Regresos
El hecho de haberme quedado dormida sobre una fría mesa de madera, sentada en una rígida silla, me dejó secuelas dolorosas. No obstante, los pinchazos en la espalda y la tortícolis en el lado izquierdo del cuello serían temporales. Por contrario, el pudor que me dió ser despertada por Thyra y ser devuelta a la cama por Argus podrían ser eternos; cama en la que Chris seguía sopa. Normalmente, no hablaba mucho y, en ese momento, nada, así que las miradas contaron más que de costumbre. De todas formas, el escozor de ojos era tan bestial que los cerré a tiempo de no ser más juzgada por el grandullón.
Quise estirarme en el escaso espacio del que disponía libre de Chris, quién estaba parapetado ocupando todo el colchón. Sin embargo, me di cuenta de que la quietud con la espalda estirada y las rodillas flexionadas apuntando al techo, aliviaban más que un chute de tranquilizantes para elefantes. No obstante, seguía inquieta por el suceso de la noche anterior. La parte de mi que tanto se negaba, comenzaba a ser muy débil, pero no podía arriesgarme, no estaba preparada. Mi mente sólo quería proteger a mi corazón, aunque al mismo tiempo lo estuviera marchitando.
Con esa batalla interna y una prolongada semana de jornadas de limpieza y reparaciones, nos plantamos en la mitad de octubre. Fue agotador y algo decepcionante que todo el esfuerzo resultara insuficiente, aunque la cuenta bancaria del actor nos quitó un gran peso de encima, porque el pueblo seguía con faltas que nos repercutían directamente. Thyra se enteró de que estaba distraída, después de un rato de charla. De eso me hizo ser consciente cuando apoyo su mano en mi espalda.
— Querida, estás temblando —enunció preocupada.
— ¿Sí? No me había dado cuenta, pero es por el frío —declaré.
— Hoy se ha levantado el fresco y, aquí, la humedad llega hasta los huesos —comunicó.
— Y yo que pensaba que tendría calor hasta en navidades...
— No, querida —exclamó, agitando las manos como si la hubiera dicho una barbaridad—. Hace bueno pero hay que empezar abrigarse.
— Lo noto —afirmé—. Debería comprar algo calentito.
— ¿A qué esperas?
Forcé una sonrisa al encogerme de hombros cuando no supe qué decirla. Sacudió la cabeza negando y miró al cielo con desesperación. Después pegó un grito llamando a su hijo, quien no tardó mucho en cruzar el comedor.
— ¿Has acabado ya, hijo mío?
— Hace un rato.
— ¡Perfecto! Así puedes llevarnos de compras. Dile a Chris que te preste un rato el coche y que nos diga si quiere algo, pero que no se mueva —recalcó.
— No puedo mamá, acabo de tomar la medicación —se disculpó y se fue igual que llegó.
— Qué pena de mi alma... —dijo desconsolada, sin embargo, un fugaz destello brilló en sus ojos, creando una amplia sonrisa en su rostro, haciéndola exclamar—. Tú podrías conducir.
— Preferiría considerar otras opciones, a ser posible. Por ejemplo, ir andando o en autobús —sugerí.
— Querida, no iría de copiloto con mi hijo al volante si tuviera otras opciones —bromeó, riéndose culpable incluso.
— Oh, vaya... —murmuré estupefacta, no supe cómo reaccionar.
— Tengo que insistir —perseveró con cierta seriedad—. Chris no se enseñará contigo si le pasa algo al coche...
— ¿Qué iba a pasar? —pregunté retóricamente, quitándole importancia— Además, es que no tengo carné.
— Bueno, desempolvaré el mío —anunció—. Que los dioses se apiaden de nosotras —concluyó en un murmuro.
Poco después, emprendería la odisea con la que Ulises habría tenido pesadillas. Qué manera más kamikaze de conducir la de la señora rubia, amable y alegre a pie, pero el peor peligro de la faz de la tierra al volante. Me clavé al asiento tanto como pude, sin poder evitar rebotar sobre el mismo y golpearme contra la puerta varias veces. Apenas fui capaz de reprimir algún que otro grito, mientras Thyra lo hacía continuamente, claro que lo suyo era emoción y lo mío pánico mortal. Vi tantas veces mi vida pasar ante mis ojos, que llegó un momento en el que pensaba que lo que hacía era viajar en el tiempo, porque tanta definición no la alcanzaba ni el 8k aun desconociendo lo que era. Tras lo que me parecieron eones, llegamos a otro pueblo más grande, visiblemente más poblado y fluido. Bajé del coche y besé el suelo, literalmente. Teniendo en cuenta mi alto nivel de escrúpulos ante la suciedad, fue un acto que demostraba muy bien mi agradecimiento por seguir viva.
