Perspectiva
Una vez más, me siento sola y soy una decepción, en este caso, para mi misma. Así me sentí cuando noté cómo el horizonte de azules ocupaba toda la panorámica. La inmensidad en medio de la que me encontraba no era la culpable de mi solitario sentimiento, al contrario, me hacía sentir parte de algo. Me sentía arropada.
Desconocía qué hora era, ni falta que me hacía. La temperatura era muy agradable y las nubes no existían en aquel cielo. Perdí la cuenta del tiempo que estuve allí. Sin embargo recapacité respecto a mis sentimientos por Chris. Eran una ilusión, una mentira, un engaño derivado de su papel como actor. Era muy bueno, consiguió hacerme creer que sería real pero cómo fiarme de nada con todo lo que había visto hasta el momento.
Estaba claro quién era yo para él, una simple conquista que se le había dificultado al principio. Además, todo lo que sabía de él provenía de internet, lo que era igual a no saber nada. Todas las pequeñas cosas empezaban a encajar: el pastel era su forma de atraparme, me encanta la cocina y él lo sabía; las modelos de piernas largas del karaoke, su diversión aquella misma noche; reprocharme una relación falsa con Argus, no entendía bien por qué; todas las veces que parecía seguirme o vigilarme, para averiguar mis puntos débiles; y que me dijera su nombre, como si por ser famoso fuera a caer rendida en sus brazos. Y la lista seguía, pero mis ánimos me impedían continuarla.
Al menos algo sí tenía claro, Chris no era de fiar.
Por si fuera poco, aún llevaba mi pijama y estaba rebozada en comida. Gracias a que la cala en la que me instalé se encontraba despoblada, pero no me habría importado demasiado que me vieran y creyeran que fuera una loca; al fin y al cabo, lo estaba.
Jugueteé con el colgante, sin quitármelo, acariciando los bordes y observándolo cada vez con más detalle. Por un efímero instante, me dio la impresión de que brillaba, y no como reflejo, si no con luz propia. Ahí tenía otra prueba de mi falta de cordura.
Suspiré vencida. Sin darme cuenta, ya habían pasado tres semanas desde que llegué, eternizadas por aquel mundano ser que cada día se volvía más ruin. Pero lo hecho, hecho está. Sin embargo, qué me quedaba por hacer. Probar a soltarme me había acarreado más quebraderos de cabeza que alivios, desastroso.
Cerré los ojos, suspirando profundamente, dirigiéndome al vacío. No pensaba, no sentía, no poseía el control de mis actos. Sucumbí a un seductor hechizo que me atraía intensamente hacia el agua. Caminé hasta que la profundidad me impidió seguir a pie y, entonces, justo ahí cerré los ojos.
Las burbujas escapaban precipitadamente de mi boca, al tiempo que mi cuerpo se hundía, como un peso muerto. Mis párpados se abrieron solos, permitiendome vislumbrar, de forma borrosa, el azul del mar y los reflejos que los rayos del sol creaban en el mismo.
Todos mis miedos acababan de escaparse, junto al oxígeno que había llenado mis pulmones segundos atrás. Noté aquella sensación de paz que tanto busqué, justo antes de comenzar a perder mi consciencia. Y, en ese preciso instante, apareció a quien ya había visto desde que llegué a la isla. Se acercó a mi para llevarme con él, y yo se lo permití, quedando inerte al fin.
"Poseidón, el dios griego del mar, el que agita la tierra, el domador de caballos. Conocido también por sus enfados causantes de desastres naturales. Era el hermano de Zeus, quien, como él, tuvo varias aventuras románticas, víctimas de su lujuria. Quería ser adorado por los mortales, por lo que se enfrentaba a otros dioses si así podía conseguirlo. Sin embargo, más allá de sus actos, era un dios que solía viajar por los mares, en su carro tirado por caballos de blanca espuma y con su tridente. Era lo que más le gustaba, lo que parecía mostrar un lado calmado y pacífico. Así que detrás de un gran dios de conflictos, se hallaba uno completamente antagónico, más tranquilo; del mismo modo que el mar revuelto bajo tormentas es también el que se muestra sosegado bajo un cielo azul iluminado por el astro rey."
