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Capítulo 11 | El lado oscuro de Hunter Cross

Ese mismo día, después de las casi dos horas en detención, me pasé el resto de la tarde haciendo los deberes de Biología, Algebra e Historia encerrada en mi habitación. A las ocho en punto, después de que los últimos rayos de luz comenzaran a desvanecerse en el oeste, bajé a la cocina para preparar la cena. Como tenía una semana entera sin probar una comida de verdad, decidí cocinar mi especialidad: pasta con camarones.

Mientras freía los camarones en una sartén con aceite, se me ocurrió llamar a Hunter para invitarlo a cenar.

Cross —contestó fríamente después del tercer tono.

Me ruboricé. Su voz sonaba mucho más profunda a través del teléfono.

—Soy yo.

¿Quién?

—Ellie —gruñí, retirando la sartén del fuego.

¿Cómo conseguiste mi número? —preguntó, no se escuchaba muy contento.

Me coloqué el teléfono entre la oreja y el hombro para colar la pasta de la olla.

—El otro día me enviaste un mensaje, ¿ya lo olvidaste?

Escuché que suspiraba.

Mierda... es verdad.

Sonreí. Al parecer, el hecho de que yo tuviera su número de teléfono le molestaba.

—¿Ya cenaste?

No.

—¿Te gustaría cenar conmigo? —le pregunté, secándome las manos en el delantal—. Estoy preparando pasta con camarones y, solo para que lo sepas, la comida que preparo está para chuparse los dedos.

Tardó un rato en responder. Cuando lo hizo, su voz fue un poco más cálida.

No puedo, nena, quizás otro día. Ahora mismo estoy muy ocupado.

—¿En serio? —probé la salsa antes de mezclarla con la pasta y los camarones—. ¿Qué estás haciendo?

Me estoy preparando para una pelea.

Casi dejé caer el celular.

—¿Vas a pelear? —exclamé sorprendida—. ¿En dónde?

No te voy a decir.

—¿Qué? ¿Por qué no?

Porque no es la clase de sitio que una chica como "tú" debería frecuentar.

—¿Una chica como "yo"? —repetí, encarando una de mis cejas.

Alguien lo llamó y Hunter se apartó el teléfono para responder algo que no logré comprender. Segundos más tarde, escuché que suspiraba de nuevo.

Tengo que irme.

—Pero...

Colgó.

Resoplé involuntariamente. Dejé mi celular sobre la barra de la cocina y miré el tazón de cerámica lleno de pasta con camarones. Era demasiada comida para mí.

Mientras me servía una porción en un plato, llamé a Lisa.

Hola, doctora Dolittle, ¿qué tal? —respondió casi enseguida.

Por el sonido de los disparos de fondo, supe que estaba jugando videojuegos en su habitación.

—¿Doctora Dolittle? —inquirí, llevándome un poco de pasta a la boca.

Si, ya sabes, como esa película en la que Eddie Murphy habla con los animales —escuché que le daba un golpe a su escritorio—. ¡Maldito idiota, te dije que no lanzaras la granada todavía! ¡¿Esperas que te salve el culo todo el tiempo?! —suspiró de manera dramática—. Lo siento, los jugadores de mi equipo son todos unos inútiles. En fin, ¿qué te dijo el perro de Christopher además de cosas obvias como: «Mi amor, te extraño. Por favor, vuelve conmigo»?

Que imitara la voz de Christopher me hizo reír.

—Me dijo que le rompí la nariz a Lexie en el partido del viernes.

¡Pff! ¿En serio? —se echó a reír con demasiadas ganas—. Ay, Dios mío, que buen karma. Apuesto mi varita de saúco y mi capa de invisibilidad a que aprovechará para hacerse la rinoplastia.

—No es gracioso, Lisa, le rompí la nariz.

¿Y qué? Esa desvergonzada se acostó con tu ex. Además, escuché lo que te dijo durante el partido, se lo tenía bien merecido —chasqueó la lengua—. Como diría Nikola Tesla, para cada acción hay una reacción.

—Nikola Tesla no dijo eso.

¿Ah, no? ¿Entonces quién fue? ¿Leonardo da Vinci?

Me atraganté con un camarón de mi pasta.

—No, boba, es la tercera ley de Newton.

Gárgolas galopantes, supongo que tendré que repetir el examen. Bueno, da igual.

Suspiré. En serio, Lisa necesitaba dejar de jugar tantos videojuegos y comenzar a estudiar un poco más.

—Por cierto, ¿será posible que tengas el número de Trevor? —le pregunté, cambiando de tema.

Eso creo, el domingo me envió un mensaje en el que decía algo sobre haber escrito un fanfic de Star Wars de nosotros.

—¿Qué?

