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Capítulo 13 | Es hora de soltar y dejar ir

—¿Christopher? —murmuré incrédula, frunciendo las cejas al ver a mi exnovio—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Christopher se bajó de un salto del capo de su coche y se acercó a mí muy despacio. Tenía el cabello alborotado y húmedo de las puntas, como si acabara de tomar una ducha. Llevaba puesta una camisa de botones en color gris oscuro y un par de pantalones negros, dándole un toque más elegante a su atractiva apariencia.

—Es lo mismo que quería preguntarte yo a ti —exclamó él, cruzando los brazos por encima de su pecho—. ¿Qué es lo que estás haciendo en un sitio como este, Ellie?

Por alguna razón, que actuara como un novio celoso me hizo sentir muy enfadada.

—Divirtiéndome, ¿qué otra cosa si no? —me limité a responder.

—¿Has venido aquí sola?

—No, he venido aquí con Hunter —repliqué, sacando el celular de mi bolso para buscar el número de Hank. Iba a pedirle que fuera a recogerme—. ¿Qué hay de ti? —le pregunté, esforzándome por sonar indiferente.

—He venido con unos amigos —respondió, encogiéndose de hombros. Aquello era una mentira, Christopher no tenía amigos que frecuentaran esa parte de la ciudad—. ¿Dónde está tu novio? —preguntó.

Me acomodé un mechón de cabello detrás de la oreja e hice un gesto con la barbilla para señalar el club.

—Lo perdí de vista allá adentro.

«Se está besuqueando con su ex», añadí para mis adentros.

—¿Te dejó sola? —preguntó, haciendo una mueca de disgusto—. Maldición, yo jamás te dejaría sola, mucho menos en un sitio como este. —Abrió la puerta de su coche y la sostuvo para mí—. Sube, te llevaré a casa.

Le di mi mejor cara de: «Piérdete, ¿quieres?».

—No te molestes, no hace falta —exclamé, dándole la espalda.

—Ellie, sube al auto —insistió, pero lo ignoré.

Solté el aire con fuerza y giré sobre mis talones para regresar al interior del club. Mi plan era perderlo entre la multitud de personas que había dentro, pero no tardó en alcanzarme. Me sujetó del brazo izquierdo y me obligó a darme la vuelta para mirarlo. Su toque hizo que mi corazón comenzara a latir frenéticamente.

—¿Qué estás haciendo? —me quejé, tirando de mi brazo.

—No, ¿qué estás haciendo tú?

—¿No es obvio? Intento encontrar a mi novio.

La palabra «novio» hizo que Christopher tensara ligeramente la mandíbula.

—Vámonos de aquí, Ellie. Ambos sabemos que tú no perteneces a este lugar.

Una sonrisa burlona tiró de mis labios.

—¿Ah, no?

—No.

Abrí la boca para decir algo más, pero me quedé completamente muda cuando vi a Hunter bajando las escaleras del segundo piso. Se detuvo en el último escalón y frunció las cejas al no verme en mi lugar junto a la barra. ¿De verdad estaba buscándome después de besuquearse con su exnovia durante no sé cuánto tiempo?

—Bien —acepté, solo porque no quería que Hunter me encontrara—. Llévame a casa —le pedí.

Aliviado, Christopher suspiró. Me tomó de la mano y me llevó fuera del atestado club. Comportándose como todo un caballero, abrió de nuevo la puerta de su coche y la sostuvo para mí. El interior de este olía exactamente igual a como lo recordaba. Un fuerte olor a piel mezclado con aromatizante para autos inundó mis fosas nasales, trayendo consigo un montón de recuerdos en los que no quería pensar en ese momento.

—¿Qué hará tu novio cuando descubra que te has ido sin él? —me preguntó, encendiendo el motor.

En vez de mirarlo, giré la cabeza para contemplar la oscura noche a través del cristal de mi ventana.

—Se va a volver loco de celos —respondí, resistiendo las ganas de poner los ojos en blanco.

En realidad, lo más probable es que regresara corriendo a lado de Zoella para continuar con su sesión de besuqueo en el segundo piso del club. Dejé escapar un suspiro. ¿Por qué aquello me molestaba tanto?

—Él no es bueno para ti —exclamó Christopher.

