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Se apreciaba que el verano había avanzado hacia el otoño. Aunque la temperatura seguía manteniéndose considerablemente alta, sobretodo para mi gusto, los días eran notoriamente más cortos, porque al despertarme el sol aún remoloneaba. Acababa de estrenar la primera semana de septiembre, y me había acostumbrado gratamente a no encontrarme con el pichafloja, pero siempre tenía el temor de verle aparecer y aguantar sus insufribles comentarios y cambios de humor. Aquellos días fueron como mis pequeñas vacaciones, pero como todo, llegaron a su fin.

Estaba regresando de uno de mis paseos por otro camino que encontré, contrario a aquel que tomé la vez que el minipicha se puso tan perturbador. Descubrí una especie de templo en ruinas, aunque no podía llegar a él ya que necesitaría ir nadando, cosa que jamás se me ocurriría por mi animadversión al mar. A pesar de ello, me contentaba con observarlo desde la distancia, inventándome historias sobre los dioses a los que se les mostró culto en ese templo, aunque bien podría ser una simple edificación antigua con un significado más irrelevante, pero esa hipótesis resultaba más insulsa. Eso sí, estaba dispuesta a descubrir la verdad algún día, aunque me arriesgara a decepcionarme, sin embargo, conforme habían transcurrido los días, mi curiosidad aumentaba. De todas formas prefería preservar la emoción por un tiempo para poder continuar imaginado historias al respecto. Distraída en mis planes, había pasado por alto la presencia del coche del actorucho de pacotilla así como a él mismo saliendo del mencionado vehículo. Fue el sonido que creó la puerta del coche lo que me abdujo de mis pensamientos y me permitió constatar la presencia de quien era peor que un grano en el culo.

- ¿Me has seguido? -pregunté sin ganas.

- ¿Qué? ¡No! Yo jamás haría tal cosa...

- Lo que tú digas -contesté, reanudando el paso.

- Ey, no tan rápido -me detuvo, agarrando mi hombro con suavidad, lo que me hizo girarme hasta tenerle cara a cara, y me crucé de brazos.

- ¿Qué quieres?

- No te seguía... -aseguró con un tono de arrepentimiento en su voz- pero sí te estaba buscando.

Se calló y me miró cómplice, dándome muy mala espina.

- Dilo, qué es lo que pasa ahora...

- Nos vamos a quedar tú y yo solitos una temporada -sonrió pícaro.

- Perdona... ¿cómo has dicho? -me quedé igual que si me hubieran derramado un cubo de agua helada por encima, perdiendo además la capacidad de pestañear durante un largo lapso de tiempo.

- Es el cumpleaños de la hija de Argus y se van una semana para poder ir a visitarla, a Austria.

Me mantuve en estado de shock, aunque por dentro sólo deseaba en que me salieran un par de alas en la espalda para poder salir volando de allí, lo más lejos de él como fuera posible.

- Sin clientes... a parte de ti. ¡Ah! Olvidaba decirte que cerraré, tómalo como unas vacaciones -me sonríe, poniéndose ya sus gafas de aviador para volver a entrar en el coche.

- ¿Vacaciones?... Un infierno va a ser esa semana como tenga que aguantare yo solita y sin refuerzos... -pensé.

Me quedé ahí, esperando a que se largara para poder quitarme la careta de tonta que me había puesto mi educación y mostrar mis colmillos cual lobo ofensivo. Sin embargo, el único desplazamiento que sufrió el coche fue la bajada de la ventanilla del conductor.

- Vamos sube, que te llevo.

Cruzada de brazos, me erguí y anclé más al suelo como respuesta. De haber sido otra persona habría aceptado encantada porque, a decir verdad, mis piernas no estaban por la labor de seguir su obligación, incluso cuando iba a sobornarlas con un buen helado de cuatro bolas.

- Prometo ser bueno -insistió, poniendo su cara más inocente- ni si quiera hablaré.

- Está bien -acepté tras un momento de gran reflexión, y no lo suficientemente convencida- pero si rompes tu promesa, habrá consecuencias.