— Todavía tengo facultades —dijo toda sonriente, satisfecha.
— Ahá —sonreí, muerta de miedo.
— Mira, Carolina, vayamos por aquí —me animó, pero moverme con las piernas más temblorosas que las de un cervatillo recién nacido, no era el mejor aliciente.
Sólo se me ocurrió pensar en cómo debía conducir Argus como para que Thyra le tuviera respeto. Pero no se me ocurría nada peor, ni de lo que salir vivo. Consecuentemente posé otra interrogación en esa supuesta medicación del gigantillo. Debí considerar algo diferente, que me calmase y permitiera caminar con normalidad. Se me agotó el tiempo libre de sospechas, con lo cual no me quedó otra que seguir sus indicaciones. A decir verdad, el lugar tenía su encanto. Mezclaba con elegancia el carácter moderno del mobiliario esperado en cualquier gran ciudad sofisticada, muchas de las tiendas visiblemente recién renovadas, y calles limpias; junto las típicas casas de fachadas lisas y níveas, con toques azul turquesa en los detalles y los suelos empedrados, donde preferiblemente era más adecuado evitar el uso de tacones.
Lo primero que hice nada más entrar en el primer establecimiento, fue fijarme en los precios. No me sorprendió ver que lo más caro era lo que más necesitaba, y todo porque era de la nueva temporada. No obstante, Thyra se sacó un as de la manga que me dejó estupefacta pero cuya utilización denegué.
— No te preocupes, me la ha dado él —aseguró.
— No es eso, me las basto yo sola —zanjé.
— Está claro que sí —afirmó dedicándome una suave sonrisa.
Después de esa incómoda situación, recorrí toda la tienda, apuntando los precios de las prendas que más me gustaban y, sin comprar nada, salí para hacer lo mismo en el resto de comercios de mi interés. Fue en vano, pues la primera tienda rentaba más y era donde me había enamorado de un suave y gordito jersey, con estampado militar pero en tonos grises. Entré en el probador con las cinco prendas que elegí y, como el equivalente a una eternidad después, salí con demasiadas para contarlas. No era un milagro, no se habían multiplicado por arte de magia, lo habían hecho por arte de Thyra. A ella la encantó verme con sus elecciones puestas, quizás porque sería como verse a si misma con treinta años menos. Me apenó verla tan pletórica cuando yo desesperaba por estar en cualquiera otra parte, sin importar dónde.
— Qué envidia me das, con la de ropa que hay y lo bien que te queda todo. Ojalá volviera a tener tu edad y disfrutar de la vida.
— Aún puedes, estás genial, la belleza te perdura —dije inmediatamente arrepentida, odiaba soltar tonterías como tal, por más cierto que fuese. Lo peor fue quedar como la más pelota y ridícula del mundo.
— Qué tonterías dices —replicó agradecida.
— Voy a probarme otra vez los de cuero, no sé qué talla me sienta mejor —comuniqué—. Después salgo y nos vamos, seré rápida.
— Tarda lo que quieras, no tenemos ninguna prisa —aseveró amablemente.
Generalmente, procuraba cumplir mis promesas, pero la velocidad dependía directamente de mi grado de habilidad, que al ser deficiente, me llevó a salir del pequeño cubículo más del tiempo convenido. Dejé el pantalón de talla inferior allí mismo y porté el resto para comprarlo, entendiéndose por resto las cinco prendas del principio, pues las otras habían desaparecido junto a Thyra, quien ya no aguardaba en el sillón como mi espectadora privada. Me topé con ella en el exterior, extrañamente emocionada, como los que ganan el gordo de navidad pero sin reporteros cutres informando del suceso, ni champán, ni gritos. Dicho así puede que no se asemejase tanto, pero el brillo de ojos era idéntico.
— Carolina, querida, vamos a tomar un cafecito —propuso—, ¿te parece? ¿Sí?
— Eh, sí —acpté descolocada por su actitud—. Dejo esto en el coche y vamos.
