Profundizando
Éste capítulo está dedicado especialmente a mi queridísima MayLyre como un regalito por su Santo ;) ¡Espero que te guste!
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Directo, punzantemente directo. Desde mi espina dorsal se expandió un escalofrío que llegó hasta las puntas de mis 20 dedos, erizando uno a uno los vellos de mi piel. Sin embargo, aquello no iba a amedrentarme ni presionarme a responderle, así que se me ocurrió algo mejor. Pensé en darle un voto de confianza.
- Háblame sobre ti -sugerí con un ligero tono imperativo-. Procura ser tú mismo, pero sin pasarte... Y haré el esfuerzo de creerte.
- Carolina, no vamos a casarnos, sólo es... -se interrumpió al ver mi típica cara de asesina-. No está de más intentarlo -terminó aceptando, dibujando media sonrisa con sus carnosos labios que casi podría envidiar.
- ¿Dónde te vas? -pregunté perpleja, viendo cómo desaparecía por la puerta sin más explicación.
- ¡Quédate ahí dentro, volveré! -ordenó, gritando de lejos.
- Mira qué bien, Carol, te has quedado solísima en la guarida del lobo... -hablé para mi misma- ¿Carol? Dios... Paso demasiado tiempo con pichafloja.
Por una vez no iba a irritarme, le había dado tregua y, ya que no estaba, usmear se me antojaba provechoso. Aunque no tenía mucho interés en cotillear, pero echarle un vistazo a sus cosas era una buena vía para saber algo de él, algo real.
A primera vista, la cama, de tamaño poco mayor al individual, era lo que más llamaba la atención ya que esperaba de él una realmente enorme, para sus orgías... A parte de eso, no había mucho más, sin embargo lo que tenía de escaso, lo ganaba en particular.
Bastantes libros científicos y budistas, según parecían al mirar por encima; además de un diccionario inglés-griego, una pelota de fútbol americano firmada por un tal Tom Brady y discos de música que no eran para nada de mi estilo, lo cual no me sorprendió. Todo ello se encontraba agradablemente ordenado en una balda, que ocupaba casi todo el ancho de la pared, desde la puerta del baño hasta el borde del cabecero de su cama, sobre el que también se situaba. La otra mitad de la balda la ocupaba una gran cantidad de películas, dejándome pasmada porque, inesperadamente, no sólo conocía la mayoría y eran de mis favoritas, si no porque eran de Disney. ¡Películas de Disney! Alucinante a más no poder... Era, sin duda, todo un misterio digno de investigación científica. Y, pensándolo bien, podría ser una forma de saber cuándo dice o no la verdad.
En la pared contraria, había una cómoda y un escritorio, ocupado únicamente por un ordenador de los caros y lo que parecía un grueso álbum de fotos. Me tentaba mirar dentro, pero de solo pensarlo y creer que me pillaría con las manos en la masa, se borraron mis intenciones.
Aún no sabía nada de él y las ganas de salir de allí se volvían cada vez más irresistibles, pero a la vez me resultaba imposible irme, ya que una parte de mi necesitaba hacerle caso. Así que suprimí una pelea contra mi misma, por lo que me senté en una esquina de su cama, dando la espalda a la puerta para así fijarme en las vistas, casi nocturnas, que me proporcianaba el amplio ventanal.
Cuando me estaba sugestionando la alta velocidad a la que transcurrió el tiempo ese día, me distrajo el rugido con el que me llamó mi apreciado estómago. Alcanzada por el hambre, me percaté de que no recordaba haber comido en largas horas. Eso me convenció para irme, Chris no merecía mi espera mientras pasaba hambre, de hecho nada lo había merecido en mi vida, por muy extremo que pudiera sonar.
- ¡Ahh! -grité, lanzando puñetazos a ciegas, temblando del susto que me había dado el maldito- ¡¿Cómo se te ocurre aparecer así de la nada, estás tronado de la chota o qué?!
- ¿Que qué...? Oye -exclamó al tiempo que agarraba mis brazos- no soy un saco de boxeo, y si no querías sustos, deberías haberme hecho caso...
- Suelta -ordené- tengo hambre así que no me vengas con cuentos.
- Venía con algo mejor... -insinuó.
- ¿Con qué? Porque lo dudo... -callé, poseída por un repentino aroma acogedor a la par de exquisito, animando a mi estómago a seguir rugiendo con ganas.
