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𝗲𝗶𝗴𝗵𝘁. 𝗱𝗲𝗮𝘁𝗵 𝗲𝗮𝘁𝗲𝗿𝘀

Agosto 1994

Sembrar el caos era algo que los mortífagos adoraban, y lo demostraban siempre que tenían la oportunidad. Aquella noche, tras el último partido del Mundial de Quidditch, volvieron a manifestarlo. Enmascarados, alzaron por los aires a la familia muggle encargada de las rentas de los terrenos. Incendiaron tiendas de campaña y dieron rienda suelta al reinado del terror.

Aquila lo observaba todo desde el bosque, con el corazón en un puño, preguntándose qué había hecho esa gente para merecer lo que les estaba pasando.

—No pongas esa cara —le retó su hermana pequeña, Ariadna—. Esto es muy divertido, ¡mira cómo se retuercen! Ni que fueran capaces de soltarse, sucios muggles.

Ariadna comenzó a reír de forma mezquina, a lo que su primo, Draco, se unió.

—Sí, todos se lo tenían merecido —apoyó Lynx, su otro primo. Él, por el contrario, no sonreía. Parecía aburrido.

El único que parecía no encontrar entretenida la situación era Caelum, hermano menor de Aquila, quien tenía la misma edad que Draco. Miraba hacia otro lado, sin dar crédito.

¿Tan podrida estaba su familia, que veía diversión en aquel sufrimiento? 

Aquila estaba empezando a comprender que todo lo que alguna vez había creído era una completa basura. ¿Valían más esas personas que ridiculizaban a una familia sin motivo alguno que unos muggles que no habían cometido ningún crimen?

Pasó un brazo por los hombros de su hermano, al que siempre habían querido hacer ver como el bicho raro, el traidor a la sangre, el Gryffindor. Caelum agarró su mano y le dedicó una mirada de comprensión; los dos estaban pasando por lo mismo. Lucius Malfoy, Eridanus Black y Cetus Black eran tres de los mortífagos que encabezaban la siniestra marcha, y ellos no se convertirían en algo semejante. 

Los otros tres, sin embargo, acabarían exactamente igual que sus padres, o peor.

Ariadna era una chica sádica que disfrutaba con aquello, no era difícil imaginarla haciendo cosas mucho peores en el futuro. Tal vez incluso podría acabar en Azkaban, como sus tíos Bellatrix y Perseus.

Lynx no era tan expresivo como Ariadna. Él era muy similar a su padre, cuyas únicas emociones estaban dirigidas a su profundo odio hacia los muggles. Era el único hijo de Nashira y Cetus Black, quienes habían estado a punto de ser encarcelados tras la guerra, al igual que Eridanus.

Su abuelo paterno fue asesinado por aurores. Gaia, su abuela, había muerto hacía menos de un mes, estando ingresada en el Hospital San Mungo. El padre de Lynx la había quemado del árbol, aunque nadie sabía el porqué.

Aquila se alejó con Caelum del agobio que su familia le estaba provocando en esos momentos. Nunca se había sentido tan saturada. Ella adoraba ser una buena chica, y quería hacer felices a sus padres. Deseaba que su familia se sintiera orgullosa, pero estaba replanteándose las cosas.

¿Acaso estaba ella orgullosa de su familia?

—Parece que por fin te das cuenta —habló el rubio— de que nuestra familia es una mierda.

Ella suspiró, fijando su vista en el suelo bajo sus pies. Caelum se apoyó en un árbol, preguntándose si habría recuperado a su hermana. ¿Era la misma que aquella que jugaba con él y lo protegía?, ¿esa Aquila que lo salvaba de sus demonios, la misma que le había apoyado en su primer día en Hogwarts, antes de que él quedara en Gryffindor?

«La mesa de Slytherin es la que está más a la derecha, la de la izquierda es la de Gryffindor», le había avisado, para evitar confusiones. Caelum era daltónico, y estaba muy nervioso por la selección. No quería meter la pata. «De todas formas, seguro que me verás, te saludaré, no te preocupes».

Sí que la vio, pero el sombrero no había gritado Slytherin, sino Gryffindor.

No era como si Aquila se hubiera portado mal con él desde entonces, pero ya no disfrutaban estando juntos como antes. Podrían haber pasado horas simplemente mirando las estrellas y señalándolas, identificando los nombres de sus familiares en el cielo nocturno.

Tal vez, ahora que ella empezaba a entrar en razón, podrían volver a ser los que eran. Cuando a los niños solo les asustaban los monstruos bajo sus camas. Ahora, esas bestias vivían dentro de sus familiares. 

Aquila no quería ser uno de esos monstruos. Nadie sufriría si ella podía evitarlo. Pero es inevitable causar daño a las personas, sobre todo a las que amas. Tus seres queridos son los que más sufren por ti. 

No puedes simplemente dejar de ser un monstruo cuando la bestia vive dentro de ti, en lo más profundo de tu ser, esperando al momento justo para atacar.

Y ese momento llegaría, Aquila, puedes tener certeza de ello. Tu bestia alzará la cabeza y atrapará a su presa con sus fauces, sin salida ni esperanzas.

Las bestias más bonitas son las que están escondidas debajo de tu piel, bajo tus entrañas, y despliegan sus majestuosas alas abriéndose camino para salir y arrasar con todos.







bueno si habéis leído Bouleversés ya sabéis que esta familia está trastornada, no iba a ser menos esta generación :)

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