Vino
El terrible dolor de las agujetas me atacó en cuanto me estiré en la cama, recién despierta, lo que auguraba un mal día, sobre todo teniendo en cuenta que era en el que me quedaba sola. Consideré gravemente en no salir de la cama dado que no podía mover demasiado los brazos y tenía la espalda para el arrastre. Sin embargo descubrí que era de noche, concretamente las doce en punto, lo cual me asustó en demasía al tiempo que me alivió, pues así tenía más razones para seguir acostada. Supuse que mis escasas horas de sueño se debían a los estragos que hacían los nervios en mi, al saber que se terminaba la cuenta atrás para quedarme sola con Chris Minipichín. Otro sobresalto fue el que me llevé cuando tocaron varias veces a mi puerta, y no regresó mi tranquilidad hasta que escuché la voz de Thyra preguntando si estaba aquí.
- Estoy despierta, adelante.
Thyra se introdujo en la habitación, directa a sacarme de la cama. Apenas me dio tiempo a reaccionar cuando me había empujado hasta mi armario.
- Thyra, ¡Thyra! ¿Qué estás haciendo? -me quejé.
En ese momento pude fijarme mejor en ella, al tiempo que me hablaba en griego, o puede que en un inglés tan acentuado que era imposible de entender. El caso es que la ropa que llevaba era más llamativa que de costumbre, una blusa o vestido largo estilo hippie con unas bermudas vaqueras y sandalias de tacón; eso sin contar todas las pulseras brillantes y collares que llevaba encima. Diría que se había vestido para ir de fiesta y no para viajar.
- No he entendido nada de lo que me has estado diciendo, ¿por qué estás sacando toda esa ropa de mi armario? ¿Ha pasado algo malo o qué? -pregunté alterada ante tanto alboroto.
Se giró y tomó mis manos, las cuales estaba agitando con nerviosismo sin haberme percatado de ello, las acarició como la madre que era, aunque no la mía, y liberó una de sus manos para ponérmela en el hombro.
- Calma... ¿Mejor? -asentí a su pregunta y prosiguió- Te estaba diciendo que nos vamos ya mismo de despedida y que debes ir bien guapa. Chris ha insistido en invitarnos al Kafenios y ya sabes cómo es de terco... Así que ya te estás poniendo ése vestido tan mono que tienes.
Cogió dicho vestido, que no recordaba haber metido, y casi me lo tiró encima, provocándome pillarlo con fuerza, para después empujarme al baño. Me cambié automáticamente a toda prisa, seguía muy desubicada con todo lo que estaba pasando pero de algo sí me había enterado, y era que me tocaba estar con Chris en un bar. ¡Yupi...!
Salí del aseo ya vestida y peinada con una simple trenza de lado, y con el collar del tridente de Poseidón como única joya. Me puse mis sandalias romanas y listo, ya estaba de camino al mencionado Bar, arrastrada por Thyra. Sin embargo, justo antes de entrar la pedí un momento de soledad, educadamente, a lo que aceptó encantada.
Inspira... Expira...
Muy bien, ya puedo pensar y, ahora, ¿qué narices es todo esto? Repasemos: son las doce de la noche, me he despertado, ha entrado Thyra y me ha obligado a ponerme un vestido para... Celebrar su despedida a cargo y cuenta de Chris... Bien, eso significa que... Efectivamente el día ya comienza fatal y apenas ha empezado.
Ante a enfrentarme a un Chris alcoholizado, tengo la alternativa de tirarme al mar, pero eso apenas mejoraría la situación. Lo mejor será que entre y, si puedo, le tiro la bebida a Chris o lo que sea con tal de fastidiarle un poco; no estoy en el mejor momento para pensar en formas de chafarle así que voy dentro y que sea lo que tenga que ser. Justo antes me miro en el reflejo que hace un cristal, a efecto espejo, y veo lo mal que me queda el vestido color granate. Es de manga larga y con escote en la espalda, de vuelo y no llega a mis rodillas; el problema es que me hace mucho culo, demasiado, y no estoy ahora mismo para aumentar mi complejo al respecto. Poco queda para que las cosas sean aún peores, así que entro ya porque cuanto antes empiece, antes terminaré.