- Con una cena para que te chupes los dedos -aseguró, sonriendome con misterio.
- ¡Haber empezado por ahí, hombre! -dije animada, antes de emprender rápidamente la marcha hacia la cocina.
- No tan rápido... -avisó, tomándome por los hombros- sígueme.
Le miré poco convencida, sin embargo su expresión me inspiraba confianza así que le di a entender que aceptaba, con un ligero movimiento de cabeza.
- Chris... ¿Dónde me llevas? -pregunté intrigada, pues subimos al segundo piso donde lo único que había allí era la vivienda de Thyra y Argus, o eso creía hasta la fecha.
- Haces demasiadas preguntas para no ser policía.
- Y tú te crees muy gracioso para ser una cara bonita con cerebro de mosquito.
Se detuvo ante una puerta de madera clara, bastante vieja, al contrario que todas las del motel.
- Te lo paso porque me has llamado cara bonita -me guiñó un ojo, dedicándome esa sonrisa suya tan impertinente, y después abrió la puerta, indicandome que fuera tras sus pasos.
Unos cuantos escalones de piedra fueron el último obstáculo hasta terminar en el tejado, donde la luz tintineante de varias velas consiguió llevarse el premio a la cosa más impresionante de todo el día.
- Elige dónde sentarte -indicó amable.
No pude sino obedecer, estaba demasiado consternada y hambrienta como para llevarle la contraria.
Una vez nos habíamos colocado sobre uno cojines que hicieron la vez de asientos, pude darme cuenta de lo que era aquello. Un lugar bonito, con vistas al mar y a las estrellas, con velas y algo de comida deliciosa...
- ¿Qué es esto?
- He hecho la cena -sonrió tierno- pero quita esa cara que no es lo que crees, Carol. Intento ser amable, para que veas que no soy el monstruo por el que me has tomado.
- Fuera lo que fuere, no te daría resultado, no soy ninguna facilona -aclaré.
- Nunca te cansas, ¿no? Déjame ser amable, tengo sentimientos... -confesó, cansado-. Y si te consuela, te diré que, de lejos, eres la tía más difícil con la que he hablado nunca. No te preocupes más, la decisión sigue siendo tuya, no seguiré insistiendo.
- Perdona... Sé que me paso un poco contigo, pero mejor dejemos el tema, ¿si? -propuse, acariciando brevemente su brazo para animarle- Que con la buena pinta que tiene esto... No me gustaría que se enfriara.
- Y con lo que me ha costado hacerlo -añadió-. Adelante, buen provecho.
- Igualmente.
Cogí el tenedor y recogí lo que reconocí como un tortellini, sin embargo me provocó tal orgasmo en el paladar que creí que era el mismísimo paraíso convertido en comida.
- ¡Chris! -exclamé, reclamando su atención- ¿Qué es ésta obra maestra?
- Ya veo que no te gusta, trae que me lo como yo... -dijo haciendo el amago de quitarme el plato, pero le pegué un manotazo y retiró su mano con dolor, aunque simplemente se rió-. Qué manos más largas para lo poco que ocupas.
- ¡Calla...!
- Son tortellini rellenos de no sé qué queso, con cobertura de salsa de nata, champiñones y queso rallado gratinado, y con el toque secreto Evans.
- Por todos los dioses, Chris, ¡esto es...! ¡Es...! -me interrumpió antes de dar con el calificativo adecuado que merecía aquella exquisitez.
- ¡La polla con cebolla! -soltó todo orgulloso.
- ¡Eh! Echa el freno magdaleno... Tienes una boca muy sucia -me quejé.
- ¿Me la quieres limpiar...? -insinuó, transformándose en un pervertido, una vez más.
- Sí, con lejía, pero prefiero que me sirvas un poco de ese vino... -señalé la botella escondida tras la mesa improvisada.
- ¿Estás segura...?
- Tú echa, pero no te hagas ilusiones -le advertí.
- Luego no me eches la culpa a mi.
- Repito, no te hagas ilusiones -me reí con ganas, mereció ver su cara de perplejo.
- Y el malo soy yo... -susurró audible, sonriendo divertido.
Como pedí, llenó mi copa de vino, lo mismo que hizo seguidamente con la suya. Terminamos de comer en poco tiempo, los tortellini y su deliciosidad nos arrebataron merecidamente las ganas de charlar.
- Debo darte mi enhorabuena, son los mejores tortellini que he probado, incluso mejores que los míos... -afirmé.