—¿Y tú sí? —me burlé, observando a un chico que salía del club. Era el mismo que había pagado mi boleto hace unas horas en la arena subterránea—. ¿Dónde está Lexie? —le pregunté, poniéndome el cinturón.

El chico se subió a un Chevrolet Impala de color negro y se marchó.

—No lo sé, no la he visto desde el viernes.

Su despreocupada despertó mi interés.

—¿No deberías estar en su casa cuidándola por lo de su nariz rota ahora que estás saliendo con ella? —inquirí, chasqueando la lengua con desaprobación—. Vaya, sin duda eres un novio terrible.

—Lexie y yo no estamos saliendo —soltó Christopher.

Me giré para mirarlo con las cejas fruncidas.

—¿Ah, no?

—No.

—Pero... —Eso no es lo que escuché el otro día en los baño del instituto, cuando Vicky, Olivia y Lorrie estaban hablando de lo feliz que se veía Christopher ahora que estaba saliendo con Lexie y no conmigo.

¿Será que lo habían dicho solo para molestarme?

En lugar de decirle eso a él, opté por quedarme callada durante todo el camino a casa. Al llegar, detuvo el coche frente a la fuente de la entrada y le echó un vistazo a las ventanas. Todas las luces estaban apagadas.

—¿Tus padres siguen fuera de la ciudad? —preguntó con cuidado, haciendo una pequeña mueca.

Christopher era la única persona que sabía lo delicado que era el tema de mis padres para mí.

—Sí —respondí en voz baja, retorciendo los dedos sobre mi regazo.

Desde el día en que nací, fui criada por Dorothea Morgan Russell, mi abuela paterna quien, en aquel entonces, yo creía era mi madre. Un día, cuando cumplí ocho años de edad, mi abuela me enseñó una vieja fotografía y me explicó que las personas en ella eran mis padres. Recuerdo que en vez de preguntarle algo como «¿Y dónde están?» o «¿Por qué nunca vienen a verme?», le pregunté «¿Entonces tú no eres mi mami?». Mi abuela sonrió, me acarició dulcemente la cabeza y dijo «Quizás yo no te di a luz, ma chérie, pero también soy tu madre».

Una semana más tarde, mi abuela enfermó gravemente y falleció, dejándome sola.

Fue entonces cuando a mis ocho años de edad, conocí por primera vez a mis padres.

Ambos asistieron al funeral de mi abuela para decidir qué harían conmigo ahora que ella se había ido. Mi padre, un hombre alto, guapo y rubio que además parecía una estrella salida de Hollywood, declaró que no podía hacerse cargo de mí debido a que viajaba mucho por cuestiones de trabajo. Por otro lado, mi madre, una mujer hermosa cuya belleza era verdaderamente hipnotizante, argumentó que tampoco podía cuidarme ya que una niña de mi edad solo le causaría muchísimos problemas. De modo que, al final, terminaron comprándome una mansión de tres pisos en uno de los barrios más ricos de Seattle y contrataron a un montón de personal.

A día de hoy, Hank era la única persona que seguía estando a mi lado.

—Gracias por traerme —me apresuré a decir, desabrochándome el cinturón de seguridad.

Sin embargo, antes de que pudiera salir del coche, Christopher me detuvo sujetándome del brazo.

—Ellie... —comenzó lentamente, lamiéndose los labios. Intenté liberarme de su agarre, pero él no me soltó. Sabía lo que estaba a punto de decir. Lo sabía y aun así no quería escucharlo. No cuando lo único que conseguiría con eso era hacerme más daño del que ya me había hecho—. Todos cometemos errores, ¿no es así?

Permanecí inmóvil en mi sitio sin saber qué decir. ¿Qué es lo que esperaba que dijera?

—Desearía poder volver el tiempo atrás y jamás haber hecho lo que hice, pero no puedo, es imposible —continuó, apretando ligeramente los dientes—. Dime, Ellie, ¿qué es lo que debo hacer para recuperarte?

Sentí un pinchazo de dolor alrededor de mis costillas. ¿Quería recuperarme? ¿En serio?

—Christopher... —suspiré, pensando en una respuesta que no sonara grosera.

—Te amo —confesó de pronto, dejándome aturdida.

Pestañeé varias veces y después fruncí el ceño. Lo miré como si acabara de decir un disparate.

—¿Te volviste loco? —exclamé, apartándome de él.

Christopher negó con la cabeza y repitió con una voz relativamente firme:

—Te amo.