Ardor agudo y picante. Esa fue la sensación que la piel de mis mejillas estaba soportando, provocando mi aturdido y lento despertar. Luz blanca e intensa fue lo segundo que percibí, antes de comenzar a escuchar una voz muy tenue, que pronto recuperó su nitidez. Seguidamente pude verlo, con dificultad a causa del contraste que creaba su figura oscura ante la luminosidad del fondo.
Era Poseidón.
Al menos, eso me pareció hasta que mi visión mejoró, transformando, a su vez, la apariencia de mi salvador.
- Gracias a los dioses... Estás viva -soltó con alivio, dejándose caer sobre la arena, a mi izquierda-. Llegué a tiempo...
- No le importo a nadie... Estaba mejor ahí dentro...
- Te equivocas, Carolina -discrepó.
- No finjas, déjalo ya -le supliqué sonando tan desesperadas como me lo permitía mi respiración afectada-. Hay mil chicas por ahí, como esas del bar. Yo no quiero nada de ti, olvídame...
- Entiendo... -suspiró, tras lo cual y con cuidado, me cogió en brazos.
No dije nada más, ni el tampoco. Me mantuvo bien sujeta y yo esperé a que me dejara. Sin embargo, sus planes diferian de lo que mi raciocinio había previsto. Así que me devolvió al suelo, sin dejar de rodearme con uno de sus brazos.
- Voy a presentarte a mis "amiguitas del bar" -dijo tranquilo.
- Vale -acepté esperando cualquier cosa, y sin entender sus pretensiones.
Como tenía la mirada clavada en el suelo, tomó mi cara con su mano, dirigiendola hacia un grupo de unas tres mujeres que comenzaban a acercarse.
- Carolina, te presento a Cósima, Aspasia y Felipa.
Cuando las tres mujeres se acercaron pude fijarme mejor, mientras hablaban con Chris animadamente, con un griego sorprendentemente fluido de su parte, en el parecido que tenían a aquellas modelos de patas largas que vi. Sólo que se veían medio siglo más viejas, además su aspecto no concordaba con su edad, puesto que vestían con menos ropa que yo y con mucho más estampado de leopardo. Pero me quedó claro que eran ellas cuando vi cómo toqueteaban a Chris.
Él cortó la conversación poco después, y retomó el paso aún teniéndome atrapada entre su brazo y su costado, obligándome a seguir su marcha.
- Me da igual lo que pienses, Carol, pero no vuelvas a pensar algo de mi que no es real -me dijo muy directo.
- Me equivoqué con ellas, muy bien. Pero sigues siendo actor... Y sueltame ya -pedí a la par que forcejeaba para escabullirme, con éxito.
Me sentía muy avergonzada, más allá de haberme equivocado, cuando era perfectamente lógico ya que aquel día el vino incidió demasiado en mi y la luz ayudo a que mi perspectiva cambiase totalmente la realidad. Tampoco tenía problema en llevar un pijama de dálmatas, mojado y lleno de arena por mi espalda. Lo que me daba tanta vergüenza era haber parecido una novia celosa, porque así era como me sentía. Pero ni era su novia, ni tenía por qué sentir celos. Todo estaba fuera de su tiesto y cuando eso pasaba, mis nervios se resentian, afectando también a mi autoestima, fácil de disminuir.
- ¡Espera, espera! -le escuché decir detrás de mi.
Me giré, rendida.
- ¡Por el amor de dios, qué es lo que quieres de mi! -exclamé desesperada.
- ¡Basta! -mandó visiblemente irritado-. Tú y yo no podemos seguir así, no eres la única que está hasta los putos cojones... -se interrumpió, quizás al darse cuenta de cómo sus palabras me afectaron un cubo de agua fría derramado sobre mi.
- No me... Chris... -le llamé.
Es lo último que alcancé a recordar, tras despertarme en una habitación que no era la mía.
- ¿Chris...? ¿Dónde...?