- Gracias, Carol, significa mucho viniendo de ti. Pero no tengo el mérito, la receta es de mi madre -aclaró.
- ¡Venero a tu madre desde ya!
Chris se rió, mostrando un brillo de felicidad en sus orbes, de aquel iris de tan hermoso azul. Yo me puse a terminar el culo de vino que quedaba en mi copa, con más intención de esconder mi rostro que de ingerir el líquido. De pronto, me sentí extraña y lo último que deseaba es que él lo notase. Sin embargo, él se adelantó, llenando mi copa antes de acercarla a mis labios.
- ¿Ahora quieres emborracharme? -bromeé
- Mierda. Te has dado cuenta -continuó, escogiendose de hombros.
Reímos brevemente, hasta que ambas copas albergaban una cuantiosa cantidad de la bebida. Volví a acercarme el recipiente de cristal, recordando los efectos que había sufrido hace poco por culpa del vino, poco convencida de querer repetirlo.
- Carol -llamó mi atención-, ¿tienes sitio para el postre?
Asentí, dejando la copa sobre la mesa, disipando mis preocupaciones y quedándome más tranquila.
Había preparado unos brownies de chico, impactantemente riquísimos; enterandome más tarde, por su confesión, que eran parte de una tanda preparada por mi, que él se había guardado en el congelador, en secreto.
Con todo terminado, el silencio, aunque apacible, comenzó a inquietarme sobremanera, por lo que no pude callar a tiempo.
- Has sido la cena más romántica... -me miró extrañado, provocando que el pánico lograra apoderarse de mi por completo- ¡Quiero decir que para ser tú has sido muy romántico...! ¡Que nunca me han hecho algo así! ¡No, no me escuches! ¡Que horror! Me estoy muriendo de vergüenza... -me arrepentí, ocultando mi rostro detrás de una servilleta.
- Me estabas halagando, no tengas vergüenza -me animo.
- ¡No! -insistí, dándole a entender que no era ese el problema.
- ¿No, qué? -preguntó confundido.
- Nada... Gracias por la cena, ha sido muy romántica, si -me sinceré- Se nota que lo haces mucho.
- Carol...
- No, no. No te lo digo mal, es sólo que... -resoplé nerviosa.
- ¿Te estás enamorando de mi?
- ¿Qué...? ¡No por dios! -me alarmé- No te ofendas, pero no -le aseguré.
- No me ofendo, igual un poco, pero me alegro -dijo aliviado.
- Es que... Tú... Tú eres tú y siendo tú... Pues es raro -intenté explicarme.
- ¿No puedo tener un detalle bonito? comenzó a molestarse.
- Déjame hablar, ya es bastante irme por los cerros de Úbeda. Simplemente no entiendo por qué tú, siendo quien eres, has sido mil veces más romántico de lo que ha sido nadie conmigo nunca. Porque somos como el perro y el gato y ya te has portado mejor que mis ex... Ya está, ya lo he dicho.
- Vaya...
- No digas nada, mi vida es así de triste -reí sin ánimos, tomándo la copa y ésta vez bebiendo todo el contenido de un trago.
- Tu vida no es triste, la de un tío de 35 años que se porta como un adolescente sí es triste... -afirmó, siguiendo mi ejemplo en beber el vino.
- Pero tú no estás solo y tienes dinero y eres un Ken, ¿qué más quieres?
- Justamente que no me vean como lo haces tú, crecí en una familia humilde y me pasé años siendo un esmirriado, deberías haberme visto... Menudas pintas -rió recordando-. Querías conocerme, es lo que intento...
- No te veo así, Chris, es lo que me has parecido desde que te vi. ¿Por qué no eres como ahora? Éste Chris me está gustando mucho -sonreí sincera.
- No es tan fácil, o quieren sexo conmigo o mi dinero. Ya me he acostumbrado.
- Pues yo no querría ninguna de las dos ni quiero, del Chris al que estás acostumbrado ser. Pero de ti, me gustaría ser tu amiga aunque tu no quieras, o me abandones como hacen todos.
- Me encantaría ser tu amigo.
- Ninguna Carolina le gusta a nadie... -ladeé mi cabeza, recordando todo el dolor que me había conducido hasta donde estaba.
- Hasta cuando te enfadas, tienes encanto. Aunque sólo te enfades conmigo.
- Tengo que confesar que a veces lo he disfrutado, pero no era suficiente al odio que te tenía.