Tras avisarle con aquellas palabras, él me miró tragando saliva, para después arrancar y llevarnos hasta el hotel. Por su propio bien cumplió con su palabra. Con esas me bajé del coche y fui directa a mi habitación, a quitarme el traje de tierra y cansancio que había consumido gran parte de mi energía. A pesar de toda la suciedad que tragó el desagüe de la bañera, no había conseguido deshacerme también de todos los momentos hipotéticos que mis neuronas no dejaban de construir. Menos mal que alguno de ellos era reconfortante, como en los que le dejaba K.O. de un sartenazo, no me importaría nada que ese en especial se convirtiera en realidad.

Todavía me quedaba un asunto por zanjar, o para ser clara, me quedaba un rico helado que disfrutar. Por eso tardé poco en llegar a la heladería, aún cuando mis piernas suplicaban reposo, pero cuanto más me acercaba, más capaz era de saborear el dulzor del chocolate, la cremosidad del helado, y sentir un leve hormigueo causado por su baja temperatura. Pronto necesitaría un babero si mis glándulas salivales continuaban tan activas. Sin embargo  y como era de esperar, todo mi gozo se fue a un pozo cuando vi frente a mostrador a ese armatoste de hombros cubiertos por una camiseta que dejaba escapar sus gruesos y pálidos brazos. Me odié por reconocerle de espaldas, pero era el único del lugar que tenía ese porte tan musculoso, a parte de Argus, claro que éste último era más llamativo por su altísima estatura.

Definitivamente me estaba siguiendo, o eso o algún dios la había tomado conmigo para divertirse, no tenía muchas más explicaciones. Pero, ¿qué podía hacer? Lo más inmediato, dar media vuelta e irme, deseando que pichcafloja no me viese y hacer como si no hubiera pasado nada. El problema es que de hacer eso ganaría él y, la verdad, me hacía demasiado feliz la idea de empezar a ser yo quien le tocase las narices, aunque no tenía ni la más mínima idea de cómo hacerlo.

Continúe andando hasta entrar, como si nada y, por supuesto, él me llamó la atención.

- ¿Me has seguido? -dijo imitandome con burla.

- Más quisieras...

- La que quiere eres tú.

- Lo que quiero es un helado con un buen par de bolas, justo lo que a ti te falta -espeté,con una sonrisa cínica- evidentemente por eso te has venido aquí también.

Su cara era todo un poema y mi triunfo sabía a gloria, así que pedí mi premio. Era una pena que ninguno de los allí presentes entendieran lo que acababa de decirle, esa vergüenza que no me llevaba, aunque era obvio que algo había pasado. Tras pagar, me largué con una deliciosidad de coco y strattachela, dejando al otro más mudo que que al correspondiente enanito de Blancanieves.

Ahora que tenía la buena racha conmigo lo que me quedaba era irme a dormir y esperar al día siguiente, si seguía así quizás le haría cambiar de idea respecto a quedarnos solos, tan solo tenía que ser tan insoportable para él como él para mi. Por otra parte tenía mis dudas en cuanto a verme capaz de ser así, y en tan sólo un día, pero lo iba a intentar a toda costa.

Desperté muy temprano por culpa de una pesadilla horrible: alguien me atrapaba mientras estaba nadando, forcejeaba para escaparme, sin éxito, y lo último que vi fueron las burbujas que escapaban desesperadas de mi garganta, atravesando las aguas revueltas y oscuras. Descarté enseguida ir a darme un pequeño chapuzón, si quiera acercarme a la playa.

Lo que sí hice fue ir al jardín de atrás, para encontrar a Argus cortando las ramas de la única palmera de la parcela. Por razones evidentes, quedé momentáneamente hechizada por el movimiento de sus fuertes músculos, que se adivinaban bajo su no muy bronceada piel reluciente por la humedad y su sudor. Únicamente sus brazos y hombros estaban visibles, ya que tenía puesta una camisa azul de tirantes, bastante apretada. Argus no era un hombre diez, pese a lo alto y fuerte que era, aunque tenía algo de barriga. Tampoco era de mi tipo, sin embargo, me recordó todo el tiempo que llevaba sin... Sin acostarme con un hombre, aunque no podía decir que aquellos trozos de mierda seca lo fueran. Todavía menos quería saber el momento exacto, bastante era contarlo en años. Visto así, Argus no estaba tan mal, claro que ni era apropiado ni conocía su situación sentimental; eso sin contar que yo misma tenía dotes nulas para el flirteo. Me dejaba seducir por quien mereciera la pena de los cuatro desgraciados que se atrevían a acercarse. Ninguno parecido a semejante espécimen, un vigor como el suyo lo saben realzar un par de copas en una buena noche.