Intenté mantener una expresión indiferente en mi rostro, pero no funcionó. Mi tolerancia había llegado a su límite. Apreté los dientes con fuerza mientras sentía una oleada de rabia creciendo lentamente en mi interior.

Estaba tan enfadada que podría haberle dado un puñetazo.

—Si me amaras, jamás habrías hecho lo que hiciste —solté de forma cortante.

—Ellie...

—Todo este tiempo no he dejado de hacerme las mismas preguntas —lo interrumpí, notando la humedad acumulándose en las comisuras de mis ojos. Pronto, esas lágrimas se deslizaron por mis mejillas—. ¿Qué hice mal? ¿En qué me equivoqué? ¿Por qué me engañaste? —Afligido, Christopher levantó una mano para tocar mi cara, pero me aparté con la mayor frialdad posible—. Dime, ¿qué es lo que debo hacer para que me dejes tranquila?

La expresión en su rostro se contorsionó. Abrió la boca para decir algo más, pero el timbre de mi teléfono celular resonó en el interior del coche. Al sacarlo del bolso, la pantalla se iluminó y vi un mensaje de Hunter.

« ¿Dónde demonios estás? »

Christopher emitió algo parecido a un bufido.

—¿Así que eso es lo que quieres? —me preguntó, fulminando el nombre de Hunter en la pantalla—. ¿Que te deje tranquila para que puedas seguir divirtiéndote con ese delincuente? ¿Al menos sabes lo que estás haciendo?

En lugar de responder, dejé escapar un suspiro. No tenía ganas de discutir.

—De nuevo, gracias por traerme —le dije, abriendo la puerta para salir del coche.

—Ellie —me llamó una vez más, pero no me volví para mirarlo.

—Conduce con cuidado —me despedí en voz baja.

Después de recorrer el camino de piedra para entrar a la casa, apoyé la espalda en la puerta, me deslicé contra la madera hasta sentarme en el suelo. Sola en el recibidor de esa colosal mansión, más y nuevas lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, empapando rápidamente mis mejillas. Se me hizo un nudo en la garganta.

—Yo también te amo —susurré cerrando los ojos, abrazando mis rodillas—. Pero es hora de dejarte ir.

A veces alejarte de alguien con quien quieres estar, aun sabiendo que ese alguien solo te causa dolor, es un verdadero acto de amor. Un verdadero acto de amor hacia ti mismo.

Conciliar el sueño esa noche fue un trabajo verdaderamente difícil. No dejaba de dar vueltas en la cama repitiendo una y otra vez los sucesos que habían ocurrido esos últimos días. Finalmente, cuando todo el cansancio que tenía acumulado me venció, tuve un sueño de lo más extraño. El protagonista de mi sueño no era yo, sino un chico que se encontraba encadenado en una habitación, destrozando todo lo que estuviera a su alcance. Era como ver a una bestia enjaulada haciendo hasta lo imposible por deshacerse de esas gruesas cadenas a como diera lugar. Sus gritos eran tan grotescos y desgarradores que cualquiera podría sentir su sufrimiento.

¿Cuál era la razón de su dolor? ¿Cuál era la razón de su sufrimiento?

De pronto, todo se volvió oscuro y sus gritos se detuvieron. Cuando un rayo de luz iluminó la silueta de aquel chico, vi de quién se trataba. Su piel era increíblemente pálida y su cabello de un rubio casi blanco. Tenía los puños apretados con fuerza a sus costados mientras me miraba fijamente con una expresión cargada de odio.

—Jamás los perdonaré —exclamó con una voz tan fría como el hielo, clavando sus ojos grises en los míos. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo—. Haré que paguen en carne propia todo lo que me hicieron.

Mis ojos se abrieron de golpe.


—¿Estás bien? —me preguntó Lisa, intentando abrir la puerta de su casillero—. Pareces enferma.

—Estoy bien —respondí, levantando las comisuras de mis labios en una sonrisa.

Lo cierto era que no estaba bien. Me sentía muy cansada luego de no haber podido dormir debido a esa extraña pesadilla. ¿Por qué había soñado con el chico que pagó mi boleto en la arena subterránea? ¿Era alguna clase de señal para que le pagara esos cincuenta dólares o me pasarían cosas malas?