- Estoy aquí -dijo, tomando mi mano, con las suyas, que estaban tan cálidas como las recordaba- estamos en la consulta del médico, te ha dado un mareo después del... "incidente" pero ya estás bien. Necesitas descansar y cuidarte del estrés.
Me eché a llorar, llena de frustración, a lo que Chris contestó con el abrazo más protector del mundo.
- ¡¿Qué más me tiene que pasar?! -me quejé desesperada- Necesito volver ya mismo o me va a dar algo porque ya no puedo más...
Aceptó, sin preguntas. No tardamos en llegar ni yo en desplomarme en el mismo sofá de la entrada.
- Gracias -dije ya tranquila.
Sin embargo el se mantuvo en silencio y cabizbajo, según pude verle de reojo.
- Necesito ordenar muchas cosas y hablar después contigo antes de volverme loca, porque se me ha ido todo de las manos y eres el único con el que puedo hablar -confesé, aunque lo decía por el idioma, nada más.
Dicho aquello, me metí en la habitación y no salí hasta estar duchada y organizar mis preferencias. Así que llamé a su habitación, recibiendo respuesta.
- Está abierto, pasa -indicó.
Así hice. Le vi sentado en la cama, apoyado en el cabecero, por lo que opté por sentarme frente a él, en una posición similar.
- Déjame hablar -rogué con prisa, proseguí cuando asintió-. No nos conocemos de nada, yo no soy como has visto ni tu como me has parecido supuestamente... Vale -me pausé brevemente para pensar- la verdad es que no quiero irme de aquí, aunque no me faltan ganas, y tampoco puedo echarte, obviamente... Pero no se qué hacer, así que propón algo porque a este paso no se que va a ser de mi... ¡Si hasta me ha parecido ver a Poseidón!
- ¿Has visto a Poseidón? -se intrigó con seriedad.
- ¿Lo ves? Ya tengo visiones... Pero se que no es real... -me interrumpió.
- No han sido visiones -afirmó, dibujando en su cara la mayor de sus sonrisas- no lo han sido en absoluto.
Me levanté, perpleja por sus palabras y su reacción.
- Si vas a volver a tomarme el pelo, ya me largo y punto -sentencié molesta, señalándole con mi índice.
- ¡Que no te estoy tomando el pelo! Era una broma -aseguró.
- Todo en ti es una broma -concluí, girándome para irme, pero un tirón en el brazo me lo impidió.
Caí sobre él, sus labios se precipitaron hacía los míos, sin tocarlos, esperando... Consiguió me mi corazón se desbocase con cada roce de su aliento sobre mi piel.
- ¿Qué quieres de mi...? -susurré con un hilo de voz.
- Que confieses lo que sientes por mi -respondió con voz baja y rasgada.
Me separé, sentándome de nuevo; él se incorporó.
- No vayas por ahí...
- ¿Por qué no? El incidente ha sido culpa mía, ya te has lanzado a mi ¿y ahora pretendes que no sientes nada por mi?
- Pues que te quede ya claro que no eres el centro del mundo, ni un par de besos significan que me vayas a gustar. Eso es lo que siento por ti. Casi me engañas y me haces creer que ahí dentro hay alguien que merece la pena, enhorabuena -espeté.
- Tú sí que me has engañado, creía que tenías algo pero ya veo que sólo eres una egoísta maniática y paranoica que se derrumba cuando pierde el control y juzga a los demás sin pararse a conocerlos de verdad -se sinceró.
- Sigo sin poder creerte, por más que quiera, me han engañado demasiadas veces y tu las llevas todas contigo, es tu trabajo mentir -insistí, apenada- no espero que lo entiendas.
- Te lo voy a decir con otras palabras. Sólo quiero sexo contigo, nada romántico, porque me gustas. Y también quiero que nos llevemos bien, pero no puedo mientras no hagas el pequeño esfuerzo de conocerme en lugar de seguir tratándome tan mal. Al menos piénsalo. No habrá más juegos y estaré abierto a lo que decidas, ¿qué me dices?
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