Me encuentro con un pequeño antro modernizado, que se parecía más a un pub irlandés que a una tasca típica de pueblo. Al llegar a la barra donde veo a Argus, me doy cuenta de que el antro no es tan pequeño ya que tiene una pequeña zona despejada de mesas y un minúsculo escenario que, al parecer, está dedicado al karaoke. Alguien está cantando pero no presto atención y me decido a saludar a Argus, quien, al verle mejor, va bastante bien con una camiseta azul y unos pantalones oscuros que le hacen ver elegante y algo más.
- Argus -toco su brazo y le sonrío en cuanto se gira a verme.
- Hola -me sonríe de vuelta- ¿Qué vas a pedir? Tenemos barra libre -dice contentillo, desde luego nunca le había visto tan animado... Efectos de una buena cerveza, supongo.
- Una copa de vino -dije inconscientemente.
El grandullón pidió por mi, dejándome pensativa, sopesando si debí arrepentirme. Por una parte no me gustaba demasiado beber, pero por otra tenía muchas ganas de probar el vino de aquí, además el vino sí me gustaba siempre que fuera de los buenos; por otra parte me vendría bien algo de alcohol para amenizar cualquier contacto con el pichafloja.
- Hablando del rey de Roma... -murmuré.
- ¡Por la puerta asoma! Pensando en mi, ¿eh? -susurró eso último en mi oído, erizando cada vello que cubría mi piel.
Espeluznante era la palabra más acertada que podía describir ese momento. Primero es capaz de escucharme entre todo el ruido y segundo se atreve a susurrarme en el oído. Ni un fantasma me habría parecido más tenebroso. Eso sí, la suerte la tuvo él porque de no ser por que Argus me tendió la copa de vino, mis reflejos le hubieran dado una buena torta en su cara de atontado.
- Gracias -dije a Argus y seguidamente probé un sorbo- mmm... Es del bueno.
Alcé la mirada para encontrarme con aquellos ojos azules cuyo dueño me sacaba tanto te quicio y que aún seguía ahí. Pese a que no había demasiada luz en el lugar, ya que el color oscuro de la madera absorbía la mayor parte, logré atisbar el leve rubor de su nariz, mejillas y orejas.
- ¿Tengo algo en la cara?
- Sí.
- Pues estupendo... -me alejé un paso pero él no se inmutó- Vas a desgastarme la cara de tanto mirarme, ¿por qué no te vas con esas leonas que están a punto de lanzarse a por ti? Son de tu tipo.
- ¿De mi tipo? No sabes cuál es mi tipo.
- Oh... Sí que lo sé, tu tipo son las modelos de piernas abiertas -espeté, después bebí un buen trago.
- Al menos yo no me lo monto en el jardín -farfulló con el ceño fruncido, para después irse con esas tías.
- ¿Estás flipado? -exclamé- Deja de beber, ya te ha afectado demasiado, chaval.
- No te hagas la tonta -discutió- os escuché perfectamente a vosotros dos -nos señaló a Argus y a mi.
- Creo que te estás confundiendo... -mordí mis labios, ante mis ganas de reír por su ataque de lo que quiera que fuera.
- Yo creía otra cosa, me he confundido contigo -sentenció decepcionado.
Miré a Argus y Argus me miró a mi, los dos nos encogimos de hombros y continuamos bebiendo. Thyra se unió a nosotros, animándonos a cantar, así que supuse que la del escenario había sido ella.
- Necesitaré otra copa para subir ahí, Thyra, además soy un muermo -me excusé, sin mentir.
- ¡Eso es lo de menos! Mira qué bombón estás hecho, ¿a que sí, Argus?