¡¿Se puede saber qué narices hago yo pensando en esto a las ocho de la mañana en martes?!

Perdí la presencia terrenal y se me transparentaron los calores internos, con la consecuencia de ser el punto de mira del gigantón. Sentí al infierno ascender por mi cuello y cara, y supe que el rubor podría verse desde Marte. Dibujé con esfuerzo una patética sonrisa, por si desviaba la atención de mi vergüenza, y le saludé con la mano.

- ¿Te echo un cable con eso? -señalé moviendo ligeramente el hombro.

Siguió mirándome, sin contestar, aumentando mi incomodidad. Tras sopesarlo, indicó que me acercase. Vacilé al principio, pero le hice caso y me coloqué donde señalaba.

- ¿Ves esa rama desde ahí? La que tiene las primeras hojas muy oscuras.

- Sí -asentí, con los ojos clavados en aquella rama.

- Voy a cortarla. Yo no puedo verla, así que tienes que guiarme, porque si corto la que no es, caerá sobre mí.

Una pequeña ola de pánico golpeó mi cuerpo con tan sólo imaginar una de esas gruesas ramas precipitándose encima de él. Incluso con su tamaño, debía de que ser doloroso.

- Será como coser y cantar -sonreí, como respuesta afirmativa.

Argus se posicionó, preparado con el machete, para empezar en cuanto le dijera por dónde tenía que meter aquella enormidad puntiaguda.

- Sólo se cantar...- murmuré, casi arrepentida.

- No te he oído.

- Eh... Levánta un poco más, pero métela por ahí.

- Esto está muy estrecho... -soltó con voz ronca, por el esfuerzo.

- ¡Sí, ahí, sigue! -le animé- ¡Dale duro!

- ¡Resbala! -se quejó, haciéndome temer, pues podría perder un miembro si se le caía de filo.

- ¡Más adentro, ya está cerca!

- ¿Más?

- Sí, ¡sí! Vanos, ya casi está... ¡Más fuerte!

Gruñó con el último machetazo, recordándome un poco a los tenistas que gritan cuando dan un revés con todas sus fuerzas. La rama, por su parte, se quedó enganchada entre otras, medio caída, y como le vi cansado, me uní a quitarla de ahí.

- Madre mía, cuesta sacarla -comenté, pesaba más de lo que parecía.

- Suele pasar con las de este tamaño.

Un par de empujones al estilo "tira y afloja" y al fin la dejamos en el suelo, junto a las demás.

- Se nota que tienes práctica, porque tú ya llevas cinco y tan pancho, y yo que sólo una y ya no puedo ni moverme. ¡Qué barbaridad! Mañana tendré agujetas por todo el cuerpo.

- Para ti era demasiado grande, pero lo has manejado como una experta -me animó.

Argus no tenía el don de la palabra. Menos mal que en el fondo era simpático, y más teniendo que soportar mis comentarios fuera de lugar, que aparecían en los silencios incómodos, solucionando lo del silencio, pero no lo de incómodo. Me dio las gracias como despedida, quedándose limpiando todas las ramas, así que yo volví dentro, a darme una merecida y apropiada ducha fría. Poco después me encontraba desayunando, más que de costumbre. Mientras me empachaba, vi aparecer a Chris, quien fijó su vista en mi, mostrando una expresión muy extraña a la par que cómica en su rostro. Supuse que se debía a una de sus locuras o por el corte que le di ayer, cuyo recuerdo casi me hace reir, pero no fue hasta verle estamparse contra un espejo cuando de la carcajada que me provocó, escupí el zumo. Desde luego aquel dios me dejó en paz, o bien apareció otro para defenderme; como fuere me había alegrado la mañana.

El día transcurrió sin más percances y como se puso a chispear, cambié mis planes de salir por otros consistentes en quedarme en la cama viendo en YouTube videos de Jamie Oliver. Lo que sucedió después ya lo desconozco porque caí rendida a Morfeo.

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