—¿Estás segura? —insistió Lisa, dándole de golpes a la puerta de su casillero—. ¿No quieres ir a la enfermería?

—Estoy bien, solo estoy un poco cansada. —Hice una mueca con los labios—. ¿Necesitas ayuda con eso?

Lisa suspiró antes de hacerse a un lado.

—Siempre se queda atascado, creo que la vida me odia.

—¿Por qué no le pides al director Presley que te asigne otro casillero? —exclamé, tirando de la puertecilla que se negaba a abrirse—. Llevas todo el año con este problema.

—No quiero otro casillero, me gusta mucho este —se quejó, cruzando los brazos sobre su pecho—. Tengo la máquina expendedora a un lado y el baño está justo enfrente. ¿Qué más puedo pedir?

Hice un último intento por abrir la puerta, pero esta siguió sin ceder. Dejé escapar un gruñido.

—Quizás deberíamos ir por el conserje... —jadeé, tirando con más fuerza—. Esto está muy atascado...

—¿Quién necesita al conserje cuando te tengo a ti? —murmuró Lisa, dando brinquitos como una niña pequeña—. Solo acumula tu chaka en las manos y dale un puñetazo como el que le diste a Lexie en la nariz.

Casi di un traspié hacia atrás.

—¡Deja de decir lo del puñetazo en voz alta!

—¡Vamos, que no te dé pena!

—¿Necesitan ayuda? —exclamó alguien detrás de nosotras.

—¡Trevor! —chilló Lisa, dándose la vuelta para mirarlo—. ¿Qué tan bueno eres dando puñetazos?

—El mejor —respondió él, alzando la barbilla con orgullo.

—Entonces dale uno a mi casillero, la puerta está atascada y a Ellie le da vergüenza mostrar sus asombrosos poderes frente a los muggles. ¿Sabías que le rompió la nariz a Lexie de un puñetazo?

—¡Lisa! —me quejé, pero ambos me ignoraron.

—¿En serio? ¿Cuándo fue eso?

—El día del partido.

—No puede ser, ese día estaba tirado en el suelo porque...

Una mano me cubrió la boca desde atrás y luego me alzaron por la cintura para llevarme al interior del cuarto de mantenimiento del primer piso. Fue tan rápido que ni Lisa ni Trevor notaron que desaparecí.

—¿Quieres explicarme por qué demonios te fuiste sin avisarme anoche? —me reclamó Hunter, furioso, arrinconándome contra uno de los estantes con productos de limpieza—. Estoy esperando una respuesta.

Irritada, me quité su mano de la boca y lo fulminé con la mirada.

—¿Cuál es tu problema? —espeté, igual de furiosa que él—. ¿Acaso vas por la vida secuestrando personas?

—¿Cómo te fuiste a casa anoche? —gruñó, acercando su rostro al mío con esa actitud de chico malo—. Te dije que no te alejaras de la maldita barra, pero cuando regresé ya no estabas. Te busqué por todo el puñetero lugar.

—No creí que te importara si me iba, después de todo, parecías estar muy ocupado.

—¿Ocupado? —repitió, frunciendo las cejas—. ¿De qué demonios hablas?

Dejé escapar un bufido.

—Te vi, ¿vale? Estabas con... esa chica.

Vaciló unos segundos antes de preguntar:

—¿Qué fue lo que viste exactamente?

Ugh, de verdad era un idiota.

—Estabas besándola.

Chasqueó la lengua con desdén.

—Corrección, ella me besó.

Puse los ojos en blanco.

—Da igual, el punto es que cuando los vi, parecían dos animales fornicando.

—¿Fornicando?

—Tú sabes de lo que hablo.

Una sonrisita arrogante tiró de sus labios.

—¿Estás celosa?

—¿Qué? ¡No, por supuesto que no! —resoplé y lo empujé con todas mis fuerza—. Se supone que estamos saliendo, grandísimo idiota. ¿Quieres que te recuerde cuáles fueron las condiciones de nuestro pequeño trato?

Esta vez fue él quien resopló.

—No es necesario, las recuerdo perfectamente.

—Entonces deja de salir corriendo detrás de tu exnovia cada vez que tienes la oportunidad. Si la persona equivocada llegara a verte con una chica que no soy yo, el rumor se esparciría demasiado rápido.

—Vale, vale. No dejaré que eso vuelva a suceder, ¿de acuerdo?