El gigante asintió despistado, pidiéndome otra copa, adivinando que realmente me iba a hacer falta cuando vio que, de un último trago, acabé todo el contenido de la que ya tenía. Por su parte, la mujer siguió insistiendo hasta que acepté, pero con la condición de que permitiera que el vino me desvergonzara un nivel más. No tuvo que transcurrir demasiado tiempo para que la segunda copa de vino hiciese mella en mi organismo, con lo que pedí mi canción favorita y subí al escenario recién despejado. Procuré no tropezarme con ninguno de los cientos de cables que cruzaban el lateral por el cual accedí a la tarima y, sin graves percances, llegué al micrófono. El DJ esperaba mi señal, sin embargo mi mente estaba demasiado espesa buscando una cara que no encontré; fue el saludo efusivo de Thyra el que me devolvió al mundo y un gesto el que dio comienzo a la música. Comencé a cantar, sin necesidad alguna de leer la letra puesto que me la sabía de memoria, me dejé llevar y así disfruté sacando lo mejor de mi a través de mis cuerdas vocales.
Fue en la última parte cuando se hizo visible, creándome la sensación de que era el único espectador que se encontraba en el lugar y que el tiempo se había ralentizado, como en una de esas películas de la gran pantalla.
- ...And if we only live once, I wanna live... with you...
Agaché la cabeza y solté una breve carcajada, evitando la mirada de cualquiera y regresé a la barra tan rápido como pude, a refugiarme tras la enorme figura de Argus.
- ¿Me pides otra? Qué vergüenza, por Zeus.
- ¡Carolina! Tienes fonís theá
- Sí... -contesté sin tener la menor idea de lo que acababa de decirme.
- Ésta es la tercera -enunció Argus, ofreciéndome otra copa de vino, algo serio- y la última.
- La última -afirmé con miedo en el cuerpo, aunque diera un sorbo, nada más tener la copa agarrada, que sofocó mi cuello, el tono de él consiguió crearme el mismo efecto que me hubiera hecho un balde de agua fría derramado sobre mi.
Poco tiempo permaneció esa sensación de estar petrificada a causa del sonido de unas estruendosas risas de hienas en celo, o eso parecían, provenientes del círculo de leonas ahora apresaron al minipichín. No estoy segura de si lo que hizo fue huir o ir animado por ellas hacia el escenario, pero fueron sus andares tambaleantes los que delataron cuán animado estaba. Se auguraba un buen espectáculo, las leonas en celo aplaudiéndole, Thyra uniéndose a ellas y Argus subiendo con él. Esa situación me estaba gustando demasiado, tanto que habría dado lo que fuera por tener mi móvil para grabarlo. Tomé otro buen trago, el más delicioso de toda la noche y me dejé llevar hacia el disfrute de ver el ridículo ajeno más gratificante del que podía ser testigo, el ridículo de pichafloja.
La primera alegría fue verle caer por culpa de los cables que yo logré evitar en mi aparición estelar, lo segundo tirar el micrófono y darse en sus minúsculas partecillas y tercero, el conjunto de bailecitos raros que más bien parecían intentos de apagar colillas, mientras atrapaba moscas invisibles con la mano libre. Pero, sin duda, lo mejor de todo fue oírle cantar, sin pronunciación alguna, la canción de la Macarena y bailar el estribillo en desincronización con Argus. "Dale a tu cuerpo alegría, Macarena; que tu cuerpo es pa' darle alegría y cosa buena. Dale a tu cuerpo alegría, Macarena. ¡Ay, Macarena! ¡Ah ay!"
Terminé la copa y fui corriendo al baño, porque tanto me reí que por poco hubiera mojado el suelo. Hice lo debido y después me lavé las manos. También me miré al espejo e inmediatamente me arrepentí de ello. Tres copas fueron demasiadas para mi, cosa que saltaba a la vista nada más ver la cara de loca que se me había quedado. Pero me importó tres pimientos y me reí de ello hasta que de pronto apareció el payaso de turno a invadir mi espacio personal.