Lo sé, yo también dije: «¿Star Wars? ¡Ugh, guácala!». He intentado ver las películas pero siempre, siempre, siempre me quedo dormida. Son demasiado aburridas, nada que ver con las películas de mi poderosísimo Harry Potter.

—¿Puedo pedirte un favor?

Claro, lo que quieras, "favor" es mi segundo nombre.

—Creí que tu segundo nombre era "caliente".

Tengo muchos nombres, ¿sabes?

Me volví a reír.

—Verás... necesito que llames a Trevor y le preguntes la dirección del sitio en el que Hunter va a pelear esta noche.

¿Estás de broma? ¿Además de estar buenísimo y tener pinta de asesino, también participa en peleas clandestinas?

—Umm... bueno, algo así.

Vale, déjamelo a mí. Cuando tenga la dirección de ese sitio te la enviaré por un mensaje de texto.

Una sonrisa tiró de mis labios.

—Eres la mejor.

Lo sé.

Después de terminar la llamada, devoré con un hambre voraz lo que había en mi plato y guardé el resto de la pasta con camarones en el refrigerador. Estaba segura de que Trevor no iba a ser capaz de resistirse a los encantos de Lisa, por lo que terminaría dándole la dirección. Y como no tenía nada mejor que hacer esa noche, decidí que visitaría el lugar que, según Hunter, no era la clase de sitio que una chica como "yo" debería frecuentar.

Subí a mi habitación, me cepillé los dientes y me puse un par de broches de mariposas plateadas en el pelo, dándole más volumen. De mi armario saqué una falda de lunares rosa, una top blanco con mangas de farol, medias blancas que me llegaban hasta la mitad de las rodillas y botas marrones de tacón para verme más alta.

Mientras me miraba reflejo del espejo, recibí un mensaje de Lisa con la dirección del lugar. Con una sonrisita triunfal en el rostro, tomé la correa de mi bolso y llamé a Hank.

En sitio en el que Hunter iba a pelear, era un lugar llamado la «Arena Subterránea», ubicado en los suburbios de Seattle, casi a las afueras de la ciudad. Las calles estaban llenas de basura, los postes de luz mercurial no funcionaban, y la mayoría de los edificios de ladrillo parecían fabricas abandonadas hacía mucho tiempo.

A pesar de esto, el lugar estaba atestado de personas.

—Primero me pide que la lleve a Fremont y ahora al subterráneo de los suburbios —exclamó Hank, mirándome con una expresión severa a través del espejo retrovisor—. ¿Debería preocuparme?

Me parecía gracioso que ese hombre se preocupara más por mí que mis verdaderos padres.

—Solo he venido a encontrarme con alguien, no estaré aquí durante mucho tiempo.

—Este lugar es muy peligroso —insistió, negando repetidamente con la cabeza—. Cuando sus padres descubran la clase de lugares que ha estado visitando últimamente, van a preocuparse.

Sí, claro.

—Está bien, no es como que se preocupen demasiado por mí —murmuré, desabrochándome el cinturón de seguridad para salir del auto—. Gracias por traerme, Hank. Te veré mañana.

—Tenga mucho cuidado. Si en algún momento se siente incómoda o en peligro, por favor no dude en llamarme. Sin importar la hora que sea, ¿de acuerdo?

—Lo haré —respondí, sonriendo para tranquilizarlo.

Tras despedirme de Hank, hice mi camino por las calles de los suburbios, adentrándome en esa sombría y peligrosa parte de la ciudad. No mucho tiempo después, me encontré siguiendo a un grupo de chicos y chicas vestidos de manera muy extraña, a un local de mala muerte cuyo cartel luminoso decía en letras terriblemente grandes: «Arena Subterránea». En la entrada, detrás de un mostrador, había un hombre que parecía un enorme gorila, vendiendo boletos para poder entrar. Me formé en la cola con la esperanza de encontrar a Hunter dentro.

Cuando llegó mi turno, el grandulón de la entrada arqueó una ceja al ver mi atuendo.

—¿Te perdiste, preciosa? —preguntó, inclinándose sobre el mostrador para acercar su rostro al mío.

Apreté un poco los dientes. Su aliento era asqueroso.

—No, estoy aquí buscando a alguien.

—¿A quién? Quizás pueda ayudarte a encontrarlo.

—Su nombre es Hunter, Hunter Cross.

—¿Vienes a verlo pelear? —chasqueó la lengua—. Su pelea está a punto de comenzar.

—Yo... eh... sí, he venido a verlo pelear —respondí sin saber muy bien qué decir.

—La entrada tiene un costo de cincuenta dólares —exclamó, estirando una mano hacia mí.