- ¡Lo sabía! Eres un poco mala -bromeó.
- Lo puedo ser más -continué la broma.
- Pues yo quiero verlo... -insinuó.
- Ni hablar -le corté, muy seria.
Él suspiro, pensativo, mientras que yo enfocaba todas mis fuerzas a apaciguar mis pensamientos. Por una parte, su oferta empezaba a tentarme pero por otra, recordaba lo mal que lo había pasado y que hacía demasiado tiempo desde la última vez.
- Tenía un colega, un perrete. East, se llamaba. Éramos inseparables -comenzó a contarme- dábamos muchos paseos, hacía sus cosas de perro, lo normal... Pero estar con él era como una droga, como si absorbiera todos mis malos pensamientos, deshaciéndose del exceso de peso que llevaba a mis espaldas... Y ahora que no está, ya no consigo deshacerme de ese peso, busco volver a tener una compañía así, que me alivie... Pero, de momento, únicamente puedo recurrir a libros, videos y alguna que otra charla con mi familia y mejores amigos. Sin embargo, East era único y siempre tendré ese pequeña espina -me miró-. Pero la tengo para recordar lo bien que me sentía, no lo que me dolió despedirme de él.
Por primera vez, vi su sinceridad, su cara más real, sus sentimientos. Ahí estuve segura de que la persona que era tras su imagen de actor y de ligón, no era fingida. Incluso me di cuenta de que él noe haría daño porque si se había desnudado así por mi, era porque me consideraba una persona importante. Y, no necesitaba conocerle para saber que quitarse la máscara, demostraba su confianza en mi, porque yo también llevaba una y bien sabía que no era sencillo quitársela, en absoluto.
Me acerqué a Chris y le dí un besito en la mejilla, con todo mi cariño.
- Pues si tanto peso tienes, voy a darte un buen masaje, y así puedes seguir hablandome sobre ti -sugerí, encajandome a su espalda, comenzando a masajear su cuello y hombros.
- Om... -gimió en voz baja- me va a costar pronunciar palabra...
- Ah, pues paro -dije quitando las manos.
- No pares -suplicó-. Seré una cotorra.
Le dí un fuerte abrazo antes de seguir masajeando toda su espalda, mientras me contaba sus aventuras más traviesas de cuando era un niño, e incluso me enseñaba todo el griego que había aprendido hasta el momento. Era tan divertido e interesante que, solo por tener la oportunidad de seguir escuchandole toda la noche, continuaría amasando sus músculos aunque se me desintegraran las manos. Desgraciadamente, me quedé sin fuerza y fui atacada por dolorosos pinchazos, entorpeciendome tanto que meramente podía acariciarle, claro que eso no estaba nada mal.
- Voy a quedarme sin manos... -me quejé más que por el propio dolor, fue por interrumpirle.
- Y yo sin anécdotas, iba a empezar a inventarme cosas para que siguieras -aseguró, amable, girándose para tomar mis manos, acogiendo el rol de masajista.
- Tienes una espalda muy grande -protesté.
- Hay otra cosa que tengo muy grande -garantizó.
- Lo sé, tu ego es enorme -me burlé.
- Que los otros la tuvieran pequeña, no significa que yo también.
- ¿Y tú qué sabrás? -pregunté indignada- Estaban muy bien dotados, lo que pasa es que no sabían usar el arma... Y que eran unos machistas de manual, mentirosos compulsivos y no les importaba nada más allá de sus narices... -resoplé cabreada.
- Uhh... Menuda puntería -dijo divertido.
- Y eso no es lo peor -anuncié, escondiéndome en su cuello, llena de vergüenza-, los tres me dejaron por otra, y me lo hicieron saber por sms...
- ¡No me jodas! -me abrazó, carcajeandose escandalosamente.
- ¡No tiene gracia! -me enfadé, así que le di con el puño en el pecho-. Es muy deprimente. Ya se que no soy un pivon y tengo mis partícularidades. Pero no puedo ser tan terrible como para que la gente huya de mi...
- No eres terrible, eres peor... Y a mi me encantas.
- Ya sé por qué eres actor, tienes más labia que músculos.
Entonces cogí la botella de vino y la alcé en brindis.
- Por nosotros y por el cielo tan bonito que se ha quedado -proclamé.
Le pegué un buen trago, él cogió la botella y me imitó. Al final terminamos la botella y ya no supe que sucedió después.
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