Sin embargo, en lugar de sentirme mejor, el resultado fue todo lo contrario. Sin importar cuanto lo intentara, no conseguía sacarme de la cabeza la imagen de esos dos besándose en el club. Una vez más, comencé a sentirme terrible al saber que yo era la única que estaba interponiéndose en lo que sea que ellos tenían.

—Escucha... —comencé, mordiéndome el interior de la mejilla—. Sé que tú y esa chica tenían una relación mucho antes de que yo llegara y... también sé que gracias a mí ustedes pelearon y ahora no pueden estar juntos. —Tragué saliva y me preparé para decir aquello en lo que había estado pensando toda la noche—. Si quieres podemos apresurar las cosas y fingir una pelea frente a toda la escuela. De esa forma puedo decir que terminamos y tú podrás arreglar las cosas con ella, con Zoella.

Hunter ladeó la cabeza hacia un lado y arqueó una de sus cejas.

—¿Ya te cansaste de fingir que sales con un delincuente?

—No, no es eso...

—¿Entonces a qué se debe tu repentino cambio?

Avergonzada, bajé la mirada a nuestros pies.

—Cuando te vi con Zoella anoche yo... entendí que yo no soy más que una intrusa —murmuré, retorciendo los dedos detrás de mi espalda—. Desde el principio no he hecho más que decir un montón de mentiras y lo peor es que te he obligado a seguirme el juego —hice una pequeña pausa antes de continuar—. Sin mencionar que destruí la relación que tenías con esa chica solo porque no quería quedar en ridículo. Eso es... realmente patético.

Hunter me miró fijamente sin decir nada, por lo que comencé a ponerme más nerviosa.

—Yo solo... no pensé que... siento mucho haber...

De pronto y sin previo aviso, Hunter deslizó las manos por mi cuello y me besó profundamente, haciéndome soltar un gemido sorpresa. Cuando sus labios dejaron los míos, lo miré muy confundida.

—No me molesta en absoluto seguir ayudándote con toda esta farsa —exclamó sin dejar de mirarme los labios—. Pero, si lo que quieres es fingir una pelea y terminar con esto de una buena vez por todas, solo tienes que decirme cómo y dónde quieres hacerlo. Estoy dispuesto a hacer lo que sea que tú me pidas.

—¿E-estás seguro de que no estoy causándote problemas? —le pregunté con las mejillas enrojecidas—. Quiero decir... ¿no te importaría continuar con nuestra pequeña farsa solo un poquito más de tiempo?

Me acarició suavemente la barbilla con el pulgar.

—Quiero seguir haciéndolo.

—¿Por qué? —quise saber—. Cuando te propuse el trato no parecías muy contento con todo esto.

Se limitó a encogerse de hombros.

—Es más divertido fingir ser tu novio que ser solo el chico que hace temblar de miedo a toda la escuela.

Se me escapó una sonrisa.

—Así que eres consciente del miedo que causas en los demás, ¿eh?

—Si te soy sincero, la verdad es que lo disfruto.

Me eché a reír y Hunter sonrió satisfecho.

—Entonces... ¿estamos bien?

—Estamos bien.

—¿Seguro?

—Seguro.

—Bien.

Una vez más, acercó su rostro al mío y, justo cuando creí que iba a besarme, dijo:

—Deberíamos salir de este lugar antes de que se corra el rumor de que hemos estado fornicando.

Un rubor se extendió por mis mejillas. Cuando Hunter y yo salimos del pequeño cuarto de mantenimiento, lo primero que noté fue que Lisa y Trevor seguían luchando arduamente por abrir el casillero.

—¿Qué están haciendo esos dos? —me preguntó Hunter al verlos hacer una especie de palanca.

—Intentan abrir el casillero de Lisa —expliqué, negando con la cabeza—. Parece que se ha quedado atascado.

En vez de ofrecerse a ayudar, Hunter se encogió de hombros.

—Bueno, no es mi problema —soltó dándose la vuelta.

—¡Espera! —lo llamé, tirando de su brazo—. ¿Qué tal si les das una mano?

Su mirada se dirigió a mis labios.

—Si lo hago, ¿me darás a cambio?

Lo pensé durante un momento.

—Te daré diez dólares.

Suspiró algo decepcionado.

—No quiero tu dinero, nena. Lo que quiero es...

—Te daré veinte.

—Hecho.

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