—¿Cincuenta dólares? —repetí incrédula, sacando la cartera de mi bolso. Hice una mueca. Había olvidado sacar dinero del cajero automático después de pagarle a Hunter—. ¿Aceptas tarjeta de crédito o débito?

El gorila me observó como si esperara que fuera una broma.

—Solo efectivo.

—¿No puedes dejarme pasar solo por esta vez? —le pedí—. Prometo pagarte más tarde, solo necesito...

—Imposible, preciosa, pero... —sonrió mientras me estudiaba de pies a cabeza con una mirada que me hizo sentir enferma—. Podría dejarte pasar si me pagas de otra manera.

Fruncí el ceño.

—¿En serio? ¿Cómo? —pregunté.

Ni de broma iba a darle mi cadena de plata o mis anillos.

—Solo tienes que ponerte de rodillas y...

En ese momento, la persona que se encontraba parada detrás de mí en la fila estampó dos billetes de cincuenta dólares en el mostrador. Se trataba de un chico muy alto y delgado, que iba vestido con una sudadera militar verde y pantalones oscuros. Su rostro, por otra parte, era un misterio debido a la gorra que llevaba puesta.

—Dale el maldito boleto —espetó, golpeándome el hombro izquierdo.

El gorila de la entrada emitió un gruñido antes de darle un boleto al chico y luego otro a mí. Con el boleto en mis manos, seguí al chico por el pasillo de la entrada hasta llegar a unas escaleras que llevaban hacia abajo.

—Gracias por ayudarme a entrar —murmuré, corriendo detrás de él. El chico caminaba tan rápido que me era muy difícil seguirle el paso—. Te pagaré, es solo que olvidé traer efectivo conmigo.

Sin embargo, él ni siquiera se detuvo para responder.

—No tienes por qué hacerlo —exclamó, con un acento extranjero

—No, de verdad voy a pagarte —insistí, siguiéndolo—. Pero primero necesito encontrar un cajero automático para... —cerré la boca de golpe cuando tropecé con uno de los escalones. Por fortuna, el misterioso chico que hasta ese momento se había negado a detenerse, me sujetó de la cintura justo a tiempo—. Gracias.

—Joder, ten más cuidado —se quejó, mirándome a la cara con una expresión de fastidio.

—L-lo siento —balbuceé, ruborizándome.

El chico suspiró, se quitó el gorro de la cabeza y se pasó una mano por el pelo. Me sorprendió ver que su cabello era rubio, casi blanco, y que sus ojos eran de un gris muy claro, del mismo tono que los míos.

—¿Es tu primera vez en este lugar? —me preguntó, intentando ser un poco más amable.

—Bueno, creo que eso es bastante obvio —respondí, sonriéndole.

Sin dejar de mirarme, ladeó la cabeza hacia un lado.

—¿A quién has venido a ver?

—Oh, esto... a Hunter Cross.

Su boca formó una media sonrisa.

—Me lo imaginaba.

—¿Lo conoces?

—Soy su más grande admirador.

La sonrisa en mis labios se extendió.

—¿En serio?

Asintió con la cabeza e hizo un gesto con la mano izquierda para que caminara junto a él.

El interior de la Arena Subterránea era enorme; las paredes estaban pintadas de negro y había un par de focos que colgaban del techo, iluminando el área en donde supuse, se llevaría a cabo la pelea principal de la noche. Decenas de personas estaban reuniéndose frente a los barandales que rodeaban el centro, mientras que el resto de ellas se sentaban en las gradas de piedra y ladrillo que se encontraban en la orilla de toda la arena.

¿Qué era este lugar? ¿Una especie de coliseo romano subterráneo?

—¿Quieres que te muestre el mejor lugar para ver la pelea? —me preguntó el chico, exigiendo mi atención.

—Seguro —contesté, acercándome a él.

El misterioso chico me llevó hasta el centro de la arena, haciéndome un lugar entre todo el gentío que se apretaba contra los barandales de metal. Una vez ahí, se colocó detrás de mí para que nadie me empujara.

—¿N-no es peligroso estar tan cerca de la pelea? —le pregunté, girando la cabeza para mirarlo.

Una oscura sonrisa cruzó por su rostro.

—Descuida, no dejaré que te suceda nada.

En ese momento, se escuchó una fuerte alarma resonando en toda la arena.

—¡Finalmente llegó el momento de la noche que todo el mundo ha estado esperando! —exclamó la voz de un chico a través de los altavoces del lugar, alborotando a la multitud—. ¡El enfrentamiento entre estas dos insaciables bestias!

Tuve que cubrirme los oídos para no quedarme sorda.

—¡En una esquina, tenemos a esta mole de noventa y cinco kilos, con una estatura de un metro ochenta y dos, el demonio traído desde el mismísimo infierno: El sanguinario Seth!