— No. Deja, deja.
Agarró la bolsa y al rato, sin ella, me tomó del brazo, dirigiéndome hasta que llegamos a una coqueta pastelería. Una vez dentro, comprobamos que las cuatro mesas estaban ocupadas, pero los dulces del mostrador se veían tan apetecibles que a mi no me importó.
— Qué pena de mi alma... —se quejó Thyra—. Vamos a tener que quedarnos con las ganas, volvamos a casa.
— Pero si no... ¿Thyra? —me quedé allí como un perrillo abandonado.
Aun así, aproveché a comprar media docena de pastelillos antes de seguirla hasta el coche. Estimé que les gustaría disfrutar de un par de ellos a la hora de la merienda. Asimismo, en cuanto a Thyra, llegué a preocuparme por ella, tan extrañamente bipolar y misteriosa, esperando que se tratase de algo pasajero e irrelevante. Planteé los efectos de la menopausia como posibilidad, rezando por un futuro libre de esos comportamientos cuando me llegara el momento.
Ya que conocía cómo de angosto sería el camino de vuelta, cuidé bien de los dulces. Resultó ser un regreso más efímero, cosa que agradecí. Bajé a orden de la temeraria conductora, con la escusa de ir a aparcar el coche en su correspondiente emplazamiento. Entré avisando de nuestra llegada, en tanto iba hacia la cocina para dejar el que había sido objeto de mi protección en el automóvil del infierno minutos atrás. Me pareció escuchar respuesta, entonces por lógica respondí, ya de camino a las habitaciones. Sin embargo, no sobrepasé la recepción ante la escena que se apareció contados pasos más alante, frente a mis temores.
— Carolina —reclamó Argus, tan asustado como yo pero mucho más sudado.
La obviedad me informó de que algo iba muy mal, y tenía que ver con Chris. Así pues, no esperé a que el grandullón adelantara su primer paso para llegar cuanto antes. La imagen en principio parecía normal, se veía dormido y calmado. No obstante, al tocarle y llamarle, no reaccionó y su palidez diaria no podía compararse con aquella piel fantasmagórica sin pistas de riego sanguíneo. Chillé de puro espanto, sin embargo, con el corazón encogido y tartamudeando frenéticamente, logré organizarnos para cuidar del americano. Todo quedó en que el médico acudiría inmediatamente, lo que me consoló junto con la constancia de que su pulso y respiración permanecían estables.
— ¿Cómo está? ¿Qué es lo que dice? ¿Se pondrá bien? —interrogué cuando el doctor comenzó a hablar, tras haber examinado detenidamente a Chris.
— Sí... Dice que ha sido un efecto de la mezcla de los analgésicos y el alcohol. Debía estar sufriendo muchos dolores y por eso tomó de más. Ha tenido mucha suerte, podría no haber tenido oportunidad de despertar y más teniendo en cuenta que aún tiene afecciones de la contusión que sufrió y por la que estuvo hospitalizado tres días, según su informe... —tradujo Thyra, simultáneamente y lo mejor que pudo—. Va a necesitar buena hidratación y mucho reposo, nada de sobreesfuerzos por unos días. Con vigilar las dosis y una visita semanal de su consulta, podrá recuperarse mejor.
Me costó asimilar cada palabra, era surrealista. Básicamente porque no sabía nada, a excepción de lo de las pastillas, porque un día me pidió que le avisara para seguir la receta estrictamente. A parte de eso, era inquietante que me hubiera ocultado algo tan importante, a los tres. Así y todo, encerré esa preocupación, su salud estaba antes que el drama. Cuando el médico se fue, Thyra se ofreció para encargarse de preparar la comida y lo que hiciera falta, obligándome a aceptar y así preocuparme de estar al cuidado del actor.
— Tú ganas, has superado lo que te tenía preparado para Halloween, pero a cambio recupérate —le rogué en voz baja y acaricié su oreja, que volvía a su natural tono colorado.
Le arropé y vi conveniente acomodar su almohada, aunque en principio se me hizo difícil pero pude conseguirlo. Al final se congelaron mis movimientos cuando creí escuchar su voz y rápidamente lo miré, pero seguía con el ceño fruncido y sus preciosos ojos escondidos. Terminé y me acurruqué a su lado, ahí no hubo ninguna duda.
— Ma... Fue un flechazo...
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