- ¿Qué estás haciendo en el baño de chicas? -pregunté pero le tapé la boca con mi mano impidiéndole contestar ya que se me ocurrió la respuesta correcta- ¡Porque tu picha es tan enana que ni tienes!
Otro ataque incontrolable de risa se apoderó de mi, sin impedírselo.
- ¿Y esto qué es? -reprochó, estrujando rápidamente mi mano contra su paquete.
- Esto es... eh... -le estrujé el paquete sin confiar en lo que me decía mi sentido del tacto- esto es un plátano que te has puesto ahí, ¿a que sí?
Continué riéndome, quitando la mano de su entrepierna para coger las suyas y estrujarlas contra mis pechos.
- ¡Estos sí son de verdad! Y seguro que los primeros que no son de plástico, lo sé, pillín -le guiñé un ojo, divertida- pero ya puedes soltar... ¡Guarro!
- Habla por ti, jardinera -me retó acercándose más a mí.
- ¿Sigues con eso? Oye que si tanto te molestó yo te lo cambio encantada.
- No, gracias, no me va ese rollo.
- ¿Trabajar? Ya lo sé, niño vago, pero no iba a dejar al pobre deslomarse por la palmera esa -expliqué.
- ¿De qué palmera estás hablando?
- De la misma que tú, la del jardín que ayudé a podar a Argus... No te enteras de nada -exclamé con indignación.
- Entonces... Me estás diciendo que tú y Argus estuvisteis en el jardín...
- Podando la palmera -continué por él- ¡Acabo de decírtelo, empanado!
- ¿Así es como lo llamáis? No me esperaba esto de ninguno...
- Yo lo llamo así, no sé cómo dirás tú cuando le cortas las ramas a un árbol. Al menos sabrás lo que es, ¿no?
Chris no contestó, quedándose pensativo al tiempo que mis neuronas encontraron la lógica a la conversación de besugos que estábamos teniendo.
- ¡Tú te creías que nos habíamos liado! -exclamé rompiendo en carcajadas, dejándole bastante serio- Oh, vamos, no pongas esa carita... -puse mis pulgares en la comisura de sus labios, subiéndola para hacerle sonreír.
- Déjame... -pidió, alejando mis manos de su cara.
- No te enfades... -le mendigué y por pena le rodeé con mis brazos.
Después no recuerdo del todo bien lo que sucedió. Mi mente estaba vacía, a excepción del impulso primitivo que controlaba mis acciones. Sé que empecé a notar frío en la espalda y el calor de su cuerpo pegado a mi torso. Y que sus gruesos labios se volvieron carnívoros contra los míos, mientras sus manos ayudaron a mis piernas a enroscar su cintura. Mi resbaladiza entrepierna buscó absorber el duro bulto que notaba en la suya, pero sus vaqueros se interpusieron. Al tiempo, mi lengua se coló en su boca para fusionarse con la suya, húmeda y apetitosamente carnosa. Entonces mis manos fueron testigos de la suavidad de su cabello, mis oídos de sus graves gemidos y suspiros entre nuestros largos besos, y mis fosas nasales de una mezcla de alcohol y un dulzor espeso como el chocolate negro.
La realidad golpeó nuestra breve estancia en el Olimpo cuando la puerta topó contra su espalda, a tal velocidad, que el grave grito que le provocó caló de lleno en mi garganta.
Inmediatamente me bajé de él y me escabullí tan rápido como mis piernas debilitadas, por la poca estabilidad de mis rodillas, me lo permitieron. Sin embargo Thyra me detuvo ante mi actitud huidiza, preguntando preocupada si sucedía algo malo. Me negué y me despedí de ella y de su hijo apenas con un breve adiós antes de marcharme pitando. Lo único que quería era una buena ducha y meterme en la cama para no salir nunca más de allí.
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