Tragué saliva. De un lado de la arena apareció un chico sin camiseta, terriblemente grande y musculoso, cuyo cuerpo estaba completamente cubierto de tatuajes, dándole una apariencia verdaderamente aterradora.

—¡Y en la otra esquina, tenemos a este hombre incapaz de sentir dolor, de ochenta y dos kilos de acero, con una estatura de un metro ochenta y ocho: la despiadada bestia Cross!

Sentí que se me dislocaba la mandíbula al ver a Hunter caminando hacia el centro de la arena, siendo iluminado por un rayo de luz igual que el otro chico. Vestía un par pantalones de gimnasio en color negro y llevaba el torso descubierto, exhibiendo con un gran orgullo los músculos de su cuerpo, al igual que los tatuajes que le cubrían la piel de los dos brazos. Su manera de andar irradiaba un exceso de confianza, reclamando atención y respeto con cada paso que daba.

Cientos de chicos y sobre todo chicas, estallaron en gritos.

—¡¿Ya hicieron sus apuestas?! ¡Esta pelea va a marcar historia! —gritó el chico por los altavoces.

Dios mío, ¿de verdad Hunter iba a pelear contra ese otro chico? No es que no confiara en él, es solo que, a pesar de que Hunter era más alto el otro tipo, Seth se veía mucho más grande comparado con él. Sin poder evitarlo, me acerqué más al centro de la arena para tener una mejor visión de lo que estaba a punto de suceder.

—¡¿Preparados?!

El chico que estaba tatuado de pies a cabeza, levantó los puños a la altura de su rostro.

—Voy a romperte la cara, niño bonito —exclamó Seth, apretando los dientes.

La boca de Hunter se arqueó en una media sonrisa, provocando que el grito de las chicas se hiciera más estridente.

—Lo dudo —respondió él con una sonrisa arrogante, ganando así la furia del otro tipo.

—¡Que comience el baño de sangre!

El primero en moverse fue Seth. Lo hizo tan rápido que abrí la boca sorprendida al verlo lanzar un golpe directo al rostro de Hunter. El problema fue que Hunter resultó ser todavía más rápido que él, por lo que terminó esquivando aquel derechazo con facilidad para luego llevar su puño izquierdo directo a la barbilla del moreno. Este escupió sangre e inmediatamente se echó para atrás, tocándose el área del golpe.

La sonrisa en el rostro de Hunter era la de alguien que se estaba divirtiendo a lo grande.

—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló, arqueando una de sus oscuras cejas—. Vamos, muéstrame más.

El rostro de Seth se contrajo por la ira. Entonces, comenzó a lanzar puñetazo tras puñetazo, tratando siempre de golpear a Hunter en el rostro, como si quisiera noquearlo. No obstante, ninguno de sus puñetazos logró acertar a su objetivo. Era como si Hunter supiera exactamente a qué lado moverse o girar para evadir todos sus golpes. En cuanto Seth comenzó a respirar con dificultad, Hunter le lanzó un segundo puñetazo y un fuerte sonido hizo eco en toda la arena. Hice una mueca de dolor, probablemente acababa de romperle la mandíbula.

Después de eso, Hunter comenzó a repartir golpe tras golpe sin detenerse y, por supuesto, sin fallar ninguno de ellos. Cuando el chico no pudo resistir más puñetazos, cayó al suelo de cemento con un ruido sordo.

La arena entera estalló en gritos.

Seth intentó levantarse, pero sus brazos no daban para más. Tenía la cara terriblemente hinchada y de su boca no salía otra cosa que no fuese sangre. Justo cuando creí que la pelea había terminado, Hunter se acercó al chico, ladeó la cabeza hacia un lado y lo miró con una expresión aterradora en el rostro.

—¡P-parece que tenemos un ganador! —se apresuró a decir el chico del altavoz, quien se oía nervioso y asustado al mismo tiempo—. ¡E-el vencedor! ¡L-la despiadada bestia Cross!

—¡Acábalo, acábalo, acábalo! —comenzó a gritar todo el mundo, agitando sus puños al aire.

—Levántate —exclamó Hunter en voz baja, con un tono de voz que no había escuchado nunca. Se me erizaron los vellos de todo el cuerpo—. ¿No me escuchaste, bastardo? He dicho, que te levantes.

¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no se detenía? Ya había ganado la pelea...

Hunter, que parecía una persona completamente diferente, se agachó para sujetar a Seth del cabello y lo obligó a levantar la cabeza para darle puñetazo tras puñetazo. Mi estómago se revolvió y di un paso atrás, chocando contra el pecho del misterioso chico de antes. Temblando de miedo, me aferré a uno de sus brazos mordiéndome el labio.

Dios mío, él... definitivamente iba a matarlo.

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