy, muy despacio, internó su dedo cada vez más adentro, como si buscara algo en mi interior. Demasiado aturdida como para pensar con racionalidad, abrí la boca y le mordí el hombro izquierdo para contener mis ruidosos gemidos.
De pronto, mi cuerpo se estremeció y el interior de mi vientre se contrajo con fuerza.
—E-espera... —balbuceé avergonzada, intentando liberar mis muñecas—. Creo que voy a...
Su dedo continuó moviéndose en mi interior, presionando ese punto ultrasensible que no dejaba de temblar y palpitar en busca de una liberación. Entonces, cuando sentí que ya no podía soportarlo más, experimenté una especie de subidón que me hizo perder el control de mi propio cuerpo durante más de un minuto.
Después de gritar, arañar y retorcerme debajo de Hunter, él me liberó de las muñecas para sujetarme ahora de las caderas y levantar un poco mi pelvis. Di un respingo al sentir el tamaño de su dura erección haciendo presión entre mis piernas. Aun con la ropa puesta, la sensación era excitante. Muy excitante.
—Hunter... —murmuré sin aliento, rodeándole el cuello con los brazos.
Mirándome a los ojos con las pupilas sumamente dilatadas, empujó su erección contra mi entrepierna, haciéndome gemir. Pensé en la posibilidad de decirle que hiciéramos algo más que solo eso, pero no lo hice.
Si jamás había aceptado hacerlo Christopher, mucho menos iba a aceptar hacerlo con Hunter.
—No quiero hacerte daño —susurró, tocando mi frente con la suya.
—No lo harás —le dije.
No obstante, como si quisiera demostrar que realmente podía hacerme daño sin la necesidad de quitarse los pantalones, Hunter embistió su cuerpo contra el mío con una rudeza que podría dejarme en silla de ruedas.
Grité, hice una mueca y me aferré a sus bíceps.
—Te lo dije —se burló él con una sonrisita arrogante.
—Estaré bien.
—¿Estás segura?
—Sí.
Me separó más las piernas en busca de una mejor posición. El asiento trasero de su Jeep era tan amplio que teníamos espacio de sobra para hacer cualquier cosa. Sin apartar sus ojos de los míos, se lamió los labios, me agarró de la cintura y volvió a embestirme con sus caderas, esta vez con más fuerza que antes.
Abrí la boca, dejé salir el aire con fuerza y tomé un puñado de su cabello.
—¿Te gusta?
Asentí con la cabeza.
—Sí...
Noté que sonreía.
—Bien —murmuró, embistiéndome de nuevo—. Ahora haré que te corras otra vez.
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